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ANNA FREUD

In document SIGMUND FREUD Biografia de Un Deseo (página 95-106)

DOS MUJERES EN LA VIDA DE FREUD

ANNA FREUD

El profundo significado y la influencia que Anna Freud ejerció en la vida de su padre lo tengo ampliamente expuesto y desarrollado en mi libro Anna,

mi amiga. De allí extraigo y reproduzco las siguientes

reflexiones.

Anna Freud fue la menor de los seis hijos de Freud, su Antígona , como él mismo se complació en llamarle; la que como la Antígona de Edipo en

Colonna, guió los pasos de su anciano Edipo, cuando

la vejez, el exilio y los estragos de su enfermedad; la que hizo del Psicoanálisis no solo una profesión sino toda una forma de vida (y de lealtad a su padre) hasta los límites de sus 87 años que vivió; la que protegió al Psicoanálisis de las permanentemente acechadoras desviaciones, pero abierta a las esperanzadoras renovaciones que ella misma propició con su libro El Yo

y los Mecanismos de Defensa, abriendo con él el

camino a la corriente de la Psicología del Yo; la que orientó decididamente los fundamentos, las pautas y las técnicas renovadoras del Psicoanálisis de niños desde los comienzos más precoces de su actividad profesional...

Freud llegó a escribir con esperanzada, incluso ilusionada resignación, parodiando un verso de Goethe, que “al final todos dependemos de criaturas que

nosotros mismos hemos creado” Y añadió ufano,

completando la expresión de Mefistófeles: “de todos

modos, fue muy inteligente haberla creado a ella”. Y su

biógrafo Peter Gay, cita entre muchos textos éste tomado de una carta a su hija en 1922, cuando ella se encontraba en Hamburgo: “se te echa mucho de

menos, la casa está muy solitaria sin ti, y en ninguna parte nada puede reemplazarte por completo”. O este

otro de una carta a Ferenczi fechada semanas antes: “nuestra casa está ahora desolada”. Anna “se convirtió

sin titubeos en secretaria, confidente, representante, colega y enfermera de su padre herido. Se convirtió en lo más precioso de la vida de él, su aliado contra la muerte”.

En la celebración de su octogésimo aniversario, recibió Freud entre otros muchos regalos llegados de todas las partes del mundo, un memorial de felicitación, al que ya he hecho referencia en las primeras lecciones, escrito por Stefan Zweig y Thomas Mann y firmado por 191 artistas, científicos y escritores. En su carta de agradecimiento dirigida a Stefan Zweig Freud afirmó: “Aunque en mi casa he sido excepcionalmente

feliz, con mujer e hijos y especialmente con una hija que satisface en rara medida todo lo que puede pedirle un padre, no puedo reconciliarme con la desdicha y el desamparo de ser viejo, y espero la transición al no-ser con una especie de anhelo”. Tal vez su inconsciente

estuviera asociando con una frase expresada por él 27 años antes, al salir de un desvanecimiento entre Jung y Ferenczi: “Qué dulce debe de ser morir”, o con aquella “silenciosa diosa de la muerte”, evocada en 1913, en su trabajo El tema de la elección del cofrecillo, que, a imagen de la primera madre original, lo acogerá en su

regazo. Todo esto es muy consecuente con su

concepto de Tánatos.

A partir de la muerte de su padre, Anna dedicará exhaustivamente su vida y todo su potencial intelectual, y su actividad profesional y el peso de su nombre, de su convicción, y de su prestigio profesional (no olviden que incluso llegó a estar propuesta al Premio Nóbel) a los niños desprotegidos y traumatizados como consecuencia de la segunda guerra mundial, creando casas de acogida, primero en Inglaterra, después en los EEUU, casas de acogida que

restituyeran la protección y la seguridad en la existencia a aquellos niños de la guerra, diré, utilizando la metáfora lacaniana, los niños del espejo roto, los despojados de esa experiencia primordial del espejo materno que los adhiere a la vida y la salvaguarda, protege y alienta. Esta experiencia es la que Anna pretende restituir, o reparar a través del Psicoanálisis infantil, o por lo menos contrapesar su carencia de madre, desde el espejo de su entrega incondicional, de su dedicación y de su convicción irrefutable.

Como otra nota al margen, recordaré que Marilyn Monroe, hija de hospicios y de orfanatos, prototipo proverbial del sex symbol, durante los meses de rodaje de unas de sus películas en Londres, fue a buscar en el diván de Anna Freud, en Maresfield Garden 20, la restitución de una imagen especular, que quizás por lo tardío de su recurso o por lo escaso de las sesiones, no pudo ser suficientemente restituida, o al menos, recompensada, pero que ella valoró tanto que dejó parte de su herencia para reforzar y sostener la obra de Anna Freud en favor de esos niños, como ella misma, los del espejo maternal roto.

