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Sanar el pasado

In document Usted Puede Sanar Su Corazón (página 50-54)

En general nuestra mente está en guerra consigo misma. Utiliza a las personas y las situaciones que tiene a su alrededor para proyectar sus luchas internas en el mundo tridimensional. El duelo es uno de esos momentos en los que usted puede revisar su pasado e identificar sus patrones mentales, pero tal como ya hemos dicho, recordar simplemente para revivir una y otra vez una situación desagradable, no sólo es doloroso sino inútil.

Si usted tiene el valor de analizar su pasado sin culpabilizarse, criticarse, ni encontrarse defectos, podrá observar su forma de pensar y los mensajes que se está enviando a sí mismo. Podrá descubrir cuáles son los factores que determinan su conducta. Así es cómo el duelo puede facilitarle una oportunidad, no sólo para que analice cómo terminó su relación, sino para que pueda entender los patrones mentales que le condujeron a la misma.

Carla, la protagonista de la siguiente historia, tuvo el valor de revivir su pasado como observadora. Se dio cuenta de que había sido desgraciada desde que tenía uso de razón. «Me gustaba decir que había nacido así (aunque era bastante improbable),

pero por alguna razón, nunca fui una niña feliz.»

Durante toda su vida había sentido que era una víctima e, inconscientemente, tenía un patrón de relaciones nocivas seguidas de largos períodos de duelo. Un ejemplo fue cuando tenía veintiocho años y rompió con Ben (que nunca quiso que nadie dijera que era su novio).

Carla sabía que según los cánones de belleza de la sociedad era guapa. Alta, atlética, divertida e inteligente, y con diversos intereses culturales. Sin necesidad de que interviniera su ego, se daba cuenta de que era un «partidazo», pero eso cambió cuando conoció a Ben. De pronto, empezó a pensar que «no era atractiva, que no era digna de ser amada y que no valía la pena». Llegó a creer que nunca sería feliz y que no encontraría el amor. Y que si lo encontraba, duraría poco y terminaría mal.

«Me sentía fatal. Rompí con Ben porque me dijo que había conocido a otra de la que se había enamorado perdidamente; alguien de quien sí estaba dispuesto a decir que era su “novia” y a hacer cosas que nunca hizo por mí», recordaba ella. Sentía que la vida le estaba diciendo que, en realidad, no era suficientemente buena. «Durante el duelo lloraba día y noche, una semana tras otra —explicaba—, preguntándome qué había hecho mal. No entendía por qué Dios y el Universo se empeñaban en castigarme una y otra vez. ¿No me merecía ser amada y ser feliz como las otras personas? ¿Tan diferente era yo? El dolor me superaba y estuve a punto de que me despidieran del trabajo por mi actitud negativa.»

Hasta que un día todo cambió. Se dio cuenta de que externamente era muy atractiva, pero lo más importante es que reconoció que internamente se sentía vacía, era negativa y dependiente. «A mí no me gustaría salir conmigo. No me gustaría estar con alguien que a pesar de tener tanto potencial para lo bueno, tiene una autoestima tan baja, no se gusta y no tiene confianza en sí misma. Si yo no saldría conmigo, ¿por qué querría hacerlo otra persona?», pensó.

Se dio cuenta de que ya había llegado la hora de convertirse en lo que deseara, o para ser más exactos, de ser ella misma. Descubrió varias versiones de una afirmación y la repite a diario. Se dice a sí misma:

Me amo.

Me perdono.

Dejo ir todas las experiencias del pasado.

Soy libre.

Carla decidió que lo «fingiría» hasta que lo «consiguiera». Sabía que tendría que elegir lo que haría una «persona adorable». Entendió que eso era mejor que encarnar

sus antiguos pensamientos negativos. Se parece al precepto de Alcohólicos Anónimos: «Es más fácil actuar de acuerdo a una nueva forma de pensar que pensar en una nueva forma de actuar». Era un precepto que le parecía lógico, puesto que sabía que ella no acababa de creer totalmente en la persona maravillosa que tenía en su interior.

Cuando empezó a prestar atención a sus propios pensamientos negativos y a sustituirlos por otros más positivos, recordó dos situaciones concretas. La primera fue durante una cita, y se preguntó: «¿Qué diría en esta situación si fuera una persona segura de mí misma?»

Le sorprendió que la respuesta llegara con tanta rapidez. Su pareja la estaba mirando a los ojos y le dijo: «¡Eres una persona increíblemente segura de ti misma!»

