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Poema de Mio Cid. Cantar del destierro. El camino del destierro

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Poema de Mio Cid

Cantar del destierro

El camino del destierro

De los sus ojos tan fuertemente llorando, Tornaba la cabeza y estábalos catando. Vio puertas abiertas y postigos sin candados, Alcándaras vacías, sin pieles y sin mantos, Y sin halcones y sin azores mudados.

Suspiró mío Cid pues tenía muy grandes cuidados. Habló mío Cid, bien y tan mesurado:

-¡Gracias a ti, señor padre, que estás en alto! -¡Esto me han vuelto mis enemigos malos! Allí piensan aguijar, allí sueltan las riendas. A la salida de Vivar, tuvieron la corneja diestra, Y, entrando en Burgos, tuviéronla siniestra. Meció mío Cid los hombros y movió la cabeza:

-¡Albricias, Álvar Fáñez, que echados somos de tierra!

Burgos.

Mío Cid Ruy Díaz por Burgos entraba, En su compañía, sesenta pendones llevaba. Salíanlo a ver mujeres y varones,

Burgueses y burguesas por las ventanas son, Llorando de los ojos, ¡tanto sentían el dolor! De las sus bocas, todos decían una razón: ¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor! Le convidarían de grado, mas ninguno no osaba; El rey don Alfonso tenía tan gran saña;

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Con gran recaudo y fuertemente sellada:

Que a mío Cid Ruy Díaz, que nadie le diese posada Y aquel que se la diese supiese veraz palabra,

Que perdería los haberes y además los ojos de la cara, Y aún más los cuerpos y las almas.

Gran duelo tenían las gentes cristianas;

Escóndense de mío Cid, que no le osan decir nada.

Encuentro con la niña.

El Campeador adeliñó a su posada.

Así como llegó a la puerta, hallola bien cerrada; Por miedo del rey Alfonso que así lo concertaran: Que si no la quebrantase por fuerza,

que no se la abriesen por nada. Los de mío Cid a altas voces llaman;

Los de dentro no les querían tornar palabra. Aguijó mío Cid, a la puerta se llegaba;

Sacó el pie de la estribera, un fuerte golpe le daba; No se abre la puerta, que estaba bien cerrada. Una niña de nueve años a ojo se paraba:

-¡Ya, Campeador, en buena hora ceñisteis espada! El Rey lo ha vedado, anoche de él entró su carta Con gran recaudo y fuertemente sellada.

No os osaríamos abrir ni acoger por nada; Si no, perderíamos los haberes y las casas, Y, además, los ojos de las caras.

Cid, en el nuestro mal vos no ganáis nada;

Mas el Criador os valga con todas sus virtudes santas. Esto la niña dijo y tornose para su casa.

Ya lo ve el Cid que del Rey no tenía gracia. Partiose de la puerta, por Burgos aguijaba; Llegó a Santa María, luego descabalga; Hincó los hinojos, de corazón rogaba.

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La oración hecha, luego cabalgaba; Salió por la puerta y el Arlanzón pasaba; Cabo esa villa, en la glera posaba; Hincaba la tienda y luego descabalgaba.

Mío Cid Ruy Díaz, el que en buena hora ciñó espada, Posó en la glera, cuando no le acoge nadie en casa; Alrededor de él, una buena compaña.

Así posó mío Cid, como si fuese en montaña. Vedado le han la compra, dentro en Burgos la casa, De todas cosas cuantas son de vianda;

No le osarían vender ni la menor dinerada

Muestra de los ejércitos.

¡Veríais tantas lanzas bajar y alzar; Tanta adarga horadar y traspasar; Tanta loriga romper y desmallar;

Tantos pendones blancos salir bermejos de sangre; Tantos buenos caballos sin sus dueños andar!

