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Cartas Esenciales. Ignacio de Loyola - Ignacio de Loyola

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IGNACIO DE LOYOLA

Cartas esenciales

Introducción y edición de

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la red: www.conlicencia.com o por teléfono: +34 91 702 1970 / +34 93 272 0447

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© Ediciones Mensajero, 2017 Grupo de Comunicación Loyola

C. Padre Lojendio, 2 48008 Bilbao – España

Tfno.: +34 944 470 358 / Fax: +34 944 472 630

info@gcloyola.com / www.gcloyola.com

Diseño de cubierta:

Vicente Aznar Mengual, SJ

Edición Digital ISBN: 978-84-271-4026-4

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S

elección de las cartas más célebres de Ignacio de Loyola.

Edición divulgativa, pero con referencias a la edición de Monumenta Historica S.I., de modo que pueda ayudar también a quienes elaboran tesis o trabajos científicos sobre el santo de Loyola.

MANUEL RUIZ JURADO, SJ, ha dedicado casi toda su vida a editar y publicar textos y estudios sobre san Ignacio de Loyola y su espiritualidad. Profesor emérito de la Pontificia Universidad Gregoriana, en la que ha ejercido su magisterio a lo largo de tres decenios, ha sido también miembro del Instituto Histórico de la Compañía de Jesús y consultor durante veintisiete años de la Congregación para las Causas de los Santos. Investigador incansable y autor de numerosos libros y escritos, en Ediciones Mensajero ha publicado «Tratado de la oración mental cristiana» y «A la luz del carisma ignaciano».

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Índice

Portada Créditos Introducción

Valor del epistolario La presente edición

Cronología de san Ignacio de Loyola Abreviaturas

CARTAS ESENCIALES

1. A INÉS PASCUAL[2]. Barcelona, 6 de diciembre de [1524?][3]. (Epp., 1, 71-73)

2. A INÉS PASCUAL. París, 3 de marzo de 1528. (Epp., 1, 74-75)

3. A MARTÍN GARCÍA DE OÑAZ. París, junio de 1532[12]. (Epp., 1, 79-83) 4. A ISABEL ROSER. París, 10 de noviembre de 1532. (Epp., 1, 83-85) 5. A JAIME CAZADOR. Venecia, 12 de febrero de 1536. (Epp., 1,93-99) 6. A SOR TERESA REJADELL. Venecia, 18 de junio de 1536. (Epp., 1,

99-107)

7. A SOR TERESA REJADELL. Venecia, 11 de septiembre de 1536. (Epp., 1, 107-109)

8. AL P. MANUEL MIONA. Venecia, 16 de noviembre de 1536. (Epp., 1, 111-113)

9. A MOSÉN JUAN DE VERDOLAY. Venecia, 24 de julio de 1537. (Epp., 1, 118-123)

10. A PEDRO CONTARINI. Venecia, mes de agosto de 1537. (Epp., 1, 23-125)

11. A BELTRÁN DE LOYOLA. Roma, septiembre de 1539. (Epp., 1, 148-151) 12. A LOS PP. BROËT Y SALMERÓN. Roma, principio de septiembre de

1541. (Epp., 1, 174-179)

13. AL P. SIMÓN RODRIGUES. [Roma, a mediados] de 1542. (Epp., 1, 206-210)

14. A JUAN III, REY DE PORTUGAL. Roma, 8 de marzo de 1543. (Epp., 1, 243-246)

15. AL P. NICOLÁS BOBADILLA. Roma, 1543. (Epp., 1, 277-282)

16. A JUAN III, REY DE PORTUGAL. Roma, 15 de marzo de 1545. (Epp., 1, 296-298)

17. A FRANCISCO DE BORJA, DUQUE DE GANDÍA. Roma, fines de 1545. (Epp., 1, 339-342)

18. A LOS PADRES ENVIADOS A TRENTO. Roma, a principios de 1546. (Epp., 1, 386-389)

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PARA CONVERSAR

PARA AYUDAR A LAS ALMAS PARA MÁS AYUDARNOS

19. A D. FERNANDO DE AUSTRIA, REY DE ROMANOS. Roma, diciembre de 1546. (Epp., 1, 450-453)

20. A LOS HERMANOS ESTUDIANTES DE COIMBRA. Roma, 7 de mayo de 1547. (Epp., 1, 495-510)

[1. Excelencia de la vocación] [2. Generosidad en la respuesta] [3. El mayor argumento]

[4. Necesidad de la discreción]

[Ejercitar la caridad apostólica durante el estudio]

21. A MANUEL SANCHES, OBISPO DE TARGA. Roma, 18 de mayo de 1547. (Epp., 1, 513-515)

22. A LOS PADRES Y HERMANOS DE PADUA. Roma, 7 de agosto de 1547. (Epp., 1, 572-577)

[Introducción]

[1. Es gracia la pobreza]

[2. Los pobres, preferidos de Dios] [3. Ventajas de la pobreza]

[4. Amor de la pobreza]

23. A FRANCISCO DE BORJA, DUQUE DE GANDÍA. Roma, 20 de septiembre de 1548. (Epp., 2, 233-237)

24. A JUAN DE ÁVILA. Roma, 24 de enero de 1549. (Epp., 2, 316-317) 25. AL P. JUAN ÁLVAREZ. Roma, 18 de julio de 1549. (Epp., 2, 481-483) 26. A FRANCISCO DE BORJA, DUQUE DE GANDÍA. Julio de 1549. (Epp.,

12, 632-654)

[Introducción: doctrina sobre las profecías] [Situación histórica]

[La personalidad de F. Onfroy]

[Las propuestas y profecías presentadas por Onfroy] [Las propuestas y razones de Oviedo]

27. A JUAN DE VEGA, VIRREY DE SICILIA. Roma, 12 de abril de 1550. (Epp., 3, 13-15)

28. AL EJÉRCITO DE ÁFRICA. Roma, 9 de julio de 1550. (Epp., 3, 113-114) 29. A LOS DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS CONGREGADOS EN ROMA.

Roma, 30 de enero de 1551. (Epp., 3, 303-304)

30. A ISABEL DE VEGA. Roma, 21 de febrero de 1551. (Epp., 3, 326-327) 31. AL P. FRANCISCO JAVIER. Roma, 31 de enero de 1552. (Epp., 4, 128) 32. A FELIPE, PRÍNCIPE DE ESPAÑA. Roma, 3 de junio de 1552. (Epp., 4,

268-269)

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de 1552. (Epp., 12, 251-253)

34. A LOS PADRES Y HERMANOS DE PORTUGAL. Roma, 26 de marzo de 1553. (Epp., 4, 669-681)

[Introducción]

[Principio fundamental de la obediencia] [Grados de obediencia]

[Cómo conseguir la perfecta obediencia] [La representación]

[Algunas observaciones] [Exhortación final]

35. AL P. FRANCISCO JAVIER. Roma, 28 de junio de 1553. (Epp., 5, 148-151)

36. A TODA LA COMPAÑÍA. Roma, 25 de julio de 1553. (Epp., 5, 220-222) 37. A MARGARITA DE AUSTRIA. Roma, 17 de noviembre de 1553. (Epp., 5,

699-700)

38. AL P. NICOLÁS FLORIS. Roma, 22 de noviembre de 1553. (Epp., 5, 713-714))

39. AL SR. ANTONIO ENRÍQUEZ. Roma, 26 de marzo de 1554. (Epp., 6, 522-524)

40. AL P. JUAN NUÑES BARRETO. Roma, 26 julio de 1554. (Epp., 7, 313-314)

41. AL P. ANTONIO ARAOZ. Roma, 3 de enero de 1555. (Epp., 8, 225) 42. AL NEGUS CLAUDIO DE ETIOPÍA. Roma, 3 de febrero de 1555. (Epp.,

8, 460-467)

43. A FRANCISCO JIMÉNEZ DE MIRANDA, ABAD DE SALAS. Roma, 11 de julio de 1555. (Epp., 9, 308-311)

44. AL P. FRANCISCO DE BORJA. Roma, 17 de septiembre de 1555. (Epp., 9, 626-627)

45. AL DR. ALFONSO RAMÍREZ DE VERGARA. Roma, 30 de marzo de 1556. (Epp., 11, 184-185)

46. A EMERIO DE BONIS. Roma, 23 de mayo de 1556. (Epp., 11, 439-440) 47. AL P. FULVIO ANDROZZI. Roma, 18 de julio de 1556. (Epp., 12,

141-143) Notas

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Valor del epistolario

El epistolario de san Ignacio de Loyola ha llamado siempre la curiosidad y la atención interesada de personas de diversas clases y culturas. Ignacio de Loyola vivió una época decisiva para la cultura occidental: el auge del interés por la vida interior; la difusión de la imprenta; el renacimiento y el humanismo; la reforma y el Concilio de Trento; la extensión universal de la evangelización; el dominio de España y Portugal en el mundo.

