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F U N D A C I O N A D P. E D U. P E

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F U N D A C I O N A D P . E D U . P E

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EL HUMANISMO Y LA REFORMA

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Contexto.-

En el siglo XVI se inicia en los países de Europa occidental el período de desintegración del feudalismo y la acumulación primitiva de capital. El crecimiento de la producción artesana y agrícola en esos países y el desarrollo de la producción mercantil, que significó la desintegración de la economía natural, dan lugar a lazos económicos cada vez más amplios y estrechos entre las diversas partes de los diferentes países, y conducen finalmente a la formación de mercados nacionales.

Se efectúa la descomposición de las artesanías gremiales feudales. Los diferentes maestros se enriquecen rápidamente a expensas de la explotación de aprendices y oficiales. En el seno de la ciudad medieval comienza a observarse el contraste entre los intereses de la capa superior de la ciudad —los maestros enriquecidos, que forman el patriciado urbano— y los intereses de la masa de pequeños productores.

Aparecen las primeras empresas capitalistas, las manufacturas. Los gérmenes de la producción capitalista surgen en las ciudades mediterráneas ya en los siglos XIV y XV. Esto se refiere especialmente a la producción lanera y de paños en Florencia, de vidrio en Venecia, etc. En el siglo XVI, las manufacturas llegan ya a tener un desarrollo importante, especialmente en Inglaterra, Holanda y Francia. El desenvolvimiento de las relaciones capitalistas recibió un poderoso impulso por los grandes descubrimientos geográficos, que dieron por resultado la ocupación y el saqueo de vastísimos territorios. América fue descubierta en 1492; Vasco da Gama, en 1497, encontró una vía marítima hacia la India; en 1519- 1522, Magallanes realizó el primer viaje alrededor del mundo. Países riquísimos llegaron a ser patrimonio de los europeos.

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En los siglos XIV y XV se produce un viraje decisivo en el terreno ideológico, que se acentúa aún más en el XVI. El desenvolvimiento de la producción industrial, de construcciones navales, de la navegación y del arte militar requiere urgentemente métodos completamente nuevos de investigación científica. Todo ello condiciona la ruptura con la vieja escolástica medieval.

Entre los representantes de la incipiente ideología burguesa aparece una actitud crítica frente a los dogmas de la fe, surge la tendencia a la investigación científica independiente, apoyada en la experiencia y en la observación de la naturaleza. Pasan a primer plano los intereses mundanos, las alegrías terrenales, las necesidades humanas. Los científicos tratan de investigar la naturaleza, a fin de dominar sus fuerzas y colocarlas al servicio del hombre. Se impregnan de la fe en las posibilidades creadoras del hombre y en la potencia de su razón. Este renacimiento de las ciencias y del arte va acompañado de un aumento del interés hacia la cultura antigua y sus escritores, olvidados.

Las concepciones sobre la naturaleza y el hombre cambian radicalmente. El ascetismo es sustituido por el culto abierto de la naturaleza humana. Lo

“divino” cede el lugar a lo “natural”, y todo lo humano adquiere ahora un interés independiente. Por esto también, una de las corrientes fundamentales de esa época adopta el nombre de humanismo (humana, lo humano, por oposición a divina, lo divino). El culto a los ermitaños y a los ascetas es remplazado por la veneración a oradores y poetas, a artistas y hombres de Estado. Tiene lugar el retorno a las primeras fuentes de los autores antiguos y la postración ante los grandiosos monumentos de la arquitectura y de la escultura antiguas. Sin embargo, el humanismo no fue un movimiento popular, de masas. Fue una tendencia del pensamiento que comprendía a círculos restringidos de la parte instruida de la población urbana.

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El movimiento ideológico denominado. “Renacimiento” se extendió también al terreno del pensamiento político. La burguesía no pudo aceptar la extendida injerencia de la Iglesia feudal en la vida política, las tentativas de los feudales eclesiásticos, encabezados por el Papa, de someter a su dominio el poder secular.

El desarrollo de las relaciones capitalistas requería también, de manera insistente, la superación del fraccionamiento feudal que impedía la instauración de lazos económicos en gran escala, por todo el país. La centralización del Estado, a su vez contribuyó al ulterior desarrollo de la economía. Ello condicionó la aparición de nuevas teorías políticas, llamadas a contribuir al aniquilamiento de la base feudal, y al afianzamiento y desarrollo del incipiente modo burgués de producción. Se promueve y se defiende la reivindicación de un Estado netamente mundano, con independencia con respecto de la Iglesia; de un poder estatal único y centralizado.

Maquiavelo en Italia y Bodín en Francia fueron descollantes defensores de estas nuevas ideas.

Erasmo de Rotterdam

Las polémicas de Erasmo contra la Iglesia han sido malinterpretadas con frecuencia.

