III. La función testimonial en la literatura y su repercusión en Redoble por Rancas
1. Las peculiaridades de la forma testimonial
1.3. La representación verdad-ficción
1.4.2. El editor, gestor, intelectual, letrado, mediador
El acto de entregar una historia, de contar una historia o de transmitirla, ya sea en todos sus detalles y pormenores por una voz popular, implica la presencia de un sujeto que al recibir esa historia oral y transformarla en escritura confirme la naturaleza maleable y manipulable del discurso oral, pues inevitablemente, el sujeto editor del discurso recoge el testimonio que se le ha transmitido y le da forma como obra testimonial.
En este ejercicio de manipulación, o si se prefiere de adaptación escrita del discurso oral, se resalta la importancia de un intelectual acorde a las ideologías o a los partidos de tendencia indigenista, por ejemplo, que apoyan a los grupos marginados en su difusión de la injusticia, las iniquidades y ultraje político de que son objeto.
En el trabajo de construcción de una obra testimonial se enfrentan dos rostros, una motivación ideológica y una personal: un testigo, poseedor de la materia prima de la historia y un intelectual, también llamado editor, que tiene acceso a esa información y trabaja en la producción y distribución textual.
La labor del letrado es simultáneamente igual de importante que la del testigo, aunque su labor, por obviedad, esté subordinada a la de aquél. El letrado es casi siempre un individuo afín a las ideologías de liberación, a las visiones de partido de izquierda, y al apoyo de las masas indígenas. La mediación del letrado establece el contacto con el espacio público y pragmático de la comunicación social, pues es por su negociación y con su labor editorial por medio del cual el testimonio puede ser dado a conocer. El intelectual le da superioridad a la voz marginada, le brinda un espacio para hablar al mundo exterior.
Dado el caso de que en el testimonio el discurso que se pretende proyectar es el del marginado/a, una de las funciones del mediador/a será, precisamente, la de afirmar el valor de la palabra del testimoniante. No se trata, en el contexto discursivo testimonial, de eliminar la función autor/autoría, sino más bien de subvertir el concepto de poder autorial, transformándolo/negociándolo de modo tal que resulte en la manifestación de dos discursos igualmente válidos: aquél que viene del intelectual mediador/a y aquél que expresa la voz marginal. (Manso 98)
Ambas funciones de transmitir y reconstruir la historia oral son igualmente primordiales. Hay críticos que cuestionan la función autorial pues perciben en el testimonio una doble función: ¿quién es el autor del texto? ¿El que escribe y produce el discurso, o el poseedor de la información que será publicada en forma de libro? en estas cuestiones es donde divergen las opiniones. Algunos críticos consideran que la voz marginada que narra es el verdadero autor del texto, pues tiene la autoridad sobre el hecho histórico. Otros coinciden en que la función del mediador es tan fuerte que debe ser considerada la verdadera productora del discurso, ya que en el ejercicio de escribir se encuentra el mayor control sobre la forma y el contenido que será publicado. John Beverley, por ejemplo, considera que con el testimonio se eliminó la forma clásica de concebir al autor como el poseedor de
la historia; con la presencia de una segunda voz el mando autorial se desplaza y el autor desciende de nivel al concebirse únicamente como mediador de la historia. De esta forma está abriendo camino para que se conciba el testimonio como una revolución en la literatura, pues por sus peculiaridades está innovando o desplazando antiguas formas de escritura, como son las formas narrativas decimonónicas.
Esta revolución concierne a la forma en cómo es asimilada la función del autor. Por lo general, el autor es identificado como el sujeto que produce el texto. En el género testimonial este sujeto es diferente a aquél que posee la historia, lo cual no es exclusivo de este tipo texto, pues muchas obras son recuentos e historias que el escritor recopila de otros textos o de otras personas. En el Testimonio sucede algo que va más allá de este ejercicio de producción: hay un cambio en la presentación y asimilación del papel autoral. El que escribe ya no es el autor, ahora es, en término burdos, la herramienta encargada de escribir, pero no el autor que posee, cuestiona y narra la historia.
Por supuesto este debate es complicadísimo y exhaustivo, baste decir, que el autor que escribe y edita el texto se asume a sí mismo como el mediador, y que el que cuenta la historia presume de ser el autor, de aquí inicia la confusión.
Las introducciones, los prólogos y/o advertencias que tienen muchas obras testimoniales son estrategias discursivas utilizadas por el intelectual para establecer la diferencia entre la autoría del narrador del discurso y el productor del mismo. Con estas claves se está dando un enlace entre el público lector y el/los autor/es del texto. Por ello, en una obra testimonial es común encontrar estas formas de discurso, y es sumamente importante saber distinguir entre la primera voz que da una introducción al texto (el mediador) y la voz en primera persona que nos cuenta toda la historia (el testigo).