La personalidad de Ignacio ha sido factor fundamental en estos cambios culturales y espirituales de la época que le tocó vivir, por sus relaciones personales, por sus

Ejercicios espirituales y por la trascendencia histórica de su obra, la Compañía de Jesús.

En el epistolario de una persona se traslucen los resortes íntimos de su personalidad; el tipo de relaciones que tenía; su capacidad de comunicación; sus ideales, sus luchas y sus preocupaciones; las metas que persigue. Hasta dónde se abrió el horizonte del alma de san Ignacio en un tiempo tan nuevo como el suyo. Cuáles fueron sus pensamientos e ideas predominantes, su sensibilidad, sus afectos; qué pretendía con sus escritos, y qué deseaba de sus corresponsales; con quiénes se relacionó y para qué.

Veremos que en su correspondencia hay personajes muy variados e importantes, y que en su problemática entran asuntos del mundo entero. Escribe al emperador Carlos V, al príncipe Felipe, al rey de Portugal, al emperador de Abisinia, al virrey de Sicilia, a san Francisco Javier, a san Pedro Fabro, a san Pedro Canisio, a san Juan de Ávila, etc. Se relaciona con Paulo III y Julio III, con Marcelo II y Paulo IV, y con cardenales que serán futuros papas o que intervienen en los asuntos más decisivos de su tiempo. Pero también con hombres y mujeres de su ambiente: familiares o lejanos; sacerdotes o laicos; hombres o mujeres; colaboradores de sus obras o necesitados de ayuda urgente para su alma; con instituciones y con sencillas religiosas, y, sobre todo, como General, con estudiantes o sacerdotes de la Compañía de Jesús, ayudándoles con instrucciones y orientación espiritual para toda la Orden o, a los particulares, sobre el modo de comportarse en las misiones a las que son enviados o en sus problemas personales.

Sus horizontes se amplían al Concilio y a la situación de Inglaterra y Alemania; se interesa por los problemas de la evangelización de África, de la India, Japón, China, Brasil; escribe sobre la vida espiritual de los países de antigua cristiandad; sobre la reforma de los monasterios masculinos y femeninos, los sacerdotes y abades, las

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tentaciones de un trabajador de la viña del Señor y sobre las ilusiones de los falsos místicos. Su corazón vibra con el mundo entero. No le detiene el tener que afrontar los grandes problemas de la humanidad, pero sabe detenerse a curar las heridas o el resentimiento de quien se encuentra en el camino por su cargo, o en su ocupación más local o casera.

Quien lea este epistolario que no vaya a buscar exquisiteces literarias, bellas metáforas o artificios retóricos. Lo que encontrará es luz, luz sobrenatural. Sabiduría que viene de arriba, del Padre de las luces, y relaciona con su sentido final todos los acontecimientos personales y todas las situaciones históricas; ilumina los corazones y los secretos de la lucha interior de cada hombre. Siempre buscando la voluntad de Dios que nos conduce a la eternidad. Con razón san Francisco de Borja pedía en su oración al Señor, «la suavidad del P. Laínez y la prudencia y lumbre de N.P. Ignacio» (6 de agosto de 1568).

La personalidad de san Ignacio, tan firme en sus principios, se muestra ágil y flexible para tener en cuenta la diferencia del estado y disposición de cada uno y las peculiaridades de cada situación. Discierne, orienta y sabe dejar la aplicación responsable de cada uno a sus propias circunstancias. Es humilde, desprendido, no pretende nada para sí, sino ayudar a que se cumpla lo mejor posible la voluntad de Dios.

Ofrece noticias interesantes para la historia, pero no porque las busque o quiera hacerse interesante por su información, sino porque se encuentran en la vida de la que está hablando, o forman parte del tema que tiene que tratar con sus corresponsales. Nada de curiosidad, va al corazón; se dirige a la inteligencia y sentimientos de las personas a quienes escribe para ayudarlas a orientar mejor sus vidas. Solo le interesan la gloria y el servicio de Dios en la ayuda de las almas.

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La presente edición

Se me ha pedido una edición para el público en general, con una selección de cartas en las que se muestre la riqueza y el estilo de su enseñanza, y la polifacética personalidad de san Ignacio. Esta edición está basada directamente en la edición crítica del epistolario ignaciano, publicada por el Instituto Histórico de la Compañía de Jesús. Sabemos que allí consta de 12 volúmenes, con unas 7.000 cartas; pero que muchas de ellas son simplemente las minutas que daba san Ignacio a su secretario, indicándole las materias que debía tratar en cada caso. Aquí he seleccionado una muestra significativa, que contiene las cartas más célebres del santo y algunas de sus instrucciones.

Las cartas autógrafas de san Ignacio no son muchas. La inmensa mayoría son redacción de Polanco, su fiel secretario desde marzo de 1547: algunas en latín, otras en italiano y la inmensa mayoría en español. Las anteriores a esa fecha son en muchos casos autógrafas, y se puede notar la diferencia de estilo –no de pensamiento y contenido, de intención y de doctrina– con las posteriores. Se percibe sin gran esfuerzo el estilo característico, las frases, a veces forzadas, de san Ignacio: los anacolutos; las prolepsis; el uso verbal frecuente de gerundios o infinitivos; la abundancia de latinismos; los verbos sin complemento; el artículo delante del posesivo («la su divina bondad», «la mi primera misa», etc.); la estructura de la frase y el orden de las palabras en función del efecto que desea lograr en el alma del receptor de su misiva, lo que he dado en llamar «retórica apostólica» de san Ignacio[1], la efusión de un espíritu interior que mueve la pluma. En cambio, desde 1547, se observa la redacción bien cuidada de las frases y los párrafos de Polanco; la lógica ordenación de las ideas, de las partes del discurso y de los argumentos en función de la clara inteligencia del pensamiento. Era un escritor de curia; pero al servicio fidelísimo del pensamiento de san Ignacio, de su doctrina y de sus intenciones. El mismo santo intervendrá a veces con una simple precisión (añadiendo «in Domino» a lo que se había escrito), o corrigiendo algunas palabras, o el párrafo entero, cuando se trata de algún personaje importante o asunto delicado.

La presente edición ha conservado las mismas frases y palabras de las cartas originales; pero con las formas, grafía, acentuación y signos de puntuación actuales. Así creo que se facilita la lectura del lector actual, conservando la fidelidad total al pensamiento y sentido del texto original. Solo nos hemos permitido en algunas ocasiones

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sentido actual en que se usa tal palabra y mantener fidelidad a la equivalencia actual del término. Las palabras o citas latinas contenidas en las cartas originales, las hemos impreso en letra cursiva, aun cuando el resto de la carta lo mostramos en castellano.

A su debido tiempo indicamos que las cartas originales en latín o en italiano han sido directamente traducidas por mí. He publicado el texto íntegro de varias cartas, que en otras ediciones manuales solo se había publicado en parte. Algunas aparecen por primera vez para el público en general. He procurado brevedad en las introducciones y notas, con solo los datos necesarios para que se pueda entender mejor el sentido del contenido de los textos y las circunstancias de la carta.

Junto a la fecha de cada carta aparece la cita que le corresponde en la edición crítica de Monumenta Historica S.I. Así pienso que, sin obstáculo para el lector general, puede ayudar al estudioso académico a la búsqueda del documento para su estudio científico.

Que la lectura de este epistolario, escrito para mayor gloria de Dios y servicio del prójimo, nos lleve, como quería san Ignacio, a que la santísima voluntad de Dios sobre nosotros siempre sintamos y enteramente la cumplamos.

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Cronología de san Ignacio de Loyola

1491 Nacimiento en Loyola.

1506 (?) Hasta 1517 vive y se educa en Arévalo en la casa de Juan Velázquez de Cuéllar, contador mayor del rey Fernando el Católico. Experiencia de la vida de corte y de las «vanidades del mundo».

1517 Gentilhombre al servicio de Antonio Manrique de Lara, Virrey de Navarra. Le acompañaba como familiar y cumplía con fidelidad las misiones que se le encomendaban.

1521 Herido en la pierna derecha en la defensa del castillo de Pamplona, el 20 de mayo. Llevado a Loyola, recibe los sacramentos el día 24 de junio, para prepararse a morir; pero comienza a sentirse mejor a la medianoche de la vigilia de san Pedro. Comienza su convalecencia y experimenta el proceso de su conversión.

