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EL DIBUJAR, ACTIVIDAD PROPIA DEL ARQUITECTO

Creo que en la primera idea hay un fuerte componentede relación con el pasado a través de la memoria. La formación, el punto de desarrollo interior del autor es imprescindible para resolver la aportación gradual de conocimiento, de desarrollar el curso de racionalización y comunicabilidad, que es específico del proyecto dentro de la producción de la arquitectura. Lo espontáneo nunca cae del cielo, es más bien un ensamblaje de la información y del conocimiento, consciente o subconsciente... Cada experiencia proyectual se acumula para formar parte de la próxima solución. A mí me gusta mucho el modelo del arte para explicar el proyecto de arquitectura. He visto algunos documentales sobre Picasso donde la génesis de la obra se produce como un trazo que no contiene una idea previamente definida, sino que actúa como detonador de la acción. En mi caso esto se produce a menudo con un dibujo; quizá en otros arquitectos se produzca de otra manera, en otro medio, con una imagen, con una narración... En cualquier caso, no se puede imaginar sin instrumentos de soporte. Pero esta imaginación como reacción inmediata está siempre cargada de experiencias anteriores, de memoria, etc.

Con la expresión vita activa me propongo designar tres actividades funda- mentales: labor, trabajo y acción. Son fundamentales porque cada una corresponde a una de las condiciones básicas bajo las que se ha dado al hombre la vida en la tierra.

Labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo humano, cuyo espontáneo crecimiento, metabolismo y decadencia final están ligados a las necesidades vitales producidas y alimentadas por la labor en el proceso de la vida. La condición humana de la labor es la misma vida.

Trabajo es la actividad que corresponde a lo no natural de la exigencia del hombre, que no está inmerso en el constantemente repetido ciclo vital de la especie, ni cuya mortalidad queda compensada por dicho ciclo. El trabajo proporciona un «artificial» mundo de cosas, claramente distintas de todas las circunstancias naturales. Dentro de sus límites se alberga cada una de las vidas individuales, mientras que este mundo sobrevive y tras- ciende a todas ellas. La condición humana del trabajo es la mundanidad.

La acción, única actividad que se da entre los hombres sin la mediación de cosas o materia, corresponde a la condición humana de la pluralidad, al hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y habiten en el mundo. [...] La pluralidad es la condición de la acción humana debido a que todos somos lo mismo, es decir, humanos, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá.1

En la «vida activa» del arquitecto —siguiendo a Hannah Arendt— podemos considerar que se dan tres actividades fundamentales: labor, tra- bajo y acción. Las cuales son fundamentales porque cada una corresponde a las condiciones básicas bajo las que se realiza el arquitecto como tal. Y podemos considerar también, que es el dibujo parte constitutiva de todas y cada una de dichas actividades propias del arquitecto.

La formación es el comienzo de la «vida activa» del arquitecto, en la cual se forja a sí mismo por mímesis del obrar arquitectónico. Mímesis, en el sentido aristotélico, de las acciones arquitectónicas que interioriza y a las que procura dar su personal expresión. Y mímesis también de sus propias acciones. La labor es la actividad correspondiente al proceso de formación continua que está ligada a las necesidades vitales de la constitución del ar- quitecto. Por esta razón, ese proceso se inicia y se acaba con la «vida acti-

1 HANNAH ARENDT: La condición humana, Paidós, Barcelona, 1993; pp. 21-22.

MIESVANDER ROHE: Pabellón de Alemania en la Exposición Universal de Barcelona de 1929; fases sucesivas de la configuración de la planta.

va» del arquitecto, es consustancial a ella. La condición de la labor es la vida misma del arquitecto en cuanto que tal.

En esta actividad primera, iniciática, el dibujo es fundamental, en primer lugar por su valor documental, pues la comunicación de las acciones y teorías arquitectónicas es gráfica en gran medida. El acceso al amplio mundo de la arquitectura sería imposible de forma directa, visitando cada obra, entre otras cosas porque muchas ya no existen; pero es que además habría que realizar un estudio de cada una, que sería gráfico, y sacar conclusiones para relacionarlas con otras: habría, en fin, que realizar una historia completa de la obras de arquitectura, de los proyectos, y de las teorías, un conjunto ingente de operaciones que, no sólo están hechas, sino que es imposible llevar a cabo por una sola persona y mucho menos neófita. El acceso pues al mundo de la arquitectura pasa necesariamente por las publicaciones gráficas de todo tipo: textos, fotografías y, sobre todo, dibujos, de los propios arqui- tectos, de análisis e interpretación, de presentación, etc., en soportes varios, además del papel, como los audiovisuales, la infografía, etc.

