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Sermones de Avivamiento

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Academic year: 2021

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S

ERMONES

DE REAVIVAMIENTO

División

Interamericana

Departamento

de Ministerios

Personales

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Es un privilegio para la División Interamericana colocar en sus manos estos sermones con el ob-jetivo de que sirvan de base para la semana de reavivamiento espiritual que se celebrará previo a la gran semana de cosecha. Recuerde que del 11 al 18 de febrero del 2012 todos hemos de tomar parte activa en el más grande proyecto de evangelismo realizado en División. Necesitamos poder para la evangelización. Por ello ponemos en sus manos esta serie de sermones que nos ayudarán a reflexionar respecto a nuestra relación con Dios y nuestro compromiso con la predicación de la Palabra.

Es nuestro propósito que los cultos sean amenos, dinámicos, al punto y poderosos. La iglesia apostólica vivía en constante oración. Los miembros de dicha iglesia trabajaban juntos, se edificaban mutuamente y crecían en piedad y en número.

u «Estaban siempre en el templo alabando y bendiciendo a Dios» (Luc. 24: 53). u «Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego» (Hech. 1: 14).

Los sermones que forman parte de esta colección no tienen que ser presentados tal y como apa-recen aquí. Lo entregamos con el deseo de que le sirvan de ayuda durante de la Semana de Reavi-vamiento y Poder en su congregación. La idea es que cada sermón sea presentado en no más de veinte minutos a fin de que podamos dedicar tiempo a la alabanza, la oración y la testificación.

Con aprecio cristiano,

Melchor Ferreyra C.

Director del departamento

de Ministerios Personales y Escuela Sabática

División Interamericana

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u Es preciso que el templo esté listo para recibir a la miembros y visitantes por lo menos una

hora antes del inicio del programa.

u El programa debe ser precedido por un buen servicio de canto. No use el canto como relleno

del programa, en cambio haga que la alabanza forme parte del mismo.

u Es ideal que el predicador llegue a tiempo; por lo menos veinte minutos antes de iniciar el

programa.

u Cada noche el culto debe tener estos componentes: Grupos de oración, testimonios, himnos

favoritos, oración en parejas y gratitud por oraciones contestadas.

u Se puede delegar en el director misionero de la iglesia la planificación, organización de esta

semana.

u Si existe grupos pequeños en su congregación, se puede organizar la semana a través de ellos. u Todo el programa debe durar no más de cuarenta minutos.

u Se puede programar la participación de una familia para cada día: Un pequeño testimonio de

la familia, bendiciones recibidas como familias, planes misioneros de la familia.

u Preparar un buzón donde se depositen los pedidos de oración, y otro donde se coloquen las

oraciones que han recibido respuesta.

u Programa sugerente de cuarenta minutos de duración:

– Directos de cantos 10 minutos – Bienvenida – himno – oración 5 minutos – Meditación 20 minutos – Cada día una actividad:

Grupos de oración Testimonios

Orar de dos en dos

Orar por familias 10 minutos – Himno – oración final 5 minutos

“Si se humillara mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran,

y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos: entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra” (2 Crón. 7: 14).

Sugerencias

para la celebración

de Noches de Poder

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ERMONES

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La Biblia

primero

Siempre que escucho la historia de Juancito se estremece cada fibra de mi corazón. Él era un niño de apenas seis años de edad. Cierto sábado escuchó en el templo un sermón titulado: «La Biblia primero». Las palabras del predicador captaron su atención desde el inicio del tema. Su tierna mente infantil quedó conmovida por la importancia y la solemnidad del mensaje, y salió de allí con el deseo de poner en practica lo que había escuchado: La Biblia debe ocupar el primer lugar.

El domingo por la mañana el padre de Juancito, que ya tenía varios años siendo miembro de la iglesia, como siempre compró el periódico a fin de estar al tanto de los últimos acontecimientos. Jua nito al ver a su papá leyendo el periódico, le dice: «Papi, la Biblia primero». Lo mismo sucedió día tras día. Su padre hacía caso omiso a las palabras del niño, y seguía leyendo los periódicos antes que la Biblia. Juanito siempre le repetía lo mismo: «Papi, la Biblia primero».

Un día Juancito se enfermó. Cada día su condición física empeoraba y se debilitaba. Finalmente, des-pués de varias semanas de estar en el hospital, a pesar de los cuidados médicos, Juancito falleció. Sin em-bargo, su mensaje quedó grabado para siempre en el corazón y la mente de su padre: «La Biblia primero».

¿Por qué la Biblia primero?

Si bien es cierto que es importante que estemos informados de los sucesos que ocurren en nuestro mundo, lo más importante y lo primordial al comenzar nuestras tareas diarias, es conocer el mensaje que Dios tiene para nosotros. Este mensaje ha quedado registrado en su Palabra. Nunca tendremos una vida cristiana victoriosa a menos que hagamos de la lectura y meditación de la Palabra de Dios

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nuestra primera obra del día. Al decidir escuchar a Dios antes que cualquier otra cosa en el mundo, estamos demostrando al universo que Dios ocupa el primer lugar en nuestras vida.

Además, la lectura de la Biblia ha de ser lo primero porque ella:

u Fortalece. El profeta Daniel, que era un asiduo lector de la Palabra de Dios (Dan. 9: ), cuando escu

-chó las palabras de Miguel, testifica lo siguiente: «Muy amado, no temas; la paz sea contigo; es-fuérzate y cobra aliento. Mientras él me hablaba, recobré las fuerzas y dije: Hable mi señor, porque me has fortalecido» (Dan. 10: 19). Jesús enfrentó cada asalto del enemigo con un: «Escrito está».

u Alimenta. Así como el alimento sustenta nuestra fortaleza física, la Palabra de Dios constituye

el alimento por excelencia para nuestra vida espiritual. «Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida» (Juan 6: 63). Por ello, la Palabra de Dios es un agente santificador: «Santi-fícalos en tu verdad, tu palabra es la verdad» (Juan 17: ). «Nadie podrá lograr la perfección cris-tiana si descuida el estudio de la Palabra de Dios» (Consejos sobre la obra de la Escuela Sabática, sección 2, p. 21). Aun cuando la lectura de la Biblia nos prepara espiritualmente, sus beneficios alcanzan la esfera física. Estudiar la Palabra de Dios también nos aportará vida y salud en esta tierra. Elena G. de White nos dice la Biblia es «un sedante de los nervios, e imparte solidez a la mente y firmeza de principios» (Consejos sobre la obra de la Escuela Sabática, sección 2, p. 26).

u Transforma. Según Hechos 17: 10, 11 los bereanos llegaron a ser más nobles por haber recibido

la Palabra de Dios. En Berea no solo investigaban los maestros, sino todos los hermanos de esa ciudad estudiaban, escudriñaban e investigaban diariamente el mensaje divino. El estudio de la Biblia los hizo más noble porque «la Palabra de Dios tiene un poder vivificante» (Consejos

sobre la obra de la Escuela Sabática, sección 2, p. 22). ¿Cuántos de nosotros hemos sido

trans-formados por el poder de la Palabra de Dios? (Puede tener un testimonio de algún miembro de su congregación que testifique sobre el poder que la Biblia ha tenido en su vida).

Conclusión

Cuenta la historia que en cierta ocasión una banda de ladrones asaltó a un colportor. Cuando descubrieron que tan solo llevaba libros, le ordenaron quemar todos los libros que cargaba. El col-portor fue obediente, y encendió la fogata donde lanzaría los libros. Antes comenzar a quemarlos, el colportor dijo: «Este es un libro importante. Permítanme leerles algo de aquí». Los ladrones asin-tieron, y el leyó el Salmo 23. De inmediato uno dijo: «Este es un buen libro. Dámelo a mí». Luego pidió que lo dejaran leer 1 Corintios 13. Al terminar otro ladrón dijo: «Ese también es un buen libro. Entrégamelo». Luego leyó el Sermón del Monte, las parábolas del Buen Samaritano y del Hijo Pródigo. Al final de cada lectura, uno de los ladrones le pedía dicho libro. Finalmente, ningún libro fue quemado y el colportor siguió su camino.

La lectura de la Biblia captó la atención de estos delincuentes y los hizo comprender que aquél era un buen libro. Me pregunto: ¿Hemos descubierto que la Biblia es un buen libro? ¿El mejor de los libros? ¿Estamos nosotros llevando la Palabra a los que no la tienen? ¿Ocupa la Biblia el primer lugar en nuestras vidas?

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¿Dónde

desea vernos

el Señor?

Abramos nuestras Biblias en Hechos 9: 11. Vamos a leer tan solo la última parte del texto: «Porque he aquí, él ora» (RV60).

