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CONCEPTO DEL MUNDO Y DE LAS COSAS EN TERESA DE JESÚS.

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CONCEPTO DEL MUNDO Y DE LAS COSAS EN TERESA DE JESÚS.

La Santa ha forj ado sus conceptos todos' por vía de' experiencia.

Del mundo y de las cosas, el concepto que se formó Santa Teresa fué de experiencia excepcional. La explicación es muy sencilla y confío en que resulte convincente. La gran experiencia que del mundo y de las cOsas suelen tener-solemos tener-los humanos es experiencia de pecado.

Teresa de Jesús no sufrió la realidad mortal de esa experiencia. Nos en- contramos, pues, con que Teresa de Jesús habla del mundo y de las cosas a la luz de lo que las cosas y el mundo verdaderamente son en sí mismos, y no por refracciones de Índole subjetiva, que resultan de valor exiguo, por muchas que puedan ser las experiencias delatoras. Teresa de Jesús se nos presenta como un testimonio de validez excepcional, ya que sus declaraciones nacen de una consideración sencilla,honda, limpia y trans- parente. Sus palabras no cruzan como látigo la cara del mundo y de las cosas, sino que refleja el rostro que el propio mundo y las cosas se com- placen .en exhibir. La irritación frente al mundo y las cosas que Santa Teresa siente y vocea, no es tanto porque el mundo y las coSas en sí mismas la produzcan ese sentimiento, cuanto porque el mundo y las cosas se han aliado contra Dios en la persona de su Hijo. Que nadie espere, por tanto, una elucubración intelectual de la Santa sobre lo que el.mundo es y representa; sino unas declaraciones acerca del comportamiento del mundo y de las cosas en relación con el Hacedor, con su Redentor y con las almas.

Si bien se atiende, el fruto de una investigación conducida en estos términos y con esta óptica es, en definitiva, la única valiosa en el niver- intelectual de la filosofía contemporánea. Mirar al mundo desde el mundo, con ojos mundanales,· es oscurecer y enturbiar la verdad de lo que el mundo en verdad sea. El mundo no es algo que está ahí, como una esta- tua naciente, en pureza original; sino que el mundo es la respuesta a una pregunta esencial del ser humano constituido esencialmente como diálo- go. El mundo no es nuestra expectativa, sino nuestro martirio, nuestro

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huésped, nuestra morada, nuestra tentación, superable, pero no parella suprimible.. Importa, pues, mucho saber qué pensamos del mundo; impor- ta poco o nada qué piensa el mundo de nosotros; pero es del todo punto indispensable descubrir el género de alianza que el mundo ha estable- cido con Dios, y el grado de amistad o trato que el alma mantiene con el mundo (V. 2,7; 40, 22) (~).

En un examen riguroso, el mundo puede ser estudiado en perspectiva cosmológica, axiológica y religiosa. La perspectiva cosmológica es la aten- dida por los físicos y por los filósofos de la naturaleza. El mundo como universo, desde el punto de vista cosmológico no nos interesa hoy aquí.

No negamos que una consideración científica de nivel filosófico no pueda suministrar argumentos o suscitar problemas para distintas y aun diver- sas interpretaciones del mundo que pueden repercutir en la perspectiva axiológica e incluso en la religiosa. Lo que señalamos es que la proble- mática específica del mundo como universo esterilizado por un saber puramente científico no es asunto que nos incumbe. Nuestra ocupación y preocupación es el mundo en su perspectiva axiológica y religiosa. Estas perspectivas fueron las atendidas por Teresa de Jesús, aunque-como es obvio-no sean éstos los vocablos usados por la Santa.

Para abreviar, sin que esta abreviación falsee o. falsifique la concep- ción teresiana, podernos afirmar que el mundo a que se refiere la Santa

e,S el mundo en la dimensión bíblica, y muy particularmente en el Evange- lio ,de .San 1uan y en su Epístola 1. De las 77 veces que leemos el vocablo

«mundo» en el IV Evangelio, en todas el mundo 'conserva el mismo polo de valor, y en todas ellas el mundo aparece despreciable o cuando menos despreciado. No adquiere mejor fortuna en las 22 veces que se emplea el vocablo en la Epístola citada.

