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C u á l e s e l p r o p ó s i t o d e l a p o l í t i c a?

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¿ Cu á l e s e l p r o p ó s i t o d e l a p o l í t i c a?

J U S T IC IA

C u a n d o en estos días hablam os de la ju stic ia distributiva nos p reo ­ cupa p rin cip a lm en te la d istrib u ció n de la renta, el p a trim o n io y las o p o rtu n id ad e s. Para A ristóteles, la ju sticia d istributiva n o se refería sobre to d o al dinero, sino a los cargos y a los honores. ¿Q u ié n tiene d erech o a m andar? ¿C ó m o se debe rep artir la au to rid a d política?

A p rim e ra vista, la respuesta parece ev iden te: p o r igual, claro está. U n a persona, u n voto. C u alq u ier otra fo rm a sería discrim inato­

ria. P ero A ristóteles nos recuerda q u e todas las teorías de la justicia distributiva discrim inan. ¿Q u é discrim inaciones son justas? Y la res­

puesta d ep e n d e del p ropósito de la actividad en cuestión.

P or lo tanto, antes de que podam os d ecir có m o hay q u e distri­

b u ir los derechos y la a u to rid a d políticos hab rem o s de indagar el propósito, o telos, de la política. T endrem os que preg u n tarn o s para qué es u n a asociación política.

Q u izá parezca u n a p reg u n ta sin respuesta. A co m unidades polí­

ticas diferentes les p reo cu p arán asuntos diferentes. U n a cosa es pre­

g untarse p o r el p ro p ó sito de u n a flauta o de u n a universidad. A un ­ q u e hay c ierto m arg en para discrepar, sus p rop ósito s están más o m enos circunscritos. El p ropósito de una flauta tiene qu e ver con la m úsica; el de u n a universidad, c o n la ed u cació n . P ero ¿podrem os realm ente d e te rm in a r el propósito o m eta de una actividad política en cu a n to tal?

E n estos días, n o pensam os que la política tenga u n fin particular, sustantivo; creem os que está abierta a los diversos fines que los ciuda­

danos p u ed a n abrazar. ¿N o tenem os acaso elecciones p o r esa razón, para que p u ed a n elegir, en cualquier m o m en to , los propósitos y fines que q u iere n p erseguir colectivam ente? A trib u ir de an tem an o algún propósito o fin a la co m u n id ad política parece que coartaría el dere­

ch o de los ciudadanos a decidir p o r sí m ism os. C o rre ría además el riesgo de im p o n e r valores q ue n o todos com p arten . N uestra renuen­

cia a im b u ir la política de u n telos, o fin, d eterm in ad o refleja u na in­

q u ietu d p o r la libertad individual. C onsideram os qu e la política es un p ro c ed im ie n to que p e rm ite a las personas escoger sus propios fines.

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A ristóteles n o la concebía de ese m odo. Para él, el p rop ósito de ja política n o es establecer u n m arco de d erechos q u e sea n eu tral erltre unos fines y otros, sino fo rm a r bu en o s ciudadanos y cultivar un b u e n carácter.

Toda polis digna de ese nom bre, q ue no sea u na polis solo de nom bre, debe dedicarse al fin de fom entar lo bueno. Si no, una aso­

ciación política degenera en una m era alianza. [...] Si no, además, la ley se convierte en un m ero pacto [...] «en la garante de los derechos de los hom bres ante los demás», en vez de ser, com o debería, una norm a de vida tal que haga que los m iem bros de la polis sean buenos y ju sto s.5

A ristóteles critica a los que, considera él, son los dos principales grupos q u e p u e d e n reclam ar la au to rid a d política: los oligarcas y los dem ócratas. C ada u n o tien e su razón, p ero solo parcial. Los oligarcas m antienen que ellos, los ricos, d eben gobernar. Los dem ócratas m an ­ tienen que h ab e r nacido libre debe ser el ú n ico c rite rio para acceder a la ciudadanía y a la au to rid a d política. Pero am bos g rupo s exageran su razón, pues am bos distorsionan el p ropó sito de la co m u n id ad p o ­ lítica.

Los oligarcas se equivocan, p o rq u e la co m u n id a d p o lítica no existe solo para p ro te g e r la p ro p ied a d o p ro m o v e r la p ro sp erid ad económ ica. Si solo hubiese esas dos cosas, los propietarios se m e re ­ cerían la m ayor tajada de la a u to rid a d política. P or su parte, los d e­

mócratas se equivocan, p o rq u e la c o m u n id a d ec o n ó m ic a n o existe solo para darle a la m ayoría lo que quiera. P o r «demócratas» entendía Aristóteles lo q u e nosotros llam aríam os «mayoritaristas». N ieg a q ue el p ro p ó sito de la p o lítica sea satisfacer las preferencias de la m a­

yoría.

A m bos lados pasan p o r alto el fin suprem o de la asociación p o ­ ética, que, según A ristóteles, es cultivar la v irtu d de los ciudadanos.

El fin del E stado n o es «ofrecer u n a alianza para la m u tu a defensa I ■ ■ •] o facilitar el intercam b io ec o n ó m ic o y p ro m o v er los lazos eco ­ nómicos».6 Para A ristóteles, la política existe para algo superior. Exis­

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te p a ra a p re n d e r a llevar u n a v id a b u e n a . E l p ro p ó s ito d e la p o lítiCa es n ad a m ás y n a d a m e n o s q u e p o sib ilita r q u e las p e rso n a s desarro lie n sus c ap a c id a d e s y v ir tu d e s d is tin tiv a m e n te h u m a n a s: d elib erar so b re el b ie n c o m ú n , a d q u irir u n b u e n ju ic io p rá c tic o , p a rtic ip a r en el a u to g o b ie r n o , c u id a r d e l d e s tin o d e la c o m u n id a d e n su con­

ju n to .

