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y busca caminos nuevos para ejercer su voluntad, con reflexio- nes, simulaciones, pruebas de comprobación, fingimientos de locura.

Las tragedias de Shakespeare, siendo tragedias sobre el poder —en los reinos ingleses o en el Imperio romano—, son todas tragedias de familias, así “las grandes tragedias siempre 19 Alberto Luque, Filosofía y tragedia en Shakespeare.

contienen un elemento de interés y de identificación que es, por lo demás, universal”19. Son los conflictos entre hermanos y entre padres e hijos los que predominan en las tragedias de Shakespeare. Ahí reside la universalidad de Hamlet, de Enri- que IV, de El rey Lear. Esta última, con paralelismos evidentes entre padres (Lear y Gloster), hermanos (Edgar y Edmond), hermanas (Goneril, Regania y Cordelia), plantea, junto con la tragedia política que afecta al reino de Inglaterra por la condi- ción irascible de un rey anciano, los conflictos en las familias por la errática acción de los padres ante los hijos y de los hi- jos con los padres. También está la locura en su doble faz en las obras Hamlet y El rey Lear, presentada como búsqueda de sobrevivencia, como fingimiento y teatralización para Hamlet y Edgard, pero puede ser la muerte y la destrucción de Ofelia, del reino y de la familia, tanto como la locura senil de Lear. La dialéctica de locura y cordura cervantina se muestra en su condición más trágica en Shakespeare. El mundo resulta ser un juego doloroso de oposiciones; vida-muerte, razón-locura, apariencia-realidad.

En Shakespeare, los personajes se apartan del diálogo esen- cial de las obras de Cervantes, donde el individuo está siempre abierto a otro, para encerrarse en el monólogo de un individua- lismo doloroso y trágico, inédito en la literatura. MSJ

neración Modernista. El Modernismo es así para nosotros la sensibilidad y el sis- tema de preferencias de una generación bien determinada”, siendo Darío, “epó- nimo de esta generación”. Por su parte, para Octavio Paz, “el modernismo fue una sintaxis, una prosodia, un vocabulario. Sus poetas enriquecieron el idioma con acarreos del francés y el in- glés; abusaron de arcaísmos y neologismos, y fueron los primeros en emplear el len- guaje de la conversación”.

DATOS BIOGRÁFICOS

Rubén Darío nació en Me- tapa, un pueblo de Nicara- gua, el 18 de enero de 1867. Meses después de su naci- miento, el padre los abando- na (“se daba el caso de que mi padre, Manuel García, era empedernido bebedor, juer- guista y faldero”), por lo que su madre lo deja al cuidado de unos tíos. Después de la escuela primaria, estudia con los padres jesuitas, quienes “estimularon mi amor a la li- teratura y supieron apreciar mi don poético”. Este don (“estoy convencido de que nací con el don poético en la sangre”), en la práctica, aparece a temprana edad ya que, a los 13 años de edad, en 1880, la revista juve- nil El Ensayo publica sus primeros versos. Al poco tiempo, conoce a Rosario Murillo,

Rubén

Darío y el

modernismo

Eduardo Guerrero del Río

Doctor en Literatura

Hemos recordado el centenario del falleci-

miento del escritor nicaragüense, el mayor

referente de una generación de poetas que

irrumpió con fuerza a comienzos del siglo

XX, enriqueciendo el idioma y renovando

la poesía latinoamericana.

específico, según su año de nacimiento, pertenecería a la llamada Generación de 1897, la cual, según el académico Cedomil Goic, “es la de los nacidos entre 1860 y 1874. Constituye la Segunda Generación Naturalista, que inicia su gestación histó-

rica desde 1890 a 1904 e impone su polé- mica vigencia entre 1905 y 1910. Estos lí- mites definen ceñidamente lo que hemos determinado en otro lugar como la Ge-

D

os bisnietos de Rubén Darío parti- ciparon en Santiago, en febrero de este año, en diversas ceremonias celebradas con motivo del centenario de la muerte del poeta. Entre ellas, en la co- locación de una ofrenda floral ante su es- tatua en el Parque Forestal.

