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LA REBELIÓN MULATA

Libro Segundo LA REBELIÓN MULATA

LA REBELIÓN MULATA

Nosotros somos hombres como tú Tus miembros son todos uno También gran corazón tenemos Y otro tanto sufrir podemos Ninguno puede curarse solo

(Wace –Roman du Rou)

Entonces se operó una verdadera revolución en el espíritu de los mulatos. No esperando nada en lo sucesivo de una asamblea que cambiaba con el viento, comprendieron que sólo obtendrían, lo que obtuvieran por la fuerza.

Se presentó una ocasión única que colocaba a los colonos en desventaja frente a los mulatos. Una formidable rebelión negra estalló en agosto de 1791: hordas innumerables, con rabia en el corazón y cuchillo al cinto, inundaron la llanura del norte.

Los mulatos decidieron utilizar este acontecimiento. En esta coyuntura decisiva su conducta fue un modelo de estrategia revolucionaria.

Por lo tanto supieron elegir su momento: aquél en que los blancos, más aún que debilitados, estaban enloquecidos.

De igual modo eligieron su teatro de operaciones: con preferencia a toda otra provincia, eligieron la del oeste, en donde eran más numerosos.

En fin, comprendiendo que, solos serían a despecho de victorias pasajeras, vencidos, supieron coordinar sus esfuerzos, de una parte con los negros insurreccionados; de otra parte, con los demócratas de Francia, constituyendo así reservas con las cuales maniobraron con habilidad consumada. A decir verdad, cuando en el norte, en el Cabo se les vio, ante la rebelión servil, abandonarse al reflejo del propietario y hacer a la asamblea colonial el ofrecimiento de Combatir a los sublevados dejando por rehenes sus mujeres, sus hijos y sus propiedades como prueba de la rectitud de sus intenciones, los blancos respiraron y la asamblea colonial creyó poder adormecer sus reivindi- caciones con buenas palabras. En efecto, declaró el 5 de setiembre que los hombres de color que desplegaban su valor, coincidiendo con los blancos en la defensa común, debían hacerlo con confianza y que estaba en el deber de “seguir concediéndoles la benevolencia a la cual ellos debían ya la manumisión y la propiedad”.

Pero esos señores tuvieron que bajar los humos cuando les llegaron noticias del oeste: los hombres de color habían ideado la organización de un consejo político encargado de coordinar su acción para obtener la igualdad de derechos.

El 7 de agosto, reunidos en la iglesia de Mirebalais, habían nombrado a los miembros del consejo y votado un acta por la cual juraban permanecer unidos hasta la victoria total.

En fin, el 21 de agosto, en la Charbonniere, cerca de Port-au-Prince, se constituían en fuerza armada, cuyos jefes Beauvais y Rigaud debían en lo adelante hacer una brillante carrera.

El “consejo” no se echó a dormir. Su primer acto fue dirigir a Blanchelande, gobernador de Santo Domingo, una copia del acta de su constitución con una carta enérgica donde se recordaban las principales reivindicaciones de los hombres de color.

El 22, Blanchelande les hizo saber que desaprobaba su iniciativa, declaraba ilícita su asamblea, los conjuraba a separarse y a esperar resignadamente todas las leyes que podrían concernirles y sobre todo no olvidar las consideraciones, el respeto y la veneración que ellos debían a los blancos, autores de su libertad y de su fortuna. El tono de la respuesta mulata fue tirante:

“Es cuando reclamamos la protección del gobierno y de las leyes antiguas y nuevas, que nos prescribís a esperar apaciblemente y con resignación la promulgación de leyes que pueden concernirnos, como si, desde el establecimiento de las colonias y sobre todo desde la revolución, las leyes antiguas y nuevas autorizaran a los ciudadanos blancos a perseguirnos y a degollarnos. Es cuando nos quejamos amargamente de nuestros tiranos y de nuestros perseguidores, que nos ordenáis no olvidar nunca las consideraciones, el respeto y la veneración que debemos a los ciudadanos blancos”.

