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CONFIANZA Y COOPERACIÓN EN AUSENCIA DEL ESTADO

TRUST AND COOPERATION WITHOUT THE STATE

FRANCISCO HERREROS VÁZQUEZ

Unidad de Políticas Comparadas (CSIC). Madrid. España Herreros@ceacs.march.es herreros@iesam.csic.es

R

ESUMEN

Normalmente se considera, tanto en la literatura sobre confianza como en la de capital social, que la confianza es un componente clave para la cooperación. En este artículo se analiza si la confianza puede promover la cooperación en ausencia de las instituciones del Estado. La conclusión es que en ese entorno el individuo no puede formar expectativas bien fundamentadas acerca de lo dignos de confianza que son los demás y, por ello, la cooperación es poco probable.

P

ALABRAS

C

LAVE

A

DICIONALES

Dilema de seguridad, Guerra Civil, Grupos Cerrados, Violencia.

A

BSTRACT

It is usually considered, both in the social capital literature and the literature about trust, that interpersonal trust is a key element in social cooperation. In this article it is analyzed whether trust can foster cooperation in the absence of the State. It is concluded that in this situation it is not possible to form well-grounded expectations about other people’s trustworthiness, and, threfore, cooperation is not very likely.

A

DDITIONAL

K

EYWORDS

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I

NTRODUCCIÓN

La idea de que la cooperación varía con el nivel existente de confianza es algo general-mente aceptado. Aunque la cooperación, de hecho, puede ser el producto de factores institucionales muy diversos al margen de la confianza (Cook, Hardin y Levi, 2005), lo cierto es que los análisis acerca de la confianza en ciencia política y sociología, y especialmente a partir del auge de los estudios sobre capital social, consideran nor-malmente como un hecho más allá de toda duda que la confianza mutua es una de las bases de la cooperación (Kydd, 2000a: 400, 413; Burt y Knez, 1995: 258; Hayashi, Ostrom , Walker y Yamagishi, 1999: 29; Uslaner, 1999: 215, 2000: 20; Lorenz, 1988: 201; Gambetta, 1988: 216, 219; Putnam, 1993: 167, 2000: 288; Sztompka, 1999: 105; Fukuyama, 1998: 22-23; Hall, 1999: 418), o bien que la ausencia de cooperación se explica en gran media por la desconfianza (Levi, 2000: 8; Leibenstein, 1987; Rothstein, 2000: 479; Welch, 2004: 34).

En muchas ocasiones, el papel de la confianza en la cooperación se asume como un sobreentendido, sin extenderse en cuáles son los mecanismos de esa relación. Análisis algo más detallados se refieren al papel de la confianza en la solución, por ejemplo, de dilemas del prisionero. Sabemos que si el juego de dilema del prisionero es iterado infinita-mente (o si no se sabe cuando será la ronda final), se puede alcanzar un equilibrio basado en estrategias de cooperación condicional, como tit-for-tat1, siempre que los jugadores

valoren suficientemente el futuro. Una cuestión interesante que podríamos plantear en torno a este equilibrio cooperativo de dilema del prisionero iterado basado en estrategias condicionales sería si la adopción de estrategias como tit-for-tat depende de creencias previas de los jugadores sobre el comportamiento de los demás, o si esa estrategia podría adoptarse sin ninguna precondición de ese tipo. Si realmente pudiera argumentarse que esas creencias previas sobre las preferencias de los demás son necesarias para lograr una combinación de estrategias tit-for-tat, o grim trigger, entonces podríamos introducir la confianza en la solución cooperativa del dilema del prisionero. No obstante, de acuerdo con Axelrod (1986: 164-165, 172), los requisitos para que prospere la cooperación son exclusivamente que esté fundada en la reciprocidad y que la “sombra del futuro” sea lo suficientemente grande para hacer estable esa reciprocidad, lo cual supondría que en realidad no es necesaria la confianza mutua. Varios autores que consideran que la confianza es esencial para solucionar un dilema del prisionero probablemente estén pen-sando, simplemente, que la misma adopción de estrategias de cooperación condicional es un ejemplo de confianza (es el caso, seguramente, de Seligman 1997: 82, o de Lahno, 1995). Una forma más precisa de introducir la confianza en la solución cooperativa del dilema del prisionero iterado es considerando que hay incertidumbre acerca de si el otro jugador es lo suficientemente paciente para llevar a cabo una estrategia cooperadora