Erasmo, que estaba de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, quería utilizar su formación universitaria y su capacidad para transmitir ideas, para aclarar las doctrinas católicas y hacer que la Iglesia permitiera más libertad de pensamiento.

Pero estos objetivos no eran compartidos por los obispos del siglo XVI. Desde su trabajo de académico versado tanto en la doctrina como en la vida monacal, Erasmo creyó su obligación liberar a la Iglesia de la parálisis a que la condenaban la rigidez del pensamiento y las instituciones de la Edad Media, ya que él creía que el Renacimiento era una manera de pensar fundamentalmente nueva. La tradición y las ideas de la Edad Media no tenían ya lugar en el mundo, y él, el "cruzado de la rectitud", debía ser el encargado de cambiar el estado de cosas.

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En 1503 Erasmo publica el primero de sus libros más importantes: el Enchiridion militiis christiani ("Manual del soldado cristiano", llamado a veces "La daga de Cristo"). En este pequeño volumen Erasmo explica los principales aspectos de la vida cristiana, que luego pasaría el resto de su vida desarrollando y profundizando. La clave de todo, dice en el libro, es la sinceridad. El Mal se oculta dentro del formalismo, dentro del respeto ciego por la tradición, dentro del consumo innecesario, dentro de las organizaciones que se niegan a cambiar, pero nunca en la enseñanza de Cristo.

Durante su estancia en Inglaterra comienza un estudio profundo de los libros del Nuevo Testamento, para preparar una nueva edición en traducción latina.

Publicada por Johann Froben en Basilea en 1516, la versión erasmiana de esos libros hizo que se profundizaran los estudios bíblicos durante el proceso de la reforma protestante. De hecho, en esta nueva traducción se basó Martín Lutero para llevar a cabo su trascendental estudio científico de la Biblia, del cual sacaría el fundamento para sus ideas posteriores. Por eso el trabajo de Erasmo tuvo consecuencias históricas que continúan hasta el día de hoy y se le encuentra en la misma génesis del Protestantismo y de las nuevas iglesias cristianas.

La traducción que Erasmo hizo de la Biblia es la base de la versión inglesa, conocida como “King James Bible” (lit. "del Rey Jacobo", por Jacobo I de Inglaterra, a veces llamada "del Rey Jaime"). Tiene la virtud de representar la primera aproximación desde tiempos de la versión de la Vulgata de un académico para traducir con certeza el contenido de la Biblia. En un gesto que suele interpretarse como de profunda ironía, Erasmo dedicó su versión de la Biblia al Papa León X, que representaba todo lo que el escritor odiaba en la Iglesia y el Estado.

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Sin embargo, en general Erasmo estaba de acuerdo con las ideas de Lutero, (o mejor dicho, Lutero estaba de acuerdo con las ideas de Erasmo) especialmente en las críticas sobre el modo de administrar la Iglesia. Además, Lutero y Erasmo se hicieron amigos personales, y el reformador Lutero fue una de las pocas personas a las que Erasmo reconocía públicamente admirar. El alemán, por su parte, siempre defendió las ideas de Erasmo argumentando que eran el resultado de un trabajo limpio y de una mente superior.

El protestantismo daba un gran impulso al interés y compromiso personal de los fieles en la religión. Esta fe vivida íntimamente, personalmente, sigue siendo, hasta hoy, el pilar fundamental del pensamiento protestante.

Pero Erasmo siempre había luchado por cambiar los abusos que los católicos hacían de las ideas cristianas, pero no las ideas mismas. Él afirmaba que la reforma podía hacerse perfectamente sin recurrir a cambios doctrinales. Sólo dos veces en su vida permitió que se lo involucrara en polémicas sobre asuntos de doctrina, ya que las consideraba ajenas a la verdadera tarea de su vida. Uno de los temas que trató en profundidad fue el de la libertad. Los protestantes creían en la libertad, y decían que no hacía falta una Iglesia para alcanzar la salvación.

Por su parte, los católicos, prácticamente negaban la capacidad humana de ser libres.

En uno de sus libros publicado en 1524, Erasmo reconoce y ataca las exageraciones de Lutero acerca de la libertad humana. Pero, con el ansia de verdad científica que guiaba su obra, poco después analiza los argumentos contrarios de los católicos y termina concluyendo que ambas posturas contienen partes de verdad. Erasmo afirma que, en verdad, el hombre nace atado al pecado, pero que también dispone de las formas adecuados para solicitar a Dios que le permita desatarse. La forma adecuada de pedírselo la ofrece solamente la Iglesia Católica, y depende del pecador saberlos aprovechar. Esta fue su gran aportación acerca del gran problema de su época, que enfrentaba a protestantes y católicos.

