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[LIBRO] Por una geografía del poder RAFFESTEIN

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POR UNA GEOGRAFIA DEL

PODER

Claude RAFFESTIN

Traducción y notas Yanga Villagómez Velázquez

EL COLEGIO DE MICHOACAN

Noviembre 2011

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INDICE

PREFACIO Advertencias Preliminares 4 9 PRIMERA PARTE

DE UNA PROBLEMÁTICA A OTRA

CAPITULO I. CRITICA DE LA GEOGRAFIA POLITICA CLASICA I.SURGIMIENTO DE LA GEOGRAFIA POLITICA. II. ¿GEOGRAFÍA POLÍTICA O GEOGRAFÍA DEL ESTADO?

III.-EL LENGUAJE DE LA GEOGRAFIA DEL ESTADO. CAPITULO II. ELEMENTOS PARA UNA PROBLEMÁTICA RELACIONAL

I.- ¿QUE ES UNA PROBLEMÁTICA? II.- IDENTIFICACION DE LA RELACION.

III.- LOS ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE LA RELACION. CAPITULO III. EL PODER

I.- ¿QUÉ ES EL PODER? II.- LOS RIESGOS DEL PODER.

III.- EL CAMPO DEL PODER.

12 13 14 18 22 27 27 28 33 41 41 45 47 SEGUNDA PARTE LA POBLACION Y EL PODER CAPITULO I. ENUMERACION Y PODER

I.- LA REPRESENTACIÓN DE LA POBLACIÓN: PRIMER DOMINIO DEL PODER

II.- LOS ACTORES Y SUS FINES

III.- CONTROL Y GESTION DE LOS FLUJOS NATURALES IV.- CONTROL Y GESTION DE LOS FLUJOS MIGRATORIOS

CAPITULO II. LENGUA Y PODER I.- LAS FUNCIONES DEL LENGUAJE

II.- LA LENGUA COMO RECURSO.

III.- LA LENGUA Y LAS RELACIONES DE PODER CAPITULO III. RELIGION Y PODER

I.- LO SAGRADO Y LO PROFANO II.- LAS RELACIONES ESTADO-IGLESIA

III.- EL DESPERTAR DEL ISLAM. CAPITULO IV. RAZAS ETNIAS Y PODER

I.- EL PAPEL Y EL SIGNIFICADO DE LAS DIFERENCIAS. II.- FORMAS DE DISCRIMINACIÓN.

52 53 53 60 63 68 74 74 75 80 89 89 93 95 96 96 97

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3 TERCERA PARTE

EL TERRITORIO Y EL PODER CAPITULO I. ¿QUE ES EL TERRITORIO?

I.- DEL ESPACIO AL TERRITORIO. II.- EL SISTEMA TERRITORIAL.

III.- LA TERRITORIALIDAD.

CAPITULO II. LAS RETÍCULAS DEL PODER I.- LÍMITES Y FRONTERAS

II.- CAMBIO DE PODER-CAMBIO DE DIVISIÓN III.- CAMBIO DE MODO DE PRODUCCIÓN-CAMBIO DE DIVISIÓN

IV.- A LA BÚSQUEDA DE UNA NUEVA DIVISIÓN: LA REGIÓN CAPITULO III. NUDOSIDAD, CENTRALIDAD Y MARGINALIDAD

I.- LOS LUGARES DEL PODER II.- LAS CAPITALES Y EL PODER

III.- REGIONES, NACIONES, GRANDES ESPACIOS Y PODER CAPÍTULO IV. LAS REDES Y EL PODER

I.- LA CIRCULACIÓN Y LA COMUNICACIÓN II.- LOS ACTORES Y LA CIRCULACIÓN III.- LOS ACTORES Y LA COMUNICACIÓN

101 102 104 106 112 116 116 120 124 127 130 130 132 136 141 141 150 153 CUARTA PARTE

LOS RECURSOS Y EL PODER CAPÍTULO I. ¿QUÉ SON LOS RECURSOS?

I.- MATERIA, RECURSO, TECNICIDAD

II.- RECURSOS RENOVABLES Y RECURSOS NO RENOVABLES III.- LA MOVILIZACIÓN DE LOS RECURSOS

CAPITULO II. LOS ACTORES Y SUS ESTRATEGIAS I.- LOS COMPONENTES DE LA ESTRATEGIA II.- JAPON Y LA TRANSFERENCIA DE TECNOLOGÍA

III.- LAS MULTINACIONALES Y LA TRANSFERENCIA TECNOLÓGICA IV.- LAS ESTRATEGIAS DE LAS TECNOLOGIAS INTERMEDIARIAS

CAPITULO III. LOS RECURSOS COMO “ARMAS POLITICAS” I.- ¿QUE RECURSOS?

II.- LOS CEREALES Y PARTICULARMENTE EL TRIGO III.- LOS RECURSOS ENERGÉTICOS

IV.- EL COBRE Y EL ALUMINIO

157 157 158 158 161 165 168 168 172 174 176 178 178 179 183 186 OBSERVACIONES FINALES 189

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4 PREFACIO

Se nota al menor indicio: en la era de “la economía mundial”, de la “revolución islámica”, de la OPEP, de la ofensiva económica japonesa, de la invasión de Afganistán y del chantaje para el abastecimiento de cereales, la vieja y vergonzosa

Geopolítik entra en escena. La palabra misma ya no es tabú: aparece aquí y allá. Otra

vez revocada, disfrazada, adornada, la abuela con un diente mellado es echada hacia delante, cojeando cae en los brazos de una jovencita maltratada y usada antes de su madurez que dice llamarse Sociobiología o algo parecido. Miasmas del obscurantismo, convergencias casi inocentes, esperadas y casi “necesarias”.

Es así como este libro llega a tiempo quizá incluso de manera prematura: con la pretensión no de renovar una geografía política rutinaria, sino de refundarla y, lejos de hacer como que ignora la geopolítica, redescubrir sus límites y los de sus atractivos, que serían los menos alterados: en resumen, sus contradicciones.

Hubo una “geopolítica”, que en sus inicios no dejó de tener sus méritos, pero que enseguida sirvió para justificar las ambiciones de conquista, en el nombre de un determinismo sin matiz, y sirvió así al nazismo. Y también hubo una “geografía política” que, a fuerza de considerarse neutra y para hacer olvidar los excesos de la vergüenza de la familia, devino en una virtud sin virtudes, logrando esa proeza de ser una geografía política… apolítica. Inclusive influenció toda la geografía a tal punto de quitarle sabor: quiero decir, interés y poder para explicar. La simple palabra “política” chocaba como una incongruencia: por eso durante décadas se estudiaron las ciudades sin actores, el campo sin propietarios, la industria sin empresarios, las organizaciones sin inversionistas, los estados sin gobernantes. Es decir, una geografía sin poderes, puesto que la prima alemana había concedido demasiado al Poder.

Desde hace uno o dos lustros –claro, 1968 ayudó bastante y también el duro contacto de geógrafos “aplicados” con las realidades del ordenamiento territorial-, el panorama ha cambiado: la geografía habla cada vez más de poderes, de dominio, de actores, de tomadores de decisiones e incluso de teorías de la decisión, de estrategias y hasta de guerra. El error sería la fundación de un nuevo reduccionismo y la visualización de un misterioso Poder, deus inoex machina explicando todo y nada al mismo tiempo; de no verlo más que a nivel del estado y como una nueva Eternidad, legitimada por su misma eternidad, por su esencia de Naturaleza, permitiendo entonces legitimar todas las dominaciones, las opresiones, las explotaciones.

