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Academic year: 2018

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(1)

1 ¿Por qué la

química del

Carbono?

Introducción a la

química orgánica

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¿Por qué la química del Carbono?

Con ustedes el protagonista1

1.1

A modo de introducción

Palabras clave: Química orgánica, carbono, teoría

vitalista, fuerza vital, compuestos orgánicos.

¿Qué es la Química Orgánica ?

El hombre desde los tiempos más remotos se preguntó por la esencia de lo material, por los componentes últimos de lo que lo rodeaba.

La historia de la química es la historia del comportamiento humano y ha sido tan errática como su propia naturaleza.

Algunos pueblos formularon complejos sistemas teóricos sobre la cosmología del universo e intentaron descifrar el origen y la esencia de la materia.

Otros más pragmáticos se dedicaron a su transformación en términos prácticos, acercándose a nuestra disciplina primero como artesanos. Han transcurrido miles de años y algunas preguntas siguen aún esperando su respuesta.

Mientras tanto, se sigue obteniendo energía a partir de los combustibles; se puede hilar y tejer distintos tipos de fibras, se fabrican medicamentos, colorantes, detergentes y jabones, nuevos materiales, plásticos y caucho, nos alimentamos cada día.

En todos estos procesos está involucrada la química. Y en la mayoría de ellos participan moléculas que tienen en común átomos de un elemento que será el protagonista de esta historia: el carbono.

Muchos compuestos se conocían desde épocas remotas, los egipcios utilizaban los colorantes, los fenicios extraían el púrpura de un molusco y los procesos de fermentación para obtener el vino han acompañado al hombre durante miles de años.

Por ejemplo el azúcar, se obtuvo en la India en el año 300 pero no fue conocida por los árabes hasta el 640. Éstos la introdujeron en Europa años después.

Hoy nuestra vida está signada por compuestos orgánicos que han cambiado nuestra vida: colorantes artificiales2,

edulcorantes sustitutos del azúcar, medicamentos, polímeros plásticos presentes en la industria de la construcción, embarcaciones, fibras textiles, envases y empaques, todos ellos son posibles gracias a la química orgánica. Los invitamos a visitar los links propuestos al final del capítulo para profundizar aspectos históricos de estos desarrollos químicos.

1 Agradecemos la colaboración de Leandro Vital, alumno de 5ºaño 2ªdivisión, 1997, del Colegio Nacional de Buenos Aires quién

creó este personaje que nos acompañará a lo largo de este texto

2 Galagovsky, Lydia (2011) De la Academia a la empresa: William Perkin y el color violeta en Química y Civilización.

Buenos Aires Asociación Química Argentina.

En la revista Archiv für die Physiologie, Christian Reil publicaba en julio de 1795 en un artículo denominado “De la fuerza Vital” p.45

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1.2

Teorías sobre el origen de los compuestos orgánicos

Durante los primeros años del siglo XIX no se diferenciaba entre los

compuestos de origen mineral de los de origen biológico, luego de la revolución química encabezada por Lavoisier, los químicos se lanzaron al estudio sistemático de la materia constituyente de los seres vivos. Este estudio cobra importancia muchos años después de los primeros análisis inorgánicos, ya que la extracción y purificación de los compuestos orgánicos era muy compleja.

El primero que diferenció las sustancias orgánicas de las inorgánicas fue Torbern Olof Bergman, profesor de matemática y posteriormente de química de la Universidad de Upsala, Suecia; y fue Joens Jacob Berzelius, quien utilizó en 1808 por primera vez el término Química Orgánica, publicando un estudio diferenciado en 1827.

En el siglo XVIII la “teoría vitalista” sostenía que los compuestos orgánicos solamente podían ser formados por los seres vivos a través de una “fuerza vital” capaz de elaborar los azúcares, grasas, proteínas y

todos productos complejos que se hallaban exclusivamente en los animales o vegetales.

En el año 1773, el químico francés Hilaire Marie Rouelle Hilaire-Marie Rouelle (Mathieu, 1718 – París, 7 de abril de 1779) fue capaz de extraer urea de la orina de un ser humano, motivo por el cual se la consideró como un compuesto orgánico, respaldándose en la teoría del vitalismo.

En 1828, Friedich Whöler, un joven químico alemán, se encontraba experimentando con una sal inorgánica, el cianato de amonio, cuando observó la formación de unos cristales con características muy particulares. Los analizó y observó que sus propiedades eran idénticas a las de la urea.

Por primera vez, se había sintetizado en el laboratorio un compuesto hasta entonces sólo de origen natural.

Desde entonces millones de compuestos - cuyas estructuras están constituidas por uno o más átomos de carbono - han sido sintetizados, y ésto ha permitido la fabricación de materiales y

sustancias que han transformado sustancialmente nuestras vidas, en todo sentido.

