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Radclyffe Los Cuentos de Provincetown 01 Puerto Seguro

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Academic year: 2021

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Puerto Seguro.

Una misteriosa recién llegada, una médico solitaria, y una adolescente gay con problemas de amor, amistad y confianza, durante un verano tumultuoso en Provincetown.

Reese Conlon, Teniente Coronel USMCR, es la nueva ayudante del sheriff que tiene a todos en vilo, en medio de especulaciones sobre quién será la primera mujer que captará sus atenciones.

La Doctora Victoria King ha sido traicionada, en el amor, y se niega a correr el riesgo de volver a enamorarse.

Brianna Parker, la hija adolescente del jefe de Reese, teme la ira de su padre cuando se entere que ella ama a otra chica.

A medida que estas tres mujeres luchan por vivir y amar en libertad, ponen en riesgo sus corazones y almas, para dar, a unos y a otros un puerto seguro.

Capítulo Uno

El nuevo y único ayudante del Sheriff de Provincetown maniobró con su todo terreno hasta detenerse en el aparcamiento, con vistas a Herring Cove. Eran las 6 a.m.,de una mañana clara y nítida de mayo. Aparte de un Winnebago estacionado en el otro extremo del aparcamiento, estaba sola. A su derecha se extendía la curva de la arena que lleva una larga extensión de playa, y en la distancia, se podían distinguir las figuras de algunos caminantes, a esas primeras horas de la mañana. Las gaviotas se balanceaban sobre el agua, en busca de su desayuno, sus estridentes gritos hacían eco en el viento. El agua reflejaba el color del cielo casi sin nubes, los azules iridiscentes y verdes destacaban contra la blanca espuma de las olas agitadas. El aire junto con la niebla húmeda se cernía sobre las dunas, enfriando su piel. A pesar del frío, bajó las ventanillas, permitiendo que el olor y los sonidos del mar, entraran a través del vehículo. Con una taza de café apoyada sobre el tablero, movió su cinturón, ajustando su revólver más cómodamente contra su cadera derecha.

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Su mente se mantuvo vacía, sólo pensando en las fuerzas eternas de la naturaleza que la rodeaban. Se sentía totalmente insignificante, y sin embargo completamente en paz. Se sentía más en casa de lo que jamás hubiera pensado. Este hecho, era de una total sorpresa para ella, ya que sólo llevaba viviendo en este pequeño pueblo unas pocas semanas. Ella se había movido por todo el país, hasta llegar a este pequeño y acogedor lugar, dejando atrás la vida que había llevado, desde que era una niña. Sin embargo, se sentía bien de estando allí, y lo había aceptado con ecuanimidad, gracias a que había sido entrenada para hacer frente a todas las circunstancias que se le presentaran en la vida.

Su atención fue atraída por un destello de color que apareció sobre la costa. Un kayak ojo, con una raya brillante amarilla atraía su vista, los poderosos golpes rítmicos del kayakista propulsaban la nave rápidamente a través del agua. En lugar de interrumpir su tranquilidad, la imagen del batir de los brazos y mezclar los remos sobre las olas, la sumió en una agradable armonía. Observó hasta que la embarcación era sólo un punto en el horizonte, puso en marcha el motor de su vehículo y sacó lentamente su mente de la orilla del agua.

El Sheriff Nelson Parker levantó la vista, cuando la puerta de la estación se abrió, sorprendido por una ráfaga de viento que agitó los papeles de su escritorio. El departamento del sheriff, estaba formado por una oficina grande, con varios escritorios que estaban separados de una sala de espera, con una barandilla baja y una puerta bloqueada, que chirrió al abrirse. En una habitación contigua, en la parte trasera del edificio, había dos celdas de detención, que rara vez se utilizaban. Su segundo, entró con la brisa, y se sorprendió, una vez más, por la sensación de tranquilidad que emanaba de ella, cada vez que la veía. Tal vez era su altura, era condenadamente tan alta como él, o tal vez era la forma en que se movía, tiesa como un palo, incluso en posición de descanso. Tenía los hombros ligeramente más amplios, y las caderas más estrechas que la mayoría de las mujeres, y ella estaba en mejor forma física, que cualquiera de sus hombres.

Su ajustado uniforme caqui le recordaba, una vez más, que tenía que haber algo para adelgazar los veinte kilos de más, que parecían haberse asentado muy firmemente al rededor de su cintura. Tal vez era sólo, que ella no se daba cuenta de lo imponentemente guapa que era, con ese aspecto andrógino, que muchas de las mujeres de Provincetown tenían. Pensó que podría estar un poco celoso.

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"Buenos días, jefe!" -dijo, mientras se dirigía hacia la máquina de café. Frunció sus características cejas, esculpidas, en su cara angular, y se fijó en los dos centímetros de oscuro café que quedaban en la parte inferior. "Mala noche?"

"Me temo que es así, Reese", respondió en tono de disculpa. "Yo sólo me lo tomé todo." "Jesús", murmuró, tirando los restos en la fregadera. "Tiene peor pinta que el café del cuartel, el cual ni siquiera se podía beber, que a menos que estuvieras medio muerto." Hizo una nueva cafetera, y se instaló detrás de la otra mesa. Había algunos informes del turno de noche sobre su bandeja, y los recogió para revisarlos.

"Algo importante que debería saber?" -preguntó ella.

"Nada fuera de lo común. Algunas paradas de tráfico por exceso de velocidad, un DUI, y un par de peleas en un bar abajo, en el Bradford General. No hay mucho que hacer hasta este fin de semana."

Echó un vistazo al calendario colocado en una esquina del tablón de anuncios. Faltaban dos días antes de “Memorial Day Weekend”. Aún no había experimentado la transformación que se producía en esta pequeña localidad de pescadores, con el inicio de la temporada de verano. A partir de finales de mayo y hasta después del Día del Trabajo, una avalancha de turistas, aumentaba de forma considerable, la tranquila población de la zona. La gente del pueblo dependía de la afluencia de visitantes para apoyar su economía, a pesar de las constantes quejas, por parte de los nativos que sufrían las consecuencias de esta multitud agitada y su tráfico ingobernable.

"Sí," el sheriff continuó, "se espera una gran cantidad de tráfico -. De vehículos y a pie, más accidentes, más vida nocturna y más borrachos y desórdenes constantes en estos seis meses de caos sin parar, después de seis meses de silencio mortal."

Reese revisó los informes en silencio, imaginando las semanas de trabajo que tenían por delante.

"¿Crees que serás capaz de soportar el invierno?" Preguntó Parker. "En diciembre podrás ver a lo largo de toda la calle comercial, sin un coche bloqueando la vista. Podrás caminar por la calle y las únicas huellas en la nieve serán las tuyas."

Reese lo miró sorprendida, con sus ojos azules a modo de interrogatorio. "¿Por qué no habría de hacerlo?"

Se encogió de hombros, siempre con ese sentido de la diplomacia. Ella había estado trabajando para él, desde hace casi dos meses, y no sabía ni una palabra acerca de su vida personal. Ella nunca mencionaba su pasado, no hablaba de su familia. Le resultaba difícil creer que alguien que se parecía de alguna manera ella no estuviera apegado. Sin

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embargo, ella nunca dejó ningún margen para ese tipo de preguntas, y él se encontró a menudo pensando sobre quién era ella. "Es probablemente que ésta no sea el tipo de vida que has vivido antes."

Reese guardaba ferozmente su privacidad. No era sólo algo instintivo. Ella luchaba contra el impulso de abandonar habitual su silencio, ante las preguntas personales. Este hombre no sólo era su jefe, además, era la persona con la que tendría que pasar la mayor parte de su tiempo, en los próximos meses. A su manera, él estaba tratando de ser amable. Se recordó a sí misma que no tenía nada que ocultar. "Sheriff, la vida a la que estoy acostumbrada, es una vida militar. Puede ser muy aburrida, según se mire. No ha cambiado mucho en los últimos 200 años."

"Estás demasiado cualificada para este trabajo", continuó. "Ya lo sabía que cuando te contraté. Simplemente no podía no contratarte, con tu experiencia militar y de a demás con tu título de abogado"

Pensó lo mucho que quería compartir. Sus pocas relaciones sociales se regían por toda su vida en el ejército, un mundo jerárquico y rígido, donde se definían y aceptaban las relaciones de jerarquía y la política. Había reglas que determinan donde se comía, donde se dormía, y lo que se podía y no se podía decir. Si uno era cuidadoso, podía evitar estas reglas. Reese nunca había sentido la necesidad de desafiarlas, pero estaba lejos de ser ingenua acerca de las consecuencias, que podría tener si las intentaba ignorar. Ciertos pensamientos y sentimientos, podían ser peligrosos, y en algunos casos, mortales. Cuando era una joven recluta, le habían enseñado sólo había tres respuestas aceptables, a cualquier pregunta o petición que le hiciera algún superior - "Sí, señor", "No, señor", y "no es una excusa, señor".