En un intento de cifrar el concepto de mundo y descifrar su sentido, digamos que el mundo es el corazón en que está instalado .el hombre.

El hombre no es algo extraño. al hombre; no es tampoco un espectáculo ante el que pueda el hombre asistir como mero espectador. Es, si acaso, el gran teatro, en el que el hombre es actor obligado. Le guste o no el hombre ha de representar un papel en el que le va la vida y su dignidad personal. Enesa representación forzosa, los demás hombres forman parte del mundo. Santa ,Teresa no emplea este símbolo para señalar con él al mundo, entre .otras razones porque nunca se observa en ella una in ten- cionalida,d descriptiva a escala intelectual, pero no creo que pueda des- mentirse que un concepto así del mundo no entrara en el catálogo de sus conocimientos. Aunque la Santa muere doce años antes de que naciera Calderón, el mundo como teatro o, mejor-por más expresivo-, el gran. teatro del mundo, formaba parte de la riqueza literaria del pueblo español.

Otra cifra del mund~, patente en Teresa de Jesús, es la que le señala (n Siglas empleadas: V. = Libro de la Vida; C. P. = Camino de PerfecciótL (Esc.= Códice de El Escorial; Vallad. = Gódice de Valladolid); M. = Moradas del Castillo interior; M. C.

=

Meditaciones sobre los Cantares (o Conceptos del Amor de Dios); F. = Libro de las Fundaciones; E. == Exclamaciones; C. = Cartas.

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491 como uno de los tres enemigos del alma. Ahondando un poco habría que decir que el mundo es el lugar en que se confabularon los otros dos, el demonio y la carne. El mundo como adversario es una constante en la vida y en el pensamiento de los místicos y de los ascetas españoles.

Por muy precario y elemental que supongamos en la Santa el cupo de conocimientos técnicos-filosóficos, teológicos y psicológicos-, que tan alto habla de la potencia expresiva de Teresa de Jesús, y de la pujanza objetiva de las cosas que se ve precisada a referir (<1), lo cierto es que el mundo puede representarse como un espejo viviente en el que el vaho y la sombra satánica oscurecen la imagen de Dios y la organiza en ejército de tentaciones. Quizá cupiera añadir, para: entendernos desde el principio, que en Santa Teresa el pecado original es un constitutivo histórico del mundo, que no acaba de aceptar el bautismo de la gracia.

El proceso formativo del concepto de mundo y de las cosas del mundo lo obtiene Santa Teresa a la luz de la vida espiritual y de la contem- plación. Por vía de experiencia, pero con la proyección de esa luz, Santa Teresa descubre las raíces de que se alimenta el mundo, y describe el sabor de sus frutos y el valor negativo de sus manifestaciones, sin conta- minarse. Esta inmunidad no la priva de un conocimiento profundo y verdadero, sino que es cabalmente la que otorga valor al hallazgo.

A Santa Teresa no la ha trastornado el mundo, no ha consentido que la trastorne. La victoria sobre el mundo es la que le permite elaborar un diagnóstico certero y ordenar una terapéutica eficaz. Es éste un procedi- miento evangélico de conocimiento. Cristo pudo muy bien arrojarse desde el pináculo del templo, seguro de que la promesa anunciada en el Salmo 91 se cumpliría, y los ángeles le librarían de la caída, venciendo con ello a Satanás; pero Jesús eligió otro camino, no presh:rse a la ten- tación. Teresa de Jesús procede de manera análoga: no cede a las solici- taciones del mundo. No es el mundo el que la hastía, es el amor divino el que la ensancha los ojos para ver el mundo en la verdad de lo que realmente es.