Terminaban anunciando que se iban a armar para subvenir su seguridad, abandonando “el cuidado del resto en manos de la Providencia”. Así arrojaban el guante.

Los mulatos franquearon la primera línea de resistencia en la Croix des Bouquets cerca de Port-au-Prince. Un jefe regional blanco, Humus de Jumécourt, se vio desautorizado por Port-au-Prince por haber dado oídos a las reivindicaciones de los hombres de color.

Los blancos habían razonado de mantea simplista: los hombres de color habían roto sus cadenas; una demostración militar pondría de nuevo las cosas en orden.

Pero una vez más la arrogancia y la subestimación sistemática del adversario salieron mal. Los mulatos conocieron allí su Valmy. A través de los campos de caña incendiados para la ocasión, y con el humo que se echaba sobre los asaltantes, la puntería de los mulatos hizo maravillas. Resultado: que los mulatos, más concientes de su fuerza, impusieron a los blancos del llano un verdadero tratado sobre la base del respeto del artículo 4 de la instrucción del 8 de marzo de 1790. Tal es el documento conocido bajo el nombre de primer concordato y que terminaba con estas palabras preñadas de amenazas: “De lo contrario, la guerra civil”. (7 de setiembre de 1791.)

Este tono, muy nuevo, merecía que se le prestase atención. En ello reflexionaron los más políticos de entre los colonos blancos, abriendo los ojos a esta verdad, ya no eran los tiempos de Ogé. En fin, se habló una segunda vez.

Pero cuando los negociantes, los comisarios de la guardia nacional volvieron a Port-au-Prince con el textode un segundo concordato, se dieron cuenta que el nuevo texto contenía nuevas cláusulas: no sólo se exigía el cumplimiento del artículo4 del decreto del 8 de marzo, sino que se anulaban las municipalidades existentes. Además, se rehabilitaba la memoria de Ogé y de Chavannes. Y se consagraba la reconciliación de las razas por un solemne Te Deum (segundo concordato de 11 de setiembre de 1791.)

No hay ni que decir que este segundo documento tuvo la misma suerte que el primero.

La guardia nacional había desautorizado a Jumécourt. A la municipalidad de Port-au-Prince le tocó desautorizar a los guardias nacionales.

Así pues denunció el segundo concordato, mientras que, instado por ella, el gobernador reprendía a los mulatos conminándolos a renunciar a sus pretensiones y a dispersarse. No hay que decir que tal amonestación estaba fuera de lugar y que traicionaba en su autor una apreciación singularmente superficial de los acontecimientos. Ya no eran los tiempos en que los mulatos tenían miedo de un gobernador... Su respuesta fue adoptar una nueva divisa que indicaba muy a las claras a qué nivel de conciencia revolucionaria habían llegado: “Vivir libres o morir”. Y tranquilamente, en modo alguno conmovidos por las iras gubernamentales, pusieron sitio a Port-au-Prince.

Cuando los rigores del asedio bajaron los humos a la fogosidad militar permitiendo a los blancos una visión más clara de la situación, pensaron en parlamentar una vez más.

Se produjo el tercer concordato (19 de octubre de 1791), aún más draconiano que el segundo. Esta vez, no sólo la acometieron contra las municipalidades, sino también contra la asamblea colonial de la que exigían la renovación sobre la base de la elegibilidad para todos los hombres libres y añadían la formación de un ejército de mulatos al cual la guardia de Port-au-Prince sería confiada, conjuntamente con las tropas blancas y, por supuesto, conservaban la cláusula del Te Deum.

Tuvo lugar el Te Deum y la entrada en Port-au-Prince de mil quinientos mulatos a tambor batiente y el solemne abrazo de reconciliación del mulato Beauvais y de Caradeux, el jefe de los colonos.

Pero, según un esquema conocido en lo adelante, se manifestó una nueva instancia que, a punto fijo, trajo el desacuerdo.