1Tit-for-tat, traducido en ocasiones como “toma y daca” supone empezar cooperando y luego hacer lo

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(Kydd, 2000a). En las soluciones cooperativas habituales al dilema del prisionero iterado, como la de Axelrod, se asume que los pagos de cada jugador son common knowledge. Si hay incertidumbre sobre si el otro jugador va a cooperar o no, quizá la confianza pueda desempeñar un papel para alcanzar un resultado cooperativo: sólo si ambos jugadores confían en la voluntad cooperativa del otro se alcanzará una combinación de estrategias como tit-for-tat.

En juegos de coordinación en los cuales los jugadores se enfrentan a incertidumbre acerca de cuáles sean las preferencias del otro, es posible que la confianza tenga un papel más claro. Si se confía en que el otro tiene preferencias cooperativas, será más fácil la cooperación entre ambos jugadores. Por supuesto, la cooperación puede establecerse igualmente si interviene un agente externo que impone la solución cooperativa. Ese agente puede ser el Estado, que, en su función de garante de acuerdos privados, ha sido presentado como un factor importante en la cooperación. La confianza y la intervención del Estado serían por tanto medios distintos para conseguir un mismo fin: la cooperación. Otra forma de ver la relación entre ambos es la de que, para lograr que haya confianza entre los ciudadanos, se necesita de un Estado que garantice el cumplimiento de los acuerdos privados. Esto ha sido defendido, entre otros, por Levi (1998), Rothstein (2000, 2001), Guseva y Rona-Tas (2001), Heimer (2001), Darley (2004) y Ogilvie (2004). Finalmente, se puede considerar que la ausencia del Estado es lo que permite que se desarrolle la confianza; es decir, que hay un efecto crowding-out del Estado sobre la confianza. Uslaner (2002: 45, 47), por ejemplo, argumenta que la confianza no se ve favorecida por hacer que la gente respete las leyes: lo más que se promueve en este caso es alguna forma de “confianza estratégica”. Según Ullman-Margalit (2004: 65), en las sociedades modernas el Estado es un sustituto de la confianza: la supervisión por parte del Estado del cumplimiento de acuerdos privados no genera confianza, sino que más bien libera a la sociedad de la necesidad de confianza. En el mismo sentido, Murnighan et al. (2004) han argumentado recientemente que la supervisión externa del cumplimiento de contratos privados de hecho socava la confianza mutua entre las partes de un acuerdo. Finalmente, Torsvik (2000: 460) afirma que el concepto de confianza es incompatible con la presencia de una tercera parte que supervise el cumplimiento de acuerdos. Todas estas visiones sobre la relación entre el Estado y la confianza tienen implicaciones para el papel de la confianza en la cooperación. Los que consideran que la confianza puede funcionar sin el Estado, o que incluso necesitaría la ausencia del Estado para poder funcionar, considerarán que si la confianza tiene un papel en la solución de problemas de acción colectiva, será sin necesidad de que intervenga el Estado. Por el contrario, los que piensan que el Estado es una precondición para el desarrollo de confianza interpersonal considerarán que sin Estado no es posible que se desarrollen relaciones de confianza y, por tanto, no puede haber en ningún caso cooperación.