A ristóteles reco n o ce la utilidad de otras form as m enores de aso­

ciación, co m o los pactos defensivos y los acuerdos de libre com ercio Pero insiste en q u e a las asociaciones de ese tipo n o se las p u ed e te­

n e r p o r verdaderas co m u nidades políticas. ¿Por qué no? P orqu e sus fines son lim itados. O rganizaciones co m o el T L C (el Tratado de Li­

bre C o m ercio ), la O T A N y la O M C se o cu p a n solo de la seguridad o del intercam b io ec o n ó m ic o ; n o constituyen u n a fo rm a com parti­

da de vida q u e m old ee el carácter de los q ue p articipan de ella.Y lo m ism o se p u ed e d ecir de u n a ciud ad o de u n E stado que se ocupe solo de la seguridad y del com ercio, y sea indiferente a la educación m oral y cívica de los individuos que lo c o m p o n e n . «Si el espíritu de su in terre lació n siguiese siendo tras su u n ió n el m ism o q u e cuando vivían separados», escribe A ristóteles, su asociación n o p u ed e ser considerada realm ente una polis, o co m u n id ad p olítica.7

«U na polis n o es u n a asociación para residir en u n m ism o lugar o para prevenir las injusticias m utuas y facilitar los intercam bios.» Si b ien esas consideraciones son necesarias para u n a polis, n o son sufi­

cientes. «El fin y el propósito de u n a polis es la vida buen a, y las ins­

tituciones de la vida social son u n m ed io para ese fin».8

Si la co m u n id a d po lítica existe para p ro m o v e r la vida buena,

¿cuáles son los efectos en la d istrib u ció n de cargos y honores? Lo q u e o c u rre co n las flautas, pasa tam b ién co n la política: el r a z o n a ­ m ie n to de A ristóteles va del p ropósito del b ien en cu estió n a la ma­

nera apropiada de distribuirlo. «Q uienes más c o n trib u y e n a una aso­

ciación de ese tenor» son los q u e sobresalen en la v irtu d cívica, l° s m ejores a la h o ra de deliberar sobre el b ie n co m ú n . Los más g r a n d e s p o r su excelencia cívica — n o los más ricos, los más num erosos o l° s más atractivos—- son los q u e se m ere cen la p arte m ayor del reco n0' cim ien to político y de la influencia.9

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Puesto que el fin de la política es la vida buena, los cargos y h o n o ­ res más elevados deben de corresponder a quienes, co m o Pericles, eran más grandes p o r su v irtu d cívica y los m ejores en descubrir el bien com ún. L o s propietarios deberían ten er voz. Las consideraciones m a- y o r ita r ia s deberían contar. Pero la m ayor influencia debería correspon­

der a quienes posean las cualidades de carácter y ju icio requeridas para decidir si hay que ir a la guerra contra Esparta, y cuándo y cóm o.

La razón de q u e personas c o m o Pericles (y A braham L incoln) deban o cu p a r los puestos más elevados n o es, sim plem ente, q u e va­

yan a ejecu tar las políticas más sabias, co n las q u e saldrán ganando todos. Es ta m b ié n q u e la c o m u n id a d p o lítica existe, al m e n o s en parte, para h o n ra r y re com pensar las virtudes cívicas. A cordar el re­

co n o c im ien to p ú b lico a quienes ex h ib an excelencia cívica sirve al papel educativ o q u e le c o rresp o n d e a u n a ciudad buen a. A quí, de nuevo, vem os que los aspectos teleológicos y honoríficos de la ju s ti­

cia van ju n to s.

¿Se p u e d e s e r u n a p e r s o n a b u e n a s i n o s e p a r t i c i p a e n l a p o l í t i c a?

Si A ristóteles tien e razón en que el fin de la política es la vida buena, sería fácil co n c lu ir q u e quienes ex h ib en las m ayores virtu d es cívicas m erecen los m ayores cargos y honores. Pero ¿es cierto q u e el o b jeto de la política es la vida buena? C o m o poco, se trata de u n a asevera­

ción co n tro v e rtid a. H o y en día vem os la política, p o r lo general, com o u n m al necesario, n o co m o u n rasgo esencial de la vida buena.

C uando pensam os en la política pensam os en com prom isos, actua­

ciones de cara a la galería, intereses especiales, c o rru p c ió n . Incluso el Uso idealista de la política — co m o in stru m e n to de la ju sticia social, corno fo rm a de h ac er del m u n d o u n lugar m e jo r— c o n v ierte a la Política en u n m ed io para u n fin, u n a v o cación entre otras, n o en u n asp ecto esencial del b ien hum ano.

¿Por qué, ento nces, pensaba A ristóteles que participar en la p o ­ ética era en cierta fo rm a esencial para llevar una vida buena? ¿Por

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qué n o p o d em o s llevar vidas p erfectam en te buenas y virtuosas sin l j | política?

La respuesta se en c u e n tra en nuestra naturaleza. Solo viviendo en una polis y p artic ip a n d o en la política realizam os p o r co m p let0 nuestra naturaleza de seres h u m anos. A ristóteles nos ve c o m o seres

