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El Arte de la Guerra en Roma

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El Arte de la

Guerra en Roma

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FLAVIO VEGECIO RENATO El Arte de la Guerra en Roma Epitoma institutorum rei militaris

El libro primero enseña a fondo sobre la elección de los más jóvenes, de qué lugares o cuáles han de ser aceptados como soldados, o con qué ejercicios de armas han de ser instruidos. El libro segundo contiene la costumbre de la antigua milicia en la que puede formarse al ejército de infantería. El libro tercero expone todas las clases de artes que parecen necesarias para el combate en tierra. El libro cuarto enumera todas las máquinas con las que se atacan o se defienden las ciudades; también añade los preceptos de la guerra naval. (En todo combate suelen proporcionar la victoria no tanto el número y el valor instintivo como el arte y el ejercicio).

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LIBRO I

PREFACIO

Ha sido una antigua tradición de los autores la de ofrecer a sus Príncipes los frutos de sus estudios sobre las artes liberales, desde el convencimiento de que ningún trabajo puede ser publicado adecuadamente sino bajo los auspicios del Emperador, y que el conocimiento del Príncipe debiera ser más general, y de la mayor importancia, pues su influencia es sentida notoriamente por todos sus súbditos. Tenemos muchos ejemplos de la favorable recepción que Augusto y sus ilustres sucesores concedieron a los trabajos que se les presentaron; y este estímulo del Soberano hizo florecer las ciencias. La consideración de la superior indulgencia de Vuestra Majestad hacia intentos de esta clase, me indujo a seguir este ejemplo, y al mismo tiempo casi me hizo olvidar mi propia incapacidad al compararme con los escritores antiguos. Una ventaja, no obstante, se deriva de la naturaleza de este trabajo, pues no necesita elegancia de expresión, ni una porción extraordinaria de talento, sino solamente gran cuidado y fidelidad al recopilar y explicar, para uso general, las instrucciones y observaciones de nuestros antiguos historiadores de asuntos militares, o de aquellos que escribieron expresamente sobre ellos.

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Mi plan en este tratado es presentar con cierto orden las costumbres peculiares y usos de los antiguos en la elección y disciplina de sus nuevas levas. Lejos de mí la presunción de ofrecer este trabajo a Vuestra Majestad desde la suposición de que no estáis al tanto de cada parte de su contenido; sino que podéis ver que las mismas saludables disposiciones y regulaciones que Vuestra propia sabiduría indicó para la felicidad del Imperio, fueron anteriormente observadas por los mismos fundadores de esta materia; y así Vuestra Majestad puede hallar con facilidad, en este breviario, cuanto resulta más útil en asunto tan necesario e importante.

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I LA DISCIPLINA ROMANA: LA CAUSA DE SU GRANDEZA.

La victoria en la guerra no depende completamente del número o del simple valor; sólo la destreza y la disciplina la asegurarán. Hallaremos que los Romanos debieron la conquista del mundo a ninguna otra causa que el continuo entrenamiento militar, la exacta observancia de la disciplina en sus campamentos y el perseverante cultivo de las otras artes de la guerra. Sin esto, ¿qué oportunidad habrían tenido los insignificantes ejércitos romanos frente a las muchedumbres de los Galos? ¿O con qué éxito podría su pequeño tamaño haberse opuesto a la prodigiosa estatura de los Germanos? Los españoles nos superaban no sólo en número, sino en fortaleza física. Siempre fuimos inferiores a los africanos en riqueza y desiguales en engaño y estratagema. Y los griegos, indudablemente, fueron muy superiores a nosotros en la destreza con las artes y toda clase de conocimientos.

Pero a todas esas ventajas, los romanos opusieron un cuidado inusual en la elección de sus levas y en su entrenamiento militar. Comprendieron completamente la importancia de endurecerse con la práctica continua y de entrenarse en cada maniobra que pudiera ocurrir en la formación y en el combate. Tampoco fueron menos estrictos al castigar la desidia y la pereza. El valor de un soldado se enaltece con el conocimiento de su profesión, y sólo desea una oportunidad para ejecutar aquello que él está convencido de haber

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LIBRO II

PREFACIO

Tal serie continuada de victorias y triunfos han probado incontestablemente el completo y perfecto conocimiento de Vuestra Majestad de la disciplina militar de los antiguos. El éxito en cualquier profesión es la muestra más cierta de la habilidad en ella. Por vuestra grandeza de mente, por encima de la comprensión humana, Vuestra Majestad consiente en buscar consejo de los antepasados, pese a que Vuestras recientes y propias hazañas sobrepasan las de la misma antigüedad. Al recibir órdenes de Vuestra Majestad para seguir con este breviario, no tanto para Vuestra instrucción como para Vuestro interés, no supe cómo conciliar mi devoción a Vuestras órdenes con el respeto debido a Vuestra Majestad. ¿No podría resultar la mayor de las presunciones, pretender mencionar el arte de la guerra al Señor y Maestro del mundo y al Conquistador de todas las naciones bárbaras, a menos que fuera describiendo sus propias acciones? Pero la desobediencia al deseo de tan gran Príncipe resultaría tan grandemente criminal como peligrosa. Mi obediencia, por lo tanto, me hizo confiado de la aprehensión por parecerlo más que por lo contrario. Y en esto no fui poco osado, por la indulgencia, en última instancia, de Vuestra Majestad. Mi tratado sobre la selección y disciplina de nuevas levas encontró la favorable recepción de

