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El Dificil Arte de Educar. Cons - Varios Autores

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El difícil arte de educar

CONSEJOS PRÁ CTICOS PA RA PA DRES CON HIJOS

PEQUEÑOS

Varios autores

Ebooks de Vanguardia

Colección ES eBooks

© Á lex Rodríguez (prólogo) © Á ngeles Rubio (capítulo 1 )

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© Jordi Jarque (capítulos 2, 5, 1 2 y 1 3) © May te Rius (capítulos 3, 4, 8, 9 y 1 0) © Marta Mejía (capítulos 6 y 1 1 ) © Elena Castells (capítulo 7 ) © De esta edición:

La V anguardia Ediciones, S.L. Diagonal 47 7 , 7 ª planta 08036 Barcelona

Primera edición, diciembre 201 1 Depósito legal: B-42929-201 1 ISBN: 97 8-84-1 547 4-99-9

Diseño, maquetación y edición: A ctiv idades Digital Media, S.L. (A DM)

EBOOKS DE V A NGUA RDIA : www.lav anguardia.com/ebooks Contacto: ebooks@lav anguardia.es

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Índice

Prólogo 1 . ¡Cómprame!

2. ¿Cuánto tienen que dormir los niños? 3. Educar las emociones

4. El buen castigo

5. El estrés no tiene edad 6. Freno al niño déspota

7 . Mamá, los pay asos me dan miedo 8. Manejar a Caín y A bel

9. Más que guiños y muecas 1 0. Únicos pero no rey es 1 1 . Hermanos cada 1 5 días 1 2. Niños más tranquilos 1 3. No son tan frágiles

Otros títulos de Ebooks de V anguardia Enlaces

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Prólogo

Educar a un hijo, acompañarle en su crecimiento, desde cuando comienza a gatear hasta cuando balbucea palabras, da sus primeros pasos o comienza a enhebrar la batería de porqués que a más de un padre sacan de quicio hasta acabar en ocasiones con su paciencia. Ser padres y sentar las bases del crecimiento de los hijos sobre las que v an a construir el futuro es, quizás, el oficio más difícil, y no hay academia o univ ersidad que gradúe en ello. Sólo la escuela de la v ida y la transmisión de conocimientos entre abuelos, padres e hijos sirv en para aportar algo de luz a las casuísticas que genera la educación de nuestros niños.

El segundo ES eBooks aborda esta cuestión desde la ex periencia de los más de cuatro años de v ida del suplemento de los sábados de La V anguardia. Cuánto tienen que dormir, cómo afrontar sus reiterados “¡cómprame!”, cuándo y cómo hay que castigarlos o manejar sus emociones, cómo manejar la riv alidad entre hermanos o a aquellos que te salen un poquito déspotas son algunos de los temas que se abordan en este libro de consejos prácticos para

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educar a los niños.

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Capítulo 1

¡Cómprame!

Los menores influy en cada v ez más en la distribución del gasto familiar, tanto por el incremento de su propio consumo como por sus opiniones más v ehementes sobre cualquier producto. Comprenderlos y defenderse de sus ataques consumistas es una opción aún más sensata en tiempos de crisis | De 5 a 1 1 años es cuando aprenden las pautas de consumo

Ángeles Rubio, socióloga

ES Estilos de v ida | 9 de octubre de 2010

Braudillard, uno de los pensadores contemporáneos más influy entes, la denominó sociedad de consumo (1 97 4). El también filósofo y sociólogo francés Gilles Lipov etsky la define con el título de algunos de sus libros, como Sociedad de la decepción (2008), Imperio de lo efímero (2004) y La era del vacío (2005). Y George Ritzer, más optimista que en su libro anterior, La Mcdonalización de la sociedad, define nuestro tiempo con el ilustrativ o título de El

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encanto de un mundo desencantado (2000). Pues bien, si el pensamiento desde hace dos siglos se debate entre corrientes críticas, eclécticas y apologistas del consumo, los padres lo hacen entre claudicar a las constantes demandas de sus retoños o negarse en aras del sentido común so peligro de someterles al aislamiento por marginarles de un consumo (de productos y contenidos) que emplean como forma de relación y ex presión de sus

preferencias.

Qué hacer cuando cumpleaños y celebraciones infantiles se conv ierten en una orgía de gasto, de los que además salen discutiendo o insatisfechos; cuando arrancar del tiov iv o a infantes de apenas dos años parece tarea de antidisturbios; o cuando, como cuenta Encarna, profesora de secundaria, mientras ella se debatía entre el dolor y el estrés con los preparativ os del funeral de su madre, su hija de dieciséis años se obstinaba en ir a comprar unos pantalones de marca para que no peligrase su imagen. Llegados a estos ex tremos se impone una labor de traducción de miedos y emociones de lo que y a es un conflicto intergeneracional

permanente. Si los padres, en su mocedad, a duras penas opinaban y conseguían influir sobre la

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naturaleza del postre, las nuev as generaciones lo hacen sobre la marca del pan, los cereales, el coche, su ropa y hasta la de sus may ores. Según la encuesta realizada por la empresa especializada en

inv estigación de mercados Milward Brown, un 7 3% de los niños españoles de entre 8 y 1 2 años

afirmaron que influy en en las compras de sus padres, sobre todo a la hora de adquirir ropa y zapatos (50%), alimentación (37 %) o acudir a un determinado restaurante o establecimientos de comida rápida (31 %).Un 8% aseguró que influía en el coche escogido por sus progenitores, mientras que, en otros países, la iniciativ a infantil era todav ía más alta: en el Reino Unido alcanzaba nada menos que el 20% de los encuestados.

Por primera v ez en la historia los menores, también conocidos como nativos digitales, no sólo se encuentran legitimados para ex presar su opinión bajo el modelo de familia democrático, sino además, son atentamente escuchados, más diestros que sus progenitores para informarse en otros idiomas a trav és de nuev as tecnologías y pioneros en su aplicación a la v ida cotidiana. Todo lo cual genera una suerte de padres fascinados por la interesante información cultural y de consumo de su progenie,

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necesaria para estar al día, mientras esta se dedica a llenar directamente el carro de la compra. Son padres blandos, que han sustituido el refuerzo negativ o de la conducta –el castigo– en la educación por otro positiv o –el premio–, pero en una sola de sus modalidades: las compras. Papás blandiblup (2009), como reza el título del libro de M.ª Á ngeles López, para quien “se trata de progenitores

ex pertos en que sus hijos tengan una vida muelle, al tiempo que sienten inquietud a la hora de poner límites”. Si los padres de generaciones anteriores estaban satisfechos con alimentar, v estir y , como mucho, dar estudios, “los de ahora se sentirán culpables por no jugar, no dedicarles suficiente atención”, o no enterarse, por ejemplo, de un desengaño amoroso sufrido por el hijo. Una dramatización ex cesiv a, deriv ada del recuerdo de las carencias y frustraciones prov enientes del modelo autoritario anterior –aunque nada tenga que v er con las de los menores–, y la popularización de los conocimientos psicoanalíticos sobre los efectos de los traumas infantiles en la salud psíquica y la personalidad. El resultado a v eces llega a la postergación de la educación misma y , sobre todo, una nuev a generación inquisitiv a e indiv idualista, que no aprende a resistir, y que se adentra sin

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salv aguardas en el abismo de un mundo emocional centrado en el propio deseo.

“Los niños son mucho más v ulnerables frente a los estímulos comerciales”, señala Clara Muela Molina, profesora de Publicidad en la Univ ersidad Rey Juan Carlos de Madrid. “Se encuentran en proceso de formación de su personalidad, necesitan

identificarse con ídolos y modas, y tienen may or dificultad en diferenciar estrategias publicitarias”, como por ejemplo, el emplazamiento del producto (product placement), “muy empleado en las series juv eniles, en el que las marcas forman parte del atrezzo”, afirma esta ex perta. Claro que si los menores son más receptiv os, también es cierto que es durante la segunda infancia (de 5 a 1 1 años) cuando adquieren las pautas de consumo; cuando más atienden, asimilan y confían en sus may ores, y no más adelante en la adolescencia, por más que se les persiga con sensatas monsergas y asignaturas transv ersales. Es la familia, por tanto, el agente que asienta las bases del comportamiento de compra de los hijos, si bien el más influy ente serán los

compañeros, que les empujarán a seguir tendencias, a tener cada v ez más, lo mejor, lo último, lo más caro; tal v ez porque, como y a apuntaba A lfred

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A dler en 1 948, el deseo de superioridad es el principal motor de la conducta humana. Es decir, que este hecho que enerv a sobremanera a los adultos tiene un calado complejo. A nadie se le escapa que la identificación con el grupo y las formas juv eniles en oposición a la familia han sido siempre parte del crecimiento y la integración social; lo que causa perplejidad es que esta se haga de forma tan precoz, con una adhesión tan

minuciosa a marcas y modas, y con un referente absoluto en la propia moda juv enil y ninguno en los v alores del mundo adulto y la ex periencia, lo que representa un despropósito.