Para ello la asamblea colonial tenía un magnífico pretexto: acababa de recibir el decreto del 24 de setiembre de la Asamblea Nacional francesa...

Entonces los mulatos decidieron aumentar la fuerza con la diplomacia. Había que aislar a la asamblea colonial y minar la homogeneidad de la resistencia blanca. Y la experiencia demostraba que podía hacerse: la campaña militar, las

ruinas que se acumulaban, demostraban, por las reacciones que ellas provocaban, que no había ya, erigida contra “el color”, la “blancura”, cualidad abstracta, sino blancos pasablemente diferentes entre ellos y a veces animados de un espíritu todo contrario; singularmente, que había los grandes blancos, cuyos intereses divergían cada vez más, en general gente de campo, propietarios de plantaciones, que tenían todo que perder de la prolongación de la guerra; y, de otra parte, los pequeños blancos, que veían en ella la ocasión dedesempeñarunpapelydeenriquecerse.Ensuma,manejando conveniente- mente esa considerable palanca –el interés de clase– los mulatos tenían la posibilidad de hacer estallar el bloque de los blancos. Se vio muy claro cuando, bajo la presión de los blancos conciliadores, la municipalidad de Port-au-Prince se vio obligada a someter a referéndum la cuestión de la ratificación del tercer concordato. Y aún se vio más claro cuando, en la tarde del 21 de noviembre, se conocieron los resultados de las tres primeras secciones de votación: sólo quedaba una sección por votar, y ya una aplastante mayoría se había pronunciado por la paz con los mulatos.

Los días iban a traer un acontecimiento aún más extraordinario. Una mañana Port-au-Prince se despertó y comprobó que no sólo estaba invadido por los mulatos sino también por un ejército de nuevo cuño que llevaba el significativo nombre de “ejército combinado” (combinado de mulatos y blancos), bajo la doble jefatura del mulato Beaouvais y del blanco Humus de Jumécourt. ¿Qué había ocurrido? Esto, que la noche del 21, y cuando se iba a pasar al escrutinio de los votos de la cuarta sección que todo hacía prever que sería favorable a los mulatos, los pequeños blancos, al mando del aventurero Maltés, Proloto, habían decidido jugar el todo por el todo. Desencadenaron la rebelión, esperando poder imputar los disturbios a los mulatos y así excitar a los blancos contra ellos. En realidad, incendiando Port-au-Prince y rubricando torpemente su crimen por el vergonzoso pillaje de “los barrios ricos”, habían obtenido justamente el efecto inverso y acabado de precipitar la masa de los grandes colonos en los brazos de los hombres de color.

¡Increíble reagrupamiento de fuerzas!

¿Que iba a hacer Port-au-Prince? Fue inútil que la municipalidad se reuniera. Había perdido las esperanzas de vencer. ¿Tratar? Más para ello hubiera habido que abandonar a la justa venganza de los mulatos a los responsables del incendio de Port-au-Prince, es decir, a los negociantes mismos. Es lo que se desprendía de los contactos que en nombre de la ciudad, Grimouard, comandante de la estación naval, había establecido con el ejército combinado. Y sin embargo, asediada de muy cerca, privada de agua, la ciudad no podía seguir combatiendo...

Creyó encontrar salida proponiendo a los mulatos de remitirse a la mediación de los comisarios nacionales que, proveídos de todos los poderes, acababan de desembarcar en Santo Domingo. Confiados, los mulatos aceptaron.

¡Ay! Quinta intimación, quinta negativa.

En una carta del 21 de diciembre de 1791, los comisarios nacionales advirtieron a las “personas reunidas en la Croix des Bouquets” que la sola apelación “del ejército combinado” significaba desorden y la anarquía; que el

hecho de que un grupo armado por la minoría de parroquias entendiera dictar su voluntad al país era inadmisible; que la Declaración de los Derechos del

Hombre era una cosa y otra cosa eran el uso y la ley; que la primera se

inscribía en lo absoluto, los segundos regían lo relativo; que precisamente la única ley que definía la relación entre las razas en Santo Domingo era el decreto constitucional del 24 de setiembre, en una palabra, que la reunión de los mulatos en armas constituía un acto de rebelión que había que reparar mediante una pronta sumisión.