Esta pequeña frase encierra un gran contenido. El mismo Señor la dirigió a Ananías cuando lo mandó a Damasco a buscar a Saulo de Tarso. Pero Jesús no solo lo mandó, sino que también le dijo dónde lo encontraría: en la calle llamada «Derecha». Allá estaba Saulo. Solo y ciego. A él se re-firió el Señor cuado dijo: «Porque he aquí, él ora». Saulo es un ejemplo vivo del poder que tiene la oración para transformar a cualquier ser humano, independientemente de cuán malo sea.

Ananías pone reparos para cumplir la orden de ir a ver a Saulo de Tarso, y argumenta: «Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuantos males ha hecho a tus santos en Jerusalén: y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre» (Hech. 9: 13,14). En otras palabras: «¿Cómo puedes enviarme a un hombre tal?». Pero el Señor le dijo: «No te preocupes. He aquí, el ora, ya todo cambió. Saulo ora de una manera que yo puedo aceptar su oración».

Hermanos, oremos. Permitamos que nuestra voz se eleve hasta la misma la presencia de Dios. La oración lo cambia todo, pero también cuando oramos nosotros somos transformados. Saulo de Tarso era un hombre cuya vida espiritual estaba muerta; sin embargo, su testimonio pone delante de nosotros el poder de la oración victoriosa. Estoy convencido de que en el instante en que Pablo oró también estaban orando miles de personas en todo el mundo. Pero la plegaría de Saulo no pasó desapercibida ante el Dios que creó los cielos y la tierra. Sus palabras fueron escuchadas en los atrios celestiales. Su voz impactó el centro de control del universo. Me pregunto, ¿podrá Dios decir de cada

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uno de nosotros: «He aquí, él ora»? ¿Nos considera el Cielo como hombres y mujeres de oración? ¿Podrá Cristo escuchar nuestras oraciones así como escuchó las plegarias de Saulo?

Hermanos, durante este tema vamos a reflexionar en dos elementos indispensable para que de cada uno de nosotros se diga: «He aquí, él ora».

Orar de todo corazón

Hay mucha gente que ora simplemente para cumplir un requisito de su vida religiosa. Se levantan y se acuestan repitiendo la misma oración. Ni siquiera saben qué dijeron, pero se sienten tranquilos pues ya cumplieron con su deber y silenciaron la voz de su consciencia. Jesús consideró este tipo de oraciones como «vanas repeticiones» (Mat. 6: 7). Son oraciones hipócritas, puesto que nada más son palabrerías. Son oraciones que no salen del alma. Son oraciones que no están en sintonía ni si-quiera con nuestro propio corazón. Oraciones que ni sisi-quiera nosotros la escuchamos, entonces ¿por qué pensamos que Dios las escuchará? Hermanos, muchas de nuestras oraciones no ascienden más allá de nuestras cabezas porque, de hecho, ni siquiera salen de ella.

El Señor espera que nuestras oraciones sean sinceras, fervientes; que broten más del corazón que de nuestros labios. Por tanto, si queremos que Dios diga de cada uno de nosotros: «He aquí, él ora», hemos de orar como lo hizo Saulo, de todo corazón. Dios le dijo al profeta: «Y me buscareis de todo vuestro corazón y seré hallado por vosotros» (Jer. 29: 13). ¿Estamos orando de corazón?

Orar con el corazón quebrantado

Leamos lo que dice Isaías 57: 15: «Porque el Altísimo, el que vive para siempre y cuyo nombre es santo, dice: Yo vivo en un lugar alto y sagrado, pero también estoy con el humilde y afligido, y le doy ánimo y aliento». David dijo que Dios no despreciará a todo aquel que acuda a su presencia con un «corazón contrito y humillado» (Sal. 51: 17). ¿Tenemos ese corazón contrito cuando oramos? Probablemente mucho de nosotros oramos como el fariseo mencionado por Cristo en Lucas 18. Cumplimos con nuestra rutina religiosa al pie de la letra y oramos: «Dios te doy gracias porque no soy como los demás hombres». «Dios te doy gracias porque no soy tan pecador como el hermano…». «Dios te doy gracias porque yo sí cumplo con mis responsabilidades, pero el hermano… no lo hace». A muchos hasta nos gustaría venir y decirle a Dios: «Señor, agradéceme por el buen hijo que soy». Sí, mis hermanos. Muchas de nuestras plegarias no son más que manifestaciones audibles de ese es-píritu laodiceano que nos está consumiendo. Sin embargo, si queremos que Dios preste oído a nues-tras oraciones, hemos de orar creyendo que ni siquiera merecemos ser escuchados. Que Dios oye nuestras oraciones no por nuestros méritos, sino por su bondad. Mis hermanos, debemos caer de ese caballo de orgullo y postrarnos con humildad ante nuestros Señor.

Hace falta que oremos como lo hizo Daniel: «Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos obrado impíamente, hemos sido rebeldes y nos hemos apartado de tus mandamientos» (Dan. 9: 5).

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2. ¿Dónde desea vernos el Señor?

¿Cuándo fue la última vez que usted elevó una oración así? Fíjese en esta oración de Ezequías: «Jehová, Dios de Israel, que moras entre los querubines, sólo tú eres Dios de todos los reinos de la tierra. Tú hiciste el cielo y la tierra. Inclina, Jehová, tu oído y oye; abre, Jehová, tus ojos y mira […]. Ahora, pues, Jehová, Dios nuestro, sálvanos, te ruego, de sus manos, para que sepan todos los reinos de la tierra que solo tú, Jehová, eres Dios» (2 Rey. 19: 14-19). ¿Verdad que se nota que esta fue una oración que brotó de lo más profundo del corazón de Ezequías? Hermanos, todos debemos acudir al Señor y sim-plemente pronunciar esta poderosa oración: «Creo, pero ayuda mi incredulidad» (Mar. 9: 24).

No olvidemos las palabras de Isaías 66: 2. El Señor proclama que él hizo todo cuando existe en este mundo: los grandes mares, la tierra, el cielo; sin embargo Jehová dice que sus ojos se posaran sobre «el que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra».

Conclusión

Quiero concluir con una ilustración bíblica. ¿Se acuerdan de la historia de Natanael, el discípulo del Señor? Jesús lo vio debajo de la higuera. Usted puede repasar la historia en Juan 1: 47, 48.

Cuando el Señor lo vio, le dijo a Natanael: «Aquí está un verdadero israelita». En otras palabras: «Miren a un hombre sincero, bueno y noble. Un hombre ejemplar».

Elena G. de White nos dice en El Deseado de todas las gentes que cuando Felipe llamó a Natanael, este se había retirado a un tranquilo huerto para meditar y reflexionar. Felipe sabía que Natanael era un estudiante diligente de la Palabra de Dios y de las profecías, y lo encontró en su lugar de retiro mientras oraba debajo de una higuera, donde muchas veces habían orado juntos, ocultos en el fo-llaje. La sierva de Dios nos amonesta a estudiar la Palabra de Dios por nosotros mismos, y pedir la iluminación del Espíritu Santo como lo hizo Natanael.

Hermanos, el Señor desea vernos orando en secreto para recompensarnos en público. Quiere vernos siempre en nuestro lugar de oración. Quiere vernos como vio a Saulo, como vio a Natanael. Quiere vernos orando en todo momento. Ojalá que de cada uno de nosotros se pueda decir: «He aquí, él ora».

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La oración:

un diálogo

entre dos

Hace algunos años se publicó una encuesta sobre la oración cuyos resultados fueron muy des-alentadores. Según la investigación, un miembro de iglesia dedica como promedio tres minutos dia-rios a la oración; y los pastores, siete minutos. Esto pone de manifiesto que hay mucha superficialidad en la vida espiritual de la iglesia. Richard Foster ha señalado que «la superficialidad es la maldición de nuestra época». Hemos de profundizar nuestra relación con Dios, y para lograrlo tenemos que orar como si nuestra vida misma dependiera de ello. Orar como lo hizo Daniel.

En Daniel 2 encontramos un ejemplo de vida espiritual; una clara representación de lo que es un diálogo divino-humano; una definición dramatizada de lo que es la verdadera oración.

El sueño del rey: un problema del corazón

Daniel 2 nos relata que el rey Nabucodonosor tuvo un sueño tan impresionante que se «turbó su espíritu» (vers. 1). Una traducción literal de esta frase sería: «Mi corazón late por el conocimiento de este sueño», o como prefieren otros «mi corazón está agitado». Como tenía el espíritu turbado, el rey llamó «a magos, astrólogos, encantadores y caldeos» para que «le explicaran sus sueños» (vers. 2). Estos “intérpretes de sueños” ya tenían elaborada una “lista” con un simbolismo prefijado para cada sueño. Por ello el intérprete necesitaba tener acceso a estos documentos que conservaban la infor-mación empírica relacionada con sueños anteriores y sus interpretaciones. Ejemplos de estas listas han sido encontrados en Egipto y Babilonia.