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mutua cooperación (especialmente si una de las partes coopera unilateralmente y no recibe una respuesta recíproca), en entornos donde en general no se cuenta con la “sombra del futuro” para propiciar la cooperación y donde las instituciones formales del Estado, fuente asimismo de cooperación, han colapsado o se han debilitado considerablemente. Se trata de lo que en la literatura de relaciones internacionales y en la reciente literatura sobre guerras civiles se denominan “dilemas de seguridad”. Me ocuparé de cómo puede desarrollarse confianza en estos casos y si la confianza puede favorecer la cooperación o, por el contrario, puede ser un obstáculo para alcanzar un resultado cooperativo. El interés del estudio del papel de la confianza en estos dilemas de seguridad está en analizar hasta qué punto la confianza es un sustituto de las instituciones formales del Estado en la búsqueda de cooperación o si realmente no puede haber confianza, y por añadidura cooperación, si no existe un agente externo que garantice en última instancia el cumplimiento de los acuerdos.

C

ONFIANZAYCOOPERACIÓNENDILEMASDESEGURIDAD

Antes de proseguir, convendría probablemente definir el concepto de confianza que se va a emplear en este trabajo. Emplearé la definición de Russell Hardin de confianza como “interés encapsulado”. Según Hardin (2002: 3) “confío en ti porque tu interés encapsula el mío, lo que quiere decir que tienes un interés en ser fiel a la confianza que he depositado en ti”. La confianza, por tanto, sería una expectativa racional. No podría estar basada en ningún tipo de fe ciega en la benevolencia del depositario de la confianza, sino más bien en la creencia de que los intereses del que confía (por la razón que sea) están encapsu-lados en los del depositario de la confianza. Otras definiciones de confianza, como por ejemplo la noción de Uslaner (2002) de “confianza moral”, es decir, la creencia de que otros comparten nuestros valores morales fundamentales, o el concepto de Mansbridge (1999: 135) de “confianza altruista” como actitudes positivas a favor de otros y de la comunidad más amplia, parece que están más relacionados con ser digno de confianza que con confiar. Sin duda se puede confiar en alguien que comparte los valores asociados con esas nociones de confianza altruista o moral, pero es más difícil pensar que esos valores morales sean una base adecuada sobre la cual formar unos juicios plausibles acerca de lo dignos de confianza que son los demás.

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las preferencias de los jugadores, el primero de los equilibrios sería óptimo de Pareto. Si el dilema de seguridad se reduce a esto, probablemente no habría ninguna necesidad de confianza. Dado que uno de los dos equilibrios es eficiente (el de mutuo desarme), y que la información es completa, bastaría la mutua comunicación para coordinarse en ese equilibrio (Taylor, 1987: 39). No obstante, los dilemas de seguridad normalmente se producen en entornos de incertidumbre, por lo que la solución cooperativa es, en realidad, difícil de alcanzar.

Los dilemas de seguridad se han aplicado ampliamente al campo de las relaciones internacionales, especialmente en muchas explicaciones del conflicto internacional. La guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética ha sido uno de los campos privile-giados de la aplicación de este modelo. En cierto sentido, el modelo asume que hay un cierto malentendido entre los dos contendientes que les impide alcanzar una solución cooperativa. La desconfianza y el miedo tendrían un papel importante en estos dilemas de seguridad y, en el caso de dos Estados enfrentados, como las superpotencias durante la guerra fría, es normal que se produzcan estos temores, dado que a menudo las intencio-nes del rival son extremadamente difíciles de discernir. Más recientemente, el dilema de seguridad ha sido aplicado a la explicación del inicio y la terminación de guerras civiles, como la de Somalia o la de las antiguas repúblicas yugoslavas, o de genocidios como el de Ruanda.

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L

OSDILEMASDESEGURIDADENAUSENCIADEL

E

STADO

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en cada una de las partes la creencia de que la otra parte estaba dispuesta a realizar un ataque preventivo (Royle, 2004: 155).