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Vuestra Majestad, y ya de un trabajo con tanto éxito finalizado, compuesto a mi propio entender, no podía temer de uno emprendido por Vuestras expresas órdenes.

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I DE LAS DIVISIONES DE LA MILICIA.

La institución militar (según un egregio autor latino atestigua en el comienzo de su poema, consta de las armas y los hombres) se compone de tres partes: la caballería, la infantería y la marina. Las alas de la caballería se llaman así por su similitud con las alas que se extienden a ambos lados del cuerpo para su protección. Ahora se les llama vexillationes por la clase de estandartes peculiares a ellos. La caballería legionaria son cuerpos particularmente anexadas a cada legión y de una clase diferente; y sobre su modelo fue organizada la caballería llamada ocreati, por las botas ligeras que llevaban. La flota consiste en dos divisiones, la primera, llamada liburnia y la otra con balandros armados. La caballería está ideada para planicies. Las flotas se emplean en la protección de mares y ríos. La infantería es adecuada para la defensa de prominencias, para la guarnición de ciudades y son igualmente útiles en terrenos llanos como abruptos. La última es, por tanto, por su facilidad para actuar en cualquier lugar, ciertamente la más útil y necesaria pues a pesar de su mayor número puede ser mantenida con poco gasto. La infantería se divide en dos cuerpos: las legiones y los auxiliares, estando compuestos los últimos por aliados o confederados. La fortaleza peculiar de los romanos consistió siempre en la excelente organización de sus legiones. Se denominaron así como la expresión "ab eligendo", por el cuidado y exactitud puestos en la selección de los soldados. El número de tropas

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LIBRO III

PREFACIO

Los atenienses y lacedemonios dominaron en Grecia antes de los macedonios, como nos informa la Historia. Los atenienses sobresalieron no solamente en la guerra sino en las demás artes y ciencias. Los lacedemonios hicieron de la guerra su estudio principal. Afirmaban ser los primeros que razonaron sobre los sucesos de las batallas y pusieron por escrito sus observaciones con tanto éxito que resumieron el arte militar, antes considerado como dependiente en todo del valor o la fortuna, en reglas determinadas y principios fijos. Como resultado, establecieron escuelas de táctica para la instrucción de la juventud en todas las maniobras de la guerra. ¡Cuán dignos de admiración son tales pueblos por aplicarse en el estudio de la guerra, sin el que no podría existir ningún otro! Los romanos siguieron su ejemplo, tanto practicando cuando dispusieron como preservándolo mediante su escritura. Tales son las máximas e instrucciones dispersas por los trabajos de diferentes autores, que Vuestra Majestad me ha ordenado resumir, pues la lectura cuidadosa de todos ellos sería demasiado tediosa y la autoridad de sólo una parte insatisfactoria. El resultado de la propiedad de las disposiciones lacedemonias para la disciplina militar aparece evidentemente en el único ejemplo de Jántipo, que ayudó a los

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XXVI MÁXIMAS GENERALES DE LA GUERRA. Es la naturaleza de la guerra que lo que os resulta beneficioso va en desventaja del enemigo y que, lo que a él sirve, a vosotros os daña. Es, pues, una máxima, no nacer nunca, u omitir hacer, algo que le sirva sino atender siempre a vuestro propio interés. Os perjudicaréis si hacéis lo mismo que él hace en su propio beneficio. Por el mismo motivo, será malo para él imitaros en lo que ejecutáis en vuestro provecho.

Cuanto más acostumbradas estén vuestras tropas a las guardias del campamento en lugares de frontera y cuanto más disciplinadas sean, a menos riesgos estarán expuestas en el campo de batalla.

Los hombres han de estar suficientemente entrenados antes de llevarlos frente al enemigo. Es mucho mejor derrotar al enemigo por hambre, sorpresa o terror que en batallas campales pues, en última instancia, la fortuna ha tenido a menudo más cuenta que el valor. Tales empeños resultan mejores cuando el enemigo los ignora completamente hasta el instante en que se ejecutan. En la guerra, se depende más a menudo de la casualidad que del valor.