«concebidos para la asociación política en u n g rad o su p e rio r a las abejas y dem ás anim ales gregarios». La razón q ue da es esta: la natu­

raleza n o hace nada en vano, y los seres h u m an o s, al c o n tra rio que los dem ás anim ales, están dotados de la facultad del lenguaje. Otros anim ales p u e d e n em itir sonidos, y los sonidos p u e d e n in dicar placer y dolor. Pero el o b jeto del lenguaje, capacidad d istintivam ente hu­

m ana, n o es solo registrar el placer y el dolor. O b je to suyo es decla­

rar qué es ju sto y qué no, y distinguir lo q u e es d ebido de lo que no lo es. N o ap rehendem os las cosas en silencio y lu ego las p o nem o s en palabras; el lenguaje es el m ed io p o r el q u e discernim os y delibera­

m os sobre el b ie n .10

Solo en la asociación política, proclam a A ristóteles, podem os ejercer nuestra capacidad distintivam ente h u m an a del lenguaje, pues solo en la polis deliberam os co n otros acerca de la ju sticia y la injus­

ticia y la naturaleza de la vida buena. «Vemos, pues, qu e la polis exis­

te p o r naturaleza y es an te rio r al individuo», escribe en el libro I de la Política.” P o r «anterior» en ten d ía an te rio r en cu an to a su función o propósito, n o cro n o ló g ic am en te anterior. Los individuos, las fam i­

lias y los clanes existían antes q u e las ciudades; p ero solo en la polis p o dem o s realizar nuestra naturaleza. N o som os autosuficientes cuan­

do estam os aislados, pues no p o d em o s desarrollar nuestra capacidad de lenguaje y de practicar la deliberación m oral.

El hombre aislado — incapaz de participar de los beneficios de Ia asociación política o que no necesita esa participación porque ya eS autosuficiente— no forma parte de la polis y, por lo tanto, o es un*

bestia o es un dios.12

Así pues, solo llevam os nuestra natu raleza a su cu m p lim ient°

cu a n d o ejercem os la facultad del lenguaje, lo q u e a su vez reqm efe

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q Ue deliberem os c o n otros acerca de lo q u e es d eb id o y de lo que no lo es, de lo b u e n o y de lo m alo, de la ju sticia y de la injusticia.

Pero ¿por qué, se p reg untará usted quizá, solo en la po lítica p o ­ dem os ejercer esa capacidad de lenguaje y de deliberar m o ralm ente?

^por q u é n o p o d em o s hacerlo en la familia, en los clanes o en una a s o c i a c i ó n privada? Para responder, hab rem o s de te n e r en c u e n ta c ó m o form ula A ristóteles la v irtu d y la vida b u e n a en la Etica a N i- cómaco. A u n q u e esta o b ra trata esen cialm en te de filosofía m o ral, m uestra que a d q u irir la v irtu d está ligado a ser u n ciudadano.

La vida m o ral tie n e c o m o m e ta la felicidad, p ero p o r felicidad Aristóteles n o en tien d e lo m ism o q u e los utilitaristas, es decir, m ax i- m izar el ex c ed en te de p lacer co n resp ecto al dolor. La p erso n a vir­

tuosa es alguien q u e disfruta y sufre co n las cosas debidas. Si alguien disfruta v ie n d o u n a pelea de perros, p o r ejem plo, con sid erarem o s que se trata de u n vicio q u e debe superar, n o de u n a verdadera fu en ­ te de felicidad. La excelencia m oral n o consiste en sum ar placeres y penas, sino en d isp o n er esos afectos de m o d o q u e nos d eleitem o s con cosas nobles y sufram os co n las despreciables. La felicidad n o es un estado de la m en te, sino u n a fo rm a de ser, «una actividad del alma que con cu erd a co n la virtud».13

P ero ¿por q u é hay q u e v ivir en u n a polis para llevar u n a vida virtuosa? ¿Por q u é n o p o d em o s ap ren d er unos p rin cip io s m orales correctos en casa o en u n a clase de filosofía o leyendo u n libro de ética, y aplicarlos lu ego cu a n d o haga falta? A ristóteles dice q u e n o nos co n v e rtim o s en v irtu o so s p o r esa vía. «La v irtu d m o ral surge com o resultado de u n hábito.» Es una de esas cosas q u e se ap ren d en haciéndolas. «A dquirim os virtudes practicándolas, tal y co m o o cu rre con las artes.»14

Ap r e n d e r h a c i e n d o

A ese respecto, a d q u irir una v irtu d es co m o apren der a to car la flauta,

^ a d ie aprende a to car u n in stru m e n to m usical p o r leer u n libro o asistir a u n a clase. H ay que practicar.Y viene bien escuchar a m úsicos

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c o m p eten tes y oír có m o tocan. N ad ie se conv ierte en violinista sin haberse ejercitado co n el arco. Lo m ism o pasa co n la v irtu d moral-

«Nos volvem os ju sto s h acien d o actos ju sto s, tem p erado s haciendo actos tem perados, valientes haciendo actos valientes».15

Se parece a otras actividades prácticas y destrezas, co cin ar p 0r ejem plo. Se p ublican m u ch o s libros de cocina, p ero nadie se con v ierte en u n gran co cin ero solo p o rq u e los haya leído. H ay que ha­

b e r co cinado m ucho. C o n ta r chistes es o tro ejem plo. N o se convier­

te u n o en có m ico leyendo libros de chistes y recop ilan do anécdotas divertidas. T am p o co basta co n ap ren d er los p rin cip io s del hu m or H ay q u e p racticar — el ritm o , los tiem p os, los gestos, el to n o — y fijarse m u ch o en Jack B enny, en J o h n n y C arso n, en E d d y M u rp h y o en R o b in W illiam s.

Si la v irtu d m oral se ap rende c o n la práctica, en p rim e r lugar ten d re m o s q u e a d q u irir de algún m o d o los hábitos debidos. Según A ristóteles, ese es el p ropósito p rim a rio de la ley: cultivar los hábitos que llevan a u n carácter b ueno. «Los legisladores h acen que los ciu­

dadanos sean buenos fo rm a n d o en ellos hábitos, y ese es el deseo de to d o legislador, y quienes n o lo llevan a cabo n o d an la talla, y es en esto en lo que difiere u n a b u en a co n stitu ció n d e u n a mala.» La edu­

cación m oral n o tien e p o r o b jeto tan to el p rom u lg ar reglas com o el fo rm a r hábitos y m o ld ear el carácter. «N o sup o n e u n a p eq u e ñ a dife­

rencia [...] que nos fo rm em o s unos hábitos u otros desde m u y jóve­

nes; supone u n a m u y grande o, m ejo r dicho, toda la diferencia.»16 Q u e A ristóteles resalte el háb ito n o significa qu e pensase que la v irtu d m oral es u n a fo rm a de co nducta inculcada m ed ian te la rutina.