El rey no recordaba el sueño, lo cual de por sí, ya constituía un grave problema, puesto que los babilonios creían que no recordar un sueño era un mal presagio enviado por los dioses. El sueño

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del rey dejó en evidencia la incapacidad de los magos y los llevó a admitir que únicamente «los dioses cuya morada no es en la carne» serían capaces de solucionar el problema del rey (Dan. 2: 10, 11). ¡Los magos tenían razón! Dios es el único que puede solucionar los problemas del corazón humano. Lo extraño es que en ningún momento fueron a rogar a sus «dioses» a fin de recibir la revelación.

Indignado por la incapacidad de sus magos, Nabucodonosor «con gran ira y gran enojo» ordenó matar a «todos los sabios de Babilonia» cortándolos en pedazos (vers. 12, 5). Cortar en pedazos los cuerpos de enemigos era una práctica común en Mesopotamia. Como los sabios y magos eran char-latanes y mentirosos, el rey los mandaría ejecutar a todos, incluyendo a Daniel. El sueño que «turbó el espíritu del rey» desencadenó un problema mortal para los sabios.

La actitud de Daniel frente al problema

Ahora Daniel y sus amigos confrontan una situación de vida o muerte. ¿Qué haríamos nosotros si nos tocara lidiar con un problema semejante? ¿Cuál sería nuestra reacción? Creo que las acciones llevadas a cabo por Daniel constituyen un ejemplo para todos nosotros.

Buscó a sus compañeros para orar juntos. Nabucodonosor buscó a los magos, Daniel buscó a sus compañeros. Él no enfrentó su problema en solitario. Solicitó a sus amigos «que pidieran mise-ricordias del Dios del cielo» (vers. 18). ¡Qué impresionante! El profeta necesitaba que otros interce-dieran ante Dios por su dificultad. Siempre resulta reconfortante saber que hay personas que oran por nosotros; y es bueno solicitar a nuestros amigos que se unan a nuestras plegarias. ¿Cuándo fue la última vez que oramos los unos por los otros? ¿Cuándo fue la última vez que su equipo de ancianos se reunió, no para preparar la agenda de predicación, ni para organizar el itinerario de visitación, sino para orar con fervor por las necesidades de los miembros de la iglesia?

La oración no ha de ser una plegaria egocéntrica. La petición de Daniel no fue un ruego ego-céntrico. Si el Señor lo libraba, también libraría a todos los magos. El pedido de Daniel no fue “sál-vame a mí”, implícitamente su petición fue: “sálvanos a todos”. Cuando llegó la repuesta del cielo, Daniel corrió y le pidió a Arioc: «No mates a los sabios» (vers. 24). Mientras que Nabucodonosor manifestó su rencor por los magos ordenando su destrucción, Daniel mostró compasión por ellos aun cuando ellos no eran seguidores del Dios de Daniel.

Cuando oremos no solo recibiremos bendición para nosotros, sino también para aquellos que nos rodean. Fíjese que ante el insistente pedido de Daniel y sus compañeros, el cielo no se demoró en dar la respuesta. Pero esta respuesta benefició al que creía en Dios, Daniel, tanto como al que no creía, Nabucodonosor y sus magos. Daniel tenía una vida de oración intercesora. ¡Él intercedió por el incrédulo! Pablo nos exhorta a realizar «rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad» (1 Tim. 2: 1, 2).

Esperó la respuesta divina. El profeta no se conformó con presentar su queja, él esperó la res-puesta divina a su dificultad. La oración es un diálogo divino-humano. No hay comunicación si nada

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3. La oración: un diálogo entre dos

más elevamos nuestras voces y no esperamos las respuestas que el Señor tiene a nuestras peti-ciones. Como Habacuc debemos decir: «Sobre mi guarda estaré, y sobre la fortalece afirmaré el pie, y velaré para ver qué se me dirá tocante a mi queja». Habacuc 2: 1 dice que «Jehová le respondió». Así también nos responderá a aquel que se quede a esperar su respuesta. Queridos ancianos, cuando llamemos a Dios no colguemos el teléfono hasta que hayamos obtenido su respuesta.

Quizás a muchos de nosotros nos pase como a la mujer que llamó al gerente de una tienda para informarle de que había perdido un diamante muy valioso en aquel lugar. El hombre le pidió esperar en la línea, pues mandaría a un empleado a buscar el prendedor. Poco tiempo después el diamante fue hallado; pero cuando regresó al teléfono para informar a la señora, esta ya había colgado.

Conclusión: ¿Qué quiere lograr Dios?

Daniel 2 revela el permanente interés que Dios tiene en comunicarse con el ser humano. Él de-seaba hablar con el incrédulo Nabucodonosor: lo hizo a través del sueño, Dios «te ha hecho saber» (vers. 28) le dijo el profeta al monarca. El Señor esperaba la reacción del rey, pero este buscó en el lugar equivocado. La acción de Nabucodonosor lleva a Daniel a hablar con Dios. Eso era lo que el Señor anhelaba. Él quiere comunicarse con sus criaturas. En Daniel 2 encontramos a un Dios que quiere manifestar su misericordia por todos: buenos y malos, creyentes y no creyentes, reyes y escla-vos. En Daniel 2 encontramos a un Dios que quiere enseñarnos a buscar lo que solo mediante la oración fervorosa podemos conseguir.

Daniel no confió en su erudición, ni en su preparación académica, ni en su sabiduría. No me malinterpreten, todo esto puede ser útil, pero hay cosas que solo pueden obtenerse mediante la ora-ción. Daniel lo sabía, y nosotros también hemos de aprender a saberlo. En este tiempo cuando ha-blamos mucho sobre el reavivamiento espiritual tenemos que recordar siempre, como dijo Elena G. de White, que «solo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento» (Reavivamiento:

Nuestra mayor necesidad[Doral, Fl.: APIA, 2010], p. 9). ¿Quiere usted, mi estimado anciano, que su

iglesia sea reavivada? Pues ore por ello, no hay otra opción. La oración es la clave del reavivamiento. Amzi C. Dixon dijo:

«Cuando dependemos de las organizaciones, recibimos lo que las organizacio-nes pueden lograr. Cuando dependemos de la educación, recibimos lo que la educación puede lograr. Cuando dependemos de los hombres, recibimos lo que los hombres pueden lograr. Pero cuando dependemos de la oración, re-cibimos lo que Dios puede lograr».

Daniel sabía esto, por esta razón siempre dependió de la oración a fin de adquirir lo que única-mente Dios puede dar. Creo que lo más recomendable es que nosotros hagamos lo mismo. ¡Ojalá usted también lo crea!

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Una semana de oración como esta nos brinda la oportunidad de orar juntos e interceder por el crecimiento y progreso espiritual de la iglesia. Eclesiastés 4: 9 dice que «mejor son dos que uno». Nadie puede negar cuán importantes son nuestras oraciones personales para nuestro crecimiento espiritual. Sin embargo, no hemos de tener en poca estima este tipo de reuniones, pues unirnos en oración los unos por los otros constituye un elemento esencial para derrotar al enemigo. Quizá como Pedro, Santiago y Juan en el huerto de Getsemaní, muchos de nosotros nos rehusamos pasar tan siquiera una hora para orar juntos, ya que no sabemos interceder en oración. No sabemos cómo experimentar el poder de la oración en nuestras vidas. Mis amados hermanos, el Señor quiere que dediquemos tiempo para interceder por otros en todo momento y lugar.

Dios ha preparado una armadura espiritual para sus hijos. En Efesios 6 el apóstol Pablo describe los seis elementos que forman parte del arnés cristiano:

u El cinto de verdad u La coraza de justicia

u El calzado del apresto del evangelio de la paz u El escudo de la fe

u El yelmo de la salvación

u La espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios

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El poder

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¿Por qué nuestro Dios ha puesto a nuestro alcance todo esto? Porque estamos librando una batalla de vida o muerte contra Satanás. De ahí el consejo de Pablo: «Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las acechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Efe. 6: 11, 12). En este pasaje el apóstol de los gentiles utiliza la palabra «contra» seis veces. Nosotros estamos contra Satanás tanto como él lo está contra nosotros.

De ahí que la pregunta del millón es: ¿Cómo lucharemos contra Satanás? Él es un personaje poderoso. Él pudo derrotar a la primera familia en el Edén. Él ganó batallas ante hombres como David, Elías, Ezequías. ¿Cómo podré yo, un vil e incapaz pecador, enfrentarme ante un ser que el mismo Jesús lo consideró un «hombre fuerte»? La respuesta se encuentra en el versículo 18 de Efesios 6: «Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velad en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos». De modo que el gran pasaje bíblico de la lucha espiritual dice que la forma más eficaz de derrotar a Satanás, es orando. ¡Y usted puede orar ahora, aquí! No tiene que viajar al otro lado del mundo; la primera línea de esta batalla se encuentra justo aquí, en este preciso momento. Me viene a la mente esa maravillosa declaración de Elena G. de White: «al sonido de la oración ferviente toda la hueste de Satanás tiembla» (Mensajes para los jóvenes [Doral, Fl.: APIA, 2010], cap. 10, p. 37).