La pregunta sería entonces, ¿por qué el carbono?

Los átomos de carbono tienen la particularidad de unirse para formar cadenas: cadenas que dan origen a la más variada gama de estructuras. Hoy, se sigue hablando de la química orgánica por el peso de la tradición, pero en realidad comenzaremos a estudiar el mundo de los compuestos del carbono.

1.3

La crisis del vitalismo

Extraído de Asimov, Isaac (1975) Química Orgánica en Breve Historia de la Química pp 95/100. Madrid: Alianza.

Desde el descubrimiento del fuego, el hombre estuvo inevitablemente

sujeto a dividir las substancias en dos clases, según ardiesen o no. Los principales combustibles de la antigüedad fueron la madera y las grasas o aceites. La madera era un producto del mundo vegetal, mientras que la grasa y el aceite eran productos del reino animal o del vegetal. En su mayor parte, los materiales del mundo mineral, tales como el agua, la arena y las rocas, no ardían. Tienden, más bien, a apagar el fuego.

La idea inmediata era que las dos clases de substancias -combustibles y no combustibles- podían considerarse convenientemente como las que provenían solamente de cosas vivientes y las que no provenían de éstas. (Por supuesto, hay excepciones a esta regla. El carbón y el azufre, que parecen productos de la parte no viviente de la tierra, son combustibles.)

El creciente conocimiento del siglo XVIII mostró a los químicos que el mero hecho de la combustibilidad no era todo lo que separaba a los productos de la vida de los de la no-vida. Las substancias características del medio no - vivo pueden soportar tratamientos enérgicos, mientras que las substancias provenientes de la materia viva - o que

Cae un mito…

Wholer le escribió a su docente, Jacob Berzelius, ante el descubrimiento hecho:

“No puedo continuar, como estaba, reteniendo mi orina química, y tengo que divulgar, que puedo hacer urea sin necesitar un riñón de hombre o de perro, la sal de amonio del ácido ciánico es urea”

¿Sabían que...

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estuvo viva - no pueden. El agua podía hervirse y recondensarse de nuevo; el hierro o la sal podían fundirse y re-solidificarse sin cambiar. El aceite de oliva o el azúcar, sin embargo, si se calentaban (incluso bajo condiciones que evitasen la combustión), procedían a humear y carbonizarse. Lo que quedaba no era ni aceite de oliva ni azúcar, y a partir de estos residuos no podían formarse de nuevo las substancias originales.

Las diferencias parecían fundamentales y, en 1807, Berzelius sugirió que las substancias como el aceite de oliva o el azúcar, productos característicos de los organismos, se llamasen orgánicas. Las substancias como el agua o la sal, características del medio no-viviente, eran inorgánicas.

Un punto que no dejó de impresionar a los químicos fue que las substancias orgánicas eran fácilmente convertibles, por calentamiento u otro tratamiento enérgico, en substancias inorgánicas. El cambio inverso, de inorgánico a orgánico, era sin embargo desconocido, al menos a comienzos del siglo XIX.

Muchos químicos de aquella época consideraban la vida como un fenómeno especial que no obedecía nece-sariamente las leyes del universo tal como se aplicaban a los objetos inanimados. La creencia en esta posición especial de la vida se llama vitalismo, y había sido intensamente predicada un siglo antes por Stahl, el inventor del flogisto A la luz del vitalismo, parecía razonable suponer que era precisa alguna influencia especial (una «fuerza vital»), operando solamente sobre los tejidos vivos, para convertir los materiales inorgánicos en orgánicos. Los químicos, trabajando con substancias y técnicas ordinarias y sin ser capaces de manejar una fuerza vital en su tubo de ensayo, no podrían alcanzar esta conversión.

Por esta razón, se argumentaba, las substancias inorgánicas pueden encontrarse en todas partes, tanto en el dominio de la vida como en el de la no-vida, al igual que el agua puede encontrarse tanto en el océano como en la sangre. Las substancias orgánicas, que precisan de la fuerza vital, solamente pueden encontrarse en conexión con la vida.

Esta opinión fue subvertida por vez primera en 1828 por el trabajo de Friedrich Wöhler (1800-82), un químico alemán que había sido discípulo de Berzelius. Wöhler, interesado particularmente por los cianuros y compuestos relacionados con ellos, calentó en cierta ocasión un compuesto llamado cianato amónico (considerado en aquella época como una substancia inorgánica, sin ningún tipo de conexión con la materia viva). En el curso del calentamiento, Wöhler descubrió que se estaban formando cristales parecidos a los de la urea, un producto de desecho eliminado en cantidades considerables en la orina de muchos animales, incluido el hombre. Estudios más precisos mostraron que los cristales eran indudablemente urea, un compuesto claramente orgánico, sin duda. Wöhler repitió el experimento un cierto número de veces y halló que podía convertir una sustancia inorgánica (cianato amónico) en una sustancia orgánica (urea) a voluntad. Comunicó este descubrimiento a Berzelius, y aquel hombre terco (que raramente condescendía a abandonar sus posiciones) se vio obligado a aceptar que la línea que había trazado entre lo inorgánico y lo orgánico no era tan rápida como había pensado.