Ella respiró. "Después de quince años, se había dado cuenta, que ya no estaba tan a gusto en el ejército. Tuvo que tomar la decisión de quedarse para el resto de mi vida o de hacer un movimiento. No me gustaba la legislación militar, pero seguía queriendo con algo relacionado con la ley, aunque fuera diferente. Este trabajo me daba la oportunidad de hacerlo".

Ni siquiera se trataba de explicar la inquietud incesante que había sentido en los últimos años, ella no podía entenderlo. Ella había revisado a su vida, no se podía quejar, pero todavía tenía la sensación de que le faltaba algo.

Ahora, ella estaba aquí, y se sentía feliz con la decisión que había tomado, y esperaba iniciar su nueva vida.

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Parker miró a su al rededor preguntándose lo que Reese no le estaba diciendo. Ella le devolvió la mirada, impasible, sabiendo que tenía todas las respuestas pero sin saber cuándo las podría conseguir.

"Bueno, me alegro de tenerte", dijo con voz ronca. "Y para que lo sepas, los amigos me llaman Nelson”.

Ella apartó un mechón de pelo negro azabache de su cara, con los dedos largos de su mano, mientras dejaba escapar una pequeña sonrisa marcando un hoyuelo a la derecha de su boca. Sus ojos azules eran como el láser directo.

"Claro que sí, jefe", respondió ella, suprimiendo su sonrisa. "¿Quieres hacer la primera ronda por la ciudad o prefieres que lo haga yo?"

Negó con la cabeza, tratando de no reírse. "Adelante. Estoy esperando una llamada de la Oficina del Condado para hablar sobre el presupuesto del próximo año. Dios, odio el papeleo.

Nunca debí haberme presentado para sheriff. Yo era mucho más feliz cuando era el ayudante del sheriff."

"Ahora es demasiado tarde", se reincorporó Reese. "Ese puesto ya está cubierto." Se acomodó su sombrero sobre su pelo grueso y corto, para fijarlo sobre los ojos hundidos. Por un segundo Nelson tuvo ganas de acompañarla. Reese cogió las llaves y se dirigió alegremente hacia la puerta. Le encantaba salir en la patrulla, simplemente observando el día a día de las actividades de la comunidad, a las cuales ya se había acostumbrado. Casi había terminado su lento recorrido por el pueblo, cuando escuchó que le llamaban por la radio.

"Reese?"

"Aquí", respondió ella, hojeando su micrófono.

"Ellos te necesitan en la clínica en Holland Road. Un robo."

Ella giró su todo terreno por una de las calles laterales estrechas, que atravesaban la parte principal de la ciudad, poniendo las luces de emergencia con una mano.

"Llego en dos minutos", respondió lacónicamente. "¿Hay algún sospechoso en la escena?"

".. Negativo, pero mantén un ojo por el camino, el médico está allí, así que no sabemos cuánto tiempo hace que los sospechosos han marchado. Y Reese -.. El médico está en el interior del edificio"

"Entendido," Reese respondió secamente. Un civil en un edificio sin garantías, podría fácilmente convertirse en una situación de rehenes. Quitó la sirena. Si alguien estaba

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todavía allí, que era mejor no alertarlos. Por la misma razón, no quería un ejército de coches de policía rondando por la clínica. Aunque realmente, tampoco es que pudieran disponer de un ejército de patrullas en la pequeña localidad de Provincetown.

"Volveré a llamar en cuando haya comprobado el área. Mantente a la escucha, por ahora."

No vio a nadie sospechoso mientras se acercaba despacio a la Clínica de Salud de East End. El pequeño aparcamiento estaba vacío, a excepción de un Jeep Cherokee con un kayak sujeto encima. Reconoció la roja embarcación, que había visto una hora antes en la bahía. Dejó a su todo terreno en ángulo, bloqueando la salida.

Rápidamente dio una vuelta al edificio a pie, observando una ventana rota en la parte trasera del pequeño edificio histórico.

Mientras se dirigía hacia la entrada, la puerta fue abierta por una mujer de pelo castaño rojizo vestida con una bata blanca de laboratorio. Sus ojos castaños estaban llenos de preocupación. Se inclinó ligeramente sobre su bastón de caoba pulido. Sobre el extremo inferior de sus pantalones vaqueros, se podía ver un objeto ortopédico que sujetaba su pierna.

"Hola, soy Colon, la ayudante del sheriff. Te necesito que salga un momento por favor." Reese había sacado el revólver de su funda, y lo sostenía a un lado. Mientras hablaba, tomó a la mujer con firmeza por el brazo y la sacó a través de la puerta, que daba a un pequeño porche.

"Espere en el coche patrulla mientras reviso el edificio, por favor." "No hay nadie aquí", respondió la mujer. "Ya lo he mirado”.

Reese asintió con la cabeza, con sus ojos explorando el interior de la clínica. "De todos modos, prefiero que espere fuera."

"Por supuesto", respondió la doctora. Bajó del porche y se volvió. "Los pacientes van a llegar en pocos minutos."

"Sólo tienen que esperar en el aparcamiento," le indicó Reese, mientras se movía con cautela por la sala de espera. Después de comprobar las oficinas y salas de examen, regresó a su coche y llamó a Nelson.

"Jefe?"

"Adelante, Reese."

"No hay nadie en el recinto. Me voy a quedar durante un poco de tiempo conseguir detalles."

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"Lo haré." Se volvió en el asiento para mirar a la mujer sentada a su lado. "¿Por qué no entramos y le explico todo?"

"Soy Victoria King, por cierto. Soy la directora de la clínica," le informó al entrar en el edificio, extendiendo su mano mientras hablaba.

Reese tomó la mano ofrecida, devolviendo el firme apretón "Reese Conlon, doctora. ¿Puedes decirme lo que encontraste cuando llegaste?"

"Abrí a mi hora habitual - 7 de la mañana", la médico empezó a explicar una vez que entraron en su oficina. "No noté nada raro, hasta que abrí una sala de examen. Ya viste desastre que había", añadió con disgusto. Ella apoyó su bastón contra el escritorio y se sentó detrás de él, descansando las manos sobre la mesa rayada.

"Llamé al Sheriff de inmediato, luego miré alrededor."

Un acto de valentía, pero peligroso, pensó Reese para sí misma. "¿Has visto a alguien caminando por la carretera antes de llegar aquí, o algún vehículo que pareciera fuera de lugar?"

"No. Pero la verdad es que no me estaba fijando mucho. He venido directamente aquí desde Herring Cove."

Reese estudió a la mujer con cuidado, teniendo en cuenta los antebrazos fuertes que asomaban por las mangas enrolladas de su bata blanca. Vestía una sencilla camisa de color azul oscuro, y ajustados pantalones vaqueros azules. Parecía tener unos treinta y cinco años, ligeramente bronceada con un puñado de pecas en las mejillas que sólo añadían atractivo. Tenía el aspecto tonificado de una atleta, a pesar del bastón a su lado. "El kayak?"

Victoria pasó una mano, distraídamente, a través de las capas cortas de su cabello hasta los hombros, encogiéndose levemente mientras lo hacía.

"Sí". Respondió esperando ver alguna expresión de incredulidad, que por lo general seguida. La mayoría de la gente miraba su pierna, ya se suponían que no podía manejar cualquier cosa física. Ella se sentía a la defensiva ante las miradas de la gente, tanto que llegaba a enfurecerse.

"¿Lo haces todos los días?" Reese preguntó directamente. "Sí, ¿por qué?" Victoria respondió defensivamente.

"Porque en un pueblo tan pequeño cualquier podría saberlo," Reese respondió de manera uniforme, sin dar ninguna señal de que había notado el tono borde de la médico. "Y también sabrían que la clínica estaba vacía."

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no solía estar tan sensible. Tal vez era sólo por el estrés de la situación, o por el hecho de que este una rígida funcionaria la estaba inquietando. Su comportamiento frío y controlado le resultaba desconcertante. Victoria enseguida conseguía establecer una buena relación con la gente rápidamente, pero ahora se sentía un poco fuera de juego. Los sheriffs solían tener un enfoque preciso e impersonal, que le recordaron a algunos cirujanos que había conocido - excelentes técnicos, pero no sabían relacionarse con la gente.

"¿Estás bien?" preguntó Reese en voz baja. La tensión de la mujer era evidente. Victoria se había visto más afectada por la violación de su clínica, de lo que había pensado, un hecho que, aparentemente, no había escapado a la atención de la ayudante del sheriff, que la estaba observando. Estaba avergonzada de parecer débil frente a ella, y luego rápidamente se preguntó por qué debería importarle. Respiró hondo y soltó el aire lentamente. "Sí, estoy bien, gracias. Normalmente soy mucho mejor en momentos de crisis."

Reese sonrió. "No me imagino que tengas que lidiar con este tipo de cosas muy a menudo."