1522 A fines de febrero abandona su casa para peregrinar a Tierra Santa. Pasa primero por Aránzazu y Montserrat. Desde el 25 de marzo hasta febrero del año siguiente, lleva vida de pobre y penitente en Manresa, donde Dios le transforma plenamente con gracias místicas extraordinarias.

1523 Sale de Manresa hacia Tierra Santa. Se embarca en Barcelona. Pasa por Roma y Venecia, visita los Santos Lugares. Tiene que volverse hacia Venecia, a pesar de haber intentado quedarse en Tierra Santa.

1524 De Venecia, pasando por Génova, llega de nuevo a Barcelona, dispuesto a prepararse con los estudios, para mejor ayudar a las almas de sus prójimos. Vive como pobre mendicante, estudia latín entre los niños y atrae a su vida apostólica a algún compañero. Le protegen algunas familias devotas.

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1526 A mediados de año, considerado ya como preparado para estudiar filosofía, se marcha a Alcalá de Henares. Allí tiene varios compañeros en su vida apostólica en pobreza y humildad. Estudia, da ejercicios leves; hacen procesos contra él y sus compañeros.

1527 En junio sale de Alcalá para Valladolid y Salamanca. Proceso en Salamanca y sentencia absolutoria. Sale de Salamanca para irse a estudiar a París, pasando por Barcelona. Sus compañeros quedan en Salamanca con intención de unirse con él en París.

1528 Llega a París en enero. Se hospeda en el hospital. Estudia de nuevo latín en el colegio de Monteagudo. En septiembre de 1529 se traslada al colegio de Santa Bárbara, donde habita con Fabro y Javier. Hasta 1535 estudia filosofía, hasta conseguir el título de Maestro, y comienza teología. Da ejercicios completos y se le unen los compañeros que harán lo votos en Montmartre (agosto de 1534). 1535 Defiende su causa ante el Inquisidor Liévin. En abril sale para Azpeitia por

recomendación médica. No se hospeda en su casa, sino en el hospital de la Magdalena. Hace apostolado, reforma las costumbres de su tierra. Vuelve a Venecia, visitando a las familias de sus compañeros en España.

1536 En Venecia continua sus estudios de teología. Hasta noviembre de 1537, da ejercicios, recibe a sus compañeros de París, es ordenado sacerdote y se retira a Vicenza. Sale para Roma con Fabro y Laínez. Antes de entrar a Roma, recibe la gracia de La Storta: el Padre le pone con el Hijo que lleva la cruz.

1538 Llegan a Roma los demás compañeros y se distribuyen los ministerios en diversas iglesias de Roma. La persecución y el proceso más difícil, en Roma, por parte de Mainardi. Reciben la sentencia absolutoria. Ayudan a los apestados y los acogen en su casa (Frangipani). San Ignacio celebra en Navidad su primera Misa.

1539 Deliberaciones sobre quedar unidos en una nueva Orden Religiosa. La Fórmula

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1540 En marzo parte san Francisco Javier, enviado a la India, cuando era secretario de san Ignacio. Bula Regimini militantes de Paulo III (27 de septiembre) aprobando la Compañía de Jesús.

1541 En abril, Ignacio es elegido General, a pesar de su repetida resistencia. La profesión de los primeros compañeros con Ignacio en la basílica de San Pablo. 1543 Bula de erección de la Compañía de la Gracia a favor de la Casa de Santa Marta

para las arrepentidas.

1544 En febrero comienza el P. Ignacio la parte del Diario espiritual que se conserva y que se extiende hasta febrero de 1545. La bula Iniunctum nobis suprime la restricción a 60 profesos con que se fundó la Compañía de Jesús.

1545 Nadal hace el mes de ejercicios en Roma y entra en la Compañía, en noviembre. En diciembre hacen su profesión en la Compañía, por haberlo obtenido de Paulo III, Isabel Roser y sus compañeras.

1546 Breve por el que la Compañía puede admitir coadjutores espirituales y temporales. El 1 de agosto muere en Roma Pedro Fabro. Admitido en la Compañía Francisco de Borja. El P. Ignacio está escribiendo el Examen; impide que el P. Jayo sea nombrado obispo. Se constituye la primera provincia de la Compañía, la de Portugal.

1547 En marzo con la llegada de Polanco a la secretaría, se da un impulso decisivo a la composición y redacción de las Constituciones S.I. Se escribe la Carta de la

perfección. Se obtiene que ninguna mujer pueda vivir en comunidad bajo la

obediencia de la Compañía. Araoz, primer provincial de España.

1548 Con la bendición papal sale de Roma Nadal con sus compañeros, enviados a fundar el colegio de Mesina. Aprobación y recomendación del libro de los

Ejercicios espirituales por el Papa Paulo III con el breve Pastoralis officii. El P.

Ignacio continúa la composición y redacción de las Constituciones. Francisco de Borja hace su profesión solemne, aun siguiendo oficialmente como Duque de Gandía.

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1549 Se constituye la provincia de la India con Francisco Javier como provincial. Se escriben las Reglas comunes de la casa de Roma.

1550 Julio III publica la bula Exposcit debitum, con la confirmación definitiva de la Compañía. Convocados a Roma los profesos de la Compañía, para presentarles el texto A de las Constituciones. En octubre llega a Roma Francisco de Borja. 1551 Renuncia, no aceptada, del P. Ignacio al generalato. En febrero, antes de salir

para España, Borja deja la limosna necesaria para iniciar el Colegio Romano. Se crea la provincia de Italia, su primer provincial el P. Broët.

1552 Creada la provincia de Aragón, y nombrado su primer provincial, el P. Simón Rodrigues. Terminado el texto B de las Constituciones. Se funda el Colegio Germánico en Roma. Julio III concede al Colegio Romano la facultad de otorgar grados académicos. El P. Ignacio viaja a Alvito para restablecer la concordia en el matrimonio de Ascanio Colonna y Juana de Aragón.

1553 Enviada a Portugal la célebre Carta de la obediencia. Nadal nombrado Comisario de España y Portugal, enviado a promulgar las Constituciones. Javier es llamado por el P. Ignacio a Portugal y Roma para informar al rey y al Papa, para reclutar misioneros, y para mayor provecho de la evangelización en Oriente y en Brasil. Instituida la provincia de Brasil, con Manuel de Nóbrega como provincial. A fines de agosto, comienza el P. Ignacio a dictar su Autobiografía. 1554 Organización de España en tres provincias: Castilla, Aragón y Bética. El «rey de

romanos» se propone fundar un Colegio Húngaro en Roma. Estando Ignacio gravemente enfermo, ordena que se elija un vicario general, y fue elegido Nadal. 1555 Gonçalves da Câmara comienza a redactar su Memorial. Hay en Roma unos 150

jesuitas. Nadal nombrado Comisario para Italia, Austria y otras regiones de Europa Central. Nace la provincia de Francia. Laínez nombrado Comisario para Italia. Asistentes generales: Madrid, Laínez y Polanco. Borja confirmado Comisario general para España, Portugal e India.

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1556 Constituidas las provincias de Germania Inferior, con Bernardo Oliverio como provincial, y Germania Superior con Pedro Canisio como provincial. A causa de su enfermedad el P. Ignacio se traslada en julio a la casa de descanso del monte Aventino («la viña»). El 28 se agrava y vuelve a la casa profesa. El 30 por la tarde pide que vaya Polanco a pedir la bendición al Papa, pues se siente que está para morir. Al amanecer del 31 agoniza y muere. El 1 de agosto se entierra su cadáver en la iglesia de la Virgen de la Estrada, en la parte del Evangelio.

1609 Beatificado por Paulo V el 3 de diciembre.

1622 El 12 de marzo solemnemente canonizado con San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús, San Felipe Neri y San Isidro.

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Abreviaturas

AHSI = Archivum Historicum S.I. (revista semestral de la Compañía de Jesús, publicada

en Roma)

Autob. = Autobiografía de san Ignacio de Loyola

Chron. = Chronicon S.I. (6 volúmenes de Alfonso de Polanco, en MHSI)

Const. = Constitutiones Societatis Iesu

Epp. = S. Ignatii de Loyola Epistolae et Instructiones (12 volúmenes en MHSI)

Epp. Mixt. = Epistolae Mixtae (5 volúmenes de MHSI)

Ejerc. = Ejercicios espirituales

Exerc. = Exercitia spiritualia (edición crítica publicada en MHSI)

Font. narr. = Fontes narrativi de sancto Ignatio (4 volúmenes de MHSI)

IHSI = Institutum Historicum Societatis Iesu

Litt. quadr. = Litterae quadrimestres (7 volúmenes de MHSI)

MHSI = Monumenta Historica S.I. (colección de volúmenes, con seis series dedicadas a los comienzos de la Compañía y otras dos a Misiones, publicada por el IHSI) MI = Monumenta Ignatiana (serie 1 de MHSI)

N.S. = Nuestro Señor

PG = Padres Griegos de la colección Migne PL = Padres Latinos de la colección Migne

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(21)
(22)

1.