El h áb ito es el p rim e r paso de la ed u c ació n m oral. P ero si tod o va bien, el h ábito acaba p o r p re n d er y es en to nces cu and o le vem os el p o rq u é. Ju d ith M artin , conocida co m o «la señora M aneras», que es­

cribe sobre cuestiones de etiqueta, se lam en tó en u n a ocasión de que se h u b iera p erd id o el h áb ito de enviar notas de agradecim iento. Hoy en día dam os p o r sen tad o q u e los sen tim ie n to s son antes que laS m aneras; m ientras sientas agradecim iento , n o hará falta q u e te ni O' lestes c o n fo rm alidades. La señora M an eras n o está de acuerdo-

«Pienso, p o r el co n trario , q u e es m ás seguro esperar q u e la práctica

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J e u n a c o n d u c ta a p ro p ia d a a cab e p o r a le n ta r los s e n tim ie n to s v ir ­ tu o so s; si escrib es u n b u e n n ú m e r o d e n o ta s d e a g ra d e c im ie n to , al final sentirás a g ra d e c im ie n to a u n q u e sea p o r u n m o m e n to » .'7

P re c is a m e n te así es c o m o c o n c ib e A ristó te le s la v ir tu d m o ra l.

In c u lc a r u n a c o n d u c ta v ir tu o s a a y u d a a a d q u ir ir la d is p o s ic ió n d e ac tu ar v irtu o s a m e n te .

Es habitu al q u e se piense q u e actuar m o ra lm e n te significa ac­

tuar según u n p re c e p to o regla. P ero A ristóteles cree q u e c o n esa m anera de pensar se pierde u n rasgo distintivo de la v irtu d m oral. Se puede c o n o c e r la regla co rre c ta y, sin em bargo, n o saber c ó m o o cuándo hay qu e aplicarla. El o b jeto de la ed u cació n m oral es q u e se aprenda a discern ir las características peculiares de u n a situación que requieren q u e se aplique tal regla en vez de tal otra. «Lo relativo a la conducta y a q u é es b u e n o para nosotros carece de fijeza, c o m o lo relativo a la salud. [...] Q u ie n e s actú an h an de considerar en cada caso qué es lo más apropiado para la ocasión, tal y co m o o cu rre tam ­ bién en la m ed icin a y en la navegación.»18

Solo se p u ed e decir una cosa de índole general acerca de la vir­

tud m oral, nos explica A ristóteles: que consiste en u n p u n to m ed io entre los extrem os. Pero enseguida co n c ed e q u e esta generalidad no nos lleva m u y lejos, ya q u e d iscern ir el p u n to m ed io en u n a situa­

ción dada n o es fácil. El p ro b lem a estriba en h ac er lo d eb id o «a la persona debida, en la m edida debida, a la h o ra debida, p o r la razón debida y de la m anera debida».19

Esto significa q u e el hábito, p o r esencial que sea, n o lo es to d o en la v irtu d m oral. Siem pre aparecen situaciones nuevas y hem o s de saber q u é h áb ito es el apropiado dadas las circunstancias. La v irtu d m oral, pues, re q u ie re del ju ic io , u n tip o de c o n o c im ie n to al qu e A ristóteles llam a «sabiduría práctica». A l c o n tra rio q u e el c o n o c i­

m iento científico, q u e se refiere a «lo universal y necesario»,20 el

°b je to de la sabiduría práctica es saber c ó m o hay q u e actuar. D e b e R econocer los particulares, pues es práctica, y la práctica se refiere a l°s particulares».21 A ristóteles define la sabiduría práctica c o m o «un estado, razonado y cierto, en el q u e se tien e la capacidad de actuar c° n vistas al b ien h u m an o».22

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J U S T IC IA

La sabiduría práctica es una v irtu d m o ral co n im plicaciones p Q^

líticas. Q u ien e s tie n e n sabiduría práctica p u ed en deliberar correcta­

m e n te sobre lo q u e es u n bien, n o solo para sí m ism os, sino para sus conciudadanos y para los seres h u m ano s en general. D elib erar no es filosofar, pues atien d e a lo cam b ian te y particular. Se o rie n ta a la acción en el aquí y el ahora. Pero es más q u e calcular. Q u ie re descu­

b rir cuál es el m ayor b ien h u m a n o q u e se p u ed e consegu ir dadas las circunstancias.23

L a p o l í t i c a y l a v i d a b u e n a

P odem os ver aho ra co n más claridad p o r qu é, según A ristóteles, la p o lítica n o es u n a v o ca ció n m ás, p o r q u é es esencial para la vida buena. E n p rim e r lugar, las leyes de la polis inculcan bu en o s hábitos, fo rm a n u n b u e n carácter y nos p o n e n en el cam in o de la v irtu d cí­

vica. E n segundo lugar, la vida de ciud ad an o posibilita q u e ejerza­

m os la capacidad de deliberar y de alcanzar la sabiduría práctica, una capacidad que, si no, p e rm a n e c e ría d o rm id a. N o es este el tipo de cosas q u e podam os hacer en casa. P odem os sentarnos a u n lado del cam ino y p reg u n tarn o s p o r las políticas q u e escogeríam os si tuviése­

m os q ue decidir. Pero eso no es lo m ism o q u e p articip ar en una ac­

tu a c ió n q u e realm en te im p o rte y cargar c o n la responsabilidad del destino de la co m u n id ad entera. Solo llegarem os a ser b u en o s deli­

beradores si bajam os a la palestra, sopesam os las distintas posibilida­

des, d efendem os nuestra postura, m andam os y som os m andados. En pocas palabras: si som os ciudadanos.