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Con el libro “Institución del príncipe cristiano”, Erasmo describirá cómo debe ejercer el poder político un gobernante de su época. Debe entenderse por

“institución” (de institutio) educación o formación. El objetivo principal es aconsejar al gobernante cuales son las cualidades de un buen gobernante y evitar que este derive en un tirano o mal gobernante. Esto le permitirá desarrollar sus ideas sobre la sociedad política, la naturaleza del poder de los reyes y de cómo se ejerce el poder.

Aunque en un principio es partidario de los gobiernos electivos, manifiesta que la ausencia de elección en el nombramiento de un monarca por herencia debería suplirse con una educación del príncipe heredero para ejercer el gobierno ya que de su recta formación dependerá el destino del pueblo al cual gobierne.

Son cinco las principales virtudes que han de acompañar al poder supremo de un príncipe de espíritu cristiano: la sabiduría, la justicia, la moderación en el ánimo, la previsión y el afán por servir al interés público. Además el gobernante debe saber sacrificarse por el bien del pueblo y ser un noble de virtud y rectas acciones, un noble también en conocimientos y saberes, y no sólo noble por linaje o riquezas.

El monarca debe recordar en todo momento que debe comportarse acorde a los preceptos del cristianismo, que el verdadero imperio cristiano es aquel que hace buena gestión del poder, por ende los atributos de su condición no son propiedad del rey sino una potestad que tiene para que los administre en beneficio del pueblo. No es pues ni señor ni dueño de un pueblo ni debe disponer de las cosas a su antojo sino para el bien del pueblo. El consenso de los súbditos reforzará la autoridad del príncipe o gobernante, en caso contrario un poder sin bondad lo llevará a la tiranía y un ejercicio del poder sin sabiduría, sin conocimiento, está abocado a la ruina.

Los principales objetivos de un buen monarca de cara al beneficio de su pueblo pasan por ordenar el presente y prever el futuro de su pueblo, pero para ello se hace menester también tener memoria del pasado.

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Manifiesta su escepticismo de las alianzas en un contexto de reinos europeos cristianos. Para él no hay mayor vínculo que la cristiandad, por ende, es suficiente el acuerdo o las promesas que unos u otros príncipes se hagan sin necesidad que estos deban refrendarse mediante tratados. Por ello aboga por la unión o buena vecindad de naciones semejantes culturalmente. Y no ve con buenos ojos los pactos con naciones de distinta tradición cultural o muy alejadas geográficamente.

Erasmo se define como pacifista y considera que la guerra es dulce para todos aquellos que no la han probado. Por ello no es partidario de que dos soberanos tengan rupturas en sus relaciones de estado pues esto afectaría a sus súbditos.

Antes de tomar decisiones tan drásticas debieran pensar bien las cosas detenidamente y no precipitarse en ánimos y acciones belicosas. Para él no hay ni guerras justas ni causas justas y ni siquiera la propagación de la fe las justificaría.

La fe religiosa se propaga por otras vías como el sufrimiento de los mártires.

Las ideas políticas de los dirigentes de la Reforma y los de las guerras campesinas en Alemania.

Con el comienzo de la desintegración feudal, durante el siglo XVI, empieza a hacerse visible un gran movimiento dirigido contra la Iglesia católica feudal, por la creación de una nueva religión, que une en su seno a diversos círculos opositores.

Se desencadena en una serie de países de Europa occidental (Alemania, Inglaterra, Holanda y otros); recibe el nombre de Reforma y expresa la lucha de la burguesía y de otros elementos descontentos de la sociedad contra el feudalismo.

En Alemania se formaron dos grandes sectores opositores: el luterano, pequeñoburgués-reformista, y el revolucionario, campesino-plebeyo. La oposición luterana estaba dirigida, principalmente, contra la Iglesia feudal.

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La herejía que expresaba los anhelos de plebeyos y campesinos y que casi siempre daba origen a alguna sublevación, tenía un carácter muy diferente.

Hacía suyas todas las reivindicaciones de la herejía burguesa que se referían a los curas, al Papado y a la restauración de la Iglesia primitiva, pero al mismo tiempo iba mucho más allá. Pedía la instauración de la igualdad cristiana entre los miembros de la comunidad y su reconocimiento como norma para la sociedad entera. La igualdad de los hijos de dios debía traducirse en la igualdad de los ciudadanos y hasta en la de sus haciendas; la nobleza debía ponerse al mismo nivel que los campesinos; los patricios y burgueses privilegiados, al de los plebeyos. La supresión de los servicios personales, censos, tributos, privilegios;

la nivelación de las diferencias más escandalosas en la propiedad, eran reivindicaciones formuladas con más o menos energía y consideradas como consecuencia necesaria de la doctrina cristiana, cuando el feudalismo estaba en su auge.