A INÉS PASCUAL

[2]

.

Barcelona, 6 de diciembre de [1524?][3]. (Epp., 1, 71-73)

La primera carta que se conserva en el epistolario de san Ignacio es esta, dirigida a la piadosa señora Inés Pascual. La había encontrado en su camino de Montserrat a Manresa (1522). Más tarde lo hospedaría en su casa de Barcelona y fue desde el principio una de esas señoras catalanas que, con sus limosnas, su devoción y afecto maternal, protegerían a Ignacio de Loyola durante sus estudios y peregrinaciones. En esta ocasión se encontraba desanimada por diversos motivos: por el fallecimiento de una de sus amigas y por lo que algunos decían de las que llamaban «Íñigas» por ser seguidoras y devotas del peregrino Íñigo de Loyola. La exhorta a permanecer firme en las adversidades, anteponiendo a todo la fidelidad al Señor, que nos ama y desea que vivamos en su gozo.

IHS

Esto me ha parecido escribiros por los deseos que en vos he conocido en el servicio del Señor; y creo ahora, así por la ausencia de aquella bienaventurada sierva, que al Señor ha placido llevarla para sí, como por los muchos enemigos e inconvenientes que para el servicio del Señor en ese lugar tenéis; y por el enemigo de natura humana, que la tentación nunca cesa, creo os veréis fatigada. Por amor de Dios N.S., que miréis siempre de llevar adelante, (huyendo siempre de los inconvenientes; que, si vos bien los huis, la tentación no podrá tener fuerzas algunas contra vos), lo que siempre debéis hacer, anteponiendo la alabanza del Señor sobre todas las cosas. Cuanto más, que el Señor no os manda cosas que en trabajo ni detrimento de vuestra persona sean; mas antes quiere que en gozo en Él viváis, dando las cosas necesarias al cuerpo para este fin,

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anteponiendo los mandamientos del Señor adelante; que Él esto quiere y esto nos manda. Y quien esto bien considerare, hallará ser mayor trabajo y pena en esta vida el...[4]

Un peregrino llamado Calixto[5], está en este lugar, con quien yo mucho querría comunicaseis nuestras cosas; que en verdad puede ser que en él halléis más de lo que en él se parece.

Y así, por amor de nuestro Señor, que nos esforcemos en Él, pues tanto le debemos; que muy más presto nos hartamos nosotros en recibir sus dones, que Él en hacérnos[los].

Plega a nuestra Señora, que entre nosotros pecadores y su hijo y Señor nos interceda, y nos alcance gracia, con nuestra labor y trabajo, nuestros espíritus flacos y tristes nos los convierta en fuertes y gozosos en su alabanza.

De Barcelona, día de san Nicolás, 1525[6]. El pobre peregrino, Íñigo[7].

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2.

A INÉS PASCUAL.

París, 3 de marzo de 1528. (Epp., 1, 74-75)

Llegado a París, procedente de Barcelona, para continuar sus estudios, Íñigo escribe a Inés Pascual para agradecer por su medio a todas las personas amigas y bienhechoras que le han ayudado económicamente a poder seguir su formación, ya que en Salamanca no había podido permanecer. Todo lo ve como providencia de Dios, y en París seguirá cumpliendo la voluntad del Señor, mientras Él así lo desee. Aprovecha la ocasión para dar consejos santos a Juan, hijo de Inés, cuya piadosa madre lo había encomendado a sus cuidados, mientras Íñigo habitó en Barcelona, para que aprendiese de su santidad.

IHS

La paz verdadera de Cristo N.S. visite y abrigue nuestras almas.

Considerando la mucha voluntad y amor que en Dios N.S. siempre me habéis tenido, y en obras me lo habéis mostrado, he pensado escribiros esta, y por ella haceros saber de mi camino después que de vos me partí. Con próspero tiempo y con entera salud de mi persona, por gracia y bondad de Dios N.S., llegué en esta ciudad de París a dos días de febrero, donde estoy estudiando hasta que el Señor otra cosa de mí ordene[8].

Mucho querría me escribieseis si respondió Fonseca[9] a la carta que escribisteis y qué, o si le hablasteis.

A Juan me encomendad mucho, y decidle que a sus padres siempre sea obediente, guardando las fiestas; que, así haciendo, vivirá mucho sobre la tierra[10], y también

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sobre el cielo.

Encomendadme mucho sí en vuestra vecina, que sus preseas hasta aquí llegaron; y su amor y voluntad, por Dios N.S. de mí no se parte. El Señor del mundo se lo pague, quien por la su bondad infinita en nuestras almas sea, porque siempre su voluntad y querer en nosotros se cumpla.

De París, tres de marzo de 1528 años. De bondad pobre,

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3.

A MARTÍN GARCÍA DE OÑAZ.

París, junio de 1532[12]. (Epp., 1, 79-83)

Martín García de Oñaz, hermano de Íñigo (san Ignacio), es señor de la casa de Loyola desde 1507, a la muerte de su padre, Beltrán Yáñez de Loyola; pues el primogénito, Juan, había fallecido antes sin dejar sucesión. Martín tuvo con su esposa, Magdalena de Araoz, cuatro hijos (Beltrán, de quien se habla en esta carta, Juan, Martín y Millán) y cinco hijas.

San Ignacio responde a una carta de su hermano Martín. Le aconseja que envíe a su hijo, a quien piensa dedicar a estudiar, a París; y que lo envíe más bien a estudiar teología que cánones, por motivo del bien mayor en riquezas eternas que de ello se ha de seguir para su casa. Le explica el porqué de su cambio en la costumbre que había tenido hasta ahora de no escribir a sus parientes, apoyándose en razones ascéticas y espirituales; y recomienda a su hermano la conducta evangélica que conviene que tenga con respecto a las riquezas y honores de este mundo. Muestra en todo ello: una vida regida por el «principio y fundamento» de los Ejercicios espirituales, que es la que aconseja a los demás; su frecuente recurso a la doctrina y ejemplo de san Pablo; y el dominio con que usa el latín repetidamente, como lengua de la Universidad de París.

IHS

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Recibida vuestra carta, [me he] gozado mucho en su divina Majestad, en [su servicio] y amor con vuestra hija, y en saber la [determina]da voluntad acerca de vuestro hijo. Plega a la suma Bondad todos nuestros propósitos, ordenados a su servicio y alabanza, os los deje conservar y siempre aumentar, cuando así determináis. Y, si otro mejor parecer no tenéis, creo que no sería daño en ponerle más en teología que en cánones, porque es materia más propincua y dispuesta para ganar riquezas que para siempre han de durar, y para daros más descanso en vuestra senectud. Para alcanzar esto, creo que en ninguna parte de la cristiandad hallaréis tanto aparejo como en esta universidad; para su costa, maestro y otras exigencias de estudio creo bastarán cincuenta ducados cada año, bien proveídos; pienso que, en tierra extraña, diversa y fría, no querréis que vuestro hijo pase necesidad que el estudio le pueda impedir, según mi juicio. Si miráis la costa, en esta universidad ganáis con él, porque más fruto hará aquí en cuatro años, que en otra, que yo sepa, en seis; y si más me alargare, creo que no me apartaría de la verdad. Si os parece, lo que a mí no menos me parece, de enviarle aquí, harto bien sería que viniese ocho días antes de S. Remigio, que es el primer día de octubre que viene, porque entonces comienzan las artes liberales; y si es harto gramático, podría entrar por S. Remigio en el curso de las artes; porque si viene un poco tarde, habrá de esperar hasta el otro año, cuando será día de S. Remigio, cuando otra vez han de comenzar las artes.

En enderezarle por las letras para que bien al estudio se aplique, y apartarle de las malas conversaciones, yo me emplearé en lo que posible me será. Escribisme estas mismas palabras, es a saber: «si determinarais que él vaya donde residís, os suplico me escribáis lo que me hará de costa cada año, y si me pudierais relevar de ella, merced recibiría, habiendo oportuna disposición». La consideración de la letra yo creo que entiendo, si no hay error de pluma, es a saber, que sería grato que vuestro hijo aquí estudiase, y por tiempo yo me emplease, cómo con vuestro hijo no hicieseis gastos; el sentido que doy, unde illud proveniat, seu quo tendat, non satis percipio [no entiendo bien, de dónde provenga eso, y a dónde se dirige]: declararos, si os parecerá que hace al caso; porque en lo que a justicia y a razón toca, no creo que Dios N.S. me dejará faltar, pues solo su santísimo servicio me mueve, vuestro descanso por él y provecho de vuestro hijo, si así ordenareis hacer.