¡Mahoma!, gritan los moros ¡Santi Yague!, la cristiandad Caían en un poco de lugar moros muertos mil y trescientos ya. ¡Qué bien lidia sobre dorado arzón

Mío Cid Ruy Díaz, el buen lidiador! Minaya Álvar Fáñez, que Zorita mandó; Martín Antolínez, el burgalés de pro; Muño Gustioz, que su criado fue;

Martín Muñoz, el que mandó a Montemayor; Álvar Álvarez y Álvar Salvadórez;

Galín García, el bueno de Aragón; Félez Muñoz, sobrino del Campeador. Desde allí adelante cuantos allí son,

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Narración de la batalla.

Revueltos luchan con ellos en medio de la plaza. ¡Dios, qué bueno es el gozo por esta mañana! Mío Cid y Álvar Fáñez adelante aguijaban;

Tienen buenos caballos, sabed, a su guisa les andan; Entre ellos y el castillo, entonces entraban.

Los vasallos de mío Cid sin piedad les daban;

En una hora y un poco de lugar trescientos moros matan. Dando grandes alaridos, los que están en la celada, Dejándolos van delante, para el castillo se tornaban; Las espadas desnudas, en la puerta se paraban. Luego llegaban los suyos, pues la batalla es ganada. Mío Cid ganó a Alcocer, sabed, por esta maña.

Cantar de las bodas

Ya le besaron las manos y se entran a descansar, manda el rey darles de aquello de que hayan necesidad. Ahora de los dos infantes de Carrión os quiero habla; en pláticas reservadas y misteriosas están.

"La prosperidad del Cid muy para adelante va, le pediremos sus hijas para con ellas casar, se crecerá nuestra honra y así podremos medrar". Y allí con estas razones al rey Alfonso se van. "Esta merced os pedimos, a vos, el rey y señor: queremos, si esta demanda tiene vuestra aprobación, que nos pidáis a las hijas de Mío Cid Campeador, casar queremos con ellas, honra será de los dos". El rey Alfonso un gran rato meditando se quedó:

"Yo he echado de esta mi tierra al buen Cid Campeador, trabajé yo por su mal y él por mi bien trabajó,

y no sé si el casamiento querrá aceptármelo o no, mas ya que vos lo queréis hablemos de la cuestión". A Álvar Fáñez de Minaya y a Bermúdez, a esos dos

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mensajeros de Ruy Díaz, el rey entonces llamó, y a un aposento cercano con ellos dos se apartó. "Minaya y Pedro Bermúdez, escuchad esta razón: Muy bien que me está sirviendo Mío Cid Campeador, y como él se lo merece le concederé perdón;

que venga a verse conmigo, si gusta, vuestro señor. Otras novedades hay en esta mi corte, y son

que don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión, con las hijas de Mío Cid quieren casarse los dos. Llevad vos este mensaje, que así os lo ruego yo, decídselo de mi parte al buen Cid Campeador.

A honra lo habrá de tomar, que irá ganando en honor, si por bodas emparienta con infantes de Carrión". Habla Minaya, a Bermúdez muy bien que le pareció: "Al Cid se lo rogaremos cual lo habéis mandado vos y después el Cid que haga lo que tenga por mejor". " Decid a Rodrigo Díaz el que en buenhora nació

que en sitio que a él le convenga podremos vernos los dos y en el lugar que designe será nuestra reunión.

En aquello que yo pueda ayudarle quiero yo". Los mensajeros del Cid al rey le dicen adiós, y Minaya con los suyos hacia Valencia marchó. Cuando supo que venía, el buen Cid Campeador a prisa monta a caballo, a recibirlos salió,

sonreía Mío Cid y mucho los abrazó.