Cabe un método de. rigor histórico siguiendo la evolución cronológica del concepto teresiano ,del mundo. PeTO este método, que resulta adecua- do en la colaboración de otros aspectos de la Santa, por ejemplo él de su vida interior, espiritual, mística y contemplativa, resulta completa- mente ocioso al estudiar el concepto del mundo y de las cosas. La elabo- ración del concepto del mundo, la conceptuación radical del mundo, no se acompasa con las etapas de la evolución mística, aunque la vivencia y la intensidad de la experiencia de lo que el mundo es, adquiere su grado supremo en la fase del matrimonio místico. Pero desde la «conversión»

-por elegir una fecha y un nombre cómodos (1554)-, Teresa de Jesús sabe bien sabido lo que es el mundo y acertará a expresar su conceptuación al hilo de su experiencia personal y de la oportunidad de sus enseñanzas como maestra y fundadora.

(*) TOMÁS DE LA CRUZ, OCD, Santa Teresa de Jesús contemplativa, en "De contemplatione in Schola teresiana", número de "Ephemerides Carmeliticae", Roma, Teresianum, 13 (1962) 20.

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Habla del mundo velando por sus hijas. Si por ella fuera apenas si lo traería: a su pluma. Lo que acontece es que Teresa de Jesús es doctora por naturaleza y por gracia, y no prescinde nunca de lo que a los demás puede aprovechar. Si no temiera que mi devoción agustiniana pueda servir para traspasar a la Santa mis presentimientos personales, diría que las Confesiones de San Agustín, bien conocidas por la Santa, la imprimie- ron en el alma la realidad invadente del mundo y de sus obras. La fasci- nación que sobre San Agustín ejerció el.mundo no la padeció en su carne Teresa de Jesús, pero la expresividad agustiniana caló muy hondo en la Santa.

En un primer intento de aproximación, quizá se pueda afirma,r, sin demasiado temor a errar, que el mundo es, en Teresa de Jesús, una espe- cie de testigo impertinente y molesto en el diálogo del alma con Dios.

El mundo es, en primer lugar, algo desaso gante que no nos deja estar con Dios como Dios se merece. El mundo no se reduce al círculo de personas u objetos que ocupan un lugar determinado, del que pueda el alma apartarse. El mundo nos acompaña como sombra del cuerpo y como vestido pegado al alma. Teresa de Jesús entiende que cabe aban- donar el mundo y entrar en Religión, sin que ello suponga abandono del mundo. Se puede llevar en Religión una vida mundanizada, impregnada de mundanidad. «y es lástima de muchos-escribe a la letra-que se quie- ren apartar del mundo y, pensando que se van a servir al Señor y a apartar de los peligros del mundo, se hallan en diez mundos, que ni saben cómo s>e valer ni remediar» (V. 7, 4).

La dialéctica interna que rige en las vivencias que Teresa de Jesús tiene del mundo, aparece clarísima y sin desmayo. Lo que no resulta tan fácil-al ,llenos para mí-es la glosa, sin que esta glosa desvirtúe el estilo de la concepción teresiana. ¿Qué extensión y qué comprensión tiene en Tf resa de Jesús la idea de mundo y de las cosas del mundo, y cómo se presenta? El interés del tema y la importancia de la pregunta radican fll el hecho de que pocos santos han defendido con tanta expre- sividad la presencia de Dios en el mundo y entre las cosas del mundo, y pocos como ella han anatematizado al mismo tiempo al mundo y a sus cosas.

El mundo, en Teresa de Jesús, es extrañeza de Dios. Las cosas del mundo son las propiedades o efluvios que emanan de un mundo extraño a Dios. Esta imagen del mundo y de sus cosas es constante y persistente en Teresa de Jesús. Se aprecia de una manera convincente en el capítu- lo VIII del Libro de la Vida: «Ni yo gozaba de Dios, ni traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme lo que debía a Dios era con pena; cuando estaba con Dios, las afecciones del mundo me desasosegaban.» La razón de ello la da nuestra Santa a ren- glón seguido: la presencia de Dios, esclarecida en la vida de oración.

Esta batalla entre un Dios presente y un mundo invasor la peleó Teresa de Jesús dieciocho años. En trance de determinar el carácter del mundo, tal como lo dibuja y describe la Santa, habría que volver a la tradicional calificación, que se abjura en el bautismo: pomposo y vano; o lo que es lo mismo, vacío y esponjoso; es decir, huero y tentacular.