La ex plicación a estas cuatro cuestiones (prepotencia, precocidad, marquitis y

juv enilización de los v alores), puede encontrarse en la propia ev olución de la estructura

socioeconómica en las últimas décadas. En primer lugar, los niños han v enido a conv ertirse en un bien escaso, rodeados de adultos y muy mimados (sin hermanos –el 1 5%– o sólo con uno –el 55%–). Según la Encuesta de infancia en España 2008, de los profesores de la Univ ersidad de Comillas Fernando V idal y Rosalía Mota, se trata de hogares con un solo hijo o dos a lo sumo, ingresos de los dos

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cóny uges y ay uda de los abuelos en un entorno de bonanza; o bien familias monoparentales con progenitores que suelen pujar por su cariño. En ambas se produce una may or relev ancia del papel de los abuelos en el cuidado, llegándose a hablar de abuelos canguro.

Según el mismo estudio, el 1 4% de los niños (de 6 a 1 4 años) v iv en con algún abuelo porque se han div orciado sus padres o son huérfanos. Por otra parte, tres de cada cuatro matrimonios con hijos de entre 6 y 1 4 años piden ay uda a los abuelos para su cuidado; tarea compleja para personas may ores, y no sólo porque la energía y la paciencia disminuy an con los años, sino porque como abuelos delegan la responsabilidad en los padres y es menos probable mantener el muro de contención que supone saber decir no al infante consumista cuando entra en la órbita del deseo.

“Los padres para criar, los abuelos para mimar”, se dice, y este es el caldo de cultiv o de inev itables conflictos sobre lo que es correcto comprar a una descendencia que siempre sale ganando. Si para los abuelos son los críos la principal fuente de cariño antes que sus hijos siempre ocupados; para los

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ariscos niños del baby boom, y ahora padres de la generación del div orcio, son los hijos la única fuente segura de cariño. Se teme el conflicto con ellos como la peste y , en consecuencia, caprichos, regalos, consumo a tropel se identifica con la solución de todo. De ahí la prepotencia cuando se antepone el tener al ser, en términos de Erich Fromm; la arrogancia ignorante y la precocidad, cuando desde muy pequeño se accede a los contenidos, las comunicaciones, la opulencia y los derechos de los adultos; y registrando may or cociente intelectual, estatura y un desarrollo sex ual anterior, pero sin obligaciones. Las causas que se argumentan: la mejor alimentación, una

escolarización temprana y la creciente complejidad v isual (TV , ordenadores, etcétera), que ha

proporcionado una estimulación y un entorno más enriquecido, y que ha podido desarrollar aspectos concretos de la inteligencia, y sin duda de la av idez. En resumen, la relación de fuerzas llega a

desequilibrarse, y antes que un miembro más, el hijo se ha conv ertido en el centro priv ilegiado de la familia (el foco de las ilusiones de los abuelos –que v iv en para v erles crecer–, de los padres –que trabajan para que no les falte de nada–), de las

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multinacionales que han descubierto el filón que supone la influencia infantil en la modificación del comportamiento de compra de los may ores, y hasta de los programadores telev isiv os, que saben cómo captar audiencias edulcorando con motiv os infantiles (hormigas, por ejemplo) programas de adultos, en horas en las que los niños y a no se v an tan fácilmente a la cama cuando suena su canción. Se les mira con adoración y miedo, algo que ellos saben aprov echar, influy endo en las compras de sus padres (más del 7 3% de los españoles de entre 8 y 1 2 años, según la encuesta de Milward Brown). El ocio se ha transformado en la esfera por

ex celencia de consumo, en la que se enarbolan los v alores juv eniles de los v iajes, el deporte, la v ida nocturna y el espacio infantilizado de los centros comerciales, compartido o no con la infancia. Son estos centros el foco neurálgico de reunión, como antes lo era el templo (las catedrales de la

posmodernidad que diría Ritzer, siempre innov ando para conv encer y encantar). A menizados con infantiles establecimientos de comida rápida y multicines, que comparten los éx itos del celuloide con humor y sensibilidad para todos los públicos, como ha ocurrido con Shrek, A vatar, o primero

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E.T., personajes idílicos aunque nada inocentes si se hace notar que los caramelos que comió el famoso personaje de Stev en Spielberg en una secuencia de la película ex perimentaron un incremento de v entas del 65% en el año siguiente al estreno.

A demás, estos niños adoran las marcas. El v alor de las marcas se remonta al momento en el que con la ex pansión de los mercados, estas sustituy eron la credibilidad del tendero de ultramarinos, que era quien conocía la procedencia y calidad de las mercancías. Hoy los productos llegan desde muy lejos, con fecha de caducidad y con la marca en la que delegamos no sólo la confianza, sino además la tarea de distinción y autodefinición de los

consumidores, en una sociedad postindustrial altamente fragmentada en la que y a ni la clase social ni el estatus pueden hacerlo; tan solo la capacidad y preferencias de consumo. En los mercados

globalizados de abrumadora oferta, y a no se regresa a la tienda de una marca cuando esta pierde

credibilidad, pero tampoco cuando el v alor simbólico conferido (como imagen de un estilo de v ida) no corresponde con el que quiere darse cada cual.

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Por último, dichas tendencias de moda y estilos son ahora dirigidas por la propia adolescencia (ropa, música, literatura, ocio...), gracias a una

retroalimentación comunicativ a masiv a con sus iguales y con la industria cultural a trav és de internet. No ex traña que una de las nuev as tribus urbanas sean los floggers, característicos por relacionarse a trav és de sus páginas muy cuidadas en redes sociales y de forma presencial en centros comerciales. Tribus confrontadas unas con otras por razones estéticas y de consumo, y no

ideológicas como antaño. Este fue el caso de Ciudad de Méx ico o Querétaro en marzo del 2008, cuando cientos de punks se enfrentaron con emos por el robo de su indumentaria (signos de identidad), o las discusiones digitales por la misma razón entre emos (amantes del emotive hardcore) y pokemones (que imitan la indumentaria emopero escuchan

reguetón).

Más allá de juegos y culpabilidades, en opinión de diseñadoras como Á gatha Ruiz de la Prada, los niños no deberían elegir productos como la ropa, y en buena lógica tampoco debieran hacerlo sobre su alimentación, o cuando necesitan un móv il, ordenador o su telev isor particular (el 59% tiene o

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usa un móv il y el 7 1 % afirma tener conex ión a internet antes de cumplir los 1 0 años, según la inv estigación de Xabier Bringué y Charo Sádaba de la Univ ersidad de Nav arra, y e l40% de los niños tiene una telev isión según el estudio antes citado de V idal y Mota). No ex iste ningún decreto por el que tengan que v isitarse los principales parques de atracciones, disponer de las mejores marcas o gastar un dinero desorbitado en tecnología punta (el precio de lanzamiento de la Play Station 3 rozó hace unos meses los 600 euros) sin haber roto o

amortizado los gadgets (chucherías electrónicas) anteriores.

Necesidades deriv adas de la innov ación (y por tanto relativ as) que llegan a v iv irse en las familias con la urgencia de necesidades básicas, pero que al contrario que estas nunca saturan el mercado, dependen del deseo de sentirse superior (“los lujos de otros son nuestra necesidad”) y , por tanto, su carrera consumista sólo causa insatisfacción. La familia que consume unida (v iajes, telev isión, medios…) permanecerá unida, por eso es

importante aprender a diferenciar entre necesidad y deseo (insaciable en su propia ley ). Es este el mejor ejercicio de libertad, la forma de encontrar la

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sustitución perfecta para celebrar un cumpleaños, premiar, ir de v acaciones, etcétera, sin conflicto y sin tirar la casa por la v entana.

Estrategias que tener en

cuenta

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A nte el recurso del desgaste o de la gota china (“¡Porfa, porfa, porfa, porfa, cómpramelo!”),

preguntar qué se ha hecho para merecerlo, ex plicar la razón de la negativ a para que se pongan en la situación, pero no justificarse ni discutir.