Por lo mismo, el jueves 31 de marzo a media tarde di- rigí mis pasos hacia ese lu- gar, tanto para conocer dicho monumento como para “ins- pirarme” en el silencio de la tarde santiaguina (un silen- cio más interior que exterior), para escribir estas líneas. Caminando por este hermo- so parque, ya en el inicio del otoño, visitado a esas horas por despistados extranjeros, jóvenes estudiantes y pare- jas de enamorados, a la altu- ra de calle Merced me encon- tré con una fuente de agua, con múltiples palomas y al- gunas placas recordatorias del vate nicaragüense.

El nombre de Rubén Da- río (Félix Rubén García Sar- miento) se asocia al llamado “Modernismo”, junto a otros escritores, como José Martí, Julián del Casal, Manuel Gu- tiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, José Asunción Silva. El propio Darío, en el año 1898,

escribe: “El espíritu nuevo que hoy anima a un pequeño pero triunfante y soberbio grupo de escritores y poetas de la Amé- rica española: el modernismo…”. En lo

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de quien se enamora perdidamente y con la cual, a través de los años, tendrá una relación bastante tormentosa. En 1886 co- mienza su andanza por diversos países, siendo su primera escala Chile, considera- do su “primer gran viaje”. En nuestro país establece una amistad con Pedro Balma- ceda, hijo del presidente (“A Balmaceda lo conocí recién llegado a Chile, y fue de los primeros corazones que me hicieron endulzar la ausencia de la patria nativa”) y, más importante aún, publica en 1888 su primer libro de trascendencia, Azul. El es- critor Luis Orrego Luco efectúa la siguien- te semblanza del poeta: “Era Rubén Darío un joven de aspecto adusto y taciturno, miraba vagamente hacia dentro como si quisiera hacer vida interior. Hablaba poco y raras veces decía cosas dignas de nota. Era tímido y orgulloso. Sabía que no era hombre de charlas ni de salón”.

En el famoso “Discurso al alimón”, de Federico García Lorca y Pablo Neruda, en Buenos Aires (1933), dedicado justamen- te al nicaragüense, menciona Neruda: “Lo trajo a Chile una marea, el mar caliente del Norte, y lo dejó allí el mar, abandona- do en costa dura y dentada, y el océano lo golpeaba con espumas y campanas, y el viento negro de Valparaíso lo llena- ba de sal sonora. Hagamos esta noche su estatua con el aire, atravesada por el humo y la voz y por las circunstancias, y por la vida, como esta su poética magní- fica, atravesada por sueños y sonidos”. Concluye: “Federico García Lorca, espa- ñol, y yo, chileno, declinamos la respon- sabilidad de esta noche de camaradas, hacia esa gran sombra que cantó más altamente que nosotros”. Como se se- ñaló, no para de viajar hasta su muerte, ocurrida el 6 de febrero de 1916. En su Yo, Rubén Darío, el investigador Ian Gib- son asume la voz del poeta: “Yo me morí en la ciudad nicaragüense de León a las diez y dieciocho minutos de la noche del 6 de febrero de 1916, a consecuencia de una cirrosis atrófica del hígado. El alcohol —mi consuelo y mi peor enemigo desde hacía décadas— se había salido con la suya. Acababa de cumplir los cuarenta y nueve años y era el poeta más famoso del mundo hispánico y (no creo que sea inmodestia) el más querido”.

