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Historia de La Lengua Espanola

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Academic year: 2021

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(1)

ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA PRERROMANA

EL LATÍN EN HISPANIA

EL ESPAÑOL ARCAICO

CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMITIVOS ROMANCES PENINSULARES

LA ÉPOCA VISIGODA

LA ÉPOCA ALFONSÍ Y LOS INICIOS DE LA PROSA CASTELLANA

LA INVASIÓN ÁRABE

EL SIGLO XV

LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS S. XVI-XVII

EL ESPAÑOL EN AMÉRICA

HACIA LA NORMA DEL ESPAÑOL MODERNO

EL SIGLO XIX

SIGLO XX Y PERSPECTIVAS PARA EL SIGLO XXI

HISTORIA

DE LA

LENGUA

ESPAÑOLA

(2)

http://www.cervantesvirtual.com/seccion/lengua

Índice

ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA PRERROMANA.

Xose A. Padilla García

3

EL LATÍN EN HISPANIA: LA ROMANIZACIÓN DE LA PENÍNSULA

IBÉRICA. EL LATÍN VULGAR. PARTICULARIDADES DEL LATÍN

HISPÁNICO.

Jorge Fernández Jaén

13

EL ESPAÑOL ARCAICO. LA APARICIÓN DE LA LITERATURA ROMANCE.

JUGLARÍA Y CLERECÍA

Miguel Ángel Mora Sánchez

18

CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMITIVOS ROMANCES PENINSULARES.

SURGIMIENTO Y EXPANSIÓN DEL ROMANCE CASTELLANO.

Jaime Climent de Benito

27

LA ÉPOCA VISIGODA

Susana Rodríguez Rosique

33

LA ÉPOCA ALFONSÍ Y LOS INICIOS DE LA PROSA CASTELLANA

Herminia Provencio Garrigós, José Joaquín Martínez Egido (coaut.)

39

LA INVASIÓN ÁRABE. LOS ÁRABES Y EL ELEMENTO ÁRABE EN

ESPAÑOL

Elena Toro Lillo

48

EL SIGLO XV. LA TRANSICIÓN DEL ESPAÑOL MEDIEVAL AL

CLÁSICO

Elisa Barrajón López, Belén Alvarado Ortega (coaut.)

55

LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS: EL SIGLO XVI.

Santiago Roca Marín

60

LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS: EL SIGLO XVII

José Antonio Candalija Reina, Francisco Ángel Reus Boyd-Swan

(coaut.)

65

EL ESPAÑOL EN AMÉRICA: DE LA CONQUISTA A LA ÉPOCA

COLONIAL

Carmen Marimón Llorca

73

HACIA LA NORMA DEL ESPAÑOL MODERNO.

LA LABOR REGULADORA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA.

Dolores Azorín Fernández

82

EL SIGLO XIX.

M.ª Antonia Martínez Linares, M.ª Isabel Santamaría Pérez

(coaut.)

88

EL SIGLO XX Y PERSPECTIVAS PARA EL SIGLO XXI

(3)

ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA

PRERROMANA

Xose A. Padilla García

Abstract

This paper looks at the linguistic situation in the Iberian Peninsula before the arrival of the Romans. According to the epigraphic remains and to the classical sources (such as Strabo, Plinius, Polybe, Diodore or Titus-Livius), we can characterize that situation as pluri-linguistic. Before the indo-european invasions (XI-V b. C.), a group of languages whose origin can not be totally established were spoken. Afterwards, there was a coexistence between indo-european (such as Celtiberian or Lusitanian) and non indo-european (such as Iberian or Basque) languages. Some of them left written remains in four different alphabets, connected to those Phoenician and Greek. All these languages finally disappeared, except for Basque.

1. Introducción

Quizás el primer aspecto que debemos señalar sobre la situación lingüística de la Hispania prerromana es que, como señalaron las fuentes clásicas (Estrabón, Herodoto, Polibio, etc.), no se hablaba una única lengua sino varias. La forma más general de clasificar estas lenguas es establecer dos criterios básicos: de un lado, el origen de sus hablantes; de otro, la familia lingüística. Según el origen de sus hablantes, se diferencia entre lenguas autóctonas y lenguas de colonización; y según la familia, se habla de lenguas indoeuropeas y no indoeuropeas. El primer criterio separa, por ejemplo, las lenguas fenicia y griega de las lenguas celtibérica e ibérica; y el segundo criterio, la primera lengua autóctona de la segunda. En realidad, como indica de Hoz (1983: 353), la división entre lenguas autóctonas y de colonización es un poco artificial, pues, los fenicios llevaban en la P. I. desde el siglo IX a. C. y los griegos desde el siglo VIII a. C., por lo tanto, en cierto modo, a la llegada de los romanos (s. III a. C.), podrían considerarse tan autóctonos como los iberos, o al menos como los celtas, que llegan en oleadas sucesivas desde los siglos IX al V a. C.

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El segundo aspecto importante tiene que ver con la diferencia entre lenguas y escrituras. En realidad, el repaso de las lenguas prerromanas peninsulares es el estudio de los restos epigráficos (bronces, exvotos, monedas, plomos, vasijas, etc.) que se escriben en varios alfabetos durante un periodo dilatado en el tiempo y en el espacio. Por lo tanto, toda afirmación que hagamos sobre las lenguas realmente habladas es una hipótesis, más o menos cercana a la realidad, que se fundamenta en lo escrito, sea por los habitantes originarios de la P. I., sea por fenicios, griegos y romanos.

2. Indoeuropeos y no indoeuropeos

Basándose en la composición morfológica de los topónimos (-briga e iltir-, ciudad), Humboldt y más tarde Untermann (1875-1980) dividieron la P. I. en dos zonas: la indoeuropea y no indoeuropea, y esta división se mantiene hasta ahora, no sin discusión. La Hispania no indoeuropea a grandes rasgos queda al sudeste (gran parte de Andalucía, Murcia, País Valenciano y Cataluña), penetrando hacia al interior y llegando hasta el sur de Francia; la zona indoeuropea ocuparía el resto. No hemos de pensar, sin embargo, que haya una frontera estricta entre las dos zonas, pues la P. I. estaba poblada por un conjunto de pueblos muy numeroso (astures, cántabros, celtiberos, ceretanos, edetanos, ilergetes, lacetanos, vacceos, vascones, etc.) y tenemos pocos datos para adjudicarlos de forma definitiva a una determinada familia

lingüística. En el norte peninsular, en una zona que comprendería la actual Navarra, parte del País Vasco y terrenos colindantes, con una frontera pirenaica no muy claramente delimitada, se hablaba la lengua vasca, aunque seguramente era tan parecida al euskera actual como el castellano lo es al latín coetáneo.

Gráfico (1)

Mapa de los pueblos prerromanos de la P. I. (reformado a partir de del Rincón, 1985:7)

3. Las escrituras peninsulares

Las escrituras autóctonas llegan en su origen del Mediterráneo, y si repasamos mentalmente el mapa que hemos trazado, es lógico que esto sea así, pues al oeste sólo estaban el mar y las Islas Británicas (en donde la escritura es muy posterior). Esto explica que sean los iberos los que trasmitan su escritura a los celtiberos, pueblo indoeuropeo fronterizo con su territorio; y que los lusitanos, pueblo también indoeuropeo pero precelta, sólo escriban su lengua en el siglo II a. C., y ya en caracteres latinos.