2

Frente a los ganchos comerciales, promociones de v entas, señuelos del marketing, poner en ev idencia las tácticas de la mercadotecnia dejándoles

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publicidad y el juguete, el porqué de las colecciones que nunca terminan o los obsequios sin utilidad que salen más caros que comprarlos directamente.

3

Contra el chantaje emocional en el que

responsabilizan al adulto de las emociones tipo “soy el único que no lo tiene”, “se reirán de mí”, que entiendan que su felicidad y el respeto ajeno

depende sólo de ellos, no de las compras, ni de otras personas. Si es posible, ponerse de acuerdo con las familias de sus amigos.

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Contra el chantaje emocional basado en la

culpabilidad de los progenitores diciendo “mi padre me quiere más porque me ha comprado...”, “es que sólo te importa el trabajo”, racionalizar, “trabajo porque te quiero”, “porque te quiero no te lo compro”.

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Para detener las rabietas, más propias de los dos años, cuando ganan independencia pero no entienden el “después” y las prolongan si de ese modo consiguen lo que quieren, es importante no perder la calma, actuar de forma firme sin pensar en “el qué dirán” si ex isten espectadores, sin alterarse, ni emplear gritos ni bofetones.

6

Ev itar el consumismo aplicando el consumerismo o consumo responsable que equilibra la relación entre compradores, productores y v endedores, pero también entre los miembros de la unidad familiar (consumo sin conflictos, sacrificio

ex cesiv o, etcétera). Enseñarles a comprar, a leer la letra pequeña (procedencia, ingredientes,

cantidades).

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cóny uges, buscar un aliado en la familia que nos ay ude a que los demás entiendan que el cariño es hacer lo mejor para ellos como enseñarles a administrarse o a contenerse; el mejor regalo que puede hacerse para la felicidad de los hijos es enseñarles a gestionar la frustración.

8

Frente a la marquitis familiar, fomentar en el menor una personalidad independiente, su autoestima y la manifestación de la identidad a trav és de una afición, un deporte, una causa; si es que se busca el v alor simbólico de la marca, al menos intentar que no interfiera en la racionalidad de una buena relación calidad/precio.

9

Para contener la mala influencia de los iguales, frente a la afirmación personal con marcas, grandes cantidades o productos caros “porque es lo guay ”, anteponer el placer de sacar el máx imo partido de las cosas, la sencillez, la estimación de lo natural, lo

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sano, lo auténtico, porque es “doblemente guay ” ser inteligente.

10

Frente al comprar por comprar, ev itar el gasto inmediato e indiscriminado del dinero como forma de celebración. Fomentar la v aloración de las cosas con prácticas de demora, el ahorro o el premio a la culminación de una meta. Reducir los espacios en los que consumir es el centro (pasar la tarde en el súper, v acaciones todo incluido, etcétera) por otras como estar con la familia, relacionarse, participar en la v ida ciudadana.

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Capítulo 2

¿Cuánto tienen que dormir

los niños?

Con tanto ajetreo, ha quedado desdibujado el número de horas que deberían dormir los hijos. Tiene sus consecuencias, pero también sus remedios | Dormir poco afecta a la memoria y además se crece menos

Jordi Jarque

ES Estilos de v ida | 29 de m ay o de 2010

“Los niños no nacen sabiendo dormir”, afirma María Luisa Ferrerós, psicóloga infantil, especializada en neuropsicología (www.metodoferreros.com) y autora de Dulce sueños, sin mimos ni lloros (Ed. Planeta). Después añade que algunos “aprenden muy fácilmente porque tienen las condiciones físicas idóneas para ello, mientras que a otros les cuesta más debido a div ersas características genéticas, como los niños que tienen un tono

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y no encuentran la postura adecuada”. Y por lo que cuentan padres y profesionales, cada v ez cuesta más que los niños duerman las horas necesarias, salv o ex cepciones que son celebradas con la boca pequeñita, no sea que la maldición de algunos env idiosos no permita seguir disfrutando de la panacea del descanso.

En cualquier caso, sepan dormir o tengan que aprender o lo hagan mal, los ex pertos están de acuerdo en que en general los niños debería dormir mejor y más horas. No sólo en Estados Unidos, donde, según la National Sleep Foundation de aquel país, durante el primer año de v ida los niños pierden diariamente unos 90 minutos de sueño, y cuando son may orcitos les pasa lo mismo (de 6 a 1 0 años duermen cada noche 9,5 horas de media, cuando lo recomendable son entre 1 0 y 1 1 horas); en esta parte de Europa, tres cuartos de lo mismo. Luci Wiggs, inv estigadora de la Univ ersidad de Ox ford, también constata que una quinta parte de los niños británicos duermen entre dos y cinco horas menos que sus padres cuando tenían su misma edad. En el caso de España los ex pertos llegan a las mismas conclusiones a partir de los datos de la Encuesta Nacional de Salud. A unque

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ex isten algunas diferencias entre países. Los niños españoles son lo que más tarde se v an a la cama por la noche, la may oría a partir de las 21 .30 horas, sólo superados por los de India y Brasil, que se acuestan más tarde, mientras que los menores de Nuev a Zelanda, A ustralia y el Reino Unido y a están acostados a las 20 horas. Por si fuera poco, el presidente de la Sociedad de Pediatría de A ndalucía Oriental, A ntonio Muñoz Hoy os, afirma que entre un 25% y un 30% de los niños padece alguna forma de trastorno del sueño. ¿A qué se debe este

desbarajuste? ¿Se ha v uelto loca la sociedad? ¿Son los niños, que y a nacen así? ¿O depende de los padres y sus rutinas? ¿Se puede reconducir?

¿Dormir poco y mal afecta al rendimiento escolar de los alumnos? ¿Incide en su comportamiento? A ntes de responder a estas preguntas, habrá que saber si su hijo duerme realmente las horas suficientes. El Instituto de Inv estigaciones del Sueño, en Madrid, ex plica que un recién nacido duerme unas 1 6 horas diarias repartidas en v arios episodios de sueño de unas cuatro horas cada uno, con periodos intercalados de v igilia. A sí, el recién nacido no respeta la noche y se despierta una o v arias v eces a lo largo de ella. Desde el primer mes

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hasta los seis meses, la duración de los despertares nocturnos v a disminuy endo y empieza a dormir de manera continua prácticamente durante toda la noche. No obstante, en casi un tercio de los niños en edad preescolar persisten estos despertares

nocturnos.

Entre los dos y los cuatro años deberían dormir por la noche unas diez u once horas, más dos horas de siesta. A partir de los tres años v a disminuy endo la necesidad de dormir durante el día hasta

prácticamente desaparecer antes de los seis años. Pasados los siete años, no es habitual que el niño necesite dormir la siesta. Y en cualquier caso, hasta los once años los niños tendrían que dormir como mínimo diez horas. De todas maneras, Diego García Borreguero, que fue coordinador del Grupo de Trastornos del Sueño de la Sociedad Española de Neurología y actualmente es director del Instituto de Inv estigaciones del Sueño, en Madrid, quiere recordar que las necesidades de sueño v arían considerablemente. “No hay un patrón de sueño homogéneo y lo que necesita un niño no tiene por qué ser aplicable a otro. Sin embargo, si le cuesta regularmente conciliar el sueño o mantenerlo a lo largo de la noche o si se encuentra cansado y

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soñoliento durante el día, se debe sospechar la ex istencia de un problema de sueño o de los hábitos que conducen a este”.