En todo caso, los hombres de color, alternando la acción legal y la acción ilegal, la amenaza y lapersuasión,habían tomado sus disposiciones para una lucha larga y dura, una lucha de usura, cuando los blancos trepados en la cumbre de la desesperación, precipitaron la decisión tratando de arreglar el asunto en caliente: un ataque de frente practicado por las tropas de Port-au- Prince, un ataque de flanco sostenido en el Artibonite por un tal Borel, el más excitado de los plantadores, los llevaron á todos hasta la Croix des Bouquets. Pero fue para ir a buscar e introducir entre el estrépito de las armas sus propios enterradores, actores bisoños, cuya aparición frenética iba en lo adelante a acaparar la escena: los negros, los negros esclavos que, con el cuchillo en el puño, le volvieron a tomar a los blancos después de una espantosa matanza, el asiento del cuartel general del ejército combinado y que, no bien aparecidos, rechazaban entre bastidores tanto a los vencidos como a los vencedores mulatos.

Ese día se lanzaron con salvaje intrepidez sobre las piezas de artillería, metían sus brazos en la garganta de los cañones para sacarles las balas, en tanto que invulnerable, agitando en su mano una cola de caballo, Hyacinthe, su jefe, recorría minucioso, el campo de batalla para llevar a cada uno de los combatientes la certeza de que una vez muerto en combate renacería en África.

Momento histórico, personajes históricos, esos primeros esclavos que osaban vencer a sus amos: eran los mismos que años más tarde, desafiaban a las mejores tropas de Bonaparte. De golpe todo se simplificó: lo ilegal se hizo legal, lo insoluble soluble.

Primeros convertidos: los comisarios nacionales, que a la luz del desastre blanco comprendieron...Ycuando el 21 de abril de 1792 rápidas negociaciones hubieron sellado la unión entre los blancos y los hombres de color por un nuevo acuerdo llamado “Unión de Saint-Marc”, Roume, el único comisario restante, aprobó solícitamente y dio su aprobación con una gran publicidad. En cuanto a la Asamblea Nacional, a siete mil kilómetros de allí, y afectada por los mismos acontecimientos, entraba en los mismos sentimientos.

Esta vez el debate no sé empantanó. Ni camouflage, ni circunlocuciones, ni temores, ni tabús.

Por lo demás la opinión estaba preparada... Dos hombres habían contribuido a prepararla: Brissot y Camille Desmoulins...

Desde la aparición del decreto del 24 de setiembre, Camille Desmoulins se había enardecido:

“¡Anatema sobre los intrigantes, sobre los hipócritas demagogos, sobre los traidores, sobre los monos feroces vestidos con piel de hombre! ¡Anatema! ¡Anatema...! ¡La humanidad ha sido degollada por los que se habían enviado para ser sus vengadores y sus sostenes! La esclavitud, la tiranía, la opresión han sido consagradas, erigidas en ley por los mandatarios de un pueblo libre... El decreto del 15 de mayo sobre las colonias, ese decreto que inmortalizaba el cuerpo constituyente, que hubiera llevado el comercio a su más alto grado de esplendor, que se lo debía mirar como una justicia lenta que Francia hacía por fin a los hombres, a hermanos encorvados desde muchísimo tiempo bajo el yugo más envilecedor, mas bárbaro, ese decreto tan sabio, tan razonable, tan beneficioso, ha sido revocado. Anatema sobre los monstruos atroces que han hecho de la Asamblea Nacional el teatro de la iniquidad y que han ejercido sobre ella el monstruoso imperio de forzarla a producir una ley sangrienta; que será la señal de la pérdida de nuestras colonias, de los atentados más execrables y de la matanza de los hombres.

