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LA POESÍA DE ANTONIO MACHADO Y JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

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Academic year: 2022

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LA POESÍA DE ANTONIO MACHADO Y JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

ANTONIO MACHADO es uno de los más grandes valores de la poesía contemporánea española. Su personalidad está muy marcada por su relación con el krausismo y con el pensamiento reformista educativo que impulsó a principios del siglo XX el Instituto Libre de Enseñanza y refleja el espíritu de un hombre honrado, de sólida formación, enormemente preocupado por los problemas de su patria y enraizado en la más profunda entraña de su pueblo. Su preocupación por la cultura se pone de manifiesto en multitud de ocasiones y siempre al servicio del pueblo.

Desde el punto de vista de la creación, la aportación de Machado en verso y prosa constituye una de las más complejas y apasionantes aventuras intelectuales de la primera mitad del siglo XX. En su obra se da cita un mundo rico y complejo que, desde las vicisitudes estéticas modernistas hasta las profundas preocupaciones del hombre del 98, nos ofrece una imagen completa del arte y de la historia de su tiempo.

En su obra se aprecia una clara evolución y que, en resumen, podríamos decir que se sustenta en el paso de una poesía subjetiva, intimista y con una gran dosis de melancolía a otra más objetiva y desgarrada. Sin embargo, en la obra de Machado hay una unidad indivisible en la que los aspectos más importantes (tiempo, sueño, amor, preocupación por España...), están presentes desde el principio, variando tan sólo la intensidad de su tratamiento en los distintos momentos de su producción.

Toda su obra se halla inmersa en lo que el propio Machado consideró elemento definidor de su producción: la poesía es palabra en el tiempo. Es decir, expresión moldeada no sobre abstracciones, sino sobre vivencias reales (“Ni mármol duro y eterno/ ni música ni pintura/ sino palabra en el tiempo”).

A pesar de los distintos momentos por los que pasa su producción, hay un único Antonio Machado que se vale de la estética modernista — especialmente el lenguaje modernista— para expresar una temática que, en gran parte, entronca con la problemática de la llamada Generación del 98: la revalorización del paisaje (en especial del paisaje castellano), la angustia del tiempo, el problema del ser y del destino de España, el escepticismo, la supremacía del espíritu sobre la técnica y la melancolía de los recuerdos y de los sueños.

En su primera obra, Soledades (1902; Soledades, galerías y otros poemas, 1907), es donde la imaginería simbolista y el colorido modernista están más claramente expresados. Antonio Machado empieza ya a dar en él los primeros síntomas de lo que quizá es su más profunda originalidad:

su intimidad. En esta obra estás presentes temas y motivos como:

— el crepúsculo, que adopta una actitud soñadora impregnada de intimidad;

— el agua, imagen de clara ascendencia modernista, y la fuente, que tiene para el autor un valor enigmático y misterioso lleno de la más rica simbología. Aguas y fuentes son fundamentalmente, símbolos del paso del tiempo, constante característica de la lírica machadiana);

— el sueño, que constituye el centro más hondo de su pensamiento. Machado ha querido descubrir, en lo posible, en sus sueños y en el sueño de las cosas el corazón del hombre y el misterio del mundo que le rodea.

En cuanto a la técnica, el poeta está imbuido todavía de un fuerte subjetivismo romántico en lo que se refiere a su visión del paisaje. Por otra parte, tanto el lenguaje como los efectos musicales son claramente modernistas. No obstante, el autor empieza ya a desprenderse de elementos ornamentales para centrarse en uso del lenguaje que exprese de un modo más despojado y directo su puro sentir.

