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DESTINO DE LA MUJER

In document Pierre Joseph Proudhon PRESENTACIÓN (página 81-83)

El problema parece, pues, insoluble: ¿Quién redimirá a la mujer, si ella no puede redimirse por el ideal? Y si la mujer no es redimida, si debe seguir siendo sierva, ¿qué es del hombre y de la sociedad? Si se declara imposible el pacto conyugal, la Justicia se queda sin órgano; cae de nuevo en el estado de simple noción; toda moralidad, toda libertad expiran: la creación es absurda. Mujer, tú no puedes ser mi asociada, ni mi esposa, y no te quiero por cortesana. Hay que maldecir a la naturaleza y que el mundo acabe: yo te aplasto...

Un esfuerzo todavía, y tal vez se me aparecerá la verdad. ¿Ese problema tan arduo no se resolverá precisamente por lo que hemos dicho, y cuyo lenguaje humano, forzosamente analítico, nos disfraza el sentido? Condensemos nuestras ideas y procuremos deducir su fórmula.

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La poesía primitiva tuvo por carácter particular personificar las facultades humanas; ese fue el origen de la mitología.

Minerva es la sabiduría y Venus la belleza. Ya no es el vapor que engendra el trueno: Es Júpiter armado, para asustar a la tierra.

Lo que la poesía sueña, la naturaleza lo realiza: ¿qué es la mujer?

La mujer es la conciencia del hombre personificada. Es la encarnación de su juventud, de su inteligencia y de su Justicia, de lo que hay en él de más puro, de más íntimo, de más sublime, y cuya imagen viviente, parlante y muriente le es ofrecida, para reconfortarlo, aconsejarlo y amarlo sin fin ni medida. Ella nació de ese triple destello que, partiendo del rostro, del cerebro y del corazón del hombre y haciéndose cuerpo, espíritu y conciencia, produce como ideal de la humanidad, la última y la más perfecta de las criaturas. ¿Y por qué, una vez más, esa creación poética en la cual la naturaleza parece haber procedido más que como economista como artista? ¿Para qué era necesario que el hombre tuviese sin cesar ante sus ojos, muy cerca de su corazón, ese ídolo de sí mismo, y como su alma en persona?

Lo he dicho hace poco al hacer el análisis de las cualidades de la mujer; pero bueno será que lo repita.

La mujer ha sido concedida al hombre para que le sirva de auxiliar, como dice el Génesis. No que la mujer haya de ayudar al hombre a ganar su pan; es lo contrario que ocurrirá. La capacidad productora de la mujer no es el tercio de la del hombre (ocho a veintisiete); si los ingresos de la comunidad, producto del trabajo de los dos esposos se representan por treinta y cinco, el gasto de la mujer será al menos de diez y siete cinco, y, en cuanto haya hijos, veinte, veinticinco, treinta. Cuanto más se civiliza la sociedad más aumenta el gasto relativo de la mujer: en el fondo el hombre, contento de reparar y sostener su máquina, sólo trabaja para su mujer y para sus hijos.

La mujer es un auxiliar para el hombre, porque mostrándole la idealidad de su ser, se hace para él un principio animador, una gracia de fuerza, de prudencia, de justicia, de paciencia, de valor, de santidad, de esperanza, de consuelo, sin lo cual sería incapaz de sostener el peso de la vida, de guardar su dignidad, de llevar su destino de aguantarse a sí mismo.

La primera mujer, madre del amor, fue llamada Eva, Zoé, Vida, según el Génesis, porque la mujer es la vida de la humanidad, más viva que el hombre en todas sus manifestaciones. La segunda mujer la llamaban Eucaris, llena de gracias, gratia plena, hija de Ana (la graciosa), esa es la auxiliar, la esposa... Las descripciones amorosas no sientan bien en mi pluma, permítaseme atenerme al simbolismo cristiano que es, después de todo, lo que conozco mejor sobre esa delicada cuestión.

La mujer es el auxiliar del hombre, primero en el trabajo por sus cuidados, su dulzura, su caridad vigilante. Es ella que seca su frente inundada de sudor, que descansa en sus rodillas su fatigada cabeza, que calma la fiebre de su sangre y coloca el bálsamo en sus heridas. Ella es su hermana de la caridad. ¡Oh!, que ella le mire solamente, que ella sazone con su ternura el pan que le trae: él será fuerte como dos, trabajará por cuatro, él no tolerará que se hiera entre las zarzas, que se ensucie entre el fango, que se fatigue, que sude. ¡Vergüenza y desdichas para él si hiciese trabajar a su mujer! Más sabia que los filósofos la naturaleza no ha formado una pareja trabajadora de dos seres iguales; ella ha previsto que un par de compañeros no harían nada de provecho. A poco que su mujer le sostenga, el trabajador vale por dos: es un

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hecho del que se pueden convencer que, de todas las combinaciones de taller, la que da la mayor suma de trabajo proporcionalmente a los gastos, es el matrimonio.

Siendo una auxiliar espiritual, por su reserva, su simplicidad y su prudencia, por la vivacidad y el encanto de sus intuiciones, la mujer no puede dedicarse a pensar: ¿nos imaginaremos una sabia buscando en el cielo los planetas perdidos, calculando la edad de las montañas, discutiendo puntos de derecho y de procedimientos? La naturaleza, que no crea empleos dobles, ha dado otro papel a la mujer: es por ella, por la gracia de su divina palabra, que el hombre da vida y realidad a sus ideas llevándolas sin cesar de lo abstracto a lo concreto; es en el corazón de la mujer que deposita el secreto de sus planes y de sus descubrimientos, hasta el día en que podrá producirlos con toda su potencia y brillantez. Ella es el tesoro de su sabiduría, el sello de su genio.

Auxiliar, por lo que toca a la Justicia, es ángel de paciencia, de resignación, de tolerancia, la guardadora de su fe, el espejo de su conciencia, la fuente de sus entusiasmos. El hombre no soporta crítica ni censura que proceda del hombre; la misma amistad es impotente para vencer su obstinación. Menos todavía sufrirá perjuicios e injurias: sólo la mujer sabe hacerle rectificar, y le inclina al arrepentimiento y al perdón.

Contra el mismo amor y sus abusos, es para el hombre el único remedio.

De cualquier parte que se la mire ella es la fortaleza de su conciencia, el esplendor de su alma, el principio de su felicidad, la flor de su ser. ¡Qué potencia en sus miradas! ¡Qué deliciosa es apoyada en el brazo de su prometido! ¡Y cómo se emociona él junto a ella! ... Vencido, culpable, es todavía en el seno de la mujer donde halla el consuelo y el perdón; sólo ella puede tener en cuenta sus intenciones ocultas, descubrir en sus pasiones motivos de excusa, lo cual no aprecia la Justicia de los hombres.

In document Pierre Joseph Proudhon PRESENTACIÓN (página 81-83)