En medio de mi día a día hago un alto en mi camino, me paro a escucharte, acojo tu palabra, descubro que antes de que yo te invocara, Tú ya me estabas esperando; antes de que yo te buscara, Tú ya me habías encontrado.
Gracias, Señor
(Ixcís)
Gracias, Señor, por estar, por cantar tan dentro de mí,por hacerme feliz. Por sentirte cerca aun sabiendo que
no siempre mis pasos te siguen, te hacen presente al andar,
por darme la esperanza con la que mirar al mañana con algo más
que un simple volar con las alas de humanidad. Notar que Tú vivo siempre estarás
en todo aquel
que su vida pone a tu única y sabia voluntad. Partiré a cantar tu verdad
que siento en mí adonde digas Tú, Dios de mis mayores,
que sigues en mí esa fantasía de vida, de ganas, de fuerzas y de afán,
y vida allí donde no se sienta tu paz, hacer estallar la grandeza de tu amar. Obrar como es justo que siendo tu hijo
te haga siempre presente sin sentirme nunca alguien especial.
Sea así, cúmplase tu voluntad, haz de mí un ser eficaz, que viva, así en mis días,
a quien yo digo amar, que viva, así en mis días, a quien me hizo respirar, que viva así en mis días, al que solo he de adorar.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (11,25-30):
25 Jesús exclamó: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. 26 Sí,
Padre, así te ha parecido mejor. 27 Todo me lo ha
entregado mi Padre y nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 28 Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. 29 Cargad con
mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. 30 Porque mi
yugo es llevadero y mi carga, ligera”.
¿Cuál es el punto del texto que más ha llamado mi atención y
que más me gusta?
Señor Jesús no me dejes afianzarme entre los sabios y entendidos, que te descubra con corazón sencillo, en palabras transparentes; que no me haga el listo, el que ya está de vuelta de todo.
Que me deje sorprender por tu palabra, tan profundamente humana, que sólo puede ser de Dios.
¿Quiero esto realmente? ¿Soy capaz de repetir con
sinceridad lo que acabo de escuchar?
Nadie conoce al Padre sino Tú, Jesús. Yo me empeño en montar-me imágenes de Dios, un Dios a mi medida, por eso te tengo miedo o vivo rácanamente dándote lo mínimo para cumplir.
“Venid a mí”, exclamó la pasión, prometiendo un nuevo fuego al rescoldo de corazones que en otro tiempo ardieron.
“Venid a mí”, exigió la justicia, herida –en las víctimas–
por tanta mentira dicha en su nombre.
“Venid a mí”, susurró el silencio, mostrando, con los brazos abiertos, una forma distinta de cantar.
“Venid a mí”, gritó la soledad, cansada de deserciones y abandono.
“Venid a mí”, pidió el dolor, ofreciendo su rostro herido
para que la compasión lo acunase.
“Venid a mí”, llamó el Dios de los encuentros. Y fuimos. A veces vacilantes,
con toda nuestra inseguridad a cuestas. Pero fuimos.
¿Fui? ¿Sigo yendo?
Señor Jesús, hoy dejo mi careta de sabio y entendido. Hoy me hago sencillo para escucharte y decirte SÍ. Quiero descansar en Ti y también te doy gracias por revelarme estas cosas tan sencillas, ocultas a mis ritmos de sabio y entendido.
Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana repitiendo en tu interior una y otra vez ese anhelo: en mis cansancios, en mis agobios, descanso en Ti.
En mis cansancios, en mis agobios, descanso en Ti. Descansar en Ti,
a la sombra, junto al arroyo, sintiendo la brisa y con la cabeza en tu hombro.
Descansar en Ti, sin temores, sin nostalgias,
sin sucedáneos, sin ansias, enamorado.
Descansar en Ti, gozando el momento, libre de atillos y cargas,
sin prisas para nada y soñando esperanzas.
Descansar en Ti, serenamente, ahora y a cualquier hora,
hasta habituarme
al gozo y a la gracia que me donas. ¡Descansar en Ti
después del éxito o del fracaso
y compartir gratuitamente tus más íntimas emociones!
Descansar en Ti, y darte gracias, con palabras o sin ellas, por tu presencia solidaria en la gente sencilla y llana.
¡Descansar en Ti!
Vengan a mí los que están agobiados
Nuestro mundo muestra una fachada pero la realidad es muy otra. La publicidad en la televisión nos enseña lo que socialmente está de moda. Oficialmente, hoy todos estamos bien, nos sentimos felices, sonreímos continuamente, vivimos en casas bonitas, etc, etc. Pero eso no es más que una fachada, una apariencia que no logra tapar la realidad.
