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L A GUERRA MUNDIAL E NTRE LA NO BELIGERANCIA ,

La vocación fascista y las luchas por el poder (1939-1945)

2.7. L A GUERRA MUNDIAL E NTRE LA NO BELIGERANCIA ,

LA INTERVENCIÓN Y LA NEUTRALIDAD

Los acontecimientos internos entre 1939 y 1942 no pueden —tampoco los pos- teriores— desvincularse del contexto internacional, sobre todo por el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y las posiciones que fue tomando el nuevo régimen ante el conflicto. Ambos aspectos —luchas por el poder y evolución política interna y la po- sición española ante la guerra en distintos momentos— se alimentaron mutuamente. Tusell ha desentrañado la complicada madeja de las relaciones del régimen con la evolución del conflicto, en una situación cambiante a la que la dictadura respondió con diversas redefiniciones de su postura. Entre 1939 y 1942, el nuevo régimen no se situó en la neutralidad, sino en una vinculación a las potencias del Eje que, con la vi- tola de no beligerancia, proporcionó ventajas a esos países y estimó en varias ocasiones las posibilidades de intervención en el conflicto a su lado. A partir de 1942 —con el cambio del panorama de la guerra y el giro de la política exterior representado por Jor- dana— se inició un complicado camino hacia la neutralidad.

En 1939, los lazos con la Alemania nazi y la Italia de Mussolini se habían curtido con la ayuda que estos países prestaron a los sublevados de 1936. Además, eran fuen- tes de inspiración para los derroteros ideológicos por los que discurría el nuevo régi- men, en sus fundamentos antiliberales, antiparlamentarios y en la articulación de un orden nuevo de características totalitarias. La proclividad hacia estos países, sobre todo hacia Italia, era, pues, manifiesta, y compartía además las veleidades expansio- nistas. Cuando estalló la guerra mundial, la teórica neutralidad de la España de Fran- co fue más bien un alineamiento con el Eje con el que estaba identificado, pero sin un ánimo de intervención en la guerra. Pero desde abril de 1940, en que Italia deci- dió entrar en el conflicto, y desde mayo, con la victoria alemana en Francia, el régi- men —entusiasmado con la situación y muy próximo ideológicamente a las posicio- nes italianas— se planteó, con el disfraz de la no beligerancia, la intervención en la guerra. Era la misma prebeligerancia que había mantenido hasta entonces Italia. Ante el paso arrollador de las tropas alemanas, la intervención italiana y la consideración de la situación como irreversible hacia un orden nuevo, buena parte de la clase polí- tica del régimen, guiada por Serrano, pensó en una intervención para la obtención de ventajas territoriales con mínimo esfuerzo, sobre todo en el norte de África, que col- maran las aspiraciones expansionistas en función de la idea de Imperio tan ardiente- mente proclamada. Pero en la práctica, ni España estaba en condiciones de interve- nir, después de las traumáticas secuelas de la guerra civil, ni existía unanimidad en el asunto. Altos mandos militares discrepaban de la intervención —por las dificultades que ello entrañaba— oponiéndose al entusiasmo imprudente de Serrano, lo que se convirtió en uno de los aspectos de la lucha por el poder en el seno del régimen. Tu- sell ha destacado que no fue precisamente alemana la iniciativa para una hipotética

La entrevista de Bordighera. Serrano Súñer, Franco y Mussolini.

entrada de España en la guerra, ni sus episódicas presiones la clave esencial, sino que fueron los dirigentes españoles, empezando por Franco, los que plantearon esa posi- bilidad desde junio de 1940. Pero para la Alemania de Hitler, España era una pieza muy secundaria, sin recursos y sin fuerza, que solicitaba desmesuradas compensacio- nes en África, incluyendo Gibraltar. Además, Hitler estaba más preocupado en el cen- tro y el este de Europa. En este contexto, la entrevista Hitler-Franco de Hendaya de octubre de 1940, aireada por la propaganda del régimen como un éxito de Franco que evitó las presiones alemanas para entrar en la guerra, demostró por el contrario el escaso interés alemán, que obtuvo un protocolo de compromiso sin fecha para que España se incorporara al conflicto. Las escasas compensaciones —en términos terri- toriales y de ayuda militar y alimentaria— que Alemania ofrecía, dilataron una cues- tión que fue clausurada por Alemania cuando a principios de 1941 Hitler pensaba más en los Balcanes y en Rusia. Hasta junio de 1941, los italianos tampoco estaban muy interesados en la intervención de España, a la que veían como un competidor en un hipotético reparto del Mediterráneo, a pesar de la vocación intervencionista que Franco confirmó a Mussolini en Bordiguera en febrero de 1941.

En junio de 1941, la ofensiva alemana contra Rusia alimentó el entusiasmo pro- Eje de los dirigentes del régimen, toda vez que el sustento ideológico y el argumento central de la sublevación de 1936 era el anticomunismo, asignando a Rusia la causa de los males del país. El régimen aportó una División de Voluntarios —División

Azul— que operó con unos 18.000 hombres en la campaña de Rusia hasta 1944. Con

la División Azul marcharon los voluntarios más entusiastas y militantes, y en los hie- los de Rusia quedaron buena parte de ellos, cuyo radicalismo y espíritu revoluciona- rio en su versión totalitaria hubieran resultado muy incómodos a Franco.

En 1942, los cambios en el escenario de la guerra mundial y la evolución de la po- lítica interna española orientaron la posición del régimen hacia la neutralidad, sin abandonar la identificación con el Eje. Ello quería decir que ya no era prebeligeran- te. El camino no fue lineal y estuvo sujeto a dificultades. Por un lado, Estados Uni- dos había entrado en el conflicto y los aliados tomaban la iniciativa de la guerra, que se trasladó en uno de sus focos principales al norte de África. Por otro, la caída de Se- rrano significó la llegada al Ministerio de Exteriores de Jordana, partidario de una si- tuación de neutralidad, y, con él, la lenta mutación de los dirigentes del régimen ha- cia esas posiciones. Respecto a las potencias del Eje, España redujo las facilidades de todo tipo que hasta entonces había concedido. Pero para Alemania, el papel de Espa- ña seguía siendo irrelevante. En 1943 firmó un convenio por el que la mitad de las importaciones españolas serían de armas para defenderse en el caso de invasión alia- da, y a cambio obtenía mayores cantidades de volframio de notable importancia es- tratégica. Italia, sin embargo, sí contempló entonces con mayor concreción la posibi- lidad de la intervención española, sobre todo para utilizar su suelo en una hipotética contraofensiva de Hitler, que nunca se produjo.

A lo largo de 1943, la evolución de la guerra fue plegando aún más las posiciones españolas hacia la neutralidad, sobre todo después de la caída del régimen de Musso- lini en julio, que había sido el modelo totalitario más venerado. La neutralidad había sido lenta y escasamente convincente, y la excesiva proclividad al Eje le iba a pasar factura al régimen. Desde 1944, los aliados orientaron su actitud hacia el aislamiento de un país comprometido con el Eje y lento y ambiguo en recuperar la neutralidad.

CAPÍTULO III

El nacionalcatolicismo, la monarquía de Franco

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