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VICENTE LEÑERO

In document el libro de los sarcasmos.pdf (página 50-52)

El mundo tiene remedio si ridiculizamos sus defectos, errores, pretensiones y cinismos. O más modestamente, algo podemos corregir si ridiculizamos a los prepotentes juniors de la zona rosa (cita: 285), a los locutores clasistas de los estúpidos concursos de belleza (cita: 286). Algo cambiaremos, si nos burlamos de los patéticos

aficionados del box (cita: 284) y de los politiqueros junkies de la Figura-del-poder-en-turno (cita: 287) y de las zonas donde se divierte la Pretensión mexicana (cita: 280). Algo favorable puede pasar, si nos mofamos de la estupidez juvenil mediante la parodización de Diarios Intimos (cita: 283). O si hacemos burla y parodia de los radionovelones tercermundistas, (cita: 279), o bien, si reconstruimos hiperparódicamente el Nuevo Testamento (citas: 281, 282). Y si nada cambia, al menos nos habremos divertido criticando (aunque en el fondo, todavía confiamos en el humor mesiánico, similar al que VL nos ha ofrecido).

279. [De la Novela radial El derecho de llorar:] El actor que interpreta a don Rafael del Junco se presenta en las oficinas de la CMQ para pedir... ¡un aumento de sueldo! (golpe musical). / Actor (petulante).— [...] He decidido, caballero, no continuar trabajando si no me pagan el doble (pausa expectante). Usted sabe que no pueden prescindir de mí porque el público ya conoce perfectamente mi voz... No puede prescindir de mí, je, je (rosa sarcástica) [...] Pero el señor Maestre grita ¡No... nunca! (ruidos de pasos que se alejan, portazo) y cuando el señor Caignet se entera de lo ocurrido, corre a su habitación, corrige un par de episodios y sorpresivamente victima con un ataque de apoplejía a don Rafael del Junco. Durante cerca de ¡cien capítulos! el abuelo se debate entre la vida y la muerte, sin pronunciar palabra, emitiendo tan sólo ruidos guturales ininteligibles. [...] Actor (sumiso, derrotado).— Está bien, ustedes ganan, caballeros; retiro mi petición... Acepto el mismo sueldo que tenía./ Y don Rafael del Junco (¡Gracias, virgen de la Caridad del Cobre!) recobra el habla, la salud, pide perdón a su hija, pide perdón a su nieto, pide perdón a mamá Dolores... [CIII: 205-06].

280. [La zona rosa:] Hace ocho o nueve años, a lo sumo, nació en ese lugar de la ciudad de México 'La zona del arte, de la elegancia y del buen gusto'. Así la bautizaron, como perfume de París. Su padre, un nuevo rico comerciante, quería verla crecer sofisticada, importante, 'igualita' al Greenwich Village de Nueva York, al Russian Hill de San Francisco... Le impusieron una manera de ser copiada del extranjero y el traje le quedó grande, inapropiado. Pronto mostró el cobre y el sobrenombre se impuso: Zona Rosa. Demasiada ingenua para ser roja, pero demasiado frívola para ser blanca. Rosa; precisamente rosa [CIII: 148-49].

281. [Juan Bautista era muy mal hablado] / —¡Hijos de la chingada! —Les gritaba [a riquillos y explotadores] frente a oficinas públicas, en las plazas, en los atrios, en pleno mercado—. ¡Un día de éstos les va a llegar su hora, ya verán! / También la agarraba contra los humildes que no sabían sino quejarse: / —¡Bola de pendejos, defiéndanse, no se dejen explotar! [CII: 40].

282. [Pregunta el niño Jesús a su padre:] —¿Por qué hay ricos y por qué hay pobres? // [...] —Porque así es el mundo — contestó [José] / —Pues qué mundo tan pinche —dijo Jesucristo. / José Gómez giró rápidamente la cabeza: / —¿Dónde aprendiste esa palabra? —preguntó enojado. / Jesucristo dejó caer los ojos al suelo [CII: 40].

