Corazón que no siente.
El sol lucía espléndido. La gente paseaba por la calle disfrutando de aquel verano que al fin, había llegado llevándose con él las copiosas lluvias de invierno. Le encantaba Milán en esa época del año, de todas las veces que había ido, esa época era la que más le gustaba.
Sentada en una terracita tomaba un capuccino mientras hablaba por teléfono, reía al escuchar las palabras al otro lado de la línea y contestaba con la misma picardía que escuchaba.
- Aún no puedo creer que te hayas ido a Milán precisamente este fin de semana que llegaba yo a Madrid, eres perversa conmigo – le decía – y me lo cobraré…
- Jajaja, no te preocupes, en cuanto llegue, si aún sigues en la ciudad, ten por seguro que te llamaré para que cobres tu deuda – contestaba del mismo modo – pero he de decir en mi defensa que no me avisaste y cariño, tenía que renovar mi fondo de armario.
- Ya… está claro que me cambias por unos cuantos trapitos – dijo haciéndose la enfadada.
- No son unos simples trapitos – contestó – Armani y Gucci no pueden, nunca, ser calificados de trapitos – contestó fijando la vista en una morenaza que acaba de sentarse dos mesas más adelante y quien había sacado un libro con el que leer – además… sabes lo mucho que me gusta venir a Milán – dijo sin dejar de mirar a aquella chica.
- Está visto que me quedaré sin poder verte este fin de semana – escuchó que decía dándose por vencida - ¿Cuándo volverás?
- Ummm – pensó – no lo sé aún – decía sin dejar de mirar a aquella chica que en un momento dado había cruzado la mirada con ella – todo depende de si encuentro algo que me guste – dijo mordiéndose el labio.
- ¿Sabes qué? Mejor ya me llamas tú cuando llegues y si sigo en Madrid quizás nos veamos – terminó de decir viendo que no le daría una respuesta.
- Estupendo, te llamaré – afirmó – un beso preciosa – dijo colgando el teléfono.
Dejó pasar un tiempo prudencial, haciéndose la interesante y observando como de vez en cuando, aquella chica llevaba la vista hacia ella, cuando pensó que era el momento indicado, dejó el diario sobre la mesa, se levantó y se acercó a ella.
- Disculpa – dijo con un toque de vergüenza que le daba un aire más inocente – es usted… ¿Daniela Catecci Verdad? ¿La modelo? – la chica la miró algo sorprendida – perdone que la aborde de este modo pero… ¿sería tan amable de firmarme un autógrafo?
- Eh… verá… creo que se equivoca – dijo la chica – no soy Daniela Catecci y mucho menos modelo.
- ¿En serio? – se sorprendió – vaya… discúlpeme – guardó el bolígrafo – aunque… bueno perdone…
- No, dígame – dijo con curiosidad – ¿Aunque qué?
- Pues que… parece usted toda una modelo, con todos mis respetos…
- Gracias – contestó adulada.
- Bueno… será mejor que vaya a mi mesa – dijo de nuevo – disculpe la equivocación – sin darle opción a contestar se dio la vuelta y volvió a su mesa mientras una sonrisa maliciosa se instalaba en su rostro. Se sentó y tomó de nuevo el periódico…
- Disculpe – “Voi la” pensó.
- ¿Sí? – dijo levantando la cabeza.
- Siento si se ha llevado una decepción.
- Ah, no, para nada, no ha sido ninguna decepción – la chica la miró algo interrogante – no tiene usted nada que envidiarle a Daniela Catecci.
- Gracias – dijo sintiéndose alagada.
- ¿Quiere sentarse? – señaló la silla – la invito a un café.
- Claro – contestó sentándose frente a ella – No es usted Italiana ¿verdad?
- No, española – respondió – he venido por cuestiones de trabajo y… bueno, estaba un poco saturada de tanta reunión – dijo con total descaro, para lo único que había viajado a Milán era para irse de compras, pero eso no se lo diría a una chica con la que quería ligar, sabía que era algo demasiado superficial.
- La verdad es que no… - contestó siendo aquello totalmente falso – lo único que conozco es el hotel y bueno… hoy he venido a ver las tiendas, una amiga me pidió que le comprara algún detalle.
- Ya veo – dijo viendo un par de bolsas al lado de su silla – si le apetece podría enseñarle algo de la ciudad…
- Me encantaría – contestó mirándola con ojos seductores.
Terminado el café, fueron a dar un paseo por la cuidad, la chica le iba mostrando lugares en los que ya había estado más de una vez y que sin embargo le hacía ver que acababa de conocerlos… cuando ya caía la noche, llegaron al hotel donde se alojaba.
- Muchas gracias por el paseo – le dijo – me ha encantado todo.
- Me alegro de que así haya sido – contestó.
- ¿Te apetece una copa? – le preguntó acercándose a ella levemente.
- Bueno… creo que es un poco pronto para que el bar del hotel esté abierto – contestó sintiendo su cercanía.
- Nadie ha dicho que sea en el bar – dijo sugerente – podemos tomarla en mi habitación – terminó de decir en un susurro embriagador.
- Claro… - contestó sin pensárselo.
Obviamente, aquella copa nunca se la tomaron, pero lo que sí hicieron fue disfrutar de una noche de sexo que a ambas las dejó exhaustas en la cama.
Llegó a Barajas con un nombre más que añadir a su ya larga lista. Aquella chica había resultado ser todo un volcán, había pasado una noche estupenda y sin ningún tipo de promesa absurda se habían despedido para volver cada una a su vida.
- ¡Eh! ¡Tú! ¡Pendón! – escuchó una voz familiar que la llamaba, no pudo más que sonreír ante su forma de gritarle.
- ¿Se puede saber qué haces aquí? – preguntó llegando hasta ella – y encima llamándome de esa forma tan…
- ¿Vulgar? – terminó de decir por ella – será vulgar o lo que quieras pero una realidad como una casa…
- A veces te odio – protestó.
- Gracias tonta – sonrió y le dio dos besos – te he traído un regalo – dijo ya comenzando a andar.
- Lo imaginaba, por eso he venido a buscarte – continuó – interés puro y duro, amiga.
- Ya sabía yo… - dijo ya entrando en el coche.
- Bueno, y dime – hablaba mientras encendía el motor y tomaba camino a la ciudad - ¿qué tal Milán?
- Preciosa como siempre – sonrió maliciosamente.
- ¿Cómo se llama? – preguntó.
- ¿Cómo se llama quien? – se hizo la loca.
- Pues la chica con la que te habrás acostado, que nos conocemos.
- Marcela – contestó sin darle más largas – una morenaza italiana que me ha enseñado lo mejor de Milán…
- Ya me puedo imaginar lo que te ha enseñado – murmuró – bueno ¿y a esta le has dado tu teléfono o le has dado el sustituto?
- No, le he dado el mío de verdad – contestó – por si viene alguna vez a España… no sé, lo pasamos bien.
- Claro… - no dijo nada más, sabía como era su amiga y no quería preguntar nada más – bueno, ¿qué quieres hacer ahora?
- Pues ir a casa, darme una buena ducha, llamar a la oficina a ver como va todo y… no sé, podríamos salir ¿no? – la miró
- Pues ahora vemos cuando lleguemos – terminó de decir siguiendo su rumbo.
Llegaron a aquel bloque de lujosos apartamentos, los más caros de la ciudad, dejaron el coche y subieron hasta el piso dejando las bolsas en la entrada, la chica se sentó en el sofá, mientras su amiga decidía ir directamente a darse una buena ducha. Diez minutos después, salía de nuevo e iba hacia uno de los paquetes para entregárselo después.
- A ver si te gusta – le dijo mientras tomaba otras bolsas – yo voy a dejar esto en la habitación, luego te enseño todo lo que me he comprado.
- Vale, a ver – decía abriendo el paquete - ¡Joder! – se sorprendió – ¡me encantan! – dijo yendo hasta la habitación – son chulísimas.
- Te han tenido que costar un pastón – dijo mirando aquellas gafas de sol.
- Nah – negó – no eran tan caras – “trescientos sesenta euros, no son tan caras” pensó para sí.
- Olvidaba que estaba hablando con doña riqueza – sonrió.
- Oye, que si no te gustan me las quedo yo – dijo medio haciéndose la ofendida.
- De eso nada, ¡me encantan! – dijo poniéndoselas – me quedan bien ¿no?
- Estupendas – afirmó cogiendo el teléfono – sabía que te gustarían.