Porque conoce bien tanto la geografía política como la geopolítica, es que Claude Raffestin evita ese error y nos invita y prepara a no caer en él. Primero, solicitando que la geografía política no se limite más al análisis del comportamiento de los estados, aunque sabe delimitar lo político, o mejor, el poder, dondequiera que esté -y está por todas partes-: a otras escalas (la regional, la local) y en el conjunto de las relaciones sociales. Si eso no significara el riesgo de estrellar el libro contra un referente histórico muy pesado, quisiera llamarlo “Fundamentos para una Crítica de la Geografía política”. Oportunos Grundrisse, ahora que se sobrevalora el Estado para hacer olvidar las relaciones de dominación decisivas en ocasiones, por parte de las empresas y también por parte de las clases sociales. O para justificar el dominio “natural” de las grandes potencias sobre lo que no se atreven a nombrar los Unterstäte (los llamados Untermenschen1), esos tipos de Estados advenedizos que ni siquiera saben utilizar una

1 Untermensch «subhombre» o «subhumano» en alemán. Término empleado por la ideología nazi para referirse a lo que esta ideología consideraba «personas inferiores», particularmente a las masas del Este

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5 independencia apresuradamente concedida y que pretenden fijar el precio de sus favores –perdón, de sus recursos- incluso si, aunque se podría ignorar, esto no ocurre siempre, ni de forma exclusiva, en contra de las compañías…

La observación fundamental es que toda relación es asimétrica: si Claude Raffestin no lo dice de manera tan cruda, no está lejos de pensarlo. Toda relación implica un juego de poder. En ese sentido rebasa la noción de política: en efecto, es bueno que el título de este libro dé prioridad a los poderes más que a lo político. Esta Crítica, que es también constructiva, es concebida como una atenta práctica de las ciencias sociales: va en la misma línea de los trabajos de Michel Foucault y se apoya constantemente en las teorías de la información en sus diversas facetas: energía y entropía, comunicación y códigos. La lingüística y la lógica, lo sabemos, son especialidades de Ginebra: seremos sensibles a la solidez con la que ellas sostienen la ambición teórica que presenta Claude Raffestin y sus esfuerzos de formalización. No siempre me convencen los diagramas de dos ejes en los que la dialéctica resulta casi elemental, y ciertas analogías entre lengua, religión y capital pueden sorprendernos, pero en todo ello hay motivos para el ejercicio de la reflexión; se trata de temas que hay que re-examinar desde la raíz.

La re-evaluación sigue las mismas categorías de la geografía política clásica: población, territorio, recursos. Pero aquí se transforman completamente. La población no es un conjunto de habitantes, ni tampoco de productores-consumidores, sino una sociedad con sus poderes, sus lenguas y sus creencias; el territorio se convierte en una red de relaciones; los recursos ya no son “naturales” sino “producidos”. Por doquier hay actores, estrategias, dominación. No para justificarlas, sino para ponerlas al desnudo. Con distanciamiento: Claude Raffestin no pretende proponer un Sistema del Mundo; se le podría acusar de eclecticismo, yo le encuentro más bien, considerando el estado de la naturaleza de la cuestión, una prudencia de buena ley y de calidad científica. Aunque eso no impide de ninguna manera la firmeza de sus posiciones: hay que leer más bien lo que dice sobre los censos o las nuevas visiones globales de las redes territoriales, sobre la centralización, o en otro registro, sobre la ley 101 de Quebec.2

Me agrada que este libro pueda resaltar temas tan enormes como los recursos mundiales, las transferencias de tecnología, el papel de las religiones y el de las libertades y los controles totalitarios. Cuatro cuestiones en particular deberían llamar la atención en las discusiones de fondo: las nociones –o tal vez habría que hablar ya de conceptos- de recurso, cultura, territorio y diferencia.

Los recursos no preexisten en las sociedades, no son “naturales”; sus propiedades son “inventadas” por las sociedades y son variables en el tiempo, según los valores de uso y de cambio que cada sociedad les atribuye; cosas ocultas o casi, desde que se fundó la geografía, que parecen evidentes cuando se escribe claramente, pero que se olvidan en la práctica. Claude Raffestin presenta un intento de formalización entre los actores y sus estrategias, donde se ve que los poseedores de la tecnología están por lo común mejor posicionados que quienes poseen la materia inerte. Me parece que eso se podría complementar con el juego entre aquellos que poseen los medios para transferir recursos; no se trata de una simple cuestión técnica y me da la impresión de que tienen

(judíos, gitanos, eslavos, bolcheviques soviéticos) o cualquier otra persona que no perteneciese a la «raza aria» (NdT).

2

La ley del idioma francés (conocida como la ley101) fue una ley propuesta por Camille Laurin y adoptada por la AsambleaNacional de Québec el 26 de agosto de 1977durante el gobierno de René Lévesquele y en ella se definen los derechos lingüísticos de los ciudadanos de Québec. Con ella, el francés, el idioma de la mayoría, se convirtió en el idioma oficial del Estado de Quebec (NdT).

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6 todavía más poder que todos los demás. ¿Las “grandes petroleras” no fundaron su tremendo poder en el control de la circulación, más que en el de la producción y esa misma operación no se está repitiendo en materia de transferencia de información en la época de la telemática?

Eso abre otra discusión: ¿el conjunto información-tecnología debe ser considerado o no como recurso? Claude Raffestin evoca con razón las transferencias de tecnología y la querella de las tecnologías intermediarias, pobres recursos y recursos de pobres, sobre los cuales un Schumacher, pregona lo “small”, pero para otros, sugiere a los sub Estados que se conformen. Se trata, en este sentido, de los grandes riesgos de poder que la geografía no debe ignorar.

Como tampoco debe descuidar, después de este libro, el inmenso mundo de la lengua, de la religión o de la raza, que generalmente ha abordado desde el aspecto menos importante, es decir, mediante la simple descripción de su distribución espacial. Claude Raffestin hace una propuesta diferente en dos capítulos que para mí son los más novedosos de la obra: analiza los efectos de poder que tienen la lengua, la religión y la etnicidad y de los cuales éstos son el vehículo. La lengua es un instrumento de dominación: de la ciudad sobre el campo (¿pero se trata de “la ciudad” o más precisamente de “la burguesía”?), de una nación sobre otras, de una etnia sobre otras, e incluso de especialistas se trate del científico o del comerciante haoussa- y, habría que agregar, de una clase sobre otras. Esta fecunda pista va más allá de la lengua, a pesar de que Claude Raffestin otorga a esa palabra un significado muy amplio, equivalente casi al de “cultura”: el fondo con la forma, el contenido con el continente. Se trata precisamente, del saber, de su elaboración, de su apropiación, de su acumulación y de su transmisión y, al mismo tiempo, de otra forma de dominación mediante la información, recurso y medio de producción, instrumento de poder. La religión es un conjunto de valores y se aprovecha de la asimetría,3 al igual quela lengua; es también Iglesia y, en ese sentido, poder puro, inseparable del Estado en el ejercicio de la reproducción social; una legitima al otro, aportando ese consenso que facilita extraordinariamente la reproducción y la conducción del poder. En realidad, lo que hay que subrayar es todo el conjunto de la “cultura”: los valores formados por la praxis y que la guían; las representaciones y los mitos. En este sentido, un capítulo sobre la educación y la formación escolar como instrumentos de transmisión de la reserva social de información y como instrumento de reproducción social y en consecuencia, como instrumento de poder y de asimetría, complementaría de manera útil los capítulos sobre la lengua y la religión.

