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Los padres cristianos

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Academic year: 2021

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Capítulo 24

Los padres cristianos

Mientras cumplís vuestros deberes hacia vuestra familia, el padre como sacerdote de la casa y la madre como misionera del hogar, multiplicaréis agentes capaces de hacer bien fuera de la casa. Al emplear vuestras facultades, os capacitaréis mejor para trabajar en la iglesia y entre vuestros vecinos. Al vincular a vuestros hijos con vosotros mismos y con Dios, todos, padres e hijos, llegaréis a ser colaboradores de Dios.

Lo sagrado de la labor de una madre

La mujer debe ocupar el puesto que Dios le designó originalmente como igual a su esposo. El mundo necesita madres que lo sean no sólo de nombre sino en todo sentido de la palabra. Puede muy bien decirse que los deberes distintivos de la mujer son más sagrados y más santos que los del hombre. Comprenda ella el carácter sagrado de su

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su misión en la vida. Eduque a sus hijos para que sean útiles en este mundo y obtengan un hogar en el mundo mejor.

La esposa y madre no debe sacrificar su fuerza ni dejar dormir sus facultades apoyándose por completo en su esposo. La individualidad de ella no puede fundirse en la de él. Debe considerar que tiene igualdad con su esposo, que debe estar a su lado permaneciendo fiel en el puesto de su deber y él en el suyo. Su obra en la educación de sus hijos es en todo respecto tan elevadora y ennoblecedora como cualquier puesto que el deber de él le llame a ocupar, aun cuando fuese la primera magistratura de la nación.

Al rey en su trono no incumbe una obra superior a la de la madre. Esta es la reina de su familia. A ella le toca modelar el carácter de sus hijos, a fin de que sean idóneos para la vida superior e inmortal. Un ángel no podría pedir una misión más elevada; porque mientras realiza esta obra la madre está sirviendo a Dios. Si tan sólo comprende ella el alto carácter de su tarea, le

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inspirará valor. Percátese del valor de su obra y vístase de toda la armadura de Dios a fin de resistir la tentación de conformarse con la norma del mundo. Ella obra para este tiempo y para la eternidad.

Si entran en la obra hombres casados, dejando a sus esposas en casa para que cuiden a los niños, la esposa y madre está haciendo una obra tan grande e importante como la que hace el esposo y padre. Mientras que el uno está en el campo misionero, la otra es misionera en el hogar, y con frecuencia sus ansiedades y cargas exceden en mucho a las del esposo y padre. La obra de la madre es solemne e importante. El esposo puede recibir honores de los hombres en el campo misionero, mientras que la que se afana en casa no recibe reconocimiento terreno alguno por su labor; pero si trabaja en pro de los mejores intereses de su familia, tratando de formar su carácter según el Modelo divino, el ángel registrador la anotará como uno de los mayores misioneros del mundo. Dios no ve las cosas como las percibe la visión finita del hombre.

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El mundo rebosa de influencias corruptoras. Las modas y las costumbres ejercen sobre los jóvenes una influencia poderosa. Si la madre no cumple su deber de instruir, guiar y refrenar a sus hijos, éstos aceptarán naturalmente lo malo y se apartarán de lo bueno. Acudan todas las madres a menudo a su Salvador con la oración: “¿Cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?” Cumpla ella las instrucciones que Dios dio en su Palabra, y se le dará sabiduría a medida que la necesite.

Comprenda toda madre que su tiempo no tiene precio; su obra ha de probarse en el solemne día de la rendición de cuentas. Entonces se hallará que muchos fracasos y crímenes de los hombres y mujeres fueron el resultado de la ignorancia y negligencia de quienes debieron haber guiado sus pies infantiles por el camino recto. Entonces se hallará que muchos de los que beneficiaron al mundo con la luz del genio, la verdad y la santidad, recibieron de una madre cristiana y piadosa los principios que fueron la fuente de su influencia y éxito.

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El poder de la madre para el bien

La esfera de la madre puede ser humilde; pero su influencia, unida a la del padre, es tan perdurable como la eternidad. Después de Dios, el poder de la madre en favor del bien es el más fuerte que se conozca en la tierra.

Una madre cristiana estará siempre bien despierta para discernir los peligros que rodean a sus hijos. Mantendrá su alma en una atmósfera pura y santa; regirá su genio y sus principios por la palabra de Dios y, haciendo fielmente su deber, vivirá por encima de las mezquinas tentaciones que siempre la asaltarán.