La importancia del trabajo de Wöhler no debe ser sobrestimada. En sí mismo no era muy significativo. Había fundamentos para argüir que el cianato amónico no era verdaderamente orgánico y, aunque lo fuera, la transformaci6n de cianato amónico en urea (como finalmente se puso en claro) era simplemente el resultado de una alteración de la posición de los átomos dentro de la molécula. La molécula de urea no estaba, en ningún sen-tido real, construida a partir de substancias completamente distintas.

Pero tampoco puede despreciarse el hallazgo de Whöler. Si bien era, realmente, un hecho menor en sí mismo, sirvió no obstante para romper la influencia del vitalismo sobre el pensamiento de aquella época, y para animar a los químicos a intentar la síntesis de substancias orgánicas, cuando de otro modo hubieran dirigido sus esfuerzos en otras direcciones.

En 1845, por ejemplo, Adolph Wilhelm Hermann Kolbe (1818-84), un alumno de Wöhler, sintetizó ácido acético, una substancia indudablemente orgánica. Más adelante lo sintetizó por un método que mostró que puede trazarse una línea definida de transformación química desde, los elementos constituyentes, carbono, hidrógeno y oxígeno, hasta el producto final, ácido acético. Esta síntesis a partir de los elementos o síntesis total es lo máximo que puede pedírsele a la química. Si la síntesis de la urea por Wöhler no dejó resuelta la cuestión de la fuerza vital la síntesis de Kolbe sí.

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Los ladrillos con los que se construye la vida

Pero los compuestos orgánicos formados por Wöhler, Kolbe y Berthelot eran todos relativamente simples. Lo más característico de la vida eran las substancias mucho más complejas, como el almidón, grasas y proteínas. Estos eran menos fáciles de manejar; su exacta composición elemental no era tan fácil de determinar y en general presentaban el incipiente reino de la química orgánica como un problema realmente formidable.

Todo lo que poda decirse al principio de estas complejas substancias era que podían escindirse en unidades o «ladrillos» relativamente simples, calentándolas con ácidos o bases diluidas. E1 pionero en este campo fue un químico ruso, Gottlieb Sigismund Kirchhoff (1764-1833). En 1812 logró convertir almidón (calentándolo con ácido) en un azúcar simple que llamó finalmente glucosa.

En 1820, el químico francés Henri Braconnot trató de la misma manera la gelatina y obtuvo el compuesto glicina. Se trata de un ácido orgánico que contiene nitrógeno y pertenece a un grupo de substancias que Berzelius llamó aminoácidos. La misma glicina no fue sino el precursor de unos veinte aminoácidos diferentes, todos los cuales fueron aislados de proteínas durante el siglo siguiente.

Tanto el almidón como las proteínas poseían moléculas gigantes que estaban hechas (como finalmente se supo) de largas cadenas de unidades de glucosa o de aminoácidos, respectivamente. Los químicos del siglo XIX pudieron hacer poco en el sentido de construir en el laboratorio tan largas cadenas. El caso fue distinto con las grasas. El químico francés Michel Eugène Chevreul (1786-1889) pasó la primera parte de una vida profesional increíblemente larga investigando las grasas. En 1809 trató jabón (fabricado por calentamiento de grasa con álcali) con ácido, y aisló lo que ahora se llaman ácidos grasos. Más tarde mostró que cuando las grasas se transforman en jabón, el glicerol se separa de la grasa.

El glicerol posee una molécula relativamente simple sobre la que hay tres puntos lógicos de anclaje para grupos de átomos adicionales. Hacia la década de 1840, por tanto, pareció bastante lógico suponer que mientras el almidón y las proteínas estaban formadas por un gran número de unidades muy sencillas, no ocurría lo mismo con las grasas. Podía construirse grasas con sólo cuatro unidades, una molécula de glicerol, más tres de ácidos grasos.

Aquí intervino Marcellin Pierre Eugène Berthelot (París; 29 de octubre de 1827 - 18 de marzo de 1907). En 1854 calentó glicerol con ácido esteárico, uno de los ácidos grasos más comunes obtenidos de las grasas, y se encontró con una molécula formada por una unidad de glicerol unida a tres unidades de ácido esteárico. Era la triestearina, que demostró ser idéntica a la triestearina obtenida a partir de grasas naturales. Este fue el producto natural más complicado sintetizado en aquella época.