¿Y qué pasa entonces? Sin duda afecta al

comportamiento. María Rosa Peraita, directora de la Unidad del Sueño del Hospital Gregorio Marañón, asegura que la escasez del sueño “prov oca cambios en el estado de ánimo. Dormimos porque lo

necesitamos, y a que durante el sueño realizamos una función reparadora del organismo (interfiere en la función metabólica y la producción de

determinadas hormonas) y además en el sueño paradójico o fase REM, el sistema nerv ioso madura lo v iv ido, lo procesa y lo consolida”. En los menores de edad esta escasez se traduce en “tristeza,

irritabilidad, cólera o miedo”. En este sentido, Gonzalo Pin, director de la Unidad del Sueño del Hospital Quirón de V alencia, recoge las

conclusiones publicadas en el año 2007 en la rev ista Sleep, de la A sociación de Sociedades Científicas A mericanas dedicadas al estudio del sueño y sus alteraciones. Hay una relación entre los patrones de sueño y el tiempo que el niño duerme durante los primeros seis años de v ida con su capacidad de aprendizaje, comportamientos

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hiperactiv os y desarrollo del lenguaje en el

momento de iniciar la escolarización a los seis años. “El estudio se ha realizado en Canadá y abarca a 1 .492 familias con niños desde que nacen hasta los seis años. Las conclusiones no pueden ser más claras: una pérdida pequeña de tiempo de sueño (1 hora menos de la necesaria) de manera crónica en el inicio de la infancia se puede relacionar con un peor rendimiento escolar del niño al inicio de la

escolaridad a los seis años, así como que una corta duración del sueño durante estos primeros cuatro años de la v ida multiplica por tres el riesgo de tener un desarrollo del lenguaje más lento. Otro hallazgo llamativ o es que aquellos niños con un tiempo de sueño corto de manera mantenida durante los tres primeros años, aun en el caso de que se produzca una recuperación de sueño adecuada a partir de los cuatro años, presentan puntuaciones menores en algunos test que v aloran el rendimiento a los seis años. Y a pesar de que el sueño se normalice a partir de los tres años de v ida, el riesgo de presentar puntuaciones menores en algunas áreas del desarrollo a los seis años se multiplica por 2,4 v eces. Todos estos datos, de manera conjunta, nos hablan de la importancia de dar la oportunidad de dormir al menos diez horas cada noche durante los

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primeros años de la v ida”. Dav id Gozal, director de Children’s Foundation Chair in Pediatric Research de la Univ ersidad de Louisv ille, en Estados Unidos, también ex plica más o menos lo mismo. Cuando un niño duerme menos horas de las recomendadas “puede acarrearle, entre otras cosas, pérdidas en su capacidad intelectual, problemas de estudio, de memoria, e incluso de puntos de coeficiente intelectual. A demás, pueden incrementar las posibilidades de sufrir may ores y prematuros problemas cardiov asculares, así como trastornos del comportamiento”.

Después adv ierte que incluso algunos médicos diagnostican como trastorno de atención e hiperactiv idad “cuando realmente su problema estriba en el trastorno del sueño. El hecho de que los niños estén despiertos a altas horas de la noche y no muestren síntomas de cansancio puede conducir a los médicos de familia y a los pediatras a confundir los síntomas”.

A ntonio V ela, psiquiatra y neurofisiólogo, profesor de la facultad de Medicina de la Univ ersidad

A utónoma de Madrid, fundador de la Fundación Sueño V igilia y de la A sociación Ibérica de Patología

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del Sueño, director general de Circadies, asegura que hay cosas que hay que cambiar. “Casi el 7 0% de los niños menores de 3 años se despierta al menos una v ez por la noche, mientras que cerca del 40% lo hace dos o más v eces, por lo que el 7 6% de los padres reconoce que le gustaría cambiar los hábitos de sueño de sus hijos”, pero es que, como indica A ntonio V ela, lo habitual es que los más pequeños no duerman toda la noche seguida. “Lo normal es que los bebés se despierten al menos una v ez durante la noche. En la ev olución normal del niño siempre habrá despertares por distintos motiv os asociados a la edad”. En cualquier caso no está mal rev isar los hábitos. Tal v ez hay a aspectos

mejorables. Gonzalo Pin, director de la Unidad del Sueño del Hospital Quirón de V alencia, asegura que los hábitos y las rutinas efectiv amente son muy importantes y que los trastornos que se producen a partir de los seis meses de v ida pueden tener su origen “en hábitos incorrectos, en la ausencia de límites educativ os o en alteraciones del apego”. A demás, “un niño con dificultades en el sueño a los ocho meses probablemente continuará

mostrándolas a los tres años, y aquellos con problemas a los dos años, los seguirán teniendo a los doce”. Diego García Borreguero insiste en la

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importancia de los hábitos. “A l igual que en el adulto, en los niños pueden producirse dificultades para iniciar o mantener el sueño, aunque raramente se quejan de este problema y suelen estar contentos de permanecer despiertos”. La iniciación del sueño requiere unos rituales que faciliten ese sueño. María Luisa Ferrerós ex plica: “Cuando v ienen a la consulta, lo primero que pregunto es cuántas horas duerme el niño. En demasiadas ocasiones, los síntomas de nerv iosismo, irritabilidad, falta de atención y de concentración se corrigen si se descansan las horas necesarias. Muchos niños duermen como un adulto, cuando al menos tendrían que dormir once horas nocturnas. No es ex traño que cada v ez hay a más problemas de memoria y de crecimiento”, dos de los aspectos más afectados cuando se duerme poco. “Y la tendencia v a aumentando porque los padres cada v ez v an más estresados”, añade la psicóloga. Y por si fuera poco, la tendencia a dormir como los padres se agrav a por el hecho de que en España se duerme menos que en otros países. “Los españoles no dormimos lo suficiente por razones culturales”, destaca Diego García Borreguero. “El español medio se lev anta algo más tarde que sus v ecinos europeos, pero se v a

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a dormir a una hora mucho más av anzada, lo que le hace acarrear un déficit de sueño durante toda la semana”. Concretamente duermen unos cuarenta minutos menos cada día que en el resto de Europa, según un informe de la Fundación Independiente, que se dedica a inv estigaciones de temas cív ico-sociales.

En este caso la imitación de sus progenitores trae más problemas que otra cosa. María Luisa Ferrerós cuenta también que la hora de ir a la cama se ha conv ertido en algunos casos “en una batalla entre padres e hijos. A sí no es ex traño que hay a

aumentado de forma alarmante los telev isores en los dormitorios de los más pequeños. Con la tele están tranquilos, pero se duermen más tarde. Los profesores me comentan que, en general, las primeras horas de clase los niños andan medio dormidos. Eso también incide en el aumento del fracaso escolar”. María Luisa Ferrerós adv ierte que los niños deberían meterse en la cama entre las 20.30 y las 21 horas, pero normalmente esta es la hora en que v uelv en padres y madres a casa. “No es tanto la culpa de los padres como de los horarios laborales. Es un problema social. La jornada laboral en los países anglosajones termina a las 1 7 horas”.

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Todos los ex pertos consultados aseguran que hay un estrés generalizado. “Y el niño necesitaría un par de horas de relax antes de ir a dormir y contarle cuentos, crear una atmósfera de relajamiento”, como la que puede producir la contemplación de un atardecer. Todos recomiendan contar cuentos. Pero con la que está cay endo en Grecia, en España o en la parte del mundo que sea, igual son historias para no dormir.

También la siesta

A partir de los cuatro años hay bastantes niños que y a no duermen la siesta. Nada nuev o de no ser por el resultado de uno de los estudios presentados el año pasado durante Sleep 2009, la reunión anual de ex pertos en sueño en Seattle. El equipo de

inv estigadores que dirigió Brian Crosby , de la Pennsy lv ania State Univ ersity , analizó el efecto de la siesta sobre una muestra de 62 niños; el 23% había dejado de dormirla. A pesar de que las horas dormidas totales en 24 horas no v arió entre los niños que dormían la siesta y los que no, la pruebas conductuales que realizaron los cuidadores

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pusieron de manifiesto que los que no dormían por la tarde tenían más síntomas de ansiedad y

nerv iosismo. ¿Qué prueba eso? Si es padre y ese es su caso, no se alarme, porque el propio Crosby señala que de momento estos datos no prueban nada. “Los resultados del estudio están

correlacionados y no nos permiten sacar

conclusiones causales sobre la dirección de esas relaciones. Podría ser que los niños sean más

irritables porque no duermen la siesta, o que los que y a son más irritables no consiguen dormir la siesta. Eso es algo que deberían indagar futuros estudios”. En cualquier caso, y para que sirv a de pequeña guía, a los tres meses es normal que un bebé necesite entre tres y cuatro siestas; con seis meses puede dormir dos de dos horas cada una; y a partir del año es necesario que duerma una al menos de una hora, pero mejor si son de dos horas.