Decís que os habéis mucho holgado en pareceros que he dejado la manera que con vos he tenido de no os escribir. No os maravilléis, a una gran llaga para sanarla aplican

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luego en el principio un ungüento, otro en el medio, otro en el fin; así al principio de mi camino una medela[13] me era necesaria; un poco más, más adelante, otra diversa no me daña; saltem [al menos], si sintiese que me daña, cierto no buscaría segunda ni tercera. Non mirum [no hay que admirarse] que esto haya pasado por mí, cuando san Pablo, después de ser convertido, dentro de poco tiempo dice: Datus est mihi stimulus

carnis, angelus Sathanae, ut me colafizet[14] [Me ha sido dado un estímulo de la carne, enviado de Satanás, para que me abofetee]; alibi: Invenio aliam legem in membris

meis, repugnantem legi mentis meae[15] [y en otra parte: hallo otra ley en mis miembros que se opone a la ley de mi mente]; «caro concupiscit adversus spiritum,

spiritus autem adversus carnem»[16] [la carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu en cambio contra la carne]. Y tanta rebelión tenía en su alma, que viene a decir: Quod

volo bonum, non ago; quod nolo malum, illud facio; quod operor non intelligo[17] [El bien que quiero no lo hago, el mal que no quiero es lo que hago; no me explico lo que hago]. Después en otro tiempo más adelante dice: Certus sum, quia nec mors, nec vita,

nec angeli, nec instantia, nec futura, nec creatura alia poterit me separare a charitate Domini nostri Iesu Christi[18] [Estoy cierto que ni muerte ni vida, ni ángeles, ni presente ni futuro, ni criatura alguna me podrá separar de la caridad de nuestro Señor Jesucristo]. En el principio no he dejado de parecerle; en el medio y fin plega a la suma Bondad su entera y santísima gracia no me la quiera negar, para que yo parezca, imite y sirva a todos los que sus verdaderos siervos son; y si en cosa le tengo de enojar, y en un solo punto tengo de aflojar de su santo servicio y alabanza, antes de esta vida me quiera sacar.

Viniendo a propósito, bien ha cinco o seis años, que frequentius [con más frecuencia] os escribiera, si no me obstaran dos cosas: la una, impedimentos de estudios y muchas conversaciones, mas no temporales; la otra, en no tener probabilidad o conjeturas suficientes para pensar que mis cartas podrían causar algún servicio y alabanza a Dios N.S. y descanso alguno a mis deudos y parientes secundum carnem [según la carne], para que también secundum spiritum [según el espíritu] lo fuésemos, y

simul [juntamente] nos ayudásemos en las cosas que para siempre nos han de durar.

Porque es así verdad: tanto puedo en esta vida amar a persona, cuanto en servicio y alabanza de Dios N.S. se ayuda, quia non ex toto corde Deum diligit, qui aliud propter

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por sí mismo y no por Dios]. Si en igual grado dos personas a Dios N.S. sirven, el uno conjunto y el otro no, quiere Dios N.S. que nos alleguemos y afectemos más al padre natural que al que no lo es; al bienhechor y al pariente, que al que ninguno de ellos es; al amigo y conocido que al que ni uno ni otro. Por esta fuerza veneramos, honramos y amamos más a los apóstoles elegidos que a otros inferiores santos, porque más y más sirvieron, más y más amaron a Dios N.S.; quia charitas, sine qua nemo vitam consequi

potest, dicitur esse dilectio, qua diligimus dominum Deum nostrum propter se, et omnia alia propter ipsum: etiam Deum ipsum laudare debemus in sanctis Eius, auctore psalmista [pues la caridad, sin la que nadie puede conseguir la vida, se dice que es el

amor por el que amamos a Dios nuestro Señor por sí mismo y todo lo demás por Dios mismo: y aun al mismo Dios debemos alabar en sus santos, según el salmista, cf. Sal 150,1]. Deseo mucho y más que mucho, si hablar se puede, que en vuestra persona, parientes y amigos cupiese impense [intensamente] este tal y tan verdadero amor y fuerzas crecidas en servicio y alabanza de Dios N.S., porque más y más os amase y os sirviese; porque en servir a los siervos de mi Señor, mía es la victoria y mía es la gloria, y con este amor sano y voluntad sincera y abierta hablo, escribo, y aviso como yo ex animo [de voluntad] querría y deseo me avisasen, despertasen y corrigiesen, cum

quadam sincera humilitate et non gloria prophana et mundana [con alguna sincera

humildad y no por gloria profana y mundana]. Un hombre en esta vida tener vigilias, ansias y cuidados para mucho edificar, aumentar paredes, rentas y estado, para dejar en la tierra mucho nombre y mucha memoria, non est meum condemnare, laudare autem

noqueo [no está en mí condenarlo, pero tampoco lo alabo]; porque según S. Pablo: Rebus ipsis debemus uti tanquam non utentes, possidere tanquam non possidentes, adhuc uxore[m] habere tanquam non habentem, quoniam figura huius mundi brevissima est[19]. Forsam, et utinam forsam [Aun las realidades de este mundo debemos usarlas como si no las usáramos, poseerlas como si no las poseyéramos, aun tener esposa como si no se la tuviera, porque es muy breve la configuración de este mundo. Tal vez, y ojalá sea así de breve]. Si alguna parte de esto habéis sentido en tiempo pasado o presente, por reverencia y amor de Dios N.S. os pido procuréis con enteras fuerzas de ganar honra en el cielo, memoria y fama delante del Señor, que nos ha de juzgar, pues en abundancia os dejó las cosas terrenas, ganando con ellas las cosas eternas, dando buen ejemplo y santa doctrina a vuestros hijos, siervos y parientes;

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con uno, favor de vuestra casa; con otro, dineros y hacienda; haciendo mucho bien a pobres huérfanos y necesitados. No debe ser corto aquel, con quien Dios N.S. ha sido tan largo con él. Tanto descanso y bien hallaremos, cuanto en esta vida hiciéremos; y pues mucho podéis en la tierra, donde vivís, iterum iterumque te oro per amorem

domini nostri Iesu Christi [una y otra vez te ruego por amor de nuestro Señor

Jesucristo] os esforcéis mucho, no solo en pensar esto, mas en querer y obrar, quoniam

volentibus nihil dificile, maxime in his, quae fiunt per amorem domini nostri Iesu Christi [porque nada hay difícil para los que quieren, sobre todo en lo que se hace por

amor de nuestro Señor Jesucristo].

Don Andrés de Loyola[20] me escribió una letra. Es verdad que yo me quería ver más facie ad faciem [cara a cara], que escribir mucho en este tiempo, quando non est ad

rem [cuando no es este el tema]. Así en escribir esta, puedo ser excusado con todos; y

esta reciban por suya.

Esta he querido escribir semel [por una vez] largo, por responder a los particula[re]s de vuestra letra, y también porque más estéis al cabo.

A la señora de casa con toda su familia, y con todos los que os parecerá que de mí holgarán ser visitados, me mandaréis mucho encomendar in Domino, qui nos est

iudicaturus [en el Señor, que nos ha de juzgar]. A quien quedo rogando por su infinita y

suma bondad nos dé gracia para que su santísima voluntad sintamos y aquella enteramente la cumplamos[21].

Año de 1532.

A veinte días de este mes de junio recibí vuestra carta, y, por lo que decís, que con mucha instancia os responda, escribo esta y dos traslados de esta por tres partes, porque lo que os place in Domino nostro Iesu Christo no quede sin efecto. Si esta carta recibiereis con tiempo, y si puede ser que vuestro hijo llegue aquí antes de S. Remigio con treinta días, tanto mejor; y más presto, si puede ser; porque pueda tomar algunos principios antes que entre en el curso. Lo mismo quiere hacer un sobrino del arzobispo de Sevilla, que tiene este colegio de santa Bárbara para oír artes por S. Remigio que viene, y los dos se podrían aprovechar para tomar principios, porque conversación y

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disposición tenemos harta. Plega a la suma Bondad todo se ordene en su santo servicio y continua alabanza.

De bondad pobre, Ýñigo

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4.

A ISABEL ROSER.