- Sabes la debilidad que tengo por las gafas de sol… así que lo has tenido fácil – seguía mirando aquel regalo cuando la miró - ¿a quién llamas?
- A Celia – contestó – me llamó el sábado que estaba en Madrid… quizás aún sigue aquí y… bueno, ya sabes.
- ¡Por dios! – alzó la voz – eres… eres… eres un autentico pendón – repitió el mismo “insulto” que había dicho en el aeropuerto.
- Pero aún así me quieres – sonreía mientras esperaba a que le descolgaran el teléfono – no lo coge… en fin… otra vez será – dejó el teléfono en su lugar - ¿vamos a cenar? Yo invito.
- Entonces no me puedo negar – sonrió – eso sí… si pretendes luego irte con alguna chica, será mejor que llamemos a alguien más, no quiero terminar la noche sola – rió.
- Menudo concepto tienes de mí – dijo haciéndose la ofendida.
- Chica, qué quieres, las dos sabemos como terminará la noche… así que más vale prevenir que curar.
- Está bien – rió – llama a Adela a ver si le apetece venir.
- ¡Eres lo peor! – dijo dándole con un cojín.
- Jajaja – reía – venga, llama que nos vamos en diez minutos, el tiempo que termine en arreglarme…
Dicho esto, volvió al baño donde terminó de arreglarse para aquella noche en la que le apetecía pasar un buen rato entre amigas y porqué no… si se daba la ocasión… pasar un buen rato con alguna chica…
sonriendo creyéndose victoriosa en su huída que no sintió como aquella rubia se movía y llegaba hasta ella besando su espalda. Cerró los ojos algo frustrada y suspiró.
- Buenos días – dijo la chica - ¿no pensabas despertarme?
- Tenías un sueño profundo – contestó “o eso creía” – no me parecía correcto hacerlo.
- Ya… pues, ya ves que no era tan profundo… - la abrazó comenzó a besar su cuello - ¿por qué te has vestido?
- Tengo que irme a trabajar – contestó poniéndose una de las botas.
- ¿Y no puedes quedarte? – preguntó mimosa – ¿un ratito?
- Imposible – se separó de ella – tengo una reunión importante en una hora…
- Está bien – se dejó caer de nuevo en la cama, dejándole ver su pecho - ¿Me llamaras?
- Sí, claro – contestó rápidamente – yo te llamo – dijo cogiendo el bolso y llegando a la puerta.
- ¿Como piensas llamarme si no me has pedido mi teléfono? – dijo algo molesta.
- Eh… perdona, perdona – sonrió forzada – mira hacemos una cosa, mejor llámame tú – apuntó en un papel el primer número que se le pasó por la cabeza – yo voy a estar liada estos días, tú me llamas y quedamos – le dio el papel – hasta luego, guapa – dijo regalándole una sonrisa y saliendo corriendo de allí – puff… menuda nochecita…
Llegó a su coche, se montó y conectó el manos libres para poder llamar a la oficina y decir que llegaría un poco tarde, nada más salir de aquel piso se había encontrado con un gran atasco que la tendría retenida más tiempo del que disponía.
Fue a casa, se duchó y se arregló para ir a trabajar. Esta vez, debido al intenso tráfico, decidió dejar su Audi en el garaje y coger su moto. De ese modo, pudo llegar con tan solo media hora de retraso. Nada más llegar a aquel edificio de oficinas saludó al conserje y tomó el ascensor hasta la quinta planta. Una vez allí se cruzó con un par de empleados que la saludaron con educación. Ella contestó a los saludos y puso rumbo a su despacho.
- Buenos días – dijo mirando a una chica que no había visto antes y a la que le hizo toda una señora radiografía - ¿tú eres…?
- Su… su nueva secretaria – contestó algo avergonzada.
- ¿Ah sí? – sonrió – vaya… encantada – dijo con ojitos - ¿Cómo te llamas?
- Muy bien, Elsa – seguía mirándola – luego hablamos ¿si? Llego tarde a la reunión – continuó – hazme un favor – le pidió – haz copias de estos informes y me los llevas a la sala de juntas ¿si?
- Claro – dijo diligente – ahora mismo.
- Bien, te espero.
Dicho esto esperó a que la chica saliera en dirección a la fotocopiadora para poder volver a hacerle otra radiografía “me encanta mi jefe de personal” pensó para sí misma y luego puso camino hacia la sala de juntas donde le esperaba una de esas reuniones aburridas y duraderas…
Más o menos una hora y media más tarde, volvía a su despacho seguida de aquella nueva secretaria que le alegraba bastante la vista. Tras pedirle un café y un par de cosas más, se dispuso a seguir con el trabajo que tenía. En esas estaba cuando el teléfono sonó.
- Macarena Wilson, dígame – contestó esperando una respuesta.
- Maca… soy Alfonso – escuchó – Luisa acaba de morir… - dijo dejándola totalmente helada.
En el tanatorio, una Maca bastante afectada se ocultaba tras unas gafas de sol mientras recibía las condolencias y las palabras de ánimos de los allegados. Ella no podía dejar de mirar aquel féretro caoba que se mostraba ante ella como diciéndole que aquello era simplemente un sueño y sin embargo sentía y sabía que era una realidad.
Por su mente comenzaron a pasar momentos en los que, por cualquier cosa, no se había parado a pensar demasiado. Días en los que aun siendo niña la llevaba a aquel parque en Cádiz, su preferido, “El Parque Genovés” donde los árboles formaban distintas figuras, donde corría queriendo asustar a las palomas mientras Luisa, su abuela, iba tras ella intentando que no se cayera. Recordaba cuando se sentaban frente al estanque de los patos y su abuela sacaba una bolsa de “pan duro” que tirarles.
En su memoria, los recuerdos lejanos pero aún latentes de esa viejecita adorable que cada noche se sentaba junto a ella en la cama, con un vaso de leche en una mano y una sonrisa en los labios y como buena cristiana, la hacía rezar una oración para, como ella decía, ahuyentar a los malos sueños. Aquella frase antes de apagar la luz “que sueñes con los angelitos para que consigan sus alas”.
Sonreía al recordar como cuando tenía miedo, cuando se despertaba en mitad de la noche, solo le hacía falta elevar la voz y sacar de su garganta un “abuela” para que Luisa llegara a su habitación, la abrazara y se quedara con ella hasta que volviera a dormirse.
Recordaba aquellas tardes en el casco antiguo de Cádiz, paseando por el Baluarte de la Candelaria, por la Plaza San Antonio y siempre, siempre parándose a tomar ese helado en “Los Italianos” de La Calle Ancha, “un helado de Limón” recordó que pedía siempre.
Aquellos disfraces que tejía ella sola para su que su nieta se viera perfecta en los Carnavales, y que tanto le gustaban a Maca…
Y ahora, estaba ahí… inerte, sin vida… pero con más vida en su corazón que nunca… y atendía a los presentes intentando mostrar una sonrisa, como sabía que le gustaba a ella, “sonríe cada día, porque no hay fuerza más grande en el mundo que la sonrisa” y eso hacía, sonreía entre lágrimas, sabiendo que ahora, como siempre había creído, estaba en un lugar mejor…
A: Maca – dijo Alfonso sacándola de sus pensamientos - ¿Cómo estás?
M: Bien… bien – contestó.
A: He hablado con el notario – le comunicó – mañana será la lectura del testamento.
M: Vale, gracias – dijo a modo de respuesta pues lo último que le apetecía era hablar de testamentos o de algo que tuviera que ver con aquello.
EL entierro fue sencillo, familiar, tranquilo. Llevándola a descansar donde ella quería, al lado de su ya por varios años difunto marido. Dejándola en paz en un lugar donde solo eso, la Paz, era lo que se respiraba.
Se quedó mirando aquella lápida unos minutos. Sonrió por algún nuevo recuerdo, volvió a ponerse sus gafas de sol y salió de allí con la sensación de que a partir de ese día, algo le faltaría para siempre…
Como bien le había comunicado Alfonso, la tarde siguiente, a las cuatro en punto se presentaba en el despacho de aquel notario donde se haría la lectura del testamento de su abuela.
N: Bien, estamos todos – dijo mirando a Maca y su abogado – procedamos – comenzó a leer los documentos
N: Esto es todo – terminó de leer – adjunta una nota – se la extendió a Maca.