Victoria contuvo el aliento ante la repentina transformación que acompaña esa brillante sonrisa. De repente, los rasgos de su cara parecían estar esculpidos e impregnados de calor compasivo y una belleza impresionante. Era como ver una obra de arte que cobraba vida, de forma totalmente inesperada .

Ella se sonrojó ante su reacción visceral, esperando que no ser tan transparente como se sentía. Estaba agradecida al ver que la cabeza oscura se inclinaba sobre un pequeño bloc de notas, que Reese había mantenido en su rodilla cruzada. Tomando firmeza, Victoria respondió con calma: "Tienes razón. ¿Qué más puedo decir para ayudarte?"

"¿Falta algo?"

Victoria levantó las manos sin poder hacer nada. "No tengo ni idea. Tendré que hacer un inventario de todas las salas de examen y la farmacia."

"¿Qué medicamentos tienen aquí?"

"Lo de siempre - antibióticos, una gran cantidad de muestras farmacéuticas, AIDS meds"

"¿Qué pasa con los narcóticos?"

"No mucho. No se dispensan medicamentos aquí, pero necesito una pequeña cantidad de ellos en caso de emergencia. Soy el único médico en treinta y cinco millas. Tengo una cantidad limitada de codeína, Percocet , metadona ".

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"Inyectables?"

"Alrededor de una docena de ampollas de morfina. Todos los narcóticos están encerrados bajo llave."

"¿Falta alguna?"

"No he tenido tiempo para comprobarlo." "Vamos a hacerlo ahora."

Reese siguió a la médico hacia una pequeña habitación en la parte trasera del edificio, que era poco más que un almacén. Estantes repletos de ropa, envases quirúrgicos cerrados, soluciones intravenosas, y otros suministros. Un armario con un sistema incorporado con una cerradura escondida en una esquina de la pequeña habitación. Victoria suspiró con alivio cuando vio que la puerta del armario de las drogas estaba cerrado. Metió la llave, abrió la puerta y estudió su interior.

"Se ve bien".

"Bien", respondió Reese. "Voy a necesitar una lista de todos los empleados, también los del servicio de limpieza, y cualquier otra persona que tenga acceso a este edificio. Quién es el dueño del edificio?"

"Yo". Victoria agarró el brazo de Reese cuando está salía del almacén. "Ninguna de las personas que trabaja aquí haría esto."

Reese se enfrentó a ella, con expresión cuidadosamente neutral. "Estoy segura de que tienes razón. Es sólo rutina."

Después de que Victoria le hubiera entregado una lista preliminar, Reese la dobló en su bloc de notas y la guardó.

Ella estudió a la doctora por un momento, sin perder apartar su mirada un poco distraída en sus ojos.

"¿Seguro que estás bien?"

Victoria le tendió la mano, cuadrando los hombros y levantando la barbilla. Ella era muy consciente de que estaba siendo valorada por los fríos ojos azules que buscaban en su rostro. "Estoy bien. Gracias, Sheriff."

Reese abretó la mano que le ofrecía.

"Señora". Ella se llevó una mano a la gorra y se fue.

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"Tory! Tory, ¿dónde estás?"

"Aquí, en la sala de procedimientos." Ella levantó la vista desde donde estaba arrodillada clasificando y catalogando de materiales, para saludar a la jefa de enfermeras de la clínica. "Oye, Sal - Me alegro de verte."

"¿Qué está pasando? ¿Estás bien?" Sally preguntó con ansiedad, viendo el lío de papeles y objetos del suelto.

"Sí, estoy bien - alguien ha entrado en la clínica esta noche."

"He visto a una policía en la puerta. Ella es una nueva, ¿verdad?" dijo Sally recuperado varias cajas sin abrir de gasas quirúrgicas del suelo y los apiló sobre el mostrador. "Madre mía! ¿Viste su cuerpo? Jesús!"

"Dios, nunca te pierdes nada ¿verdad?

"No, cuando se trata de mujeres," se rió Sally-. "Así que vamos a ver pacientes o no?” Tory se puso lentamente de pie, tratando de ignorar el calambre de su pierna. "Creo que mejor reprogramamos a los de la mañana. Primero tenemos que limpiar este lugar y averiguar si falta algo.

Sally suspiró. "Voy a empezar a llamarles y te informo de cómo queda todo"

"¿Quieres decir que hablarás sobre la ayudante del sheriff, ¿no?" Tory cuestionó fuertemente. No estaba segura de por qué, pero ella no quería hablar de la distante, aunque atractiva sheriff. Ella prefería olvidarse de todo. Tory sabía que la sheriff simplemente estaba haciendo su trabajo - con calma, serenidad, y estaba siendo totalmente profesional. Pero había algo en su actitud de mando, que la había tomado por sorpresa. Nunca nadie había logrado llevar sus emociones tan al borde, con un solo encuentro. Y ninguna mujer había captado su atención, tan rápido, en los últimos años. Sally no podía ignorar la tensión en la voz de Tory. Ella nunca la había alterar su comportamiento, por lo general implacable. De hecho, a veces a Sally se preguntaba si su amiga solitaria, no debería beneficiarse de una pequeña interrupción en su vida. Desde su punto de vista, la vida de Tory era siempre muy segura y predecible. En los cuatro años que habían trabajado juntas, ella nunca había conocido hasta la fecha, a ninguna mujer con ella, ni siquiera mostraba interés en ello. Tory trabajaba horas y horas, se negaba a considerar buscar un socio, e incluso cuando ella había sido engañada para ir alguna fiesta, solía poner alguna excusa para irse temprano. Sally había hecho grandes intentos por buscarle amigas, pero Tory siempre sonriente y firme las rechazada.

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"¿No te gusta ella, ¿verdad?" Indicó a Sally. "Ella es tan preciosa que debe ser ilegal -así que dime lo que hizo para enfadarte."

Tory se quedó perpleja, mientras se sonrojaban sus mejillas. "No tengo ninguna opinión de ella, ni buena ni mala. Apenas la conozco!"

"Así que, ¿de acuerdo?" Le gritó a Sally, alzando sus manos en señal de rendición. "Así que no me digas más!"

Tory la miró con exasperación total. "Sólo tienes que ir a llamar a los pacientes!" Se volvió resuelta para terminar lo que estaba haciendo, ocultando sus pensamientos. "Entonces, ¿qué tienes?" le preguntó Nelson a Reese en cuanto llegó hasta su escritorio. Sacó un formulario para rellenar el informe correspondiente, y se acomodó en su silla. "Unos principiantes rompieron una ventana trasera del edificio, saquearon los armarios, y tiraron todo el material por el suelo. No llegaron al almacén de drogas, lo que significa que, o bien no eran personas de aquí o la médico les sorprendió antes de que hubieran terminado."

Reese se acordó de los fuertes rasgos claros de la directora de la clínica - el pelo castaño Rojizo, su piel de porcelana, y la forma en que sus ojos verdes chispearon fuego cuando fue provocada. El pensamiento de Victoria Rey caminando, de forma inesperada, en medio de un robo fallido le hacía sentirse incómoda. Tenía la sensación de que la médico perfectamente, podría haber tratado de manejar las cosas ella sola. Reese desestimó esa imagen desconcertante e inquietud desconocida, y metódicamente comenzó a llenar su informe.

"¿Qué?" Nelson le preguntó cuando vio su ceño fruncido. Se dio cuenta de que algo la preocupaba, tenía esa mirada lejana en sus ojos otra vez.

"Si hubiera entrado en medio del robo, podría haber sido un desastre", dijo Reese en voz baja. "Ella no parece del tipo de mujer, que pueda enfrentarse a este tipo de problemas, y seguro que podría haber sido herida."

Nelson resopló. "No apostaría por ello. La doctora tiene una especie de cinturón negro en artes marciales. Además, ella es fuerte como un caballo. La he visto levantar a un hombre adulto en una camilla sin pestañear. Esa pierna le ralentiza algo, pero seguro que ella puede con ésto."

"Me alegra saber que ella puede cuidar de sí misma", dijo Reese, inclinando la cabeza hacia su informe, pasando por alto la extraña inquietud persistente. No tenía sentido pensar en algo que no había sucedido. Tenía trabajo que hacer.

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Nelson la miró, consciente de que había sido despedida, pero no sabía por qué. Maldición, era algo difícil de imaginar!

Cuando Gladys Martin, la única secretaria del departamento de policía, llegó para su turno de nueve a cinco, encontró a los dos escribiendo en silencio. Se preguntó, no por primera vez, lo bien que el director iba a adaptarse a su nueva ayudante. No era tanto el hecho de que ella era una mujer, sino el hecho de que ella no parecía ni se comportaba como una mujer. Gladys tenía la sensación de que él no había tenido mucha experiencia cercana con este tipo de personas. La chica era tan privada que lo volvía aún más curioso. Y Dios sabe, que Nelson Parker era muy curioso, sí que lo era! Pero cualquier persona, con una sonrisa como la de esa joven - del tipo que te rompe el corazón – merecía la pena conocerla, aunque tendrían mucho trabajo!