Esto supone que, en estas situaciones, normalmente no sólo no se puede contar con la sombra del futuro para que los individuos adopten estrategias de cooperación condicional, sino que probablemente el pasado tampoco sea muy útil para establecer creencias acerca del comportamiento de los demás. Las nuevas circunstancias previas al inicio de una guerra civil donde el Estado ha quebrado o se ha debilitado considera-blemente hacen que las creencias acerca de las preferencias de los demás puedan no resultar especialmente útiles, dado que ahora los incentivos (especialmente para ataques preventivos) son otros. Un ejemplo ilustrativo de ello es el de la pequeña población polaca de Jedwabne. En julio de 1941, alrededor de 1.600 de sus habitantes, más o menos la mitad de la población, fueron asesinados por la otra mitad. Las víctimas eran la casi totalidad de los judíos de Jedwabne. Los ocupantes nazis no tuvieron nada que ver en la matanza, ni como instigadores ni como coautores. No cabe duda de que gran parte de la población católica del pueblo polaco era antisemita con anterioridad a la matanza, pero lo cierto es que ambas poblaciones habían convivido normalmente hasta entonces. Los asesinos eran los vecinos de las víctimas, sus clientes, sus viejos compañeros de la escuela y en ocasiones incluso sus amigos (Gross, 2002). El colapso del Estado polaco tras la ocupación alemana probablemente tenga algo que ver con un episodio tan salvaje. El episodio, en realidad, no es muy diferente, sólo que a una escala mucho menor, del genocidio de Ruanda en 1994. En este caso, igualmente, vecinos que habían convivido pacíficamente durante décadas se convirtieron de la noche a la mañana en víctimas y verdugos. En algunos casos extremos, incluso, maridos hutus mataron a sus mujeres tutsis (Gourevich, 1999). En el caso de Ruanda, el asesinato del presidente Habyarimana el 6 de abril de 1994 y el vacío de poder en el Estado ruandés causado tanto por ese asesinato como por el avance de la guerrilla del RPF fue lo que facilitó a los políticos radicales del “poder hutu” la puesta en marcha del genocidio (Jones, 1999).

Esta situación, en la que el juego no tiene un horizonte temporal amplio y donde el pasado puede ser poco informativo para inferir las preferencias y las creencias de los otros jugadores, dificulta que la solución sea cooperativa. ¿Cuál sería el papel de la confianza? Claramente, en este caso creencias previas acerca de preferencias de los demás, es decir, confianza, pueden ser importantes para un equilibrio cooperativo. Sin embargo, es poco probable que la confianza sin más ofrezca una salida cooperativa. Supongamos el siguiente juego simple. Hay dos jugadores, A y B. A tiene que decidir si coopera con B, lo que en este caso puede ser, por ejemplo, renunciar a armarse hasta los dientes. Si decide cooperar con B, este puede a su vez cooperar, renunciando asimismo a armarse, o, por el contrario, armarse y lanzar un ataque preventivo contra A. Los pagos de A son b en el caso de que decida cooperar con B y éste responda favorablemente y

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suficien-temente desconfiado para interpretar la decisión de A de desarmarse como un engaño (al fin y al cabo, ¿quién le asegura que A no esconde más armas debajo de la cama?). Los diferentes tipos del jugador B están determinados por el valor que otorga a que A coopere con él, es decir, al valor que otorga a que A decida renunciar a armarse. Este valor, vb , está uniformemente distribuido en [0, 1]. Si A renuncia a armarse y el jugador B le traiciona y decide armarse, obtiene un pago de a, pero en el caso de que decida responder favorablemente a la postura de A y renuncie a su vez a armarse, su valor será

vb, el valor que otorga a la postura cooperativa de A. La probabilidad de que vba es 1-a.2 En este caso, B decidirá no armarse. Por tanto, A sólo renunciará a armarse si sus creencias previas acerca del tipo de B son Pr (vba) = 1-a, siempre que b ≥ 0. En esas