Existen diversas teorías sobre el número de lenguas y escrituras prerromanas (véase de Tovar, 1980; de Hoz, 1983; Siles, 1976, 1985; etc.), y, hasta el momento, a pesar de los intentos de varios autores (véase Gómez-Moreno, 1949; Maluquer de Motes, 1968; de Hoz, 1983; Siles, 1985; Román del Cerro, 1990), no hemos podido traducir ninguna (a excepción de parte del celtibero). Podría decirse que en este sentido estamos todavía en una fase similar, salvando las distancias, a la del alumno de ruso que sabe leer el alfabeto cirílico pero no tiene idea de lo que significan las palabras. Es normal que esto sea así, porque los restos que poseemos son pocos y fragmentarios.

El nacimiento de las escrituras peninsulares está estrechamente relacionado con importantes hechos históricos acontecidos en el mundo antiguo, por lo tanto, antes de seguir adelante, debemos detenernos brevemente en el contexto histórico de este

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periodo para describir más claramente las circunstancias que rodearon la llegada de la escritura a la Península.

3.1. La escritura y el comercio

Las grandes potencias de la época (fenicios y griegos, primero; púnicos y romanos, después) arribaron a las costas de la Península para obtener materias primas (principalmente oro y plata) y mercenarios para sus contiendas. Este hecho determinó que los primeros documentos hispánicos que se conservan fueran en realidad inscripciones foráneas escritas en babilónico y egipcio (jeroglíficos) en objetos traídos por los fenicios. La inscripción más antigua señalada por Estrabón en el Templo de Melkart en Gadir (Cádiz) se remontaría nada menos al siglo XI a. C. (véase Guadán, 1985: 27). Que la escritura hispánica fue importada por estos colonos parece estar fuera de toda duda. Un dato importante, como indica Guadán (1985: 27), es que no hemos hallado en la P. I. (al menos hasta la fecha) las etapas primitivas de la escritura que se encuentran en otros lugares, como un estadio pictográfico primitivo o una escritura jeroglífica propia (véase Goldwasser, 2005). La escritura nace, pues, como consecuencia del contacto entre los nativos y los comerciantes. Las tribus preindoeuropeas peninsulares debieron de aprender los primeros signos en estos intercambios, y, pronto, los utilizaron de forma generalizada, como muestran los documentos encontrados. El propósito de esta primera escritura pudo ser anotar albaranes derivados de las transacciones comerciales, pero es posible proponer también que su origen -complementario del anterior- fuera mágico o religioso.

Gráfico (2)

Plomo de Jàtova (Valencia) (tomado de Guadán, 1985)

3. 2. Los alfabetos autóctonos

Del contacto entre comerciantes y nativos surgió, pues, un alfabeto que se adaptó a las lenguas de los pueblos prehispánicos. Aunque las muestras de escritura peninsular son de fecha muy temprana, no debemos pensar, sin embargo, en un único alfabeto común y normalizado, sino en fases sucesivas -a veces simultáneas- que muestran una importante evolución.

Partiendo de los trabajos de de Hoz (1983), Guadán (1985), Siles (1976, 1985), etc., podemos señalar cuatro escrituras que, dependiendo del investigador, reciben nombres diferentes:

a. Escritura del sudoeste,

b. Escritura meridional (o del sureste o tartésica o bastulo-turdetana), c. Escritura greco-ibérica (o jónica),

d. Escritura ibérica (o nororiental o ibérica valenciana o ibérica propiamente dicha).

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Ocupa el territorio que va desde la cuenca baja del Guadalquivir a la desembocadura del río Sado (Huelva, Medellín, el Algarve portugués, etc.). Esta región, por su gran riqueza minera, fue uno de los primeros focos de atención para los fenicios, por lo tanto, es lógico pensar que en esta zona se produjeran las primeras muestras escritas peninsulares. La nueva escritura está atestiguada, según de Hoz (1983: 359), en los siglos VIII o VII a. C., sin embargo, los documentos epigráficos son bastante pobres.

3.2.2. Escritura meridional

La escritura meridional es retrógrada (se escribe de derecha a izquierda) y no sabemos exactamente qué lengua anota. La zona corresponde en parte con la famosa Tartessos del rey Argantonio (véase Libro de los Reyes I, 10, 21-23; Crónicas II, 20: 36-37; o Ezequiel 27:12 y 38:13). Su antigüedad explica la utilización de formas arcaicas del alfabeto fenicio que más tarde desaparecen. Este signario lo encontramos, principalmente, en estelas funerarias.

3.2.3. Escritura greco-ibérica

La escritura greco-ibérica se escribe de izquierda a derecha. Surge de las relaciones de los pobladores indígenas con los comerciantes griegos. Su cronología es del siglo IV a. C. Se trata de un alfabeto creado para escribir textos ibéricos partiendo de una alfabeto greco-jónico. El primer hallazgo se produjo en un plomo de Alcoi (Alicante). Transcribe la lengua ibérica (o al menos, un dialecto de ella).

3.2.4. Escritura ibérica

La escritura ibérica se escribe también de izquierda a derecha y anota la lengua ibérica (probablemente, la misma que la anterior) o sus diferentes dialectos. Según Siles (1976, 1985), la escritura ibérica clásica (o nororiental) surge, básicamente, de la fusión de la escritura meridional y la escritura greco-ibérica. El alfabeto ibérico utiliza 28 signos (véase gráfico 3) de los cuales son silábicos tres grupos (las consonantes oclusivas sonoras y sordas). Por las fechas que manejamos (siglo VI o V a. C.) sería un anacronismo pensar que este alfabeto es un semisilabario (mezcla de alfabeto y silabario) propiamente dicho, es más adecuado considerar que era una adaptación artificial (véase Guadán, 1985: 27), creada para ahorrar trabajo al artesano (algo parecido a lo que sucede hoy con el lenguaje de los móviles, en el que usamos «bs» por «besos»). Aunque este alfabeto toma los signos de los alfabetos púnico y griego, su valor en el alfabeto ibero es muy distinto (véase de Hoz, 1983: 372). La lengua que transcribe se extiende desde Andalucía oriental hasta la Galia narbonense (desde la cuenca mediterránea hasta el río Herault en el Languedoc). Esta escritura se utilizó también para anotar las lenguas celtibera, gala y ligur.

3.3. ¿Cómo se relacionan las escrituras peninsulares entre

sí?

Como hemos señalado anteriormente, todas las escrituras prerromanas hispánicas proceden de alfabetos foráneos. La escritura del suroeste y la meridional parecen ser una adaptación de la escritura fenicia (o púnica), y las escrituras greco-ibérica e ibérica propiamente dicha proceden del alfabeto griego primitivo con influencia fenicia (véase Siles, 1976, 1985; o de Hoz, 1983). Podemos ver la comparación que de las mismas hace de Hoz (1983:373) en el siguiente gráfico:

Gráfico (3)

fenicia / meridional || meridional / ibérica Escrituras prerromanas (tomados de de Hoz, 1983: 373)

En realidad, las diferentes escrituras ibéricas pueden considerarse como un conjunto de etapas en orden cronológico de las cuales la escritura ibérica valenciana es su desarrollo final. No obstante, no debemos pensar en formas de escritura completamente diferenciadas (véase gráfico 3), sino en un mundo mucho menos definido que el nuestro en el que la escritura, como el resto de las costumbres en general, eran permeables a muchas influencias. Recordemos, además, que la mayor parte de los restos encontrados (figuras, lápidas, téseras, vasijas) tienen como soporte la piedra y el metal (plomo o

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bronce), y que, por lo tanto, es normal que los signos no estuviesen completamente normalizados y que fluctuasen incluso en manos de un mismo artesano.