283. [Querido Diario...] Para consolarme (porque no pude evitarlo: me eché a llorar a lágrima tendida apenas terminó el programa) Toño me dijo que había leído que mi amor regresaría a México en cosa de dos o tres meses a cumplir nuevos contratos. Pero dos o tres meses son una eternidad, le dije a Toño. Y él me dijo que no era cierto, que se pasan muy rápido, que no lo tomara a lo trágico. Estuvo diciendo cosas así durante cerca de media hora, sin darse cuenta que sus palabras resultan inútiles para aliviar un dolor que se me encaja en el alma. Al fin se fue, cabizbajo y sin cenar (quién iba a tener humor para ponerse a preparar algo en esos momentos). Yo estaba desconsoladísima. No tenía ganas de hablar con nadie, mucho menos con Toño que es muy buena gente, sí, pero no comprende las penas del corazón. Pobre Toño, lo que pasa es que él nunca ha estado enamorado [CIII: 49].

284. [Sábado de box:] Hasta la sobrina del vejete está gritando. Hasta la mujer aquella de rinsaid, que se le había pasado muerta de frío y dejándose sobar por el calvo botijón —muy entrado en lo suyo— se levanta de la butaca, se olvida del calvo sobador y hay que ver cómo anima el Javier Solís, cómo le pide que acabe de una vez con Vilarino, cómo le exige que lo tumbe, que le parta la boca, que lo haga talco, que lo mate, desgraciado, cobarde, jijo de tu pelona, ¡Mátalo ya!, quiero verlo tieso; herido, fuera, se acabó [CIII: 238].

285. [Los juniors de la zona rosa:] Estacionan el MG en la calle, justo donde un disco lo prohíbe y a sabiendas de que más tarde se hará necesario discutir, nombrar genealogía e influencias y tratar de cohechar al vigilante y al motociclista [CIII: 152].

286. [Concurso de belleza:] Los locutores Pedro Ferriz y Paco Malgesto: hable y hable tonterías. A cada rato entrevistan a la Señorita 75, que está viendo morir su reinado y volar los 10,000 pesos mensuales que le regalaban por haber sido tan linda. / ¿Qué le gustaría ser —le preguntan de pronto a la Señorita 75—: la mujer más rica, una millonaria, o ser la mujer que más amistades ha logrado establecer? Algo así. / La Señorita 75 no lo duda un momento. Toda mona se inclina por la amistad compartida. Claro. Cómo no. / [...] Ella es mazateca —recuerda el locutor—, y es hija de lancheros. ¿De veras? ¿Hija de lancheros? Se abre un silencio expectante. [....] Si, pero esperen, oigan bien. Su familia es dueña de un gran negocio de lanchas de motor. Ah, menos mal —suspira aliviada la concurrencia—. Menos mal. Y el locutor ríe de su chiste. ¡Qué susto se llevaron camaradas! Je je [CIII: 221].

287. [Último mitin de Echeverría:] Justo el coro está cantando el Caminante del Mayab. Desde un balcón lo dirige —y con qué entusiasmo, con qué fibra— un hombre de camisa blanca que casi se tira de cabeza, desde el balcón hasta el Zócalo, en su empeño por dar volumen a sus pupilos cantores. / 'Caminaaaante, que vaaaaas —y el tipo sacude los brazos, con qué entusiasmo, caray— por los camiiiiinooooos... por loooooooos viejos camiiiinoooos...'/ El coro canta, y cuando termina cada canción el propio coro se aplaude sacudiendo al aire unos ramitos que suenan como cascabeles [...y] que hacen sonreír de satisfacción al director del coro que se ha comportado, la verdad, muy requetebién./ También los policías tienen su banda ahí [...] y también le suenan duro a las canciones muy nuestras en ésta que desea ser, a toda costa, una gran fiesta nacional [CIII: 146-47].

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