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493 En el recorrido de las obras de la Santa con alto en las considera- ciones sobre el mundo y las cosas, hay un momento de sorpresa intelectual.

En efecto, Teresa de Jesús habla por lo general del mundo.y de sus cosas en tono de epifonema. Son aforismos cargados de adivinaciones, de viven- cias, de intuiciones; unas veces doloridas, otras con valor de admonición y presentimientos.

El mundo opera en virtud del desconocimiento que las personas tienen de él. En este sentido, bien podemos escribir que el mundo se vale de sus apariencias para influir sobre las personas, trabaja en la sombra, o en la fragua del engaño de sí mismo. Teresa se percató del peligro que en- cierra el tratar con personas que desconocen la vanidad del mundo, y cómo el mundo se vale de ellas para inva,dir los pensamientos y deter- minar las actitudes (V. 2, 2). El mundo se enmascara para parecer lo que no es; porque quizá el mundo sea en definitiva una máscara. La que cu- bre el rostro del mundó suele ser la vanidad, las honras y los dineros.

Al mundo se le vence, conociéndolo. Y se le conoce desde Dios, no desde sí mismo. Este proceso de conocimiento y desasimiento del mundo es una constante en Teresa de Jesús. ¡Oh gran libertad-exclama-, tener por cautiverio haber de vivir y tratar conforme a las leyes del mundo!

No deja de ser elocuente esta actitud de Teresa de Jesús. Porque en el fondo, su gran preocupación fué siempre vencer al mundo. No contaba veinte años y los efectos de la unión punto menos que instantánea que siguió a la oración de quietud, los cifra en esta frase: «me parece traía al mundo debajo de los pies, y así me acuerdo que había lástima a los que l'e seguían, aunque fuese en cosas lícitas» (V. 4, 7; 27, 7; C. P. 37, 4).

Expresión que repetirá como supremo elogio de la «modernidad» del bendito Fray Pedro de Alcántara. «¡Oh mundo, mundo, cómo vas ganando honra en haber pocos que te conozcan!» La culminación de esta verdad puede leerse en el capítulo 40, 1, del Libro de la Vida, evocando pala- bras de la misma Verdad: «¿Sabes qué es amanne con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es/agradable a mí». Quien conoce el mundo, viene a decir en las Fundaciones, en tono de súplica, se aparta de él, y es que una de las grandes cosas que el Señor hace es dar a entender lo que

es el mundo (F. 17,8; C. 61-12T).

Cuando Teresa de Jesús nos dice qué es el mundo, no pretende ofre- cernos una definición clasificable en la Lógica académica. Teresa de Jesús no se mueve nunca por conceptos abstractos. Yo diría que el mismo vocablo «conceptos» es de una riqueza impresionante en la pluma de la Santa. El concepto es siempre en ella el fruto de una meditación, de una reflexión, de una vivencia. No deja de ser curioso que los propios Conceptos del amor de D~os sean un recurso editorial del P. Gracián tres años antes de su muerte-y que en esta ocasión merecería llamarse Baltasar, el autor de El Discreto-de lo que la Santa denominaba «Mis Meditaciones» y que todas ellas descansen sobre la realidad más palpi- tante y sublime de los amores sublamíticos entre Dios y el alma.

Al «qué» del mundo se llega por el olfato. El mundo es algo irrespira- ble y venenoso. Frente al «un no sé qué que quedan balbuciendo» las

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cosas, y dejan el alma muriendo de amor, cuando el mundo y las cosas del mundo se visten de Dios; hay un no sé qué que quedan musitando, y pierde al alma, cuando el mundo y las cosas del mundo se desnudan de Dios. Hay cosas que «saben a mundo», además de las honras, rentas o dineros (C. P. Vallad., 3, 7). Este sabm, que tanto ayuda al discernimien- to, es una fuente de conocimiento teresiano que nos viene de San Pablo.