París, 10 de noviembre de 1532. (Epp., 1, 83-85)

Isabel Roser era una señora noble, devota, y bienhechora de Íñigo de Loyola, desde que lo vio un día en la iglesia de Santa María del Mar, oyendo un sermón, sentado entre los niños en las gradas del altar. Edificada de su modestia y humildad, le invitó a comer en su casa. Esta ocasión fue el comienzo de sus relaciones espirituales con él, que durarían toda su vida. Fue una de las que por mandato de Paulo III fueron recibidas por Ignacio de Loyola en Roma a la obediencia de la Compañía de Jesús (1543), y puesta al servicio de las arrepentidas de la casa de Santa Marta. Cuando, fracasado este intento (1545), volvió a Barcelona (1547), entró en un convento de franciscanas, donde murió santamente.

En esta carta Íñigo agradece la limosna recibida de Isabel y trata de consolarla en las tristezas y tribulaciones por las que pasaba: la muerte de una de las «iñiguistas» de Barcelona, los dolores físicos, y las críticas o falsedades que se difundían en su entorno. Da una doctrina profunda y evangélica sobre la muerte a la luz de la fe y los méritos que con las persecuciones o calumnias pueden alcanzarse, y le incluye un ejemplo casi novelesco para animarla. Contiene en su doctrina la afirmación de sus actitudes personales, y reflexiones nacidas de la radicalidad de su fe y su seguimiento decidido de Cristo.

IHS

La gracia y amor de Cristo N.S. sea en nosotros.

Con el Dr. Benet recibí tres cartas de vuestra mano, y veinte ducados con ella. Dios N.S. os lo quiera contar en el día del juicio, y os lo quiera pagar por mí, como yo espero en la

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su divina bondad, que en tan buena y sana moneda lo hará, y a mí que no me dejará caer en pena de desconocido, si tamen [no obstante] en algunas cosas me hiciere digno en servicio y alabanza de su divina Majestad.

Y en la carta decís la voluntad de Dios ser cumplida en el destierro y apartamiento de la Canillas en esta vida. Es verdad que de ella no puedo sentir dolor, mas de nosotros, que estamos en lugar de inmensas fatigas, dolores y calamidades; porque si en esta vida la conocí ser amada y querida de su Criador y Señor, fácilmente creo que será bien hospedada y recogida con poco deseo de los palacios, pompas, riquezas y vanidades de este mundo.

Asimismo, me escribís de las excusas de nuestras hermanas en Cto. nuestro Señor. A mí no me deben nada, mas yo las debo para siempre; si ellas, por servicio de Dios nuestro Señor, en otra parte más bien empleada lo hacen, de esto nos debemos gozar; y si no hacen ni pueden, es verdad que yo deseo tener para darles, porque ellas pudiesen hacer mucho en servicio y gloria de Dios N.S.; porque los días que yo viviere, no podré que no las deba; mas bien pienso que después que saliéremos de esta vida serán bien pagadas por mí.

Y en la segunda me escribís de vuestra larga dolencia y enfermedad pasada, y con gran dolor de estómago que al presente os quedaba. Es verdad que en pensar en la mala disposición y dolor presente no puede ser que yo no sienta dentro de mi ánima, porque os deseo toda la bonanza y prosperidad imaginable, que para gloria y servicio de Dios N.S. os pudiese ayudar. Tamen [sin embargo] en considerar que estas enfermedades y otras pérdidas temporales son muchas veces de mano de Dios N.S., porque más nos conozcamos y más perdamos el amor de las cosas criadas y más enteramente pensemos cuán breve es esta nuestra vida, para adornarnos más para la otra que siempre ha de durar; y en pensar que con estas cosas visita a las personas que mucho ama, no puedo sentir tristeza ni dolor, porque pienso que un servidor de Dios en una enfermedad sale hecho medio doctor para enderezar y ordenar su vida en gloria y servicio de Dios N.S.

Y asimismo decíais, si más no proveyeseis os perdonase, porque tenéis en muchas partes que cumplir, y las fuerzas no bastan de vuestra parte. No hay para qué asomar perdón: de la mía temo yo, porque pienso que si yo no hago lo que Dios N.S. me obliga por todos mis bienhechores, que su divina y justa justicia no me perdonará; cuanto más

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con el cargo que de vuestra persona tengo. A la fin, cuando yo bastare a cumplir lo que debo en esta parte, no tengo otro refugio sino que contados los méritos que yo alcanzare delante de la divina majestad, ganados tamen mediante su gracia, que el mismo Señor los reparta a las que yo soy en cargo, a cada uno según que en su servicio a mí me ha ayudado, máxime a vos, que os debo más que a cuantas personas en esta vida conozco, espero en Dios N.S. que me ayudaré y aprovecharé en este conocimiento. Así pensad que hoy adelante vuestra voluntad tan sana y tan sincera por mí será recibida tan lleno de placer y gozo espiritual, como con todo el dinero que enviarme pudierais; porque más Dios N.S. nos obliga a mirar y amar al dador que al don, para siempre tener delante de nuestros ojos, en nuestra ánima y en nuestras entrañas.

Asimismo, decís si me parecerá escribir a las otras hermanas nuestras y mis bienhechoras en Cto. N.S. para me ayudar adelante. Eso quisiera determinar más por vuestro parecer que el mío. Aunque la Cepilla[22] se me ofrece en su carta, y muestra tener voluntad para ayudarme, por ahora no me parece escribirla para ayudarme para el estudio; porque no tenemos seguro si llegaremos de aquí a un año: si allá llegáramos, Dios N.S. espero nos dará entendimiento y juicio, con que más le podremos servir, y acertar siempre su querer y voluntad.

En la tercera decís cuántas malicias, celadas y falsedades os han cercado por todas partes. Ninguna cosa me maravillo de ello, ni mucho más que fuera; porque a la hora que vuestra persona se determina, quiere y con todas fuerzas se esfuerza en gloria, honra y servicio de Dios N.S., esta tal ya pone batalla contra el mundo, y alza bandera contra el siglo, y se dispone a lanzar las cosas altas, abrazando las cosas bajas, queriendo llevar por un hilo lo alto y lo bajo, honra y deshonra, riqueza o pobreza, querido o aborrecido, acogido o desechado, en fin, gloria del mundo o todas injurias del siglo. No podemos tener en mucho las afrentas de esta vida, cuando no pasan de palabra, porque todas ellas no pueden romper un cabello; y las palabras dobladas, feas o injuriosas no causan más dolor o más descanso de cuanto son deseadas, y si nuestro deseo es vivir en honra absolutamente y en gloria de nuestros vecinos, ni podremos estar bien arraigados en Dios N.S., ni es posible que quedemos sin herida, cuando las afrentas se nos ofrecieren. Así, cuanto me placía una vez que el mundo os afrenta, tanto me pesaba en pensar que, por estas adversidades, por la pena y por el trabajo, hubisteis de buscar remedios de medicina; pluguiese a la Madre de Dios, con tal que en vos fuese entera paciencia y

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constancia, mirando las mayores injurias y afrentas que Cto. N.S. pasó por nosotros, y que otros no pecasen, que mayores afrentas os viniesen, para que más y más merecieseis. Y si esta paciencia no hallamos, más razón tenemos de quejarnos de nuestra misma sensibilidad y carne, y en no estar nosotros tan amortiguados ni tan muertos en las cosas mundanas como deberíamos, que no de los que nos afrentan; porque ellos nos dan materia para nosotros ganar mayores mercaderías, que en esta vida hombre la puede ganar, y más riquezas que en esta siglo hombre las puede allegar, como ganó y allegó en esta ciudad una persona en el monasterio de san Francisco, y fue así.