“Maca, cariño, te quiero muchísimo. Sé que te habrá sorprendido lo que acabas de escuchar, pero creo que es hora de que sientes la cabeza, y como sé que no será con un hombre… pues que sea con una mujer. Te quiero pequeña. Luisa”
Sin poder creérselo aún, no terminaba de reaccionar ante lo que acababa de leer y escuchar… Adoraba a su abuela, ¡Pero debía haberse vuelto completamente loca! ¿¡Como iba a casarse ella!?
Daba vueltas y vueltas por aquella habitación. Bufando sobre lo que había ocurrido, protestando por la idea de su abuela, muchas veces le había dicho que debía formar una familia pero nunca se hubiera imaginado que esa sería su ultima voluntad.
Casarse… casarse… ¡Por favor! ¡Si solo de pensar en la palabra matrimonio ya le daba alergia! ¿Cómo se le había podido ocurrir semejante idea a su abuela? ¿Y ahora qué debía hacer? Se preguntaba una y otra vez.
A: Maca – dijo Ana sentada en el sofá del salón – me haces el favor de sentarte un rato.
M: No puedo – contestó – es que no sé en qué estaría pensando…
A: Pues en ti, en tu futuro… - le dijo con tranquilidad.
M: Muy bien, pues podía haber dicho… no sé, que… que estudiara otra carrera, pero caa…caa… ¡Ni siquiera puedo decirlo! – decía totalmente fuera de sí.
A: Ayss… Maca, no es tan terrible – continuó – el matrimonio no tiene por qué ser tan malo.
M: Ya, claro – la miró – por eso tú no te has casado nunca.
A: Bueno, no ha llegado la persona indicada… - contestó dando un trago a su café.
En ese momento Maca la miró, como si se hubiera encendido una bombilla en su cabeza “¡Claro! ¡Es genial!” pesó para sí… se sentó junto a su amiga y la miró con ojitos, Ana la vio de reojo pero intentó ignorarla, viendo que Maca no se movía dejó la taza sobre la mesa.
A: No – soltó de repente – ni se te ocurra.
M: Venga ya, ¡sería genial! – le dijo.
A: Que no, Maca, que no – seguía negándose.
M: Pero ¿por qué? – insistió – piénsalo… podríamos casarnos, nadie sospecharía que es una farsa, llevamos años siendo amigas… podríamos decir que teníamos una relación secreta o algo así – decía medio atropelladamente – y que ahora hemos decidido dar el paso… todo el mundo se lo creería.
M: Venga Ana… solo son tres años… - insistía – y no tendríamos que comportarnos como un matrimonio… simplemente seguimos comportándonos como hasta ahora, solo que de cara a la galería nos queremos un montón.
A: ¡Pero estamos todos locos o qué! – soltó – Maca, no pienso casarme contigo…
M: Dame un motivo para no hacerlo – le pidió.
A: No me gustan las mujeres – dijo tajante.
M: Vale, es salvable – contestó – no tendremos sexo – Ana la miraba incrédula – aunque déjame decirte que no sabes lo que te pierdes.
A: Todo el mundo sabe que no me gustan las mujeres – continuó como otro motivo más.
M: También es salvable, puedes haber decidido salir del armario justo en este momento – sonreía.
A: Vale… pues a Ti te gustan demasiado las mujeres – dijo como otro argumento.
M: ¿Y eso qué quiere decir? – preguntó fuera de juego.
A: Pues que no estoy dispuesta a ser la señora cornuda de Macarena Wilson – contestó – y reconócelo Maca, no te pasaras tres años sin acostarte con nadie… vamos no puedes ni pasar tres semanas…
M: Eso no es así – dijo algo molesta.
A: Ya, claro – contestó sin creerla – a ver Maca, ¿tú realmente crees que casándote conmigo podrás estar tres años sin mantener relaciones con una mujer? – preguntó.
M: Pero ¿Y a ti qué más te da? – dijo en su defensa – a mi no me molestaría que tu tuvieras relaciones con hombres en ese tiempo.
A: Entonces eso se convertiría en un matrimonio de conveniencia, que es lo que no quería tu abuela – le recordó.
M: ¡Joder Ana! – protestó de nuevo – piensa en las posibilidades… nadie tendría por qué enterarse de nuestra vida privada… podrías hacer lo que te diera la gana…
A: Que no, Maca – la cortó – que yo te quiero mucho pero no me voy a casar contigo…
M: Estupendo – dijo malhumorada – pues entonces no me caso, ya está.
M: Mierda – soltó una vez más… - al final voy a tener que casarme – afirmó…- pero no pienso renunciar a mi vida por casarme con alguien.
A: pues tú verás como lo haces – dijo dándole un trago a su café.
M: Pues sí… ya veré como lo hago – contestó sentándose de brazos cruzados como si de una niña enrabietada se tratara…
Un par de días después, Maca salía de casa de una chica con claros síntomas de cabreo, enfado con ella misma por sentirse tan imbécil como se sentía en esos momentos. Todo había empezado bien, había salido, había conocido a una chica y tras un par de palabras habían acabado en el sofá de su casa, comiéndose a besos y casi arrancándose la ropa. Hasta que cometió el mayor error que podía cometer en un momento así. Y es que debido a la desesperación que sentía desde que se había dado lectura al testamento no se le ocurrió otra cosa que, mientras atrapaba uno de los pechos de aquella chica decir:
M: Cásate conmigo.
En ese instante la chica paró, haciéndolo ella también al darse cuenta de lo que había dicho. Aquella chica la miró totalmente sorprendida, ella se levantó, se vistió y salió de allí maldiciendo su suerte.
Así que ahí estaba, de nuevo en aquel bar donde Ana aun permanecía tomando algo unos amigos. Nada más verla, pidió una copa en la barra y se sentí junto a ella.
A: ¿Ya estás aquí? – Preguntó sorprendida – cada vez más rápido, Maquita.
M: Mejor que no preguntes – contestó seriamente dando un trago a su copa.
No duraron mucho más en aquel bar, puesto que la incomodidad y el enfado de Maca ahuyentaron a todo aquel que se acercaba. De ese modo, fueron hasta casa de Maca donde Ana se quedaría no sintiéndose en condiciones de conducir hasta la suya.
Una vez dentro del piso, Maca le relató el porqué de su enfado y su rápida vuelta a aquel bar. Ana reía, debido a lo cómico de la situación aumentada por su ingesta de alcohol.
M: ¿Podrías dejar de reírte? – decía molesta – esto es serio… acabo de pedirle a una tía que no conozco que se case conmigo en pleno momento sexual y claro, al final me he quedado con las ganas.
A: Jajaja – reía – es que solo a ti se te ocurre.
M: Vete a la mierda – le soltó, haciendo que las carcajadas de Ana resonaran más fuertes - ¿es que no vas a parar?
A: Jajaja, hija, es que… no me negarás que es gracioso – reía – con la alergia que te da le matrimonio ya le has pedido a dos tías que se casen contigo… es irónico ¿no?
A: Tengo una idea – soltó haciendo que Maca la mirara alzando una ceja – en serio, ven – la invitó a sentarse, con protestas Maca lo hizo – Vamos a hacer una lista con las chicas con las que has estado y buscamos una posible candidata…
M: ¿Tu estás tonta no? – preguntó, pues aquella idea no le gustaba nada.
A: ¿Por qué? Es buena idea… a ver – pensó – ¿qué te parece esta con la que estuviste liada un mes? La chica que era abogada…
M: Demasiado aburrida – contestó con una negativa.
A: Aburrida… vale – siguió pensando – ya sé, la que era camarera, que trabajó en el pub “Aquí te pillo”.
M: Oh no, por favor – contestó rauda – está buena, pero es demasiado… ligerita de cascos – Ana alzó una ceja como diciendo “¿Y tú no?” – además… está casada.
A: ¿Y la policía? – siguió enumerando.
M: Demasiado lista – contestó – lleva la investigación en las venas…
A: ¿Y? – quiso saber sin entender a qué se refería.
M: Pues que me descubriría enseguida – le dijo como si fuera obvio – no podría hacer mi vida… estaría totalmente controlada – la miró – ella era una máquina controladora andante… ¿o no te acuerdas lo que tuve que inventarme para librarme de ella?
A: Sí, cierto – dijo recordando aquella época en la que Maca casi no podía dar un paso sin que la chica se enterara…
M: Mira, está claro… - siguió diciendo – tengo que encontrar a alguien que quiera casarse conmigo pero que al mismo tiempo no controle todo lo que hago y así yo pueda… ya sabes…
A: Seguir tirándote todo lo que se te ponga por delante – terminó de decir.
M: Cuando lo dices tú suena fatal – le dijo.
