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LA MOTIVACIÓN DE LOGRO

In document SIGMUND FREUD Biografia de Un Deseo (página 75-83)

LA FORJA DE UN CARÁCTER

LA MOTIVACIÓN DE LOGRO

Voy a continuar recogiendo la idea, ya enunciada por mí, de que estos condicionamientos van incidiendo en la configuración de un dinamismo de

personalidad, una fuerza motriz caracterológica, que impulsó enérgicamente su deseo y fue determinante en la orientación de su vida y en la consecución de sus objetivos. Es lo que hoy se enunciaría diciendo que sus deseos estaban impulsados por una muy poderosa

motivación de Logro. Sus deseos, amasados desde las

primeras experiencias de su infancia, con ambición, necesidad de reivindicación, confianza en si, rivalidad...están presentes en todos los momentos de su vida, generando, a través del mecanismo de

sublimación, una potencia vital caracterológica destinada al logro definitivo de su causa y de su persona.

Hay otro episodio, que él recuerda con precisión después de los años, que reforzó la convicción de los padres de que albergaban a un genio, y quizás también la propia orientación de sus energía vitales para lograrlo. Cuando tenía once o doce años, estaba un día con sus padres sentados en uno de los restaurantes del parque de Viena, conocido por el Prater. Había por allí un vagabundo que pasaba por las mesas improvisando unos versos sobre cualquier tema oportuno, a cambio

de algunas monedas. “Me mandaron llamar al poeta - recuerda Freud- y él se mostró agradecido para con el

mensajero. Después de pedir el tema, dejó caer unos cuantos versos sobre mí y declaró probable que yo algún día llegase a ser ministro”. Retrospectivamente

Freud atribuyó a la impresión de este hecho su primer deseo de estudiar Derecho. Y soñó alguna vez que estaba sentado en un sillón de ministro. Más tarde se decidió por la medicina al escuchar una conferencia a propósito del libro Sobre la Naturaleza atribuido a Goethe.

Desde pequeño había sido aficionado a la literatura clásica y en algún momento de su vida afirmó que haber estudiado Latín y Griego le había proporcionado la comprensión de una civilización

extinguida, y que había supuesto para él “una ayuda insuperable en mi lucha por la vida”.

Como nota al pie de página diré también que había leído el Quijote, se había aficionado por estudiar español, creó con sus amigos una “Academia de Español” y se escribían cartas firmándose con los

nombres, Cipión y Berganza, de El dialogo de los

perros, de Cervantes. No quiero dejar de consignar a

este respecto la digna carta que le escribió en castellano, el 7 de mayo de 1923, a Luis López- Ballesteros, primer traductor de su obra en castellano, y primera traducción que se había hecho de su obra en el mundo. Le dice: “Siendo yo un joven estudiante, el

deseo de leer al inmortal <Don Quijote> en el original cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana. Gracias a esta afición juvenil puedo ahora, ya en edad avanzada (67 años), comprobar el

acierto de su versión española de mis obras, cuya

lectura me produce un vivo agrado por la correctísima interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo.”

La carta continúa con un párrafo más, pero yo vuelvo a mi discurso. Cuando leyó Edipo Rey de Sófocles (ya he dicho que en su examen de “Matura” le pusieron la traducción de treinta y tres versos de esta obra), se le quedó grabada una frase: “Este es el que

descifró el enigma de la Esfinge y por eso ha llegado a ser el hombre más poderoso”.

Al cumplir los cincuenta años, en 1906, sus seguidores y discípulos le ofrecieron un medallón, en una de cuyas caras se representaba a Edipo descifrando el enigma, y en la otra su efigie, la de Freud, con la leyenda grabada en griego “Este es el

que descifró el enigma de la esfinge...” Se quedó tan

impresionado y silencioso que los discípulos, expectantes, llegaron a creer que estaba molesto. Jones escribe que “se puso pálido y agitado”. Entonces él les contó que, siendo joven estudiante de Medicina, le gustaba pasear por los patios de la Universidad de Viena donde estaban los bustos de los profesores ilustres, cada uno con su inscripción, y que él recordaba haber recreado en su fantasía con el deseo de que alguna vez estuviera allí su propia escultura con esa inscripción del Edipo de Sófocles, precisamente la que sus discípulos habían elegido para el medallón.

Y fue después de su muerte, en febrero de 1955, cuando se celebró en la Universidad de Viena

una ceremonia, en la que se descubrió un busto de Freud, donación de su biógrafo y discípulo Ernest Jones, con esa misma inscripción.

Me viene a la cabeza otra fantasía, o sueño de

grandeza, análogo a éste, narrado por Freud en carta a

Fliess de 1900. En las afueras de Viena había un gran chalet con el nombre de Bellevue, que la familia solía arrendar para sus vacaciones estivales. Fue precisamente allí donde por primera vez Freud interpretó un sueño completo, con todos sus símbolos, condensaciones, desplazamientos y entresijos. Y en la carta que he citado, le revelaba a Fliess su oculto deseo, no sin un deje de humor y de ironía, de que alguna vez se colocara en aquel lugar una placa de mármol en la que pudiera leerse: “Aquí se le reveló al

Dr. Sigmund Freud el secreto de los sueños, el día 24 de julio de 1895”.

De todas estas anécdotas biográficas resulta inequívoco e indudable su deseo directriz de éxito, su motivación para el éxito y su confianza en el éxito. Se podría resumir su biografía como una vida orientada por

su deseo hacia el éxito personal. A su novia Marta le

había llegado a decir: “Nada impedirá mi éxito final,

mientras nos conservemos bien y yo sepa que tu estás a mi lado y que me quieres”. Y después, en tiempos de

su correspondencia con Fliess, se había atrevido a confesarle: “Creo que tengo el talento necesario para

llegar a figurar entre los 10.000 que más valen”.

El tiempo le ha dado la razón crecida. Y en los catálogos que se vienen publicando periódicamente, en inglés, de las 1.000 personas más influyentes de la

Humanidad, de los que ya se han hecho dos versiones,

una encabezada por Jesús y otra por Mahoma, en ambos, entre las mil personas, se cuenta con Freud. Y como creo que ya he dicho, también entre las listas que se han elaborado con ocasión del nuevo milenio, de las 100 personas más influyentes en el milenio anterior, en todas aparece, como no podría ser de otro modo, el nombre de Freud.

Pero tengo que hacer notar que no era una autoestima orgullosa y petulante, sino que esa confianza y esa fuerte motivación de éxito, contrastaba

con sentimientos de inseguridad, zozobra y consciencia de su propia limitación. Pensaba de sí que tenía una inteligencia insuficientemente dotada, y en carta a alguien le dijo que él nunca tendría que temer que Dios

le pidiera cuentas, que era él quien tendría que pedirles

cuentas a Dios por no haberlo dotado de mayor

inteligencia . Se autocriticaba de tener modales poco sociables, de tener poca aptitud para la práctica de la

medicina, y aseguraba tener la impresión de ser

desestimado por los demás al primer golpe de vista.

Estando en París, fue invitado a una de las fiestas sociales que organizaba su maestro Charcot. Le escribió acomplejado a su novia que había en la fiesta muchachas de quince a dieciocho años, “algunas muy

bonitas”. Y añade descorazonado: “Yo desentonaba allí como la peste”. Su propósito final es el típico de

paciente con fobia social: “no asistir a reuniones donde

haya más de dos personas”.

In document SIGMUND FREUD Biografia de Un Deseo (página 75-83)

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