creencias previas puede sustanciarse el papel que desempeña la confianza en alcanzar un resultado cooperativo en este caso. No obstante, no está claro que este resultado sea realmente interesante. ¿De dónde provienen las creencias previas que el jugador A se ha formado sobre B? El jugador A debería tener alguna base para pensar que el jugador B va a tener en cuenta el interés de A. Normalmente la sombra del futuro debería resultar suficiente, pero en este caso sabemos que por desgracia no está disponible. El problema es que tampoco podemos contar con el pasado. Normalmente, un vecino judío del pueblo polaco de Jedwabne podría formar una creencia aproximada de quién de sus vecinos gentiles era digno de confianza y quién no, a partir de las experiencias de décadas de convivencia pacífica en esa comunidad. Sin embargo, en la mañana del 10 de julio de 1941, justo antes de que se produjese la masacre, la mayor parte de los judíos de Jedwabne probablemente pensasen que sus experiencias pasadas ya no eran muy útiles a la hora de saber en quién confiar. Naturalmente, a pesar de ello el jugador A, en este caso un infeliz vecino judío de Jedwabne en julio de 1941 o un campesino tutsi en el verano de 1994 podría, a pesar de todo, pensar que Pr (vb

a) = 1-a, es decir, podría confiar en su carnicero de toda la vida o en su vecino hutu de habilidad demostrada en el empleo del machete. Esas expectativas podrían basarse quizá en una fe ciega en la bondad del género humano, algo que normalmente se incluye en la definición de “confianza social” en la literatura de capital social. O bien podría formar sus ideas acerca de lo dignos de confianza que son sus vecinos proyectando en ellos las ideas que tiene sobre sí mismo (Macy y Skvoretz, 1998). Pero si el papel de la confianza se reduce a eso, no parece que sea una herramienta muy útil para la cooperación. Dada esa forma de construir las creencias previas acerca de lo dignos de confianza que son los demás, lo más probable es que el resultado no sea un acuerdo de vivir y dejar vivir, sino más bien que la parte que confía sea aniquilada por la depositaria de la confianza. El problema es que, en realidad, no parece haber muchas alternativas. En una situación en la que el Estado y con él muchas de las herramientas cotidianas para formar expectativas desaparecen, los problemas para formar unas expectativas de confianza lo suficientemente bien fundamentadas como para

2 Dado que v

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que lleven a una mutua cooperación son especialmente agudos. En esas circunstancias, tanto individuos con preferencias pacificadoras como individuos con preferencias más, digamos, depredadoras, tienen incentivos para comportarse de la misma manera. Los que tienen preferencias depredadoras decidirán, obviamente, armarse y atacar, mientras que aquéllos cuya primera preferencia fuera alcanzar un equilibrio cooperativo, pueden no obstante tener incentivos para lanzar un ataque preventivo, ya que, a su vez, están sometidos a incertidumbre acerca de a qué adversario se enfrentan. Ésta es la limitación a la formación de expectativas plausibles derivada del problema de que el pasado deja de tener la relevancia que normalmente tendría en una situación de normalidad. La segunda limitación se deriva de que la sombra del futuro normalmente tampoco está disponible. En estas circunstancias, a menudo hay que establecer estimaciones apresu-radas acerca de lo digno de confianza que es el vecino. Entre el asesinato del presidente Habyarimana en Ruanda la mañana del 6 de abril de 1994 y el comienzo repentino del genocidio apenas pasaron unas horas. En esas circunstancias, no hay tiempo para que los actores se observen mutuamente y lleguen a una estimación más o menos plausible de cuáles de sus vecinos son dignos de confianza. Aquéllos que tengan preferencias depredadoras aprovecharán el colapso del Estado para actuar rápidamente, mientras que los que preferirían pacificar, podrían no obstante lanzar rápidos ataques preventivos para evitar que el vecino se les adelante. Por ello, lo normal es que la evaluación de lo digno de confianza que es el vecino se realice empleando atajos informativos. En el caso del colapso del Estado yugoslavo, y en medio de una rapidísima escalada de violencia entre serbios y croatas en 1991, los serbios asumieron simplemente que los croatas actuarían tan brutalmente como lo hicieron durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que los croatas asumieron que los serbios intentarían una vez más establecer una Gran Serbia (Walter, 1999a).