A: Ya, pero hablemos claro, Maca – contestó – tú lo que quieres es alguien que te deje seguir con tu vida tal y como la tienes ahora y eso, incluye todas tus noches de sexo desenfrenado… y para que conste – apuntó – me parece fatal que hagas eso.
M: Ya… a mi me parece fatal tener que casarme, así que… dejemos el tema – se levantó – me voy a dormir – dijo saliendo de allí queriendo terminar con aquella conversación.
tráfico, por lo que no vio a un peatón que cruzó la calzada por donde no debía. En el último momento pudo esquivarlo pero cayó al suelo sin poder evitarlo.
- ¿Se encuentra bien? – dijo el chico preocupado al ver la caída – lo siento… lo siento yo…
M: Joder – protestó sintiendo un fuerte dolor en el brazo izquierdo.
- Lo siento – repetía el chico – lo siento de verdad… no te vi…
M: Mierda… ¡Joder! – Seguía maldiciendo dolorida – creo que me he roto el brazo.
- Dios… lo siento – volvía a disculparse el chico – mire, hay un hospital aquí cerca, el Central – le indicó – la acompaño - terminó de decir ayudándola a levantarse y comenzando a andar hacia el lugar indicado.
Maca casi creía ver las estrellas del fuerte dolor en el brazo cuando al fin entraron por las puertas de urgencias del Hospital Central. Acompañada de aquel chico que ya empezaba a agobiarla con tanta disculpa llegaron al mostrador donde una mujer entrada en años les dijo no muy contenta que debían esperar a que un médico quedara libre, por lo visto aquel día estaban algo desbordados.
Así que ahí estaba, en la sala de espera de aquel centro médico apretando los labios a causa del dolor que sentía y maldiciendo las esperas de la sanidad pública. Seguramente esto no hubiera pasado en la clínica privada y súper cara a la que siempre había acudido cuando requería atención médica.
Al poco tiempo de espera, aunque para ella había sido todo un siglo, la llamaron haciéndole saber que ya había llegado su turno. Despidiéndose del chico una vez lo convenció de que no hacía falta que se quedara, siguió a aquel celador que la llevó a cortinas.
- Buenos días – dijo una chica alta y morena que obtuvo al instante toda la atención de Maca – soy Claudia, ¿qué le ha pasado?
M: Me he caído con la moto – le explicó al tiempo que la observaba todo lo que su postura le dejaba “está muy buena” pensó para sí – creo que me he roto el brazo.
C: A ver, déjeme ver – dijo palpando el brazo dañado – sí, creo que sí – decía mientras rellenaba un informe – vamos a hacerle unas placas – le informó - ¿se ha dado algún golpe en la cabeza?
M: No, llevaba casco, pero aún así, no me he dado en al cabeza – continuó.
C: Vale, pues avisaré al traumatólogo – continuó.
C: No, lo siento – contestó – yo soy neuróloga… solo que hoy estamos algo desbordados, por eso la he atendido yo en primeras instancias.
M: Ah, vaya… una pena – murmuró, Claudia ni se enteró.
C: en seguida viene el médico que llevará su caso – le regaló una sonrisa y tras dejar el informe sobre la bandeja de al lado se marchó. Maca estiró su cuello todo lo que pudo para poder mirarla.
M: No sabía yo que en la seguridad social había estos monumentos – dijo para sí misma.
Su visión se vio interrumpida por otra ni mucho menos tan agradable como la anterior pues el médico que llego, un tal Gimeno, no le alegraba la vista para nada…
Fue llevada a rayos donde se confirmó la rotura del hueso, afortunadamente sin desplazamiento, por lo que una vez de vuelta a cortinas le informaron que solo necesitaría una escayola durante unos quince o veinte días y que no hacía falta intervención quirúrgica, cosa que la alivió bastante.
Gimeno tuvo que marcharse a atender a otro herido y ella quedó en la camilla a la espera de que alguien viniera a ponerle la maldita escayola… sí, aquel hospital podía tener médicos que estaban realmente bien, pero en cuando la rapidez… al menos ese día, dejaba mucho que desear.
Dr: Esther, necesito que le saques sangre al de la cortina 2 – escuchó que decía uno de los médicos a una chica que en esos momentos aparecía en mitad de aquella rotonda con unas bandejas en las manos, con cierta cara de agobio e incluso diría que sin saber donde ir.
E: Sí, voy – contestó haciendo amago de dar media vuelta.
Dr2: Eh, chica nueva – escuchó que al otro lado la llamaba otro médico – pide turno en tac y ponle una vía a este chico – le pidió.
E: Claro, en seguida – contestó diligente, sin saber muy bien qué debía hacer en ese momento. Desde su posición Maca la miraba con una media sonrisa bastante divertida en su rostro.
G: Esther – la volvieron a llamar, sonrió más ampliamente y la vio como respiraba profundamente – la chica de la cortina cuatro necesita una escayola ¿puedes preparalo?
E: Eh… tengo que… - se intentó excusar, aun con aquellas bandejas en las manos las cuales no tenía ni idea de donde soltar.
- Esther – apareció otra chica, más joven que ella pero que se la veía mucho más segura en su papel – anda, ve a hacer lo que te ha dicho Gimeno, yo me encargo del resto – dijo amable.
E: Gracias, Alicia – contestó.
Dicho esto dejó las bandejas sobre el mostrador y se acercó a su cortina mientras se ponía unos guantes, miró el informe y comenzó a prepararlo todo.
M: ¿Un día duro? – preguntó con diversión al ver que no decía ni una sola palabra y ni tan siquiera la miraba.
E: Duro no, horrible – contestó mientras seguía a sus cosas – es mi primer día y… estoy bastante agobiada… no sé donde está nada… no sé a qué pacientes tengo que atender ni… - se cortó a sí misma dándose cuenta de lo que estaba diciendo – perdone… no debería decir esto…
M: Tranquila – le dijo sin borrar aquella sonrisa, era una situación de lo más cómica – los primeros días siempre son malos.
E: Ya… dímelo a mí… - murmuró.
C: Esther – llegó Claudia de nuevo, lo que hizo que Maca prestara toda la atención a la neuróloga – cuando acabes aquí, necesito que vengas conmigo al box – la enfermera asintió - ¿la atienden bien? – le preguntó a Maca.
M: Perfectamente – dijo mirándola con profundidad, Claudia pareció ignorarla.
E: Esto ya está – dijo una vez terminó – voy a avisar a Gimeno.
C. Vale, te espero allí – Señaló los boxes y se marchó.
E: Enseguida viene el médico a ponerle la escayola – le dijo a Maca.
M: Gracias – la miró y sonrió – por cierto, lo ha hecho muy bien para ser su primer día – dijo con una sonrisa dulce, a la que Esther sonrió sonrojándose. “Interesante” pensó Maca.
E: Gracias… - dijo bajando la cabeza – Tampoco era tan grave lo que usted tenía, para ser mi primer paciente.
M: ¿Soy su primer paciente? – Esther asintió – vaya… todo un honor.
E: Eh… bueno yo… tengo que irme – dijo ruborizada.
M: Claro – sonrió de nuevo, mirándola como lo había hecho con Claudia “no está mal” se dijo – espero que su día se arregle.
M: Adiós – contestó viendo como se marchaba.
Gimeno volvió para ponerle la escayola y tras esto se marchó de nuevo para buscar su alta. Mientras esperaba, pudo ver como Claudia y la enfermera que la había atendido salían de lo que supuso sería un box. Se pararon frente a Gimeno que estaba rellenando unos informes, intercambiaron un par de palabras, los tres rieron por algo. Maca no le quitaba ojo a la neuróloga cuando vio como ésta se acercaba al médico y dejaba un beso en sus labios “joder” pensó, momentos después, Esther se acercaba a su camilla, mientras Claudia y Gimeno se marchaban conversando algo.
E: Su alta – le dijo entregándole el papel – El doctor dice que tendrá que estar con la escayola veinte días. Luego vaya a su ambulatorio a que se la quiten… y bueno, ya le dirán allí si necesita rehabilitación.
M: Vale – contestó levantándose de la camilla – muchas gracias, Esther – dijo mientras hablaban - ¿Te puedo llamar Esther?
E: Sí, claro – respondió con naturalidad.
M: Pues… encantada de conocerte – dijo extendiendo su mano y mirándola como lo había hecho con Claudia, solo que ésta vez, la enfermera parecía ponerse algo nerviosa.
E: Igualmente – contestó desviando su mirada.
M: Bien, pues ya nos veremos – terminó de decir.