AZUL

En 1888, con la publicación de Azul, inicia Darío “oficialmente” el Movimiento Modernista. Para Darío, “El Azul… es un libro parnasiano y, por lo tanto, francés. En él aparecen por primera vez en nuestra lengua el ‘cuento’ parisiense, la adjetiva- ción francesa, el giro galo injertado en el párrafo clásico castellano”. Está com- puesto por cuentos y poemas. De entre los cuentos, destacamos “El velo de la reina Mab” (“Yo escribiría algo inmortal; mas me abruma un porvenir de miseria y de hambre”), en el cual —para Marco Antonio Rodríguez Murillo— “la miseria de los poetas (causada por la moderni- dad) se opone al velo azul de la reina”; “El palacio del sol” (“Un minuto en el palacio del sol deja en los cuerpos y en las al- mas años de fuego, niña mía”); “El pájaro azul” (“Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro azul que quiere su libertad…”), en donde “el oficio poético de Garcín contrasta con el rechazo de su padre, quien es un comerciante burgués” (Rodríguez Murillo). De sus poemas, “Au- tumnal” (“Una vez sentí el ansia/ de una sed infinita”), “Invernal” (“¡Ah, por verla encarnada,/ por gozar sus caricias,/ por sentir en mis labios/ los besos de su amor diera la vida!”), “Pensamiento de otoño” (“Un cántico de amores/ brota mi pecho ardiente/ que eterno Abril fecundo/ de juventud florece”). Para Octavio Paz, “en su tiempo Azul… fue un libro profético; hoy es una reliquia histórica”.

CANTOS DE VIDA Y ESPERANZA

De 1905 es Cantos de vida y esperan- za, libro que constituye el primer testi- monio de la crisis esteticista y en el cual alude a las dos creaciones anteriormen- te publicadas (Azul y Prosas profanas): “Yo soy aquel que ayer no más decía/ el verso azul y la canción profana,/ en cuya noche un ruiseñor había/ que era alondra de luz por la mañana”. Esta especie de au- tobiografía rimada a su vez es, para Paz, defensa (y elegía) de su juventud: “¿fue juventud la mía?”; exaltación y crítica de su estética: “la torre de marfil tentó mi anhelo”; revelación del conflicto que lo di-

vide y afirmación de su destino de poeta: “hambre de espacio y sed de cielo”. Del resto del poemario, destacamos “Marcha triunfal” (“¡Ya viene el cortejo!/ ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines./ La espada se anuncia con vivo reflejo,/ ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines”), “Canción de otoño en prima- vera” (“Juventud, divino tesoro,/ ¡ya te vas para no volver!/ Cuando quiero llorar, no lloro…/ Y a veces lloro sin querer…”); “Líbranos, Señor…” (“El verso sutil que pasa o se posa/ sobre la mujer o sobre la rosa,/ beso puede ser, o ser maripo- sa”). Y, el útimo de ellos, “Lo fatal”. En este caso, ya el título del poema es indi- cio de una actitud negativa y pesimista. Comienza su poema Darío estableciendo una comparación: por un lado, lo no hu- mano (árbol que no siente, piedra dura); por otro, lo humano (la conciencia vital de estar vivos). La angustia del poeta se manifiesta en su “dolor de ser vivo”, en su capacidad de sentir este dolor; por eso, para él, lo que no representa esta capa- cidad, es decir, lo no humano, es sinóni- mo de dicha. A continuación, reflexiona sobre el ser del hombre en el mundo, el sufrimiento, las limitaciones del hombre y, fundamentalmente, la presencia de la muerte (“espanto seguro”). Frente a esta seguridad está la incertidumbre del hom- bre sobre su origen y su destino. En pa- labras de Darío, “cerré el libro con ‘Lo fa- tal’, tal vez, de todas mis poesías, la que con más fuerza expresaba mi apego a la vida de los sentidos… y mi horror ante la muerte”.

OTROS POEMARIOS

Del resto de su producción, resaltan títulos como Prosas profanas (1896), El canto errante (1907), Poema del otoño y otros poemas (1910), Canto a la Argentina (1910), entre otros. Comentaremos breve- mente dos de ellos. Con Prosas profanas, el poeta evidencia una inusitada madurez y una deslumbrante gama de tonalidades líricas. Uno de sus poemas más renom- brados es “Sonatina”: “La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa?/ Los sus- piros se escapan de su boca de fresa,/ que ha perdido la risa, que ha perdido