La n o c ió n de ciudadanía de A ristóteles es más elevada y exigen- te q u e la nuestra. Para él, la p o lítica n o es la e c o n o m ía p o r o tro s m edios. Su p ro p ó sito es más elevado q u e m ax im izar la utilidad o p ro p o rc io n a r reglas justas para p erseg u ir los intereses i n d i v id u a l e s - C o n siste en u n a ex p resió n de n uestra n aturaleza, en u n a o c a s ió n para el desen v o lv im ien to de nuestras capacidades hum an as, en un aspecto esencial de la vida buena.

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\ j i defensa de la esclavitud por Aristóteles

jsjo todos estaban incluidos en la ciudadanía que A ristóteles celebra­

ba. Las m ujeres n o p o d ían p e rte n e c e r a ella; ta m p o c o los esclavos.

Según A ristóteles, las naturalezas de aquellas y de estos n o los hacían aptos para ser ciudadanos. Vemos ahora tal exclusión c o m o u na in ­ justicia m anifiesta. D e b e recordarse q u e esas injusticias persistieron

durante más de dos m il años después de q u e A ristóteles escribiese sus obras. La esclavitud n o se abolió en Estados U n id o s hasta 1865 y las m ujeres o b tu v iero n el d erech o de voto solo en 1920. Sin em b ar­

go, la persistencia h istórica de tales injusticias n o ex o n era a A ristó te­

les de haberlas aceptado.

E n el caso de la esclavitud, n o solo la aceptó, sino q u e ofreció una justificación filosófica. M erece la pen a exam inar su defensa de la esclavitud para ver q u é luz arroja sobre el c o n ju n to de su teoría p o ­ lítica. A lgunos ven en el a rg u m e n to qu e A ristóteles ofrece a favor de la esclavitud u n defecto de su p en sam ien to teleo ló g ico en sí; otros, una aplicación desencam inada de ese p ensam ien to en la q u e le o b ­ nubilaron los prejuicios de su época.

N o creo q u e la defensa de la esclavitud que hace A ristóteles re­

vele u n fallo q u e c o n d e n e al c o n ju n to de su te o ría po lítica, p ero conviene ver la fuerza de esta tajante aseveración.

Para Aristóteles, la justicia consiste en una concordancia. Asignar los derechos equivale a buscar el telos de las instituciones y hacer que las personas desem peñen los papeles sociales co n los que concuerden mejor, los que posibiliten que lleguen a realizar su naturaleza. D ar a las personas lo que se les debe significa darles los cargos y honores qu e se m erecen y los papeles sociales que sean acordes a su naturaleza.

Las teorías políticas m o d ern a s se sienten incóm o das co n la idea de conco rd an cia. A las m o d ern a s teorías liberales de la justicia, de Kant a R aw ls, les in q u ieta q u e las ideas teleológicas c h o q u e n co n la libertad. Para ellas, el o b jeto de la justicia n o es la concordancia, sino la elección. A signar derechos n o es h acer q u e las personas desem p e­

ñen los papeles que les co n v ien e n p o r naturaleza; es dejar q u e elijan Sus papeles p o r sí mismas.

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JU S T IC IA

D esde este p u n to de vista, las no cio n es de telos y concordancia son sospechosas, peligrosas incluso. ¿ Q u ié n va a d e c irm e el papel co n el q u e estoy en co n cordancia o q u e es más apropiado a m i na­

turaleza? Si n o ten g o lib ertad para escoger m i p ro p io papel social b ien pu ed e o c u rrir q u e se m e fuerce a desem p eñ ar u n papel en con­

tra de m i v o luntad. P o r lo tan to , el p rin c ip io de la concord ancia p u ed e deslizarse co n facilidad hacia la esclavitud si los q u e o cup an el p o d e r decid en que u n cierto g ru p o concuerda, p o r u na razón u otra, c o n u n papel subordinado.

M otivada p o r esa in q u ietu d , la teoría política liberal sostiene que n o hay q u e asignar los papeles sociales según la co nco rd ancia, sino co n fo rm e a lo que se escoja. E n vez de hacer q ue las personas desem ­ p e ñ e n los papeles que cream os que convengan a su naturaleza, debe­

m os p e rm itir que los escojan ellas. La esclavitud es mala, según este p u n to de vista, p o rq u e obliga a los individuos a desem peñar papeles q u e n o h an elegido. La solución consiste en prescindir de u n a ética del telos en favor de una ética de la elección y del consentim iento.

Pero esta conclu sió n es apresurada. La defensa q u e hizo A ristó­

teles d e la esclavitud n o es u n a p ru e b a co n tra el pen sam ien to teleo- lógico. M u y al contrario , la teoría de la ju sticia del p ro p io Aristóteles ofrece abund an tes recursos para critica r las o p in io n es q u e él tenía sobre la esclavitud. E n realidad, su fo rm a de c o n c e b ir la justicia, co m o concordancia, es más exigente m o ralm en te, y potencialm ente más crítica de las asignaciones de trabajo existentes, q u e las teorías basadas en la elección y el consen tim ien to . Para ver q u e es así, exa­

m in em o s el arg u m e n to de A ristóteles.

Para q u e la esclavitud sea justa, según A ristóteles, se d e b e n cum ­ plir dos condiciones: que sea necesaria y q u e sea natural. La e s c la v i­

tu d es necesaria, arguye A ristóteles, p o rq u e alguien ten d rá que ocu­

parse de las tareas dom ésticas si los ciud adano s tie n e n q u e pasar m u ch o tiem p o en la asamblea deliberan do sobre el b ien com ú n. La polis requiere una división del trabajo. A n o ser que se inven ten m^

quinas q u e se en carguen de las tareas serviles, algunas personas debe

1 ¡iS

rán encargarse de las necesidades de la vida para que otros tengan m anos libres para p articip ar en la política.