Los niños tienen la percepción rápida, y disciernen los tonos pacientes y amorosos en contraste con las órdenes impacientes y apasionadas, que desecan el raudal del amor y del afecto en los corazones infantiles. La verdadera madre cristiana no ahuyentará a sus hijos de su presencia por su irritación y falta de amor y

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simpatía.

Madres, despertad y reconoced que vuestra influencia y vuestro ejemplo afectan el carácter y el destino de vuestros hijos; y en vista de vuestra responsabilidad, desarrollad una mente bien equilibrada y un carácter puro, que reflejen tan sólo lo verdadero, lo bueno y lo bello.

Muchísimos esposos e hijos que no encuentran motivo alguno de atracción en la casa y de continuo son saludados con regaños y murmuraciones, buscan consuelo y diversión lejos del hogar, en la taberna u otros lugares de placer prohibido. A menudo la esposa y madre, ocupada con los cuidados de la casa se olvida de las pequeñas cortesías que harían del hogar un sitio agradable para el esposo y los hijos, aun cuando en presencia de ellos no se queja mucho de sus vejámenes y dificultades peculiares. Mientras ella está ocupada en la preparación de algo que comer o de alguna prenda de vestir, el esposo y los hijos entran y salen como extraños.

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Si las madres se permiten llevar vestidos desaseados en la casa, enseñan a sus hijos a seguir por el mismo camino del desaliño. Muchas madres piensan que en la casa cualquier ropa es bastante buena, por sucia y desaliñada que esté. Pero pronto pierden su influencia en la familia. Los hijos comparan el vestido de la madre con el de quienes visten con aseo, y se debilita el respeto que le tienen.

La esposa y madre fiel cumplirá sus deberes con dignidad y buen ánimo; no considerará que sea degradante hacer con sus propias manos cuanto sea necesario hacer en una casa bien ordenada.

El cabeza de familia debe imitar a Cristo

Todos los miembros de la familia giran alrededor del padre. El es el legislador y en su conducta viril ilustra las virtudes más austeras: la energía, la integridad, la honradez, la paciencia, el valor, la diligencia y la utilidad práctica. El padre es en un sentido el sacerdote de la familia, que dispone sobre el altar de Dios el sacrificio matutino

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y vespertino. La esposa y los hijos deben ser alentados a participar en esta ofrenda y también en el canto de alabanza. A la mañana y a la noche, el padre, como sacerdote de la casa, debe confesar a Dios los pecados cometidos durante el día por él mismo y por sus hijos. Los pecados de los cuales ha tenido conocimiento y también los que permanecen secretos, que sólo vio el ojo divino, deben ser confesados. Esta norma, celosamente observada por el padre cuando está presente, o por la madre cuando él está ausente, resultará en bendiciones para la familia.

A un hombre que es esposo y padre, yo diría: Asegúrese de que rodea su alma una atmósfera pura y santa. Debe aprender diariamente de Cristo. Nunca ha de manifestar un espíritu tiránico en el hogar. El hombre que lo hace obra asociado con agentes satánicos. Someta su voluntad a la de Dios. Haga cuanto pueda para que la vida de su esposa sea placentera y feliz. Haga de la Palabra de Dios su consejera. Viva en el hogar de acuerdo con las enseñanzas de ella. Entonces vivirá así en la iglesia y llevará estas enseñanzas consigo al lugar donde

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trabaja. Los principios del cielo ennoblecerán todas sus transacciones. Los ángeles de Dios cooperarán con usted y le ayudarán a revelar a Cristo ante el mundo.

No permita usted que los vejámenes de sus negocios ensombrezcan su vida en el hogar. Si al ocurrir cositas que no son exactamente como usted piensa que deberían ser, no sabe manifestar paciencia, longanimidad, bondad y amor, demuestra que no escogió por compañero a Aquel que tanto le amó que dio su vida por usted para que pudiese ser uno con él.

No evidencia virilidad el esposo espaciándose constantemente en su puesto como cabeza de la familia. No aumenta el respeto hacia él cuando se le oye citar la Escritura para apoyar sus derechos a ejercer autoridad. No le hará más viril el requerir de su esposa, la madre de sus hijos, que actúe de acuerdo con los planes de él como si fuesen infalibles. El Señor ha constituido al esposo como cabeza de la esposa para que la proteja; él es el vínculo de la familia, el que une sus miembros, así

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como Cristo es cabeza de la iglesia y Salvador del cuerpo místico. Todo esposo que asevera amar a Dios debe estudiar cuidadosamente lo que Dios requiere de él en el puesto que ocupa. La autoridad de Cristo se ejerce con sabiduría, con toda bondad y amabilidad; así también ejerza su poder el esposo e imite la gran Cabeza de la iglesia.