"Buenos días a los dos!" ella dijo, acomodándose detrás del mostrador de recepción y centro de recogida de mensajes, en general. "¿Por qué es estáis tan serios? Viene el presidente?"

Nelson resopló y Reese sonrió mientras se inclinaba hacia atrás en su silla giratoria. "Pensé que sólo llegaba al extremo de Nantucket", bromeó Reese. "Aquí no somos lo suficientemente civilizados para su presencia."

"Entonces debe ser la emoción por lo ocurrido en la clínica."

"¿Cómo sabes eso?" preguntó Nelson sorprendido. ¿No había nada que Gladys no supuera?

"Te olvidaste de mi escáner, Jefe," Gladys respondió con aire de suficiencia. "No me llames jefe," contestó automáticamente.

Reese se puso de pie y se estiró, sonriendo ante tales bromas. "Voy a hacer otra ronda, Jefe", gritó, ya impaciente por estar fuera de la pequeña oficina.

Gladys esperó hasta que la puerta se cerró antes de acudir al Sheriff. "¿Cómo va?"

"Tan bien como cabría esperar, teniendo en cuenta su hoja de vida. Ella es la mejor oficial que he tenido!"

“Cómo es ella?”

Nelson miró a su vieja amiga especulativamente. "¿Qué es lo que quieres saber, vieja cotilla?"

"Ha! Como si tú no fueras cotilla! Me preocupo por una joven, que ha aparecido en esta ciudad salida de la nada. Podría estar muy sola."

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"No parece solitaria para mí", reflexionó Nelson. "Sólo solitaria - como si estuviera acostumbrada a estar sola."

"Una persona se vuelve solitaria, cuando pasa mucho tiempo sola," apuntó Gladis, mirándolo fijamente.

"Puede ser. Pero no me preocuparía demasiado. No parece tener problemas para encontrar pareja, sin importar el tipo que sea."

"Como si no estuviera claro qué tipo de pareja sería!" Gladys comentó secamente. "Ahora no te pongas a hacer suposiciones, sólo porque estemos en Provincetown", comentó Nelson, irritado porque Gladys siempre parecía saber más que él.

"Oh, Nelson. Puedes poner a esa chica en cualquier parte del país y estaría llamando la atención de las mujeres!"

"Tu también, Gladys?" , bromeó.

"Si no fuera tan vieja y no llevara casada veinte años con George, tal vez sí que lo haría."

Nelson la miró, dejándo que la mujer tuviera su razón, sin querer hablar más del tema. Reese dejó el motor en marcha, fuera de la tienda de comestibles, mientras corría hacia el interior para comprar un sandwich. Las dos mujeres que dirigían el pequeño mercado gourmet, en el centro de la ciudad, le dieron una cálida bienvenida. A pesar del poco tiempo que llevaba viviendo allí ya parecía como una clienta habitual.

"De atún, lechuga y tomate?" pregunto Carol, en cuanto la oficial entró por la puerta. Reese se echó a reír. "Obviamente estoy siendo demasiado predecible. Que sea de carne curada en la actualidad."

"Claro. ¿Cómo es la nueva casa?"

Reese ocultó su sorpresa. Todavía no se había acostumbrado a la familiaridad de los residentes. Este, definitivamente no era el lugar adecuado, si no querías conocer a tus vecinos.

"Bien estoy viviendo en ella - y las reformas se terminarán en un par de semanas, gracias al grupo de Sarah, es muy bueno.".

Carol asintió con la cabeza mientras envolvía la comida de Reese. "Te envidio ese punto de vista. No hay muchos lugares por esa zona, con vistas a la bahía."

"Tuve la suerte de encontrarlo", coincidió Reese. "Aquí tienes. Ten cuidado hay fuera."

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Reese apoyó el bocadillo en el asiento junto a ella, comiendo mientras lentamente paseaba por la ciudad. De momento, no había mucha gente en las calles, pero en dos días todo sería diferente. Ella estaba esperándolo con ansiedad, a pesar de que sabía que su trabajo se triplicaría. Le gustaba la sensación de formar parte de la comunidad, y cuidar de ella a su propia manera. Sin pensamiento consciente, se encontró dirigiéndose de nuevo hacia la clínica. El aparcamiento estaba lleno.

El hombre de detrás del mostrador en la zona de recepción parecía acosado. Reese esperó, mientras terminaba de hacer una carta, de pie en silencio junto a una madre con dos niños pequeños a cuestas. Él la miró expectante, moviendo de un tirón el pelo de sus ojos. Su asombrosamente bello rostro se fijó en ella, con gesto nervioso.

"Hay alguna posibilidad de que pudiera ver la doctora Rey?"

"Oh, por favor! Sería más fácil conseguirte una audiencia con el Papa," suspiró dramáticamente. Tenía las pestañas más largas que había visto nunca. Si fuera una mujer, ella lo parecía, pero todavía había algo decididamente masculino de él que desmentía esa descripción. "Vamos a ver dónde está, ¿de acuerdo? Anda con mucho retraso, pero supongo que ya sabes por qué."

Reese asintió con la cabeza, encogiéndose de hombros disculpándose. Regresó un momento después.

"Sígueme, por favor, ella se reunirá contigo en su oficina cuando puede hacer un descanso, dijo que sólo sería un par de minutos."

La llevó a la misma oficina que Reese había dejado sólo unas horas antes. Mientras esperaba, examinó las paredes. Sólo había un diploma, anunciando que Victoria Claire King había sacado su título de medicina por la Universidad de McGill en Canadá. De mucho mayor interés, fueron las fotos enmarcadas varias mujeres remeras, algunas en desde los cuatro a los ocho años, aproximadamente, incluso en alguna de ellas aparecía remando sola. Reese se inclinó más cerca para mirar las caras. En varias fotos se veía claramente a Victoria Rey remando.

El sonido de la puerta al cerrarse detrás de ella, interrumpió su estudio, y se volvió a encontrar a la doctora observándola.

"Sorprendida, Sheriff?" Victoria preguntó nerviosamente.

Reese levantó una ceja ante el tono defensivo en la voz de la mujer. Sus ojos azules se encontraron con los calmados ojos castaños de Victoria. "¿Por qué?"

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Victoria golpeó el objeto ortopédico de su pierna con su bastón. El metal sonó bruscamente.

"Ah - para ser honesta, no lo había pensado", respondió Reese, con su mirada fija todavía sobre Victoria.

Victoria apartó su mirada, y finalmente sacudió la cabeza con tristeza. "Debes de ser la única persona que lo ha olvidado."

"Yo no he dicho lo hubiera olvidado", dijo Reese en voz baja. "Es sólo que nunca se me había ocurrido que fuera tú, la persona que vía esta mañana en el agua-.. Sobre la bahía Parecías formar parte del mar, ni siquiera perturbabas el ritmo de las olas."

Los labios de Victoria se abrieron, cuando un pequeño suspiro se le escapó. Había escuchado muchas descripciones sobre su forma de remar, pero ninguno tan genuina, ni tan elocuente. Ella desvió su mirada y tragó saliva.

"Gracias," dijo al fin, en silencio, mirando a su alrededor. Se acercó a su mesa, finalmente mirando Reese, quien se quedó tiesa como un palo en el medio de la habitación, con su sombrero bajo el brazo. Victoria se preguntó si tenía alguna idea de lo imponente y atractiva que era.

"Siéntate, Sheriff. Me estás poniendo nerviosa", dijo Victoria a la ligera.

Reese se echó a reír, una risa llena de profundidad, mientras se dirigía a la silla frente a la mesa de Victoria. "Eso lo dudo."

Victoria fue irracionalmente complacida por su respuesta, y consciente de su decepción cuando la mirada de Reese se había evaporado.

"Yo sé que estás ocupada," dijo Reese. "¿Has tenido la oportunidad de descubrir lo que falta?"

Victoria suspiró con cansancio. "Casi no he tenido tiempo, parece que la mitad de la ciudad tiene la gripe. He estado trabajando sin parar desde que te fuiste. Pero, sin embargo, he podido hacerte una lista provisonal. Una extraña maldición."

Reese se sentó un poco más erguida, con los ojos brillantes. "¿Cómo es eso?"

"Nos faltan agujas, jeringas y algunos instrumentos quirúrgicos, pero no escalpelos, ni cajas de gasa o alcohol, y de todas las cosas -... Un esterilizador portátil"

"No faltan drogas?"

"Las drogas están contabilizadas. No puedo estar segura, porque no tengo un inventario de muestras farmacéuticas, pero creo que hay una variedad de antibióticos que faltan." "Eso es todo?"

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Reese asintió. "Significa algo para tí?"

"No parece gran cosa. Los adictos querrían jeringas. Supongo que el esterilizador tendría sentido, si alguien quería volver a utilizar las agujas, pero lo raro es que sin las jeringas?"

"No lo sé", murmuró Reese. "¿Hasta qué hora está abierto?"