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A ristóteles, pues, concluye q u e la esclavitud es necesaria. P ero la necesidad n o basta. Para q u e la esclavitud sea ju sta , tie n e tam b ién que o c u rrir q u e ciertas personas co n c u e rd e n p o r naturaleza c o n el papel de esclavos.24 Así que A ristóteles se p reg u n ta si hay «personas para las que la esclavitud es u n a c o n d ició n m e jo r y ju sta, o si es cier­

to lo c o n tra rio y to d a esclavitud se o p o n e a la naturaleza».25

A ristóteles llega a la co n c lu sió n de q u e tales personas existen.

Hay personas q u e h a n nacido para esclavas. D ifieren de las personas com unes c o m o el cu e rp o difiere del alm a. Tales personas «son escla­

vas p o r naturaleza, y lo m e jo r para ellas [...] es q u e estén som etidas a un am o».26

«U n h o m b re es, pues, p o r naturaleza esclavo si es susceptible de convertirse (y esta es la razón de q u e realm en te se convierta) en la propiedad de otro, y si participa de la razón en la m edida en que la apre­

hende de o tro p ero está desprovista de ella p o r sí m ism o.»27

«Tal y c o m o algunos son libres p o r naturaleza, otros p o r n atura­

leza son esclavos, y para estos últim os la c o n d ició n de la esclavitud es a la vez benéfica y justa.»28

A ristóteles parece p ercib ir q u e algo es cu estionab le en lo q ue está d ic ie n d o , p ues rá p id a m e n te lo descalifica: «Pero es fácil v er que quienes m a n tie n e n u n p u n to de vista c o n tra rio tie n e n tam b ién en p arte razón».29 A ristóteles, al observar la esclavitud tal y co m o era en la A tenas de su tiem po, tenía q u e ad m itir q u e los críticos n o an ­ daban del to d o desencam inados. M u ch o s esclavos se hallaban en esa condición p o r una razón p u ra m e n te co n tin g en te: antes eran ind ivi­

duos libres, p ero los habían captu rad o en u n a guerra. Su c o n d ició n de esclavos n o tenía nada q u e ver c o n que conco rd aran co n ese pa­

pel. Para ellos, la esclavitud n o era n atural, sino el resultado de la mala suerte. S egún las pautas del p ro p io A ristóteles, su esclavitud era lnjusta: «N o to dos los q u e son en la realidad esclavos u h o m bres li­

bres son p o r naturaleza esclavos u hom bres libres».30

¿C ó m o se p u ed e decir q u ién co n cuerda co n ser esclavo?, se p re ­ sun ta A ristóteles. E n p rin cip io , habría q u e ver q u ién florece co m o esclavo, si es q u e hay alguien, y q u ién se irrita o in ten ta huir. La n e - Ce'sidad de la fuerza es u n a b u e n a in d icac ió n de q u e el esclavo en

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J U S T IC IA

cuestión n o co n cu erd a co n el papel.31 Para A ristóteles, la coacción es signo de injusticia, n o p o rq u e el co n se n tim ien to leg itim e to d o pa_

peí, sino p o rq u e la necesidad de usar la fuerza da a en te n d e r que no hay una co n cordancia natural. A aquellos a quienes les toca u n papel c o n g ru e n te c o n su naturaleza no hace falta forzarlos.

Para la teo ría política liberal, la esclavitud es injusta p o rq u e es coactiva. Para las teorías teleológicas, es injusta p o rq u e ch oca con nuestra naturaleza; la coacció n es u n sínto m a de la injusticia, no su fuente. Es perfectam en te posible explicar, d en tro de la ética del telos y de la concordancia, la injusticia de la esclavitud, y A ristóteles reco­

rre p arte del cam ino (pero n o todo) en esa dirección.

La ética del telos y de la co n co rd an cia establece en realidad un p a tró n m oral más exigente para la justicia en el lugar de trabajo que la ética liberal de la elección y el co n se n tim ien to .32 P ensem os en un trabajo repetitivo, peligroso, p o r ejem plo el de quienes se pasan lar­

gas horas en la p ro d u c ció n en cadena en u n a planta procesadora de pollos. Esa fo rm a de trabajo, ¿es ju sta o injusta?

Para el lib ertario , la respuesta d ep e n d e d e q u e los trabajadores hayan intercam biado lib rem en te su trabajo p o r u n salario: si lo han hech o , el trabajo es justo. Para R aw ls, el acuerdo sería ju s to solo si el libre in te rc a m b io de trabajo tu v o lu g ar c o n el trasfon do de unas condiciones equitativas. Para A ristóteles, ni siquiera basta c o n el con­

sen tim ie n to co n u n trasfondo de co ndicio nes equitativas, pues para q u e el trabajo sea ju s to tien e q u e c o n c o rd a r co n la natu raleza del trabajado r q u e lo realice. H ay trabajos q u e n o pasan esa p rueb a. Son tan peligrosos y repetitivos, atu rd e n tanto , q u e n o co n c u erd a n con u n ser h u m an o . E n esos casos, la ju stic ia re q u ie re q u e el trabajo se reorgan ice según nuestra naturaleza. Si no, el trabajo será injusto de la m ism a fo rm a que la esclavitud lo es.