Es de mucha utilidad atraerse a los soldados enemigos y estimularles cuando son sinceros en su

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LIBRO IV

PRÓLOGO

Es gracias al establecimiento de pueblos y ciudades que el hombre grosero y salvaje de los orígenes del mundo se distinguió de las bestias salvajes y de los animales en general. El bien común hizo nacer el nombre de república. Es por esto que las naciones más poderosas y los príncipes que reciben su título del mismo Dios, no han podido imaginar mayor gloria que fundar ciudades o dar su propio nombre a otras ya fundadas, a la vez que las engrandecen. Es en esto en lo que Vuestra Serenidad se lleva la palma. Otros príncipes han trabajado con pocas ciudades o incluso en una sola; vuestra Piedad, por sus continuos trabajos, ha llevado a un número inmenso a un punto tal de perfección que menos parecen erigidas por la mano de los hombres que por la voluntad del cielo.

Vuestra felicidad, vuestra moderación, la pureza de vuestras costumbres, vuestra ejemplar clemencia, vuestro amor por las cosas del espíritu, os colocan por encima de todos los emperadores. Contemplamos los bienes que nos vienen de vuestra virtud y vuestro reino; poseemos lo que era deseado en los siglos precedentes y lo que la posteridad querría ver durar para siempre. Nos felicitamos, con todo el universo, de haber recibido todo lo que los deseos humanos pueden pedir y todo lo que la

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bondad divina les puede conceder. Nada demuestra mejor la utilidad de las fortificaciones, y la sabiduría de las ideas de vuestra Majestad en las grandes obras que ha encargado, que el ejemplo de Roma misma, que en otros tiempos debió la salud de sus ciudadanos a la defensa del Capitolio: un solo fuerte salvó a esta ciudad, destinada al imperio de todo el mundo. El ataque y la defensa de las plazas son pues un tema muy importante, que entra necesariamente en la obra que he empezado por orden de vuestra Majestad. Voy a tratarlo metódicamente, según los diferentes autores que han escrito sobre el mismo; no me quejaré por hacer un trabajo que puede contribuir tanto a la utilidad pública.

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I DE LA FORTIFICACIÓN NATURAL Y ARTIFICIAL DE LAS PLAZAS.

Las plazas y castillos son fuertes bien por la naturaleza, bien por el arte, y mejor aún cuando lo son por la una y por el otro: por la naturaleza, cuando se asientan sobre lugar elevado o escarpado, rodeado de mar, de marismas o de ríos; por el arte cuando se los rodea de murallas y de fosos. Es mejor y más seguro aprovechar las ventajas naturales del lugar cuando se trata de construir una plaza, pues si se las olvida, todo se ha de basar en la industria y el trabajo. Sin embargo se encuentran antiguas plazas dispuestas en llanuras abiertas, que a pesar de ello se han convertido en inexpugnables a fuerza de trabajos y arte.

II DE LA NECESIDAD DE CONSTRUIR LAS MURALLAS CON ÁNGULOS Y NO EN LÍNEA RECTA.

Nuestros antepasados ya vieron que no se debía hacer el cercado de una plaza en una línea continua, a causa de los arietes que abrían brechas con toda facilidad; pero por medio de torres erigidas en las murallas, muy cercanas entre sí, las murallas presentaban salientes y entrantes. Si los enemigos querían colocar escalas o acercar máquinas contra una muralla de esa construcción, se les veía de frente, de lado y casi que por detrás; así se encontraban como rodeados en medio de las baterías de la plaza, que les fulminaban.

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Por esto es imprescindible hacer una guardia más estricta cuando el enemigo se retira que antes. Por la misma razón, las murallas y las torres deben estar dotadas de garitas donde los centinelas estén a cubierto del frío y la lluvia durante el invierno, y del ardor del sol durante el verano. En ocasiones se alojan en las torres perros feroces, de buena nariz, para olfatear de lejos a los enemigos que se aproximan; y se cuenta que las ocas tienen similar sagacidad para alertar con sus gritos los ataques nocturnos.

Roma no hubiese subsistido al ataque de los galos, que ya entraban en el Capitolio, si Manlio, alertado por los gritos de las ocas, no hubiese salvado la ciudadela con su valor. Así, estos hombres que iban a ser sojuzgados, conservaron la libertad gracias a la vigilancia de un ave, o una suerte increíble.

XXVII DE LOS ENGAÑOS DE LOS ASALTANTES. No solo en los asedios sino que en todo lo que concierne a los asuntos de la guerra, es imprescindible estudiar y conocer a fondo las costumbres de los enemigos. Solo se encontrará la ocasión apropiada para tenderle trampas si se conocen los momentos en que relaja la guardia, que presta menos atención: si es a mediodía, por la tarde o por la noche cuando sus soldados comen o reposan. En cuanto son conocidas estas costumbres de los asediados por los asaltantes, se suspenden los ataques a esas horas para fomentar la negligencia; y

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