A una casa venían muchas veces frailes de san Francisco, y como la conversación de ellos fuese muy pía y santa, una niña, ya grandecica, que estaba en esta casa, tomó gran amor con aquel monasterio y casa de san Francisco; tanto que ella un día se vistió como muchacho y fue al monasterio de san Francisco a rogar al guardián que le diese el hábito, porque él tenía grande deseo de servir, no solo a Dios N.S. y al señor san Francisco, mas a todos los religiosos de aquella casa; y tan dulcemente habló que luego le dieron el hábito. Estando así en el monasterio en vida muy recogida y consolada, acaeció que una noche quedaron este y otro su compañero en una casa, viniendo de camino, con licencia de su prelado: en la cual casa, como estuviese una moza, y como ella se enamorase del buen fraile, o, por mejor decir, como el diablo entrase en esta moza, acordó de acometer al buen fraile, estando durmiendo, para que tuviese parte con ella; y como el buen fraile se despertase y la echase de sí, tanta rabia entró en esta moza, que ya buscaba mañas cómo al buen fraile pudiesen hacer todo enojo posible, tanto que, después de esto con algunos días, la mala moza va a hablar al guardián y le dice que le haga justicia, porque ella está preñada del buen fraile de su casa, y otras cosas, de manera que el guardián toma al buen fraile y acuerda (porque tanto se publicó en esta ciudad) de ponerle en la calle a la puertas de su monasterio, atado, para que todos viesen la justicia que en el buen fraile se hacía. Así estuvo de esta manera muchos días, holgando de las injurias, denuestos y palabras deshonestas, que de su persona oía, no se disculpando a ninguna persona, mas razonando con su Criador y Señor dentro de su ánima, pues se le ofrecía materia para tanto merecer con su divina Majestad. A cabo de tiempo que en este espectáculo estuvo, como todos viesen su paciencia ser tanta, rogaron todos al guardián le perdonase todo lo pasado y le tornase en su amor y casa; y el guardián, ya movido a piedad, tomándole, estuvo el buen fraile muchos años en la casa,

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hasta que la voluntad de Dios N.S. fue cumplida. Después que murió, como le descubriesen para enterrarle, halláronle que era mujer y no hombre, y por consiguiente la traición tan grande que le fue levantada. Así, maravillados todos los frailes, alabaron más su inocencia y santidad, que el opuesto maldijeron, aunque muchos así ahora tienen más memoria de este religioso o religiosa, que a cuantos han vivido en mucho tiempo en su casa. Así querría más mirar en un punto que yo faltase, que en todo el mal que de mí se dijese.

Plega a la santísima Trinidad tanta gracia os dé en todas las adversidades de esta vida y en todas las otras cosas, en que servirle podáis, como yo lo deseo para mí mismo, y a mí no me dé más de aquello que para vos deseo.

En Mosén Roser[23], con todas las personas que de mí sentiréis que ex animo holgarán ser visitadas, me mandaréis mucho encomendar.

De París, X de noviembre de MDXXXII años. De bondad pobre,

Íñigo

Post scriptum: en Arteaga[24] con muchas personas de Alcalá y Salamanca veo mucha constancia en el servicio y gloria de Dios N.S., a quien sean infinitas gracias por ello.

Como me lo mandáis, así escribo a la Gralla[25] sobre la paz, y la carta va en la de Pascuala[26], y también a la Cepilla[27].

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5.

A JAIME CAZADOR.

Venecia, 12 de febrero de 1536. (Epp., 1,93-99)

El destinatario de esta carta era natural de Basilea. Había adaptado su apellido, Jaeger, al ambiente español en que se encontraba. Era entonces arcediano de Barcelona, y el 16 de mayo de 1546 sería nombrado obispo de Barcelona. Como bienhechor de Ignacio de Loyola, le había enviado a París varias veces limosna para ayudarlo a proseguir sus estudios. La carta es autógrafa de Ignacio. Ignacio divide en seis, llamadas cuestiones, los temas tratados por la carta recibida de Jaime Cazador, a los que responde en esta: 1. cómo le envíe la limosna acostumbrada; 2. interés por la conducta los tres sobrinos de Cazador; 3. cómo aconsejar al amigo, Mosén Claret, sobre el modo de distribuir sus bienes, ahora que se encontraba gravemente enfermo; 4. los proyectos de Ignacio al terminar sus estudios en relación con los deseos de Cazador de verlo en Barcelona; 5. sobre los provechos de tratar con personas espirituales; 6. el celo apostólico que despierta en Ignacio la situación del convento barcelonés de Santa Clara y la explicación que él encuentra a las turbaciones que Dios permite en las personas espirituales.

IHS

La gracia y amor de Cristo N.S. sea siempre en nuestra ayuda[28].

Leída una de vuestra mano, hecha a los 5 de enero, no solo me gocé con ella, mas hube mucho dolor por ella, en sentir en ella cosas tan adversas y repugnantes, donde en mí causaron efectos diversos y contrarios: gozo en ver el celo que Dios N.S. os da tan

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aumento en las espirituales; mucho dolor en considerar las cosas tan infortunadas como en la vuestra me escribís. Cerca la cual se me ocurren cinco o seis cosas a que deba responder. Así comenzaré por las más bajas y que menos matan la sed de nuestras ánimas, porque no quedemos con sabor y gusto de las que menos hacen para la nuestra salud eterna.

Primera: decís que con la acostumbrada porción no faltaréis; solo os avise cuándo. Isabel Roser me ha escrito que para el abril que viene me hará la provisión para acabar mis estudios. Paréceme que así será mejor, porque para todo el año me pueda proveer, así de algunos libros, como de otras cosas necesarias. Entretanto, aunque la tierra sea cara y la disposición por ahora no me ayuda a pasar indigencia ni trabajos corporales más de los que el estudio trae consigo, yo estoy asaz proveído; porque Isabel Roser me ha hecho dar aquí a su cargo doce escudos, además de la otra gracia y limosna que de allá, por amor y servicio de Dios N.S. me enviasteis; quien espero todo lo pagará con buena moneda, no solamente lo que en mí hacéis, mas el cuidado tanto que de mis penurias tenéis; porque no siento que padres cerca sus hijos naturales puedan tener mayor. Antes de Navidad con quince días, estuve en Bolonia siete días en la cama con dolor de estómago, frío y calenturas; así determiné de venir a Venecia, donde habrá mes y medio que estoy, en gran manera con mucha mejoría de mi salud, y en compañía y casa de un hombre mucho docto y bueno, que me parece que más a mi propósito en todas estas partidas no pudiera estar.

Segunda: en saber que los tres sobrinos están fuera de Manble no me he mucho alterado, aunque quisiera saber alguna cosa por qué, lo que espero pronto saber; porque a uno de los mis amigos tengo escrito a París, los vea, y los visite en mi nombre. Digo «no alterado», porque, si no me engaño, ellos son vergonzosos y tienen respetos de hombres; por donde pienso, quier estén de una manera, quier de otra, han de dar buena cuenta de sí. Porque mientras yo allá estuve, veía que Losada se reposaba, y con el ejemplo de los otros dos mayores, y mayormente del Jacobo, yo espero en Dios N.S. que ellos harán lo que deben; a quien plega por la su entera y suma bondad, de su mano los quiera siempre guiar.

Tercera: según me habéis pedido, y en nuestro verdadero Señor mandado, cerca la enfermedad de Mosén Claret[29], así me ha parecido escribirle. Y porque en ella veréis

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interior, y de lo restante que Dios N.S. le ha dado en esta vida; porque no pienso que de otra persona tomaría mejor. Porque si hijos no tiene ni otros tan cercanos, a los cuales por ley sea obligado dejar, parece ser, en lo cual yo no pongo duda, que lo mejor y más sano sería, dar a aquel de quien todo ha recibido, es a saber, a nuestro universal dador, gobernador y Señor, en cosas pías, justas y santas, y mejor en vida, lo que pudiere, que después de ella. Porque dejar hombre a otro para nutrir caballos, perros y caza, honras, honores y faustos mundanos, no pueda a ello asentir. San Gregorio[30] pone, entre otros, dos grados de perfección: uno, cuando hombre deja todo lo que tiene a deudos y parientes, y sigue a Cristo N.S.; otro nota por mayor, cuando, todo dejando, distribuye en pobres, iuxta illud: «si vis perfectus ese» [según aquello: si quieres ser perfecto], etc[31]. Entiendo ser mejor dar a pobres, cuando la necesidad no es igual entre parientes y pobres no parientes; que, caetera paria [siendo igual lo demás], más debo hacer en los parientes que en los otros no parientes.

Cuarta: el deseo que mostráis de verme allá y en predicación pública, cierto el mismo tengo y habita en mí; no que en mí sienta gloria de hacer lo que otros no pueden, ni llegar allá donde los otros alcanzan; mas para predicar, como persona menor, las cosas inteligibles, más fáciles y menores, esperando en Dios N.S. que, siguiendo las menores, pondrá su gracia para en alguna cosa nos poder aprovechar en su alabanza y debido servicio; para lo cual, acabado mi estudio, que será de esta cuaresma presente en un año, espero de no me detener otro para hablar la su palabra en ningún lugar de toda España, hasta tanto que allá nos veamos, según por los dos se desea. Porque me parece, y no dudo, que más cargo y deuda tengo a esa población de Barcelona que a ningún otro pueblo de esta vida. Esto se debe entender, clave non errante [sin errar en la clave], si fuera de España en cosas más afrentosas y trabajosas para mí Dios N.S. no me pusiere, lo que no soy cierto de lo uno ni de lo otro; mas siempre en estado de predicar en pobreza, y no con la largueza y embarazos que al presente con el estudio tengo. Como quiera que sea, en señal de lo que digo, acabado mi estudio, enviaré allá donde estáis, los pocos libros que tengo y tuviere, porque así tengo ofrecido a Isabel Roser de se los enviar.