El c o c h e c i t o d e g o l f d e Ca s e y M a r t i n

C asey M a rtin era u n ju g a d o r profesional de g o lf q u e tenía u n a pier­

na m al. A causa de u n problem a de circulación, andar p o r el c am p 0

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de g o lf hacía que sufriese bastante d o lo r y corriese u n grave riesgo de sUfr ir hem orragias y fracturas. Pese a su discapacidad, M artin siem pre había sido m u y b u e n o en ese d ep o rte. F o rm ó parte del eq u ip o u n i­

versitario de g o lf de Stanford en sus días de estudiante y después se hizo profesional.

M a rtin p id ió a la P G A (la A sociación P rofesional de Golfistas) perm iso para desplazarse en los to rn eo s co n u n co c h ecito de golf. La p G A se lo negó; dio co m o razón u n a de sus reglas, q u e p ro hibía esos vehículos en los to rn e o s profesionales. M a rtin llevó el caso a los tr i­

bunales. A rg u m en tab a q u e la Ley de E stadounidenses co n D iscapa­

cidades, de 1990, exigía q u e se acom odasen las cosas en grado razo­

nable para los discapacitados siem pre q ue ese cam bio «no alterase en lo esencial la naturaleza» de la actividad de q u e se tratase.33

Testificaron algunas grandes figuras del g o lf.A rn o ld Palm er, Jack Nicklaus y K e n V en tu ri defen d iero n la p ro h ib ició n de esos co ch eci­

tos. Sostenían q u e la fatiga es u n facto r im p o rtan te en u n to rn e o de golf y que m o n ta r en u n vehículo en vez de andar le daría a M artin una ventaja injusta.

El caso fue al T rib u n al S u prem o de Estados U n id o s, d o n d e los jueces h u b ie ro n de vérselas co n lo q u e parecía u n a ton tería, in ferio r a su d ignidad y al m ism o tie m p o ajena a sus co n o c im ien to s: «Al­

guien q u e va de hoyo en hoyo p o r el cam p o de g o lf co n u n ve­

hículo, ¿es de verdad u n golfista?».34

Sin em bargo, lo c ierto era q u e el caso suscitaba u n p ro b lem a relativo a la ju stic ia co n ceb id a de u n m o d o p u ra m e n te aristotélico:

para decidir si M a rtin tenía d erech o a u n co c h ecito de golf, el trib u ­ nal ten ía q u e d e te rm in a r la naturaleza esencial de la actividad en cuestión. R e c o r r e r an d an d o el cam po, ¿p ertenecía a la esencia del golf o solo le era incidental? Si, co m o aseveraba la PG A , cam inar era un aspecto esencial de ese d ep o rte, dejarle a M a rtin que m o ntase en un veh ícu lo «alteraría fu n d a m e n ta lm e n te la naturaleza» del ju e g o . P^ra resolver u n pro b lem a de derechos el trib u n al tenía qu e d e te r­

m inar el telos, o naturaleza esencial, del ju eg o .

El trib u n a l se n te n c ió p o r siete votos c o n tra dos q u e M a rtin tenía d erech o a usar u n c o c h e c ito de golf. El ju e z J o h n Paul S te-

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vens, q u e redactó el v o to m ayoritario, analizaba la h isto ria del g o lf y llegaba a la conclu sió n de q u e el uso de vehículos n o era in co m p a tibie c o n el carácter fu n d a m e n ta l del ju e g o . «D esde sus p rim ero tiem pos, la esencia del ju e g o h an sido los lan zam ien tos, valerse de u n palo para q u e una bola vaya del tee a u n hoyo q u e está a cierta distancia p o r m e d io del m e n o r n ú m e ro d e golpes q u e sea posi­

ble.»35 E n c u a n to a la afirm ació n de q u e cam in ar p o n e a p ru e b a la resistencia física de los ju g ad o re s, Stevens citó el testim o n io de un profesor de fisiología, q u e había calculado q u e solo se gastaban unas q u in ien tas kilocalorías en re c o rre r an d a n d o los d ie c io c h o hoyos

«nutricionalm ente, m enos que las que hay en una B ig M ac».36 C om o el g o lf es «una actividad de baja inten sid ad , la fatiga es sobre todo u n fe n ó m e n o psicológico en el que el estrés y la m o tiv ació n son los e lem e n to s clave».37 El trib u n a l llegó a la co n c lu sió n de q u e tener c o n la discapacidad de M a rtin la co nsideración de dejarle q ue m on­

tase en u n co c h ecito de g o lf n o alteraría en lo fun d am en tal el juego ni le daría u n a ventaja injusta.

El ju e z A n to n in Scalia discrepó. E n u n b rio so v o to particular, n e g ó q u e el T rib u n a l S u p rem o p u d iese d e te rm in a r la naturaleza esencial del golf. N o defendía sim plem en te qu e los ju ece s careciesen d e la au to rid a d o co m p e te n c ia para d irim ir esa cu estió n , sino que p o n ía en en tre d ich o la prem isa aristotélica q u e se escondía bajo la o p in ió n del trib u n al, a saber, q u e es posible razon ar sobre el telos o naturaleza esencial de u n ju eg o :

D e ordinario, decir de algo que es «esencial» equivale a d e c ir que es necesario para la consecución de un cierto objetivo. Pero c o m o esta en la naturaleza misma de u n ju eg o que no tiene otro objetivo que el entretenim iento (eso es lo que distingue a los juegos de la actividad productiva), es com pletam ente im posible decir de cualquiera de laS arbitrarias reglas de u n ju eg o que es «esencial».38

C o m o las reglas del g o lf «son (com o en todos los ju ego s) ente ram en te arbitrarias», escribía Scalia, n o hay fu n d am en to alguno p ar3 evaluar críticam en te las reglas establecidas p o r la P G A . Si a los afi

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cionados n o les gustan, «pueden retirar su interés». Pero nadie p u ed e decir que tal o cual regla carece d e im p o rtan cia en lo q u e se refiere a las habilidades que se sup o n e q u e el g o lf p o n e a p rueba.