Martín Lutero

La Reforma tiende, ante todo, a desbaratar los propósitos de la Iglesia de dominar a los hombres y, promoviendo la idea de la relación personal entre éstos y dios, objetar las pretensiones de la Iglesia católica al papel de intermediaria en la “salvación de las almas”. La Iglesia católica feudal enseñaba que el hombre “se salva” mediante las buenas obras, o sea, por el cumplimiento formal de la ley establecida por ella. Sobre esta base exigía que los bienes se subordinaran e ella incondicionalmente. El protestantismo proclama, en cambio, que el creyente está libre de la subordinación a cualquier ley, que el hombre es pecaminoso e impotente en sus actos y que se salva únicamente por la fe y no por las obras.

Por esto, ninguna obra buena, incluida también la compra de las llamadas indulgencias, puede proporcionarle el perdón de los pecados. Martín Lutero (1483-1546), uno de los iniciadores del movimiento reformista en Alemania, declaró que la exigencia de las buenas obras y del cumplimiento de la ley ha sido inventada por el clero a fin de mantener a la gente en la sumisión.

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Martín Lutero fue el primer hombre que se rebela con éxito contra la jerarquía católica y, con sus ideas, crea una Iglesia distinta de la católica. Lutero dijo en muchas ocasiones que una de sus fuentes de inspiración era la traducción que Erasmo había hecho de la Biblia; esa traducción había llamado de inmediato la atención del gran reformador y la analizó detalladamente hasta el final de su vida.

El amor de Lutero por esta versión desató una catarata de traducciones que por primera vez puso al Nuevo Testamento al alcance de la gente que no sabía leer el latín. En 1522, seis años después de la publicación de Erasmo, Lutero la tradujo por primera vez al alemán. A su vez, la versión alemana de Lutero fue la base de la primera traducción de William Tyndale al inglés en 1526.

Los seguidores de Martín Lutero se propagaron por toda Europa un año después de la publicación del Nuevo Testamento en latín de Erasmo de Róterdam, lo que puso al traductor en una difícil situación de exposición pública. Lutero clamó a los cuatro vientos que el trabajo de Erasmo le había ayudado a ver la verdad, por lo que la mirada de la Iglesia comenzó a caer sobre Erasmo, que supuestamente había dado el paso inicial de la Reforma que terminaría por dividir al cristianismo.

El conflicto entre la Iglesia y los luteranos se hizo evidente para todo el mundo, y ambos bandos exigieron de inmediato a quienes no habían tomado partido que eligiesen un bando. De aquí que el protestantismo llegue a negar, no solamente la autoridad de la Iglesia, sino también la necesidad de su jerarquía. Lutero desarrolla la teoría relativa al sacerdocio universal. Postula que cada creyente puede ser sacerdote. Admitiendo la libre interpretación de la Sagrada Escritura, la Reforma infunde al hombre la fe en su razón y fundamenta la reivindicación de la libertad de pensamiento. En su aspiración para socavar la pretensión de la Iglesia católica a la tutela en todos los aspectos, la Reforma comienza por defender la libertad de pensamiento y de conciencia. El asunto de la fe es libre, dice Lutero, y en esto nadie puede obligar.

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Refiriéndose a las relaciones mutuas entre la Iglesia y el Estado, Lutero enseña que éste debe prestar completa colaboración á aquélla, y que los cristianos, a su vez, deben respetar incondicionalmente el poder existente. Paciencia y sumisión, he aquí lo que le queda al cristiano en caso de que las autoridades cometan abusos.

“Sufrimientos y tormentos, tormentos y sufrimientos, éste es el único derecho del cristiano”, tal es la respuesta que Lutero da a los insubordinados.

El estado, según Lutero, es una creación de la razón, y la actividad de un Estado cristiano no puede discrepar de los intereses de una Iglesia cristiana. Dado que la esfera de la religión es la fe, postula la renuncia de la Iglesia a las pretensiones de obtener el poder secular. Apoyándose en los príncipes para su actividad de afianzamiento de la nueva religión, comenzó en última instancia a aprobar todo el régimen feudal y las normas tal y como existían en aquel entonces en Alemania.

Tomás Münzer

Fue el jefe del partido revolucionario en el movimiento de la Reforma, en Alemania, e ideólogo de la guerra campesina. Apoyo a los llamados anabaptistas, o rebaptistas partidarios del retrobautismo, quienes estimaban que el hombre debe ser bautizado, no de niño, sino de adulto. Los partidarios de esta doctrina protestaban contra la desigualdad patrimonial, predicaban la idea del comunismo igualitario primitivo y exhortaban a la creación de comunidades en las que no hubiera ricos y donde todos fueran igualmente pobres. Münzer apoyó este movimiento aun cuando jamás compartió plenamente sus ideas.