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cooperación en estas circunstancias mediante la transformación del dilema de seguridad en un juego de señales.

Por lo tanto, hasta el momento hemos visto que, en ausencia de un Estado que garan-tice el cumplimiento de acuerdos, o que impida el ejercicio de violencia privada, facilitando de esta manera la cooperación, la confianza no parece jugar un papel importante como sustituto en el objetivo de lograr cooperación. No obstante, hay un argumento posible que desarrollo a continuación acerca de cómo la confianza puede generar cooperación. Este argumento se relaciona con el papel de la confianza en la cooperación en el seno de grupos cerrados.

C

ONFIANZAYCOOPERACIÓNENGRUPOSCERRADOS

Uno de los problemas para que surja la confianza una vez que el Estado ha colapsado es, como hemos visto, que no hay bases para el desarrollo de creencias bien fundamentadas acerca de lo dignos de confianza que son los demás. En ausencia tanto de la sombra del futuro como de la del pasado no hay realmente una forma de determinar si una persona que anteriormente era digna de confianza lo puede seguir siendo. Una posible excepción a esta regla, no obstante, son los grupos cerrados que se mantienen a pesar de que el Estado colapse. En estos grupos la presencia del Estado puede no ser muy importante, porque es esperable que sus miembros valoren lo suficientemente el futuro para que la cooperación sea un equilibrio que se mantenga por sí mismo. La confianza tiene en este caso una base lo suficientemente sólida para desarrollarse. En el momento en que el Estado colapsa, es normal que estas comunidades actúen como un punto focal para la cooperación entre sus miembros, incluso para individuos que hasta ese momento no habían estado muy vinculados a sus comunidades. En el caso de la comunidad judía de Jedwabne, aunque de hecho el colapso del Estado polaco tras la ocupación alemana podía generar incertidumbre acerca del comportamiento de sus vecinos católicos, es menos probable que modificase las expectativas sobre sus vecinos judíos. En este caso, la confianza sí podía ser una base para la cooperación. Sin embargo, esto no es garantía de que se alcance un equilibrio cooperativo más amplio. En realidad, la presencia de esta forma de confianza dentro de grupos más o menos cerrados podía ser un obstáculo para el desarrollo de una amplia cooperación a lo largo de la sociedad o, más concretamente, para evitar el estallido de la violencia.

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allá de las fronteras del grupo y, en casos extremos, puede contribuir a desarrollar una epistemología un tanto demencial acerca de lo dignos de confianza que son aquéllos que no pertenecen al grupo.

Aunque este argumento tiene su interés, su aplicación a nuestro caso es limitada. En ausencia de Estado, las dificultades para realizar una apreciación certera sobre lo dignos de confianza que son los demás son ya muy severas. En todo caso, esto supondría un obstáculo aún mayor para lograr el desarrollo de confianza a un nivel amplio.

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si A se ha organizado (pero no lo digno de confianza que es A), y decide si armarse o no. Finalmente, el grupo A decide a su vez si realiza un ataque contra B o no.

Los pagos del grupo B son los siguientes: a si A no le ataca, b si un grupo A no organizado le ataca y B ha tomado la precaución de armarse, c en el caso de que una vez que se ha armado, sea atacado por un A organizado, o bien si no se ha armado y se ve atacado por un grupo A no organizado (en ambos casos se da una situación de guerra de desgaste sin ganadores y perdedores claros) y -d si un A organizado le ataca y no está armado. Esto supone que este jugador prefiere que se establezca un modus vivendi en el que cada uno vive y deja vivir, pero si ese equilibrio no es posible, prefiere armarse y ser atacado por un jugador A que no esté organizado, porque en ese caso tendría más probabilidades de imponerse. A continuación prefiere una situación en la que ambos grupos, armados y organizados, se enfrentan en lo que podría derivar en una guerra de desgaste, mientras que su peor resultado es aquel en el que está desarmado y es atacado por un jugador A

organizado.