El a rg u m e n to de Scalia es cuestionab le p o r varias razones. E n p rim e r lugar, hace de m en o s a los d ep ortes. N in g ú n aficionado de verdad hablaría de los d eportes de esa form a, co m o si se rigiesen p o r reglas c o m p le ta m e n te arbitrarias y n o tu v iesen n in g ú n verdadero objeto o razón de ser. Si la g en te creyese realm ente q u e las reglas de su d ep o rte favorito son arbitrarias, en el sentido de q u e n o h an sido concebidas para q u e se luzcan y celebren ciertas habilidades y ciertos tipos de talen to q u e m erece la p en a adm irar, le sería difícil interesar­

se p o r el resultado del ju eg o . El d e p o rte se rebajaría hasta convertirse en u n m ero espectáculo, u n a fo rm a de e n tre te n im ie n to en vez de algo q u e se aprecia.

E n seg u n d o lugar, es p e rfe c ta m e n te posible d iscu tir sobre el m érito de las diferentes reglas y preguntarse si m ejo ra n o c o rro m p e n el juego. Esas discusiones tien en lugar to d o el tiem po, sea en tre q u ie­

nes llam an a los program as de radio o en tre quienes d irig en el d e­

p o rte en cuestión. F ijém onos en el debate sobre u n a regla del béis­

bol, la del «bateador designado». H ay quienes d icen q u e m ejo ra el ju eg o p o rq u e gracias a ella son los m ejores bateadores los que batean y a los q u e n o lo so n ta n to se les evita q u e pasen p o r u n calvario.

O tros d icen q u e perjudica, ya q u e exagera el papel del bateo y eli­

m ina com plejas consideraciones estratégicas. C ada u n a de esas pos­

turas se basa en u n a cierta co n c e p c ió n del o b jeto del m e jo r béisbol:

¿qué habilidades p o n e a p ru e b a y q u é aptitudes y virtu d es celebra y prem ia? El deb ate sobre la regla del b atea d o r designado es, e n últim a instancia, u n d eb ate sobre el telos del béisbol, tal y c o m o el debate sobre la acción afirm ativa es u n debate sobre el p ro pó sito de las u n i­

versidades.

P o r ú ltim o , Scalia, al n eg a r q u e el g o lf ten g a u n telos, pasa p o r alto p o r co m p le to el aspecto h o n o rífic o de la disputa. ¿C uál fue el objeto, al fin y al cabo, de los cuatro años q u e d u ró el caso del co ­ checito de golf? S uperficialm ente, se discutió sobre la equ idad. La PG A y los grandes del g o lf aseveraban que dejar q u e M a rtin se des-

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J U S T IC IA

plazase en u n vehículo le conferiría una ventaja y n o sería equitativo- M a rtin replicaba que, dada su discapacidad, el v eh ícu lo solam ente igualaría las condiciones.

Si la equidad hubiera sido lo ú n ico e n ju e g o , sin em bargo, habría habido u n a solución evidente: q u e todos los golfistas p udiesen des­

plazarse p o r el cam po co n u n vehículo. Si todos pudiesen hacerlo, la acusación de ineq u id ad desaparecería. Pero esa solución era u n anate­

m a para el g o lf profesional, más inconcebible aún que hacer un a ex­

cepción co n Casey M artin. ¿Por qué? P o rq ue la disputa n o era tanto p o r la eq u id ad c o m o p o r el h o n o r y el re c o n o c im ie n to , en co ncre­

to p o r el deseo de la P G A y de los jugadores más im p ortan tes de que su dep o rte fuese reconocido y respetado co m o u na actividad atlética.

D é je sem e q u e lo diga de la m an era más delicada posible: los golfistas son u n tan to susceptibles en lo q u e se refiere a la naturaleza de su d ep o rte . E n él n o hay q u e c o rre r o saltar, y la bo la se queda quieta. N a d ie duda de q u e el g o lf req uiere de m u ch a habilidad. Pero el h o n o r y el re c o n o c im ie n to q u e se les co n c ed e a los jug ado res de g o lf más grandes d e p e n d e n de q u e se p u ed a con sid erar q u e su de­

p o rte es u n a co m p etició n físicam ente exigente. Si ese d e p o rte en el qu e destacan se pudiese ju g a r m oviéndose co n u n vehículo, se p o n ­ dría en e n tre d ic h o o d ism inuiría su re c o n o c im ie n to c o m o atletas.

Esto explica quizá la vehem en cia co n que algunos golfistas profesio­

nales se opusiero n a la p etició n de Casey M a rtin de re co rre r el cam­

p o m o n ta d o en u n v ehículo. T om K ite, q u e llevaba p articip an do v e in tic in c o años en las c o m p e tic io n e s de la P G A , escribió lo si­

g u ien te en u n artículo pub licado p o r el N e w York Times:

M e parece que quienes apoyan el derecho de Casey M artin a usar u n vehículo ignoran que estamos hablando de u n dep o rte de c o m p e tic ió n . [...] Estam os hablando de aco n tecim ien to s atléticos.

Y quien piense que el g o lf profesional no es un deporte atlético es que no lo ha visto nunca o no se ha dedicado a él.39

Sea cierto lo que sea en cu a n to a la naturaleza esencial del golf»

el proceso federal p o r el v eh ículo de Casey M a rtin ilustra v i v a m e n t e

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la teoría de la justicia enunciada p o r A ristóteles. Los debates sobre la jUSticia y los derechos son a m en u d o , es inevitable, debates sobre el propósito de alg una in stitu c ió n social, los b ienes q u e asigna y las vjr tudes que h o n ra y celebra. P or m u c h o q u e in ten tem o s q u e la ley sea n eutral en esas cuestiones, quizá n o resulte posible d ecir q u é es justo sin so m eter a discusión la naturaleza de la vida buena.

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