E: Sí, hasta luego – se despidió para salir de allí.
Maca, de nuevo, miró las puertas que se cerraban tras la enfermera. Sonrió, no estaba mal la chica, parecía inteligente y buena persona, un poco desubicada aún en su trabajo, y diría que algo inocente… “Interesante” volvió a pensar mientras guardaba su alta y salía de aquel hospital…
Pese a que con el brazo en ese estado no podía hacer mucho en la oficina tampoco le apetecía quedarse en casa por lo que como si no hubiera pasado nada salía del ascensor dirigiéndose a su despacho. Su secretaria nada más verla llegar se levantó de su mesa acercándose a ella.
M: Buenos días Elsa – le dijo al tenerla ya frente a ella.
El: Buenos días, ¿Cómo se encuentra? – preguntó.
M: Bien, bien, un poco incómoda pero bastante bien – contestó abriendo la puerta de su despacho - ¿Hay algo para mí?
El: Eh, sí, ha llegado el informe de ventas del trimestre – dijo dejándolo sobre la mesa – ha llamado su amiga Ana, dijo que le contestara la llamada en cuanto llegara y el correo – también lo dejó sobre la mesa.
El: Claro – dijo acercándose a ella y ayudándola con lo que le había pedido. Maca no pudo evitar mirarla tan cerca a ella.
M: ¿Puedo preguntarte una cosa, Elsa? – le dijo cambiando el timbre de voz por otro más suave.
El: Por supuesto – contestó mirándola un segundo para tirar de la otra manga.
M: ¿Qué perfume usas? – soltó, dejando un tanto sorprendida a su secretaria por aquella pregunta.
El: Eh pues… ninguno en especial, la verdad.
M: Pues sea el que sea, huele de maravilla – dijo insinuante.
El: Gracias – contestó mirándola.
M: ¿Tienes novio, Elsa? – preguntó separándose de ella y sentándose en su asiento.
El: No, no tengo – le dijo algo fuera de juego por aquellas preguntas.
M: Vaya, pues no será porque no quieres – la miró de arriba abajo, Elsa quedó callada sin saber como tomarse aquello – vamos a trabajar – continuó haciéndole saber que podría volver a su puesto.
Nada más irse Elsa, Maca se mordió el labio, le gustaba aquella chica, seguramente podrían pasárselo muy bien juntas… el teléfono sonó haciendo que saliera de sus pensamientos y tras cogerlo y explicarle a Ana lo que le había pasado quedaron para comer.
Pasó la mañana intentando hacer algo más que mirar las musarañas, llamando a Elsa de vez en cuando simplemente para deleitarse la vista con su cuerpo, una vez llegada la hora salió de allí para llegar al lugar fijado con Ana.
Ya en el restaurante, ambas conversaban sobre lo que había pasado, la mala pata de Maca a la hora de caerse y romperse el brazo…
M: Bueno, no todo fue malo – dijo elevando las cejas.
A: ¿Por? – preguntó aun sabiendo por donde saldría su amiga.
M: Pues he descubierto que en ese hospital tienen unas doctoras realmente guapas – continuó.
A: Maca, por favor – decía pareciendo escandalizada – ¿ni en esa situación pudiste dejar de hacer eso?
A: ¿Sabes Maca? – llamó su atención – a veces hablas y te juro que pareces un tío y además salido.
M: ¿Perdona? – dijo ofendida.
A: Nada, déjalo – contestó desviando la conversación – bueno… ¿qué vas a hacer en cuanto a la herencia?
M: Puff… no tengo ni idea… supongo que si quiero heredar tendré que hacer lo que quería mi abuela… así que… pues nada, me casaré – dijo como si aquello no fuera nada del otro mundo.
A: ¿Así que vas a sentar cabeza de una vez? – preguntó totalmente incrédula.
M: Algo así – contestó – aún no tengo candidata pero…
A: ¿Pero…? – la invitó a seguir.
M: Había una enfermera… - contestó – una chica que… bueno que podría servir para… ya sabes.
A: Ya… mira, ¿sabes que? – La cortó – mejor no me lo cuentes… no quiero saber nada.
M: Pues entonces no preguntes – dijo un tanto borde – que siempre haces lo mismo.
A: Solo preguntaba para saber si habías cambiado de idea – contestó – no creo que esa sea la solución.
M: ¿Y según tú cual es la solución? – preguntó algo curiosa
A: Pues no sé, Maca… ¿de verdad no te has planteado nunca dejar la vida que llevas, casarte, pero de verdad y formar una familia?
M: Ana… ¿quieres que me siente mal la comida? – protestó – porque lo estás consiguiendo.
A: Pues lo siento pero alguien tendrá que hacerte ver las cosas… - siguió – no puedes seguir yendo por la vida como vas… sin importarte nada ni nadie… solo tú y tu disfrute personal… hay gente que lo pasa mal ¿sabes?
M: Mira, vamos a dejarlo – terminó de decir cogiendo su bolso – definitivamente me has jodido la comida – la culpó – hablamos otro día.
A: Como quieras – contestó sin decir nada más viendo como se marchaba de allí.
Durante los días siguientes, continuó con su vida con total normalidad, haciendo lo que quería, cuando quería y con quien quería, pero teniendo en mente la idea de casarse y de encontrar la “candidata perfecta” para ello.
En principio pensó en Elsa, una chica joven, guapa, alegre, inteligente… pero lo descartó en un instante. Elsa era su secretaria, si se casaba con ella tendría que verla las 24 horas del día, tanto en casa como en el trabajo y eso era demasiado. Además, no podría concertar citas si se daba el caso porque sería Elsa quien lo hiciera y claro… siendo su esposa… como que no. Por otra parte, lo que buscaría de Elsa, si se diera el caso sería una noche de sexo sin condiciones y nada más, cosa que le encantaría que sucediera… pero no, no la veía como la mujer con la que tendría que compartir tres años de su vida.
Luego vino a su cabeza aquella enfermera morena y algo perdida del hospital. Podría ser una solución. Sí… si había acertado en su primera impresión, parecía una chica inocente, tímida y tierna con la que podría hacer su vida tal y como la tenía ahora…
M: Buenos días – le dijo a aquella recepcionista de la primera vez – estoy buscando a… una enfermera…
T: Esto es un hospital – dijo un tanto arisca – tenemos un montón de enfermeras.
M: Ya… claro – sonrió – la que yo busco se llama… Esther – recordó.
T: Esther… sí – la miró intrigada - ¿para qué la busca?
M: Bueno, tengo que quitarme la escayola – enseñó su brazo – y ella me atendió así que…
T: ¿Pero no le dijeron que tendría que ir a su ambulatorio?
M: Ehh… sí… sí – contestó buscando la manera de camelarse a aquella señora – pero… bueno, es que verá, ustedes han sido tan amables que… no me fiaría de otro lugar que no fuera este hospital…
T: Ya… - Maca sonrió para sus adentros – pues lo siento, pero va a tener que ir a su ambulatorio… - y Maca quedó totalmente chafada.
En ese momento la puerta de urgencias se abría dejando paso a una Esther que llegaba con varias altas hasta el mostrador.
E: Teresa, te dejo las altas de la 4 y la 2 – le dijo extendiéndole los papeles.
M: Perdona – llamó su atención – Esther… ¿verdad? – sonrió ampliamente.
E: Sí… ¿tú eres…?
M: Maca – contestó sin dejar de sonreír – tu primer paciente, ¿recuerdas?
M: Bien… bastante bien – contestó – venía a ver si me podíais quitar la escayola – Esther miró su brazo – ya sé que me dijisteis que tendría que se en mi ambulatorio pero… bueno… pensé que siendo tú quien me trataste y además siendo tu primer paciente deberías ser tú quien me la quitara… - seguía diciendo sin dejarle opción a contestar – además, seguro que no encuentro otra persona tan profesional como tú en todo Madrid…
E: Gracias, pero no fue para tanto – contestó halagada.
M: Para mí sí – la miró - ¿Entonces…?
E: Anda, ven conmigo – dijo sonriendo, sin saber porqué aceptaba llevándola a la sala de curas donde le pidió que esperara para avisar a Gimeno y de ese modo poder ver la evolución de su brazo una vez le quitaran la escayola.
M: Pues gracias una vez más – le agradeció una vez salían de nuevo hacia recepción – has sido muy amable conmigo, Esther.
E: No pasa nada – sonrió – y bueno esto estaba hoy muy tranquilo así que…
M: Aún así… muchas gracias – repitió – de verdad.