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Ya entonces vinculó la lucha contra la Iglesia con la lucha revolucionaria general contra el poder existente. En Turingia, anticipándose a Lutero, suprimió el idioma latino en los oficios del culto y organizó la propaganda en las aldeas, incitando a la acción armada contra los curas. De la crítica a la doctrina eclesiástica pasa audazmente a la agitación política, desarrollando un programa próximo al comunismo utópico, que traducía las reivindicaciones de las masas plebeyas. Desarrolló su prédica invocando los evangelios, instaba a que los gobernantes ateos y, especialmente los sacerdotes y monjes que denigraban heréticamente el evangelio, fueran exterminados. Se realizó la ruptura abierta, desde hacía ya mucho tiempo madura, entre él y Lutero, quien lo declaró “instrumento de Satanás” y comenzó a exhortar abiertamente el castigo de los jefes de la oposición revolucionaria.

Formuló un audaz programa radical. No obstante dar a su teoría una forma religiosa —en el fondo teológica—, hizo una aguda crítica, no sólo de la Iglesia romana, sino también de los dogmas de la religión cristiana.

Consideraba que no era correcto contraponer la fe a la razón; suponía que la fe no era otra cosa, que el despertar de la razón en el hombre. Renunció a reconocer la creencia en el mundo del más allá, en el infierno, en el diablo, en el valor mágico de la comunión y en la condenación de los pecadores. Cristo, a su juicio, fue un hombre, no un dios; fue simplemente un profeta y un maestro. Consideraba al hombre como parte de la creación mundial divina, y predicaba la unión más completa posible del hombre con el todo divino. Para eso exigía refrenar todas las inclinaciones personales del hombre y la subordinación de éste a los intereses de la sociedad.

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Las concepciones sociales y políticas de Tomás Moro.

El nacimiento y desarrollo de las relaciones capitalistas en los países avanzados de Europa occidental trajeron el aumento de la presión de los terratenientes sobre los campesinos siervos. En Inglaterra, en relación con el desarrollo de la industria textil, se operó la expropiación violenta de los campesinos quienes, separados de los medios de producción, se empobrecieron y fueron objeto de horribles calamidades. No fue menos penosa la situación de los trabajadores en la industria. El Estado absolutista, mediante una legislación terrorista, obligaba a trabajar por un salario misérrimo, y la completa falta de organización de los obreros abría un ancho campo para la explotación más rapaz. Diversos hombres de vanguardia, aislados, comenzaron a comprender la importancia que tenía, en el empobrecimiento de los campesinos y en la creación de una situación de miseria de los artesanos y obreros de las manufacturas, la propiedad privada sobre los medios de producción. Los tristes cuadros de las penurias de los trabajadores en los siglos XVI y XVII despertaron, entre los mejores hombres de esa época, el pensamiento del valor nocivo de la propiedad privada sobre los medios de producción, de la posibilidad de transformar radicalmente el régimen social, así como planes utópicos de construcción de una sociedad socialista.

Con estos planes se presentan Tomás Moro (1478-1535), fue lord canciller de Enrique VIII. Durante todo el tiempo siguió siendo católico convencido y reprobó la Reforma. Por eso, cuando el rey se decidió a romper con el trono papal, Moro abandonó el cargo. En 1516 vio la luz pública su libro ampliamente conocido:

Utopía o Libro áureo, no menos saludable que festivo, de la mejor de las repúblicas de la nueva isla de Utopía. La obra reviste la forma exterior de un diálogo en el que, además del autor, participa un amigo de éste, Pedro Egilio, quien dirigió la edición de sus obras, y un tal Rafael Hytlodeo, portugués de origen, el cual, siendo supuestamente un acompañante del famoso navegante Américo Vespucio, lo abandonó y se internó en países completamente desconocidos, entre ellos la isla de Utopía, donde vivió durante cinco años.

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En esta formidable obra de Moro se refleja nítidamente el estado económico de la Inglaterra de principios del siglo XVI. Es un valioso documento histórico que sirve de testimonio de la implacable explotación de las masas durante el período de la acumulación primitiva del capital y, al mismo tiempo, ofrece una de las primeras exposiciones de las ideas del socialismo utópico en la historia del pensamiento social.

En las observaciones críticas referentes al estado económico y régimen político de Inglaterra, Moro se refiere al sistema riguroso de la legislación británica, que castiga el hurto con la pena de muerte. Señala la inutilidad y la injusticia de las penas rigurosas y emite el pensamiento de que es la propia sociedad es quien tiene la culpa por crear condiciones que empujan a los hombres a cometer delitos.

Destaca la existencia de una inmensa masa de gente, separada de los medios de producción y carente de posibilidades de llevar una vida de trabajo. Menciona a los mutilados de guerra que han perdido su capacidad de trabajo y el numeroso séquito de aquellos nobles que inevitablemente se quedan sin un pedazo de pan desde el día que muere su amo. Pero, por encima de todo, habla de la causa principal que dio lugar a la calamitosa situación de los trabajadores de Inglaterra: la despiadada expropiación de las masas campesinas.