Dijo Rodrigo: "Álvar Fáñez, Pedro Bermúdez, ¿sois vos? En pocas tierras se encuentran varones como estos dos. ¿Cuáles noticias me manda don Alfonso, mi señor? ¿Está contento de mí? ¿No quiso aceptarme el don?" Dijo Minaya: "Lo acepta con alma y con corazón. Muy satisfecho se queda y os vuelve a su favor". Dijo Mío Cid entonces: "Gracias, gracias, Creador". Y luego los mensajeros le transmiten la razón de que le rogaba Alfonso, rey de Castilla y León,

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de que a sus hijas las casase con infantes de Carrión, que con eso habrá de honrarse y de subir en honor; así lo aconseja el rey con el alma y corazón.

Cuando lo oyó Mío Cid, aquel buen Campeador, un rato muy dilatado pensativo se quedó:

"Mucho le agradezco esto a Cristo, Nuestro Señor: echado fui de la tierra, me quitaron el honor, con gran trabajo gané esto que poseo yo.

Agradezco a Dios que el rey me haya vuelto a su favor y que me pida mis hijas para los dos de Carrión. Minaya, Pedro Bermúdez, decidme vosotros dos de estas bodas proyectadas cuál sea vuestra opinión". "A nosotros nos parece lo que os parezca a vos". Dijo el Cid: "De gran linaje vienen esos de Carrión, andan siempre con la corte, muy orgullosos que son; estas bodas, en verdad, no me gustarían, no,

pero si el rey lo aconseja, él que vale más que nos, bien podemos en secreto discutir esa cuestión, y que Dios el de los cielos nos inspire lo mejor". "Además de todo esto, Alfonso, vuestro señor, dijo que querría veros en donde os plazca a vos: de veros tiene deseo y tornaros su favor,

luego vos decidiréis lo que convenga mejor". Contestó entonces el Cid: "Pláceme de corazón". Entonces dijo Minaya: "El rey Alfonso mandó que el lugar de la entrevista sea escogido por vos". "Si así lo ordenara el rey, dijo allí el Campeador, hasta donde él estuviera iría a buscarle yo para honrarle cual se debe a nuestro rey y señor. Pero ya que así lo quiere acéptole yo el honor y a orillas del río Tajo, ese que es río mayor, podemos entrevistarnos cuando quiera mi señor". Ya están escritas las cartas, el Cid muy bien las selló;

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con dos caballeros suyos a prisa las envió:

lo que quiera el rey Alfonso eso hará el Campeador.

Cantar de la afrenta de Corpes.

Episodio del león

En Valencia con los suyos vivía el Campeador; Con él estaban sus yernos, Infantes de Carrión. Un día que el Cid dormía en su escaño, sin temor, un mal sobresalto entonces, sabed, les aconteció: Escapóse de una jaula, saliendo fuera, un león. Los que estaban en la Corte sintieron un gran temor; recogiéronse sus mantos los del buen Campeador, y rodean el escaño en guarda de su señor.

Allí Fernando González, infante de Carrión,

ni en las salas ni en la torre ningún refugio encontró; metiose bajo el escaño, tan grande fue su pavor. Diego González, el otro, por la puerta se salió diciendo con grandes gritos:

-¡Ay, que no veré Carrión!

Tras la viga de un lagar metióse con gran temor; todo el manto y el brial sucios de allí los sacó. En esto que se despierta el que en buen hora nació; de sus mejores guerreros cercado el escaño vio:

-¿Qué pasa aquí, mis mesnadas? ¿Qué queréis? ¿Qué aconteció? -Es que, mi señor honrado, un susto nos dio el león.

Apoyándose en el codo, en pie el Cid se levantó: El manto se pone al cuello y encaminóse al león. La fiera, cuando vio al Cid, al punto se avergonzó; allí bajó la cabeza, y ante él su faz humilló.