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Con Campos de Castilla (1910; 1917), depurada ya la expresión modernista, Antonio Machado entra de lleno en el espíritu del 98. El poeta contempla ahora el paisaje castellano (tema esencial en la obra) no sólo como proyección de un estado de ánimo personal (subjetivismo romántico), sino también como expresión de la realidad nacional e histórica de España. Además del paisaje, tiene también una gran importancia en esta obra la reflexión sobre los grandes temas de la existencia humana: la vida, la muerte, la humanidad en general... Los poemas añadidos en la versión de 1917 introducen nuevos temas en la obra, dándole cada vez más importancia al elemento reflexivo y menos al meramente contemplativo: el paisaje andaluz, el amor (como consecuencia de la muerte de su joven esposa, Leonor) y el elemento popular. En esta obra, su poesía se hace más objetiva y su tono adquiere tintes cada vez más desgarrados. El poeta se enfrenta abiertamente con los males de su tierra.

Todos estos elementos están en consonancia con una nueva técnica.

Antonio Machado ya no busca el cromatismo y la musicalidad, sino que su verso, sin perder musicalidad, se vuelve más pausado, el color se difumina, los efectos musicales se sacrifican a una expresión más depurada y precisa.

El último libro de Machado escrito en verso es Nuevas Canciones (1924). A partir de aquí, aunque sigan apareciendo poemas, sus libros están escritos fundamentalmente en prosa. Como su propio título indica, en esta obra hay principalmente canciones. En efecto, Machado se vale sobre todo de la copla popular, pero con una doble utilización:

a) como canción, a la manera tradicional, portadora de elementos folclóricos, sin mayores preocupaciones ideológicas; b) al servicio de su propia filosofía, como si se tratara de una poesía epigramática, sentenciosa, de gran tradición en la literatura española, tanto en la lírica culta (proverbios) como en la popular (canciones tradicionales). Este tipo de poesía, que se recoge en los “Proverbios y cantares”, aunque

está presente en el libro Nuevas Canciones, tiene ya su precedente en Campos de Castilla, si bien serán los “proverbios” de esta última obra en verso los que encierren mayores elementos filosóficos.

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958) no puede ser incluido definitivamente en ningún grupo literario contemporáneo, aunque en su obra se puedan rastrear con éxito rasgos modernistas, novecentistas e incluso vanguardistas. Su poesía parte, efectivamente, del Modernismo, pero en seguida transcurre por caminos personales que superan esta influencia. El proceso evolutivo de su obra está marcado por una fuerte tendencia a la interiorización y por una búsqueda incansable y casi enfermiza de la expresión desnuda, hacia una poesía pura que sea capaz de dar forma a sus inquietudes y experiencias íntimas.

Su importancia como poeta es extraordinaria porque es un gran descubridor y forjador de nuevas posibilidades expresivas. Fue capaz de crear recursos lingüísticos o estilísticos inexplorados hasta entonces.

Con ello abre nuevos caminos a los jóvenes poetas del 27, que se acercaron a él atraídos por su gran prestigio y lo trataron en un primer momento como a un verdadero maestro. Con algunos de ellos convivió en la Residencia de Estudiantes, en sus primeras visitas a Madrid.

Toda su inteligencia, su sensibilidad, su vida entera la dedicó exclusivamente a la creación de lo que él llamaba “la Obra”. Esta actitud de entrega a su producción literaria lo apartó ciertamente de los problemas de la sociedad española, aún en sus momentos más cruciales, como los de la guerra civil. Se le concedió el Premio Nobel de Literatura en el año 1956, dos años antes de su muerte.

Los primeros momentos poéticos de Juan Ramón son, como ya se ha dicho, modernistas. En realidad, podemos decir que durante toda su vida está presente en su poesía la huella del Modernismo, al menos en

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esa búsqueda de la belleza que alienta siempre en sus poemas. Sin embargo, hay que decir que él es precisamente el artífice de la ruptura de este movimiento y el gran renovador de la poesía española.

En esta primera etapa (ETAPA SENSITIVA) de influjo modernista escribe libros de poemas llenos de sentimentalismo, como Nínfeas, Almas de violeta (1900), Rimas (1902), Arias tristes (1903), Jardines lejanos (1904), Pastorales (1911), etc. La influencia modernista puede comprobarse en:

a) la plenitud plástica y sonora de los poemas, b) la atmósfera de melancolía; c) el ensueño. Los paisajes que describe con rasgos modernistas están tamizados por un intimismo y una espiritualidad especiales, que acaban por convertirse en recurrentes en toda su poesía.