El mundo es algo excesivamente complejo para ser descrito y sorpren- dentemente fácil para ser entendido y captado. Podríamos decir que, en su orden, es algo así como el tiempo en la mentalidad agustiniana. Teresa de Jesús sustantiviza en el mundo las notas que lo constituyen, las propie- dades que le determinan y los efectos que produce. No es el mundo. en ella un concepto cosmológico, sino un desvalor polifacético. «Los deudos -dice en Camino de Perfección (Ese. 13, 5)-es el mundo que más se apega y más malo de despegar». La Santa es de un realismo vigoroso y riguroso; el mundo es lo que el mundo ha hecho de sí mismo. No se trata, pues, de invalidar la obra de la creación; no es éste el prob1ema ni la cuestión. El mundo de que habla la Santa no es el temblor de las cosas del Génesis, que pueden ostentar como pimpollo al Verbo encamado, sino el mundo en el que Abel es la víctima del mundo en que vive, para decir- lo con cierta expresividad. En· un supremo intento de clarificación, excla- mará Santa Teresa: El mundo, en fin, es mundo. Todo este decirnos que huyamos del mundo que nos aconsejan los santos, claro está que es bueno, y añade: El mundo es algo indefinible, porque viene a ser como la ausencia de valoraciones divinas, el agusanamiento del fundamento existencial del hombre, la diversión de Dios y de una vida según Dios.

Esta misma concepción, tan radicalmente antimundana, desde una pers- pectiva axiológica, deja intacto y expedito el camino para una revalora- ción del mundo, en un recurso de transfiguración desde Dios, según Dios.

Lo que acontece es que, entonces, vivir la vida en el mundo es lo con- trario de vivir la vida del mundo. El mundo-digámoslo a la moderna- no es nunca un pronombre.

Una prueba explícita de que Teresa de Jesús está divinamente obsesio- nada por lo que el mundo represente para el alma, nos la ofrecen algunas frases en las que no tiene empacho de emplear vocablos celestiales para designar lo que llama Teresa de Jesús el cielo del alma, o también el mundo interior.. Entre el mundo exterior y el interior existe una frontera con un aduanero exigente, que obliga a abandonar toda la mercancía que trans- portan las potencias del alma. Cuando se adopte la decisión de retirarse del mundo exterior sin considerar que existe un mundo interior vienen las melanco:ías, y a perder la salud, y aun a dejar del todo la oración ... To- das las inquietudes y trabaios vien'en de este no nos entender (M. IV, 1, 9).

No es cosa de analizar las condiciones y peculiaridades de este mundo interior, cuando el alma ha hecho asiento en él en compenetración espiri- tual. Baste con decir que la entronización del alma en él se realiza con tempestad y alboroto, al que sucede una paz y sosiego imperturbables pm mucho que sea el griterío del mundo al través del cuerpo o de las poten- cias (M. VI, 9, 10). San Pablo, al que acude la Santa, lo expresó de mara-

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villa (Act Ap 9, 3-4). Este mundo inlerior, no de una sola estancia, sino con varias moradas. Tantas como posibilidades de acomodo para Dios (M. VII, 1, 5). Pues bien, aun este mundo interior puec'e ser vivido por algunos con el espíritu del mundo exterior. El mundo interior hay que edificarlo, defendiéndole con murallas. El capítulo Il de las Meditaciones sobre los Cantares es todo él un manual de este urbanismo de la ciudad sobrenatural en la que reina el amor. No es el mundo interior un lugar de descanso, sino de adecentar los aposentos, sin descuidar las lámparas que los iluminen. La paz de este mundo interior es una paz pacificadora, la del exterior, por ser sensual, es desasosegante. «Jamás el mundo ensalza, sino para abajar, si son hijos de Dios los ensalzados» (M. C. 2; 7, 14).

No es menester poco vivir en ese mundo interior, cuando se ha de estar tratando negocios del mundo exterior (C. P. Vallad. 3, 3) ..

Como no es de este maravilloso mundo interior del que puedo hablar, sino del mundo-es decir, del exterior-, retornemos al tema.