3.4. En qué mundo nació la escritura ibérica

Aventurar lo que sucedió en una época tan lejana a la nuestra partiendo de datos dispersos es un poco arriesgado, pero, las informaciones que poseemos apuntan a que la expansión de la escritura ibérica, y de la lengua que notaba, sucedió tras la decadencia de la cultura tartésica (véase Taradell, 1985). En ese periodo de crecimiento económico, cultural y demográfico del mundo ibérico, la escritura de los iberos no sólo se extendió hacia el norte y hacia el sur, sino que fue adoptada, como hemos dicho, por pueblos indoeuropeos vecinos como los celtiberos, que la conservaron hasta el siglo I a. C. (véase de Hoz, 1983: 367). Los contactos de los iberos con el mundo griego de las colonias de Rhodes y Emporión (> Ampurias y Rodes) explican una cierta helenización ibérica posterior, tanto en la escritura como en el arte, no obstante, como afirma Tarradell (1985:8), la cultura ibera presenta personalidad suficiente para que cualquiera de sus productos pueda ser identificado con facilidad. Los siglos V a III a. C. son, además, la cumbre del arte ibérico (véase Blázquez, 1985; o Tarradell, Rafel y Tarradell, 1985) y en esas fechas se datan, por ejemplo, las damas de Baza (Granada) y Elche (Alicante) o el conocido guerrero de Moixent (Valencia).

Gráfico (6)

Dama de Elche (Alicante) (tomado de Tarradell, 1985)

A parte del florecimiento cultural autóctono postartésico, las condiciones políticas posteriores y las luchas entre romanos y cartagineses (las guerras púnicas), ayudaron a la expansión de la escritura y cultura ibéricas en sus últimos siglos de vigencia (véase Tarradell, 1985: 8).

Partiendo de las fuentes clásicas (véase Blázquez, 1961; Jacob, 1988; Wagner, 1999), sabemos que los romanos desembarcaron en las costas ibéricas en el siglo III a. C. con el pretexto de ayudar a Sagunto, ciudad que se encontraba bajo la fides de Roma. La excusa que dan los romanos para la acción bélica es que los púnicos habían invadido su zona de influencia, señalada por el río Iberus, que servía de frontera (el Tratado del Ebro de 226 a. C.). El nombre de este río ha sido identificado por los historiadores como el río Ebro, partiendo de las reglas evolutivas del castellano (véase

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Jacob, 1988). Ahora bien, si tenemos en cuenta la posición geográfica que ocupa el río Ebro actual y el lugar en el que se sitúa Sagunto (la Arse ibérica), llegaremos a la conclusión de que o bien la excusa de los romanos no era tal excusa, o bien el río o la ciudad saguntina han cambiado de sitio. En este sentido, Carcopino (1953) señala que el error no está en la geografía, sino en la traducción de Iberus por Ebro. Es cierto que la forma latina Iberus produce evolutivamente Ebro, pero Iberus no era el nombre del río, tal y como hoy lo conocemos, sino la palabra ibérica para río, para cualquier río (lo apoyan, por ejemplo, el ibar/ibai o ría/río del euskera actual). Así, pues, como señala Carcopino (1953), o más tarde Jacob (1988), Iberus no es el río Ebro, sino un río importante, el cual, si tenemos en cuenta la situación de Sagunto, deberíamos hacer coincidir con el río Júcar o incluso el Segura. Esto justificaría que los romanos acudieran a ayudar a los saguntinos, pero también la expansión posterior de los iberos en el periodo anterior a la presión cultural romana. La II guerra púnica o guerra de Anibal (218 a. C.), que tiene como resultado el triunfo romano (delenda est Carthago), dejaría a los iberos, aliados de Roma, un terreno propicio a su expansión, y ello explica que la cultura, la escritura y la lengua ibéricas alcanzasen tan extraordinario desarrollo.

4. ¿Qué lenguas anotan estas escrituras?

La existencia de varias notaciones, a las que debemos sumar algunas variantes y/o etapas diferentes, nos podría llevar a pensar que nos encontramos ante dos o tres lenguas distintas; pero de nuevo no hay acuerdo entre los especialistas (véase de Hoz, 1983; Siles, 1985; Guadán, 1985).

La escritura meridional, que se escribe de derecha a izquierda (como el fenicio), y que desaparece relativamente pronto, parece señalar una lengua no indoeuropea que algunos han hecho coincidir con la lengua de la antigua Tartessos (la supuesta Tarsis bíblica). Las escrituras greco-ibérica e ibérica (con sus variantes) parecen anotar una nueva lengua, también no indoeuropea, a la que se denomina tradicionalmente ibérico. Las similitudes -cuando las hay- apuntan al vocabulario, pero esto no hace más que aumentar las dudas, pues el vocabulario es la parte más permeable de la lengua a las influencias extranjeras.

4.1. ¿Cuál es el origen de la lengua ibérica?

Estrabón (XI, 2, 19) llamó a toda la Península 'Ibhria (Hiberia) porque sus habitantes (en este caso los pueblos de la zona mediterránea) tenían una cierta semejanza con los habitantes de una zona del Cáucaso (actual Georgia) del mismo nombre. Todo ello, como ha demostrado brillantemente Domínguez Monedero (1983), es un error en el que convergen los mitos y los conocimientos geográficos que los griegos tenían en ese momento del mundo conocido. Independientemente de lo anterior, esta conexión casual o anecdótica ha dado pie a relacionar el ibero con las lenguas caucásicas y más tarde con las lenguas camíticas (como el bereber actual) o con la lengua vasca. Más allá de los datos que nos proporcionan las fuentes clásicas o de la misma leyenda, lo que sí está claro es que de momento los textos notados en escritura ibérica no pueden traducirse utilizando ninguna lengua actual.

Gráfico (7)

Plomo de Alcoi (s. VI a. C.) según la lectura de Gómez-Moreno (1925) (en Sanchis Guarner, 1985)

[Irike or'ti garokan dadula bask/ buistiner' bagarok

sssxc turlbai/ lura legusegik baSerokeiunbaida/ urke

baSbidirbar'tin irike baSer/ okar' tebind begalasikaur

iSbin/ ai aSgandiS tagiSkarok binike/ bin salir' kidei

gaibigait

Ar'nai/ SakariSker

IunStir' salir'g baSistir Sabadi/ dar bir'inar gurs

boistingisdid/ Sesgersduran SeSdirgadedin/ Seraikala

naltinge bidudedin ildu/ niraenai bekor Sebagediran]

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A pesar de las dificultades, autores como Siles (1976) o de Hoz (1983) proponen traducciones viables para ciertas palabras y elementos morfosintácticos. Una inscripción como iltirbikis-en seltar-Yi, atestiguada en una lápida ibérica de Cabanes (Valencia), podría traducirse, según de Hoz (1983: 385 y ss.), como «yo soy la tumba de Iltirbikis» por comparación con lo aparecido en muchas otras inscripciones. De Hoz, siguiendo los principios de la tipología lingüística, propone, además, que el orden de palabras del ibero sería SOV (sujeto+objeto+verbo), con lo cual tendríamos una hipotética coincidencia con el vasco que también es SOV (véase Padilla, 2005: 44). Siles (1976: 24), por su parte, estudia la composición nominal de la onomástica ibérica y atribuye los sufijos -nin y -eton al femenino. Conocemos, pues, algunas palabras (seltar, tumba;

salir, plata; etc.) y podemos deducir algunos elementos morfológicos -sken, -etar, -ite,

-ko, etc.), pero los verbos y el léxico en general son todavía un misterio.

