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El experimento de la frescura

In document Se Lo Que Piensas - Thorsten Havener (página 53-56)

Lea atentamente: 1. Se siente fresco.

2. Mientras lee esta frase, respire con normalidad y sosiego. Cada vez que tome aire, infúndase energía en su interior. Es una sensación agradable. Con cada letra, una energía fresca se extiende por todo el cuerpo, desde la cabeza hasta las puntas de los pies.

¿Por qué es mucho mayor el efecto de la segunda frase? Porque al formularla he tenido en cuenta dos cosas: en primer lugar, he formado imágenes, y en segundo lugar, las he recogido del punto donde se encuentra ahora mismo, esto es, leyendo estas líneas. Este tipo de sugestión del «si... entonces...» o «mientras... por lo tanto...» es una de las fórmulas más potentes. Da resultado incluso en otros campos: llueve, por lo tanto estoy de mal humor. Si mi pareja se comporta de esta manera, me saca de quicio. Si me siento atrás en el coche, siempre me mareo. Elabore una lista con sus propias conexiones, a las que está acostumbrado. Funcionan, por supuesto, también a la inversa:

• Si voy al médico, me encuentro mejor mucho más rápido.

• Si su hijo corre llorando hacia usted porque se ha hecho daño, entonces le acaricia con ternura la cabeza y dice con seguridad: «Si te acaricio la cabeza todo irá bien».

Permanecemos impasibles hacia el control de estas conexiones. Más o menos. Según cuán crispados estemos y de qué imagen se haya desarrollado, puede avanzar hasta el punto de que su efecto sea mayor que el de nuestra voluntad. Incluso si no quiere babear, en cuanto se concentra lo suficiente en morder un limón fresco comienza automáticamente a producir saliva. Tanto si quiere como si no. Otro ejemplo sorprendente proviene del campo de la sexualidad. Los hombres experimentan reacciones corporales evidentes a simple vista cuando elaboran imágenes mentales lo suficientemente intensas. De modo que no da igual lo que pensemos. Con los pensamientos podemos envenenarnos o transportarnos. Las fuerzas que se liberan ahí se engloban en el campo de la autosugestión. Tiene que esforzarse para alcanzar su objetivo, pero es como si durante el camino soplase un viento de cola que le empujase hacia adelante. Cuando nuestra voluntad a veces sale perdiendo en lucha contra el poder de las creencias, esto quiere decir que sí tiene la capacidad para conseguir su objetivo, pero que todavía no cree que sea posible.

Después de cinco semestres en la universidad, quise presentarme al examen para obtener el título de licenciado en Traducción e Interpretación. La prueba consistía, entre otras cosas, en cuatro traducciones escritas: traducir un texto al inglés, otro al francés y otros dos en lenguas extranjeras al alemán. No se permitía el uso de diccionarios bilingües ni manuales de gramática. Durante el semestre anterior los resultados de mis traducciones habían sido aceptables. Nada sobresalientes, pero tampoco estaban mal. Solo me daban problemas los textos alemanes que debía traducir al francés. En algún momento me atascaba. No obtenía ningún resultado satisfactorio. Durante el último simulacro antes del examen presenté la peor traducción de entre todos los candidatos, y

Sé lo que piensas

eso cuatro semanas antes del día D. Tenía, sin embargo, tanta voluntad de aprobar el examen como la creencia inquebrantable de que estaba preparado para hacerlo.

Así que después del último simulacro acudí a mi profesora, una francesa muy inteligente y servicial, para hablar con ella. Después de la charla dijo de forma espontánea que iba bastante justo para pasar el examen, pero que me ayudaría si quería intentarlo. Estaba destrozado. Mi esposa recuerda todavía aquella noche en la que quise echarlo todo por la borda. Fue ella también quien me recompuso y aseguró que solo aprobaría el examen con tan poco tiempo de preparación si estaba preparado para trabajar a fondo.

De modo que fui a la universidad durante las vacaciones y entregué a mi profesora dos traducciones semanales. Ella recogía mi trabajo, lo corregía en casa y me enviaba la versión revisada por correo postal. Está claro que no puedo quejarme de falta de atención personalizada en mi universidad alemana.

Colgué por todo mi piso frases de motivación, por todas partes había periódicos y revistas extranjeros, y traducía nuevos textos todo el tiempo. Por la mañana practicaba antes de estudiar cuarenta y cinco minutos de ejercicios de Qi-Gong. Durante este tiempo de meditación ilustraba mi mente con imágenes alentadoras; por ejemplo, que el examen saldría a las mil maravillas o que después de haberlo hecho iría al tablón de notas y vería que había aprobado. En mis pensamientos estaba sentado en el examen, traduciendo. El resto del día lo pasaba estudiando. Por la noche me dirigía a la cocina para recompensarme con algo especial.

Mis simulacros fueron cada vez mejores, y al final aprobé el examen final con buena nota. Si solo hubiera querido aprobar, seguramente no habría sido suficiente. Si solo hubiera imaginado aprobar el examen, con toda probabilidad habría fracasado. Con ayuda de las imágenes que generaba, sin embargo, encendía el turbo cada mañana. No me permití lugar para ninguna duda sobre el resultado del examen. No me dejaba persuadir por nadie que me dijera que no aprobaría. Lo más importante era que tenía la fuerza para perfeccionar tanto mis conocimientos como me fuera posible en ese período. Pensar en positivo por sí solo no sirve de nada si no va acompañado de la actitud apropiada. Por el contrario, activar las imágenes correctas y trabajar a tiempo por un objetivo ayuda sobremanera. Cada idea tiene al momento una tendencia a realizarse y seguir los hechos. Las imágenes intensas pueden despejar todas las dudas. Piense de nuevo que toda la energía consigue su atención. Cuando piense en el fracaso, entonces cambie e inyecte energía en la imagen del éxito. Si no, la autosugestión pierde efecto, o —aún peor— acerca el fracaso. Sus pensamientos no deben oscilar entre imágenes positivas y negativas, pues así no será capaz de progresar.

Ya que el mundo es lo que piensa, para cada pensamiento y para cada imagen encontrará la prueba correspondiente. Piense, por ejemplo, en el caso de las asistentas que perdieron peso solo mediante la aceptación, y en los alumnos que evaluaron negativamente después de que avisaran a su profesor sobre ellos. Ahí radica la fuerza de la sugestión. Dado que usted es el responsable de sus pensamientos, lleva consigo todo el poder. Al mismo tiempo tampoco debe creerse superior a los demás, pues en realidad todos disponen de este poder. Está repartido equitativamente. Si las influencias

no fueran importantes, podríamos ver la tele por la noche sin las interrupciones de los anuncios, y en la radio quizás sonaría música cada vez de mayor calidad, no solo un pegamento que enlace una pausa publicitaria con la siguiente. Las imágenes que se sugieren ahí actúan sobre nuestro interior —de manera intencionada—. Cada detalle cuenta.

Aquí presento dos ejemplos sorprendentes de imágenes de éxito:

• En un estudio en Austin, Minnesota, se analizó el poder de convicción del logo del fabricante de carne en lata Hormel. Solo añadiendo una simple brizna de perejil los participantes opinaron que el sabor de la carne era más fresco que el de la competencia.

• En un intento, el fabricante de bebidas Seven Up quiso probar si el color del envase tenía algún efecto en el sabor. El resultado: el color decide la nota de la bebida. Cuando se mezcló el verde de la lata con un 15 por ciento más de amarillo, casi todos los participantes aseguraron que la bebida sabía más cítrica.

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