¿Cuáles son en concreto las notas distintivas del mundo? ¿Cuáles son las «cosas del mundo» y lo que el mundo brinda, en la concepción tere- siana? Para responder con acierto habría que tomar los vocablos de los labios mismos de Teresa de Jesús sin permitir que el aire los desgastara.

Porque las palabras adquieren en la Santa una especie de profundidad y de fuerza, de encantamiento, que sirve de garantía de su verdad. Teresa de Jesús acuña las palabras. Son palabras con respaldo de luz y proyec- ción iluminante y confortadora. Son palabras con ángel dentro, y la frase y el estilo ponen las alas. La angelización de su vuelo se desvanece al desglosarlas del ámbito de sus giros. Comentar con palabras que no sean palabras de la Santa las palabras de Teresa de Jesús es como una profa- nación. Suplico benevolencia, al cumplir este oficio de sepulturero. Lo que hay que apresurarse a escribir es que cada epíteto lanzado sobre el mundo por la Santa, obedece siempre a una reflexión y a un temor real.

Sus adjetivos son astillas del árbol de la vida. Me limitaré a recordar el nombre con que la Santa los designa.

El mundo es algo pe'igroso (V. 2,2). La peligrosidad del mundo radi- ca en los criterios con que se vive y juzga el sentido de la existencia humana. La conformación del alma y de la vida, en obediencia a esos criterios, desorienta al alma de su tendencia hacia Dios, y le carga de pesos muertos y resistencias activas para oír y seguir la voz divina. Uno de los criterios de ese mundo, inocente en apariencia, pero dañoso en rea- lidad, es figurarse que el mundo es autónomo y cerrado en su discurso existencial. El mundo no es secreto para Dios. El mundo es vano (ib., 2, 7;

3,4). La vanidad del mundo está en la oquedad de sí mismo, en el inmen- so vacío que el mundo es. Esa vanidad se pone de manifiesto cuando se cree lleno y pleno, sin percatarse-o percatándose demasiado-de que su plenificación es de un cierzo muerto que impide el vuelo en él del austro que recuerda los amores. Lo vano del mundo vanifica al que le aprecia, y banaliza al que se entrega a él o vive la vida de su vaciedad. El que encuentra en él satisfacción se siente satinfecho, satisfecho del aire vano que le invade. Por eso vanidad, soberbia y orgullo vienen a ser sinónimos.

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En rigor, la soberbia, el orgullo y la vanidad son un alimento que desnutre el alma, al carecer de vitaminas espirituales, por ser aire insustancial que hincha. Ofrece honras, recreaciones, contentos y contentamientos.:Estas . dádivas del mundo no suponen afianzamiento en el ser del hombre, sino dispersión o disolución del alma. En rigor, pues, el mundo no asegura la vida propia del ser humano, sino que le desase de sí mismo. Todas estas condiciones del mundo podrían resumirse en la categoría de engañoso.

Ser engañoso el mundo no consiste sólo, en la intención teresiana, en' que no diga verdad, sino en usurpar la verdad (M. VI, 10, 6). Es un engaño el suyo por usurpación de virtudes. Responde esta concepción a una doc- trina tradicional, que los filósofos se contentan en demostrar y los místicos se esfuerzan por mostrar intuitivamente. Es un juego el del mundo, vil;

porque se atribuye poderes que no puede ejercitar, si no es a trueque de desquiciar al alma de su centro. Casi me atrevería a decir que el mundo es un sofisma, en el que se ofrece como propio lo que no puede cumplir.

Con la particularidad de que la aceptación del ofrecimiento acorta la vista y amengua las fuerzas pa.ra buscar la verdad y el bien. El mundo es desorientador.