Una de las dimensiones de la cultura está en las representaciones y el sentido del territorio. Tema esencial para la geografía, pero tan ambiguo como la palabra espacio. No estoy seguro de que el punto de vista de Claude Raffestin, cuando define el espacio como un dato y el territorio como ese dato socializado, sea el más pertinente y rigurosamente sustentado. Pero también es cierto que hay que distinguir entre un concepto abstracto y geométrico -que a veces se denomina ampliamente-, la noción a veces un poco artificial de una naturaleza inmaculada, preexistente en la acción de la sociedad, sobre la cual ésta proyectaría sus estructuras acabadas, o que le serviría de encuadre externo –concepción en la que veo muchos peligros y ningún interés y que Claude Raffestin evita utilizar-, algo que, por el contrario, juzga fundamental, y que es a la vez entorno y dimensión intrínseca de la sociedad, producto de su actividad y agente de su reproducción, y que bien podría llamarse espacio, aunque Claude Raffestin

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7 prefiere llamar territorio. Pero éste último término se aplica mejor a una cuarta categoría, que incluye la idea de apropiación del espacio: un espacio mío y para

miactividad, donde por supuesto admito a otras personas pero no a cualquiera. Y

todavía sería necesario inclusive distinguir entre lo que llamaría una territorialidad general, que Claude Raffestin extiende a los valores, a las creencias y a las culturas4 y una territorialidad restringida, que se puede aplicar al espacio. Es esta noción acabada del territorio la que da origen a las asimetrías más dramáticas, a los poderes más encarnizados y más retrógrados. Lo cual implica diferenciación: afirmación, reconocimiento y negación del Otro, de los otros. Única noción, tal vez, gracias a la cual los humanos conservan algún parentesco animal. No subestimemos el territorio y desconfiemos de sus ideologías. Detrás de la etología5 y la idea de raíces ¡se perfilan únicamente regresiones! ¿Y no es acaso significativo que se apele a lo histórico, a lo cambiante, a lo contingente cuando se trata del progreso, al mismo tiempo que se aferra uno a lo natural, a lo eterno en épocas de remordimientoo si se trata de conservar el dominio conquistado –ya sea que se trate de las fronteras o las ideologías? La humanidad entera debería ser nuestro “territorio”.

Finalmente, la cuestión esencial podría ser la de la diferencia. Y ésta es una de las más complejas que existen, ya que en ella se mezclan diferencia y discriminación, respeto de la diferencia y justificación de la desigualdad, izquierdismo sentimental y extrema derecha poco novedosa. Claude Raffestin tiene sobre este tema páginas impactantes: la geografía no está mal situada para hablar de la diferencia, pero he aquí al menos un tema a debate: parece que admite que todo poder niega la diferencia y busca la uniformidad, la homogeneización, la isotropía. Es lo que se dice con frecuencia y es lo que han sostenido a su manera Stéphane Lupasco, Henri Lefebvre o Albert Jacquard. De manera parecida a la célebre historia del optimista y del pesimista soviéticos, que cuenta Alexandre Zinoviev (-“No puede ser peor”- “¡Claro que sí!”), me parece que este temor es… optimista, ya que la tendencia a la uniformización lleva a la máxima entropía y prometer la entropía del Poder es prometer su muerte.

Pero esta tendencia es más bien propia de poderes brutos y brutales, poco lúcidos, si no es que ciegos, de burócratas limitados, de jefecitos imbéciles y de tecnócratas necesitados, que se ejercen en ciertos momentos y por poco tiempo. Sin embargo, el mismo Dupont-Lajoie no sabe que él existe sólo porque otros son diferentes y los puede despreciar y le son útiles como chivos expiatorios: no los soporta y, no obstante, no es nadie sin ellos. Pero el verdadero poder, consciente y duradero, que encuentra las vías de su propia reproducción, es aquél que juega con las diferencias y que llega a crearlas, si es necesario, para explotarlas. Que se trate de una fábrica (la increíble complejidad de los salarios), de clases, de lugares, de naciones, que sea organizando las migraciones o desplazando las inversiones, el Capital, que ha hecho de la división social del trabajo y de la división espacial del trabajo sus principios, sabe crear la diferencia y vive de ella – incluso si su acción puede reducirlo localmente o si ciertas discriminaciones le incomodan (p.126), lo cual constituye la menor de sus contradicciones. De esta manera, crea la neguentropía6 como su fuente de la juventud, sin la cual hace ya tiempo que

4 Incluso integrar a la mujer en el “territorio” del homo siciliens. Apoyemos aquí el homenaje que Claude Raffestin hace de paso a RenéeRochefort, cuya tesis pionera sobre el Trabajo en Sicilia (¡hace ya veinte años!) ha sido poco conocida.

5 Rama de la Psicología que se dedica al estudio científico del carácter y de los modos de comportamiento del hombre (NdT).

6 Neguentropía define la energía como una serie de causas y efectos armónicamente acomodadas en las que la suma total de los efectos armónicos dan como resultado un acople de mayor magnitud que el

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8 habrían tenido razón los profetas que anuncian regularmente su desaparición inevitable y próxima. Después de todo, la aparente uniformidad de los mundos imaginados por Orwel o Zamiatine supone también diferencias sociales extremas ¿y funcionarían en los niveles tecnológicos y energéticos que describen, si no existiera, en algún lugar lejano, un pueblo de esclavos aún más esclavizado? La diferencia tiene frente a sí un gran camino por recorrer y tal vez no deberíamos perder de vista que ella es a veces, y en cierto sentido, excesiva: temo que ciertas ideologías “diferencialistas” no tienen otra función que hacérnoslo olvidar, precisamente porque el Poder -el verdadero- necesita crear o intensificar las diferencias, al mismo tiempo que esconde la agudización de otras, más esenciales.

Lo cual por supuesto no impide de ninguna manera estar atento a toda la riqueza del “patrimonio” cultural y natural y a que no desaparezca una parcela; aunque aquí se trata de otra cosa, que es necesario ver en detalle. Claude Raffestin tiene razón junto con aquellos que ven aquí una utilidad futura, como la conservación del potencial genético. A pesar de que esta posición previsora, un poco funcionalista, sea superflua: el simple

respeto del otro debería ser suficiente, pero con la condición de respetar también su

voluntad eventual de ser menos diferente en lo referente al ingreso, al acceso a la información y a establecer relaciones más simétricas…Diferente pero de alguna manera igual. Es eso, según entiendo, lo que inspira Claude Raffestin a lo largo de esta geografía de las asimetrías, lo cual es, no tengamos miedo de las palabras, lo esencial del humanismo.

Julio 1980 Roger Brunet

Director de investigación del CNRS

original, siendo una forma de resonancia que da como resultado paquetes de energía perfectamente utilizables por cualquier sistema perceptor de sus efectos. (NdT)

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AdvertenciasPreliminares

Este texto es un intento por cristalizar algunos fragmentos de una reflexión iniciada hace años y aún sin terminar. ¿Jamás terminará? No es seguro, en la medida en que las reflexiones se alimentan de un tema inagotable, el poder. Juguete de la perversidad clasificatoria, ha sido necesario ratificar, después de muchas otras, las diversas categorías de la geografía con que durante un tiempo creímos ilustrar lo que se ha convenido en llamar, desde hace más de un siglo, la geografía política. Ilusión perfecta, ya que la geografía, como ciencia del hombre, no se entrega “por partes” sino de un solo golpe, completa y totalmente. Es el laberinto en el que uno se pierde y se desespera… a menos que una Ariana compasiva proponga un hilo frágil pero suficientemente “real” para darle sentido a la aventura.

Es en el tema del poder donde creímos encontrar ese “hilo guía”. Sería pretencioso decir que gracias a él evitamos errar, pero sería ingrato no reconocer que el hilo nos permitió errar de manera coherente. Organizar la reflexión alrededor del poder no tiene nada de profundamente original desde que los politólogos sustituyeron ese concepto piloto por el del Estado, mismo que ha sido desde hace tiempo “el tema privilegiado de toda reflexión política”1

Carente de originalidad, la geografía posee al menos cierta “novedad” en el contexto de su disciplina, aunque con frecuencia se rebela contra la introducción de nociones que no son objeto de una traducción espacial inmediata. Me siento satisfecho de que uno de nosotros, y de los que tiene más prestigio, como Paul Claval, haya tenido el ánimo de consagrar una de sus últimas obras al tema del poder.2 Nosotros mismos en un breve ensayo, en el que el carácter transdisciplinario no fue concebido para ser ameno o despertar simpatía, colaboramos planteando algunos puntos de discusión.3

¿Pero tal vez ya todo esté dicho al confesar de manera imprudente que el poder no es “objeto de una traducción espacial inmediata”? ¿Esta afirmación tiene fundamento? Eso depende totalmente de la concepción epistemológica que se tenga de las ciencias del hombre y en consecuencia, de la geografía humana. Esta última no es la ciencia de los lugares o del espacio como quería Vidal de la Blanche. La geografía humana consiste en hacer explícito el conocimiento del conocimiento y de la práctica que los hombres tienen de esta realidad que se denomina “espacio”. En eso seguimos la concepción de nuestro amigo Luis Prieto, profesor de lingüística en la Universidad de Ginebra.4¿Y entonces? Entonces el “paisaje” de nuestra reflexión se modifica medianamente. Conocer y practicar una realidad material supone y postula un sistema de relaciones al interior del cual circula el poder, ya que éste es consustancial a toda relación. El conocimiento y la práctica puestos en marcha por el trabajo implican una forma de poder a la cual no es posible escapar.