4.1.2. El vasco-iberismo

La tesis más polémica de todas las que se manejan sobre la filiación del ibero es la que lo emparenta con el vasco. Según Tovar (1980), la palabra ibero procede del hidrónimo iberus flumen (río ibero > río Ebro) que se explica, como veíamos antes, a partir del vasco ibar (ría, estuario) o ibai (río). El apelativo ibar en boca de los marineros y comerciantes jonios pudo convertirse en iberus (> ibero, río) y los habitantes de la zona en iberos, que podríamos traducir algo así como «los del río». Hoy en día existe el apellido vasco Ibarra o Iborra con idéntico significado.

Este tipo de coincidencias y muchas otras ya propiamente intralingüísticas, como que ambas lenguas compartan una fonética parecida (por ejemplo, las cinco vocales), que topónimos valencianos actuales puedan ser explicados acudiendo a la lengua vasca (Arriola de harri, piedra; Ibi de ibi, vado; Ondara de ondar, arena; Sorita de zuri, blanco, etc.), o que ambas tengan el mismo orden de palabras (SOV), llevó a varios investigadores a proponer no sólo su parentesco, sino su equivalencia: el vasco y el ibero serían la misma lengua.

Esta hipótesis ha sido fuertemente criticada, sin embargo, si combinamos informaciones lingüísticas, geográficas e históricas, no es tan descabellada como algunos pretenden hacer ver. Los datos que tenemos sobre los movimientos de poblaciones en el periodo conocido como de los Campos de Urnas (urnenfelder) nos señalan que la indoeuropeización de la P. I. se produjo entre los siglos XI a V a. C. (véase Fullola, 1985 o Cavalli-Sforza, 1998). Las fuentes clásicas (Estrabón, Livio, Plinio, Diodoro, Polibio, etc.) indican, por su parte, una distribución de las poblaciones prerromanas en la que los vascones están aislados en terrero aparentemente indoeuropeo (véase Domínguez Monedero, 1983: 219). Y el análisis de los datos

lingüísticos, por último, permite afirmar, como hemos visto, que entre el ibero (o los dialectos que lo forman) y el vasco actual hay ciertas semejanzas de familia. Combinando todos estos factores, es posible proponer que, antes de la indoeuropeización de la Península, pudo haber continuidad (al menos isoglósica) entre las lenguas que ocupaban la zona pirenaico-mediterránea, en la que incluiríamos el tartesio, el ibero (o sus dialectos), el vasco, y otras lenguas y dialectos de los que no tenemos noticias. Esto no significaría, por supuesto, uniformidad lingüística (una sola lengua), pero sí, como decimos, una posible relación de familia.

4.2. El ibero como koiné

No faltan tampoco los autores que consideran que el ibérico no es una lengua en el sentido estricto del término, sino una koiné (oral o escrita) utilizada por los comerciantes (no sólo iberos sino también fenicios y griegos) como forma de intercambio en una zona muy rica en materias primas y un fuerte crecimiento político-cultural (véase Guadán, 1985). Esta interpretación en realidad no invalida las anteriores, pues, no habla de la filiación lingüística sino del uso real. El ibero, o el conjunto de dialectos a los que llamamos ibero, sería una especie de lingua franca que, manteniendo su carácter independiente, bebería de varias fuentes, especialmente, en el léxico.

4.3. Las lenguas indoeuropeas peninsulares

La situación de las lenguas indoeuropeas es en apariencia menos interesante que la de sus vecinas, entre otras cosas, porque sólo dos (el celtibero y el lusitano) dejaron testimonios escritos y ninguna de ellas creó una escritura propia.

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Las lenguas indoeuropeas peninsulares entroncan con las vecinas lenguas del continente europeo. Según el mapa que hemos trazado en el apartado 2, la zona indoeuropea corresponde a varios pueblos llegados a través de los Pirineos cuyos asentamientos o ciudades utilizaban el sufijo -briga (ciudad) en una primera etapa y -dunum/-acum (fortaleza) en una segunda (véase Fullola, 1985:30). Los pueblos indoeuropeos no tenían unidad lingüística, y podemos pensar por su número y por el vasto territorio que ocupaban (dos terceras partes de la P. I.) que o bien hablaban lenguas distintas, pero relacionadas entre sí, o bien había gran diversidad dialectal. Como hemos dicho, sólo el celtíbero y el lusitano dejaron documentos escritos. Del estudio de estos documentos se deduce que eran dos lenguas distintas.

Por lo que respecta a la escritura, el lusitano se escribió en el siglo II a. C. y utilizó para ello el alfabeto latino; el celtibero, por el contrario, se empezó a escribir ya antes de la llegada de los romanos y empleó el alfabeto ibérico (véase de Hoz, 1983: 374). Los documentos celtiberos escritos en ibérico llegan hasta el siglo I a. C., por lo tanto, los celtiberos siguieron utilizando el alfabeto ibérico incluso cuando los iberos ya habían dejado de usarlo por la presión cultural romana (época de Augusto). Se deduce de todo ello que los celtiberos, aunque fuesen una nación autónoma (situada más o menos en el Aragón central actual), estuvieron fuertemente influidos por los iberos, que tenían una cultura más rica y prestigiosa.

El estudio de los bronces celtiberos (por ejemplo, el de Botorrita, Zaragoza) nos muestra, por otra parte, una lengua céltica muy antigua, diferente de la lengua gala y emparentada al parecer con las lenguas célticas de las Islas Británicas e Irlanda. Los últimos documentos escritos en lengua celtibera utilizan ya caracteres latinos.

5. ¿Qué queda de todo aquello en el español del

siglo XXI?

Los restos del mundo prerromano prevalecen todavía en las actuales lenguas peninsulares, aunque su importancia sea relativa. Dejando de lado la pervivencia del vasco o euskera actual, que es el único resto lingüístico de la Hispania prerromana, es posible rastrear, sin embargo, ciertos rasgos en el castellano, que es la lengua que ahora nos ocupa, vinculables con todas estas lenguas que hemos analizado.

5.1. El sustrato ibérico

Desde un punto de vista fonético, el castellano comparte con el vasco y con el ibero la existencia de cinco vocales /a, e, i, o, u/, y con este rasgo se diferencia de las restantes lenguas románicas (excepto el sardo). Si observamos las consonantes del ibero y las comparamos con las del castellano actual (véase gráfico 3), tampoco encontraremos muchas diferencias, aunque en este caso la evolución castellana es independiente de la influencia ibérica.