Pero más importante aún que el acceso a esa información es el papel del dibujo para apropiarse de ella e interiorizarla, y de forma ineludible, para exteriorizar el resultado de ese proceso. El dibujo es el lenguaje de la nece- saria formación del arquitecto tanto en el ámbito académico como en el indi- vidual. Pues la actividad gráfica es esa labor en la que se forja el arquitecto, la que le da carácter, «es algo así como un nuevo êthos que, más que justi- ficar hechos, tiende a promover, y educar, sus intenciones».2

Te he colocado en el centro del mundo para que puedas explorar de la mejor manera posible tu entorno y veas lo que existe. No te he creado ni como un ser celestial ni como uno terrenal... para que puedas formarte y ser tú mismo.3

El trabajo es la actividad del arquitecto correspondiente al oficio, a la especialización profesional mediante la cual construye objetos que le transcienden, que son más duraderos que su ciclo vital. El trabajo siempre requiere algún material sobre el que actuar y siempre se refiere a otros tra- bajos que le sirven de modelo. Esta actividad se pone en marcha con oca- sión de una situación y acaba al concluir tal fin. Es la organización de los recursos instrumentales aprendidos para un cometido, el de las condiciones

2 EMILIO LEDÓ: Memoria de la ética, Taurus, Madrid, 1994; p. 15.

3 GIOVANNI PICO DELLA MIRANDOLA: Oratio de hominis dignitate. (Citado por:

Wladyslaw Tatarkiewicz, Historia de seis ideas, Tecnos, Madrid, 1990 [2ª ed.]; p. 29.) LA «VIDAACTIVA» DELARQUITECTO

de la situación dada. Sus producciones son de uso y utilidad públicos, por eso su condición principal es la mundaneidad.

El dibujo en el trabajo profesional del arquitecto es fundamental , pues es una actividad básicamente de rigor conceptual e instrumental, tanto en la elección del modelo como en su desarrollo y adecuación, que necesi- ta de la flexibilidad del dibujo para poder experimentar, anticipadamente, to- das y cada una de las condiciones de la situación, y también para la comunicación precisa con otros colaboradores. El dibujo en esta faceta de la actividad del arquitecto tiene principalmente un uso cognitivo, de dominio de las posibilidades y las restricciones del código para mejor operar con él. El producto final del trabajo profesional, bajo el absoluto control del arqui- tecto, es el proyecto, como documento gráfico que debe contener una des- cripción precisa y normalizada de todas sus decisiones, de tal manera que permita su lectura sin ningún tipo de ambigüedad en la interpretación. Unas veces este documento será el proyecto mismo, y otras lo que se conoce como proyecto de ejecución.

A fuerza de universo de medios, la técnica puede tanto debilitar como aumentar el poder del hombre. En la etapa actual el hombre es quizá más importante que nunca frente a su propio aparato.4

Por último, la actividad más importante del quehacer del arquitecto es la acción arquitectónica, esa capacidad de ser libre para iniciar algo nuevo. Capacidad que no es la mera elección sino el transcender lo dado y dar luz a un hecho arquitectónico nuevo y significativo. El condicionante de la ac- ción arquitectónica es la pluralidad de los arquitectos, que se fundamenta en tres rasgos básicos: primero, la aceptación de la intersubjetividad como ne- cesaria para que se desarrolle la subjetividad del arquitecto; segundo, la naturaleza simbólica de las relaciones arquitectónicas mediante un lenguaje propio y común; y tercero, el propósito y compromiso de empezar algo nuevo, de mantener viva la arquitectura. Los dos primeros rasgos responden a la socialización, a la libre comunicación de proyectos en un espacio público donde todos somos lo mismo, es decir arquitectos, y por tanto ninguno es igual a cualquier otro. Mas el tercer rasgo es el de mayor trascendencia: es la intención de utilizar esa capacidad de actuar libremente para añadir algo nuevo a lo ya hecho, pero no para distanciarse y brillar en solitario, sino para participar en la renovación del sedimento común de las acciones arquitectó- nicas.

4 HERBERT MARCUSE: El hombre unidimensional. (Citado por: Jürgen Habermas, Cien-

Si en las actividades de formación y especialización del arquitecto, en la labor y el trabajo, la función del dibujo es indiscutible, en la acción arquitectónica, más que una función, el dibujo tiene un sentido plenamente constitutivo. Pues si lo más significativo de toda acción es iniciar algo nuevo, precisamente, en la acción arquitectónica ese inicio se realiza con el dibujo de concepción. El dibujo es la acción del arquitecto mediante la cual desvela la figura de la arquitectura nueva, la expresión simbólica de sus intenciones que constituyen una realidad arquitectónica anticipada. Y es también mediante el dibujo como se configura esa realidad arquitectónica en un discurso arti- culado, en proyecto; que, al hacerse público, transciende al propio arquitecto, «cuando es leído por unos ojos que proyectan, sobre él, el complicado mun- do de los procesos mentales que convierten a la escritura en lenguaje y, a lo dicho en logos, en comunicación y sentido».5