Es un paisaje subjetivo (soñado, evocado entre la bruma) en el que proyecta su estado de ánimo. Este intimismo se manifiesta sobre todo a partir de sus lecturas de Bécquer y Rosalía de Castro. También está presente en esta etapa el popularismo. Juan Ramón trata la inspiración popular con el máximo refinamiento, con una actitud claramente estética y aristocrática. Este popularismo ya apuntaba en Bécquer y está en la línea del amor a lo tradicional que sentían los autores de la Generación del 98 (los modernistas españoles, tan cosmopolitas, no prestaron atención a este fondo tradicional de la literatura española, más atraídos por la literatura francesa). La generación del 27 heredará y potenciará al máximo esta tendencia de la literatura española hacia la valoración e incorporación de nuestra poesía popular y tradicional.

La transición hacia una segunda época (ETAPA INTELECTUAL) lo marca el libro Diario de un poeta recién casado (1917, poemas y prosas). A partir de entonces, sus poemas se van desnudando de todo artificio, se irán “limpiando” de todo lo que para el poeta resulta superfluo — elementos decorativos y ornamentales, anécdotas, biografismo o sentimentalismo—, en el camino hacia una poesía y una belleza pura, que colme su búsqueda de algo esencial y eterno.

Los poemas escritos entre 1932 y 1936 se publicarán en 1946 bajo el título de La estación total. La realidad exterior que aparecía en sus poemas primeros (paisaje, música, perfumes...) ya no aparece, y en todo caso la utiliza como simple imagen simbólica del mundo interior. La dificultad de expresar sus vivencias le lleva a utilizar una serie de recursos que dan al poema cierto hermetismo. Las sinestesias que Rubén Darío aprendió de los franceses son realizadas con gran perfección en la poesía juanramoniana. Constituyen lo que Carlos Bousoño llama “desplazamientos significativos”, y suponen una gran aportación a la poesía posterior (Ej: “chorreo luz”; “la sombra huele a Dios”; “la mole bebe mi alma”). Estamos ya ante un poeta en la plenitud del manejo del idioma. En esta etapa aparece ya la muerte, un tema obsesivo en los últimos años de su vida. Cuando cree haber encontrado algo esencial y perdurable en su interior, no le importa ni siquiera morir, pues se ríe de la muerte a la que ha conseguido vencer.

Él mismo dice en numerosas ocasiones, en verso o en prosa: “Lo bello da a la vida una eternidad suficiente y verdadera... que acaba bien con la muerte”.

Con el comienzo de la guerra, Juan Ramón se marcha a Puerto Rico y se inicia una nueva etapa creativa conocida como ETAPA SUFICIENTE O ETAPA VERDADERA. En el exilio escribió uno de sus últimos libros de poemas, Animal de fondo (1949), que supone la depuración máxima de su poesía, y un inexpugnable hermetismo. Antes había publicado Romances de Coral Gables (1942) y La estación total (1946; poemas escritos entre 1932 y 1936). Las dificultades expresivas las resuelve con una constante búsqueda del lenguaje sencillo. Pero bajo esta aparente sencillez léxica se esconde un contenido casi indescifrable. El hermetismo no está, pues, en el lenguaje sino en las ideas. Surge un elemento nuevo, el deseante dios, que da título a todo un libro de poemas, Dios deseado y deseante (1949), en el que amplía Animal de fondo.

Este dios es la Poesía como Belleza suprema, como verdad esencial y

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eterna tan ansiosamente buscada. Parece haberla encontrado a través de la introspección, dentro de sí mismo. Para esta nueva etapa de desnudez prescinde totalmente de la rima y del metro. La ausencia de metro, rima y estrofa no impiden, sin embargo, la presencia de valores rítmicos, conseguidos por las recurrencias en el plano fónico (repeticiones de sonidos, de palabras), bimembraciones, paralelismos...