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Capítulo 3

Educar las emociones

Les enseñamos a montar en bicicleta y a comer con cubiertos... Nos preocupamos por su destreza matemática y su niv el de inglés... ¿Y de sus emociones? ¿Nos ocupamos de que los niños

distingan si están tristes o enfadados, de que puedan ex presar su rabia o su rechazo sin dañar a otros? May te Rius

ES Estilos de v ida | 1 de enero de 2011

“Los padres nos preocupamos como nunca de que nuestros hijos estén preparados para una sociedad competitiv a: controlamos que el sistema educativ o les proporcione un buen desarrollo cognitiv o y los apuntamos a todo tipo de ex traescolares y de activ idades complementarias para conseguir que los niños sean más inteligentes, más eficaces; en cambio, damos muy poca importancia a su aprendizaje emocional y este es fundamental, porque sin equilibrio emocional nuestro hijo no será feliz, ni le v eremos triunfar en su v ida, por muy

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preparado que esté”. La reflex ión es de Purificación Sierra, profesora de Psicología del Desarrollo de la Uned, pero resume bien el sentir de muchos psicólogos, pedagogos, maestros y educadores en general, que con frecuencia ex presan su inquietud por la escasa atención que se presta en muchas familias a la educación emocional de los niños. Cristina Gutiérrez ha v isto pasar por la granja escuela que dirige en Santa Maria de Palautordera (Barcelona) a más de 1 0.000 niños y niñas de todas las edades, y asegura que le preocupa v er que cada v ez llegan más con ev identes problemas

emocionales.

“Nos llegan muchos niños con poca autoestima, que sienten que sus v idas no les pertenecen, fruto de la sobreprotección de sus familias, y también v emos muchos con problemas emocionales y de relación porque en casa v iv en incomunicados, v olcados en la consola y el ordenador, esperando a que lleguen sus padres de trabajar para cenar delante del telev isor y regresar a su isla”, comenta. Y apunta que estos problemas se concretan en niños de 8 y 9 años que no saben bajar escaleras, o en malos hábitos alimentarios, como una niña que llegó con

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siete fuets en la mochila para pasar el fin de semana de colonias porque no le gusta ni come nada más. “Con su sobreprotección, los padres dejan a sus hijos desprotegidos para afrontar la v ida, con unas carencias emocionales muy importantes”, asegura Gutiérrez, que hace cuatro años decidió reorientar todas las activ idades de la granja escuela en aras de la educación emocional: desde enseñar a los niños a identificar y v erbalizar sus emociones, hasta aprender a controlar sus miedos, a canalizar sus enfados o a relacionarse con otros (v éanse ejemplos en la información de apoy o).

Cabría pensar que las emociones se aprenden solas, a fuerza de sentirlas, pero parece que no siempre es así, y que el equilibrio emocional requiere algunas enseñanzas y , sobre todo, mucho entrenamiento. “El conocimiento de las emociones se aprende a trav és de las ex periencias de la v ida: si hay una tormenta o siente una amenaza, el niño tiene miedo; si sufre una pérdida, está triste; pero cada uno reacciona emocionalmente de forma distinta, porque no nos emociona lo que ocurre sino cómo interpretamos lo que ocurre”, ex plica A ntonio V allés, profesor de Psicología de la Salud de la Univ ersidad de A licante y autor de La inteligencia

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emocional de los hijos. Cómo desarrollarla (EOS Gabinete de Orientación Psicológica) y La

inteligencia emocional de los padres y de los hijos (Pirámide), entre otros libros. Y es en esa

interpretación de lo que ocurre, de lo que sentimos y de cómo reaccionamos ante ello en la que los padres tienen mucho que hacer con miras a la formación emocional de sus hijos. “A medida que los niños v an desarrollando las emociones no saben lo que les pasa; pueden aprenderlo de forma

natural, por ex periencia, pero también podemos ay udarles y alentar ese desarrollo etiquetando sus emociones, enseñándoles a distinguir cuando están enfadados de cuando están tristes; y está

demostrado que si los padres ay udan, los niños se relacionan mejor y entienden mejor lo que les pasa”, asegura Purificación Sierra.

Etiquetar los sentimientos

Porque el primer paso en el aprendizaje emocional es lo que los ex pertos llaman conciencia emocional: saber identificar las emociones en uno mismo y en los demás y ser capaz de ex presar lo que se está

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sintiendo con palabras. Y eso, en el caso de los niños, significa enseñarles a comprender qué emociones tienen en cada situación, si son

adecuadas para relacionarse con los demás y para sentirse bien, pero también dotarlos de v ocabulario suficiente para ex presarlas. Las seis emociones básicas, que se reconocen fácilmente por su ex presión facial –alegría, tristeza, miedo, enfado, sorpresa e ira–, han de ir completándose, a medida que los niños crecen, con otras etiquetas

emocionales que permitan definir con ex actitud qué emoción, sentimiento o estado de ánimo tienen. Felicidad, satisfacción, optimismo, tranquilidad, calma, buen humor, euforia o júbilo pueden

permitir ex presar diferentes grados y percepciones de la alegría; como molestia, irritación, celos o furia pueden ex presar enfado; o preocupación, temor, nerv iosismo, horror y pánico pueden serv ir para concretar el miedo.

Y no menos importante que enseñar a los hijos a poner nombre a lo que sienten es dejarles que lo ex presen, que en casa puedan llorar si están tristes o contar que alguien les cae mal sin que se les censure y sin que se reste importancia a aquello que les pasa. “Si se sienten incomprendidos, si les

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decimos que no pasa nada, que lo que les ocurre es una tontería, no lo ex presarán más”, adv ierte Sierra.

Controlar y socializar las

emociones

Pero que no hay a que censurar al niño porque está enfadado o triste, que no hay a que negar las emociones, no quiere decir que hay a que dejar que las ex prese de cualquier manera. “No se trata de decir al niño que ex presa su ira dando una patada que no tiene que enfadarse; hay que ex plicarle, cuando se calme, que enfadarse es normal, que nos pasa a todos, pero que ha de controlar su

impulsiv idad y buscar otras v ías de ex presar su rabia sin dañar a otros”, afirman los ex pertos consultados. Cristina Gutiérrez ex plica que, en La Granja, los animan a liberarse de la rabia y endo a correr o a chillar al patio, dando patadas al balón o golpes a un saco de box eo.

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comportamiento emocional tiene mucho de social y por eso hay que enseñar a los hijos a regularlo. “Se acepta que un niño llore al dejarlo en la guardería o en su primer día de colegio, pero no que lo haga cada día con cinco años; también admitimos que de pequeños ex presen su desagrado si un regalo no les gusta, pero si crecen diciendo siempre lo que piensan y sienten, resultarán conflictiv os; por eso hay que desarrollar su empatía y enseñarles a regular sus comentarios para que no hagan daño a quien les regala con ilusión”, ejemplifica. A ntonio V allés da algunas pautas para enseñar a regular las emociones negativ as de enfado, miedo y tristeza: “Ex presar el enfado de manera inteligente y

socialmente adecuada ex ige controlar las rabietas y respuestas agresiv as sustituy éndolas por conductas v erbales que ex presen el estado de ánimo pero sin alterarse demasiado y respetando a los demás; las respuestas de miedo y enfado deben regularse mediante la relajación, la respiración y el cambio de pensamiento; si aprendemos a relajarnos, a darnos cuenta de cuándo empezamos a enfadarnos o a asustarnos y respiramos profundamente, nos autohablamos (debo tranquilizarme, es mejor que me calme, etcétera), estamos gobernando nuestras emociones y ev itaremos que nos alteren y

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descontrolen”.

Rafael Bisquerra, director del máster en Educación Emocional de la Univ ersitat de Barcelona (UB), considera que la clav e de la regulación emocional es encontrar el equilibrio entre el descontrol propio de la impulsiv idad del organismo (una emoción es una respuesta neurofisiológica) y la represión. Y adv ierte que encontrar ese punto intermedio no es fácil, requiere entrenamiento y , sobre todo, un buen equilibrio emocional de los padres. “No puedes pedir a tu hijo que controle su ira gritándole; que él esté descontrolado, que grite, no nos autoriza a descontrolarnos nosotros; y eso, que es fácil de decir y entender, es muy difícil de aplicar, porque para tolerar sus gritos con cierta impasibilidad hay que tener autonomía emocional, no dejarnos arrastrar por las emociones de los otros o del entorno, y ser capaz de relacionarnos de forma positiv a”, ex plica Bisquerra. En su opinión,

desarrollar las competencias emocionales propias y de los hijos es cuestión de entrenamiento, como tocar en una orquesta o jugar en un equipo de fútbol, y resulta fundamental para poder

relacionarse con los hijos, especialmente durante la adolescencia. “Los padres con hijos adolescentes se

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enfrentan a una tensión continua donde el chav al tiene una gracia especial para decir todo aquello que prov oca una reacción v isceral en los padres, y estos han de poder regularse para no ponerse al mismo niv el, para mantener los límites con cariño y responder a los ataques iracundos con el amor y no con más ira”, relata.