Padres, trabajad juntos para la salvación de vuestros hijos

Si se descorriese el velo y ambos padres pudieran ver el trabajo del día como Dios lo ve, y discernir cómo su ojo infinito compara la labor de ambos, se asombrarían ante la revelación celestial. El padre consideraría sus labores con más modestia, mientras que la madre cobraría nuevo valor y energía para proseguir su tarea con sabiduría, perseverancia y paciencia. Conocería entonces su labor. Mientras que el padre trató con cosas perecederas que pasarán, la madre contribuyó a desarrollar mentes y caracteres y trabajó no sólo para este tiempo, sino para la eternidad.

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El deber del padre hacia sus hijos no puede delegarse a la esposa. Si ella cumple su propio deber, tiene bastante carga que llevar. Únicamente si obran de concierto pueden el padre y la madre cumplir la obra que Dios confió a sus manos.

El padre no debe excusarse de hacer su parte en la obra de educar a sus hijos para esta vida y para la eternidad. Debe compartir la responsabilidad. Tanto el padre como la madre tienen obligaciones. Los padres han de manifestarse mutuamente amor y respeto, si quieren ver estas cualidades desarrollarse en sus hijos.

El padre de niños varones debe tratar íntimamente con sus hijos, darles el beneficio de su experiencia mayor, y hablar con ellos con tanta sencillez y ternura que los vincule con su corazón. Debe dejarles ver que todo el tiempo busca sus mejores intereses y su felicidad.

El que tiene una familia de varones debe comprender que, cualquiera que sea su vocación, nunca debe descuidar las almas confiadas a su

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cuidado. Trajo a estos hijos al mundo y se ha hecho responsable delante de Dios de hacer cuanto esté a su alcance para guardarlos de compañías malas y no santificadas. No debe dejar a sus varones inquietos totalmente bajo el cuidado de la madre. Esta carga es demasiado pesada para ella. Debe él ordenar las cosas de acuerdo con los mejores intereses de la madre y de los niños. Puede resultar muy difícil para la madre ejercer dominio propio y dirigir sabiamente la educación de sus hijos. En tal caso, el padre debe asumir una parte mayor de la carga. Debe resolver que hará los esfuerzos más decididos para salvar a sus hijos.

Consejo acerca del número de hijos

Los hijos son la herencia del Señor, y somos responsables ante él por el manejo de su propiedad. Trabajen los padres por los suyos, con amor, fe y oración, hasta que gozosamente puedan presentarse a Dios diciendo: “He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová”.

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racionales y vivan de tal manera que cada hijo reciba la debida educación, y que la madre tenga fuerza y tiempo para emplear sus facultades mentales en la disciplina de sus pequeñuelos a fin de que sean dignos de alternar con los ángeles. Ella debe tener valor para desempeñar noblemente su parte y hacer su obra en el temor y amor de Dios, a fin de que sus hijos resulten en bendición para la familia y la sociedad.

El esposo y padre debe considerar todas estas cosas, no sea que su esposa se vea recargada y así abrumada de abatimiento. Debe procurar que la madre de sus hijos no se vea en situación tal que no pueda atender con justicia a sus numerosos pequeñuelos y darles la debida preparación.

Hay padres que, sin considerar si pueden o no atender con justicia a una familia grande, llenan su casa de pequeñuelos desvalidos, que dependen por completo del cuidado y la instrucción de sus padres. Este es un perjuicio grave, no sólo para la madre, sino para sus hijos y la sociedad.

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El que haya año tras año un niño en los brazos de la madre significa una gran injusticia para ella. Reduce, y a menudo destruye, para ella, el placer social y aumenta la miseria doméstica. Priva a sus hijos del cuidado, de la educación y de la felicidad que los padres tienen el deber de otorgarles.

[Los padres] deben considerar con calma cómo han de proveer para sus hijos. No tienen derecho de traer al mundo hijos para que sean una carga para otros.

¡Cuán poco se tiene en cuenta el destino del niño! Sólo se piensa en satisfacer la pasión, y se imponen a la esposa y madre cargas que minan su vitalidad y paralizan su fuerza espiritual. Con la salud quebrantada y el ánimo abatido se ve rodeada de un pequeño rebaño al cual no puede atender como debiera. Careciendo de la instrucción que debieran recibir, los niños crecen para deshonrar a Dios y comunicar a otros lo malo de su propia naturaleza, y así se forma un ejército al cual Satanás maneja como quiere.

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