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Sands, Lynsay Familia Argeneau 03 Vampiro Blanco, Soltero busca...

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Academic year: 2019

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Prólogo

30 de Enero

Querido Sr. Argeneau:

Espero que cuando esta carta le llegue, se encuentre bien, y espero que haya pasado unas felices fiestas. Esta es la segunda carta que le envió. La primera se la envié justo antes de las Navidades. Sin duda se perdió con la confusión de las vacaciones. En realidad intenté ponerme en contacto con usted por teléfono; lamentablemente, la información que tenemos aquí para contactar con usted no incluye su número de teléfono, y aparentemente no está en ningún listín de teléfonos.

En cuanto a la razón de mi carta, estoy contenta de informarle que la serie de vampiro que usted escribe bajo el nombre de Luke Amirault es bastante popular entre los lectores, mucho más de lo que alguna vez hubiésemos esperado. Hasta tenemos mucho interés en que viaje para una firma de ejemplares. Muchas librerías se han puesto en contacto con nosotros por esa posibilidad, así que pensé que debería de ponerme en contacto con usted y averiguar, para cuando estaría interesado en realizar dicho evento.

Por favor póngase en contacto con esta oficina adjuntando su número de teléfono y su respuesta.

Espero noticias suyas. Sinceramente,

Kate C. Leever Editora

Editorial Roundhouse Co., Inc. Nueva York, NY

* * * * *

1 de Abril

Querida Sra. Leever: No.

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Toronto, Ontario

* * * * *

11 de Abril

Querido Sr. Argeneau:

Recibí su carta esta mañana, en ella veo que usted no está interesado en realizar un viaje para firmar libros. Siento que debería de subrayarle que hay un fuerte interés para publicar más de sus libros. Su popularidad crece rápidamente. Varias revistas han escrito solicitando una entrevista. No creo que deba de explicarle lo provechosa que sería esta publicidad en la venta de la futura serie.

En cuanto a viajar para la firma de ejemplares, no sólo tenemos llamadas telefónicas por una de las librerías, sino de una cadena de librerías sumamente importante que vende ejemplares tanto en Canadá como en los Estados Unidos. Han informado que estaría dispuesta a hacer todos los tramites para que visitara sus tiendas de más grandes. Ellos arreglarían y pagarían todos sus vuelos, reservando los hoteles en cada viaje, suministrándole un coche y conductor para recogerle en el aeropuerto, llevándole al hotel, cada vez que fuera a las firmas de ejemplares. No es ninguna oferta sin importancia, y le recomiendo que lo considere con sumo cuidado.

Como el correo de aquí a Toronto aparece que es bastante lento, aunque sus cartas parecen tomar los diez días habituales, envió este giro por correo urgente durante la noche. Apreciaría una respuesta inmediata, y por favor acuérdese de incluir su número de teléfono en esta vez.

Sinceramente,

Kate C. Leever Editora

Editorial Roundhouse Co., Inc. Nuva York, NY

* * * * *

15 de Junio

Querida Sra. Leever: No.

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Lucern Argeneau Toronto, Ontario

* * * * *

26 de Junio

Querido Sr. Argeneau:

Otra vez usted ha olvidado incluir su número de teléfono. De ser este el caso, le pediría que por favor llame a la oficina inmediatamente y hable con cualquiera, o conmigo, o, si por un casual no estoy disponible en el momento en que haga la llamada, mi ayudante Ashley. Puede llamar a cobro revertido si es necesario, pero realmente me gustaría dirigirme a usted yo misma porque me parece que no comprende lo famoso que se ha convertido, o como el contacto es importante y necesario para con sus lectores.

No sé si es consciente de ello, pero tiene numerosos admiradores que aparecen por todas partes en Internet y recibimos toneladas de correo diariamente para usted que serán embaladas y expedidas por separado junto con esta carta. He mencionado las demandas de viaje para que haga firmas de sus libros en las anteriores cartas, bueno pues debería de decirle que aquellas peticiones ahora alcanzan dimensiones espectaculares. Parece que cada librería en el mundo entero les gustaría que los visitara y estoy segura que cuando firmara los ejemplares sería un éxito rotundo. Como posiblemente no pueda ir a cada librería, hemos pensado que una tienda en cada ciudad importante sería lo mejor.

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Hay muchas más cosas que me gustaría hablar con usted. Por favor acuérdese de telefonear a esta oficina cuanto antes, reuniéndonos si es necesario. Otra vez, envío esta carta esta noche para que salga mañana en el correo urgente.