Explicitar el conocimiento y la práctica que los hombres tienen de las cosas es, sin saberlo y sin quererlo, desnudar el poder que esos mismos hombres se atribuyen, o tratan de atribuirse, sobre los seres y las cosas. El poder no es ni una categoría espacial ni una categoría temporal, sino que está presente en cualquier “producción” que se apoya en el espacio y en el tiempo. El poder no se representa fácilmente; sin embargo, se le puede descifrar. Lo que nos falta es saber hacerlo, y en esa medida, podríamos al menos leerlo.

1 Georges BALANDIER. Anthropologie politique. P.U.F. Paris 1967, p.145. 2 Paul CLAVAL. Espace et pouvoir. P.U.F. Paris 1978

3 Claude RAFFESTIN, Mercedes BRESSO. Travail espace, pouvoir. L’Age d’Homme. Lausanne. 1979 4

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10 Al escribir esto, me viene a la memoria un cuadro de Goya, que más allá de lo que representa, expresa con terrible precisión el complejo entramado que las relaciones de poder tejen en los espectáculos más triviales. Pienso en el cuadro “Don Manuel Osorio de Zúñiga” en el que aparece un niño y sus juguetes “vivientes”. El espacio del cuadro está marcado por el niño vestido de rojo, sujeto por excelencia, y por los animales puestos a sus pies, a la derecha, a la izquierda y frente a él. Pero el espacio también está marcado por las relaciones que mantienen los elementos de esta composición. La obra de Goya es fascinante como metáfora pictórica de un sistema de poder. El niño ciertamente, domina con su presencia, resaltada por el rojo, pero lo hace sobre todo debido a que las relaciones pasadas, presentes y futuras le conciernen. Sostiene un cordón que traba al pájaro que está frente a él impidiéndole cualquier movimiento potencial, según la libertad que el niño quiera concederle. A su derecha, tres gatos, cuyas cabezas se sitúan en lo alto de un triángulo imaginario, fijan su mirada en el pájaro, en el que descubren un desafío ofrecido a su violencia, violencia escondida, lista para saltar pero que la presencia del niño impide. La prueba de ello es la ausencia de temor manifiesta en el pájaro, quien procura sujetar una carta con su pico. Del lado izquierdo del niño hay una jaula con pájaros más pequeños, misma que expresa su carácter de prisión, en un plano secundario del espacio construido. Todos los animales son desafíos para el niño que los controla y con los que mantiene relaciones de poder. Sin embargo, basta con que el convenio que mantiene a los gatos quietos cese para que la escena se anime y se vuelva un drama. El niño también es el desafío de esos animales, ya que es alternativamente restricción y garantía y hace que pese sobre ellos la ambigüedad de su voluntad. Es la medida de la incertidumbre y la parte que corresponde al azar para ellos… y para él. Es por lo tanto la representación de un equilibrio entre una infinidad de desequilibrios posibles que podemos imaginar pero no verificar. Las relaciones de poder se inscriben en una cinemática compleja.

Este libro se ha atado a esta cinemática del poder y su estructura exige algunos comentarios para facilitar su comprensión. Apoyándonos en la geografía política clásica tal y como ha sido trabajada desde Ratzel, hemos podido criticarla: criticar no es destruir, sino descubrir una identidad. La geografía política clásica es de hecho una geografía del Estado que había que rebasar proponiendo una problemática relacional en la cual la clave es el poder. En cualquier relación circula el poder, que no es poseído ni adquirido, sino pura y simplemente ejercido.

¿Ejercido por quién? Por actores surgidos de esta población analizada antes que el territorio. Prioridad que no se nos dejará de reprochar, pues rompe una tradición bien establecida en la geografía política. ¿Pero por qué la población en primer lugar? Porque es la fuente del poder, el fundamento mismo del poder, por su capacidad de innovación vinculada a su potencial de trabajo. Es por ella por la que pasan todas las relaciones. Como el niño de Goya, la población está marcada por el signo de la ambigüedad como actor y desafío al mismo tiempo. Es a través de ella que todo lo demás toma sentido y adquiere múltiples significaciones y es por ella que las cosas son coherentes, contradictorias y paradójicas.

El territorio, tema de la tercera parte, no podría ser más que producto de los actores. Estos generan el territorio partiendo de esta primera realidad dada, que es el espacio. Hay, pues, un “juicio” del territorio en virtud del cual se manifiestan todo tipo de relaciones de poder que se traducen en tejidos, redes y centralizaciones cuya permanencia es variable, pero cuya esencia no cambia en cuanto a categorías imprescindibles. El territorio es también un producto “consumido”, o si se prefiere vivido por aquellos que, sin haber participado en su elaboración, lo utilizan como un medio. Es aquí donde todo el problema de la territorialidad irrumpe, permitiendo

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11 verificar el carácter simétrico o asimétrico de las relaciones de poder. La territorialidad refleja seguramente el poder que se aboca a consumir mediante sus “productos”.

En la cuarta y última parte, analizamos los recursos, no como materias a adquirir o a poseer, ya que no lo son, sino como pretextos que originan prácticas y estrategias. Un recurso no es una cosa, es una relación cuyo éxito provoca la aparición de las propiedades necesarias para la satisfacción de necesidades. Pero tampoco es una relación estable, ya que aparece y desaparece también. Todo recurso es un devenir, todo recurso es un desafío dinámico. Nuestro sesgo contrastará con algunas costumbres. No es sino la consecuencia de una conceptualización que busca ser coherente en la perspectiva de la problemática relacional.

No hemos querido compilar informaciones o hechos, sino proponer un camino para escapar, precisamente, de la confusión de datos y anotaciones dispersas sin encuadre en un sistema de fundamentos. En ese sentido, nuestro ensayo es totalmente teórico. Algunas de nuestras hipótesis están por verificarse e invitan a la discusión. Nuestra reflexión, ya lo hemos dicho, no está terminada. En ese sentido, no hemos hecho un manual; se trataría eventualmente de un anti-manual, ya que plantea muchas preguntas y propone ejes de reflexión. Es, más allá del tiempo, un viejo sueño de estudiante que he tratado de realizar. Hubiera querido más libros que cuestionaran, en lugar de libros que respondieran, pues es mediante las preguntas, y no por las respuestas, que se mide el conocimiento.

Escribir un libro es una operación solitaria, pero eso supone, no obstante, una red de amistades múltiples. Por eso quiero agradecer muy sinceramente a DanielleJolimay quien se encargó con su talento y su amabilidad habituales de transcribir el texto. Agradezco a Jacques Cocquio, quien supo dar a los croquis un estilo gráfico armónico al tipo de ensayo de esta obra. Agradezco a Antoine Baillo, Henri Bertrand y Jean-Bernard Racine, quienes leyeron el manuscrito y lo enriquecieron con sus señalamientos y sugerencias siempre pertinentes y documentadas. Finalmente, agradezco a Mercedes Bresso, quien no solamente leyó de manera crítica el manuscrito sino que no dejó de procurarnos su ayuda vigilante cuando enfrentábamos dificultades.