El artista inventa, es decir, crea formas completas de edificios separa- damente de toda materia; sólo después viene el hecho de la ejecución, que puede ser fiel o no al proyecto, puede acercársele más o menos, pero no se identifica jamás con él, de la misma manera que un hombre o un objeto no se identifica jamás con esa «idea» en la teoría platónica. «Diseño», enton- ces, es igual a «invención» e igual a «creación» (en el sentido de cosa natural), e igual a «teoría», puesto que la «invención» es siempre descubri- miento (en el sentido etimológico latino, invenire quiere decir descubrir), pero descubrimiento de una ley más allá de las apariencias.6

Si a la labor la dirige la necesidad del arquitecto para hacerse a sí mismo, y si al trabajo lo guía la utilidad para la competencia profesional, a la acción no le obliga nada, ni en lo interno ni en lo externo, sino sólo el impulso que siente el propio arquitecto de hacer algo nuevo. Impulso que no debe ser ni arbitrario, ni intuitivo, ni solitario; sino intención depurada y motivada subjetivamente y comprometida intersubjetivamente. Es la capacidad más importante del arquitecto, de la que cabe pues esperar lo inesperado, lo nuevo, la invención arquitectónica, pero también lo absurdo, lo interesado y, a veces, lo mezquino.

Pero hay que tener en cuenta también que entre la «invención artística» y la «imaginación fantástica» hay una gran diferencia. Si imagino un animal fantástico no realizo una invención, sino que cumplo un acto arbitrario; en cambio, la invención está siempre dentro del límite de lo posible.7

5 EMILIO LLEDÓ: El surco del tiempo, Crítica, Barcelona, 1992 (2ª ed.); p. 45.

6 GIULIO CARLO ARGAN: El concepto del espacio arquitectónico desde el Barroco a

nuestros días, Nueva Visión, Buenos Aires, 1966; pp. 25-26.

7 Ibídem, p. 25.

Cada una de las tres actividades propias del quehacer del arquitecto se orientan, también, por un interés de conocimiento diferente, interés que se- gún Habermas8 puede ser: práctico, el de la actividad de las ciencias his- tórico-hermenéuticas; técnico, el del ejercicio de las ciencias empírico-ana- líticas; y emancipatorio, el propio de las ciencias orientadas a la crítica.

La actividad como labor se guia por el interés «práctico» del conoci- miento, que dirige al arquitecto hacia las acciones y las teorías transmitidas por la tradición, para dar cumplimiento a sus necesidades de formación e información. Y es aquí donde del dibujo despliega todo su poder de provi- sión de saber, tanto para presentar el sentido del mundo arquitectónico trans- mitido, como para la apropiación e interpretación del mismo. Todo ello le permitirá comprender y expresar al arquitecto su particular percepción del mundo arquitectónico: construir el horizonte de su mundo y su lenguaje.

El mundo del sentido transmitido se abre al intérprete sólo en la medida en que se aclara a la vez el propio mundo de éste. El que comprende mantiene una comunicación entre los dos mundos; capta el contenido objetivo de lo transmitido por la tradición y a la vez aplica la tradición a sí mismo y a su situación.9

El interés «técnico» del conocimiento dirige las operaciones gráficas, mediante un método hipotético-deductivo, hacia el análisis de las condicio- nes de la situación concreta, del que se desprende la elección de un modelo y el desarrollo de su adecuación, tomando como referencia otros procesos similares. Es una actividad gráfica de rigor empírico-analítico, en la que el dominio instrumental y conceptual organiza la experiencia para lograr el mayor rendimiento y fiabilidad en las propuestas profesionales.

Por último, el interés «emancipatorio» es el que orienta el conocimiento hacia una actividad crítica de las normas y los valores dominantes, que suelen ser representaciones anquilosadas de expresiones —válidas e innovadoras en otro momento— que se repiten por inercia. Este interés es el mejor aliado de la acción gráfica arquitectónica que, como autorreflexión dialéctica con la tradición instituida, expresa simbólicamente el sentido de lo oculto, presenta lo nuevo para el consenso intersubjetivo.

La unidad de conocimiento e interés se acredita en una dialéctica que reconstruye lo suprimido rastreando las huellas históricas del diálogo su- primido.10

LA «VIDAACTIVA» DELARQUITECTO

8 JÜRGEN HABERMAS: «Conocimiento e interés», en Ciencia y técnica como «ideolo-

gía», Tecnos, Madrid, 1992 (2ª ed.); p. 168.