Los pagos del grupo A digno de confianza son estos a en el caso de que no ataque a B,

[image:13.547.73.410.371.602.2]

b en caso de que se organice y ataque a un grupo B que no se ha armado, c si se organiza y ataca a un grupo B armado o no se organiza y ataca a un grupo B desarmado y -d si no se organiza y ataca a un grupo B armado. En el caso de que A no sea digno de confianza, es decir, si sus intenciones son más bien agresivas, entonces obtendrá a si se organiza y ataca a un grupo B desarmado, b si se organiza y ataca a un grupo B armado o no se organiza

Figura 1.

Confianza y ataques preventivos.

c, c Atacar A a, a Armarse No

B Atacar b, -d q N A a, a No

Atacar b, c

1-q Armarse A No c, a Organizarse B Atacar a, -d

No A

A No c, a A Atacar -d, b No Armarse No a, a

B Atacar c, c q No A No

a, a 1-q Armarse A -d, b B No c, a No Atacar b, c A

c, a No

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y ataca a un grupo B desarmado, c si no ataca y -d si no se organiza y ataca a un grupo B

armado. Por lo tanto, el jugador digno de confianza tiene unas preferencias similares a B, mientras que el que no es digno de confianza prefiere organizarse y atacar a un adversario desarmado, frente a un escenario de guerra de desgaste o, lo que es peor, una situación en la que, sin haberse organizado previamente, ataca a un adversario armado.

De la estructura del juego se deduce que ambos tipos de jugador A tienen una estra-tegia dominante. Para el jugador A digno de confianza, no organizarse y no atacar es una estrategia dominante, y para el que no es digno de confianza, la estrategia dominante es organizarse y atacar. Teniendo en cuenta estas estrategias dominantes, el jugador B

puede actualizar sus creencias acerca del jugador A. Si observa que el jugador A se ha organizado, será una señal clara de que se trata de un jugador que no es digno de con-fianza y, por tanto, B decidirá armarse. Si observa que el jugador A no se ha organizado, asumirá que es digno de confianza, en cuyo caso será indiferente entre armarse y no armare.3 En este juego, organizarse o no organizarse es una señal que el grupo A lanza al grupo B para indicarle que es digno de confianza.

Un problema de este equilibrio es que se basa en la asunción de que el jugador A

está más o menos seguro de las intenciones pacíficas del grupo B. Es decir, el jugador A

digno de confianza sabe que B actuará a la recíproca si le manda las señales pacíficas adecuadas. Por tanto, la construcción de cooperación a partir de señales depende de una situación que no sea completamente incierta. Al menos uno de los grupos debe tener una seguridad razonable de que el otro es digno de confianza. En este caso, una señal pacificadora puede funcionar. El jugador que está convencido de las buenas intenciones del otro puede lanzar señales para convencer al otro a su vez de sus buenas intenciones. No organizarse es una señal muy creíble en este caso. Estrategias del tipo “cortar los puentes” o “quemar los barcos”, al suponer compromisos previos que excluyen posibles acciones definitivamente, son aún más creíbles (Hirshleifer, 2001). No obstante, en un entorno de completa incertidumbre, esas estrategias resultarían demasiado arriesgadas. Pueden serlo porque dejen al grupo que las adopta inerme ante un ataque de otro grupo. O bien empiezan a dejar de ser plausibles a medida que el conflicto va en aumento. En el caso de Ruanda, por ejemplo, los hutus más liberales, contrarios al genocidio y favorables a un entendimiento con los tutsis, acabaron en muchos casos uniéndose a las matanzas, precisamente porque a medida que las matanzas aumentaban, los puentes de entendimiento entre los grupos parecían definitivamente rotos, y las posibilidades de que un posible triunfo de la guerrilla tutsi llevase a un ajuste de cuentas generalizado con los hutus aumentaban. En esas condiciones, y a partir de un determinado punto, hasta los hutus mas moderados eran contrarios a una derrota de los defensores del “Poder Hutu”.