el color./ La princesa está pálida en su silla de oro,/ está mudo el teclado de su clave sonoro; y en un vaso olvidada se desmaya una flor”. En términos genera- les, llaman la atención el placer y el ero- tismo; por su parte, José Olivio Jiménez habla de diversas tensiones semántico- estéticas: “1) Recreaciones del ambien- te versallesco y rococó de la Francia de los Luises. 2) El erotismo, en múltiples niveles. 3) La presencia u obsesión de la muerte. 4) La actitud reflexiva, que lleva, de una parte, a indagar en los enigmas del Ser y de la realidad universal. 5) Esa misma disposición reflexiva orientada en dirección metapoética, o sea, la voluntad de meditar sobre la poesía y el poetizar”. Finalmente, de Poema del otoño y otros poemas, destacamos “Poema del otoño” (“Y, no obstante, la vida es bella,/ por poseer/ la perla, la rosa, la estrella/ y la mujer”) y “A Margarita Debayle” (“Marga- rita, está linda la mar,/ y el viento/ lleva esencia sutil de azahar;/ yo siento/ en el alma una alondra cantar:/ tu acento./ Margarita, te voy a contar/ un cuento”). Para Darío, “entretanto había salido en Madrid una pequeña colección de versos míos, Poema del otoño y otros poemas, que recogía mi nostalgia al constatar que había traspasado ya el umbral de los cua- renta años y, al mismo tiempo, afirmaba mi empeño en seguir gozando de la vida”.

En síntesis, el poeta nicaragüense Rubén Darío es el gran renovador de la poesía latinoamericana, en la que desem- peñó un papel histórico. Por eso, las pa- labras de Pedro Henríquez Ureña tienen una validez incuestionable: “De cualquier poema escrito en español puede decirse con precisión si se escribió antes o des- pués de él”.

Darío demostró su genio poético en el profundo conocimiento y aplicación de diversas técnicas. Al hacer hincapié en la autonomía de la obra literaria estaba permitiendo que la poesía contemporá- nea generara corrientes expresivas y mo- vimientos estéticos de una originalidad y fuerza creadora insospechadas. Así, a cien años de su muerte, nuestro homenaje y reconocimiento. Nuestra propia ofrenda floral, metafóricamente hablando, en la fuente de agua del Parque Forestal. MSJ

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no de los problemas económicos más se- rios en la actualidad es el aumento del desempleo, tanto abierto como encubierto, en especial en Estados Unidos y Europa, agudi- zado tras la crisis de 2008-2009 y sus conse- cuentes más de siete años de estancamiento y lento crecimiento de las plazas de trabajo. Por cierto, la desocupación en economías en desarrollo y “emergentes” es un tema acu- ciante, generalmente disfrazado por la infor- malidad y el subempleo. Su persistencia en una economía capitalista muestra la paradoja de que por un lado se despliegan amplias ca- pacidades productivas y nuevas tecnologías y, por otro, existe incapacidad de ofrecer su- ficientes cupos laborales productivos y es- tables a quienes buscan emplearse. Así se genera un desperdicio en el uso productivo del recurso humano, afectándose la realiza- ción personal y el bienestar económico de las familias. Ya John Maynard Keynes alertaba, en su Teoría general del empleo, el interés y el dinero, que la subutilización de recursos humanos y capital físico era el estado más observado en la operación de una economía capitalista moderna.

El libro que acá comento —cuyo magnífico título denota la dramática realidad de las per- sonas “sobrantes”, es decir, la de aquellas que no pueden encontrar trabajo y que por esto ven arruinadas sus vidas y las de sus familias— analiza este problema desde una perspecti- va analítica, estadística, práctica y humana. Expone una valiosa revisión de teorías sobre el desempleo, comenzando por los clásicos e incluyendo a socialistas utópicos, marxistas europeos y latinoamericanos, y keynesianos, hasta llegar a las escuelas neoliberales. Fue redactado en forma conjunta por José Cade- martori, reconocido profesor universitario, di- putado y ministro de Economía del Gobierno de Salvador Allende en los complejos meses anteriores al golpe de Estado. Él recopiló ma- terial desde los años ochenta, actualizado por