El mundo es despersonalizante. El reino del M an sagt, del On dit, del anonimato, de la opinión pública. Oscurece la conciencia personal y la responsabilidad sometiendo a sus juicios la norma y el sentido. Se apaga en él y por él. El mundo es pereC'edero (C. P. Vallad., 19, 7), pero se pre senta como perdurable. Es 88ta apariencia de perdurabilidad la que de- jerarquías, es descir, desjerarquizante. Sólo eleva sobre el pavés al vencido

en él y por él. El mundo es perecedero (C. P. Vallad. 19, 7), pero se pre.

senta como perdurable. Es esta apariencia de perdurabilidad la que de- nuncia la vileza del mundo. Cifrar el contento en lo que de suyo es fugaz, siendo el alma como es imperecedera, dice muy poco del alma que se apega a él o en él se engolfa, pero pone sobreaviso de la tentación que el mundo significa. Cuando se adquiere conciencia de la fugacidad del mundo, disminuye su poder y se desprecia como un juego, al que no es posibl,e prestarse. El mundo es pertinaz (C. P. Vallad., 28, 6). Nunca deja de ser lo que es, por mucho que se descubra su insustanciabilidad y sus peligros. Más aún, esta pertinacia del mundo es la que pone en trance de mundanización al alma por encumbrada que sea su perfección (ib., 39, 4). Las cosas del mundo son burl·ería (M. VI, 4, 10); cuando se percata el alma de ello, esta condición del mundo se vuelve contra el mundo. El mundo es miserable, con toda la carga expresiva de este vocablo, no sólo en lo que significa de carencia de verdad y veracidad, sino en. lo que supo- ne de cobardía y mentira (M. C. 2, 25; 3, 13). Santa Teresa ha analizado y descrito esta peculiaridad del mundo con una valentía y realismo que pregonan muy alto su autenticidad. Me rdi'ero al capítulo VII de las Medi- taciones sobre los cantares. Entre estas derivaciones sutiles del mundo pone Santa Teresa una sorprendente y siempre actual, la llamada discre- ción. No me resisto a copiar unas líneas: «Quiérome declarar más, porque lo entendáis. Predica uno un sermón con intento de aprovechar las almas, mas no está tan desasido de provechos humanos que no lleva alguna

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pretensión de contentar, o por ganar honra y crédito, o que si está puesto a llevar alguna canongÍa por predicar bien. Así son otras cosas que hacen en provechos de los prójimos, muchas y con buena intención, mas con mucho aviso de no perder por ellas ni descontentar. Temen la persecución;

quieren tener gratos los reyes, los señores y el pueblo; van con la dis- creción que el mundo tanto honra. Esta es la amparadora de hartas imperfecciones; porque le ponen nombre de discreción, y plega al Señor que lo sea ... » El mundo es codicioso de sí mismo, muy amigo de nove- dades (E. 17, 9). En fin, aunque haya mis años, no le acabaré de entender, escribe a María Bautista en 1574. Todo él es un desatino (C. 74-6L).

Santa Teresa no es amiga de detenerse en lo que es falaz. Denuncia el peligro y torna a su Dios, a la verdad de la vida verdadera. Como la vida en el mundo es insuprimible en su facticidad concreta, la Santa ha encontrado lo que pudiéramos llamar la vida en peregrinación suplicante.

Ni una sola vez se complace en la gracia que supone el mundo como so- porte necesario para la salvación y la santidad. No es que no advierta que desde la eternidad de Dios a la inmortalidad en Dios haya que atra- vesar el mundo, sino que tiene siempre en cuenta el carácter de peregri- nación asediada por el mundo que es la vida humana. Toda la dialéctica teresiana se resuelve en un vivir extraño al mundo, apartándonos de él, con pena honda de haber vivido en él. Ya sé que caben otras actitudes, tam- bién valiosas, de enfrentamiento, atendida la misma situación. Pero el espíritu de Teresa de Jesús se me antoja de un estilo peculiar, que cobra acentos inspiradísimos en sus poesías. La vida de Teresa de Jesús, y su doctrina, es un eco vivo y agudo de los deseos de San Pablo (II FU 1, 23, y lugares paralelos).