Por lo que respecta a la morfología, se suele afirmar (véase Lapesa, 1981; Cano Aguilar, 1988; Martínez y Echenique, 2000; etc.) que sufijos como -arro (-urro, -erro) o -ieco, -ueco, -asco (que no tienen equivalente latino) deberían ser influencia del sustrato ibérico. Los encontramos en palabras como: baturro, calentorra, mazueco,

muñeca, peñasco, ventisca, etc.

Por último, el ibero o sus parientes se dejan sentir aparentemente en el léxico y la toponimia. Son palabras no indoeuropeas prerromanas: arroyo, conejo, charco,

galápago, garrapata, gusano, perro, silo, toca, zarza, y muchas otras que no tienen una

ubicación clara. Encontramos, además, numerosos topónimos de origen ibero que hoy conservamos latinizados: Acci (> Guadix), Basti (> Baza), Dertosa (> Tortosa), Gerunda (> Girona), Ilici (> Elche). También se habla del posible origen ibero(-vasco) del apellido García (<Garseitz) o Blasco, Velásquez y Velasco (con sufijo ibérico -asco) (véase Sanchis Guarner, 1985).

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5.2. El sustrato indoeuropeo

Desde un punto de vista fonético, se afirma que la sonorización en castellano de las consonantes oclusivas sordas latinas intervocálicas (VITA> vida) se debe al sustrato céltico y al fenómeno conocido como la lenición consonántica, que es propio de estas lenguas, aunque no todos los autores coinciden en esta interpretación (véase Martínez Alcalde y Echenique, 2000).

El sustrato indoeuropeo prerrománico también se observa en la morfología, pues se atribuyen a estas lenguas (véase Lapesa, 1981 o Cano Aguilar, 1988) los sufijos -aiko o -aeko que dan como resultado el español -iego, en palabras como andariego,

mujeriego, palaciego, etc.

Y lo mismo sucede con el léxico, en donde volvemos a encontrar tanto voces comunes como topónimos. Incluiríamos aquí palabras como abedul, álamo, baranda,

basca, berro, bota, braga, busto, cantiga, estancar, gancho, garza, greña, puerco, tarugo, toro, virar, etc. Hay topónimos como Segovia (de seg- victoria), Segorbe (de

Segóbriga y a su vez de -briga, ciudad), Lobra, Obra, Zobra (con la variante -bra), Alobre y Pezobre (con -bre), etc.

6. Conclusiones

Como hemos podido comprobar, las escrituras y lenguas prerromanas abren todavía hoy un mundo tan interesante como inexplorado. A pesar de las contribuciones de autores tan relevantes como Caro Baroja, de Hoz, Fletcher, Gómez-Moreno, Hübner, Humboldt, Maluquer de Motes, Michelena, Siles y muchos otros, el estudio de la epigrafía hispánica prerromana depende aún de que el destino ponga en manos de los investigadores la piedra Rosetta ibérica. Hasta entonces, el campo de operaciones es tan amplio que requiere de la colaboración de ciencias auxiliares tan distintas como la arqueología, la epigrafía, la numismática, la historia antigua, la historia de las religiones, la onomástica, la hidronimia y, cómo no, la lingüística. Éste es, pues, el camino que se impone recorrer para conseguir desbrozar en el futuro los enigmas de este importante periodo de la historia lingüística hispánica.

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7. Bibliografía

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EL LATÍN EN HISPANIA: LA ROMANIZACIÓN

DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. EL LATÍN

VULGAR. PARTICULARIDADES DEL LATÍN

HISPÁNICO

Jorge Fernández Jaén

1. La Romanización de la Península Ibérica

El Imperio Romano fue, sin duda, el mayor imperio del mundo antiguo. Se fue creando poco a poco a partir de la expansión de su capital, Roma, y pretendió conquistar todo el mundo conocido, es decir, todos los países próximos al Mar Mediterráneo, llamado mare nostrum por los antiguos romanos. Así, en su momento de máxima expansión durante el reinado de Trajano, el Imperio Romano se extendía desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sáhara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia (actual Escocia), en Gran Bretaña, al norte. En consecuencia, recibe el nombre de romanización el proceso a través del cual el Imperio Romano fue conquistando, sometiendo e integrando a su sistema político, lingüístico y social a todos los pueblos y territorios que fue encontrando a su paso. El fenómeno de la romanización es de una importancia histórica absolutamente fundamental puesto que gracias a él un amplio territorio de la antigua Europa pudo compartir una misma base social, cultural, administrativa y lingüística.

Por lo que se refiere a la conquista y romanización de la Península Ibérica, ésta se inició en el año 218. a. C., al iniciarse la segunda guerra púnica con el desembarco de los Escipiones en Emporion (hoy Ampurias, en la provincia de Gerona). Desde el mismo instante en que los romanos se introdujeron en la península, empezaron a sucederse las conquistas. Así, por ejemplo, hacia el 209 a. C. Cornelio Escipión tomó la ciudad de Cartago Nova y poco después Gadir, antigua colonia fenicia, cayó en manos romanas en el año a. C. No obstante, el proceso de conquista de Hispania no fue rápido debido a la resistencia que opusieron algunos de los lugares conquistados; por ello, la colonización de toda la península duró dos siglos ya que sólo finalizó de modo definitivo en el año 19 a. C. (época de Augusto) con el sometimiento al norte de cántabros y astures. Puede considerarse que la romanización determinó y fijó el destino de Hispania, destino dudoso hasta entonces debido a las entrecortadas influencias oriental, helénica, celta y africana que había tenido.

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La romanización hispánica se produjo con una base social distinta de la que se había partido para conquistar territorios más próximos a Roma. A la Península Ibérica llegan colonos, soldados, comerciantes de todo tipo, funcionarios de la administración, arrendatarios e incluso gentes de baja estima social, lo que evidentemente condicionó el latín hablado en esta nueva provincia romana. Roma también llevó a cabo un reajuste de tipo administrativo de las antiguas provincias Citerior y Ulterior (que habían sido creadas en el año 197 a. C., cuando las autoridades romanas dividen el territorio hispano y lo consideran, definitivamente, una parte más del imperio); así, una parte de la Ulterior quedó anexionada por la Citerior, que ahora se llamará Tarraconense (considerada provincia imperial). El resto de la Ulterior se subdividió en dos nuevas provincias; por un lado, la Baetica y por otro la Lusitania. Además, la organización social de Hispania refleja la misma estructura social que el resto del imperio (al menos en un primer momento); de este modo, la población (cives) se dividía en ciudadanía plena y libre (romani), ciudadanía con libertad limitada (latini), habitantes libres (incolae) sin derecho a ciudadanía, los libertos (liberti) y los esclavos (servi). Con el paso del tiempo y a medida que la romanización se fue asentando, los nativos fueron obteniendo progresivamente el derecho de ciudadanía, hasta que en el S. III d. C. (época de Caracalla) se generalizó este derecho para la totalidad de la población del Imperio. Naturalmente, en el momento en que una nueva zona era anexionada, se implantaba también en ella, además de la estructura social, la estructura militar, técnica, cultural, urbanística, agrícola y religiosa que había en Roma, lo que garantizaba la cohesión del imperio.