También el profesor V allés cree que los padres han de prestar especial atención a los estados de ánimo de los hijos adolescentes porque los cambios

psicológicos, biológicos y sociales que v iv en en esas etapas les producen nuev as emociones que deben aprender a identificar, ex presar y regular. “Los padres deben mostrarse especialmente

comunicativ os, dispuestos a escuchar sin censurar y a ay udar, porque eso contribuy e a disminuir la intensidad de un estado de tristeza, desánimo, temor o inquietud; hay que afrontar sus conductas de descontrol y sus respuestas irascibles con una actitud empática, enseñándoles calma, sosiego y haciéndoles comprender que lo que piensan cuando están enfadados es diferente de lo que pensarían en una situación de calma y tranquilidad”, indica. Claro que, para poder actuar así, los padres han de

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saber regular bien su ansiedad y su ira. “Está claro que no es fácil, pero las consecuencias de no preocuparse por la formación emocional son tan grav es, que v ale la pena intentarlo”, remarcan los especialistas consultados. Bisquerra apunta que la falta de formación emocional se traduce en una impulsiv idad descontrolada y en una baja tolerancia a la frustración, “unas condiciones que, cuando coinciden con una inteligencia media-baja, dan lugar a unas relaciones ex plosiv as entre padres e hijos –sobre todo en la adolescencia–, y

predisponen a actitudes de riesgo como el consumo de drogas, embarazos no deseados, conducción temeraria, v iolencia de género, depresión...” Como modificar el niv el de inteligencia es complicado, el director del máster en Educación Emocional de la UB considera que la mejor forma de prev enir todos esos problemas es desarrollar competencias emocionales para controlar la impulsiv idad y aumentar la tolerancia a la frustración.

A ntonio V allés cree que el esfuerzo de los padres para mejorar el comportamiento de los hijos acostumbra a centrarse en las normas de conducta y la disciplina “y , sin embargo, el conocimiento de las emociones y sentimientos de los hijos puede

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ay udar mucho a la comprensión de uno mismo y también a entender las causas de sus conductas”.

Superar los miedos en el

rocódromo

Escalar una pared de roca para tocar la campana puede ser, además de un ejercicio físico, un entrenamiento emocional. En La Granja lo utilizan para aprender a superar miedos. Colocan una pizarra para que los chav ales escriban cómo se sienten antes de subir y después de alcanzar la campana. El “nerv ioso” o “asustada” inicial pasa a ser “satisfecho” o “contenta” una v ez comprobado que “sí puedo”.

Etiquetar los estados de

ánimo

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identificar las emociones, ser conscientes de qué se siente. En la guardería de La Granja, que dirige Cristina Gutiérrez, los niños de uno y dos años aprenden a colocar caras alegres, caras tristes o caras enfadadas junto a su foto para ex presar cómo se sienten, y v an modificando las etiquetas en función de sus cambios de humor a lo largo del día.

Dosis de autoestima en el

puente

A trav esar un puente de red constituy e un reto en sí mismo, pero mucho may or si al mismo tiempo has de decirle algo positiv o a un compañero que no te cae muy bien y con quien te cruzas a medio camino. Parece difícil pero todos los participantes lo

consiguen, así que el subidón de autoestima es doble: por lograr superar la prueba y por el halago inesperado y recibido de alguien que ni siquiera es amigo.

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Aprender a trabajar en

equipo

Meter a un caballo que está suelto en un picadero en una pequeña zona marcada sin tocarlo y en menos de cinco minutos sólo se consigue si se trabaja en equipo y el grupo de chav ales trabaja al unísono. Por eso en la granja escuela utilizan esta activ idad para fomentar la colaboración, detectar a quienes tienen madera de líder y enseñar a reflex ionar sobre la importancia de saber trabajar en grupo.

Sin pausa, sin prisas

Los especialistas en la materia animan a trabajar el desarrollo emocional de los hijos incluso antes de su nacimiento. “Una emoción es la respuesta

neurofisiológica del organismo a una situación y tiene un componente orgánico; el sentir mariposas en el estómago o temblor de piernas es un reflejo de una secreción de hormonas y neurotransmisores, y hay ev idencias de que esas secreciones –en

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concreto la segregada por las emociones negativ as, el cortisol– pasan directamente al feto a trav és del cordón umbilical, de modo que es importante la regulación emocional de la madre durante el embarazo”, ex plica Rafael Bisquerra.

Por otra parte, en la primera etapa de la v ida del niño las relaciones con los padres son básicamente emocionales, porque el bebé no entiende lo que le dicen, sino el tono en que se lo dicen. “Los niños nacen sintiéndose bien o mal y hacia los 24 meses se desarrollan las emociones básicas, que tienen que v er con el miedo, la tristeza, la alegría...; a partir de ahí, a trav és de su ex periencia social y del v ínculo afectiv o con la figura de apego, v an apareciendo las emociones autoconscientes, las que tienen que v er con la comparación social, como el orgullo, la v ergüenza, la culpa...”, ex plica Purificación Sierra. Desde etapas tempranas hay que trabajar la regulación emocional –jugar a taparse la cara y fingir llanto a la espera de que el bebé retire las manos y sonría es y a una forma de alentar la empatía–, sin pausa pero sin prisas, porque el equilibrio emocional se logra con la maduración de lóbulo prefrontal del cerebro, y eso ocurre ¡pasados los 1 8 años!

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Cómo se hace

Educar siempre es un proceso largo y difícil, que requiere grandes dosis de paciencia y de esperanza. Para la educación emocional, los especialistas añaden algunas otras herramientas:

1

Crear un clima familiar donde predominen las emociones positiv as sobre las negativ as, donde el cariño, el amor y la felicidad abunden más que el enfado, el conflicto, la tristeza y la ira. Rafael Bisquerra da una receta concreta: “Cada observ ación negativ a que se corrija debe ir acompañada de, como mínimo, tres v aloraciones positiv as. ¿Que con su hijo eso no es fácil?

Esfuércese en pillarlo haciendo algo bien y dígaselo”.

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2

Fijarse en las emociones de los hijos: estar atentos a escuchar no sólo lo que dicen, sino con qué

emoción lo dicen, y analizar por qué está en ese estado. Puede ay udar escuchar lo que dicen a los muñecos o sus pesadillas.

3

Enseñar a poner palabras a sus emociones, ampliar su v ocabulario y mostrarse pacientes al escuchar sus ex plicaciones.

4

No negar, banalizar, ridiculizar o censurar sus sentimientos.

5

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comportamiento: se puede sentir celos de un hermano, pero no hay que pegarle.

6

A y udar a encontrar soluciones a situaciones que crean malestar y a dar una salida adecuada a las emociones negativ as. No hay que dar respuestas, sino plantear preguntas que les hagan pensar: ¿qué hace que te pongas así?, ¿cómo puedes ev itarlo?

7

Trabajar el autocontrol a trav és de la relajación y la simulación de situaciones.

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Capítulo 4

El buen castigo

Tan contraproducente puede ser educar a base de castigos como dejar pasar determinados

comportamientos en los hijos. Si hay que

sancionarlos, mejor elegir un castigo correctiv o | Conv iene hablar y ay udar al hijo y aceptar la sanción como una consecuencia de sus actos, sin gritarle

May te Rius

ES Estilos de v ida | 24 de abril de 2010

¿Hay que castigar al niño de cuatro años que suelta una patada a la abuela cuando se acerca a saludarle? ¿Y al de diez que se niega a poner la mesa o que no acude a cenar cuando le llaman? ¿Y al adolescente que regresa a casa tres cuartos de hora más tarde de lo acordado? Y si hay que castigarle, ¿cómo? ¿A quedarse en su cuarto? ¿Sin v er telev isión? ¿Sin salir con los amigos...? Imposible encontrar, más allá del rechazo general al castigo corporal, una respuesta unánime a estas preguntas ni entre las familias ni

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entre los especialistas en educación. Mientras algunos psicólogos y pedagogos consideran que el castigo es contraproducente porque daña la autoestima, produce tensión y agresiv idad y puede afianzar las conductas negativ as, otros opinan que peor es dejar pasar las conductas inadecuadas, y que el castigo, entendido como sanción, resulta educativ o.

