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Número 19 – marzo de 2011

CHINA Y SU INSERCION EN EL MUNDO DE LAS POTENCIAS

En los últimos años China ha venido ocupando un espacio de relevancia en el orden mundial en virtud de los resultados de su progresiva reforma económica, su creciente apertura al mundo y su capacidad para incidir sobre los flujos del comercio internacional -entre otros factores relevantes-, todo ello en el marco de una intensa actividad político-diplomática desplegada en distintos frentes simultáneos de atención global. Bajo dicho marco, la cada vez más influyente acción china en el escenario internacional se despliega simultáneamente en el plano regional, a nivel asiático, así como en el sistema globalizado en su conjunto.

El fenómeno del despertar chino hacia el mundo despega a fines de 1978, cuando se produjo el primer paso para una imprescindible reforma de la estructura económica y política del país. En una primera etapa, las experiencias adquiridas desde la implementación de la reforma fueron volcadas hacia 1992 en un informe orientado a acelerar la reforma, apertura y modernización, bajo la singularidad china, justificándose así -bajo el objetivo de la reforma de la estructura económica- la introducción de mecanismos e instrumentos propios de una economía capitalista en un sistema de economía centralmente planificada bajo una concepción clásica del socialismo.

En una segunda etapa, hacia fines de los años 90, la llamada “Cuarta Generación de Dirigentes” -surgidos en los años postreforma bajo el liderazgo de Deng Xiaoping y Jian Zemin- fue consolidando un perfil propio para orientar el curso del proceso de reforma, dando muestras de la capacidad de adaptación del gobierno chino para garantizar los tres pilares fundamentales de su política: el desarrollo sostenible, la cohesión social y la gobernabilidad del sistema en vistas a construir una sociedad moderadamente próspera para la mayoría de la población hacia 2020. Este segundo proceso de reformas contribuyó a consolidar el modelo de desarrollo económico orientado a la exportación, coronado por la accesión a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001.

Desde entonces las autoridades chinas previeron un crecimiento anual medio no inferior al 8%, esencialmente dirigido a mantener un nivel de ocupación que garantice el acceso al mercado laboral del importante crecimiento vegetativo de su población. En esta línea, con el principal objetivo de abordar la compleja situación en las áreas rurales, en 2006 se implementaron una serie de medidas que apuntaron en primer lugar a disminuir la enorme brecha de desarrollo entre la población rural y urbana, así como entre la zona costera y las regiones del centro-norte-oeste del país, al mismo tiempo que reactivar el consumo doméstico, objetivo aún lejano.

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el 15% restante corresponde a la zona occidental. Estos diferenciales conllevan inevitablemente una corriente migratoria interna causante de desequilibrios significativos para las zonas urbanas costeras, que por lo tanto son estrictamente controladas y reguladas a través de mecanismos que limitan la movilidad del factor trabajo.

Tras la crisis internacional de 2008 se ha intentado introducir un cambio en el patrón de desarrollo económico descripto, con la intención de promover un proceso de industrialización que garantice crecientes niveles de productividad sobre la base de una elevada incorporación de innovaciones tecnológicas, una más eficiente utilización de los recursos naturales escasos, y un mayor cuidado ambiental, asociado al otorgamiento de incentivos masivos a la inversión tanto doméstica como extranjera. Este cambio pretende promover un crecimiento sustentado en mayor medida en la demanda interna, y que por ende reduzca la dependencia de los mercados de exportación, para garantizar su dinamismo. En efecto, la tasa promedio de crecimiento anual del PBI, preestablecida en un nivel mínimo del 8%, constituye el piso que garantiza absorber al menos la nueva población que se incorpora al mercado laboral cada año, evitando así una desocupación potencial de incalculable envergadura, y que podría perturbar el equilibrio político interno.

Sin embargo, las intenciones de propender al aumento de la demanda de los consumidores chinos para reducir la dependencia de los mercados externos no resultan exentas de dificultades, ya que conllevan medidas tales como la optimización del ambiente de consumo, la mejora en las redes de seguridad social, el desarrollo del mercado de capitales, y el acceso al crédito a las pequeñas y medianas empresas.