Otra posibilidad en el caso de total incertidumbre es construir puentes paso a paso mediante pequeñas concesiones graduales que no pongan en peligro la propia seguri-dad pero que señalen al otro intenciones pacíficas. El problema en este caso es que en

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ausencia del Estado, las limitaciones temporales para la cooperación son especialmente severas. Parece, por lo tanto, problemático que la confianza pueda ser construida a partir de señales, lanzadas intencionalmente o no, por uno de los jugadores. Solamente es posible, como hemos visto en nuestro juego, cuando uno al menos de los jugadores tiene un conocimiento cierto de que el otro es digno de confianza. Esto no es sorprendente, dadas las limitaciones de tiempo para establecer juicios bien fundamentados sobre lo dignos de confianza que son los demás, la poca fiabilidad de la información pasada y la imposibilidad de repetir el juego.

C

ONCLUSIONES

¿Qué posibilidades hay de que la confianza actúe como sustituto de las instituciones del Estado en la consecución de cooperación? Probablemente más bien pocas. En reali-dad, es posible que las instituciones no sean un sustituto de la confianza, como afirman varios autores, sino, en muchas ocasiones, una precondición para que surjan relaciones de confianza. Sin esas instituciones, la confianza o bien no puede desarrollarse o bien se desarrolla sólo en comunidades cerradas, lo cual puede a su vez ser la base para el fracaso de la cooperación en un nivel más amplio. En las condiciones de incertidumbre acerca de las preferencias de los demás que se derivan del colapso del Estado, las posi-bilidades de alcanzar cooperación dependen, por ejemplo, de que al menos una de las partes tenga certidumbre acerca de las preferencias pacíficas de la otra parte. En este caso, podrá construirse cooperación mediante el lanzamiento de señales creíbles acerca de las intenciones pacíficas de los jugadores.

No es sorprendente, a la luz de todo lo anterior, que una de las soluciones aporta-das por la literatura sobre guerras civiles para evitar el conflicto o para salir de él sea la intervención de un agente externo (McGillivray y Smith, 2000; Walter, 1999b), ya sean las Naciones Unidas, la OTAN o los Estados Unidos. Este agente externo actuaría como garantía de los acuerdos alcanzados o como fuente de información para cada una de las partes acerca de lo digno de confianza que es la otra. La alternativa al colapso del Estado no parece ser la confianza, por lo tanto, sino más bien algo así como otro Estado.

APÉNDICE

Siendo p(B/armarse) la probabilidad de que el jugador B se arme, los pagos esperados para A digno de confianza son:

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UE (No organizarse/ No atacar) = a (4)

Por su parte, los pagos esperados de A no digno de confianza:

UE (Organizarse/Atacar) = p (B/armarse) (b) + (1-p(B/armarse)) (a) (5) UE (Organizarse/No tacar) = c (6) UE (No organizarse/Atacar) = p (B/armarse) (-d) + (1-p(B/armarse)) (b) (7) UE (No organizarse/No atacar) = c (8)

A partir de (1) (2) (3) y (4), claramente No organizarse, No atacar es la estrategia domi-nante del jugador A digno de confianza. A partir de (5) (6) (7) y (8), Organizarse, Atacar es la estrategia dominante del jugador A no digno de confianza. Dadas estas dos estra-tegias dominantes, si el jugador B observa que el jugador A no se ha organizado, será indiferente entre armarse y no armarse, y si observa que el jugador A se ha organizado, decidirá armarse.

R

EFERENCIAS

B

IBLIOGRÁFICAS

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Figura 1.

Referencias

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