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Ramón Gómez de la Serna : el «dolor casi humano» del toro malherido

6.3. La Generación del 14

6.3.7. Ramón Gómez de la Serna : el «dolor casi humano» del toro malherido

Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888-Buenos Aires, 1963) es un destacado periodista y escritor que, entre otras cosas, ha pasado a la historia por ser el creador de las agudas y breves greguerías, un género literario propio del que él mismo fue un gran maestro. Hijo de un prestigioso jurista, nuestro autor, siguiendo los consejos de su familia, se licenció en Derecho por la Universidad de Oviedo, pero se decantó muy pronto por el periodismo y la literatura. Colaborador entre otras de publicaciones como Prometeo, Revista de Occidente, El Sol o La Tribuna, como escritor cultivó diversos géneros, desde la novela y el ensayo hasta el teatro y las biografías, sumando su producción literaria un número superior a los cien libros publicados.

Creador y alma máter de la célebre tertulia del madrileño café Pombo, entre otras obras de Gómez de la Serna cabe hablar de títulos como Ramonismos (1927); Novísimas greguerías (1929); la autobiografía Automoribundia (1948); El doctor inverosímil (1914); La quinta de Palmyra (1912); El hombre perdido (1946) o, entre muchas otras más, El novelista (1924). El autor se exilió al principio de la Guerra Civil y, aunque volverá a España por un breve periodo de tiempo durante la dictadura de Franco, su vida ya estaba asentada en Argentina, adonde regresará y en cuya capital falleció a los setenta y cinco años de edad. Entre otros méritos, fue galardonado en 1959 con la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, concedida por el

638 Ibíd., pág. 55. 639 Ibíd., págs. 55-56. 640 Ibíd., pág. 49.

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régimen franquista. Asimismo, poco antes de morir, recibe, en 1962, el Premio Madrid de la Fundación Juan March.641

Aunque no podamos sostener certeramente que Gómez de la Serna fuera antitaurino, sí que resulta interesante que su figura sea referida en nuestra investigación debido a que, en una de sus obras, titulada El torero Caracho (1926), el autor denuncia de una manera muy humana y compasiva el padecimiento del toro durante la lidia.

Lo primero que conviene aclarar es que esta obra no supone ningún tipo de homenaje ni oda a la tauromaquia. Más bien al contrario, Gómez de la Serna se asoma al mundo taurino desde su personal perspectiva humorística, desenfadada, con ese toque que poseen sus en ocasiones disparatadas y sin embargo —o tal vez precisamente por ello— sagaces, penetrantes y vivas greguerías. Que el escritor no pretendía agasajar o festejar las corridas de toros queda fuera de toda duda si leemos un artículo aparecido en 1927 en el diario ABC y en el cual su autor, después de destacar en diversas ocasiones el tono humorístico y desahogado que domina El torero Caracho, llega a decir, casi a modo de conclusión, que:

Es probable, en fin, que la afición [la afición tauromáquica] no se sienta totalmente complacida con esta visión exploradora, finamente cerebral, que Ramón Gómez de la Serna ha sabido otorgar a sus perspectivas, creando a las veces imágenes que han de parecer monstruosas bajo la feliz y elocuente deformación infundida por el autor a la realidad.642

En esta obra de Gómez de la Serna el humor, tal y como relata este mismo articulista, no está exento de sangre, de catástrofe, de tragedia, relatando «sucesos que no excluyen la nota cruenta».643 Entre estas pinceladas crueles a las que se refiere el periodista del ABC podríamos incluir la compasión con la que el autor refleja, como decimos, el dolor casi humano del toro al ser herido durante la lidia.

Por ejemplo, en una de las corridas que nuestro autor describe siguiendo el ascenso y posterior muerte en la plaza del torero protagonista de la obra, Gómez de la Serna se refiere al toro como un ser «dócil como un mártir».644 Además, en el momento de la muerte del bovino, el escritor relata que el animal moribundo y ya caído, mientras sigue siendo hostigado por el torero, y como si le estuviera gritando, le espeta al toreador: «¡Esto es demasiado! ¡Déjame tranquilo estos dos segundos de despedida!». A continuación relata que el toro agónico «lanzó unos gemidos desolados», de los cuales asegura que «En toda la plaza resonó aquel mugir como en un sitio lleno de ecos, como tenue trueno de la desesperación que amenaza ya en límites ultramundanos. Mugieron todas las almas al unísono. Después murió».645

Un poco más adelante De la Serna, que se refiere a la plaza como un «cementerio», relata de una manera compasiva el dolor y el sufrimiento del toro durante la lidia:

El toro no sentía el escozor de los nuevos pares [de banderillas] hasta poco después que se los ponían. La aguda espina, el engarfiado acero, le escocía poco después de habérselo clavado y entonces bramaba hacia atrás, con boca chica de dolor casi humano.

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N. del A. Los datos para componer la breve reseña biográfica de este personaje han sido consultados en la página web de la Fundación Zuloaga. Visto el 28 de abril de 2017 en

http://www.modernismo98y14.com/gomez-de-la-serna.html.

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ALSINA, JOSÉ, «El "Ramonismo" en los toros», en ABC, viernes, 1 de abril de 1927, pág. 7.

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Ibídem.

644 GÓMEZ DE LA SERNA, RAMÓN, El torero Caracho, Agencia Mundial de Librería, París, 1926, pág. 48. 645

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Buscaba un árbol contra el que poder restregar sus espinas y pensaba cuánto sol y tiempo necesitaría en la dehesa para curarse las heridas. ¡Si él encontrase la salida hacia el campo!646

Luego, cuando un toro acaba cogiendo al torero, De la Serna insinúa que se trata de un acto de «justicia» teniendo al cielo como testigo.

Con el torero herido por el asta del animal, y refiriéndose al público, el autor dice que:

La verdad es que todos asistían siempre a una fiesta y a una ejecución. No había, pues, que extrañarse tanto.

Aquel público que iba a ver quemar herejes y que era coro innumerable de las ejecuciones y fusilamientos iba con la misma curiosidad a la plaza, cadalso disimulado del torero borracho.647 Como apreciamos a la luz de estos pasajes, el célebre autor muestra una gran conmiseración ante el dolor del toro que, malherido, se imagina a sí mismo de nuevo en el campo, curándose de sus heridas. Un animal que busca la salida del sangriento redondel hacia la dehesa tranquila y pacífica. Al mismo tiempo, De la Serna denuncia al aficionado taurino, que es el mismo que antes iba a ver cómo quemaban herejes en la plaza pública o que acude a los fusilamientos y ejecuciones de reos, dominado por una curiosidad insana y perturbada hacia el dolor, la sangre y la muerte.