No olvidemos nunca que el diablo ha sido vencido por completo en el Calvario. Comparados con las huestes de Dios, sus malos espíritus son menos en número y enormemente inferiores en poder. Luchar en oración consiste en imponer la victoria de Cristo contra las tretas engañosas de Satanás y de sus derrotados asistentes espirituales.

Lance la ofensiva en oración

Dios llamó a Moisés para sacar a Israel de Egipto, para atacar y derrotar a las naciones enemigas, no para proteger a los israelitas de ellas. A Josué le ordenó invadir y conquistar Canaán, no que ne-gociara un arreglo con los habitantes de dicha región. Dios otorgó su Espíritu el día de Pentecostés, no solo para bendecir a la iglesia, sino para hacerla invencible.

Según Pablo nuestras armas para la lucha espiritual no son instrumentos defensivos, sino de ata-que: «Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Cor. 10: 4, 5).

Reclamemos el poder del Espíritu

El diablo huirá de nosotros porque el Consolador estará a nuestro lado. «Vendrá el enemigo como un río, mas el Espíritu de Jehová levantar bandera contra el» (Isa. 59: 19, RV60). Jesús dijo muy clara-mente que cuando el Espíritu llegara a nuestra vida íbamos a recibir el poder que viene de lo alto.

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4. El poder de la oración

Si el Espíritu Santo toma posesión de todos nosotros y pone en nuestras vidas el deseo concreto de pasar tiempo con Dios a través de la oración, estaremos listos para conquistar el territorio enemigo y liberar a los cautivos de Satanás. En la batalla de la intercesión no luchamos solos, pues el Espíritu Santo está con nosotros y clama junto a nosotros.

El poder de la Palabra de Dios

Nadie puede estar espiritualmente preparado mientras descuida el estudio diario y diligente de las Escrituras. Nada debe ocupar el lugar que le corresponde a la Palabra de Dios. No existe un libro, sin importar cuán bueno sea, que pueda brindarnos el poder espiritual que únicamente puede ser recibido por la lectura y la obediencia de la Palabra de Dios.

Antes de comenzar cualquier período de oración hemos de nutrirnos abundantemente de la Es-critura: «La fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios» (Rom. 10: 17). Cuando oremos podemos citar las promesas de Dios. Reclamemos el cumplimiento de dichas promesas. ¿Pero cómo conoce-remos estas promesas si no dedicamos tiempo al estudio de la Biblia? Hermanos, es hora de que to-memos «la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios». El Espíritu Santo respaldará y revestirá de poder el uso que usted haga de la Palabra de Dios en oración.

El poder de orar juntos

Hay momentos en que atravesamos por tantas dificultados en nuestra vida espiritual que nos re-sulta necesario solicitar las oraciones de nuestros hermanos en la fe. Por esta razón el Señor dio una promesa especial a aquellos que se ponen de acuerdo para orar: «Otra vez os digo que si dos de vos-otros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos, porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mat. 18: 19, 20). Hay poder cuando nos unimos para orar juntos.

Conclusión

¿Recuerda lo que sucedió el día de Pentecostés? Lo que ocurrió aquel día fue el resultado directo de la comunión en la oración que manifestaron los ciento veinte creyentes. ¡En un día se salvaron tres mil personas! Asimismo, mientras la iglesia de Jerusalén oraba fervorosamente un ángel liberó a Pedro de la cárcel y «la palabra del Señor crecía y se multiplicaba» (Hech. 12: 24). Por ello, si oramos, si nos consagramos, si cumplimos con la parte que nos corresponde, el Espíritu que obró poderosamente en y a través de la iglesia primitiva, volverá a realizar grandes milagros durante el desarrollo de Visión un millón.

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El profeta Isaías dijo: «Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia y su salvación se encienda como una antorcha» (Isa. 62: 1). Hermanos, es imprescindible que cumplamos con la orden de Cristo: «Quedaos vosotros en la ciu-dad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto» (Luc. 24: 49). ¿Por cuánto tiempo debemos seguir orando? ¡Hasta que venga de lo alto la presencia de Dios! ¡Hasta que seamos bauti-zados del Espíritu Santo!

Mis apreciados, es mi deseo que esta noche de oración haya sido de gran bendición espiritual para todos los presentes. Amén.

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Una

audiencia

con el rey

¿Cree usted que la comunión con Dios es la mejor fórmula para el crecimiento de nuestra vida espiritual? Saben algo, yo creo que no es la mejor; ¡es la única! Un reavivamiento y una reforma solo serán una realidad entre nosotros cuando reconozcamos a Dios como nuestro Rey y Soberano, cuando oremos a la hora que él escogió para estar con nosotros, cuando estudiemos fervorosamente su Palabra con el deseo no solo de recibir instrucción, sino también de obedecerla. Me gustaría que reflexionemos un poco sobre todo esto a la luz de lo dicho en el Salmo 5.

Mi Rey y mi Dios

El Salmo 5 es una oración. El salmista pide a Dios que escuche sus «palabras» y valore su «gemir» (vers. 1). Incluso las lágrimas de David forman parte de su plegaria. En su oración el rey de Israel no solo expresa sus pensamientos, sino que también derrama su alma. Sus pensamientos, sus emo-ciones, sus frustraemo-ciones, todo lo presenta a Dios en oración.

David ora a su Rey y Dios (vers. 2). ¡Mi Rey, mi Dios! El salmista está reconociendo a Dios como amo y señor de su vida. Es como si David le dijera a Dios: «Yo soy tu siervo, yo soy tu creación, yo te pertenezco, yo dependo de ti, tú eres el soberano de mi vida, yo no tengo a donde ir». ¿Usted cree eso, mi hermano? El reavivamiento en nuestra vida comienza cuando aceptamos que Dios es nuestro rey, que le pertenecemos, que lo necesitamos. Es notable que David aunque era rey, reconociera su sumisión ante el Rey de reyes, su Dios. En este pasaje el salmista reconoce la omnipotencia de Dios sobre su limitado poder humano.

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Pregunto esta noche: ¿Estoy yo reconociendo a Dios como mi rey? ¿Estoy pasando tiempo con él a solas? A menos que lo hagamos no experimentaremos ningún reavivamiento ni reforma. Posible-mente usted se pregunte, ¿cuál es el mejor momento para pasarlo con mi Dios? ¿Cómo lo hago?

La hora del rey «la mañana»

Hace poco tuve la oportunidad de ver la película Invictus. En ella se narra parte de la historia de Nelson Mandela. En cierta ocasión Mandela y Francois Pienaar, el capitán del equipo de rugby más importante de Sudáfrica, los Springboks, se reunieron en la casa presidencial. Mandela, de manera sutil, le pidió al entrenador que hiciera todo lo posible para que el equipo ganará la copa del mundial de rugby que se celebraría en 1995.

Una tarde el presidente Mandela decidió tomar el té con Pienaar, así que le mandó la invitación. El presidente escogió el día y la hora de la cita, y Pienaar cumplió. Lo demás es historia: el equipo ganó la copa del mundo y los sudafricanos de todas las etnias celebraron juntos la victoria del país. La clave estuvo en aceptar la invitación del presidente.

Muchos se preguntan: ¿Cuál es el mejor momento para pasarlo con Dios? La mañana. ¿Por qué? ¿Por qué los niños están durmiendo? ¿Por qué usted está tranquilo? ¿Por qué su teléfono no suena? ¿Por qué su esposa o esposo no lo molesta? ¿Por qué no tiene al jefe en la puerta? A todas estas pre-guntas la respuesta es un rotundo: No.

Debemos tener un encuentro bien de mañana con nuestro Rey y Dios porque él lo pidió. En el versículo 3 del Salmo que estamos estudiando encontramos que el salmista le dice a Dios dos veces que el encuentro se realizaría en la mañana: «De mañana oirás mis voz; de mañana me presentaré delante de ti». ¿Por qué el salmista dice «de mañana»? Dios nos ha dejado una Carta para que sepa-mos qué espera de nosotros. Nos congregasepa-mos porque la Biblia lo dice; guardasepa-mos los mandamien-tos porque la Biblia lo dice; devolvemos el diezmo porque la Biblia lo dice; damos estudios bíblicos porque la Biblia lo dice. Pues, mis amados, la Biblia también dice que hemos de buscar a Dios «de mañana».