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Nuestro Cid Rodrigo Díaz por el cuello lo tomó, y lo lleva de la mano, y en la jaula lo metió. A maravilla lo tiene todo el que lo contempló. Volviéronse hacia la sala donde tienen la reunión. Por sus dos yernos Rodrigo preguntó, y no los halló; aunque a gritos los llamaban, ni uno ni otro respondió, y cuando los encontraron, los hallaron sin color. No vieseis allí qué burlas hubo en aquella ocasión; mandó que tal no se hiciese nuestro Cid Campeador. Sintiéronse avergonzados Infantes de Carrión; fiera deshonra les pesa de lo que les ocurrió

Los infantes planean la Afrenta de Corpes. Pidamos nuestras mujeres al Cid Campeador; Digamos que las llevaremos a tierras de Carrión; Las enseñaremos do las heredades son;

Las sacaremos de Valencia de poder del Campeador; Después, en la carrera, haremos nuestro sabor, Antes que nos retraigan lo que aconteció con el león. ¡Nos de linaje somos de los condes de Carrión! Haberes llevaremos grandes que tienen gran valor; Escarneceremos las hijas del Campeador.

Con estos haberes, siempre seremos ricos hombres; Podremos casar con hijas de reyes o emperadores, Que de linaje somos de condes de Carrión.

Así las escarneceremos a las hijas del Campeador, Antes que nos retraigan lo que fue con el león.

La Afrenta de Corpes.

Así lo mandaron los infantes de Carrión: Que no quedase allí ninguno, mujer ni varón, Sino ambas sus mujeres, doña Elvira y doña Sol: Solazarse quieren con ellas a todo su sabor. Todos eran idos, ellos cuatro solos son.

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Tanto mal urdieron los infantes de Carrión: Creedlo bien, doña Elvira y doña Sol,

Aquí seréis escarnecidas en estos fieros montes. Hoy nos partiremos y dejadas seréis de nos; No tendréis parte en tierras de Carrión. Irán estos mandados al Cid Campeador; Nos vengaremos en ésta por la del león. Allí les quitan los mantos y los pellizones

Déjanlas en cuerpo y en camisas y en ciclatones. ¡Espuelas tienen calzadas los malos traidores! En mano prenden las cinchas resistentes y fuertes. Cuando esto vieron las dueñas, hablaba doña Sol: ¡Por Dios os rogamos, don Diego y don Fernando, nos! Dos espadas tenéis tajadoras y fuertes;

A la una dicen Colada y a la otra Tizón;

Cortadnos las cabezas, mártires seremos nos. Moros y cristianos hablarán de esta razón;

Que, por lo que nos merecemos, no lo recibimos nos; Tan malos ejemplos no hagáis sobre nos.

Si nos fuéremos majadas, os deshonraréis vos; Os lo retraerán en vistas o en cortes.

Lo que ruegan las dueñas no les ha ningún pro. Ya les empiezan a dar los infantes de Carrión; Con las cinchas corredizas, májanlas tan sin sabor; Con las espuelas agudas, donde ellas han mal sabor, Rompían las camisas y las carnes a ellas ambas a dos; Limpia salía la sangre sobre los ciclatones.

Ya lo sienten ellas en los sus corazones. ¡Cuál ventura sería ésta, si pluguiese al Criador Que asomase ahora el Cid Campeador!

Tanto las majaron que sin aliento son;

Sangrientas en las camisas y todos los ciclatones. Cansados son de herir ellos ambos a dos,

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Ya no pueden hablar doña Elvira y doña Sol; Por muertas las dejaron en el Robledo de Corpes. Lleváronles los mantos y las pieles armiñas, Mas déjanlas apenadas en briales y en camisas, Y a las aves del monte y a las bestias de fiera guisa. Por muertas las dejaron, sabed, que no por vivas.

¡Cuál ventura sería, si asomase ahora el Cid Campeador! Los infantes de Carrión, en el Robledo de Corpes,

A las hijas del Cid por muertas las dejaron Que la una a la otra no le torna recado.

Por los montes do iban, ellos se iban alabando: De nuestros casamientos, ahora somos vengados;

No las debíamos tomar por barraganas si no fuésemos rogados, Pues nuestras parejas no eran para en brazos.

Referencias

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