"Hasta hace seis años, excepto los miércoles, hasta que termino de ver a mis pacientes, normalmente sobre las diez."

"¿Hay alguien aquí contigo todo el tiempo?"

"Bueno, Randy, el recepcionista, se va cuando la clínica cierra y mi enfermera, Sally, se queda hasta recoger. Normalmente, yo me quedo una hora más tarde para terminar con el papeleo."

"No lo hagas" dijo Reese rotundamente, "por lo menos no en los próximos días. Vete cuando Sally se vaya, y asegúrate de que las dos estéis con los coches en marcha, antes de que ninguna de las dos se aleje."

Victoria la miró con asombro, con los hombros rígidos. "Es realmente necesario, tengo trabajo que hacer - y estoy segura de que sólo eran unos niños"

"No estoy segura de eso", Reese se respondió con firmeza. "Esto, está bastante aislado. Puede hubiera algo más que querían, y no lo han podido encontrar esta mañana. No quiero que estés aquí sola, si deciden volver."

Victoria escuchó el inconfundible tono de mando en su voz, un tono demasiado fácil, lo que demostraba que ella estaba acostumbrada a ser obedecida. Lo que decía tenía sentido, pero Tory estaba molesta, no quería que nadie le dijera cómo debía llevar su negocio.

"¿No podemos llegar a algún acuerdo, Sheriff Conlon?" "No, doctora" respondió Reese con una sonrisa.

Victoria golpeó su pluma sobre la mesa, tratando de decidir si se sentía tan reticente porque la petición no era razonable o porque le molestaba la autoridad de esa demanda. Cualquiera que fuera la razón, esta mujer tenía un efecto asombroso en ella. Ella estaba tan segura, tan segura, que hizo que Tory quisiera discutir con ella, incluso cuando sabía que lo que decía tenía sentido. Reese esperó.

"Está bien," Victoria concedió a regañadientes. "Puedo hacerlo durante unos días." "Una semana".

Los ojos de Victoria lanzaban fuego mientras se disponía a protestar. "Por favor", añadió Reese.

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Era el turno de Victoria a reír, a pesar de su molestia. "Es muy difícil resistirse a ti, Sheriff", afirmó, y luego inmediatamente se arrepintió de sus palabras. No sólo porque sonaba un poco coqueta, sino porque se dio cuenta, con disgusto, que era verdad. La combinación de la sheriff, con el control de sus ojos azules cristalinos y el sutil humor resultaba poderosamente atractiva.

Reese respondió desapasionadamente. "Entiendo que es difícil, Dra. King, y le agradezco su cooperación." Se puso de pie y dio unos golpecitos con el dedo en el ala de su sombrero. "Gracias por hacer tiempo para atenderme, a pesar de su día tan ocupado. Le haré saber cuando tenga una pista sobre esto."

"¡Gracias!" respondió Victoria como Reese se marchaba. Se sentó por un momento tratando de ordenar sus pensamientos. Una vez más, tuvo la sensación desconcertante de estar un poco fuera de equilibrio, más cuando estaba acostumbrada a tener todo siempre bajo control. Exasperada con ella misma, empujó el recuerdo de esa sonrisa fugaz y rica risa de su mente. Había un montón de trabajo por hacer, y podía contar con eso para quitar a la ayudante del Sheriff de su mente.

Al final de su turno Reese se sentó en su todo terreno en frente de la casa jugando con sus llaves. Ella había estado evitando este momento, desde que llegó a Provincetown, y ella sabía que no podía retrasarlo por más tiempo. El lugar era demasiado pequeño. Y ya la mayoría de los dueños de tiendas sabían su nombre. Ella puso el coche en marcha, y se dirigió hacia el extremo este de la calle larga, de aproximadamente unos tres kilómetros. Aparcó en la acera, en frente de una de las innumerables galerías. Después de un minuto de vacilación, se dirigió resueltamente hacia la pequeña casa contigua. Tocó el timbre, mientras se le aceleraba el pulso.

Una mujer de unos cincuenta años, en pantalones vaqueros holgados y una camiseta hecha jirones, abrió la puerta, mirando inquisitivamente al oficial que esperaba en las escaleras.

"¿Sí?" -preguntó ella. Entonces sus ojos se abrieron cuando ella se centró en los ojos azules de acero y rasgos cincelados. El parecido era inconfundible. "Oh Dios mío", se quedó sin aliento. "Reese?"

"Hola Jean", dijo Reese en voz baja.

"Kate!" la mujer chilló. A continuación, volviendo a entonar su voz llamó en voz alta: "Cariño, será mejor que vengas aquí!"

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"¿Qué pasa?" preguntó la mujer alta que entró por la parte trasera de la casa. Se detuvo detrás de su amante, quedándose sin palabras.

"Hola mamá", dijo Reese en voz baja. Ella miró a su madre, a su piel coloreada por sol bruñido, al pelo rubio casi gris ahora, y a los ojos azules, tan parecidos a los suyos. A pesar de su ansiedad, se sentía extrañamente tranquila. "Pensé que ya era hora de visitarte."

"Había renunciado a la esperanza de volver a verte", dijo su madre-murmurando con voz ahogada.

"Lo siento - Yo -" Reese vaciló, sin saber cómo explicar los años que habían pasado separadas.

"No lo sientas solo ven y cuéntame -. Bien, dime lo que quieras." Kate tocó las mejillas de su hija, suavemente, mientras hablaba, y luego le tomó la mano para tirar de ella hacia el interior de la casa. Llevó a Reese a través de las pocas habitaciones hasta una pequeña cocina que daba a la bahía.

"Siéntate," dijo Kate, señalando la mesa, delante de las ventanas. "Quieres té?" "Sí, gracias", dijo Reese, poniendo su sombrero sobre la mesa.

"¿Cuánto tiempo llevas aquí?" -preguntó su madre, incapaz de apartar los ojos de la atractiva mujer, sentada en su mesa. Si no llevara una vida de enclaustro, ella lo habría sabido. Un recién llegado siempre llama la atención.

"Apenas ocho semanas", dijo Reese, señalando a su uniforme. "Soy el ayudante del sheriff."

"Simplemente no puedes renunciar a un uniforme, ¿eh?"

Reese se echó a reír y la tensión en la sala se disipó. "Nunca lo pensé de esa manera, pero creo que tienes razón."

"Y ahora vives aquí", dijo su madre con asombro.

Reese asintió, inusualmente insegura. "¿Te parece bien?"

Las lágrimas brillaron en los ojos de su madre, y un pequeño sollozo escapó de sus labios.

Jean, la compañera de su madre, puso su mano protectora sobre el hombro, sabiendo cuántas veces había soñado con este momento.

"Muy bien sería un eufemismo, Reese," dijo su madre por fin. "Creía que cuando conocí a Jean, todos mis sueños se habían hecho realidad. Ni siquiera me atrevía a esperar nada como ésto."

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"Si hubiera podido ser diferente Reese, seguro que algo podría haber hecho" Su madre se detuvo, sabiendo que no había palabras para explicar el pasado. O para deshacerlo. Reese se encontró con su madre mirándola de manera uniforme, con voz firme. "No he venido aquí para pedir explicaciones."

Kate hizo girar el anillo de oro en su dedo anular, el que le había regalado Jean, y dijo con tristeza: "Traté de decirme a mí misma que estarías bien cuidada"

"Y yo lo estaba", dijo Reese. "Pero llegó un momento para mí, en que quería salir de allí."

Kate buscó alarmada, en lo ojos de su hija. "¿Estás bien, estás enferma, o -?" "No, estoy bien," Reese sonrió, tomándole de la mano.

"Así que estás aquí para quedarte?"

"Sí," dijo Reese, sintiendo la rectitud de sus palabras. "Me quedo."

Jean se acercó, colocando una gran bandeja de sopa en el centro de la mesa y dijo con firmeza:

"Tengo la sensación de que va a ser una noche muy larga." Y comenzaron a hablar.

Capítulo Tres

Era cerca de la medianoche cuando Reese les dejó. Les había tomado mucho tiempo esbozar lo ocurrido, durante los últimos veinte años. No habían tocado cosas muy personales, ninguna de ellas estaba preparada para ello. Pero fue un comienzo, y se sentía bien. Estaba demasiado excitada para dormir, por lo que decidió conducir.

Circuló por una calle comercial, siguiendo por las calles estrechas que llevaban hasta la clínica.

No era exactamente el camino a su casa, recorrió los dos por municipios que se encontraban de camino a su casa. Ella frunció el ceño cuando vio que el Jeep Cherokee sigue aparcado en el aparcamiento. La clínica estaba a oscuras. Reese salió de su todo terreno, dejándolo aparcado junto al arcén de la carretera, y dio una vuelta a través de la maleza y la arena de la parte trasera de la clínica. Cuando intentó suavemente tocar la manilla, la puerta trasera se abrió. Pistola en mano, se dirigió lentamente por el pasillo, abriendo cuidadosamente cada puerta al pasar.