El Salmo 63: 1-2 dice «¡Dios, Dios mío eres tú! ¡De madrugada te buscaré! Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario». El salmista dice que podemos ver el poder y la gloria de Dios si lo buscamos en la madrugada, ¿nos damos cuenta? La Biblia dice en Salmo 57: 8: «¡Despierta, alma mía! ¡Despertad, salterio y arpa! ¡Me levantaré de mañana!». Aquí el salmista está mencionando instrumentos de adoración a su Dios para usarlo en la mañana. El Señor dice en Proverbios 8: 17: «Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan». Jesús se levantaba «muy de mañana, siendo aún muy oscuro» para orar (Mar. 1: 35). Dios elige la mañana para tener esa cita es-pecial porque ello pone de manifiesto que él ocupa el primer lugar en nuestras vidas. ¿Qué es lo pri-mero que hacemos al levantarnos? ¿A qué dedicamos nuestros pripri-meros momentos del día?

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5. Una audiencia con el rey

Esperando la respuesta del rey

Está bien, todo lo que hemos dicho parece muy bonito, agradable, motivador. Pero yo me he le-vantado y he orado de madrugada y no veo cambios en mi vida. ¿Que no ha cambiado nada? ¿Has visto lo que dice al final del versículo 3 del Salmo 5? «Y esperaré». ¿Qué significa esperar? Esperar es «permanecer en un sitio hasta que [alguien o algo] llegue o hasta que [algo] suceda».

Esto nos recuerda las palabras del Salmo 40: «Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí y oyó mi clamor, y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos y temerán, y confiarán en Jehová» (Sal. 40: 1-3). El salmista nos enseña que debemos esperar. Si estamos buscando un milagro tenemos que aferrarnos a la promesa de que Dios lo hará, pero hemos de esperar.

Conclusión

Mis hermanos, como Habacuc debemos permanecer en nuestro puesto, afirmar nuestra posición y velar hasta que el Señor dé respuesta a nuestras peticiones (Hab. 2: 1-3). Como Jacob tenemos que aferrarnos a Dios, y no soltarlo hasta que su bendición sea una realidad en nuestras vidas.

Muchos tratamos a Dios como si fuera el genio de la lámpara al que se le piden deseos y él los sa-tisface sin tener en cuenta principios o valores. Mis hermanos, no olvidemos que Dios se preocupa por nosotros y que él responde nuestras oraciones; pero tenemos que aprender a esperar, a tener paciencia, a no desmayar ni cansarnos de orar, a ser, como dijo Pablo, «constantes en la oración».

Si en verdad queremos un reavivamiento en medio nuestro, hemos de rendirnos ante la presencia de nuestro Rey y Dios. Tenemos que darle el primer lugar en nuestras vidas y esperar con fe las gran-des maravillas que el Señor realizará en nuestras vidas y en la iglesia.

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¿Qué sucede

cuando oramos?

En Daniel 9: 8-19, el profeta oró fervorosamente a fin de que Dios cumpliera su promesa de li-berar a Judá del cautiverio. Él le suplica a Dios que, a pesar de los fracasos espirituales de la nación, permitiera que «su rostro resplandezca sobre su santuario asolado, por amor del Señor» (Dan. 9: 17). Daniel reconoce que no había méritos en ellos: «No elevamos nuestros ruegos a ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias» (Dan. 9: 18). El Señor atendió la súplica, y el rey Ciro emitió el decreto para reconstruir el templo de Jerusalén en el 536/535 a. C.

Esta iniciativa del monarca persa llenó de gozo a muchos de los exiliados. Bajo el liderazgo de Zorobabel y de Josué, solo unas cincuenta mil personas regresaron a lidiar con una ciudad destruida, campos desolados y un templo que yacía en completa ruina (Esd. 2: 64, 65); sin embargo, lo que su-cedió después fue maravilloso: Dios les habló al corazón (Esd. 1: 5), la gente entregó sus recursos para que fueran utilizados en la obra del Señor (Esd. 1: 6), todos estaban unidos como un solo hom-bre (Esd. 2: 64; 3: 1), se restauró la verdadera adoración (Esd. 3: 1-3), alabaron a Dios «porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia» (Esd. 3: 11). El pueblo de Dios estaba experimen-tando un gran período de reavivamiento espiritual. Fíjese que todo esto es similar a lo que sucedió durante el reavivamiento del Pentecostés en los tiempos de la iglesia primitiva (ver Hechos 1-3). Lo que ocurre cuando Judá sale del exilio es una versión anticipada de lo que sucedió el Día de Pentecostés.

Pero ⎯siempre hay un pero⎯ el gozo no duró mucho, puesto que un grupo se propuso detener la experiencia espiritual del pueblo: «Cuando los enemigos […] oyeron que los que habían vuelto de la cautividad edificaban un templo a Jehová […] sobornaron […] contra ellos a algunos consejeros

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para frustrar sus propósitos» (Esd. 4: 1-5). Aquellos que otrora marcharon llenos de esperanza y júbilo ahora se enfrentan al más triste desencanto. La oposición fue firme y enérgica. Cuando Daniel se enteró de lo que estaba pasando con los que habían regresado a Jerusalén, estuvo «afligido por espacio de tres semanas» (Dan. 10: 3).

En su libro Daniel: Un enfoque cristocéntrico, p. 243, el doctor William H. Shea sugiere «que el mayor problema para los judíos, justo en ese momento, era la detención de la obra de reconstrucción del templo en Jerusalén, es lógico […] concluir que este era el problema por el cual Daniel había es-tado ayunando».

Daniel se dedicó al ayuno y la oración porque la obra de renovación espiritual que había estado ocurriendo en el pueblo había sido obstaculizada por los enemigos. De ahí que hemos de tener bien claro que cualquier llamamiento al reavivamiento suscitará la oposición de nuestros adversarios internos y externos. Por esta razón no podemos obviar que la oración no solo inicia el reavivamiento, sino que también lo sostiene. Daniel oró a fin de mantener encendida la antorcha espiritual de su pueblo.

¿Qué sucede cuando oramos?

A la luz de Daniel 10 podemos deducir qué sucede cuando oramos. Voy a destacar tan solo dos hechos.

Dios responde la oración. «Desde el primer el día que dispusiste tu corazón a entender y humi-llarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras» (Dan. 10: 12). La oración del profeta ya había sido respondida; pero la contestación de Dios fue mucho más amplia que el pedido. Daniel había orado por un problema local, una liberación limitada; pero la respuesta de Dios abarcaba un problema y una liberación universal (Dan. 12: 1-3). A pesar de que la Divinidad había dado la res-puesta de inmediato, el profeta la recibió tres semanas después. ¿Qué habría pasado si Daniel hubiera dejado de orar durante ese período? No lo sé. Lo que sí sé es que su perseverancia y constancia le permitieron recibir la respuesta divina (ver Rom. 12: 12; Hech. 1: 14; Col. 4: 2).

Daniel sabía que Dios lo escucha. Nosotros hemos de pedir sin dudar, «porque el que duda es como semejante a la onda de mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor» (Sant. 1: 6, 7). Como el salmista debemos tener la seguridad de que Dios escucha nuestras súplicas (Sal. 116: 1) y que responde nuestros pedi-dos y clamores (Sal. 118: 5; 4: 1). Es vital que creamos la promesa divina: «Mantendré mis ojos abier-tos, y atentos mis oídos a las oraciones» (2 Crón. 7: 15, NVI). Daniel creía en estas promesas.

La oración mueve a los seres celestiales. El ángel le dijo a Daniel: «A causa de tus palabras he ve-nido»; pero también le dijo que el príncipe de Persia se le había opuesto durante veintiún días (Dan. 10: 12, 13). La oración de Daniel no solamente produjo la llegada del ángel intérprete, sino que también suscitó el movimiento de fuerzas espirituales adversas al pueblo remanente. Si bien «al

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6. ¿Qué sucede cuando oramos?

sonido de la oración ferviente toda la hueste de Satanás de tiembla» (Elena G. de White, Mensajes

para los jóvenescap. 10, p. 37), no menos cierto es que la oración fervorosa hace que nuestro enemigo

desate los ataques más feroces (cf. Mat. 26), aun sabiendo que su batalla está perdida.

En Daniel 10 tenemos la contraparte espiritual del conflicto mencionado en Esdras 4. Mientras que el conflicto de Esdras 4 se libra en la esfera física, aquí se describe la versión celestial de este. Los que suscitaron la oposición contra el pueblo de Dios tenían un «príncipe» que los estaba lide-rando. Este «príncipe» tenía toda la intención de destruir el reavivamiento que se estaba produciendo entre los que regresaron a Jerusalén. ¿Quién era «príncipe de Persia» que tuvo la osadía de enfrentar y obstaculizar al ángel de Dios?