Sin contemplaciones de ningún género, cabe decir que Teresa de Jesús no quiere mundo ni cosa de él. Quiere morir a todas las cosas del mundo, y el martirio incruento se acrecienta en cada peldaño de los grados de oración. Seguir en el mundo es un cautiverio, y el que no quiere morir al mundo, no por eso vivirá más o mejor, sino que el mismo mundo le matará. Lo entiende como una consecuencia lógica de su vida en Reli- gión : pues el Señor la ha hecho merced de haber dejado el mundo, quiere salir de él. La razón es, por lo demás, sencilla: todo lo que hay en el mun- do parece estar armado para ofender al alma. La pena de vivir en el mundo es, en definitiva, dolor y desventura (V. 6, 9; 16, 1; 31, 17; 37, 12;

39, 18; 40, 3).

Cuando se alcanza un conocimiento exacto de lo que es el mundo, el propio mundo aparece como transfigurado. No porque el mundo cam- bie su faz, sino porque sólo se tienen ya ojos para el mundo que no cesa.

En verdad que, descubierto el mundo, ¿qué es lo que deja del mundo el que lo deja todo por Dios? (C. P. Vallad., 6, 3; 9,2).

Teresa ha descubierto una manera de ver el mundo, no sólo una con- sideración sobre el mundo. Es esta perspectiva desde la que el mundo aparece en su ser. La ciencia de la realidad es la conciencia de vivirla. La superficialidad de la vida es el vestido de que dispone el mundo para

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adentrarse en el hombre y para suscitar atracción. Volcados como estamos sobre el mundo, se hace preciso una conversión hacia nosotros mismos.

Es el recogimiento, que sólo se alcanza teniendo ojos para Dios. Pero no es desde el mundo, sino desde Dios, desde el que el mundo pierde su peso. La poética y patética invitación a morir, constante plegaria teresia- na, no puede interpretarse como un deseo de no padecer, sino como una confesión suplicante de vivir la vida de Dios en Dios, sin que el mundo pueda hacer presa. Es un deseo de morir, por ansias de ver a Dios. Son estas ansias las que dotan de verdadero y auténtico sentido a los epítetos sobre el mundo. Por otra part·e, en Santa Teresa influye de manera im- presionante el trato que el mundo dió a Jesucristo, y el que sigue tribu- tándole. Visto el mundo con ojos divinos, no creo que quepa tachar de la más leve exageración el concepto que del mundo y de las cosas se forjó Santa Teresa. La compasión que Cristo tuvo de la turba, hambrienta, es pareja a la pena y lástima que siente por el desconcierto en que vive el mundo. Hay un momento (en Camino de Perfección, Vallad., 35, 4) que, bien meditado, revela todo el movimiento interior de la Santa:

«Pues, ¡qué es esto, mi Señor y mi Dios!: o dad fin al mundo, o poned remedio en tan gravísimos males... Mirad que aún está en el mundo vuestro Hijo; por su acatamiento cesen cosas tan feas y abominables y sucias ... ».

Yo me pregunto si las razones-¿las llamaremos sólo razones?-en las que fundó Santa Teresa de Jesús su concepto del mundo y de las cosas y sus exclamaciones, no siguen en pie. Personalmente creo que sí, que son de una actualidad escalofriante. Yo me pregunto si ese respeto al mundo, a sus cosas, a sus errores, a su descristianización, que hoy se proclama como táctica, no será una mundanización, una desacralización, de nuestra vida. Al mundo no se le desenmascara, enmascarándonos nos- otros, para alternar con él, sino arrebatándole la máscara al mundo, con los ojos limpios y claros y las manos desenguantadas. Que Teresa de Jesús venga en nuestra ayuda y su doctorado sea el que nos enseñe prin- cipios de doctrina y normas de acción. Si su doctrina envejece, es que hemos caído los cristianos, clérigos y laicos, en una senilidad evanescente.

Al releer a Teresa de Jesús y contemplar el paso que llevan las horas y el ritmo de las doctrinas, sólo cabe ·exclamar como la Santa: «¡Oh, vá- lame Dios, qué al revés anda el mundo! », también el mundo que se dice cristiano (c. P. Escor., 43, 3).

PROF. ADOLFO MuÑoz ALONSO

Catedrático de Historia de la Filosofía.

Universidad de Madrid

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