E: Vale – se sonrojó, más que nada por la mirada que le había echado.
M: Estoy pensando… ¿te apetecería comer conmigo? – Le soltó haciendo que Esther quedara algo sorprendida por la petición – para agradecerte tus atenciones – finalizó.
Esther la miró un segundo bastante descolocada. Lo último que esperaba de ella era esa invitación. Maca esperaba que respondiera afirmativamente, mirándola apremiante para que de una vez hablara y no dejar la respuesta en el aire.
M: ¿Y…? – dijo al ver que no abría la boca.
E: Bueno yo… te lo agradezco, pero no – dijo dejando a Maca parada.
M: ¿No? ¿Por qué? – Preguntó insistentemente – solo es una comida… te has portado muy bien conmigo y…
E: Ya… verás es que… no acostumbro a salir con pacientes – dijo a modo de excusa.
M: Técnicamente ya no soy tu paciente – contestó derribando su excusa.
E: Tampoco salgo con gente que no conozco – continuó.
M: Razón de más para que aceptes – dijo – así nos conocemos.
M: Venga, Esther – siguió insistiendo – solo una comida… de verdad que de algún modo tengo que agradecerte lo que has hecho por mí.
E: No he hecho nada, solo mi trabajo – dijo quitándole importancia.
M: Vale… esta bien – contestó cambiando el gesto por uno apenado – no insistiré más… yo solo quería darte las gracias pero… ya veo que tú no quieres… - la miró y supo que aquellas palabras victimistas estaban logrando su cometido – en fin… hasta otra entonces – dijo dándose la vuelta “uno… dos… tres… cuatro… y…”
E: Maca, espera – “¡Bingo!”
M: ¿Sí? – se dio la vuelta borrando la sonrisa triunfal que había esbozado antes de volverse.
E: Que… aún me queda una hora para terminar el turno, pero… luego quizás… si te apetece, podríamos ir…
M: Me encantaría – sonrió ahora más abiertamente – Pasaré por ti ¿vale? – Le dijo y sin darle opción a réplica ni arrepentimiento se despidió de ella – hasta luego.
Una hora después Maca volvía al punto de encuentro, Esther ya estaba lista y la esperaba en la puerta mirando a todos lados, desde lejos le pareció nerviosa, inquieta, casi diría que podría salir corriendo en cualquier momento, así que para evitar que eso pasara, aceleró su paso y se plantó frente a ella.
M: Hola – saludó, Esther se dio la vuelta al escucharla.
E: Hola – dijo algo sonrojada.
M: ¿Nos vamos? – preguntó dejándole pasar delante de ella – tengo el coche aparcado aquí al lado.
E: No deberías conducir aún – le comentó mientras caminaban.
M: Bueno, llevo 20 días sin hacerlo y me encanta… no podía esperar – continuó abriéndole la puerta para que pasara.
Se adentraron en el tráfico madrileño. Iban casi en silencio, sin saber qué decirse ni de qué hablar. A la enfermera se la notaba nerviosa y casi un tanto incómoda. Maca más relajada ponía en orden sus ideas para lograr que de esa comida saliera otra…
M: Es aquí – dijo una vez dejaron el coche aparcado y llegaron a la puerta de un pequeño restaurante – no es gran cosa pero… está bien y es tranquilito.
M: ¿Te gusta? – preguntó siguiendo al camarero hasta su mesa.
E: Sí, me encanta – contestó mirando todo a su alrededor.
M: Perfecto entonces – se sentó tras hacerlo Esther – bueno… pues aquí estamos…
E: Sí… aquí estamos – seguía mirando el lugar.
M: Cuéntame algo de ti, Esther – le pidió viendo que desviaba la mirada hacia otro lado que no fuera ella.
E: Bueno… no sé – dijo elevando los hombros – no sé qué quieres que te cuente así de sopetón… - sonrió tímidamente.
M: Cualquier cosa, mujer – sonrió ella también – la finalidad de esta comida era conocernos…
E: Claro – dijo sintiéndose algo estúpida por la autosuficiencia que demostraba Maca y la poca que demostraba ella.
M: Por ejemplo… - siguió diciendo – empecemos por lo fácil… ¿Eres de Madrid, Esther? – preguntó, mirándola y sintiendo cada vez más acertada su decisión en cuando a la enfermera y es que la inseguridad que parecía mostrar le daba a ella más seguridad en sus planes.
E: No, de Madrid capital no, de un pueblo cercano – contestó – ¿y tu?
M: No, yo soy del sur, aunque me vine a Madrid hace muchos años ya – le dijo, con naturalidad - ¿por qué quisiste ser enfermera? – siguió preguntando – te viene de vocación o…
E: Es vocacional, sí – contestó – y bueno… mi madre tuvo también mucha culpa – continuó, Maca en un movimiento de cabeza le preguntó el por qué – verás… mi padre murió cuando era pequeña y mi madre siempre ha estado con problemas de salud… así que decidí que estudiaría enfermería y sería yo quien la cuidaría… vine a Madrid, hice la carrera, pero volvía los fines de semana y las fiestas la pueblo con ella… luego terminé y empecé a trabajar en el ambulatorio del pueblo, mientras seguía cuidando a mi madre… - bajó la cabeza – hasta que murió y… me vine a Madrid… ya no tenía que hacer nada allí y mi hermano y su mujer viven aquí así que…
M: ¿Tienes un hermano? – se interesó
E: Ajá – sonrió – dos años mayor que yo y… bueno, un poco sobre-protector conmigo.
M: Es normal – contestó dándole un trago a la copa de vino que el camarero había llevado a la mesa hacía unos minutos – siendo él el hombre de la casa… - terminó de decir “nota personal, si esto sigue, evitar al hermano” pensó para sí misma.
M: Pues yo… bueno trabajo en unas bodegas y… nada… mis padres murieron en un accidente de tráfico cuando yo tenía diez años – decía sin querer ahondar en ese tema demasiado – así que me crió mi abuela… y… bueno ella, murió hace poco…
E: Lo siento – dijo llevando su mano a la de Maca en señal de apoyo.
M: Tranquila – sonrió – estoy bien – continuó – creo que… es hora de pedir – dijo mirando la carta, no quería seguir hablando de ese tema - ¿qué te apetece? – le preguntó escondiéndose tras el menú…
La comida terminó entre conversaciones amenas, básicamente cosas superficiales y con una serie de “notas mentales” en las que Maca iba apuntando todo aquello que le parecía interesante para abordar en las sucesivas “citas” con el fin de crear en la enfermera ganas de volver a verla más veces.
M: Bueno, pues ya estamos aquí… me lo he pasado bien – dijo una vez frente a la casa de Esther.
E: Sí, yo también – contestó dándole la razón – gracias por la comida.
M: No, gracias a ti – rebatió – has hecho que pasara un buen rato – la miró – hacía tiempo que no me sentía así de bien con alguien.
E: ¿Ah sí? – Contestó - ¿Y eso?
M: No sé – elevó los hombros – nadie me ha dado tanta confianza como me has dado tu desde el principio, Esther – halagó – y… bueno, haces que todo sea agradable.
E: Me alegro entonces – sonrió – yo también lo he pasado bien – repitió.
M: ¿Quiere decir eso que repetirías? – preguntó mirándola con algo de picardía.
E: Es posible – sonrió – sí, claro que repetiría – dijo ahora más seriamente – me has caído muy bien, Maca.
M: Estupendo – “Bien, bien, bien…esto marcha” – entonces te llamaré en esta semana, si quieres, y quedamos ¿vale? – sacó su teléfono – dame tu número.
E: Sí, espera que apunto el tuyo yo también – contestó sacando su móvil.
Tras intercambiar teléfonos se despidieron con dos besos, Esther salió del vehículo y al llegar a su puerta se paró para mirar hacia atrás, donde Maca la miraba despidiéndose antes de volver iniciar la marcha.
Mientras conducía de regreso a casa, repasaba mentalmente aquella comida, no había estado mal, para empezar, había sido una buena toma de contacto con ella. Sí, definitivamente había encontrado a la candidata perfecta para convertirse en su mujer…
paso de los minutos se logró relajar y disfrutar de esa chica que le había causado una muy buena impresión.
Llegó a su casa y lo primero que hizo fue darse una buena ducha, tras esto, con unos pantaloncitos cortos y una camiseta de tirantes cogió el teléfono y marcó los números que se sabía de memoria. Esperó un par de tonos hasta que la vos familiar de Ana contestó al otro lado de la línea.
