Libro Segundo LA REBELIÓN MULATA
UN DESTELLO QUE SE APAGA
¿Dónde iba a detenerse el movimiento pendular de la Constituyente? Los días pasaban; el informe, el apasionante debate continuaba... El 14, los mulatos tomaron una audaz decisión.
Raymond, en nombre de ellos, pidió ser recibido por la Asamblea Nacional: “Señor Presidente.
”En nombre de la justicia, de la humanidad y del interés mismo de Francia y de sus colonias, os conjuramos tengáis a bien escucharnos antes de producir una decisión sobre la suerte de nuestros desdichados hermanos. ”Hasta el presente no tenéis otras ideas sobre los particulares que los expuestos en el informe de los colonos blancos; no nos será difícil probar las inexactitudes que ellos han adelantado. ¿Seríamos juzgados sin ser oídos? No podemos creerlo. Estamos dispuestos a aparecer ante la asamblea, estamos a las puertas de esta sala y esperamos que los diputados de esta asamblea tengan a bien hacérnoslas
Firmado: Raymond, Por los cinco comisarios de color”. Su discurso fue hábil.
Habló de la importancia numérica del elemento mulato, precisó que en Santo Domingo detentaba la tercera parte de las tierras y la cuarta de los esclavos; señaló su papel militar, papel que la guerra de América había puesto en evidencia; hizo una interesante exposición histórica de sus propias conversaciones con la corte antes de 1789…
Pasando a las reivindicaciones presentes, se apresuraba a tranquilizar a los blancos, presentando, por cierto muy odiosamente, a los hombres de color como los mejores garantes del orden esclavista:
“He tenido el honor de deciros, señores, que ellos poseen una cuarta parte de los esclavos, una tercera de las tierras. Así pues, si tienen posesiones, están interesados en conservarlas y en mantener los esclavos que tienen.
”Ha parecido que se os hacía temer los esclavos; se ha dicho: si le admitís a los hombres de color los derechos de los ciudadanos activos, los esclavos querrán sacudir el yugo. ¿Por qué este temor? Si es espíritu de imitación, el primer esclavo manumitido hubiera abierto la puerta a todos los demás.
”Creo, señores, haber tenido el honor de probaros que la clase de las gentes de color es infinitamente más considerable de lo que se os ha dicho y que es infinitamente más útil de lo que pensáis, que incluso debe ser interés de los colonos el conceder derechos a los hombres de color porla sencilla razón de que concediéndoles más derechos, más bienestar,
más se los atraerán; que aun cuando los negros quisieran rebelarse, no podrían, porque las personas de color interesadas en mantenerlos en la esclavitud, se unirían a los blancos formando entonces una sola clase. ”De acuerdo con esto pido a la asamblea que tenga a bien estatuir sobre la suerte de los hombres libres propietarios, y que esté persuadida de que encontrará en ellos a hijos que jamás olvidarán el servicio y el estado a que los habrá llevado”.
Esta embestida se hacía en el momento oportuno.
Permitió a Grégoire refutar un argumento de Moreau de Saint-Méry quien, en días precedentes, había hecho impresión:
“Uno de los preopinantes, se trata, creo de Moreau de Saint-Méry ha hecho una objeción sacada de que en Francia tenemos ciudadanos que no disfrutan de los derechos de los ciudadanos activos. Existe una gran disparidad: en Francia, el estado de ciudadano activo es una desigualdad pecuniaria que cada cual puede esperar salvar y, en cambio, en las colonias, esta desigualdad resulta de la diferencia de color que es insuperable. En Francia, la desigualdad marcada no es visible, no está grabada en la frente, no crea, de una parte, la insolencia y la humillación de la obra, en cambio, en las colonias, esta desigualdad está grabada en la frente del hombre mismo y el hombre no puede escapar a la humillación”.
Terminaba haciendo una advertencia patética:
“Se ha invocado la política: os podría decir, señores, que jamás se puede ser político si no es por la justicia; que la justicia, tanto para los imperios como para los individuos, es verdaderamente un punto fijo y que la estabilidad de los estados sólo resultará del perfecto acuerdo entre los principios del gobierno y los de la justicia”.
¡Acuerdo entre los principios de gobierno y el espíritu de justicia! ¿Qué no podrá hacerse con las palabras?
Estoera a lo que, oyéndolos, tendía la política preconizada por los colonialistas más acérrimos.
Es lo que afirmaron muy seriamente un Moreau de Saint-Méry (“sería hacer una injuria gratuita a los colonos”, explicaba, suponerlos “incapaces de sentir por sí mismos” lo que era razonable “hacer en favor de los hombres de color”) y –decididamente Tartufo hacía escuela– un Malouet, cauteloso en extremo. Hacía en el interior del prejuicio de color una distinción sutil entre un “prejuicio de vanidad”, ese inadmisible del pequeño blanco con respecto a los hombres de color y otro, un “prejuicio social”, legítimo ese de los grandes blancos propietarios; de todo lo cual resultaba que había dos subordinaciones: una de “servidumbre”, condenable y una de “diferencia” perfectamente normal.
Terminaba este ejercicio de casuística con una profesión de fe que iba lejos, y un solemne repudio de la idea de igualdad:
“Concluyo que se debe decidir este asunto con ventaja para la justicia. Ahora bien, emplazo a la justicia en el principio de que los hombres de color, como el resto de los ciudadanos, deben ser preservados de toda opresión, emplazo a la justicia a convenir que ellos no deben ser privados indefinidamente de los derechos de ciudadanos activos. Pero la justicia no consiste, nunca ha consistido, en conceder el ejercicio de los derechos políticos indistintamente a todos los hombres.
“Si la justicia consistiera en la igualdad política para todos los hombres sin distinción, ya no habría gobierno en este momento, y ciertamente no podéis discutir este nuevo principio... Señores, si la máxima que ayer oí profesar en esta asamblea era verdaderamente el espíritu de la asamblea –pero indudablemente no lo creo– si era cierto que fuera igual, que incluso fuera conveniente sacrificar las colonias a un principo, pediría que la discusión se cerrara y escucharía, en un silencio teñido de miedo, el decreto que váis a lanzar”.
Ante lo contundente de la respuesta de Robespierre, Moreau de Saint-Méry se batió prudentemente en retirada:
“No se trata de pelear por palabras persuadido de que las cosas han sido bien comprendidas, que son tal como yo mismo las entiendo, retiro la enmienda de la palabraesclavo”.
Tenía razón: poco importaba la palabra... Y de hecho, enmendado, el artículo del comité colonial decía exactamente la misma cosa:
“La Asamblea Nacional decreta, como artículo constitucional que ninguna ley sobre el estado de las personas no libres no podrá ser hecho por el cuerpo legislativo, para las colonias, más que a petición formal y espontánea de las asambleas coloniales”.
Después de tres días de debate, la asamblea ratificaba…
Era algo grave: una asamblea electa para constitucionalizar la libertad, acababa por constitucionalizar la esclavitud más abominable…
Capítulos V