Aparece también un procedimiento muy elaborado que es la “imagen visionaria” (imagen tradicional que se basa en la semejanza; en la poesía contemporánea, esa similitud surge de la intuición del poeta; por ello, apela a la emoción y sensibilidad del lector. Por ejemplo: “un pajarillo es como un arco iris”, Aleixandre). El gran logro de Juan Ramón es forzar los caminos poéticos tradicionales, en su búsqueda incansable de nuevos instrumentos expresivos, logrando correspondencias o identificaciones metafóricas que son verdaderas imágenes visionarias: “tu voz de fuego blanco;/ mi órbita segura de cuerpo negro”).

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TEXTOS

I.- Antonio Machado Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero a lo largo del sendero...

-La tarde cayendo está-.

“En el corazón tenía la espina de una pasión;

logré arrancármela un día:

ya no siento el corazón.”

Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando. Suena el viento en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;

y el camino que serpea y débilmente blanquea se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:

“Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir en el corazón clavada”.

(Soledades, galerías y otros poemas)

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido -ya conocéis mi torpe aliño indumentario-, mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo -quien habla solo espera hablar a Dios un día-;

mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito,

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el pan que me alimenta y el lecho donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos del mar.

(Campos de Castilla)

Allá en las tierras altas, por donde traza el Duero su curva de ballesta

en torno a Soria, entre plomizos cerros y manchas de raídos encinares,

mi corazón está vagando, en sueños...

¿No ves, Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame tu mano y paseemos.

Por estos campos de la tierra mía, bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo,

triste, cansado, pensativo y viejo.

(Campos de Castilla)

II.- Juan Ramón Jiménez

¡Qué caro me has costado, placer! ¡Ah, quién pudiera no comprarte! ¿Por qué te vistes de oro, cieno?

¡Tú, que un instante esparces olor de primavera y después, para siempre, tristeza de veneno!

¡Gran señor debes ser, sin duda, ya que tanto

puedes sobre las almas que mueren por servirte;

príncipe que mantienes, entre mares de espanto, verde y en flor de sol, la traidora sirte!

¡Me engañas, y te creo; me hieres, y te adoro!

Y cuando se marchitan los agrios oropeles, mientras, como un jacinto de seda rota, lloro, te vas, entre una burla de alegres cascabeles!

(“¡Qué caro...”, Poemas mágicos y dolientes)

No sé si el mar es, hoy -adornado su azul de innumerables

espumas-,

mi corazón; si mi corazón, hoy -adornada su grana de

incontables espumas-, es el mar.

Entran, salen

Uno de otro, plenos e infinitos, como dos todos únicos.

A veces, me ahoga el mar el corazón,

hasta los cielos mismos.

Mi corazón ahoga el mar, a veces, hasta los mismo cielos.

(“19 de junio”, Diario de un poeta recién casado, 1916)

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¡Intelijencia, dame

el nombre exacto de las cosas!

Que mi palabra sea la cosa misma,

creada por mi alma nuevamente.

Que por mí vayan todos

los que no las conocen, a las cosas;

que por mí vayan todos

los que ya las olvidan, a las cosas;

que por mí vayan todos

los mismos que las aman, a las cosas...

¡Intelijencia, dame el nombre exacto, y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas!

(“Intelijencia...”, Eternidades, 1918)

Estoy completo de naturaleza, en plena tarde de áurea madurez, alto viento en lo verde traspasado.

rico fruto recóndito, contengo lo grande elemental en mí (la tierra, el fuego, el agua, el aire) el infinito.

Chorreo luz: doro el lugar oscuro, trasmino olor: la sombra huele a dios, emano son: lo amplio es honda música, filtro sabor: la mole bebe mi alma, deleito el tacto de la soledad.

Soy tesoro supremo, desasido, con densa redondez de limpio iris, del seno de la acción. Y lo soy todo.

Lo todo que es el colmo de la nada, el todo que se basta y es servido de lo que todavía es ambición.

(“El otoñado”, La estación total, 1932-1936)

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