M: ¿Sigues enfadada conmigo? – preguntó poniendo voz de pena.
A: Conmigo esos tonos no ¿eh? – dijo a modo de respuesta – que a mí no me la das, Macarena.
M: Vale, está bien – rió - ¿pero sigues o no enfadada conmigo? – volvió a preguntar.
A: Depende… ¿qué has hecho hoy? – quiso saber.
M: Nada… he ido a comer fuera y he llegado a casa hace un ratito – le explicó – no he sido una niña mala… me he portado bien – decía con inocencia.
A: Ya… y yo voy y me lo creo – no se creía nada – a ver… ¿qué quieres? – preguntó dejando el tema a un lado.
M: Saber si te apetecería salir a tomar algo esta noche.
A: No puedo, Maca – le dijo – tengo una reunión a primera hora de la mañana y yo no soy la dueña de la empresa, por lo que no puedo llegar tarde o mi jefe me mata…
M: ¿Ni si quiera una copa? - insistió – no me apetece nada quedarme en casa hoy…
A: Una copa, para ti quiere decir volver a las tantas si es que vuelves a tu casa… así que no, lo siento, Maca, pero tengo que dormir y además, no quiero quedarme sola en mitad de la noche…
M: Está bien… - dijo resignada – te llamo mañana entonces ¿vale?
A: Sí, hasta luego – se despidió - ¡y pórtate bien! – dijo antes de colgar.
M: Pues nada, Maca… - se dijo a sí misma una vez colgó el teléfono – toca salir sola…
Salió de aquel piso sin hacer ruido dejando a aquella chica aún dormida, tenía el tiempo justo para volver a su casa, darse una ducha, vestirse e ir a la oficina. Así que sin dejar ni siquiera una nota cogió sus cosas y montó en su moto. Una hora y media más tarde aparecía en la oficina quitándose las gafas de sol y sacando su seductora sonrisa al encontrarse a su eficiente y preciosa secretaria esperándola en su puesto de trabajo.
M: Buenos días, Elsa – saludó parándose frente a ella - ¿Te has hecho algo en el pelo? – preguntó mirándola.
M: Pues te queda estupendamente – la cortó – estás muy guapa – le dijo mirándola de arriba abajo.
El: Gracias – contestó sin bajar su mirada.
M: Bueno, vamos a ponernos a trabajar – continuó – tráeme cuando puedas el informe de exportaciones de este mes y… conciértame una reunión con el distribuidor ¿si?
El: Claro, en seguida – dijo diligente.
M: Ah y… si tienes planes para comer… será mejor que los anules – le dijo – creo que hoy tenemos un día ajetreado, si no te importa comeremos juntas aquí mismo ¿vale?
El: No tenía planes, así que vale – dijo antes de que Maca entrara en su despacho.
M: Bien… pues vamos a ello – se dijo dejando su chaqueta en el perchero y su maletín junto a la silla – pero antes… - cogió su teléfono y buscó en la agenda – vamos allá.
E: ¿Sí? – contestó Esther al otro lado de la línea.
M: ¿Esther? Hola, soy Maca – saludó.
E: Hola, Maca ¿qué tal? – dijo sorprendida por aquella llamada tan temprana.
M: Hola, veras… tengo dos entradas para una obra de teatro y… he pensado que tal vez te gustaría acompañarme esta noche – soltó de seguido.
E: ¿Esta noche? – preguntó – no sé si voy a poder… había quedado para cenar con mi hermano…
M: Ya… - “mierda” – ¿No podrías quedar con él otro día? – dijo poniendo voz apesadumbrada – me ha costado mucho conseguirlas y… como ayer dijiste que te gustaba mucho el teatro pensé que… que te gustaría venir conmigo.
E: Sí pero es que… - siguió.
M: Venga, Esther – insistió – puedes quedar con tu hermano mañana… ya tengo las entradas, sería una pena tener que tirarlas…
E: Vale… deja que hable con él y te llamo más tarde ¿vale? – dijo queriendo acompañarla pero sin querer dejar tirado a su hermano.
M: Estupendo – dijo más contenta – te estaré esperando, hasta luego.
E: Hasta luego – se despidió antes de colgar.
A aquella obra de teatro le siguieron varias salidas más en las que Maca iba tejiendo su tela para enredar a Esther en su vida. Fueron conociéndose y cada vez quedaban más veces. Cuando comenzaron a tener confianza suficiente, Maca comenzó a sacar su vena seductora dejándole algunas pistas a Esther sobre su interés hacia ella más allá de la amistad.
Mientras tanto, la empresaria continuaba con sus salidas nocturnas, sus conquistas y su gran interés por su secretaria la cual parecía no estar por la labor de entrar en su “juego”, cosa que hacía que Maca la viera mucho más atractiva de lo que ya por sí la veía.
Aquel día había decidido que sería “el día” en el que atacaría más directamente a Esther, había visto en ella algunos gestos que le hacían saber que también parecía interesada en ella así que decidió sacar la artillería pesada. Durante gran parte de la mañana estuvo haciendo llamadas a varios lugares y tras dejarlo todo organizado llamó a la enfermera.
M: Hola, preciosa – dijo con voz sugerente.
E: Hola, Maca – contestó ya poniéndose roja como un tomate como siempre le pasaba.
M: ¿Te apetece comer conmigo? – propuso – hace días que no nos vemos… te echo de menos…
E: Estoy trabajando, Maca – dijo bastante avergonzada.
M: ¿Y? Eso no quita para que te diga la verdad… - seguía con su papel – además terminas ahora ¿no?
E: Sí, en media hora – contestó.
M: Pues la hora perfecta para quedar conmigo e irnos a comer – continuó – conozco un restaurante francés para chuparse los dedos. Venga… di que sí
E: Está bien – dijo sonriente, para qué negarlo, tenía ganas de verla – ¿Dónde quedamos?
M: Paso a recogerte – dijo triunfante – un beso.
E: Otro para ti – contestó antes de colgar.
C: ¿Y esa sonrisa? – preguntó Claudia al verla parada en mitad de un pasillo aún con el teléfono en la mano y sí, sonriendo tontamente.
E: Eh… nada, nada – dijo de nuevo colorada al saberse pillada y saliendo de allí en dirección a cualquier cosa que la tuviera entretenida hasta la hora de salida.
- ¿Esther García? – preguntó un chico parado en la puerta.
E: Sí, soy yo – contestó mirando a su alrededor.
- Me envía Macarena – le dijo – si me acompaña, por favor… - pidió – el coche está aquí mismo.
E: Eh… sí claro – continuó diciendo siguiendo a aquel chico.
Un tanto insegura y algo desconfiada entró en el coche y se tranquilizó al encontrarse un ramo de flores con una nota en la que Maca volvía a pedirle disculpas por no haber sido ella quien la recogiera. Sonrió con el gesto y oliendo las rosas se acomodó en el asiento y esperó para llegar y verla.
Un rato después, el coche se paraba y el chico salía para abrirle la puerta con caballerosidad. Ella quedó muy sorprendida al ver donde se encontraban. Miró al chofer como preguntándole con la mirada y el chico simplemente elevó los hombros en señal de no saber nada mas.
M: Hola, preciosa – escuchó que decía Maca tras ella – lo siento pero me ha sido imposible ir a recogerte. Espero que Juan se haya portado bien.
E: S… sí – dijo bastante perdida con todo aquello – ha sido muy amable – terminó de decir.
M: Me alegro – tomó su mano y le regaló una sonrisa – vamos… llegamos algo tarde – dijo tirando de ella.
E: Maca… Maca espera – la paró ya en la entrada de aquel enorme lugar – esto… esto es el aeropuerto – dijo como si Maca no supiera donde estaban.
M: Sí, claro – contestó como si nada.
E: Pensé que… que íbamos a comer – decía totalmente alucinada.
M: Claro – sonrió – a eso vamos.
E: ¿En el aeropuerto? – dijo más sorprendida aún – ¿no decías que conocías un restaurante francés o no sé qué?
M: Sí – decía orgullosa la saberla totalmente perpleja – claro que lo conozco y vamos a ir – seguía diciendo mientras comenzaba a andar tirando de ella para que la siguiera – En París – terminó de decir.
E: ¿En… en París? – Se quedó parada al escuchar aquellas palabras - ¿Cómo que en París?
E: Pero… pero… pero ¿pretendes que vayamos a Paris? – preguntó - ¿Ahora?
M: Esa es la idea – sonrió orgullosa – vamos, el avión nos está esperando – volvió a tirar de ella.