En relación con el desarrollo de la industria textil, allí, como se sabe, tuvo lugar el tempestuoso paso de la agricultura a la cría de ovejas. Los terratenientes

“cercaron” los campos, convirtiéndolos en pastizales para las ovejas. Los campesinos fueron arrojados violentamente de los lugares en los que estaban asentados viéndose obligados a malvender sus bienes y a convertirse en “vagos”

en busca de sustento. En el campo no había dónde emplear su trabajo. “Porque un solo zagal, un pastor únicamente, basta para apacentar los rebaños de una tierra que exigía muchos brazos cuando se encontraba sembrada y cultivada. La feroz legislación de fines del siglo XV y principios del XVI obligaba a esos “vagos” a buscar trabajo por un salario totalmente insignificante.

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Moro denuncia la “codicia inhumana” de unos cuantos, la “rapaz e insaciable avaricia”, que convierte todo en desiertos. “Las ovejas que tan dulces suelen ser, que exigen tan poca cosa para su alimentación, se muestran ahora tan feroces y tragonas que hasta engullen hombres, y despueblan, destruyen, y asolan campos, casa y ciudades”.

Después de haber trazado este triste cuadro, y, movido por profunda simpatía hacía las masas oprimidas, Moro, por boca de Hytlodeo, emite el pensamiento, audaz para su época, de que la causa de todas estas penurias del pueblo es la propiedad privada, y que la destrucción de ésta es el único medio para asegurar la felicidad general. El autor pasa luego a pintar el Estado ideal, existente, supuestamente, en el país fantástico de Utopía. Con todos los pormenores pinta el régimen social y político de ese país. Sus habitantes no se dedican solamente a los oficios, sino también al cultivo de la tierra. Anualmente varios miembros de cada familia se trasladan por dos años, de la ciudad al campo. Allí aprenden agricultura y participan en las faenas agrícolas. Para la cosecha se envía desde la ciudad, complementariamente, el número necesario de trabajadores. El cultivo de la tierra es, así, la ocupación común de todos los habitantes de Utopía. Además, cada ciudadano aprende algún oficio, al que se dedica durante su permanencia en la ciudad.

Los oficios son los mismos para todos los miembros de una familia y pasan por herencia de los ancianos a los jóvenes. El que desea cambiar de oficio tiene que pasar a otra familia. Los traslados independientes por el país para evitar el trabajo están prohibidos. La familia es, así, una unidad de producción: la de la ciudad se compone, además, de diez a dieciséis miembros adultos, y la del campo de cuarenta. Moro se pronuncia, pues, en favor de la conservación de la producción artesana con sus instrumentos imperfectos de trabajo (no pudo tener claridad acerca de la importancia de las grandes empresas industriales). El papel que atribuye a la técnica dentro de la producción es insignificante.

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El trabajo es obligatorio para todos. Las mujeres trabajan igual que los hombres.

Del trabajo físico se liberan solamente las personas que cumplen deberes sociales, durante el tiempo que ocupan su cargo, así como también los científicos. Moro está convencido de que el principio de la obligación general del trabajo y la ausencia de un gran número de personas ociosas permite, con una corta jornada de trabajo, dar satisfacción a todas las necesidades de los ciudadanos. Al no prever el valor de los perfeccionamientos técnicos, estima inevitables los trabajos pesados en la sociedad ideal. En Utopía ejecutan estos trabajos, en primer lugar, las personas que se encargan de ellos por motivos religiosos y, en segundo lugar, los esclavos. Estos son delincuentes condenados, personas sentenciadas a muerte en los países vecinos y rescatadas por los utopianos, y también prisioneros de guerra tomados en combate. La esclavitud es vitalicia, pero no hereditaria.

Todos los artículos elaborados se trasladan a depósitos especiales, guardándose, por su clase, en almacenes. De allí se surte gratuitamente de todos los artículos — incluidos también productos alimenticios— cada padre de familia, para sí y para los suyos. Para los que lo desean, existen comedores colectivos. Las casas, con sus respectivos jardines, son propiedad del Estado. Se vuelven a distribuir entre los ciudadanos cada diez años, por sorteo. Además de las viviendas, existen en las ciudades grandes palacios, en los que se organizan diversiones generales y donde los utopianos pasan su tiempo de descanso.

Su modo de vida se distingue por la sencillez. Pero esto no excluye el amor a una vida alegre y agradable, y la aspiración a la utilización de todos los bienes vitales.

Fiel a los principios del humanismo, el autor rechaza el ideal ascético la Iglesia.