Por lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de los pueblos colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas) hay que decir que no fue un proceso agresivo ni forzado: bastó el peso de las circunstancias. Los habitantes colonizados vieron rápidamente las ventajas de hablar la misma lengua que los invasores puesto que de ese modo podían tener un acceso más eficaz a las nuevas leyes y estructuras culturales impuestas por la metrópoli. Además, los nuevos habitantes del Imperio sentían de forma casi unánime que la lengua latina era más rica y elevada que sus lenguas vernáculas, por lo que la situación de bilingüismo inicial acabó convirtiéndose en una diglosia que terminó por eliminar las lenguas prerromanas. Por tanto, fueron los hablantes mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, quienes decidieron sustituir sus lenguas maternas por el latín. No obstante, hubo en Hispania una excepción a este respecto, ya que los hablantes de la lengua vasca nunca dejaron de utilizarla, lo que permitió que sobreviviera, fenómeno de lealtad lingüística que se dio en varias partes del Imperio, como en Grecia, que nunca perdió el griego pese a su fuerte romanización.

En definitiva, la romanización dotó de una identidad estable a Hispania y la introdujo de lleno en un Imperio que había de ser decisivo en la evolución de la Historia de la Humanidad. Con el paso del tiempo, Hispania también aportó grandes beneficios

culturales al mundo latino, sobre todo en el campo de las letras. Así, tenemos retóricos de Hispania como Porcio Latrón, Marco Anneo Séneca y Quintiliano. También pertenecen a esta parte del Imperio escritores latinos tan importantes como Lucio Anneo Séneca, Lucano y Marcial, que escribieron obras muy relevantes en las que algunos críticos han visto los rasgos fundacionales del espíritu de la cultura y la literatura españolas.

2. El latín vulgar

¿Qué es el latín vulgar?

El latín, al igual que todas las demás lenguas, tenía variedades lingüísticas relacionadas con factores dialectales (variedades diatópicas), con factores socioculturales (variedades diastráticas), con factores históricos y evolutivos (variedades diacrónicas) y con factores relacionados con los distintos registros expresivos (variedades diafásicas); pues bien, el latín vulgar (también llamado latín

popular, latín familiar, latín cotidiano o latín nuevo) era la variante oral del latín, es

decir, el latín que utilizaban los romanos (fueran cultos, semicultos o analfabetos) en la calle, con la familia y, en general, en los contextos relajados. Se trata, por tanto, de un latín que se aleja del latín clásico y normativo debido a la espontaneidad y viveza que le otorga su naturaleza oral y cotidiana. Esta variante diafásica de la lengua latina es de vital importancia puesto que es de ella (y no del latín culto de la literatura y los registros formales) de donde van a proceder las lenguas romances o románicas, y más en concreto del latín vulgar del período tardío (S. II-VI).

A principios del S. XX, el gran filólogo D. Ramón Menéndez Pidal empezó a estudiar el latín vulgar guiado por la intuición de que debía ser en esa variante en la que se encontrasen las pautas para poder reconstruir y entender el origen del español y del resto de lenguas romances. Desde entonces, las investigaciones realizadas en el terreno de la Filología Románica han permitido entender mucho mejor el origen de estas lenguas. No obstante, un problema se plantea de inmediato: ¿cómo estudiar una variante lingüística que es oral y que se distancia mucho de las variantes escritas? ¿De dónde se puede extraer información? Los filólogos que se han ocupado de este asunto han sido capaces, con el tiempo, de hallar algunos materiales muy valiosos.

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Fuentes para el conocimiento del latín vulgar

Dado que el latín vulgar era oral y evanescente y que sólo se empleaba en contextos relajados, ¿de dónde podemos obtener información acerca de sus características? Es evidente que no existe ningún texto escrito en latín vulgar; a lo sumo, tenemos textos en los que se encuentran algunos vulgarismos dispersos, perdidos entre el estilo lujoso y cuidado que caracteriza a la literatura latina. No obstante, gracias a los vulgarismos que se pueden rescatar de algunas obras cultas (incluidos en ellas por razones muy variadas) y a algunos textos escritos por personas no demasiado cultivadas, la filología ha podido reunir un conjunto de materiales relativamente amplio. Veamos a continuación cuáles son las principales fuentes para conocer el latín vulgar.

a) Obras de gramáticos latinos. Son muchos los autores latinos que, en su afán de purismo, reprenden y denuncian determinadas pronunciaciones incorrectas. El primero de los autores que censuró estos errores fue Apio Claudio (hacia el 300 a. C.), seguido por muchos otros, como Virgilio Marón de Tolosa (S. VII) o el historiador lombardo Pablo Diácono (740-801). Con todo, las correcciones expresivas que señalan estos autores hay que tomarlas con prudencia, ya que muchas de ellas son arbitrarias e incluso abiertamente irreales. La obra más importante de este conjunto es, sin ninguna duda, el llamado Appendix Probi (¿S. IV a. C.?), llamado así porque se conserva en el mismo manuscrito que un tratado del gramático Probo. Es una especie de «gramática de errores» que cataloga y corrige 227 palabras y fórmulas tenidas por incorrectas, como por ejemplo las siguientes: vetulus non veclus, miles non milex, auris non oricla,

mensa non mesa, etc. Lo relevante es que gracias a este texto se ha podido constatar

que muchas palabras de las lenguas románicas han evolucionado a partir de la forma vulgar y no de la normativa.

b) Glosarios latinos. Se trata de vocabularios muy rudimentarios, generalmente monolingües, que traducen palabras y giros considerados como ajenos al uso de la época (glossae o lemmata) por expresiones más corrientes (interpretamenta). El más antiguo de ellos es el glosario de Verrius Flaccus, De verborum significatione, del tiempo de Tiberio, pero que sólo es conocido por un resumen de Pompeius Festus (¿S. III?). También es muy conocido el lexicógrafo latino Isidoro de Sevilla (hacia 570-636), autor de Origines sive etymologiae, obra en la que aparecen muchas noticias sobre el latín tardío y popular, tanto de España como de otros lugares. También pertenecen a este tipo de textos las famosas Glosas Emilianenses (de San Millán, provincia de Logroño, ¿mitad del S. X?) y las Glosas de Silos (Castilla, S. X), donde se encuentran voces como lueco (español luego) o sepat (español sepa, subjuntivo del verbo saber).

c) Inscripciones latinas. Las inscripciones son una fuente muy interesante para conocer variantes poco cuidadas del latín. Conservamos en la actualidad inscripciones muy variadas, en las que pueden leerse todo tipo de textos: dedicatorias a divinidades, proclamas públicas, anuncios privados, textos honoríficos, etc. La mayoría de ellas están grabadas, aunque también las hay pintadas e incluso trazadas a punzón.

d) Autores latinos antiguos, clásicos y de la «edad de plata» (desde la muerte de Augusto hasta el año 200). Son muchos los escritores romanos que reprodujeron en sus obras estilos descuidados o familiares. Por ejemplo, Cicerón solía utilizar en sus cartas personales muchas expresiones coloquiales como mi vetule (mi viejo). Por otro lado, muchos dramaturgos, como Plauto, ofrecen en sus obras diálogos llanos, propios de la gente del pueblo más iletrado. Lo mismo sucede cuando un autor relata alguna anécdota curiosa, sobre todo si el protagonista de la misma pertenece a una baja clase social (como se ve en las obras de Horacio, Juvenal, Persio o Marcial). Por último, merece una especial atención El satiricón (60 a. C.) de Petronio, especie de novela picaresca repleta de charlatanes vulgares y obscenos.