Algunos, encabezados por Juan Calvino, han sugerido que el «príncipe de Persia» era una auto-ridad política que se opuso a la reconstrucción del templo, quizá Cambises, el hijo de Ciro. No hay dudas de que Cambises se caracterizó por su firme oposición a las religiones de otras naciones; no obstante, el contexto de Daniel 10 exige que este personaje sea identificado como un ser sobrena-tural. En el libro de Daniel la palabra hebrea sar es aplicada a seres espirituales en 8: 11, 25; 10: 13, 21 y 12: 1. Este vocablo también se usa en Josué 5: 14, 15 y en Isaías 9: 5. En todos estos casos sar alude directamente al Mesías, el comandante del ejército del Señor. Fíjese que Gabriel admite que nadie puede ayudarlo en su lucha contra el «príncipe (sar) de Persia» excepto «Miguel, vuestro prín-cipe (sar)» (Dan. 10: 21). El «prínprín-cipe (sar) de Persia» parece ser el líder de la oposición contra Miguel, el capitán de los ejércitos celestiales (Apoc. 12: 7).

La versión griega de Daniel hecha por Teodosio, traduce la expresión sar por el término griego

arjon. Autores de la época intertestamentaria y del Nuevo Testamento, emplearon este término para

referirse a poderes demoníacos (Juan 12: 31; Rom. 8: 38: 1 Cor. 15: 54; Efe. 1: 21; 6: 12). En con-secuencia, es lógico suponer que el «príncipe (sar) de Persia» es un demonio o deidad principal de Persia. En la antigüedad era muy común la idea de que cada nación poseía un ser espiritual que la gobernaba. Evidencia de este tipo de creencias la vemos en pasajes como este: «¿Qué dios entre todos los dioses de estas tierras ha librado su tierra de mis manos» (2 Rey. 18: 35; Isa. 36: 20). Según el apóstol Pablo estos dioses, en realidad, eran «demonios» (ver 1 Cor. 10: 20 cf. Deut. 32: 17; Sal. 106: 37). Elena G. de White dice que el «príncipe de Persia» era «el más poderoso de todos los ángeles malos» (Comentario bíblico adventista, t. 4, p. 1194). En Profetas y reyes ella dice claramente que «Satanás es-taba procurando influir en las más altas esferas del reimo Medo-persa» (cap. 46, p. 382).

No hemos de olvidar que el Nuevo Testamento se refiere a Satanás como el «dios de este mundo» (2 Cor. 4: 4, NVI), «príncipe de la potestad del aire» (Efe. 2: 2), el ángel patrón o «príncipe de este mundo» (Juan 12: 31; 14: 30; 16: 11) que tuvo la intrepidez de enfrentar a Miguel (Apoc. 12: 7-9 cf. Judas 9). Por consiguiente, en Daniel 10 es el mismo diablo, «el príncipe de Persia», quien está guiando la oposición al reavivamiento. Es innegable que Satanás intentará hacer lo mismo en nues-tro tiempo; por ello «debemos orar como lo hizo Daniel para que seamos guardados por los seres celestiales» (Comentario bíblico adventista, t. 4, p. 1195).

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Conclusión

Cuando Daniel recibió esta última visión, tenía cerca de noventa años. Con el paso de los años, su relación con Dios se había hecho cada vez más profunda. En los primeros nueve capítulos del libro el Señor se comunicó con Daniel a través de sueños, visiones y ángeles. Pero en el capítulo 10, la comunicación fue mucho más estrecha: el mismo Dios, en la figura de Miguel, descendió a fin de tener un encuentro personal con su anciano profeta. La mayoría de las versiones bíblicas llaman a Miguel «uno de los principales príncipes»; sin embargo, la traducción literal de esta frase es: «El príncipe principal», «el primero de los primeros príncipes». Esta expresión equivale al «príncipe de los príncipes» de Daniel 8: 25.

Tanto el profeta Ezequiel como el apóstol Juan tuvieron experiencias similares con el personaje descrito en Daniel 10: 5, 6. Ezequiel lo llamó «la semejanza de Jehová» (Eze. 1: 28). De hecho, Miguel significa «¿quién es semejante a Dios?». Juan lo identificó como uno «semejante al Hijo del hombre», es decir, el Señor Jesucristo (Apoc. 1: 13 cf. Luc. 19: 10). Aquel día, mientras ayunaba de todo ali-mento terrenal, Daniel comió y bebió la gloria de Dios. Tuvo un encuentro personal con su Señor.

¿Cuál es el objetivo del reavivamiento? ¿No es llevarnos a tener una relación más estrecha, más íntima, con nuestro Creador? Reavivamiento es comer y beber la gloria de Dios. Es dejar que la luz del cielo resplandezca sobre nosotros y mate toda suficiencia propia. Es permitir que el poder del Altísimo nos fortalezca, como lo hizo con Daniel (vers. 17, 18).

Pero, ¿qué hacía Daniel para comer y beber de la gloria de Dios? Tres veces se le llama a Daniel varón «muy amado» (Dan. 9: 23; 10: 11, 19). La Nácar-Colunga traduce la expresión hebrea hamudot como «el predilecto». El Cielo amaba a Daniel, le daba preferencia porque él vivía en total comuni-cación con Dios. Los ángeles conocían muy bien su voz. El Señor distinguía perfectamente el sonido de sus palabras. Su vida de oración le daba un lugar privilegiado en los lugares celestiales.

Daniel era consciente de que para llevar a cabo un reavivamiento «el conflicto era grande» (vers. 1), pero reconoció que «la rendición, que nosotros pensamos equivale a la derrota, resulta ser el único camino a la victoria». A propósito se nos dice que «nada es aparentemente más impotente, y sin em-bargo más realmente invencible, que el alma que siente que no es nada y confía totalmente en los meritos de su Salvador» (Profetas y reyes, cap. 13, p. 116).

Para obtener lo que solo Dios puede dar, hemos de rendirnos. Esta rendición equivale a entregarnos a él y comer y beber de su gloria como lo hizo el profeta. ¿Podemos ser nosotros «muy amados» y «pre -dilectos» para el Señor? Claro que sí. Pablo dice en Romanos 15: 30: «Os ruego […], que os esforcéis juntamente conmigo en mis oraciones a Dios» (LBA). La Biblia de Jerusalén dice que «luchéis». La pa-labra griega sunagonizomai sugiere un esfuerzo arduo, hasta el agotamiento. ¿Hemos orado así? ¿Nos hemos «esforzado» en la oración? Daniel lo hacía, por ello era el predilecto del Cielo. Ha llegado la hora de orar y ayunar, y de comer y beber la gloria de Dios. Ha llegado la hora del reavivamiento.

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«Los que

sembraron

con lágrimas…»

Vamos a leer dos pasajes bíblicos. Uno del Antiguo Testamento y otro del Nuevo. Mateo 5: 4 y Salmo 126: 5, 6. Leamos:

u «Bienaventurados los que lloran» (Mat. 5: 4).

u «Los que sembraron con lagrimas, con regocijo segarán. Ira andando y llorando el que lleva

la preciosa semilla, pero al volver vendrá con regocijo trayendo sus gavillas». (Sal. 126: 5, 6). Cuando las lágrimas son lágrimas de anhelo, derramadas en intercesión, o de gozo, mientras se alaba a Dios por la oración contestada, resultan preciosas a los ojos del Señor. El Hijo de Dios sabe muy bien lo que significa llorar en oración. Aquel que llora junto a nosotros, también lloró por nosotros mientras luchaba con los poderes de las tinieblas. «Y Cristo, en los días de su vida terrena, ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte, y fui oído a causa de su temor reverente» (Heb. 5: 7).

Dejemos bien claro que no estamos hablando aquí de lagrimas provocadas por alguna situación dolorosa; aquí estamos hablando de las lágrimas que resultan de un profundo deseo del alma. Son las lágrimas que brotan cuando estamos a solas con Dios. Las lágrimas son algo tan personal, que el alma que llora puede hacerlo más naturalmente y con más libertad cuando solo tiene a Dios por testigo. Sin embargo, es posible tener un espíritu de llanto aunque no rueden lágrimas por nuestras mejillas; Dios mira ante todo el corazón.

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Oración y lágrimas

En la Biblia se registran varios casos donde la oración intercesora ha estado acompañada por las lágrimas de aquellos que se han presentado ante Dios con un corazón contrito y humillado. Dios le dijo a Ezequías: «He oído tu oración, he visto tus lágrimas y voy a sanarte» (2 Rey. 20: 5). Dios res-ponde solícitamente cuando derramamos nuestras almas delante de su altar y le ofrecemos nuestros lágrimas como si estas fueran un incienso ante su presencia. Por ello el salmista le reclamaba a Jehová: «Oye mi oración, Jehová, escucha mi clamor. No calles ante mis lágrimas» (Sal. 39: 12).