Hubo un país tercermundista que, ante la llegada de una serie de jefes de estado de otras naciones para una reunión internacional, decidió poner unas vallas en la autopista que iba del aeropuerto a la ciudad para que no se pudiesen ver las covachas y las casas de los pobres que se acumulaban a ambos lados de la autopista. Además, no contentos con poner las vallas, dieron oportunidad a una serie de artistas locales para cubrir las vallas con murales que representasen
lo maravillosa que era la vida en aquel país. Estoy seguro de que muchos de los visitantes de aquellos días pensarían que aquellas vallas se habían puesto, como en los países ricos, con el fin de evitar la contaminación acústica que produce una autopista y que dieron por supuesto que al otro lado de las vallas había hermosas casas rodeadas de jardines más hermosos todavía. ¡Nada que ver con la realidad!
Lo mismo que pasaba en aquel país se puede decir de nuestra realidad personal, familiar o social. Presentamos una hermosa fachada, cubrimos las apariencias, pero detrás y debajo se esconde la verdad de nuestra vida, que a veces es muy diferente, negra, oscura e infeliz. Hoy Jesús nos invita en primer lugar a abrir los ojos a nuestra realidad, a no negar lo que no nos gusta de ella, a asumir que hay partes de nuestra vida que no son brillantes, ni están llenas de luz ni nos hacen sentir felices. Y luego nos invita a todos a acogernos a su compasión y su misericordia. Los que nos sentimos cansados, los que no terminamos de encontrar sentido a este mundo tan hipócrita y violento, los que, confusos, vemos que nos quedamos cortos de esperanza y largos de tristeza, todos estamos invitados a acercarnos a Jesús. Porque su “yugo es llevadero” y su “carga, ligera”. Ése es el Evangelio que se ha revelado a la gente sencilla, a los que son capaces de abrir su corazón, y reconocer que, al final, dependemos de Él, de Dios, porque sólo de Él nos puede llegar la verdadera paz, el auténtico consuelo, el seguro descanso.
Si los bajos instintos, de que habla Pablo en la segunda lectura, nos invitan a vivir ocultos en la oscuridad, el Espíritu nos invita a situarnos bajo la luz, acogedora y cálida, de Dios que, aceptando nuestra realidad, nos promete la vida y la esperanza. Sólo aceptándonos como somos en la presencia de Dios, conoceremos la verdadera felicidad y conseguiremos la vida.
• ¿Hay aspectos de mi vida que prefiero dejar en la oscuridad y ni siquiera pensar en ellos?
• ¿En qué he puesto mi esperanza?
• ¿Creo realmente que Jesús puede regalarme la alegría, el consuelo, la paz y el entusiasmo que necesito y busco? • ¿Qué creo que me puede curar o consolar?
• ¿No sería hora de abrir mi corazón en la presencia de Dios?
Señor, muéstrame al Padre con un amor tan radical que no pueda dejar de responder plenamente.
En la primera parte
(25-27), Jesús se dirige al Padre. ¿Qué
imagen del Padre revela en su oración? ¿Cuáles son los
motivos que le empujan a dar alabanza a Dios? Y yo ¿qué
imagen tengo de Dios? ¿Cómo y cuándo alabo al Padre?
Señor, reconozco que me resisto cuando te oigo hablar de yugo y más cuando te contemplo en la cruz, pero lo cierto es que no puedo mirar hacia otro lado. Conocerte, amarte, seguirte no puede llevarme a más que a pasarlo todo contigo. Contigo y si es así ya no siento miedo.
¿Cuál es el yugo que me da descanso?
En mis cansancios, en mis agobios, acojo tu invitación. Vuelvo a escuchar este evangelio sin poner mi cabeza más allá, en un futuro próximo y lejano, pongo mejor mi corazón más acá, en Ti, en la invitación que Tú me haces hoy:
25 Jesús exclamó: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. 26 Sí,
Padre, así te ha parecido mejor. 27 Todo me lo ha
entregado mi Padre y nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 28 Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. 29 Cargad con
mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. 30 Porque mi
yugo es llevadero y mi carga, ligera”.
“Venid a mí”, bramó la tormenta, invitándonos a adentrarnos
en su intemperie llena de posibilidades.
“Venid a mí”, dijo la luz, alejando de nosotros el temor a la sombra.
“Venid a mí”, propuso la esperanza, convertida en caricia