Para él, la virtud radica en vivir de conformidad con las leyes naturales y, por consiguiente, “hacer que la vida sea agradable y llena de deleites”. Los utopianos exportan el excedente de productos a otros países, donde una séptima parte de lo exportado se distribuye gratuitamente entre los indigentes del país, y el resto se vende a precio módico.

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El oro y la plata que se recibe a cambio, se guardan para caso de guerra. Estos metales no gozan de veneración entre ellos. En tiempos de paz se elaboran con dichos metales, anillos, cadenas y aros, con destino a los ciudadanos que se hayan manchado por algún delito. Las piedras preciosas sirven de juguetes para los niños.

En Utopía, la familia es grande, patriarcal. Su jefe es el miembro más anciano de la misma. Dentro de ella, las mujeres atienden a los hombres, los hijos a los padres y, en general, los jóvenes a los mayores.

Adversario convencido del divorcio —más tarde condenó las segundas nupcias de Enrique VIII—, Moro relata que el matrimonio entre los utopistas es, en principio, indisoluble. Puede disolverse solamente en casos muy excepcionales y el cónyuge por cuya culpa se efectúa el divorcio carece de derecho de contraer segundo enlace.

Moro descubre acertadamente la esencia del Estado de su época como organización de los pudientes, creado para sus conveniencias personales. Lo presenta como resultado de la trama de los acaudalados, quienes inventan toda clase de procedimientos y artimañas para conservar lo adquirido por vía deshonesta, y para explotar a los desposeídos como bestias de carga. En el país de Utopía, el poder del Estado está organizado de manera democrática: todas las autoridades son elegidas, designándose los funcionarios por un año, con excepción del príncipe, que lo es para toda la vida. Los funcionarios se dedican principalmente a la organización de la producción y del consumo colectivo, vigilan que nadie esté ocioso y que todos se dediquen celosamente a sus oficios. También el carácter del poder cambia. Los funcionarios en Utopía no se muestran altivos, ni infunden temor. Se les llama padres y se les conceden honores voluntariamente.

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Moro condena la guerra. Los utopistas la conjuran: la consideran como reminiscencia horrible de brutalidad salvaje. Sin embargo, cuando hay necesidad, entran en combate.

Tienen pocas leyes, no poseen numerosos tomos de éstas y de sus interpretaciones.

Rechazan terminantemente la ayuda de abogados, y allí cualquiera puede ser jurisperito. En este relato de Moro no puede dejar de verse una insinuación evidente al sistema de justicia inglés y una acerba crítica de su jurisprudencia. La ley no prevé el carácter de los actos. El problema de los delitos y sentencias es resuelto por el senado.

Moro se manifiesta en favor de la pena de muerte para los reincidentes. Propone encerrar como a fieras indomables a los incorregibles, aquellos a quienes ni las cárceles ni los grillos logran cambiar.

Se pronuncia por la completa tolerancia religiosa. En Utopía existen, simultáneamente, varios cultos, entre ellos el del Sol, el de la Luna y el de diferentes planetas. Pero la mayor parte de sus habitantes creen en una divinidad única, desconocida, principio de todas las cosas. Aunque Moro fue uno de los primeros defensores del principio de la libertad de conciencia, no lo lleva consecuentemente hasta el fin. Todos los ciudadanos de Utopía están obligados a creer en dios, en la inmortalidad del alma y en los castigos por los vicios, así como en las compensaciones por las virtudes, en el otro mundo. Y aun cuando los ateos no son objeto de ninguna sentencia, no están autorizados, sin embargo, a ocupar cargos oficiales, viéndose privados de todo respeto dentro de la sociedad.

Por lo de “Utopía”, la palabra “utópico” se ha convertido en un nombre genérico para señalar las tentativas de pintar un cuadro de un régimen futuro sin indicar las rutas efectivas para su realización. En las condiciones materiales de vida de la sociedad inglesa del siglo XVI no existía premisa alguna para llevar a la práctica las ideas de Moro. Ni siquiera existía aún la clase capaz de realizar una revolución social, el proletariado. Moro no pudo señalar las vías de creación de la sociedad ideal. Siguió siendo un pensador solitario, no vinculado con las masas. En la construcción de su ideal, no se elevó por encima del nivel de la artesanía medieval, con su técnica inferior y la producción en pequeña escala, y repudió el progreso industrial que, en esa época, fue motivo de las grandes penurias del pueblo. Sin embargo, la sola exposición de la idea del socialismo utópico tuvo un inmenso valor progresista para el ulterior desarrollo del pensamiento político.

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Las concepciones sociales y políticas de Tomás Campanella.

Las ideas del socialismo utópico son desarrolladas en Italia, un siglo más tarde, por Tomás Campanella (1568-1639). En 1599 organizó una conspiración contra el dominio español en Calabria, con el fin de tomar el poder y llevar a efecto un vasto plan de transformaciones del régimen social y político de su patria. La conjuración fue descubierta por una traición, y su organizador, condenado a reclusión perpetua, pasó en la cárcel veintisiete años. Recuperó la libertad en 1626.