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Al doblar una esquina en la zona de recepción sombría, sintió un movimiento a su derecha. Balanceando sus brazos extendidos en esa dirección, alzó su arma puño en mano, gritó: "¡Policía!"

Su movimiento desvió el golpe que le se avecinaba, pero el dolor le quemó a lo largo de todo su antebrazo, donde fue golpeada. Ella se impulsó hacia adelante, golpeándose contra el borde de un archivador de metal, mientras se agachaba. Se acercó en cuclillas, y estaba a punto de disparar a la sobra que se veía a contraluz, en la luz de la luna, cuando una voz gritó: "Sheriff, no! Soy Tory!"

Las luces se encendieron y Reese se encontró cara a cara con la médico, con el bastón en alto amenazando con volver a golpearla.

"Baja el bastón" murmuró Reese, limpiándose la cara con una mano. Su mano estaba manchada de sangre, y se tambaleó, repentinamente mareada.

"Siéntate, Sheriff," le ordenó Tory acercándose rápidamente. Agarró a Reese por la cintura, dirigiéndola a una silla. "Estás herida."

"Tengo que revisar este lugar," Reese protestó, sacudiendo la cabeza, tratando de aclarar su visión. "La puerta de atrás esta abierta."

"No importa. A Sally siempre se le olvida cerrarla con llave." Tory escrutó el rostro de Reese con cuidado.

"Vas a necesitar puntos." "Tengo que pedir refuerzos"

"¿Por qué, estoy detenida? Yo no sabía que eras tú hasta que hablaste. Oí un ruido en el pasillo"

"Increíble", Reese hizo una mueca, doblemente avergonzada. "Primero anuncio mi presencia, y luego dejo que me golpees. Tal vez deberías usar una tarjeta de identificación!"

Tory sonrió tristemente. "Este bastón es tan mortal, como cualquier de vuestras armas, por lo menos a corto alcance. Estoy agradecida de no haberte roto el brazo." Miró a Reese con creciente preocupación. "No lo hice, ¿verdad?"

Se arrodilló, con dificultad, frente a Reese, y agarró la mano derecha de Reese con la suya.

"Aprieta los dedos", dijo.

"No puedo," Reese murmuró, luchando contra una oleada repentina de náuseas.

"Debo haber tocado algún nervio mediano", señaló clínicamente. "Pueden pasar un par de horas, hasta que puedas flexionar los dedos, de nuevo, pero no parece roto."

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Ella continuó palpando, a lo largo del antebrazo de Reese, consciente de los músculos bien desarrollados bajo sus dedos. "Tienes suerte de estar en tan buena forma, tu masa muscular te ha protegió. Aun así, vas a tener un gran hinchazón." Ella se echó hacia atrás y estudió el rostro de Reese, retirando un mechón de pelo de la frente de Reese. La sheriff estaba pálida, pero su mirada era clara. "Tienes una laceración en una ceja. Tenemos que volver a la sala de operaciones para que pueda cuidar de ella. ¿Puedes caminar?"

Reese asintió, enfundando su arma mientras cuidadosamente se levantaba. Extendió su mano izquierda para ayudar a Tory a levantarse.

"No puedo decirte cuánto lo siento, Sheriff," Tory comentó a medida que avanzaban hacia la parte posterior de la clínica.

"Ha sido una lección bien aprendida, doctora", dijo Reese gravedad. "Tener un arma, a veces, te hacen demasiado confiado. Un artista marcial, bien entrenado, es una amenaza real en lugares cerrados. Eso es lo que eres, ¿verdad?"

"Siéntate aquí", indicó Tory, señalando la mesa de operaciones en el centro de la habitación. Ella se quedó en silencio mientras se cogía unos guantes y una bandeja de sutura.

"¿Eres alérgica a alguna droga?" "No."

"Túmbate. Sólo tengo que limpiarte la herida un poco." Mientras ella se dedicaba a su trabajo, continuó, "Hapkido. ¿Lo conoces?"

"Un poco – yo practico jiu-jitsu," Reese respondió, haciendo una mueca de dolor, ante la inyección de novocaína. "Hapkido. Eso es coreano, ¿verdad?"

"Uh huh," Tory respondió cuando empezó a colocar las suturas. "Es una combinación entre Aikido y Tae Kwon Do. Afortunadamente para tí, sino seguro te habría hecho más daño con el arte del bastón."

"Bueno, ciertamente es efectivo", dijo Reese rotundamente. "Vas a tener que enseñarme alguna vez."

"Si te quieres. Bueno ésto es todo. Voy a tener que quitarte los puntos en unos cinco días." Ella movió el taburete y se sentó frente a Reese. "¿Por cierto qué estás haciendo aquí?"

"Pasaba conduciendo por aquí y vi su Jeep. El lugar estaba oscuro. Estaba preocupada. No debes estar aquí sola, ¿recuerdas?"

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Tory suspiró: "Lo sé. Acabamos muy tarde. Envié a todos a casa hace una hora. De verdad que yo ha había terminado, y me dirigía hacia la puerta cuando te escuché. Lo siento mucho"

"Por favor", dijo Reese, moviéndose hasta una posición sentada más cómoda.

Afortunadamente su cabeza se sentía clara. "Me alegra saber que puedes cuidarte tú misma. Vamos a dejarlo así, ¿de acuerdo?"

Tory estaba, tratando de alcanzar un algodón con alcohol, cuando ella tomó la barbilla de Reese con una mano, notando la tensión en Reese.

"Tienes sangre en el cuello", dijo Tory en silencio, limpiando la piel con suavidad. "Gracias," Reese murmuró, sus ojos se encontraron con los ojos castaños y profundos de la otra mujer.

Ella era muy consciente de la calidez del tacto de Tory.

Ésta se apartó rápidamente, retirando su mirada, mientras rápidamente rompía el contacto. La retirada fue tan brusca, que Reese se estremeció involuntariamente. Tory frunció el ceño. "Tienes que estar en la cama. Vamos, te llevaré a casa."

"Estoy bien", murmuró Reese, saltando de la mesa. Se tambaleó ante una repentina ola de vértigo, y habría caído si Tory no le hubiera deslizado su brazo rápidamente alrededor de su cintura.

"No del todo, no lo estás. Puede ser fuerte, pero no estás hecha de acero. Te has llevado un fuerte golpe en la cabeza, y con ese brazo, no estás en condiciones de conducir. Lo digo en serio. "

"No puedo dejar mi coche en la calle”, protestó Reese. "Yo conduzco. Vamos."

"Vete a la cama," dijo Tory cuando Reese las condujo a la sala de estar de su nuevo hogar. "Voy a buscar un poco de hielo para tu brazo – la cocina está por ahí?" indicó con un gesto de la cabeza.

"Sí, pero puedo conseguirlo yo mima"

Tory se volvió hacia Reese, con los ojos brillantes. "Mira Sheriff, puedes guardarte esa rutina butch para los chicos malos. Sé que puedes hacerlo. Lo que quiero que te acuestes, de modo que voy a conseguirlo."

Reese miró fijamente, con una expresión perpleja en su rostro. "No estoy tratando de ser butch! Sólo estoy acostumbrada a hacer las cosas por mí misma."

La cara de Tory se suavizó, y una sonrisa curvó sus labios carnosos. "Sí, apuesto a que lo haces. Pero esta noche no. Ahora ve por favor."

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Tory la encontró, sus pocos minutos después, tratando torpemente de colocar el cinturón de su arma y el uniforme en el armario. Su brazo derecho estaba todavía descoordinado y visiblemente hinchado. Se las había arreglado para ponerse una camiseta de algodón descolorida, con las siglas de USMC sobre el pecho izquierdo. Sus piernas estaban desnudas, por debajo del dobladillo de la camisa. Tory trató de no mirar a la extensión de piel suave y los bien musculados miembros, decidiendo finalmente que no podía evitar mirarla, a menos que, de repente, se quedara ciega. Agarrando la percha de las manos de Reese, dijo con firmeza, "A la cama".

Tory dobló cuidadosamente el pantalón y lo colgó en el armario pulcramente ordenado. Camisas y pantalones oficiales estaban cuidadosamente separados de la ropa informal, de izquierda a la derecha. Se quedó mirando el traje de Judo nítido y los hakamas cuidadosamente doblados en el estante superior. La misteriosa sheriff era más que una artista marcial casual.

Volviendo sobre Reese, la encontró apoyada en la cama, con las manos cruzadas sobre las sábanas que la cubrían hasta la cintura. Estaba observando cuidadosamente a Tory, con su inescrutable rostro. Tory le devolvió la mirada, pensando que esta mujer decía mucho con su silencio.

"¿Qué?" preguntó Tory en voz baja.

"Estabas estudiando con demasiado interés mi armario. ¿Te fijas siempre en todo?" "Gajes del oficio. Ser médico, es un poco como ser un detective, tienes que aprender a no pasar por alto los detalles más sutiles. ¿Y tú? Siempre eres tan pulcra, ordenada y controlada?"