Todos conocemos la historia de Ana, ¿verdad? Es un relato fascinante. Hay una escena en la vida de esta mujer que debe repetirse en la vida de todos nosotros. Ana tiene que llegar a ser un ejem-plo de en qué consiste derramar nuestras almas frente a Dios. No es necesario que repasemos todo. Si usted necesita conocer los detalles del relato, por favor, cuando llegue a casa, lea detenidamente los capítulos 1 y 2 de primera de Samuel.

Ana no podía tener hijos. En aquel tiempo no había peor desgracia ni mayor afrenta para una mujer que ser estéril. Pero Ana no desfalleció. Tampoco se afanó por buscar una solución humana a su tragedia. La Biblia dice que «con amargura de alma, oró a Jehová y lloró desconsoladamente» (1 Sam. 1: 10). Mis hermanos, cuánto anhela el Señor que oremos de esta manera; que oremos con el corazón, que oremos con nuestras almas, que oremos con toda nuestra mente, con todos nuestros sentidos; en fin que derrámenos nuestras penas y dolores ante la presencia del Eterno.

¿Cuándo fue la última vez que oramos así? ¿Cuándo hemos llorado desconsoladamente al de-mandar de Dios la respuesta a nuestras peticiones? Hermanos, es hora de que la oración deje de ser un mero rito místico, una simple estrategia para acallar nuestra consciencia, una mera formalidad para iniciar y concluir nuestros cultos. Hemos de llorar ante la presencia de Dios y reclamarle el cumpli-miento de sus promesas. No es tiempo de seguir orando de la boca para fuera, ha llegado la hora cuando el pueblo de Dios debe acudir ante el altar celestial para que entreguemos nuestras penas y frustraciones a Cristo.

¿Qué hizo Dios con la petición de Ana? La Palabra de Dios dice que «Jehová se acordó de Ana» (1 Sam. 1: 19). ¡Qué hermoso¡ Hermanos, Cristo, el señor del universo, también se acordará de nuestros ruegos. Cristo, quien gobierna la rutas de las estrellas, también se acordará de tus lágrimas. Cristo, que murió por ti y lloró por ti, no echará al olvido tus oraciones. Él se acordará de ti, él te socorrerá, él cumplirá los deseos de tu corazón, él nos concederá nuestras peticiones. Pero necesita-mos orar como lo hizo Ana: derramando nuestras almas y no solo nuestras palabras.

Los que lloran

A lo largo de la historia los grandes hombres de Dios se han caracterizado por haber estado entre «los que lloran» humildad y contrición:

u Moisés derramó lágrimas por el pecado de su pueblo (Núm. 25: 6). u David lloró y afligió su alma con ayuno (Sal. 69: 10).

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7. «Los que sembraron con lágrimas…»

u Isaías lloró por la necesidad de su nación (Isaí. 16: 9). u Esdras derramó lágrimas por su pueblo (Esd. 10: 1).

u Nehemías se sentó, lloró e hizo duelo por Jerusalén (Neh. 1: 4).

u Jeremías es conocido como el profeta llorón: «Derramen mis ojos lágrimas noche y día, y no

cesen; porque de gran quebrantamiento es quebrantada la virgen hija de mi pueblo, de plaga muy dolorosa» (Jer. 14: 17).

u A su vez, Pablo, el gran apóstol misionero, era también conocido por su ministerio de

lágri-mas: «Porque por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas» (2 Cor. 2: 4). «Acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno» (Hech. 20: 31).

Conclusión

Por medio del profeta Joel, el Señor pronunció estas palabras: «Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento» (Joel 2: 12). Hoy el Señor nos llama a orar con lágrimas por los miembros de nuestras iglesias: «Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová, y digan: Perdona, oh Jehová, a tu pueblo» (Joel 2: 17). Dios conoce y anota nuestras lagrimas: «Pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?» (Salmo 56: 8).

Fíjese bien en esta declaración David. El salmista es consciente de que Dios recoge cada una de sus lágrimas. Los arqueólogos han desenterrado muchas botellas llenas de lágrimas en las tumbas antiguas. En aquellos tiempos se acostumbraba a recoger las lágrimas que alguien había derramado por un ser querido, se colocaban en una botella y se enterraban junto con la persona amada. ¿Puede usted imaginarse a Dios como un ser que está pendiente de nuestras lágrimas, y las recoge en su redoma?

Concluyo con esta declaración de Elena G. de White:

«Cuando los hombres y las mujeres van a su trabajo, o están orando; cuando se acuestan por la noche o se levantan por la mañana; cuando el rico se sacia en su mansión, o cuando el pobre reúne a sus hijos alrededor de su escasa mesa, el Padre celestial vigila tiernamente a todos. No se derraman lágrimas sin que él no las note. No hay sonrisa que ante él pase por inadvertida» (El camino a Cristo, cap. 10, p. 127, edición APIA).

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Orar en

el nombre

de Jesús

Jesús dijo a sus discípulos que debían orar al Padre invocando su nombre. Pero se ha preguntado usted, ¿qué significa orar en el nombre de Cristo?

A fin de que podamos orar en el nombre de Jesús hemos de tener presentes algunos asuntos muy importantes.

Permanecer en Cristo

Nuestro Señor hizo la siguiente promesa: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pedís en mi nombre, yo lo haré» (Juan 14: 13, 14). Sin embargo, Jesús agregó lo siguiente: «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en voso -tros, pedir todo lo que queráis, y os será hecho» (Juan 15: 7). Ahí está la clave. Si queremos orar en el nombre de Jesús ello significa que debemos tener una estrecha relación con él. Como dijo el Señor: «Separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15: 5). Nada es nada. Por tanto, para que podamos elevar oraciones que sean escuchadas y respondidas por el Padre tienen que ser el fruto de una estrecha re-lación con el Señor. Para orar en el nombre de Jesús debemos estar relacionados con Jesús.

Aceptar la voluntad de Dios

Cuando Cristo nos dejó un ejemplo de los elementos esenciales de la oración, incluyó esta frase: «Hágase tu voluntad» (Mat. 6: 10). Y Jesús mismo vivió en armonía con dicha expresión. En Getse-maní, en su momento de mayor agonía, en su momento de mayor desesperación, en el momento

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cuando la tentación de abandonar la cruz casi se materializaba, el Señor oró: «No sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mat. 26: 39). A veces creemos que orar en el nombre Jesús nos garan-tiza que nuestra petición será respondida tal y como la hemos expresado. Pero no podemos obviar este hecho: Quizá su oración no está en sintonía con lo que Dios quiere para su vida. Pablo oró tres veces para que el Señor le quitará el aguijón que lo atormentaba día y noche. Tres veces reclamó la sanidad divina. Tres veces suplicó que se lo librara de aquella terrible enfermedad. Sin embargo, a pesar de haber hecho la petición, esta fue la respuesta: «Bástate mi gracia» (2 Cor. 12: 7-9). Así que, Pablo no tuvo otra alternativa más que someterse a la voluntad de Dios y aceptarla de buena gana. Lo repito: Orar en el nombre de Jesús es orar con la disposición de aceptar la voluntad de Dios respecto a nuestro pedido.

En armonía con la Palabra de Dios

Orar en el nombre de Jesús implica que debemos vivir en armonía con lo que Dios ha dicho. Usted no puede reclamar que ora en el nombre del Señor mientras vive pasando por alto sus mandamientos. Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14: 15). Incluso, la Biblia dice que el que aparta su oído para no escuchar la ley de Dios, su oración es abominable (Prov. 28: 9). Si queremos que Dios nos escuche, nosotros debemos estar dispuesto a escuchar y obedecer sus palabras. El gran problema de muchos de nosotros es que anhelamos que Dios res-ponda nuestros ruegos, sin embargo, nosotros no queremos prestar atención a la Palabra de Dios. Orar en nombre de Jesús conlleva vivir en armonía con las palabras de Jesús.

Salvos por gracia

Muchos de nosotros crecimos en un ambiente donde se le daba poderes salvíficos a la oración. Íbamos al sacerdote, confesábamos nuestros pecados, entonces, si queríamos recibir el perdón, de-bíamos efectuar una serie de plegarias. Hermanos, la oración no salva. La oración no da méritos para heredar el cielo. Muchos hemos convertido la oración en mero legalismo. Reflexionen en la experiencia del fariseo. Pregunto, ¿era el fariseo un hombre de oración? Claro que sí. Oraba mucho. Incluso era famoso por hacer largas oraciones. Era frecuente verlo orar en las esquinas de las calles. Era un hombre de oración. ¿Pero cómo oraba? Tenemos un ejemplo bíblico de una de sus oraciones: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, […] ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano» (Luc. 18: 9-13).

Para este hombre la oración era el medio a través del cual manifestaba su pretendida superioridad espiritual sobre el resto de los seres humanos. Orar en el nombre Jesús conlleva que aceptamos el poder salvador de dicho nombre.