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PRIMERA PARTE

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CAPITULO I

CRITICA DE LA GEOGRAFIA POLITICA CLASICA I. SURGIMIENTO DE LA GEOGRAFIA POLITICA.

Paradójicamente, las ciencias del hombre mientras más jóvenes son, más tentadas están a establecer su genealogía. Nadie espera una conferencia histórica al principio de una obra de física. Por el contrario, si es de sociología, de ciencia política o de geografía, no nos sorprenderán las referencias a una filiación. Los historiadores de las ciencias del hombre invierten con frecuencia considerables esfuerzos para retroceder en el pasado hacia los orígenes de sus disciplinas. Todos esos discursos históricos tuvieron durante mucho tiempo el objetivo de mostrar, antes que nada, la existencia de una continuidad, para fundamentarla identificación de “momentos” epistemológicos. La geografía política no escapó a esta tradición y se pueden apreciar, desde Herodoto hasta Ratzel, una multitud de ancestros como Platón, Aristóteles, Botero, Bodin, Vauban, Montesquieu, Turgot, etc., por mencionar sólo a algunos de los que, por una u otra razón, fueron llamados a dar testimonio de la antigüedad del proyecto político en la geografía.

No se trata en absoluto de desacreditar este tipo de investigación erudita, indispensable para la comprensión de una génesis, pero nos parece más significativo, cuando menos en lo que toca a nuestro propósito, aclarar los “momentos fuertes” de la epistemología geográfica. No abriremos un debate para saber si una epistemología de la geografía es posible. Debate que, no obstante sería necesario, en la medida en que muchos epistemólogos, siguiendo a Piaget, no otorgan a la geografía un estatuto epistemológico. Es particularmente revelador que Piaget no tome en cuenta la geografía humana entre las ciencias “nomotéticas.”1

Es todavía más sorprendente que la geografía, al igual que la economía o la demografía, por ejemplo, -con menos éxito tal vez-, busque establecer “leyes”. Como quiera que sea, postulamos que hay una posible epistemología de la geografía, dada su búsqueda de “leyes”, sean o no cuantitativas.

Nos encontramos motivados por esta vía de la geografía política, fundada en toda su amplitud, por Ratzel en 1897.2 En todo el proyecto ratzeliano subyace una concepción nomotética y es poco relevante, en el estado actual del análisis, saber si tuvo éxito o no. La obra de Ratzel es un “momento epistemológico”, ya sea que se trate de su “Anthropo geographie” o de su “Politische Geographie”.

Ratzel se encuentra en un punto de convergencia entre una corriente de pensamiento naturalista y una de pensamiento sociológico, que el análisis minucioso de sus fuentes permite revelar, aunque sea difícil, ya que Ratzel, excepto por algunas notas y señalamientos, no proporciona sino pocas o nulas referencias. Sin embargo, siguiendo su obra, es relativamente fácil descubrir lo que retoma de las ciencias naturales, de la etnografía, de la sociología, pero sobre todo de la historia. Ratzel seguramente estuvo influenciado por historiadores como Curtius y Mommsen, por geógrafos como Ritter y Reclus, pero también por un hombre como Spencer, quien le hizo descubrir la ley del desarrollo, retomada más tarde por Darwin. Estuvo influenciado también por el rigor casi matemático de Clausewitz. El cuadro conceptual de Ratzel es vasto y tan naturalista como sociológico, pero sería erróneo reprocharle el haber “naturalizado” la geografía política, como se ha hecho en ocasiones. El mismo Ratzel tomó sus distancias y reconoció que la comparación del Estado con organismos altamente desarrollados no fructificó (“Der

1 Cf. Jean PIAGET. Epistémologie des sciences de l’homme. Gallimard, Paris, p.17. 2

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14 Vergleich des Staates mith ochentwickelten Organismen ist unfruchtbar”).3 Al insistir sobre el Estado, la circulación y la guerra, Ratzel revela sus preocupaciones y sobre todo manifiesta una perspectiva socio-política que no quedará satisfecha con un simple distanciamiento de los métodos puramente biológicos.

La segunda edición puede considerarse como la obra maestra que ha orientado e influenciado no solamente a la escuela alemana, sino que incluso, de manera diferenciada, ha tenido influencia en todas las demás escuelas de la geografía. No queremos decir que los autores que siguieron a Ratzel sean sus epígonos, sino que la obra ratzeliana, al poner las bases de la geografía política, trazó un cuadro en el que se puede trabajar incluso oponiéndosele, tal y como sucedió con la escuela francesa. Ratzel planteó una serie de conceptos, algunos de los cuales se difundieron mucho y otros no. Es indispensable dar un rápido vistazo al aporte ratzeliano para comprender cómo emergió la geografía política y de qué manera se desarrolló posteriormente.

Ratzel partía de la idea de que existía una relación estrecha entre el suelo y el Estado. En el fondo, se trataba de una estrategia política de lo que se llamó determinismo y que tuvo sus encarnizados defensores y detractores. No es este el lugar para retomar esta vieja discusión cuyo interés no es sino histórico. Sin embargo, es interesante mostrar que esta relación entre suelo y Estado inauguraba una tendencia nomotética en la geografía, que el famoso probabilismo francés no supo reemplazar. No supo hacerlo en la medida en que los instrumentos que habría podido movilizar, en particular, la estadística probabilística, no fueron parte del arsenal metodológico de la geografía durante cuando menos medio siglo. El elemento fundador, formador del Estado fue, para Ratzel, el enraizamiento en el suelo de las comunidades que explotan los potenciales territoriales. El análisis ratzeliano se desarrolló sincrónica y diacrónicamente, de ahí la necesidad de valerse de los historiadores. En la evolución del estado, Ratzel percibió muy bien el rol y la influencia que podrían tener las representaciones geográficas, así como las ideas religiosas y nacionales. Pero es seguro que fue en los conceptos espaciales donde Ratzel concentró sus esfuerzos y en particular sobre la posición, que es uno de los conceptos más importantes de la geografía política. También las fronteras llamaron su atención, en tanto órganos periféricos del Estado. Por eso buscó distinguir la importancia de las zonas de contacto, tierra-mar por ejemplo, mares, montañas, planicies, sin olvidar la relevancia de los ríos y lagos. Sin embargo, no descuidó el estudio de la población y la circulación, entendidos como movimiento de los seres y de las cosas.

Si consideramos de manera más precisa algunos de los conceptos utilizados por Ratzel, sorprende su modernidad. Es suficiente mencionar, para convencerse de ello, el crecimiento diferencial, el centro y la periferia, el interior y el exterior, la proximidad, entre otros. Los estudios contemporáneos sobre la alometría4 han dado al concepto de crecimiento diferencial una base matemática, mientras que los economistas, aunque no sólo ellos, han adoptado los conceptos de centro y periferia.5 Sin duda, esos conceptos fueron desviados de su sentido original que, para Ratzel, era espacial, pese a lo cual fueron útiles para expresar estrategias realizadas en el espacio.

Muchas cosas, si no es que todas, están en la obra de Ratzel, pero fueron olvidadas… y redescubiertas, a veces sesenta años después. La perspectiva iniciada por Ratzel fue muy amplia y durante varias décadas el programa de la geografía política no se modificó en su esencia. Se puede afirmar inclusive que sólo nos conformamos con explotar la “mina

3 F. RATZEL. Politische Géographie oder die Geographie der Staaten, des Verkehres und des Krieges. München und Berlin, 2e edition, 1903, p.13.