Ernest Jones, en carta a Freud del 27 de junio de 1914, le dijo “Está tremendamente atada a

usted, y este es uno de estos casos raros en los que el padre real corresponde a la ‘imago’ del padre.”i En ese

mismo año 1914 Freud le había confesado a Ferenczi que su “hijita” Anna (aunque ya entonces tenía 19 años) le hacía pensar en Cordelia, la hija menor del rey Lear. Y desde ahí elabora una conmovedora meditación sobre el papel de la mujer en la vida y en la muerte del hombre. Es su trabajo “El tema de la elección del

cofrecillo”, publicada ese mismo año, de donde data

también una fotografía de padre e hija en las Dolamitas, cogidos del brazo, vestidos ambos con trajes alpinos, en una encantadora imagen de sugerente y recíproca complacencia. De ese mismo periodo de tiempo, existe una carta de Anna a su padre, en la que le informa de un sueño típico de megalomanía narcisista infantil e identificación con el Yo ideal:

“Recientemente he soñado que tu eras un rey y yo una princesa, y que cierta gente quería separarnos con intrigas políticas”. En cartas escritas (1946-48) a otra

Bonaparte, manifestándole su material onírico de esa época, asocia con un sueño tenido con la imagen de su padre, el recuerdo de un poema de Albrecht Schaeffer titulado Tú, fuerte y querido caminante: “Yo di contigo

cada paso del camino/ no alcanzaste victoria que yo no alcanzara / no hubo pesadumbre que yo no sufriera a tu lado, / mi tenaz y adorable caminante”.

Ya casi en la última década de su vida, pensando en la posible cercanía de su muerte, Freud se preguntaba pesarosamente, en carta a su sobrino Samuel qué sería de su hija Anna, su siempre pequeña Annerl, su “diablillo negro”, como a ella, siendo ya adolescente, le gustaba que la llamase, una vez que la muerte los hubiera fatalmente separado: “¿Quién puede decir si sus intereses actuales la harán

feliz en sus años venideros, cuando tenga que enfrentar la vida sin su padre?”

Otro testimonio: en el mismo año en que Anna publicó El yo y los mecanismos de defensa y Freud cumplía los 80 años, en una carta dirigida a Lou Andreas Salomé dice estas palabras: “Lo más

notable la influencia, la autoridad, que ella ha conquistado entre la tropa de psicoanalistas, mucho de los cuales son por desgracia de un tejido humano poco modificado por el análisis. Es sorprendente también la precisión, la claridad y la seguridad con que ella domina su materia, verdaderamente en total independencia de mí, o a lo más catalíticamente dirigida. Usted se alegrará leyendo su próxima obra. Naturalmente abundan las preocupaciones: ella se complica la vida como si nada, ¿qué va a ser de ella cuando me haya perdido?

En los confines últimos de la vida de Anna, después de que durante más de cuarenta años la imagen de su padre desaparecido hubiese sido para ella como una sombra protectora, y el propulsor interiorizado, el inspirador, el animador y el objetivo ideal de su afirmación existencial, en este tramo último y final de su vida, en el aledaño inmediato de su muerte, su principal biógrafa Elisabeth Young-Bruehl pone con estas palabras el punto final al proceso descriptivo de la historia de Anna: “Tan grande fue el

sufrimiento de sus últimos días que ni siquiera sus fantasías le sirvieron de ayuda. Durante su largo internamiento en el hospital, a menudo Manna (su

enfermera) la sacó a pasear en un sillón de ruedas

hasta un pequeño lago donde podían arrojarles migas de pan a los patos y ver a los niños que jugaban con sus barquitos. (…) Cuando estaban organizando uno de esos paseos para el día siguiente, y pese a lo mucho que le costaba hablar, Anna le pidió a Manna Friedmann que al regresar al hospital parara en Maresfield Garden 20 (allí es donde se instaló su padre

a su salida de Viena , y donde él murió una año más tarde el 23 de septiembre de 1939, y allí, donde ahora está instalado el Museo de Freud, impresionante por su sencillez y por la fuerza evocadora e irradiadora que desprende, es donde Anna le sobrevivió hasta la madrugada del 9 de octubre de 1982, que es el momento en que estamos ahora) Anna le pidió a

Manna Friedmann que al regresar al hospital parara en Maresfield Garden 20. Allí Manna encontró, en el armario de Anna, el viejo abrigo del profesor que sistemáticamente había sido limpiado y acondicionado

año tras año desde fines de la guerra. Después, prosiguieron rumbo hacia el parque. Anna, que ya se había encogido y tenía apenas el tamaño de una colegiala, iba envuelta en el grueso gabán de su padre”.

CAPÍTULO V

In document SIGMUND FREUD Biografia de Un Deseo (página 95-106)

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