9 Ibídem, p. 171. 10 Ibídem, p. 178.

En el lenguaje cotidiano se confunden y se usan indistintamente los tér- minos de trabajo y labor. Aunque labor es más apropiado para designar actividades del campo, de la vivienda o de los negocios propios, en los que la producción de tal actividad revierte directamente en el consumo particu- lar, y no tiene proyección pública, sino que su cometido es retroalimentar el ciclo vital individual. Y por trabajos entendemos, en general, los de la indus- tria y todo tipo de actividades asalariadas, de proyección pública, en cuanto que sus productos o servicios son de utilidad general y no para solventar directamente las necesidades del ámbito particular del trabajador.

Kenneth Frampton —en el artículo «Labor, Trabajo y Arquitectura»,11 para el que toma como referencia el estudio de Arendt—se pregunta por cuál es el papel del arquitecto en la sociedad actual, ya que «el homo faber

que “realiza y literalmente trabaja sobre” su material debe ser distinguido del

animal laborans que “labora y se funde con su producto”».12 Puesconside- ra que, en siglos anteriores y en sociedades más primitivas que la nuestra, está claro que por labor se entiende la construcción anónima de la vivienda para uso particular, y como trabajo aquellos edificios y espacios ciudadanos de proyección pública y solidez duradera, cuya realización se encarga a un grupo de profesionales, el arquitecto entre ellos. Y que así nos lo ha enseña- do la historia de la arquitectura occidental, que nos presenta las obras maes- tras como «los “trabajos” de arquitectura en contraposición a esas estructuras anónimas que han surgido siempre a partir del proceso sin fin de la “labor” biológica de la educación histórica».13

Dado que en la actualidad no se construyen con pretensión duradera ni las arquitecturas públicas ni las privadas, y que además ese afán de renova- ción destruye incluso las obras heredadas, la actividad del arquitecto se ase- mejaría más a la labor, cuya característica principal es la de producir bienes de consumo. Pero, por otra parte, la actividad del arquitecto es trabajo en cuanto que produce objetos acabados por encargo, para otros usuarios. Éstos y otros muchos aspectos hacen pensar que, quizás, la diferencia nunca estuvo del todo clara, fuera de los manuales de historia de la arquitectura, y que la complejidad de la actividad del arquitecto debería entenderse como auténtica acción arquitectónica, dejando la labor y el trabajo como dos extremos del ancho trecho—formación-oficio, privado-público, efímero-per- manente, etc.— en el que se mueve la actividad arquitectónica.

11 KENNETH FRAMPTON: «Labor, Trabajo y Arquitectura». (En C. Jencks & G. Baird,

eds.: El significado en Arquitectura, Hermann Blume, Madrid, 1975.)

12 Ibídem, p. 168. 13 Ibídem, p. 169.

Este análisis, demasiado convincente y en cierto modo deprimente, de nuestras actuales circunstancias, sostiene que el homo faber, en su capaci- dad más elevada, sólo puede actuar hoy de una forma discreta y diferen- cial; mediante un acto de reificación que sea capaz de ser completo y verificado únicamente por la sociedad bajo unas condiciones culturales adecuadas. Esto a su vez implica que sobre el arquitecto recae ahora la responsabilidad de determinar del modo más preciso posible las condicio- nes bajo las cuales se le pide que actúe. Si se acepta esta implicación, el papel actual del arquitecto en relación con la sociedad se convierte en problemático. El arquitecto que reconoce este compromiso se encuentra inmediatamente obligado a reformular su imagen operativa como funcio- nario dentro de la sociedad. Una reformulación así trae consigo necesaria- mente una tentativa de resistematización completa de la significación cultural de toda la gama de posibilidades de construir.14

Sin embargo, para Hannah Arendt, en una «humanidad socializada»por completo, esta diferencia entre labor y trabajo desaparecería a favor de la labor. «El resultado es que lo comprado y vendido en el mercado del trabajo no es habilidad individual, sino “poder de la labor”, del que todo ser humano posee aproximadamente el mismo.»15 Y apunta también que otra distinción muy habitual, la de trabajo intelectual y manual, la de trabajar con la «cabe- za» o con la «mano», no es una diferencia radical, pues no hay ninguna acti- vidad por muy intelectual que sea que no se materialice en algo, aunque ese algo nunca sea un objeto por sí mismo. «Siempre que el trabajador intelec- tual desea manifestar sus pensamientos, ha de usar las manos y adquirir ha- bilidad manual como cualquier otro trabajador.»16 Y a la contra, no hay ningún trabajo manual que se lleve a cabo sin pensar. Nunca se ha conseguido que el humano deje de pensar, ni siquiera en ciertos intentos alienantes, que

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