4

Área de conocimiento de la zoología que estudia el cambio en las proporciones del cuerpo de un animal durante su crecimiento, según el desarrollo de uno de sus miembros y que puede ser lento o rápido (NdT). 5

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15 ratzeliana”. Lo que parece novedoso es aquello que Ratzel voluntaria o involuntariamente dejó en la sombra. En efecto, si se consideran sólo los marcos conceptuales, dejando de lado las transformaciones que sucedieron en el mundo desde el principio del siglo XX, así como los avances metodológicos de la geografía política debidos al uso del lenguaje lógico-matemático, se puede concluir que el pensamiento actual de la geografía política se produce, grosso modo, en los mismos moldes que los utilizados por Ratzel. Eso significa que se ha realizado, evidentemente, un enorme trabajo de reproducción, de actualización en los contenidos, y apenas modestos trabajos de creación, es decir, una mediocre actualización de las formas. Si Ratzel, vuelto a la vida, abriera los manuales de geografía política general, no se sentiría extrañado más que por el uso de ciertas fórmulas e índices, ya que encontraría las categorías analíticas utilizadas o forjadas por él mismo. Dichas categorías analíticas procedían directa o indirectamente de un solo y único concepto, el del Estado: “nadie ha visto al Estado. ¿Quién puede negar, no obstante, que sea una realidad?6 ¡Ratzel nunca negó que fuera una realidad! Inclusive contribuyó ampliamente a afirmarla en el terreno de la geografía. Es incluso la misma realidad, ya que es representativa de lo político, lo que busca Ratzel. Pero ¿cuál es este Estado que privilegia Ratzel? Es el Estado moderno o el Estado nación. Dicho de otra manera, Ratzel convierte a la Geografía en una de sus “conformaciones históricas posibles a través de las cuales una colectividad afirma su unidad política y construye su destino.”7

No tiene dudas sobre ello: “quien dice poder o autoridad no está diciendo sino Estado.”8 Para Ratzel todo acontece como si el Estado fuera el único lugar de poder, como si todo el poder estuviera concentrado en él: “Hay que disipar la frecuente confusión entre Estado y poder. El poder nace muy temprano, a partir de la historia que contribuye a hacer.”9 De esta manera Ratzel involucró a todos sus “herederos” en la vía de una geografía política que no considera más que al Estado o a los grupos de Estados.

Veremos enseguida el significado propiamente geográfico de esta decisión, pero antes, es necesario preguntarse por qué Ratzel tomó esta decisión. El mismo Ratzel no aporta una explicación, pero podemos interrogar al contexto en que se desarrolló. La Alemania del siglo XIX estaba inmersa en el pensamiento hegeliano. No sabemos si Ratzel simpatizaba con la concepción hegeliana, pero lo que es seguro es que toda su geografía política muestra que “El Estado es la realidad en acto de la Idea moral objetiva”… en la costumbre, tiene su existencia inmediata; en la consciencia de sí, el saber y la actividad del individuo, su existencia mediata; mientras que éste tiene, por el contrario, la libertad sustancial de atarse al Estado como a su esencia, como objetivo y como producto de su actividad.”10

No debe subestimarse el peso del “Zeitgeist” y Ratzel, cuando menos en su geografía política, hace eco del pensamiento del siglo XIX que racionaliza al Estado. Concede al estado su significado espacial y lo “teoriza” geográficamente. En este aspecto, no deja de ser influenciado por una larga tradición filosófica que encontró en Hegel a su representante más brillante: “en los primeros teóricos políticos de Europa –Hobbes, Spinoza, Rousseau- el Estado-Nación no se distingue bien de la Ciudad-Estado, porque el pueblo, la nación, el Estado se confunden. Mientras que Hegel establece entre dichos términos un vínculo racional”.11

6 Georges BURDEAU, L’Etat. Seuil, Paris 1970, p.13. Traducción nuestra (NdT).

7 Definición de J. Freund, citada por George BALANDIER en su Anthropologie politique, P.U.F. Paris 1967, p.145.

8

Henri LEFEBVRE. De l’Etat, 1, l’Etat dans le monde moderne. Union Generale d’Editions, Paris, 1976, p.4.

9 Ibid. p.4.

10 HEGEL, Principes de la philosophie du droit. Gallimard. Paris, 1963, p.270. 11

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16 Desde el momento en que el Estado=lo político, siendo la categoría del poder estatal superior a todas las demás, el estado puede ser la única categoría de análisis. Hemos demostrado que decir que el Estado es la única fuente del poder es una confusión, pero es también un discurso metonímico. O bien el Estado detenta el poder y es único que puede detentarlo, o bien es el poder superior y hay que suponer poderes inferiores que pueden interferir con aquél.

(La geografía política de Ratzel es una geografía del Estado y conlleva implícitamente una concepción totalitaria, la del Estado todopoderoso). Sin saberlo ni quererlo, Ratzel creó la geografía del “Estado totalitario”, donde el adjetivo significa aquello que abarca una totalidad, a diferencia del sentido político actual del término. Pero no hay que equivocarse, si Ratzel aún no conocía el Estado totalitario en el sentido contemporáneo, ya lo había imaginado y de hecho, en su geografía, lo hizo visible en su decoración espacial. Es verdad que el Estado no se ve, pero también es cierto que el Estado se muestra en una variedad importante de manifestaciones espaciales, de la capital a la frontera, pasando por las redes interiores jerarquizadas y las redes de circulación. El Estado puede leerse geográficamente y Ratzel aportó las categorías para descifrarlo: centro versus periferia, interior versus exterior, superior versus inferior, etc. La geopolítica, que es realmente una geografía del Estado totalitario (Italia, Alemania, URSS) no hizo sino abrevar del corpus de conceptos ratzelianos para encontrar los instrumentos de su elaboración.

Sólo existe el poder del Estado. Es tan evidente que Ratzel no alude, en materia de conflicto, al choque entre dos o más poderes, más que a la guerra entre Estados. Las otras formas de conflicto, como las revoluciones, por ejemplo, que cuestionan al Estado en su interioridad, no tienen lugar en su sistema. La ideología subyacente es la del Estado triunfador, la del poder estatal.

Todas las escuelas de geografía que hicieron geografía política después de la escuela alemana, como la francesa, la inglesa, la italiana y la americana, ratificaron estos principios filosóficos e ideológicos y, en ese sentido, nunca cuestionaron la ecuación Estado=poder. ¿Cuál es el significado geográfico del punto de vista del “conocimiento científico” de esta situación? En primer lugar, al no considerar más que al Estado, como es el caso de la geografía política general, no se dispone más que de un nivel analítico espacial, limitado por las fronteras. Ciertamente, existe también una jerarquía de niveles creados por el Estado para organizar, controlar y gestionar su territorio y la población, pero con el carácter cada vez más integrador y circundante del Estado dichos niveles aparecen más como relevos espaciales para difundir el poder estatal que como niveles articuladores del ejercicio de poderes inferiores. Dicho de otra manera, la escala es establecida por el Estado. Se trata de una geografía unidimensional que no es aceptable en la medida en que existen poderes múltiples que se manifiestan en las estrategias regionales o locales. En segundo lugar, el poder estatal es considerado un hecho evidente que no tiene necesidad de ser explicitado, ya que se expresa en las cristalizaciones espaciales que ponen de manifiesto su acción. Evidentemente se trata de inferir algo no identificado a partir de los signos que esta clase de geografía deja por aquí y por allá. Finalmente, hay una ruptura entre la dinámica que se puede constatar en ese poder estatal y las formas que se pueden observar en el terreno operativo de un territorio. Queremos decir que los diversos sistemas de flujo que contribuyen, en la génesis del poder estatal, a la elaboración de dichas formas, no están verdaderamente descritos o explicados. ¿Las cosas han cambiado desde Ratzel? ¿Estamos frente a una geografía política o estamos todavía frente a una geografía del Estado? Eso trataremos de ver.

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II. ¿GEOGRAFÍA POLÍTICA O GEOGRAFÍA DEL ESTADO?

