Tienen las criaturas un hechizo y aojamiento que los hombres se dejan
GOCEMONOS Y REGOCIJEMONOS Y DEMOSLE LA GLORIA!
(Apoc 19, 7)
¿ Al m a que n o c a n t a?
En el invierno la vida se entumece y congela. Ni las flores florecen ni los árboles crecen ni los pájaros cantan. ¿Quisieras que tu vida interior se con virtiese en una estampa invernal? Un alma sin vida, sin movimiento, sin flo res, sin música... Sal un día de invier no a la naturaleza, mira las últimas ho jas amarillo-negruzcas que la otoñada abandonó a su paso, contempla el bos
que de ramas desnudas y ateridas y me dita. ¿Qué te dice todo esto, qué oyes? Crujidos como lamentos, ^a naturaleza llora sus glorias pasadas. Y mira que esto es la imagen de tu alma abatida y desalentada.
¡NO ANDES CABIZBAJA!
Si eres Jovial y alegre, tu alma será como un vergel a los rayos del sol. ¿Qué importan tus faltas pasadas? Arrepién tete de ellas y vuelve a tu Jovialidad y alegría. Piensa cuánto más hermoso es el verano que el invierno. Despiértate, pues, a la primavera y da paso al ve rano, venciendo el abatimiento y la pu silanimidad. En el invierno no hay co secha; nada crece.
¿Por qué estar triste? Las verdaderas religiosas son Jardines donde despun tan las flores y maduran esplendorosa mente los frutos. Las mediocres, en cambio, las almas poco resueltas están siempre entre nieves y brumas y no to man la hazada nt pasan el rastrillo... Seria inútil. La alegría lleva a la ac ción, al movimiento, a la vida.
Al é g r a t e c o m o u n n i ñ o
Si tu alma se halla en una situación confusa, hazte aconsejar por el director espiritual y busca decididamente la cla ridad. Ordinariamente son el amor pro pio, el orgullo y la susceptibilidad los que producen en nosotras el estado de abatimiento y el derrotismo Si eres hu milde y candorosa, tus ojos brillarán de
nuevo con los mismos fulgores que en el noviciado. ¡Qué alborozada y alegre marchabas entonces! Aquella dicha no tenía fin, porque no eras engreída, sino dócil y sencilla, como niño que desea aprender, corregirse y abandonarse en los brazos de sus padres. Retorna, pues, a aquellos caminos donde triscabas con la alegría de una novicia y el candor de una niña. Pon fin a tus extravíos.
La a l e g r ía de l a cr u z
La cruz quita a la alegría lo rebosan te, lo espumoso, la afirmación del pro pio yo y nos hace reflexivas y modes tas. Y esta reflexividad y modestia es
la que necesitamos en la vida espiri tual. Deja, pues, que soplen los vientos de marzo, las lluvias de abril y las fres cas mañanitas de mayo. ¡ Sopórtalo todo en silencio! ¡Aprende de los tiempos y de los momentos! No te. que jes, pen sando en Jesús, que lo aguantó todo con paciencia, por duro y amargo que fue se. Y poco a poco de la gleba de tu alma brotarán las flores inmarcesibles y lo zanas de las virtudes.
Sa n t a a l e g r í a
La alegría es la flor perenne del con vento, un esqueje de la alegría de Be lén y de Nazaret. Examínate por den tro y por fuera y mira si en ti se encar na la santa alegría, aquella alegría que brota de un corazón puro del amor de
Cristo y del fiel cumplimiento del de
ber.
Ma t a e l e s p í r i t u dk CONTRADICCIÓN
No perturbes el soleado y jovial es tado de tu alma con el espíritu de con
tradicción. No te enfrentes con los de seos y los pensamientos de tus próji mos, a no ser con razón probada y ne cesaria. Quizá tengas razón pero no la
debida discreción y prudencia. La con tradicción llama a la contradicción y la reyerta a la reyerta, como un abismo al abismo. Los ánimos se erizan, la sen sibilidad se irrita, la ecuanimidad va a pique y se añade dureza a dureza.
¡Cuán dichosa y feliz sería la convi vencia conventual, si las religiosas ma taran en sí el espíritu de contradicción! Para ello es preciso optar por el silen cio, en cuanto se vislumbra que la opi nión propia va a encontrar resistencia. O bien hay que aprender a exponer los
propios puntos de vista con objetividad, sin acrimonia, sin segundas intenciones. No se han de confundir los propios de
seos con los de la comunidad ni defen derlos con agresividad, sino con el arte de la persuasión, de la insinuación, de las interrogantes. Se ha de poner siem pre la atención más en la verdad y en la cosa discutida que en el triunfo de una misma.
do, la injuria, la ironía maligna. Todo esto hiere y perturba la paz del corazón, que es el mayor bien que hemos de con servar en nuestro corazón y en el de nuestros prójimos, especialmente en una época en que el exceso de trabajo y de actividad pone los nervios de punta.
Co n s u m o r e s p e t o
¡Qué abigarrado ramillete de caracte res y temperamentos constituye una comunidad religiosa! Cada una es hija de su madre. Pero si todas saben ceder un poco, si todas saben adaptarse a las demás, ¡qué maravilloso conjunto, qué armonía de almas, qué variedad en la unidad del amor! Entonces el convento es morada de paz, abierto a los soplos del Espíritu que, como en el cielo, hace a uno alegrarse con la dicha de todos y a todos con la de cada uno.