A) LOS VALIDOS
La principal innovación en el funcionamiento del sistema político de la monarquía española en el siglo XVII fueron los VALIDOS. Personajes, miembros de la aristocracia, en los que el rey depositaba su total confianza.
El monarca se desentendía de las labores de gobierno y el valido tomaba las principales decisiones.
Dos razones explican su aparición: las labores de gobierno eran cada vez más
complejas y los monarcas españoles los Austrias Menores, Felipe II, Felipe IV y Carlos II no destacaron por su espíritu laboriosos.
No fueron un fenómeno exclusivamente español. Figuras similares aparecieron en otras monarquías europeas. Los mejores ejemplos fueron Mazarino o Richelieu en Francia.
Los validos gobernaron al margen del sistema institucional de la monarquía, al margen de los Consejos. En su lugar, como órganos de asesoramiento,
crearon Juntas reducidas compuestas por sus propios partidarios.
Significó un aumento de la corrupción. Los validos aprovecharon su poder
para conseguir cargos, pensiones y mercedes para sus familiares y partidarios, lo que provocó críticas generalizadas por parte, sobre todo, de los letrados que formaban los Consejos y los miembros de la aristocracia que no gozaban del
favor del valido.
- Validos de Felipe III: Duque de Lerma y Duque de Uceda.
- Validos de Felipe IV: Conde-Duque de Olivares y Luis de Haro.
- Validos de Carlos II: Padre Nithard, Fernando Valenzuela, durante la
Regencia de Mariana de Austria (1665-1675), Duque de Medinaceli y
Conde de Oropesa(CarlosII).
Otro fenómeno que se generalizó en la administración fue la venta de cargos. Lo inició en épocas anteriores la Corona como medio para obtener dinero rápido. Su uso se extendió con Felipe III.
En principio, se pusieron en venta cargos de regidores en las ciudades,
escribanías y otros oficios menores. Sin embargo, se llegaron a vender puestos en los Consejos.
Estos cargos se convirtieron en hereditario. Pese a las protestas que hubo,
esta costumbre se mantuvo durante todo el siglo XVII.
B) LOS CONFLICTOS INTERNOS
Los Reyes Católicos habían construido el nuevo estado que se había
estructurado como un conjunto de reinos unidos por tener los mismos monarcas pero que mantuvieron sus propias leyes e instituciones. Desde el
siglo XVI se manifestaron conflictos entre una tendencia centralizadora,
que trataba de homogeneizar los territorios de la Corona siguiendo el modelo
de reino más poderoso, Castilla, y una tendencia descentralizadora que
buscaba el mantenimiento de las leyes (fueros) e instituciones particulares de cada territorio.
A estas tensiones de tipo político se les vino a unir en el siglo XVII las
derivadas de la dura crisis económica y social que sufrió la monarquía
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Felipe III continuó la política de intolerancia religiosa: en 1609 decretó la
expulsión de los moriscos. Esta medida afectó especialmente a los reinos de Aragón y Valencia y provocó el despoblamiento de determinadas zonas y falta de mano de obra agrícola.
El valido de Felipe IV, el Conde-Duque de Olivares, trató de que los demás
reinos peninsulares colaboraran al mismo nivel que Castilla en el esfuerzo bélico que agobiaba a una monarquía con graves dificultades financieras. España participaba en esos momentos en la guerra de los Treinta Años. Este
proyecto de Olivares, conocido como la “Unión de Armas” desencadenó la
crisis más grave del siglo XVII, la crisis de 1640:
El enorme esfuerzo militar que para la Monarquía suponía las continuas
guerras europeas (Guerra de los Treinta Años había comenzado en 1618 y las hostilidades con los rebeldes holandeses se habían reanudado) y la demanda de sacrificios a los reinos que componían la Corona realizada por la “Unión de Armas” propuesta por el Conde-Duque de Olivares en 1632
precipitaron la crisis de 1640 con dos escenarios principales: Cataluña y
Portugal.
El fracaso de Olivares para que las instituciones catalanas aceptaran la
“Unión de Armas” no le impidió mandar tropas al Principado al estallar la guerra con Francia. La presencia de tropas castellanas precipitó el estallido
de revueltas entre el campesinado catalán. Finalmente el día del Corpus
Christi de 1640, grupos de campesinos atacaron Barcelona, asesinaron al virrey y precipitaron la huída de las autoridades.
Asesinado el lugarteniente del rey, representante de las instituciones de la
monarquía, la Generalitat presidida por Pau Clarís se puso al frente de la
rebelión. Ante el avance de tropas castellanas, los rebeldes aceptaron la
soberanía de Francia. Un ejército galo entró en Cataluña y derrotó a las tropas castellanas en Montjüic. El Rosellón y Lérida eran conquistadas en
1642. El dominio de la Francia de Luis XIII y Richelieu acabó con la
reconquista del Principado y la caída de Barcelona en 1652. Sin embargo,
la Corona Española perdió el Rosellón y la Cerdaña en la Paz de los
Pirineos en 1659.
Aprovechando la crisis catalana, en diciembre de 1640 se inició la rebelión
en Portugal.
La falta de ayuda castellana ante los ataques holandeses contra las
posesiones portuguesas en Asia y la presencia de castellanos en el
gobierno del reino provocó que las clases dirigentes lusas dejaran de ver ventajas en su unión a la Corona española. La rebelión, organizada en torno a
la dinastía de los Braganza, se extendió rápidamente.
El apoyo de Francia e Inglaterra, ansiosas de debilitar a España, llevó a que finalmente, Mariana de Austria (madre-regente de Carlos II) acabara
reconociendo la independencia de Portugal en 1668.
También hubo levantamientos de tinte separatista en Andalucía, Aragón y
Nápoles.
Pese a ser aplastados todos los movimientos, excepto el portugués, Felipe IV
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