Una verdadera geografía no puede ser sino una geografía del o de los poderes. Según nosotros, la expresión de geografía del poder es mejor y a partir de ahora, no utilizaremos más que esa. Si se dice, siguiendo a Lefebvre, que no hay más poder que el político, eso significa, considerando lo anterior, que la política no se refugia completamente en el Estado. En efecto, si lo político logra su forma más completa en el Estado, eso no implica que no pueda caracterizar también a otras comunidades: “Estudiando de manera comparativa el poder en todas las colectividades, se pueden descubrir las diferencias entre el poder dentro del Estado y el poder en otras comunidades”.1

Para una discusión acerca de lo político, remitimos a Balandier.2 Aceptamos que hay poder político desde el momento en que una organización lucha contra la entropía que la amenaza con el desorden. Esta definición, inspirada en Balandier, nos permite descubrir que el poder político es congruente con toda forma de organización. Ahora bien, la geografía política, en el sentido estricto del término, debería tener en cuenta a las organizaciones que se desarrollan en un contexto espacio -temporal que éstas contribuyen a organizar… o a desorganizar.

De forma general, la escuela alemana puso el acento en las tendencias expresadas por Ratzel y reveló ciertas dimensiones latentes en el autor. Independientemente de que se tome a Maull o Supan, no hay duda de que nos encontramos frente a una geografía del Estado y no frente a una geografía política que daría lugar a formas de poder político diferentes de las que se derivan directamente del Estado. Maull, muy sistemático, fue capaz de elaborar inclusive una morfología de los Estados, con lo cual puso en evidencia el proceso vital de creación estatal. Eso constituye una cadena “lógica” de inspiración biológica que recuerda, en ciertos aspectos, lo que Jones trató de hacer algunas décadas después con su Unified Field Theory.3 Fiel al determinismo, Maull buscó la manera de formular leyes: la de la dependencia causal entre hombre y naturaleza; la ley de la variabilidad de las relaciones entre la naturaleza y el ser humano; la ley del desarrollo, y la ley de la unidad de los efectos geográficos. Se notará, de paso, que el determinismo de Maull no es absoluto, sino que lo relativiza mediante la ley de variabilidad de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. Maull clausuró una época en la geografía alemana marcada sin duda por esfuerzos teóricos serios. Supan y Dix se encuentran en esta misma línea. El primero es cercano inclusive a la cuantificación, cuyos resultados merecerán la ironía de Ancel,4 mientras que el segundo se sitúa en una perspectiva geopolítica.5 Con la geopolítica, término atribuido a Rudolf Kjellen, se prepara la mundialización del Estado. La primera guerra mundial no es ajena a este control total por parte del Estado. Un hombre como JulienBenda, había presentido y analizado perfectamente lo que se tramaba: “La guerra política, al implicar la guerra de las culturas, es propiamente una invención de nuestro tiempo y le asegura un lugar insigne en la historia moral de la humanidad”.6

Este señalamiento, escrito en 1927, prueba sobradamente que el Estado está tratando de ocupar todo lugar disponible.

1 Maurice DUVERGER. Introduction à la politique. Gallimard, Paris. 1964, p.16.

2 Georges BALANDIER. Anthropologie politique. P.U.F. Coll. S.U.P. Paris, 1967, p.28-59

3 Cf. Otto MAUL Politische Geographie, Berlin 1925 y S.B. JONES An Unified field theory of political

geography: Annals of the Association of American geographers, vol.44, 1954.

4 Cf. Alexander SUPAN, Letlinien der allgemeinen politischen Geographie, Berlin und Leipzig 1922 et Jacques ANCEL, Géopolitique, Paris 1936, p.88.

5 Arthur DIX, Politische Geographie, Weltpolitisches Handbuch, München und Berlin 1922. 6

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18 Es evidente que con el advenimiento de la geopolítica se está frente a una ciencia del Estado concebido como un organismo geográfico en constante movimiento. Es el inicio del juego de suma cero de los Estados del siglo XX. En los años treinta, un grupo de autores, bajo la dirección de Kart Haushofer, elaboró el pensamiento geográfico del Estado nazi, útil para todo Estado totalitario. Desde entonces la geopolítica aparece como una especie de geografía aplicada al Estado. ¿Cómo sorprenderse entonces del desinterés de ciertas escuelas por la geografía política, si sabemos que inició con tan mala fama mala fama? Golpeada por esta indignidad, la geografía política permaneció estancada durante mucho tiempo. A pesar de ello, la que estaba en tela de juicio no era, desde nuestro punto de vista, una verdadera geografía política, sino una geografía del Estado. Después de haberse roto, la tradición alemana se reanudó y una de las últimas obras de Schwind tiene el mérito de presentarse como una “geografía del Estado”.7

La escuela francesa se fundó, en gran medida, como reacción a la alemana. Además, es más discreta en sus manifestaciones. Sin duda también fue debido a que Vidal de la Blanche no elaboró sino artículos y notas dispersas en esta materia. Al relativizar la relación hombre-suelo, la corriente vidaliana generó una crisis en el pensamiento geográfico. La primera víctima de esta crisis fue tal vez Camille Vallaux, a quien se percibe molesto después de haber rechazado el determinismo: “Para que (la geografía política) sea legítima, basta con encontrar las huellas de los agentes naturales, siempre o al menos de vez en cuando, y de manera profunda, o al menos discernible, en el transcurso del desarrollo histórico y de la evolución de los Estados”.8

¿Es posible estar más incómodo científicamente hablando? Vallaux, de quien se han olvidado demasiado pronto sus aportes originales, concluirá su obra con la constatación de que es difícil descubrir relaciones de causalidad y de interpenetración entre el suelo y el Estado provistos de ese carácter de necesidad que no puede pasar desapercibido para ninguna ciencia.9 Si la crisis iniciada por Vidal, que desembocó en lo que se ha llamado después el posibilismo, hubiera podido apoyarse en el concepto de probabilidad que postulaba implícitamente, la geografía habría conocido otro destino… No fue así. De hecho la escuela francesa, aun habiendo rechazado debidamente el determinismo, ha conservado de éste la idea de necesidad, que no es probabilística.10 Hicieron falta los instrumentos de reconstrucción para actuar después de la crisis. Habría que hacer un libro sobre el determinismo residual de la escuela francesa, que se puede apreciar aún en la actualidad.

Jean Brunhes, en su geografía de la historia, escapó en parte al restringido cuadro del Estado. Lo mismo Albert Demangeon y Emile Félix Gautier, entre otros, en sus obras sobre el fenómeno colonial. André Siegfried, en un contexto diferente y como consecuencia de una tradición inaugurada por Alexis de Tocqueville, ilustrará sobre todo el poder político, tal y como lo definimos, antes que el poder del Estado.

Uno de los raros autores que intentaron teorizar la geografía política fue Jacques Ancel, a quien Gottman condena severa e injustamente: “no se puede calificar de doctrina un intento desafortunado por encontrar un término medio entre los métodos francés y alemán”.11

Juicio aún más injusto, puesto que Ancel mismo estigmatizó los errores de la geografía alemana. Ancel elaboró un trabajo nada despreciable en materia de fronteras, que se inscribe totalmente en la tradición posibilista.12No cabe duda de que dichos trabajos han

7 Martin SCHWIND. Allgemeine Staatengeographie, Berlin, New York 1972. 8

Camille VALLAUX, Le sol et l’Etat. Paris, 1911 p.20. 9 Ibid., p.395.

10 Relativo al uso de la teoría de probabilidades, cálculo matemático, estadística (NdT). 11 Jean GOTTMANN, La politique des Etats et leur géographie. Paris 1952, p.56. 12

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19 envejecido, pero eso no impidió que marcaran un momento en la geografía política francesa.

Después de la Segunda Guerra Mundial, sólo Gottman realizó trabajos de geografía política que posiblemente marcaron más a los historiadores y a los politólogos que a los propios geógrafos. Gottman estuvo en la intersección de las influencias francesa y anglosajona, lo que permite encontrar en sus trabajos esta combinación de historia, ciencia política y geografía. Se hizo famoso por haber llamado la atención respecto a la iconografía y la circulación en la geografía política. De hecho, eso proviene en línea directa de Ratzel, a quien tuvo el mérito de redescubrir. Gottman se acercó a la geografía política: “No existe la política más que donde se ejerce la acción de los hombres que viven en sociedad”13

, pero la idea del poder no se explicita sino a través del Estado.