e) Tratados técnicos. En algunos textos técnicos se pueden apreciar ciertas imprecisiones expresivas. Por ejemplo, M. Vitrubio Polión escribió un tratado de arquitectura en tiempos de Augusto y pidió excusas por su escasa corrección lingüística. También son dignos de mención muchos autores de tratados de agricultura, como Catón el viejo, Varrón y Columela (bajo Tiberio y Claudio) que tienen, en general, pocos conocimientos gramaticales. Especialmente valiosas, a causa de su lengua repleta de elementos populares, son las obras técnicas de baja época, tales como la Mulomedicina

de Chironis, tratado de veterinaria de la segunda mitad del S. IV repleto de

vulgarismos.

f) Historias y crónicas a partir del S. VI. Se trata de obras toscas y sin pretensiones literarias, redactadas en un latín muy descuidado. Tenemos la Historia

Francorum, de Gregorio, obispo de Tours (538-594); el Chronicarum libri IV, de

Fredegarius (obra escrita en realidad por varios autores anónimos que relata la historia de los Francos); el Liber historiae Francorum, que se tiene por anónimo, aunque pudo ser compuesto por un monje de Saint-Denis en el 727; y, por fin, las compilaciones de historia gótica y universal de Alain Jordanès (S. VI), obra fundamental en su género.

g) Leyes, diplomas, cartas y formularios. La lengua de estos textos es híbrida y sorprendente, mezcla de elementos populares y reminiscencias literarias. Hay que recalcar que las cartas y diplomas originales tienen el mérito de estar desprovistos de correcciones que alteran los manuscritos de los textos literarios. En Galia se trata de documentos relativos a la corte de los reyes merovingios; en Italia son edictos y actas

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redactados bajo los reyes lombardos (S. VI-VII); en España, tales textos provienen de los reyes visigodos (S. VI-VII) y de los siglos siguientes.

h) Autores cristianos. Los cristianos de los primeros tiempos rechazaron decididamente el excesivo normativismo del latín clásico, lo que les llevó, en muchas ocasiones, a emplear un latín mucho más relajado en la redacción de sus textos. Así, este latín de los cristianos, sobre todo el de las antiguas versiones de la Biblia, estaba cuajado de expresiones y giros propios de la lengua popular, por un lado, y por otro de elementos griegos o semíticos tomados en préstamo o calcados. De hecho, los traductores de la Sagrada Escritura se preocupaban más de la inteligibilidad de la versión que del estilo, actitud utilitaria que justificaba emplear un latín desmañado siempre que fuera preciso. Fue S. Jerónimo quien, aun conservando numerosas expresiones populares, hizo una versión más pulida y literaria de la Biblia, conocida como la Vulgata. También se pueden encontrar muchos datos interesantes en la poesía cristiana del S. IV, en los himnos religiosos de la alta Edad Media (especialmente útiles para conocer detalles acerca de la pronunciación del latín de la época baja) o en las obras hagiográficas o de vida de santos, como las que escribió Gregorio de Tours, hombre más piadoso que literato.

i) Papiros y cartas personales. Se han encontrado también diversos papiros y textos epistolares pertenecientes a soldados residentes en las diversas provincias del Imperio que han resultado muy útiles para conocer rasgos del latín vulgar.

Gracias a todas estas fuentes, los filólogos han reunido muchos datos relativos a la forma del latín hablado en la época imperial. Sin embargo, los datos aislados no permiten obtener una visión global de cómo era el latín vulgar, por lo que, en última instancia, debe ser la gramática comparada de las lenguas romances la que revele cómo era ese latín hablado y cómo evolucionó. Hay que recordar que las lenguas evolucionadas a partir de la latina asumieron propiedades que ya se encontraban cifradas en las últimas etapas evolutivas del latín. Por ello, teniendo en cuenta cuáles son los principales rasgos de las lenguas romances (desde un punto de vista tipológico) y cuáles son las características del latín vulgar recuperadas gracias a las fuentes antes descritas, se puede reconstruir de un modo bastante fiable un modelo que explique cómo era el latín que sirvió de base para que surgieran las lenguas románicas.

Características del latín vulgar

El conocimiento del latín vulgar es imprescindible para poder explicar las características gramaticales de las diferentes lenguas romances. Es una tendencia general de todas las lenguas del mundo evolucionar siempre a partir de los usos más relajados y espontáneos y no a partir de los registros más cuidados y formales, vinculados casi siempre al terreno de la lengua escrita en general y literaria en particular. De hecho, son muchas las características de las lenguas romances que no tendrían explicación si no se conociera el latín vulgar, ya que se trata de rasgos que jamás hubieran podido surgir a partir del latín clásico tal y como lo conocemos. A continuación ofrecemos un listado con las características más importantes del latín vulgar.

a) Orden de palabras. La construcción clásica del latín admitía fácilmente los hipérbatos y transposiciones, por lo que era muy frecuente que entre dos términos ligados por relaciones semánticas o gramaticales se intercalaran otros. Por el contrario, el orden vulgar prefería situar juntas las palabras modificadas y las modificantes. Así, por ejemplo, Petronio aún ofrece oraciones como «alter matellam tenebat argenteam», aunque, tras un largo proceso, el hipérbaton desapareció de la lengua hablada.

b) Determinantes. En latín clásico los determinantes solían quedar en el interior de la frase, sin embargo, el latín vulgar propendía a una colocación en que las palabras se sucedieran con arreglo a una progresiva determinación, al tiempo que el período sintáctico se hacía menos extenso. Al final de la época imperial este nuevo orden se abría paso incluso en la lengua escrita, aunque permanecían restos del antiguo, sobre todo en las oraciones subordinadas.

c) Las declinaciones. El latín era una lengua causal, con cinco declinaciones, en la que las funciones sintácticas estaban determinadas por la morfología de cada palabra. Sin embargo, ya desde el latín arcaico se constata la desestima de este modelo y se advierte que empieza a ser reemplazado por un sistema de preposiciones. El latín vulgar propició de forma definitiva este nuevo modelo, y generó nuevas preposiciones, ya que las existentes hasta ese momento eran insuficientes para cubrir todas las necesidades gramaticales. Así, se crearon muchas preposiciones nuevas, fusionando muchas veces dos preposiciones que ya existían previamente, como es el caso de

detrás (de + trans), dentro (de + intro), etc. Además, la pérdida de las desinencias

causales provocó importantes transformaciones en el latín vulgar, simplificando los paradigmas léxicos hasta oponer únicamente una forma singular a otra forma plural, simplificación que fue adoptada por las lenguas romances. De hecho, sólo el francés y el occitano antiguo conservaron una declinación bicausal con formas distintas para el nominativo y el llamado caso oblicuo, declinación que desapareció antes del S. XV mediante la supresión de las formas de nominativo.