E: Espera, espera, Maca – la volvió a parar – yo… yo no puedo ir a Paris ahora – decía mucho más alucinada de lo que recordaba haberlo estado nunca.
M: ¿Por qué no? – la miró impacientándose.
E: Pues porque yo mañana tengo que trabajar – contestó – y no he traído ropa ni nada y…
M: No te preocupes por eso – le quitó importancia – solo vamos a comer y dar una vuelta… esta noche estaremos aquí de nuevo.
E: Pero… ¿pero es que tú te vas a comer y “dar una vuelta” a otro país? – no podía creerse lo que estaba oyendo.
M: Habitualmente, no – contestó pensando que su plan estaba fallando – solo que quería llevarte a un sitio especial – tiró de adulaciones para hacerla aceptar.
E: Lo siento… pero yo no puedo ir – dijo soltando su mano y quedándose totalmente quieta.
M: ¿Qué? ¿Por qué? – preguntó – no sabes lo que me ha costado organizarlo en un día, Esther…
E: Pues porque me parece absurdo tener que irnos a otro país solo para comer – le dijo poniéndose seria – además… lo siento pero… me da pánico volar…
M: ¿Como? – preguntó, ahora sí, todo se había ido al garete - ¿te da miedo volar?
E: Miedo no, terror – decía – nunca he sido capaz de subirme a un cacharro de esos… una vez lo intenté y del ataque de ansiedad que me dio, tuvieron que llevarme al hospital – le explicó.
M: Estás de coña – no podía creerlo.
E: Lo siento, Maca – dijo bajando la cabeza – será mejor que… que lo dejemos para otro día…
M: Joder – murmuró para sus adentros – Espera… - la paró al ver que ya iba hacia la puerta de salida – lo siento… pensé que te gustaría…
M: Por el dinero no te preocupes – contestó – lo que quiero es que no te vayas… - dijo mirándola con gesto apenado - ¿qué te parece si vamos a otro sitio a comer? Aunque no sea en París, realmente me apetece mucho pasar la tarde contigo, Esther…
E: Está bien – dijo sin poder negarse a esa mirada – vamos…
M: Vamos – comenzó a andar hacia el aparcamiento algo mosqueada por haber fastidiado sus planes…
E: Oye Maca… siento que te haya fastidiado el plan que tenías… realmente me siento muy halagada… nadie había hecho algo así por mí – le decía sin poder mirarla pues lo último que quería era que la viera tan colorada como estaba – ha debido costarte dineral prepararlo todo… y llego yo y lo estropeo…
M: Ya te he dicho que no te preocuparas por el dinero – dijo mirándola.
E: Ya pero… puff… no sé, no me explico como has podido hacerlo… ni que fueras millonaria… - Maca quedó callada y Esther la miró - ¿Lo eres? Porque con esto que has hecho tienes toda la pinta…
M: Eh… sí… bueno – dijo llegando al coche – lo soy… soy la duela de Bodegas Wilson… - terminó de decir.
E: Pero… ¿entonces me mentiste cuando nos conocimos? Porque dijiste que solo trabajabas en unas bodegas, no que fueras la dueña – dijo confusa por todo aquello, mirando a Maca quien se sintió pillada en aquella mentirijilla.
M: Verás – comenzó a decir – no me gusta decirle a la gente con la que no tengo confianza que soy la dueña de Bodegas Wilson y mucho menos decir que tengo dinero…
E: Ya – contestó cruzándose de brazos – claro…
M: Esther – la miró – te lo digo en serio – continuó – durante casi toda mi vida la gente se acercaba a mí por mi dinero… muy pocas personas lo hicieron desinteresadamente, te lo pensaba contar – afirmó y quizás de todo lo que le había dicho hasta el momento eso era lo más sincero que salía de sus labios – pero de otra manera… quería que me conocieras sin saber que soy… millonaria… lo siento, de verdad.
Esther la miró y durante unos segundos pensó en lo que le había dicho. Si lo pensaba no era tan descabellado lo que decía, había mucha gente interesada en el mundo y si tenía tanto dinero como parecía era muy probable que tuviera esa desconfianza con cualquiera.
M: ¿Me perdonas, Esther? – preguntó mirándola con ojos preocupados.
E: Sí – dijo ensanchando una sonrisa que salía poco a poco – pero solo si me invitas a comer, donde yo quiera – puntualizó.
E: Vale, vamos – dijo comenzando a andar hacia la salida.
Siguiendo las indicaciones de Esther, llegaron al centro y tras dejar el coche y andar durante cinco minutos entraron al lugar donde la enfermera había decidido que quería comer ese día. Maca arqueaba una ceja… un burguer no era para nada su idea de comida “pseudoromántica” en la que empezar a tratar temas más íntimos.
M: ¿No prefieres ir a otro sitio? – preguntó una vez la enfermera se puso en la cola.
E: Nop – negó con la cabeza mientras miraba los carteles de los menús.
M: Pues nada… comida basura – murmuró dándose por vencida.
Mientras daban cuenta de sus menús, hablaban un poco de todo y de una manera muy bien disimulada, Maca consiguió sacar el tema “sentimentaloide” queriendo así saber qué pasaba en la mente y corazón de la enfermera en esos momentos.
M: Entonces… solo has tenido una relación – le decía mientras bebía un poco de su refresco.
E: Bueno… realmente no se le puede llamar relación – contestó – fue en la universidad y… bueno como yo no estaba ni los fines de semanas, ni las fiestas, ni nada pues… solo podíamos vernos en clases y alguna tarde o noche, así que supongo que el no poder pasar tiempo juntos pues… terminó por acabarse…
M: ¿Cuanto tiempo estuvisteis? – quiso saber
E: Pues… tres meses y medio – contestó haciendo memoria.
M: ¿Lo dejaste tú? – siguió preguntando.
E: No, él – contestó – recuerdo que dos días antes habíamos hecho el amor por primera vez – Maca la miró con sorpresa – y bueno, ese fin de semana yo volvía al pueblo y antes de marcharme me dijo que no podía seguir conmigo porque no soportaba no poder verme tanto como quisiera…
M: ¿Y tú le creíste? – preguntó totalmente alucinada.
E: Sí… ¿por qué no iba a creerle? – preguntó como si tal cosa.
M: Esther… ese tío lo único que quería era acostarse contigo – le afirmó – Sino ¿Por qué esperó a que lo hicierais para justo después dejarte?
E: No creo, Maca – dijo quitándole importancia - ¿Siempre piensas así de mal de las personas? – preguntó sin ninguna pretensión de ofensa.
E: Bueno… suelo darle votos de confianza a la gente… pienso que todo el mundo las merece…
M: Sí, claro – dijo dejando las patatas a un lado, de pronto se le había quitado el hambre…
E: De todos modos, tampoco me dolió demasiado, no te creas – continuó hablando sin inmutarse – me di cuenta de algo que… bueno, que no había querido reconocer hasta ese momento.
M: ¿De qué? – quiso saber.
E: Pues… de que no eran los hombres precisamente los que me gustaban – dijo poniéndose algo colorada y bebiendo de su vaso.
M: ¡Vaya! – “Genial” pensó pues ahora ya tenía la certeza de lo que sospechaba anteriormente – Entonces si yo te dijera que soy lesbiana tú…
E: Te diría que no me importa porque también lo soy – contestó haciendo que Maca sonriera a más no poder.
M: Y si yo te dijera que me gusta alguien…
E: Me alegraría – seguía mirándola mientras bebía su refresco.
M: ¿Y si te dijera que me gustas tú? – preguntó sin dejar de mirarla a los ojos y consiguiendo que Esther casi se atragantara con la bebida.
Quedó mirándola más sorprendida de lo que pensaba que podía sorprenderse. ¿Maca estaba hablando en serio? Le parecía increíble que una chica como tan guapa y bonita como Maca se hubiera fijado en una chica como ella…
E: ¿Yo? – dijo una vez repuesta de la primera impresión - ¿Te gusto yo?
M: Eso he dicho, sí – contestó mirándola.
E: Pero… Maca, creo que estas confundiendo términos – soltó sin saber siquiera lo que había dicho.
M: No estoy confundiendo nada, Esther – le rebatió – me gustas, no hay ninguna confusión en eso.
E: ¿Pero como te voy a gustar yo, Maca? A penas nos conocemos…
M: ¿Y? – dijo como si aquello no tuviera importancia – no me hace falta más para saber que me gustas… eres una chica inteligente, simpática, dulce, buena, guapa…