Berthelot procedió a dar un paso aún más espectacular. En lugar de ácido esteárico tomó ácidos que eran se-mejantes, pero que no se habían obtenido a partir de grasas naturales. Calentó estos ácidos con glicerol y obtuvo sustancias muy parecidas a las grasas ordinarias, pero distintas a todas las grasas conocidas en la naturaleza. Esta síntesis mostró que el químico podía hacer algo más que reproducir los productos de los tejidos vivos. Podía ir más allá y preparar compuestos análogos a los orgánicos en todas sus propiedades, pero que no eran ninguno de los productos orgánicos producido en los tejidos vivos. Durante la segunda mitad del siglo XIX estos aspectos de la química orgánica fueron llevados a alturas verdaderamente asombrosas.

No es de extrañar que hacia mediados del siglo XIX la división de los compuestos en orgánicos e inorgánicos sobre la base de la actividad de los tejidos vivos se quedase anticuada. Existían compuestos orgánicos que nunca habían sido sintetizados por un organismo. No obstante, la división era todavía útil, puesto que quedaban importantes diferencias entre las dos clases, tan importantes que las técnicas de la química orgánica eran totalmente diferentes de las de la química inorgánica.

Empezó a verse cada vez más claro que la diferencia residía en la estructura química, puesto que parecían estar implicados dos tipos de moléculas totalmente distintos. La mayoría de las substancias inorgánicas que manejaban los químicos del siglo XIX poseían pequeñas moléculas formadas por dos a ocho átomos. Había muy pocas moléculas inorgánicas que alcanzasen una docena de átomos.

Hasta las más sencillas de las substancias orgánicas tenían moléculas formadas por una docena de átomos o más; la mayoría por varias docenas. En cuanto a las substancias como el almidón y las proteínas, poseían literalmente moléculas gigantes que pueden contar sus átomos por cientos y aun cientos de miles.

(6)

También, resultó cada vez más necesario señalar que todas las substancias orgánicas, sin excepción, contenían uno o más átomos de carbono en su molécula. Casi todas contenían también átomos de hidrógeno. Como el carbono y el hidrógeno eran inflamables, no resultaba sorprendente que los compuestos de los que forman una parte tan importante fueran también inflamables.

Fue el químico alemán Friedrich August Kekulé von Stradonitz (1829-86), generalmente conocido como Kekulé, quien dio el paso lógico. En un libro de texto publicado en 1861 definió la química orgánica simplemente como la química de los compuestos de carbono. La química inorgánica era entonces la química de los compuestos que no contenían carbono, definición que ha sido generalmente aceptada. Sigue siendo cierto, no obstante, que algunos compuestos de carbono, entre ellos el dióxido de carbono y el carbonato cálcico, se parecen más a los compuestos, típicos inorgánicos que a los orgánicos. Tales compuestos de carbono se tratan generalmente en los libros de química inorgánica.

1.4

Actividad de cierre

Les proponemos que reunidos en grupos de dos o tres personas trabajen en la elaboración de una red conceptual.

1.5

Referencias bibliográficas

Galagovsky, Lydia (2011) De la Academia a la empresa: William Perkin y el color violeta en Química y Civilización. Buenos Aires Asociación Química Argentina. (disponible en:

https://sites.google.com/site/quimicaenelcolegio/quinto-quimica-organica/materiales-complementarios-lecturas)

1.6

Links propuestos

Kaufman, T. Y Rúveda, (2005) Whöler y la urea, algo más que la primera síntesis de un compuesto orgánico, Ciencia Hoy on line. Volumen 15 N°89. Disponible en http://rch.retina.ar/ln/hoy89/urea.htm fecha de última consulta 9 de marzo de 2018

Varela José (2015) De lo inorgánico a lo orgánico. Una síntesis para la Historia, la urea y Wöhler. En “A hombros de gigantes. Ciencia y Tecnología.

Disponible en https://ahombrosdegigantescienciaytecnologia.wordpress.com/2015/07/31/de-lo-inorganico-a-lo-organico-una-sintesis-para-la-historia-la-urea-y-wohler/ [fecha de última consulta: 9 de marzo de 2018]

Asimov, Isaac (1975) Breve historia de la Química. Capítulo 6: Química Orgánica. Madrid: Alianza Editorial. Disponible en http://clea.edu.mx/biblioteca/Isaac%20Asimov%20-%20Breve%20Historia%20de%20la%20Quimica.pdf

[fecha de última consulta 9 de marzo de 2018]

Herradon, Bernardo (2012) Grandes Químicos, William Henry Perkin. Disponible en: http://www.losavancesdelaquimica.com/blog/2012/03/grandes-quimicos-william-henry-perkin/ [fecha de última consulta 9 de marzo de 2018]

Galagovsky, Lydia (2013) De la Academia a la empresa, William Perkin y el color violeta en Química y Civilización. Buenos Aires, Asociación Química Argentina.

Referencias

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