“La sanción es parte de la educación; permite adquirir conciencia moral del comportamiento, porque los niños no tienen tan claro lo que está bien o está mal, y tienen que aprender que hay cosas que son inadmisibles”, afirma Jav ier Urra, psicólogo especializado en infancia, ex Defensor del Menor y autor de Educar con sentido común (Ed. A guilar). Es más, en su opinión, el castigo es un derecho del menor. “Si no los sancionas se quedan sin

referentes, sin límites, y se neurotizan y se conv ierten en un problema para ellos y para los demás”, dice Urra. Y ex plica que muchos de los jóv enes con los que se relaciona como psicólogo forense de la Fiscalía de Menores están conv encidos de que no les importan a sus padres “porque haga lo que haga no me dicen nada”. “Lo peor es el

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comportamientos, porque al chav al le queda la imagen de que sus padres pasan de él, de que les da igual”, coincide el sociólogo y presidente del Forum Deusto Jav ier Elzo.

En cambio, V alentín Martínez-Otero, doctor en Psicología y en Pedagogía y profesor en la facultad de Educación de la Univ ersidad Complutense de Madrid, opina que los castigos pueden prov ocar más daño que beneficio, y alerta de que sus efectos para eliminar una conducta indeseada no son permanentes, porque si el niño se v e abrumado por los castigos, se habitúa a ellos y las sanciones

pierden eficacia. “Los castigos se prestan a múltiples abusos, y aunque sus defensores dicen que son muy eficaces para eliminar conductas inadecuadas, los datos rev elan que a menudo sólo se consigue ocultar ese comportamiento, pero no su

desaparición, y pueden tener efectos colaterales muy perjudiciales y no deseados, como empeorar las relaciones, agresiv idad, estados de ansiedad...”, ex plica Martínez-Otero.

En su opinión, para conseguir que los hijos respeten los límites y se comporten bien es preferible

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inapropiadas y , sobre todo, ofrecer un buen modelo y ejemplo en casa. “La disciplina es necesaria, pero no debe asentarse en el miedo del hijo; se debe fav orecer la reflex ión y la comunicación como v ías para conocer el motiv o y el alcance de la falta, al tiempo que se orienta sobre cuál ha de ser la acción correcta, para que el hijo recapacite y aprenda a conducir su propia v ida”, afirma.

Claro que este modelo de hacer reflex ionar a los hijos, de mostrarles la relación entre el

comportamiento y sus consecuencias, y de ofrecerles alternativ as conductuales requiere más tiempo, espacio, paciencia y coherencia que el mandarles castigados a su habitación. “Las

sanciones v an destinadas a cómo hacer cumplir las normas en casa, y ahí estriba la dificultad, porque establecer las ley es internas sobre lo que se puede o no hacer, lo que se debe o no se debe hacer, ex ige tener claros los v alores y las responsabilidades, dedicar tiempo y espacio a ex plicárselos al niño, y mantenerlos en el tiempo para que no tenga una idea arbitraria de las normas; pero si los adultos no tienen tiempo, si llegan a casa agotados, pierden la coherencia y la paciencia, responderán de cualquier manera y aparecerán los límites y las penalizaciones

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arbitrarias, las normas que cambian cada semana, y el niño no tendrá claros los límites y tratará de buscarlos probando a v er qué le da resultado para salirse con la suy a”, asegura la pedagoga Silv ia Morón, asesora para educación infantil y miembro del grupo de inv estigación Conflicto, Infancia y Comunicación (Conincom) de Blanquerna-Univ ersitat Ramon Llull.

Y es en esta necesidad de coherencia y equilibrio donde conv ergen los planteamientos de defensores y detractores del castigo. Porque cuando los padres están cansados, no tienen tiempo, paciencia o ganas para “pelear” con la educación de los hijos, las alternativ as son pasar por alto sus malas conductas (el buenismo del que habla Elzo), castigarlas hoy sí y mañana no, o penalizar absolutamente todo lo que les molesta sin fav orecer la reflex ión ni orientar hacia las acciones correctas. Y hay unanimidad en que ninguna de estas opciones es buena. “El castigo no se debe aplicar por v enganza ni ha de depender del estado anímico de los padres; el niño debe saber por qué se le castiga y la sanción debe ser

proporcionada a la falta”, indica Martínez-Otero, para quien, en cualquier caso, el castigo ha de tener siempre carácter ex traordinario y finalidad

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educativ a. “Los castigos han de ser pocos, claros y ex igibles, y equilibrarlos con afecto, con besos, con reconocimiento a todo lo que el chav al ha hecho bien, con comentarios sobre lo orgullosos que estamos de él por ello; porque es más eficaz lo que propicia lo positiv o que lo que intenta cercenar lo negativ o, y la idea es no estar tutelando ni

sancionando todo el día, y que los hijos se conduzcan de manera adecuada no por miedo al castigo, sino porque han comprendido que la norma es importante para su socialización”, coincide Urra. Estén a fav or o en contra del castigo como

herramienta educativ a, lo que psicólogos y

pedagogos dejan claro es que si se recurre a él para frenar una conducta inadecuada ha de ser

inmediato, proporcional, equilibrado y coherente. “A l niño no le v ale que le castigues el sábado por algo que hizo el lunes, ni decirle ‘cuando v enga tu padre y a hablaremos’; la sanción debe aplicarse lo más inmediata a la acción que se castiga”, ex plica Jav ier Urra. Pero también ha de ser lógica y proporcionada a la edad, al grado de madurez, a la personalidad y a la falta. No es lo mismo la mala intención que la imprudencia o la precipitación; no es lo mismo romper un jarrón jugando y admitirlo,

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que ocultarlo y echar la culpa a otro. A demás, hay que ser coherente, y si se castiga una conducta, hacerlo cada v ez que aparezca, y siempre con la misma intensidad, que la sanción impuesta no dependa del estado de ánimo de ese día, de si se tiene mucho trabajo o de si se ha discutido con el jefe.

Y de la misma manera que hay unanimidad en rechazar los castigos corporales, hay consenso en que la sanción más eficaz es la que obliga a cargar con las consecuencias de los actos o a reparar el daño ocasionado, porque obliga al niño a

reflex ionar sobre los efectos de sus conductas y le motiv a a portarse bien. Es lo que algunos pedagogos llaman castigos correctiv os, y que pueden ir desde hacer que destine la mitad de su paga a pagar el objeto que ha roto, hasta dejarle el sábado en casa estudiando u ordenando los armarios porque no cumplió esas responsabilidades durante la semana, no permitir que el adolescente que llega tarde por la noche se quede durmiendo hasta bien entrada la mañana, o no llev ar en coche ni disculpar ante el profesor al niño que llega tarde al colegio por pereza.

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Los educadores también están de acuerdo en que no hay que poner castigos absolutos que cierren el horizonte del niño, del tipo “no tendrás más paga”, “no v olv erás a salir de casa con tus amigos” o “no tocarás el ordenador en un año”. Entre otras razones, porque cuando el castigo es muy

desproporcionado hay más riesgo de tener que dar marcha atrás porque no se puede cumplir, y la eficacia del castigo depende de que se mantenga y se ex ija su cumplimiento. Puede ser más fácil y

efectiv o –porque deja un margen para seguir portándose bien– priv ar a un niño de los 1 5

primeros minutos de su serie fav orita que quitarle la tele todo un fin de semana y luego no ser capaz de cumplirlo. Las adv ertencias reiteradas y las amenazas v anas hacen que el castigo pierda efectiv idad. La recomendación es no lev antar los castigos por pereza, debilidad o chantaje emocional. Y si se decide perdonarlo, conv iene dar solemnidad al hecho, ex plicar por qué se hace y dejar claro que es una decisión ex cepcional. Por ello es importante que a la hora de castigar los dos progenitores mantengan una postura unitaria y no se

desautoricen perdonando uno lo que antes sancionó el otro.

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Tampoco son apropiados los castigos humillantes. “El castigo humillante es peor que un cachete”, afirma Jav ier Elzo. Y adv ierte que la humillación puede ser muy sibilina y tan simple como hablar mal del hijo delante de los amigos, de los abuelos, de sus hermanos... Silv ia Morón apunta que tampoco hay que castigar con el descanso, con el alimento, con el amor o con las necesidades de los niños. Por ello rechaza que se castigue a los pequeños con no salir al patio o con quedarse sin jugar, o que se prohíba a los adolescentes salir con sus amigos. “A determinada edad el juego es una necesidad, y en la adolescencia lo es el estar con los iguales, así que no conv iene priv arles de estas activ idades, aunque se puede sancionar reduciendo el tiempo destinado a ellas”, ex plica la pedagoga. En su opinión, cuando no es posible el castigo correctiv o, puede recurrirse al aplazamiento de regalos, de deseos o a un

aumento de los encargos que tengan que realizar. “A la hora de castigar hay que aplicar el sentido común y no imponer sanciones contraproducentes, como env iar a los chav ales a su cuarto a leer, porque desarrollarán av ersión a la lectura, o como castigar a un niño tímido y con pocos amigos sin ir a la única fiesta a la que tenía prev isto acudir”, señala Jav ier Urra.