Quinta: decís cómo a la beata escribisteis, y deseáis que allá nos viésemos con pensamiento que, descubriéndonos, asimismo nos gozaríamos. Cierto hallo y regla general es para mí, que, cuando me junto con alguno, aunque mucho pecador, para

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comunicar las cosas de Dios N.S., yo soy el que gano y hallo en mí provecho; cuanto más cuando con personas siervas y elegidas de Dios N.S., yo soy el que ganar debo con mucha parte en todo. Así, cierto, después que el doctor Castro[32] de ella me informó largo, y en saber que de vuestra mano la tenéis, siempre la he sido muy afectado, dando gloria a Dios N.S. por lo que en ella así obra, en quien espero, si de ello ha de ser servido y alabado y mayor provecho para nosotros, nos juntará bien presto.

Sexta: por lo que me escribís del monasterio de santa Clara[33], cierto no tengo por cristiano aquel a quien no atraviesa toda su ánima en considerar tanta quiebra en servicio de Dios N.S. Y no tengo en tanto en faltar juicio a una sola persona, cuanto el daño que resulta en muchas otras, y en otros, que en el servicio divino se podrían aplicar. Porque, por nuestra miseria, como hallemos tanta dificultad en vencer a nosotros mismos, donde se halla el mayor provecho poca ocasión nos basta para en todo nos desbaratar. Cierto, mucho quisiera hallarme entre esas religiosas, si en alguna manera pudiera calar el cimiento de sus ejercicios y modo de proceder, mayormente de aquella que se ve en tanta angustia y peligro. Porque yo no fácilmente puedo creer que una persona, andando en placeres mundanos, o menos dado a Dios N.S. y en seso y juicio, que, por más servir y allegarse al Señor nuestro, se permita que aquella venga en tanto caso de desesperación. Yo, que soy humano y flaco, si alguno viniese para me servir y por amarme más, si en mí fuese y fuerzas tuviese, no le podría dejar venir a tanto desastre; cuanto más Dios N.S. que, siendo divino se quiso hacer humano y morir solo por la salvación de todos nosotros. Así no me puedo facilitar que, por aplicarse a las cosas divinas sin otra causa interna o venidera, ella viniese a tanto suplicio y a tanto mal. Porque de Dios N.S. es propio dar entendimiento, y no quitar; asimismo esperanza y no desconfianza. Digo «sin otra causa interna», porque posible es que su ánima, en el tiempo de los ejercicios, estuviese llagada de pecado, y pecados hay de tantas maneras que parece que no hay número alguno; asimismo que hubiese modo llagado de proceder en los ejercicios, que no todo lo que parece es bueno; y así, porque en la tal persona el bien no habitase con el mal, ni la gracia con el pecado, podía el enemigo mucho obrar. Dije «sin otra causa venidera»: como Dios N.S. tiene puesto orden, peso y mesura en todas las cosas, posible es que el Señor viese que, aunque aquella fuese en gracia por entonces, que de los dones y gracias recibidas no se había de aprovechar, y no perseverando, vendría a mayores pecados, y a la fin a perderse; y el Señor nuestro

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benignísimo, por pagarle este poco de servicio, permitiese que así viniese en temores y en continuas tentaciones, aunque guardándola que no perezca. Porque siempre debemos presumir que el Señor del mundo todo lo que obra en las ánimas racionales es, o por darnos mayor gloria, o porque no seamos tan malos; pues para más no halla en nosotros sujeto. Tandem [finalmente], como nosotros ignoremos los cimientos y las causas de ella, no podemos determinar los efectos. Así, a nosotros es siempre mucho bueno no solo vivir en amor, mas aún es muy sano en temor; porque sus divinos juicios son en todo inescrutables, in cuius voluntate non est qu[a]erenda ratio [en cuya voluntad no hay que buscar razones]. Solo nos resta llorar, y rogar a la salud mayor de su conciencia y de todas las otras. Su divina bondad lo quiera ordenar, y no permita que el enemigo de natura humana tanta victoria reciba contra aquellas que con la su preciosísima sangre las ha tan caramente comprado y en todo rescatado.

A quien ceso rogando, por la su bondad infinita, nos dé gracia cumplida para que su santísima voluntad sintamos y aquella enteramente la cumplamos.

De Venecia, 12 de febrero de 1536. De bondad pobre.

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6.

A SOR TERESA REJADELL.

Venecia, 18 de junio de 1536. (Epp., 1, 99-107)

Teresa Rejadell era religiosa del monasterio de Santa Clara, en Barcelona, que desde unos veinte años antes de esta carta había pasado a ser monasterio benedictino, y más tarde será trasladado a Montserrat bajo la advocación de san Benito. Devota de Ignacio de Loyola, descendiente de familia ilustre en Barcelona y en Manresa, mantuvo relación espiritual con los conocidos de Ignacio, como se ve por alusiones de la carta. Deseosa de perfección en la vida espiritual, dio ocasión en este caso a uno de los escritos más notables de Ignacio sobre el discernimiento espiritual. Sirve para explicarnos mejor algunas de las enseñanzas dejadas por Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales: el curso ordinario que sigue el enemigo para tentar a las personas que se quieren entregar totalmente a Dios; las reacciones que debe tener el alma tentada; las dos situaciones fundamentales en las que se puede encontrar el alma con los movimientos o sensaciones que experimenta; y cómo ha de proceder para no engañarse al interpretar sus experiencias. Esta carta se conserva en un apógrafo de Ignacio. En ella se advierten muy claramente las huellas del modo de escribir del santo[34].

IHS

La gracia y amor de Cristo N.S. sea siempre en nuestro favor y en nuestra ayuda.

Los días pasados, recibida vuestra letra, con ella me gocé mucho en el Señor a quien servís, y deseáis más servir, a quien debemos atribuir todo lo bueno que en las criaturas parece. Como en la vuestra decís que Cáceres[35] me informará largo de vuestras cosas, así lo hizo, y no solo de ellas, mas aun de los medios o parecer que para cada una de

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ellas os daba. Leyendo lo que me dice, no hallo otra cosa que escribir pueda, aunque más quisiera la información por vuestra letra; porque ninguno puede dar tan bien a entender las pasiones propias como la misma persona que padece.

Decís que por amor de Dios N.S. tome cuidado de vuestra persona. Cierto que muchos años ha que su divina majestad, sin yo lo merecer, me da deseos de hacer todo placer que yo pueda a todos y a todas que en su voluntad buena y beneplácito caminan. Asimismo, de servir a los que en su debido servicio trabajan; y porque yo no dudo que vos seáis una de ellas, deseo hallarme donde lo que digo en obras lo pudiese mostrar.

Asimismo, me pedís enteramente os escriba lo que el Señor me dice, y determinado diré de mucha buena voluntad; y si en alguna cosa pareciere ser agr[i]o, más seré contra aquel que procura turbaros, que contra vuestra persona. En dos cosas el enemigo os hace turbar, mas no de manera que os haga caer en culpa de pecado, que os aparte de vuestro Dios y Señor; mas os hace turbar y apartar de su mayor servicio y vuestro mayor reposo. La primera es que pone y [per]suade a una falsa humildad. La segunda pone extremo temor de Dios, adonde demasiado os detenéis y ocupáis.

Y, cuanto a la primera parte, el curso general que el enemigo tiene con los que quieren y comienzan [a] servir a Dios N.S. es poner impedimentos y obstáculos, que es la primera arma con que procura herir, es a saber: ¿cómo has de vivir toda tu vida en tanta penitencia, sin gozar de parientes, amigos, posesiones, y en vida solitaria sin un poco de reposo? Como de otra manera te puedas salvar sin tantos peligros; dándonos a entender que hemos de vivir una vida más larga, por los trabajos que antepone, que nunca hombre vivió, no nos dando a entender los solaces y consolaciones tantas que el Señor acostumbra dar a los tales, si el nuevo servidor del Señor rompe todos estos inconvenientes, eligiendo querer padecer con su Criador y Señor. Luego procura el enemigo con la segunda arma, es a saber: con la jactancia o gloria vana, dándole a entender que en él hay mucha bondad o santidad, poniéndole en más alto lugar de lo que merece. Si el siervo del Señor resiste a esta flechas, resiste con humillarse y bajarse, no consintiendo ser tal cual el enemigo [per]suade, trae la tercera arma, que es de falsa humildad, es a saber: como ve al siervo de Dios tan bueno y tan humilde, que, haciendo lo que el Señor manda, piensa que aún todo es inútil y mira sus flaquezas y no gloria alguna, pónele en el pensamiento que, si alguna cosa habla de lo que Dios N.S. le ha

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