La más notable de sus obras, La ciudad del sol (Civitas solis), fue escrita bajo la impresión de la penosa situación de las masas trabajadoras de Italia. Su autor, siguiendo a Moro, y traduciendo las esperanzas de las masas populares que aspiraban a liberarse de la opresión y de la explotación, ofrece un esbozo de un Estado utópico. Hace este relato un navegante que narra lo que ha visto en países desconocidos durante un viaje alrededor del mundo. El relator describe el régimen social y la organización política de La ciudad del sol, ubicada en algún lugar cerca del Ecuador, en la isla de Taprobana.

La ciudad se encuentra sobre una colina, y está dividida en siete recintos perfectamente fortificados y casi inaccesibles para el enemigo. El régimen social se caracteriza en que el trabajo es obligatorio para todos los ciudadanos y por la inexistencia de la propiedad privada. Los cargos y labores sociales están repartidos entre todos los ciudadanos. Se concede a cada uno una ocupación según las inclinaciones que manifiesta desde la infancia. Y dado que la profesión de cada uno responde a su vocación natural, todos ejecutan muy gustosamente el trabajo que se les encomienda. Sin embargo, el cultivo de la tierra, la crianza del ganado, así como las labores más pesadas (por ejemplo, la herrería o la construcción) son las más honorables. Todo lo que los “soleanos” crean con su trabajo es patrimonio común. Reciben del Estado todo lo que necesitan para vivir.

No tienen ninguna propiedad y, por eso, no son ellos los que sirven a las cosas, sino éstas a ellos, concluye Campanella.

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En su Estado ideal se pueden encontrar algunos principios realizados de democracia. Dos veces al mes se convoca la asamblea de todos los ciudadanos que hayan alcanzado la edad de veinte años. El Gran Consejo, que propone los candidatos para altos cargos del Estado, fiscaliza a los funcionarios y goza del derecho de destituirlos. El Estado está encabezado por un sacerdote mayor, al que los soleanos llaman Sol u Hoh. Le prestan su concurso tres jefes adjuntos: Pon, Sin y Moy, lo que quiere decir respectivamente: Poder, Sabiduría y Amor. Cuanto se relaciona con la guerra y la paz, o sea, la organización de las fuerzas armadas y todo lo concerniente a la defensa del país, está a cargo de Pon; las artes y las ciencias, de Sin; Moy se preocupa de los problemas relativos a la procreación, educación, medicina, agricultura y todo lo que concierne a la vida y el modo de ser de los ciudadanos. Al pintar la organización política, el autor no se eleva por encima del nivel de las ideas feudales medievales, y traduce en su proyecto los principios teocráticos y la práctica de gobierno existentes en las organizaciones de la Iglesia católica.

Campanella atribuye un gran valor al arte militar. Este es obligatorio para todos; las mujeres lo aprenden al igual que los hombres y, en la guerra, ayudan a éstos en la defensa de los muros de la ciudad. El ejército de los soleanos sirve para defender al país. Su alto patriotismo, “difícil de imaginarse”, fomenta amor a la patria; su firmeza forjada por la educación, así como también el alto desarrollo de la técnica bélica — que Campanella reconoce como un factor importante del éxito militar—, contribuyen a la acertada dirección de las operaciones bélicas.

Al expresar su actitud hostil al complejo y enredado sistema de justicia de su época, el autor declara que entre los soleanos “las leyes... son pocas, concisas y claras”.

También los juicios, que son orales, están simplificados. Lo característico para Campanella en su enfoque del derecho penal, es confundir el derecho con la moral, la identificación de la noción de delito con la de pecado, y el reconocimiento del derecho de los eclesiásticos a administrar justicia. Todo esto constituye un testimonio de que no estaba en condiciones de liberarse de la idea religiosa medieval. En La ciudad del sol se condena la pusilanimidad, arrogancia e indolencia.

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Las penas tienden a corregir al delincuente, con “remedios auténticos y seguros”.

Por eso, antes de sentenciar al criminal se trata de obrar sobre él por medio de la convicción, explicándole, al parecer, el significado de su delito e instándolo a dar su conformidad al castigo que contra él se haya pronunciado. Al mismo tiempo, para los delitos premeditados rige la ley del Talión. Las penas en estos casos son rigurosas, y en considerable número de casos se condena a muerte; se practican los castigos corporales, el destierro y la eliminación de la mesa colectiva. Allí no existen cárceles. El ideal socialista promovido por Campanella en La ciudad del sol, al igual que el de Moro, era irrealizable en las condiciones de vida de la Europa del siglo XVI.

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