Reese se echó a reír. "Sí. Quince años en el Cuerpo de Marines te obliga a ello. Aunque también podría ser algo hereditario. Mi padre es militar de carrera."

"Y tu madre es una administradora de sistemas de la organización?" Tory bromeó. Reese se quedó inmóvil, repentinamente, con expresión pensativa. "No, mi madre es artista. Me temo que no heredé nada de ella."

Tory se dio cuenta de que el tema estaba claramente fuera de sus límites, y una vez más, volvió a surgir una gran distancia entre ellas. "Ven", dijo acercándose a la cama con la bolsa de plástico con hielo en la mano, "Extiende tu brazo." Lo envolvió en una toalla libremente alrededor del antebrazo de Reese, y le aplicó la compresa de hielo, asegurándola con otra toalla. "Ten esto todo el tiempo que puedas. Si tienes más

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dolores, durante la noche, o notas que empeora el entumecimiento, llámame. No creo que eso ocurra, pero no quiero correr ningún riesgo."

"¿Cuál es tu número de teléfono?" preguntó Reese cortésmente. No tenía ninguna intención de pasar más de tiempo de esta mujer. Todo este ridículo era por su culpa, para empezar. Nunca nadie la había tomado por sorpresa, en ningún incidente.

"Sólo llámame – Me quedo en tu sofá."

Reese se levantó del susto sobre la cama. "No vas a quedarte aquí!"

"Mi Jeep es en la clínica, estoy cansada, y estoy empezando a tener mal humor, tengo la intención de irme a dormir -.. Inmediatamente No te preocupe, ni siquiera sabrás que estoy aquí."

"Ese no es el punto!" Reese exclamó. "Ya has hecho demasiado por mí!"

Tory alzó una ceja. "¿Y cómo definirías" demasiado ", Sheriff? Un poco de ayuda es demasiado? Sólo dime donde tienes sábanas de repuesto.."

Reese señaló un baúl militar, debajo de las ventanas. "La ropa de cama está allí, Doctora. Tema militar me temo. Sólo llevo de civil poco tiempo, y las compras no están en mi lista de prioridades."

"Solo es para una noche. Gracias," dijo Tory mientras se dirigía a la puerta. "Ahora apaga las luces, por favor."

"Sí, señora", suspiró Reese, dándose cuenta de que la habían dejado fuera de control, en más de un sentido, esa noche.

A las cinco de la mañana, en el mes de mayo, todavía faltaba mucho para que amaneciera.

Reese se quedó mirando a Tory, a través de la penumbra que la reflejada desde la cocina. Se acostó de lado, con los brazos alrededor de la almohada. Tenía el pelo revuelto, enmarcando su rostro suave y joven por el sueño. Sus ropas habían sido arrojadas sobre una silla cercana, el aparato de su pierna ortopédica y su bastón estaban apoyados al alcance de sus manos. Reese se sintió cautivada por lo tranquila que parecía. Antes de que pudiera alejarse, Tory rodó sobre su espalda y abrió los ojos, pasando de sueño a la plena vigilia casi instantáneamente.

Vio la curiosidad en el rostro de Reese, antes de que ésta la ocultada. "¿Qué?" Preguntó Tory. "¿Hay algo extraño en mi forma de dormir?"

Reese la contempló por un momento, consciente de que estaba desnuda debajo de la sábana. La curva de su cadera y la leve inflamación de sus senos, se reflejaban a través

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de la luz y la sombra. Reese sabía que la había estado mirando, y obligó a sus ojos a dirigirse a la cara de Tory.

"No sólo parecía que estuvieras durmiendo – parecía que pudieras sentirlo, como si fuera algo vital." Su voz se apagó. No tenía palabras para expresar lo hermosa que la veía."No quise molestarte", terminó torpemente.

Tory se sentó, sosteniendo la sábana, contra su pecho, con un brazo, mientras con la otra se retiraba el pelo de la cara. "Creo que te sentí en mi sueños, pero no me despertaste". Miró a Reese con incertidumbre. Ella sabía que Reese no la había tocado, pero su piel se estremeció con el sentido de una caricia prolongada. De pronto sacó las piernas del sofá y las posó en el suelo. Esto se estaba volviendo ridículo. Demasiada agitación, en las últimas veinticuatro horas, le estaba haciendo imaginar cosas.

"Tengo que ir a trabajar," dijo Tory más bruscamente de lo que pretendía.

"De acuerdo. Voy a dejar que te vistas", dijo Reese, dándose la vuelta, desconcertada por el brusco cambio. "Quieres café?" preguntó mientras ella se dirigía rápidamente a la cocina.

"Si, Por favor,". Unos minutos más tardes, se unió con Reese en la cocina, mirando a su alrededor con sorpresa. El ambiente, recientemente renovado, es moderno y equipado con aparatos profesionales. "¡Qué gran cocina! Sabes cocinar!"

Reese sonrió y agachó la cabeza tímidamente. "Un vicio secreto." Le entregó a Tory una humeante taza café francés recién tostado.

"Cuándo aprendiste a cocinar? ¿No estabas obligada a comer en un comedor o algo así?"

Reese se echó a reír, calentando a Tory con su cálida voz. Tory se relajó, apoyada en el gran centro de la isla de la cocina, que dominaba el espacio. Bebió un sorbo de café mientras examinaba a Reese, a través de la brillante luz de la mañana. Ella vestía un uniforme nuevo, con pliegues en las mangas y pantalones pulcramente planchados, su corbata correctamente anudada bajo su fresco cuello. La superficie de sus zapatos brillaba impecable. Ella parecía impecable, también. Su pelo negro recortado con precisión alrededor de sus oídos, y por encima de su cuello. Su despejado rostro, mostraba unos ojos azules claros, nariz recta y un fuerte mentón. Era guapa y hermosa al mismo tiempo, y las campanas de alerta comenzaron chocar en el cerebro de Tory. Este tipo de mujeres, sabían lo atractivas que eran, y por lo general siempre traían problemas. Los años no habían borrado, todo el dolor que alguien había causado a su

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corazón. Se obligó a concentrarse en lo que estaba diciendo Reese, recordándose a sí misma que nunca volvería a cometer el mismo error, otra vez.

"Yo vivía sobre todo fuera de la base. Aprender a cocinar me dio algo que hacer, ya que siempre he vivido sola."

"¿Siempre?" Preguntó Tory. Era difícil de creer que una mujer con su presencia no estaba cogida.

"Sí, siempre", Reese respondió en voz baja.

Una vez más, Tory sintió una puerta cerrarse, a través de la mirada distante que apareció en los ojos de Reese.

"¿Cómo está tu brazo?" Preguntó Tory, cambiando de conversación. "Rígido, pero la sensación ha regresado."

"¿Puedes manejar el arma?"

Reese miró sorprendida. "Creo que sí."

Tory negó con la cabeza. "Tienes que ser capaz o sino no podrás trabajar. Es serio, Sheriff"

Reese levantó una mano. "Por favor, llámame Reese. No puedes seguir llamándome Sheriff en mi propia cocina."

Tory se rió. "Entonces llámame Tory. Ahora, coge tu arma."

Reese la estudió por un segundo. Dejó su taza de café en el mostrador, y en un segundo, se había girado hacia Tory, con el revólver en sus manos, en posición de tiro.

Tory se quedó sin aliento, sorprendida por la velocidad y la gracia de Reese. "Conforme", dijo Tory suavemente, consciente de que tenía la garganta seca y se le aceleraba el pulso. Tuvo que admitir que la combinación de la belleza física y la potencia controlada era una imagen convincente.

Reese se enderezó, enfundando su pistola. Ella sonrió y saludó a Tory casualmente. "Gracias, señora."

Reese no estaba segura de por qué Tory la estaba mirando con tanta curiosidad, pero le gustaba la forma en que lo hacía, y se echó a reír. Por alguna razón, la risa la hacía feliz.

Capítulo Cuatro

Después de acompañar a Tory a la clínica, Reese se dirigió a la comisaría.

Nelson estaba en su escritorio, con el ceño fruncido sobre otro voluminoso informe que tenía que terminar.

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"Jesús, Conlon ¿qué te ha pasado?" le preguntó cuando vio el moratón en la cara de su ayudante y los puntos frescos en la frente.

Reese sacudió la cabeza con tristeza, lanzando su sombrero en su escritorio. "Si te dijera la verdad, me despedirías."

"Díme", ordenó. Se estaba riendo en el momento en que terminó la historia. "Te dije que la doctora podía cuidar de sí misma! Alégrate de que sólo tiene una pierna buena, o ella realmente te podría haber hecho mucho más daño!"

Se miraron el uno al otro cuando él hizo una mueca de disgusto. "Oh, demonios, no me refiero a eso. Fue una maldita tragedia, y yo aquí bromeando." Negó con la cabeza avergonzado.