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8. Orar en el nombre de Jesús

u «Y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1: 21). u «Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres,

en que podamos ser salvos» (Hech. 4: 12).

u «Porque todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo» (Rom. 10: 13).

Cuando oramos en el nombre de Jesús, estamos reconociendo nuestra incapacidad, nuestras fla-quezas, nuestras debilidades. Estamos aceptando que nuestra salvación es de origen divino, por gra-cia, sin ninguna obra de parte nuestra. Orar en el nombre de Jesús, es orar como lo hizo el publicano: «Dios, sé propicio a mí, pecador» (Luc. 18: 13).

Conclusión

Mis hermanos, antes de concluir me gustaría compartir con ustedes varias declaraciones de Elena G. de White:

u «Orar en el nombre de Jesús significa mucho. Significa que hemos de aceptar su carácter,

ma-nifestar su espíritu y realizar sus obras» (La oración, cap. 20, p. 261).

u «Orar en el nombre de Jesús es más que una mera mención de su nombre al principio y al fin

de la oración. Es orar con los sentimientos y el espíritu de Jesús, creyendo en sus promesas, confiando en su gracia y haciendo sus obras» (ibíd.).

u «En el nombre de Jesús podemos llegar a la presencia de Dios con la confianza de un niño. No

hace falta que algún hombre nos sirva de mediador. Por medio de Jesús, podemos abrir nuestro corazón a Dios como a quien nos conoce y nos ama» (El discurso maestro de Jesucristo, p. 73). ¡Que sagrado privilegio tenemos usted y yo! Hermanos, no necesitamos que un ser humano nos recomiende ante Dios. Podemos acudir ahora mismo, directamente, al trono divino. Eleve la mirada hacia su Padre celestial; no se sienta avergonzado de acercarse a él. Dios lo está esperando; esperaba que usted hable con él en oración. No olvide nunca que Jesús es su representante. Regocíjese en lo precioso que es ese nombre. El nombre de Jesús representa toda la belleza y hermosura del Señor. Reflexione en toda su bondad, en especial su benevolencia hacia usted. Exprese su amor usando el nombre de Jesús. Crea en ese nombre. Ore en el nombre de Jesús. ¿Le gustaría que lo hagamos en este momento?

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Sermones

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1

Los maravillosos

secretos de

una vida nueva

A. Llamando la atención

Una mañana Mary le dijo a su abuela: «¿Abuelita, qué vamos a hacer hoy en la mañana? No te-nemos nada para desayunar». «Vamos a encender el fuego, poner la olla, preparar la mesa y hablar con nuestro Padre Celestial. Vamos a desayunar, aunque él tenga que convertir las piedras en panes», contestó la abuela.

Esa misma mañana un visitante tocó la puerta. Era un ancianito. «¿Tienen por casualidad una piedra de molino que me puedan vender?», preguntó. La abuela tenía una, y se la vendió por diez dólares. «Arrodillémonos para darle gracias a Dios», dijo la abuela. «Luego, irás a comprar algo de comida para el desayuno, Mary». De esa forma el Señor transformó una piedra en pan.

B. La necesidad

¿Acaso alguna pena te afecta? ¿Parece la carga muy fuerte para tu dolido corazón? Hay alguien que te amará y te consolará, si le entregas tu pesar. Hay un amigo dispuesto a ayudarte, si tan solo le abres la puerta. ¡La vida no es fácil! Para tener éxito debemos entender el propósito de nuestra existencia.

u Dios se compadece como un tierno padre (Sal. 103: 13-18).

u Él te ofrece el consuelo de la esperanza de la resurrección (1 Tes. 4: 13-18). u Dios mismo quitará todo motivo de dolor (Apoc. 21: 4).

(36)

Un morador de un barrio marginado de una gran ciudad se sintió inclinado a asistir a la iglesia y se convirtió en un fiel cristiano. Un día alguien le preguntó: «Si Dios te ama, ¿por qué no se pre-ocupa más por ti? ¿Por qué no le indica a alguien que te traiga un par de zapatos y un mejor abrigo?». El nuevo creyente le respondió: «Yo creo que él se lo dice a alguien, pero esa persona se olvida de hacerlo».

C. Actuando

Esta noche, ¡Dios se acuerda de ti! ¡Jesús conoce tu sufrimiento! Jesús sufre cuando tú sufres. ¿Cuántos en esta noche están dispuestos a contarle a Jesús todos su problemas? Levanten su mano derecha.

¿Cuántos creen que Jesús puede saciar y sanar sus almas enfermas de pecado? Pónganse de pie. La oración es la llave que abre los almacenes de bendiciones del cielo. Todos los que en esta noche sientan la necesidad de orar y de ser consolados, vengan conmigo al pie del altar para que oremos. ¡Los invito para que lo hagan ahora!

Cantemos juntos el cántico que comienza con estas palabras: «Con sin igual amor Cristo me ama…».

36

(37)

2

La maravillosa

gracia que no

te abandona

A. Llamando la atención

Su nacimiento ocurre en contra de las leyes naturales. Su muerte no sigue las leyes de la muerte. No poseía un terreno sembrado de trigo ni una empresa pesquera; sin embargo, preparó un banquete para cinco mil personas y sobró pan y pescado. No caminó sobre hermosas alfombras o sobre paños de terciopelo; sin embargo, caminó sobre las aguas del mar de Galilea y ellas lo sostuvieron.

Durante tres años predicó su mensaje. No escribió ningún libro, no construyó ninguna iglesia, no tuvo ningún apoyo económico. Sin embargo, después de más de dos mil años, él es el personaje central de la historia; el eje alrededor del cual giran los acontecimientos de todas las edades. Él es único regenerador de la raza humana. Tomos hemos de acudir a él y decirle: «Señor mío y Dios mío».

B. La necesidad

Es un axioma universal que somos transformados por lo que contemplamos. Yo te pregunto esta noche: ¿Quién o qué ocupa la mayor parte de tu tiempo? ¿Has examinado seriamente lo hermoso y lo especial que es la vida y el ministerio de Jesús? Un examen cuidadoso de la vida y muerte de Cristo puede cambiar tu vida esta noche. Jesús desea ser tu Salvador y tu Señor. ¿Cuántos desean que él sea su Salvador y Señor? Levanten su mano derecha.

Charles Spurgeon dijo en cierto ocasión: «He oído que algunos ministros pueden predicar un sermón sin mencionar el nombre de Jesús desde su inicio hasta su final».

(38)

Si tú alguna vez escuchas un sermón de ese tipo, ¡cuidado! ¡No vuelvas a escuchar otro sermón de ese predicador! ¿Se imagina usted un panadero haciendo pan sin harina? Pues lo mismo digo respecto al hombre que puede predicar un evangelio desprovisto de Jesús, ¡No me lo puedo imaginar!

Pero mis apreciados amigos, las almas de ustedes y la mía son demasiado valiosas para dejarlas a merced de un predicador de esa categoría.

1. Jesús es especial: su divinidad

u Él es el creador: Juan 1: 3; Colosenses 1: 16.

u Él existía antes de venir a la tierra: Juan 8: 38; Apocalipsis 22: 13. u Él ejerce su señorío sobre la naturaleza (Mat. 8: 27).

u Él es Dios: Juan 1: 1-3; Colosenses 2: 3.Jesús moraba con su Padre antes de la creación del

mundo.

u Jesús conoce todo acerca del Padre y de la belleza del cielo. Jesús vino a la tierra para hablarnos

del amor del Padre por nosotros. Jesús moraba con su Padre. Únicamente él sabe cuánto te ama su Padre. Nadie más puede explicar o demostrar el amor del Padre por ti.

Ilustración

Hace algunos años el director de una escuela misionera en el Cairo, Egipto; recibió una carta de un budista japonés cuyos hijos asistían a dicha escuela. «¿Quién es Juan tres dieciséis? Mis hijos siem-pre están hablando de él». El director le devolvió una nota que decía: «Juan tres dieciséis no es una persona, sino una frase de un libro». El budista pidió que le enviara aquel libro, y algún tiempo des-pués él y toda su familia se hicieron cristianos.

1. Jesús es especial: su humanidad

u Él se hizo hombre: Juan 1: 14; 1 Timoteo 3: 16.

u Vino como uno de nosotros: Romanos 8: 3; Hebreos 2: 14.

u Su nombre Emanuel significa que Dios habitó con nosotros: Mateo 1: 23.

2. Jesús tuvo un momento para todo

La vida y el ministerio de Jesús fueron acertadamente predichos en el Antiguo Testamento y luego se cumplieron en el Nuevo Testamento. Examinemos los acontecimientos, las predicciones y el cumplimiento respecto a Jesús:

La vida y la obra de ningún otro ser humano no ha sido predicha con tanta precisión ni se cum-plió como en el caso de Jesús.

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Referencias

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