”Leed, sensibles patriotas, leed ese decreto que un senado gangrenado ha substituido con fecha 24 de setiembre al del 15 de mayo, y llorad por la suerte atroz que se prepara a los infortunados colonos, que la naturaleza no ha dotado de una piel tan blanca como la del caníbal Barnave y de sus dignos consortes.

”Leyendo ese fatal decreto uno está tentado de creer que sobre la Asamblea Nacional ha soplado un viento diabólico y ha dirigido sus últimos momentos hacia el crimen y la infamia: ¡Cómo se debe execrar todavía más esa coalición formidable de individuos, sin embargo, tan nulos que ha arrancado ese nuevo atentado al cansancio de una vieja asamblea que en su ocaso no es más que decrepitud, lepra y putrefacción en todas sus partes. Creo ver una antigua prostituida, recubierta de las vergonzantes libreas del vicio los Lameth, los Barnave, los Dupont, los Dandré, los Coupil son los chancros podridos que la roen, la devoran e imprimen sobre ella, de modo imborrable, las marcas infamantes que atestiguarán ante todos los ojos su corrupción, su perversidad y su deshonor”.21

Cuando llegó a París la noticia de los disturbios de Santo Domingo, Desmoulins había vuelto a la carga fustigando a Barnave y denunciando la política de la Constituyente:

“¿Cuáles son pues las causas de tantas escenas desgarradoras? la corrupción de la Asamblea Constituyente, las maniobras de los ministros, el orgullo de los colonos y la perfidia de los españoles. Si, inmediata- mente después del decreto del 15 de mayo, el cuerpo constituyente hubiera puesto cuidado en la partida de los comisarios, partida que los ministros demoraban día a día con diversos pretextos; si el envío de esos comisarios hubiera estado acompañado por un número imponente de tropas, para apoyar el decreto y hacerlo ejecutar las maquinaciones de los ministros habrían sido inútiles, así como el intrigar bajo cuerda de los colonos y los españoles, todo estaría en paz en la colonia, floreciente, el 21 “Las revoluciones de Francia y del Brabante”,N° 95.

hombre de color libre se sentiría feliz y útil y el negro no habría soñado en rebelarse; todos los partidos, todos los colores descansarían a la sombra de un decreto sabio que no ataca ninguna propiedad y pone, a cada cual en su lugar. Pero la Asamblea Constituyente, convertida en decrépita, se dejabadominarporministrosfacinerosos,porbribonesquela deshonraban; ellos la han adormecido sobre la suerte que amenazaba a Santo Domingo y ellos han llevado al colmo sus crímenes arrancándole con su último suspiro el decreto del 24 de setiembre”.

Sin embargo, Desmoulins se consolaba con la idea de que la Asamblea Nacional iba a ser renovada, y que entre los nuevos diputados, los Amigos de los Negros iban a estar representados y bien representados:

“Esperemos, queridos patriotas, esperemos, Brissot estará allí... A los penosos trabajos de ese esforzado filántropo, por iluminar la opinión, a su celo infatigable por la humanidad, es que los hombres de color deben el decreto del 15 de mayo. Puede él todavía lograr rehabilitarlos.

“Habrá sido, por partida doble, el benefactor de las colonias”.

Y de hecho, en octubre de 1791, en la apertura de la nueva asamblea Brissot estaba allí.

“Veíase, por así decir, elevarse sobre el océano una ominosa columna de llamas. Santo Domingo ardía”. Así habla Michelet. En la asamblea todas las miradas se volvieron hacia Brissot. Él no se ocultó.

El 1 de diciembre de 1791, devolviendo la acusación que escuchaba proferir contra los Amigos de los Negros, lanzó una violenta requisitoria contra los blancos y contra la política de la difunta Constituyente:

“La causa de los disturbios está en la flaqueza que ha envalentonado a los facciosos, en la corrupción que les ha asegurado la impunidad, en la ignorancia que favorecía sus tramas odiosas... en fin ese tozudo sistema de misterio con el cual se ha envuelto constantemente los asuntos