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Su consejo es anticipar siempre las consecuencias de las conductas, que los hijos tengan claro lo que se permite y lo que no. “Si tu hijo adolescente ha de llegar a las 1 2, hay que adv ertirle que si llega media hora más tarde, aunque hay a una ex plicación para ello, el próx imo fin de semana saldrá media hora menos; así y a está hablado y resulta más eficaz”, ejemplifica.

Porque psicólogos y pedagogos tienen claro que los castigos no deben aplicarse a palo seco. Su

recomendación es hablar (que no gritar) y ay udar al hijo a aceptar la sanción como una consecuencia de sus actos, y establecer contacto personal, afectiv o, para ay udar a mitigar la rabia que siempre engendra el castigo. Claro que una cosa es sancionar a un niño con un tono afectiv o, ex plicando que es una forma de enseñarle a autogobernarse, y otra castigarle y un minuto después abrazarle por sentimiento de culpa o inseguridad. “Con frecuencia los padres quieren ser una persona próx ima a los hijos y les acompleja ser una señorita Rottenmeier, les da miedo castigar, pero siempre es peor dejarlo pasar”, remarca Elzo.

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Claves

Ex cepcionalidad

El castigo ha de tener carácter ex traordinario y finalidad educativ a. La norma debe ser v alorar las conductas positiv as. El ex ceso de castigos prov oca efectos adv ersos.

Inm ediatez y claridad

El niño ha de saber por qué se le castiga. Hay que poner el castigo de forma inmediata, aunque su ejecución quede pendiente para el fin de semana.

Proporcionalidad

La sanción debe adecuarse al tipo y grav edad de la falta, a la edad y a la intención. No pueden ser castigos absolutos (del tipo nunca más...), que cierren el horizonte, que no den oportunidad de demostrar buen comportamiento o que al final resulten inaplicables.

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Equilibrio

No hay que castigar por rabia o v enganza. El castigo no puede depender del estado de ánimo o los problemas personales.

Coherencia

Hay que dejar claros cuáles son los

comportamientos aceptables e inaceptables, y no ir cambiando las reglas cada semana. Conv iene

anticipar las consecuencias de ciertas conductas: “Si hoy llegas tarde, el próx imo día...”, y aplicar

siempre las mismas sanciones para las mismas faltas.

Aplicabilidad

Conv iene ser prudente y no abusar de los castigos. Pero si se imponen, hay que mantenerlos y ex igir su cumplimiento, de modo que al escogerlos hay que v alorar que sean aplicables.

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Un estudio de la Comunidad de Madrid realizado en el 2008 rev eló que un 63,5% de los padres cree que dar una bofetada de v ez en cuando a sus hijos puede “ay udar a que aprendan”. Y es que, a pesar del rechazo generalizado a los castigos corporales, se mantiene cierta tolerancia social hacia el cachete o el azote. “El cachete es un drama si es la forma frecuente de resolv er conflictos, pero no es un drama si a un padre o una madre se le escapa en un momento determinado”, asegura el sociólogo Jav ier Elzo. Y añade que, en su opinión, los castigos

humillantes, el menosprecio v erbal, son más duros y perjudiciales que un cachete ocasional. En

cambio, la pedagoga Silv ia Morón considera que “el cachete es como el maltrato a la mujer; se sigue usando pero no es correcto; igual de inaceptable que nos parece una bofetada entre iguales, aunque sea una sola v ez, nos ha de parecer con los niños, porque la diferencia sólo es de tamaño”. El problema es que bajo la apariencia del cachete espontáneo y ex cepcional se amparan, según algunos especialistas, muchas manos largas que abusan. “Educar nunca ha sido fácil, pero ahora, en situaciones familiares y sociales más democráticas, aún lo es menos, porque ex ige esfuerzo y

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añade Morón. Donde no hay matices es en la condena a los castigos corporales, que por

denostados que estén aún se dan en algunas familias muy autoritarias o con mal clima familiar, donde los padres v iv en agobiados y superados por la

educación de sus hijos y los chav ales tienen

problemas emocionales, según puso de manifiesto el estudio realizado por Jav ier Elzo para la Fundaciò Bofill sobre Models educatius familiars a

Catalunya. Ello a pesar de que ex isten

inv estigaciones que demuestran que los castigos corporales, además de ser contraproducentes y prov ocar que los niños reaccionen con v iolencia y apuesten por la ley del más fuerte, merman el coeficiente intelectual y ralentizan el desarrollo de las habilidades mentales.

Tipos de castigo

Castigo corporal

Un azote en el culo, una bofetada, pegar con un objeto... Se rechaza porque es humillante, produce agresiv idad y no tiene relación directa con la falta

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cometida.

Hay estudios que lo relacionan con hiperactiv idad y con una merma de coeficiente intelectual y las habilidades mentales.

Castigo sancionador

Engloba desde la retirada de priv ilegios hasta las reprimendas. Es frecuente castigar retirando la paga, priv ando al chav al de algo que le gusta como la telev isión o la v ideoconsola, env iándole a su cuarto o echándole una bronca. No es aconsejable porque crea problemas de relación, daña la autoestima, alienta la mentira, prov oca estrés, inseguridad y agresiv idad. Pero algunos educadores creen que es mejor una sanción así que no hacer nada.

Castigo hum illante

Ponerlos de cara a la pared, tenerlos quietos en una silla, obligarles a hacer tareas ex tras, censurarles en público... Son muy contraproducentes, prov ocan mucho daño emocional y no permiten reparar el daño ni corregir la conducta inapropiada.

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Castigo correctiv o

Se trata de ex plicar al hijo, con calma y sin gritar, por qué su conducta ha sido incorrecta y obligarle a corregirla. Puede ser decirle que, como ha pintado la pared, ahora está sucia y ha de limpiarla; o que, como ha roto los juguetes, luego no podrá jugar con ellos; o que habrá de ay udar a sus hermanos porque antes tuv o un comportamiento egoísta. Requiere paciencia y tiempo, pero es el más eficaz porque obliga a asumir las consecuencias de los actos.

Una palabra con mala

prensa

Los padres adv ierten a sus hijos que los castigarán, los castigan y cuentan que los han castigado, sin más. Pero los especialistas en educación infantil rechazan este término porque creen que tiene reminiscencias de maltrato, de castigo corporal. Por ello prefieren hablar de sanciones o de reprensión.

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Capítulo 5

El estrés no tiene edad

No sólo los adultos, también los niños están sufriendo este mal endémico de las sociedades desarrolladas y que los ex pertos llaman estrés. El ritmo de v ida y un ex ceso de activ idades

ex traescolares contribuy en a que los más pequeños lo padezcan | Un niño no puede gestionar el estrés como haría un adulto | El cerebro infantil de inunda de cortisol y afecta a la memoria

Jordi Jarque

ES Estilos de v ida | 18 de junio de 2011

Y a falta poco para que los niños terminen la escuela y empiecen v acaciones. Padres y madres coinciden en señalar que sus hijos están cansados y parecen estresados por la cantidad de trabajos y ex ámenes realizados durante el curso escolar. Y para

compensar tanto esfuerzo y desgaste de sus hijos, algunos progenitores ex plican orgullosos todas las activ idades que realizarán durante las v acaciones para que disfruten del tiempo de ocio: refuerzo de

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algunas materias (que si matemáticas o lecturas de libros), idiomas, hípica, deportes acuáticos y un largo etcétera según preferencias y

disponibilidades.

Casi todas las v acaciones de los niños y a están programadas. Lógico, hay que combinarlas con el trabajo y otras circunstancias, como en el caso de los hijos de padres separados. No es fácil para los padres y puede resultar estresante. Pero tampoco es fácil para los hijos y también les puede estresar todas estas situaciones, como constatan los ex pertos. No sólo ahora en v acaciones, sino también durante el curso escolar. El estrés no sólo afecta a los adultos.

Se está produciendo un preocupante aumento del estrés entre los más pequeños. “En los últimos años he notado en la consulta que hay un incremento del estrés de los niños”, afirma Natalia Ortega, psicóloga infantil, socia fundadora de A ctiv a Psicología y Formación, en Madrid. Y según la Sociedad

Española de Estudios de A nsiedad y Estrés, las cifras se acercan al 8% de la población infantil y al 20% de los adolescentes. A ntonio Muñoz Hoy os,

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