"¿Qué quieres decir?" preguntó Reese, en voz baja.

"Supongo que no es un secreto - como si alguien en esta ciudad tuviera secretos Era una remero ¿Sabías que..?"

"Algo he oído", comentó Reese, recordando las fotografías en la oficina Tory.

"Ella era muy buena. Remaba para el equipo olímpico canadiense. Era la gran esperanza para lograr una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de l 88. Otro remero golpeó terminó con sus aspiraciones, justo antes de los juegos. Rompió su embarcación por la mitad, y casi se lleva a su pierna con ella. Nunca volvió a remar. " Reese se dio la vuelta, con el pecho encogido.

"¿Has vuelto a quedarte trabajando esta noche, de nuevo?" -dijo con voz ronca, cogiendo la cafetera.

Nelson la miró boquiabierto por la sorpresa. Él nunca entendería a esta mujer. Se cerraba muy rápido, más que nadie que hubiera conocido, hombres incluidos. Pero él respetaba sus estados de ánimo, por lo que sólo gruñó mientras volvía a con el interminable papeleo de su escritorio.

Reese se centró en la preparación de café, forzando la imagen dolorosa de Tory, herida en su embarcación destrozada. Inesperadamente, ella retrocedió a la imagen de Tory que había visto esa mañana, cuando estaba dormida, recordando su belleza. La imagen era inexplicablemente calmante. Reese respiró hondo, manteniendo sus emociones bajo control, una vez más, y se volvió hacia el jefe.

"Voy a empezar mi ronda."

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En vez de girar a la derecha hacia la ciudad, Reese fue en la dirección opuesta por la ruta 6 hacia Herring Cove. Pescadores y mujeres abarrotaban la zona del puerto. Estacionó cerca de la orilla del agua, buscando el horizonte. La luz del sol brillaba en el agua azul de la mañana, fría y gris, como si fueran dos fuerzas de la naturaleza. Allí, a la derecha, cortando el horizonte, con rapidez y seguridad, vio el kayak rojo. La tensión de su pecho se alivió, cuando vio a Tory volar a través de la superficie, con total libertad. Calmada, una vez más, se giró sonriendo para dar comienzo a su nuevo día.

Después de su segunda ronda por la ciudad, se dirigió de nuevo, por la por la ruta 6, a la carretera principal que corría todo Cape Cod. Un centenar de metros por delante, algo salió de la nada, chocando contra un vehículo. El patinador no se levantó.

Reese se detuvo cerca, con las luces parpadeando. Corrió hacia la figura tendida.

"Tómalo con calma, hijo," dijo mientras se agachaba junto al joven de pelo oscuro corto. "Oops, lo siento", se corrigió al mirar más de cerca, dándose cuenta de que el patinador era una mujer. "¿Estás herida?"

"Metí la rodilla bastante bien", murmuró la joven, haciendo una mueca mientras trataba de ponerse en pie. Ella había estado patinando, en pantalones cortos ajustados, sin equipo protector, y la longitud de su muslo estaba bastante raspada y sangrando.

"No trates de ponerte en pie", le advirtió Reese, deslizando un brazo alrededor de su cintura. Se inclinó un poco, colocó su otro brazo detrás de las piernas de la joven y se levantó, alzándola fácilmente. "Vamos. Te llevaré a la clínica", dijo mientras caminaba unos pocos metros hasta su coche patrulla.

"Estoy bien", protestó la joven pálida.

"Puede ser, pero mejor estar seguros." Reese abrió la puerta trasera abierta, deslizando a la chica suavemente en el asiento trasero. "¿Cómo te llamas?"

"Brianna Parker," fue su tranquila respuesta.

Reese la miró detenidamente. Tenía el pelo muy corto y en punta, no llevaba nada de maquillaje. Tenía un pequeño anillo de plata en su ceja izquierda, un tatuaje rodeando su brazo derecho, y una banda de plata ancha en el dedo medio de su mano izquierda. A primera vista, ella aparecía la típica adolescente, pero al examinarla más minuciosamente, la chica tenía una mirada encantadora.

"¿Estás relacionada con el sheriff Parker?" "Sí, es mi padre".

"Le avisaré por radio," dijo Reese, mientras se ponía al volante. "¿Tienes que hacerlo?"

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Reese se giró en el asiento para mirar a su joven acompañante. "¿Cuántos años tienes?"

"Diecisiete".

"Deberíamos tener el permiso de tu padre, antes de ser tratada"

"¿No podemos esperar a ver lo que tengo, antes de avisarle? Él se va a poner como loco. Él no quiere que patine aquí. Además, se supone que debería estar en la escuela."

Reese consideró su petición. Seguramente Nelson se enfadaría con ella si no le avisaba de inmediato, pero había algo en la cara de la chica que la hizo recapacitar. Podía esperar un poco.

"Después le llamaremos, Brianna – primero vamos a ver tus lesiones ¿de acuerdo?" "Sí", la joven suspiró. "Y me puedes llamar Bri. Todo el mundo lo hace."

Tory entró en la clínica, justo detrás de Reese. Ella la miró inquisitivamente, cuando la oficial se acercó.

"¡Hola!" dijo Tory, encantada de verla de nuevo tan pronto.

"Buenos días," Reese respondió, su voz cálida. "Me temo que te he traído algo de trabajo. Se ha golpeado mientras patinaba. Se ha hecho daño en la rodilla."

"Maldita sea," murmuró Tory, mentalmente, ya que tendría que modificar la planificación que tenían organizada. "Ni Sally ni Randy están todavía. Supongo que me puedes ayudar con la camilla, ¿verdad?"

Reese no respondió mientras abría la puerta de su coche patrulla, y se inclinaba hacia el interior. Para sorpresa de Tory, Reese se enderezó con la joven en sus brazos. Bri echó un brazo alrededor del hombro de la oficial, para mantener su apoyo.

"Si me haces un poco de sitio por favor" anunció Reese.

Tory asintió, decidiendo que debía acostumbrarse a ser sorprendida por la sheriff, totalmente autosuficiente. Reese la siguió a través de la sala de reconocimiento, y dejó a Brianna, suavemente, sobre la mesa de tratamiento.

"Le voy a esperar", dijo Reese. "Voy a tener que llamar a su padre."

Tory asintió, distraídamente, mientras se inclinaba sobre su paciente, y luego sin pensarlo dos veces, preguntó: "¿Te importaría hacer un poco de café?"

"Sin problemas", Reese respondió con una sonrisa. Ella encontró una pequeña cocina y enseguida tuvo la cafetera en marcha. Ella estaba sirviendo dos tazas cuando Tory volvió a aparecer.

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"Está bien," respondió Tory, ante la mirada inquisitiva de Reese. "Tiene un mal esguince, pero le he puesto un inmovilizador de rodilla. Podrá volver a patinar otra vez en una o dos semana."

"Gracias", dijo Reese. "Siento haberle molestado, pero pensé.."

"Tonterías," dijo Tory, tocando a Reese suavemente en el brazo. "Tenías razón para traerla. Está más preocupada por su padre que por su rodilla. Nelson la tiene bastante vigilada. Ella se metió en algún tipo de problema hace aproximadamente un año o así, ya sabes cosas de adolescentes".

Reese asintió. "Es difícil tener esa edad. Lo voy a llamar, y luego la llevaré a su casa." "Eres muy buena para este pequeño pueblo, sheriff."

Reese sonrió, complacida. "Gracias. No tengo mucha experiencia en la vida comunitaria. Yo he sido siempre una mocosa militar, siempre en activo, después de terminar la escuela." Se detuvo tímidamente. "Iré a llamar a Nelson."

Le tomó unos minutos calmar su jefe, pero finalmente lo convenció de que no tenía que venir personalmente a la clínica. Le dio las gracias a Tory, una vez más, luego acomodó, de nuevo, a Bri en el todo terreno.

"¿Es cierto que tienes un cinturón negro en karate?" le preguntó Bri, en cuanto salieron a la carretera.

"No exactamente," respondió Reese. "Tengo un cinturón negro en jiu-jitsu. Es un poco diferente. ¿Cómo lo sabes?"

"Mi padre me dijo."

Reese sabía que estaba en su “currículum”, y asumió que el sheriff se había dado cuenta. Era cierto que no tenían secretos en Provincetown.

"¿Podría usted enseñarme?" continuó la joven.

Reese volvió la cabeza para estudiar a la adolescente. Su mirada esperanzada, tocó un recuerdo lejano. Ella también había sido una adolescente solitaria, en un mundo de adultos. Su entrenamiento en artes marciales la había ayudado a centrar su energía adolescente sin rumbo fijo. Y hoy en día seguía centrada.

"Es un compromiso muy serio, Bri - y se necesita mucho tiempo para aprender qué es lo que quieres hacer?"

Bri sabía que le estaba haciendo una pregunta seria, y se sentía como si Reese realmente se preocupara por su respuesta. Ella luchó por encontrar las palabras adecuadas.

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