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d) El género. También se simplificó en latín vulgar la clasificación genérica; los sustantivos neutros pasaron a ser masculinos (tempus > tiempo) o femeninos (sagma > jalma), aunque también hubo muchas vacilaciones y ambigüedades, sobre todo para los sustantivos que terminaban en -e o en consonante (mare > el mar o la mar). También hay que señalar que muchos plurales neutros se hicieron femeninos singulares debido a su -a final (ligna > leña, folia > hoja), de ahí el valor de colectividad que todavía hoy mantienen en muchos contextos (la caída de la hoja).

e) Los comparativos. En latín clásico los comparativos en -ior y los superlativos en -issimus, -a, -um (que eran construcciones sintéticas) fueron desapareciendo en favor de las construcciones vulgares analíticas, construidas a partir de magis... qua (m). Sólo mucho más tarde, y por vía culta, se reintrodujo el superlativo en -ísimo, -a que aún perdura en la actualidad.

f) La deixis. La influencia del lenguaje coloquial, que prestaba mucha importancia al elemento deíctico o señalador, originó un profuso empleo de los demostrativos. Aumentó muy significativamente el número de demostrativos que acompañaban al sustantivo, sobre todo haciendo referencia (anafórica) a un elemento nombrado antes. En este empleo anafórico, el valor demostrativo de ille (o de ipse, en algunas regiones) se fue desdibujando para aplicarse también a todo sustantivo que se refiriese a seres u objetos consabidos; de este modo surgió el artículo definido (el, la, los, las, lo) inexistente en latín clásico y presente en todas las lenguas romances. A su vez, el numeral unus, empleado con el valor indefinido de alguno, cierto, extendió sus usos acompañando al sustantivo que designaba entes no mencionados antes, cuya entrada en el discurso suponía la introducción de información nueva; con este nuevo empleo de

unus surgió el artículo indefinido (un, una, unos, unas) que tampoco existía en latín

clásico.

g) La conjugación. Por lo que respecta a la conjugación verbal, en latín vulgar muchas formas desinenciales fueron sustituidas por perífrasis. Así, todas las formas simples de la voz pasiva fueron eliminadas, por lo que usos como amabatur o

aperiuntur fueron sustituidos por las formas amatus erat y se aperiunt. También se

fueron dejando de lado los futuros del tipo dicam o cantabo, mientras cundían para expresar este tiempo perífrasis del tipo cantare habeo y dicere habeo, origen de los futuros románicos. Por otra parte, también va a ser en latín vulgar donde surja un nuevo tiempo que no existía en latín clásico: el condicional. A partir de formas perifrásticas como cantare habebam se va a ir formando este nuevo tiempo, que pasará después a todas las lenguas románicas (cantaría).

h) Fonética. El latín vulgar experimenta diversos cambios fonéticos, muchos de los cuales van a ser decisivos para la formación de las lenguas románicas. En primer lugar,

se producen diversos cambios en el sistema acentual y en el vocalismo. El latín clásico tenía un ritmo cuantitativo-musical basado en la duración de las vocales y las sílabas; no obstante, a partir del S. III empieza a prevalecer el acento de intensidad, que es el esencial en las lenguas románicas. También se produjeron cambios muy importantes en las vocales, sobre todo en lo referente al timbre, debido a la paulatina desaparición de la cantidad (duración del sonido) vocálica como elemento diferenciador. Por lo que respecta a las consonantes, el latín tardío también experimentó cambios notables, como ciertos fenómenos de asimilación y algunos reajustes en el carácter sordo o sonoro de algunos sonidos.

i) El léxico. El vocabulario del latín vulgar olvidó muchos términos del latín clásico, con lo que se borraron diferencias de matiz que la lengua culta expresaba con palabras distintas. Así, grandis indicaba fundamentalmente tamaño en latín clásico, mientras que

magnus aludía a las cualidades morales; sin embargo, el latín vulgar sólo conservó grandis, empleándolo para los dos valores. Pero además de todos los reajustes léxicos,

el latín vulgar privilegió mucho el fenómeno de la derivación morfológica, por lo que empezaron a utilizarse muchos sufijos para expresar todo tipo de valores semánticos, como por ejemplo valores afectivos gracias a los diminutivos.

Como se puede ver, en los rasgos gramaticales del latín vulgar están presentes ya las principales señas de identidad de las lenguas románicas; en el S. VI, un latín fuertemente vulgarizado morirá como lengua (quedando sólo como herramienta culta para la ciencia) y de él empezarán a surgir variantes que, con el tiempo, se convertirán en las diferentes lenguas románicas. ¿Cómo se produjo esa fragmentación del latín? ¿Qué es lo que marca las diferencias entre las distintas lenguas que surgieron de él?

3. La fragmentación del latín y el surgimiento de

las lenguas romances

Mucho se ha discutido acerca de la unidad de la lengua latina; mientras que algunos investigadores sostienen que el latín se mantuvo muy cohesionado y uniforme hasta su desaparición, otros aseguran que ya desde los siglos II y III había perdido su carácter unitario, por lo que se encontraba fragmentado en múltiples y variados dialectos. Lo cierto es que el latín acabó fragmentándose, dando origen a diversas lenguas nuevas; esta fragmentación, inherente en última instancia a cualquier lengua que tenga muchos hablantes, se puede explicar en el caso del latín gracias a diversos factores:

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a) La antigüedad de la romanización. Dependiendo de la época en que era colonizado cada territorio, llegaba a cada nuevo lugar un latín concreto, lo que tiene su importancia a la hora de entender la naturaleza de la nueva lengua que surge en cada lugar. Por ejemplo, en el caso de Hispania, el latín que llega en el año 218 a. C. es un latín que aún no había llegado a la época clásica, por lo que es lógico que muchas palabras de las lenguas románicas de la Península Ibérica se hayan formado a partir de arcaísmos pertenecientes al latín preclásico, como sucede con una voz como comer, que ha evolucionado a partir de comedere en lugar del más moderno manducare.

b) La situación estratégica de Hispania. Es normal que las provincias más extremas del Imperio (las que formaron con el paso del tiempo Rumanía, España y Portugal) compartan un cierto conservadurismo léxico, debido a su lejanía geográfica con respecto a Roma, núcleo de la metrópoli y fuente de innovaciones léxicas. Este fenómeno está relacionado con la mayor o menor facilidad para llegar a las distintas provincias; cuanto más aislado estuviera un asentamiento, menos dinamismo habría en el caudal léxico de la variante del latín de esa zona, y a la inversa, con todas las repercusiones que ello conlleva.

c) El nivel social y cultural de los hablantes. Los factores diastráticos también pudieron tener su importancia en la evolución del latín y en su fragmentación.

d) Influencia del sustrato. Finalmente, debe tenerse en cuenta la influencia que pudieron ejercer en el latín las lenguas prerrománicas que se hablaban en los distintos lugares que fueron conquistados; aunque estas lenguas fueron, generalmente, sustituidas por la lengua del invasor, no cabe duda de que ejercieron cierta influencia en ella en forma de sustrato latente. Sin embargo, nuestro desconocimiento científico de dichas lenguas impide calibrar en su justa medida cómo fue esa influencia sustratística.

Sea como fuere, el latín, la poderosa lengua del imperio más grande de la Historia de la Humanidad terminó por extinguirse definitivamente como lengua viva, dejando como herencia diversas lenguas hijas que, pasados los siglos, habían de ser tan relevantes para la ciencia y la cultura universales como lo fue su lengua madre.

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