Ello requiere, a su vez, de una eficiente asignación del enorme volumen de inversión estimado en U$$ 2.270 miles de millones entre los sectores manufactureros, de servicios y agrícola, la búsqueda de mecanismos adecuados para atender a la población jubilada y la promoción del empleo capacitado, tareas que la administración china aún encuentra complejo gestionar. Por ello, hasta el presente el escaso crecimiento de la demanda interna no alcanza a ampliar el empleo, registrándose rigideces en el mercado laboral, que evidencian escasez de mano de obra calificada y de personal idóneo a niveles gerenciales. De igual forma, las limitaciones de productividad en el sector agropecuario, el único en el cual se han introducido muy tímidas reformas relativas a la propiedad y asociatividad en años recientes, constituyen una barrera para el abastecimiento de una sociedad cada vez más afluente -al menos en las zonas urbanas costeras- que condenan a China a abastecerse masivamente de alimentos desde el exterior a mediano plazo.

Finalmente, no obstante una elevada tasa de ahorro interno, enraizada en las tradiciones culturales chinas, no se ha logrado aún una efectiva canalización del crédito por vía de un sistema bancario esencialmente estatal, aún escasamente sofisticado en términos instrumentales, y cuya solidez es factor de debate en tanto su verdadero respaldo es el Estado chino como prestamista de última instancia.

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En cualquier caso, no obstante las dificultades mencionadas, un crecimiento económico sostenido y sustancialmente superior a la media mundial, junto a un papel creciente en el comercio internacional, constituyen pautas que parecen permitir a China aspirar a convertirse en una potencia económica mundial. Desde 1990, su PBI en dólares constantes ha crecido a una tasa promedio anual del 10%, motivo por el cual su participación en el producto global ha avanzado significativamente, relegando en 2010 a Japón al tercer puesto de la economía mundial y a Alemania al segundo como exportador.

En este sentido, a principios de los años 90 China solo representaba el 2% del comercio mundial, ubicándose en 2009 como segundo exportador y tercer importador mundial. Al respecto, su ingreso a la OMC le brindó una oportunidad inmejorable para consolidar su modelo orientado hacia la exportación. No obstante, la persistencia del mismo -en particular a partir de la crisis internacional de 2008- ha llevado a que la incursión en los mercados de las economías desarrolladas motivara una creciente reacción proteccionista por parte de las mismas, considerando que la política de apertura llevó a quintuplicar sus colocaciones en comparación con los valores del año 2000.

No obstante ello, su comercio exterior no estuvo exento de los efectos de la crisis económica-financiera internacional 2008-2009 a causa de la reducción de la demanda internacional, disminuyendo sus exportaciones e importaciones un 12% y 10%, respectivamente. Sin embargo, impulsado por las oportunas medidas de gestión financiera y comercial adoptadas por el gobierno chino, el comercio logró reactivarse rápidamente, alcanzando en 2009 un valor total de U$S 1.600 miles de millones para las exportaciones y de U$S 1.400 miles de millones en el caso de las importaciones, concentrando los Estados Unidos, Hong Kong, Japón y la República de Corea casi el 50% de las exportaciones chinas, mientras en el caso de las importaciones Japón, Corea, los Estados Unidos, Alemania y Hong Kong explican el 43 % de las mismas.

El comercio chino ha desarrollado, en razón de las características productivas antes descriptas, un vasto esquema de doble vía. Así, en la región de Asia Pacífico, China se constituyó en un muy importante centro re-exportador de manufacturas con un alto grado de elaboración. Ejemplo de ello es que durante el primer trimestre de 2010, las exportaciones chinas crecieron un 65% en valor, traccionando así las exportaciones del Japón y las del resto de Asia. Finalmente, el 50% de las importaciones que provienen de esa zona son principalmente insumos y partes y piezas, los cuales luego de un proceso manufacturero intensivo en mano de obra se constituirán en productos terminados con destino a Estados Unidos y la Unión Europea, cubriendo de esta forma los enormes mercados occidentales.

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regional e internacional, así como otros valores que los separan, el diálogo entre la primera potencia mundial y China asumió un relevante papel en el relacionamiento bilateral, al mismo tiempo que se transformó en un instrumento con implicancias regionales y globales.