Los ingleses y los americanos manifestaron un especial interés por la geografía política. Los estadounidenses siguieron haciéndolo de manera activa. ¿Hay que señalar el efecto de la influencia y de la dominación que Inglaterra tuvo en el mundo alrededor del siglo XX y que los Estados Unidos ejercieron después? M.J. Mackinder trató desde 1904, de sistematizar en mapas a pequeña escala una visión neo histórica del poder o, más precisamente, de la potencia en el mundo. Hubo y hay todavía una innegable tentación planetaria en la explicación en geografía política. Se conoce la fórmula sintética de Mackinder: “quien posee el World Island (Europa, Asia, África), dirige el mundo”. Estas visiones que prefiguran la geopolítica, a pesar de su carácter pre-científico, -es decir, basadas en conceptos explícitos-, no fueron menos seductoras. En relación a eso, hay que mencionar también la predilección por el uso de explicaciones monistas como las de Huntington, quien buscó describir los movimientos políticos a partir de grandes pulsaciones climáticas. Indiscutiblemente, acentuó la importancia de la herencia… Por el contrario, hombres como Bowman tendrán una concepción más flexible, y hasta más justa. Bowman se guió por la siguiente opinión: “las cualidades y las reacciones mentales del hombre cambian poco”.14

Comprende bien que, en esas condiciones, la filosofía de la historia subyacente implica la repetición de ciertos fenómenos importantes. Además, Bowman abrió la veta inagotable de los world political pattern… Whittlesey no dudará en comprometerse en esta vía, sacrificando incluso a la geopolítica y proclamando, por ejemplo, que es “natural para el estado italiano aspirar a la hegemonía mediterránea.”15

Los Estados Unidos tuvieron algunos representantes en materia de geopolítica, como Spykman y Strausz-Hupé, quienes contribuyeron a desarrollar ciertos esquemas de política exterior para su país. Bogs y Hartshorne mostraron tendencias más humanistas, pero de todos modos inclinadas hacia el Estado. Ambos enriquecieron la geografía de las fronteras a través del ensayo e instrumentación de tipologías. Hartshorne es el autor de una teoría funcional en la que identifica, en relación al Estado, la “razón de ser” de éste y las fuerzas centrífugas y centrípetas que pueden respectivamente cuestionar su existencia o reforzar su cohesión. La geografía italiana, para cerrar este repaso general, no dejó de ilustrar al Estado como única fuente de poder político. Toschi se sacrificó en ello después de muchos otros.16 Salvo raras excepciones, la geografía política del siglo XX fue en general una geografía del Estado; una geografía unidimensional que no quiso ver en lo político más que una expresión del Estado. En realidad, la política penetró en toda la sociedad y si el Estadoresultó triunfante, ello no significa que no sea el lugar de conflictos y de

13

Cf. páginas dedicadas a la geografía política por Gottman en la Enciclopedia de la Pléyade, Géographie

générale, Paris 1966, p.1749-1765.

14 Isaiah BOWMAN. Le monde nouveau. Paris 1928, p.1.

15 Cf. Derwen WHITTLESEY. The Hearth and the State, New York 1939. 16

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20 oposiciones, en una palabra, de relaciones de poder que, no por ser asimétricas, dejan de tener presencia y de ser reales. La geografía del Estado borró sus conflictos, mientras que éstos subsisten en todo nivel relacional donde se postula una geografía política multidimensional. Esta geografía del Estado fue un factor de orden, al privilegiar lo concebido por encima de lo vivido. Sólo el análisis relacional está en condiciones de rebasar esta dicotomía concebido-vivido.17

La geografía del Estado fue construida a partir del lenguaje, de un sistema de signos, de un código que procede del Estado. ¿Cuáles son esos signos? ¿Cuál fue el lenguaje utilizado para describir geográficamente el hecho estatal?

17

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21

III. EL LENGUAJE DE LA GEOGRAFIA DEL ESTADO.

El estado del que tratamos es el Estado-nación, el mismo que la ruptura política de la Revolución Francesa hizo emerger.1 Se trata pues, de un fenómeno reciente que no tiene más de dos siglos. Pero no todos los Estados son Estados nación, e inclusive si el Estado se considera la expresión política de la nación, el Estado se define en primer lugar como ser político.2 Si hay un hecho sobre el cual los geógrafos tienen consenso, es sobre la definición del Estado: “El Estado existe cuando una población instalada en un territorio ejerce su propia soberanía.”3

Se consideran tres aspectos para caracterizar al Estado: la población, el territorio y la autoridad. Toda la geografía del Estado deriva de esta triada. Consideremos primero el territorio. En relación a éste, existen dos tipos de códigos: los códigos sintácticos y los códigos semánticos.4 El código sintáctico está formado por una serie de articulaciones como la dimensión, la forma y la posición, para considerar, por el momento, sólo algunas. Estas obedecen a la lógica estructural de una combinación que permite denotar la morfología general del territorio. Pero la observación empírica, que prevaleció mucho tiempo en la construcción teórica en geografía, muestra que el alcance de los códigos sintácticos nunca fue percibido ni mucho menos explotado en la geografía política clásica. Y sin embargo, si queremos determinar la acción política de los diferentes Estados en el transcurso de la historia, se tiene que admitir que las estrategias son señaladas por uno u otro de esos elementos sintácticos. Se trata de puntualizar una política que puede hacernos creer en la continuación de un sistema coherente. No fue sino hasta la Segunda Guerra Mundial, que Inglaterra puso en el centro de su estrategia general esta posición. Rusia, a partir de Pedro el Grande tuvo también esta preocupación. Mientras que otros Estados, como Brasil en el siglo XIX, siglo de disputas fronterizas, estuvieron fuertemente marcados por la preocupación de la dimensión.

Pero paradójicamente, la geografía política clásica estuvo más inclinada a decir que el Estado, hablando territorialmente, era pequeño, compacto y marítimo o grande, extenso y peninsular, mientras que hubiera sido más significativo mostrar o intentar mostrar qué articulación se utilizaba en la estrategia territorial durante cierto periodo. El uso de códigos semánticos de tipo: territorio grande, marítimo y fragmentado es frecuente. Esos códigos semánticos tienen un carácter estático que no carece, ciertamente, de interés, pero que disimula la o las estrategias que provocaron ese resultado. La combinación de una estrategia no se da de golpe, sino que obedece a una secuencia. Finalmente, esos códigos semánticos son tipos de mensajes que “no establecen posibilidades generadoras, sino esquemas ya hechos; no formas abiertas que suscitan la palabra, sino formas esclerotizadas…”5

. De esta manera, se puede describir, a partir del código sintáctico, un número importante de territorios, incluso los que no son observables. ¿Cuál es el interés? Ciertamente ninguno a nivel de la descripción, ya que sería difícil describir lo que no existe. El problema es otro. Las posibilidades generadoras del código sintáctico son perfectamente adecuadas para explicar la génesis de una estrategia territorial, sin necesidad de integrar simultáneamente varios objetivos. Una estrategia puede, por ejemplo, realizar

1

Ver, sobre ese problema, H.LEFEBVRE, De l’Etat, 3 Le monde de production étatique, Union Générale d’Editions, Paris 1977, p.50.

2 V. Norman J.G. POUNDS. Political Geography, MacGraw-Hill Book Company, New York 1972, p.12 3 Richard MUIR, Modern Political Geography MacMillan Press Ltd., London 1975, p.79

4 Sobre este problema de códigos, ver Humberto ECO La structure absente, Mercure de France, Paris 1972, p.292 y nuestro artículo, Peut-on parler de codes dans les sciences humaines et particulièrement en

géographie?, L’Espace géographique, Nº 3 1973, p.183-188. Los códigos sintácticos constituyen las

condiciones estructurales de la denotación mientras que los códigos semánticos combinan éstos para denotar las funciones.

5

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