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E L SENDERO DE LA CONCIENCIA Y EL CICLO DE SIETE AÑOS

Dos de las revelaciones que dieron origen a las intenciones que subyacen al Proceso de la Presencia y a sus mecanismos son las que vamos a denominar

como el sendero de la conciencia y el ciclo de siete años. EL SENDERO DE LA CONCIENCIA

Lo que hace del Proceso de la Presencia algo tan potente y, no obstante, tan fácil al mismo tiempo, es el reconocer y operar en sintonía con un sendero de la conciencia que es automático y completamente natural para todos los seres humanos. Todo en nuestra experiencia viene a la existencia principalmente mediante la aplicación inconsciente de la atención y la intención a lo largo de este sendero, que es, por tanto, como una segunda naturaleza para todos nosotros. Pero, sorprendentemente, permanece oculta hasta que la traemos a la atención consciente. El mero hecho de comprender la simple dinámica de este sendero de la conciencia nos permitirá integrar el motivo por el cual es necesario acceder al núcleo emocional de nuestras experiencias con el fin de ajustarlo y provocar un cambio verdadero en los aspectos mentales y físicos de nuestra vida. En cuanto reconozcamos

3 El autor hace aquí un juego de palabras con it «matters» to us, «nos importa», donde matter significa también «materia». (N. del T.)

conscientemente el sendero de la conciencia y el ciclo de siete años en nuestra propia experiencia vital, seremos capaces de integrar mejor las causas de muchas experiencias desagradables que estamos teniendo o, al menos, saber por dónde comenzar a buscar las causas.

El sendero de la conciencia es muy fácil de identificar cuando se observa el desarrollo normal de un niño recién nacido. Aunque nuestros cuerpos emocional, mental y físico son ya evidentes y se desarrollan simultáneamente junto con cada uno de los demás desde el momento del nacimiento, existe un sendero específico que utiliza nuestra conciencia individual para moverse conscientemente dentro de ellos. En primer lugar, el niño llora (emocional); luego, aprende a hablar (mental), y sólo entonces aprende a caminar (físico). Así pues, el sendero de la conciencia va:

De lo emocional a lo mental, y de lo mental a lo físico.

Cuando salimos del vientre de nuestra madre, somos básicamente seres emocionales. Lo único que somos capaces de hacer es emocionarnos. No disponemos de un lenguaje verbal ni de sus conceptos asociados para identificar nuestras experiencias ni para comunicarnos efectivamente con ellas. Ni disponemos de las habilidades motrices para participar físicamente en nada. Nuestra experiencia del mundo es simplemente la de la energía en movimiento, en moción, o emoción. Y permanecemos en este estado puramente emocional hasta que reconocemos algo. Así pues, nuestra conciencia comienza en la esfera emocional.

La entrada en el siguiente estadio del sendero de la conciencia, es decir, en la esfera mental, tiene lugar cuando aprendemos a utilizar deliberadamente nuestras emociones para conseguir un resultado concreto. Cuando sucede esto, las emociones dejan de ser un reflejo reactivo ante nuestras circunstancias, para convertirse en un medio de respuesta y, de ahí, dirigir el resultado de nuestras experiencias. Es decir, en el momento utilizamos deli- beradamente el llanto o la sonrisa como un instrumento de comunicación para manipular conscientemente nuestra experiencia vital, dejamos de ser

puramente emotivos, es decir, estamos participando también mentalmente en nuestra experiencia. La entrada en la esfera mental se concreta cuando aprendemos la primera palabra. Nuestra primera palabra es el acto de ponerle nombre a algo, y es normal que le pongamos nombre a aquello que reconocemos, simplemente porque lo reconocemos.

El ser capaces de nombrar aquellos aspectos de nuestra experiencia que reconocemos demuestra que se ha abierto la puerta a la siguiente fase del sendero de la conciencia: la esfera física. El ser capaces de reconocer y de nombrar los aspectos de nuestra experiencia se debe a que estos aspectos específicos ya no se nos muestran como energía en movimiento. En el momento le ponemos nombre a algo, es porque vemos no tanto su aspecto de energía en movimiento como su aspecto de materia sólida. Le ponemos nombre a algo porque nos «importa».3 El reconocimiento, y el posterior acto de nombrar algo, es la consecuencia de reconocer que lo que una vez fue energía en movimiento se ha transformado milagrosamente en lo que parece ser materia sólida, densa y estacionaria. Una parte de ese proceso de entrada en esta experiencia del mundo se debe a que, de algún modo, nos hemos hecho adictos a «hacer todo materia». Esta adicción es la que nos permite entrar perceptivamente y tener una experiencia física aparentemente sólida de un paradigma que es en realidad luz y sonido, o lo que es lo mismo, ondas de energía luminosa, vibratoria, en movimiento. Para entrar en la experiencia física, tenemos que crear literalmente el efecto ilusorio de «detener el mundo».

Como niños, y una vez nuestra percepción ha detenido literalmente el mundo y ha comenzado a nombrarlo, gateamos curiosamente hacia aquello que hemos nombrado para tener un encuentro personal con ello. Este movimiento hacia fuera de nuestra atención y nuestra intención, que viene disparado por la curiosidad, es lo que nos saca de la pura experiencia emocional y mental hasta el tercer estadio del sendero de la conciencia: la esfera física. Necesitamos la curiosidad para hacer literalmente el esfuerzo de dar nuestros primeros pasos en un mundo que nos interesa (un mundo material).

Y el proceder externo del mundo reconoce inconscientemente ese sendero de la conciencia, que nos lleva de lo emocional a lo mental y de lo mental a lo físico para entrar en la experiencia de este mundo. El reconocer el modo en que el mundo lo reconoce revela lo que denominamos como el ciclo de siete años.

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