«En ese momento me di cuenta de que lo era. Algo de cierto había en fingir serlo», recuerda.

A los veintinueve años había alcanzado un grado de confianza en sí misma como nunca había experimentado antes. No recuerda cuándo cruzó la fina línea entre fingirlo y conseguirlo, pero sabía que algo estaba cambiando. Antes pensaba que el dicho «Fíngelo hasta conseguirlo» más bien se refería a fingir un sentimiento. No sabía que era hacer algo hasta que la mente, el cuerpo y el espíritu conectaran con una creencia que ya se encontraba en ella. Puede que estuviera muy escondida y profunda, pero sabía que estaba condicionando su cuerpo y su mente para volver a sintonizar con sus propias verdades.

La segunda situación se produjo en Nochevieja. Sabía que le quedaba mucho trabajo por hacer y pensó que ese año su propósito de Año Nuevo no iba a estar relacionado con visitar lugares o hacer cosas, sino con la persona que quería llegar a ser. «Quiero tener confianza en mí misma, ser cariñosa y feliz», se propuso.

Se visualizó caminando por la calle con una gran sonrisa que se contagiaba a los demás, logrando que éstos a su vez sonrieran un poco más y se sintieran más alegres.

Todos sus intentos anteriores de reafirmase a través de fuentes externas (citas, trabajos y amistades) le habían salido mal; ahora era consciente de que primero tenía que buscar esas cosas en sí misma. Se sintió impulsada a cambiar de forma de pensar, así que escribió lo siguiente en un trozo de papel:

Me amo y me acepto.

Me lo merezco.

Colgó el papel en el espejo del cuarto de baño para que fuera lo primero que viera al despertarse. Repetía las afirmaciones cuando se lavaba los dientes y cuando se maquillaba. Esas frases resonaban en su cabeza y en su subconsciente:

Me amo y me acepto. Me lo merezco.

Empezó con esta práctica el 1 de enero de 2012, pero al cabo de un tiempo se dio cuenta de que ya no necesitaba el papel. Ya no tenía que mirarlo porque esas palabras se repetían automáticamente en su cabeza todos los días, durante todo el día. Al cabo de un año, el día de Año Nuevo de 2013, se miró en el espejo, se rió y dijo:

Te quiero.

Te quiero de todo corazón.

«Realmente lo sentía. Por primera vez en mi vida, podía mirarme al espejo y darme cuenta de que realmente me amaba a mí misma. Para ser alguien que se había pasado la vida odiándose, era un sentimiento mágico que no se puede explicar con palabras. Sé que todavía me queda mucho trabajo por hacer y que tengo más amor para darme y para dar a los demás, pero el sentimiento de ser capaz de amarme y de atraer a personas más cariñosas y bondadosas a mi vida ha sido algo extraordinario para mí. Mis amigas se han dado cuenta de mi cambio en este último año y me dicen que nunca me habían visto tan feliz.»

Ellen, la nueva compañera de piso de Carla, le recuerda cómo era ella hace unos años, con sus dudas y críticas, buscando siempre la felicidad y el amor fuera. Carla intentó hacerle ver lo dura que era consigo misma, le contó su propia experiencia de sustituir sus pensamientos negativos por afirmaciones positivas que realmente le fueran útiles.

—Sí, de acuerdo, es una buena idea —le respondió Ellen, pero no hizo nada al respecto.

Después de meses de escuchar sus incesantes quejas, Carla sacó el tema por última vez, pero se dio cuenta de que su compañera, sencillamente, no podía dar ese paso. Ellen parecía estar muy perdida. Así que sacó papel y lápiz, empezó a escribir algunas afirmaciones positivas y se las dio. Cuando Ellen miró lo que había escrito Carla se echó a llorar.

—¿Por qué lloras?

—Porque no son ciertas —respondió ella—. No me acepto a mí misma. No me amo a mí misma.

—Por eso se llaman afirmaciones. ¿Por qué no intentas fingirlo hasta que lo sientas? —le preguntó sonriendo.

Carla había descubierto que por más que fuera feliz dando su amor a otra persona, amarse a sí misma le hacía aún más feliz, e intentó explicárselo a Ellen.

y que su verdadero poder lo encontraría poniéndolas en práctica ella misma y siendo un ejemplo para los demás. Estaba sinceramente convencida de que «Ahora cuando aparezca un hombre, será para aportar algo a mi vida, no para que la condicione».

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