En este contexto, cabe destacar que hacia 2006 China se convirtió en el país con mayor nivel de reservas de divisas del mundo, casi dos tercios de las cuales estaban invertidas en instrumentos denominados en dólares, la mitad en bonos del Tesoro de los EE.UU (U$S 247.000 millones), transformándose así en uno de los mayores acreedores del gobierno estadounidense. Al presente, China continúa siendo el principal tenedor de bonos estadounidenses, lo que introduce un elemento de fricción en la relación bilateral, dado el sustantivo déficit comercial que los EE.UU. mantienen en general, y con China en particular, y su subsecuente insistencia en una revaluación progresiva del renminbi.

En este sentido, el papel de China resultó decisivo durante la crisis internacional de 2008-2009, al haber podido mantener su solidez y resistencia en materia productiva, sin abandonar las reformas dirigidas a estimular el consumo doméstico, aunque ello no haya alterado sustantivamente por ahora su dependencia de los mercados de exportación. Al respecto, tres elementos resultaron centrales para brindar una respuesta a la crisis en términos de gestión por parte de las autoridades chinas: a) un fuerte estímulo fiscal dirigido a proyectos de infraestructura y al estímulo de la demanda interna, b) la expansión del crédito interno sobre bases prudenciales, intentando controlar las presiones inflacionarias y la aparición de burbujas, y c) una leve revaluación del renminbi.

En efecto, entre 2006 y 2008 la moneda local se apreció un 15%, mientras en plena crisis económica y financiera muchos gobiernos permitieron la depreciación de sus divisas para mitigar el impacto de la crisis sobre las exportaciones. Esta evolución -considerada insuficiente por muchos socios comerciales- dio lugar a sostenidos reclamos, especialmente por parte de los EE.UU, por las razones antes enunciadas.

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En este marco, las relaciones entre EEUU y China tal vez constituyan una de las claves definitorias del futuro del sistema internacional en este siglo, Persisten aún grandes desequilibrios que afectan al comercio bilateral, las reformas pendientes para el reconocimiento de China como economía de mercado por las potencias tradicionales en el marco de la OMC, la cuestión de la valuación del renmimbi, el tratamiento a las cuestiones en materia de propiedad intelectual y el acceso a las tecnologías restringidas por parte de China, entre otros. Al mismo tiempo, los EE.UU no pueden dejar de observar a China como el gran mercado para sus inversiones, así como para la introducción de nuevos productos a escalas incomparables, lo que requiere superar a mediano plazo la debilidad del mercado interno chino. En el contexto descripto, la vasta agenda de la globalización económica torna muy costoso para ambos recurrir a cualquier política de confrontación, lo que parece obligarlos a una negociación permanente, que hasta ahora ha resultado moderadamente constructiva en el plano bilateral, aunque tiende a complicarse cuando entran en juego los respectivos posicionamientos frentes a otras cuestiones de la agenda internacional que exceden el campo económico-comercial.

Si bien podría coincidirse en señalar que a mediano plazo el ascenso de China a nivel internacional se encuentra lejos de plantear una amenaza a la primacía de los Estados Unidos, tampoco puede dudarse que el esquema chino busca ganar espacios de influencia en el mundo en desarrollo apelando a su interés en el aprovisionamiento de recursos naturales a través de inversiones en industrias extractivas (gas, minerales, petróleo), el desarrollo de obras de infraestructura, y su penetración en materia comercial, camino que le abriría eventualmente la puerta para intentar desempeñar a mediano plazo un papel político más preponderante a escala internacional, en competencia con potencias tales como la Unión Europea, Rusia y Japón, todos destinos sustantivos para sus exportaciones.

Una potencia internacional requiere de elementos de estabilidad interna y consolidación política que exceden el notable avance económico. La cultura china ciertamente enfoca el transcurso del tiempo bajo una óptica secular distinta del occidente. Por ello, por el momento no debe extrañar que las políticas chinas ponen su acento en superar sus limitaciones sobre bases cooperativas, la profundización de mecanismos de complementariedad, y “asociaciones estratégicas” cuando encuentra interlocutores adecuados a tal efecto. En cualquier caso, su apuesta parece orientarse hacia una evolución lenta y prudente que tenga en cuenta las especificidades de sus interlocutores, aunque claramente sin resignar una vocación de acceder al círculo más elevado entre las potencias mundiales, lo cual eventualmente implicaría -en un futuro tal vez lejano- contestar el liderazgo norteamericano, aunque para ello los problemas internos que debería superar parecen involucrar por el momento una tarea titánica.

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