Sinceramente, Kate C. Leever Editora.

Editorial Roundhouse Co., Inc. Nueva York, NY

* * * * *

1 de Agosto

Querida Señorita Leever: No.

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Capítulo 1

Jueves, 11 de septiembre

— Rachel jura que nunca quiere ver otro ataúd mientras viva.

Lucern gruñó por el comentario de su madre cuando él y su hermano menor Bastien colocaban el ataúd en el piso del sótano. Sabía todo acerca de la nueva aversión de su futura cuñada; Etienne se lo había explicado todo. Por eso estaba almacenando esa cosa. Etienne estaba dispuesto a sacarlo de la mansión para mantener a su prometida feliz, pero por motivos sentimentales, no podía separarse permanentemente de él. El hombre juró que se le ocurrieron sus mejores ideas estando dentro en la silenciosa oscuridad. Él era un poco excéntrico. Era la única persona en quién Lucern podía pensar que traería un ataúd al ensayo de su propia boda. El ministro se había horrorizado cuando él había descubierto a los tres hermanos transfiriéndolo del pickup de Etienne a la furgoneta de Bastien.

— Gracias por sacarlo de aquí, Bastien. —Dijo Lucern cuando se enderezó.

Bastien se encogió de hombros.

— Tú apenas lo podrías acomodar en tu BMW. Además, —agregó cuando emprendieron el viaje de regreso arriba de las escaleras— prefiero transportarlo antes que almacenarlo. Mi ama de llaves tendría un ataque.

Lucern simplemente sonrió. Él ya no tenía una ama de llaves por quién preocuparse, y la compañía de limpieza que había contratado para dejarse caer una vez a la semana sólo trabajaba en el primer piso. La vista del ataúd no era una preocupación.

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— Sí. Finalmente. —Marguerite Argeneau sonó aliviada.— A pesar de las preocupaciones de la señora Garrett de que la boda era demasiado apresurada y que la familia de Rachel no tendría tiempo de tomar medidas para estar aquí, todos ellos vendrán.

— ¿Qué tan grande es la familia? —Lucern sinceramente esperaba que no hubiese tantos Garretts como había habido Hewitts en la boda de Lissianna. La boda de su hermana con Gregory Hewitt había sido una pesadilla. El hombre tenía una familia enorme, la mayoría de la cual parecían ser mujeres solteras que miraban a Lucern, Etienne y Bastien como si fueran el plato principal de una comida en curso. A Lucern le desagradaban las mujeres agresivas. Él había nacido y crecido en un tiempo cuándo los hombres eran los agresores y las mujeres sonreían y contestaban con una sonrisa afectada y sabían su lugar. Realmente no se había adaptado a los tiempos y no anhelaba otro desastre como la boda de Lissianna donde había pasado la mayor parte de su tiempo evitando a las invitadas femeninas.

Afortunadamente, Marguerite serenó algunos de sus miedos anunciando— Bastante pequeña si se compara con la familia de Greg, y son sobre todo hombres, según la lista de invitado que vi.

— A Dios gracias. —Murmuró Bastien, intercambiando una mirada con su hermano.

Lucern inclinó la cabeza en acuerdo.— ¿Está nervioso Etienne?

— Es bastante sorprendentemente, pero no. —Bastien sonrió torcidamente— Él ya tiene bastante tiempo ayudando a arreglar todo esto. Jura que no puede esperar al día de la boda. Rachel parece hacerlo feliz. —Su expresión cambió a una de perplejidad.

Lucern compartió la confusión de su hermano. Él no podía imaginar dejar su libertad por una mujer, tampoco. Deteniéndose a pensar en la puerta de la calle, regresó para encontrar a su madre escarbando en el correo de la mesa de su vestíbulo.

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Bastien lo dijo con voz risueña, pero Lucern no perdió el intercambio de miradas entre su madre y su hermano. Estaban preocupados por él. Siempre había sido una persona solitaria, pero últimamente había llevado esto hasta el extremo y todo parecía una molestia. Sabían que en su vida crecía peligrosamente el aburrimiento.

— ¿Qué es esta caja?

— No sé. —Lucern admitió cuando su madre levantó una enorme caja de la mesa y la sacudía como si fuese ligera como una pluma.

— Bien, ¿no piensas que podría ser una buena idea averiguarlo? — Preguntó ella con impaciencia.

Lucern puso los ojos en blanco. No importa cuán viejo llegara a ser, su madre probablemente interferiría y lo picotearía como una gallina. Era algo a lo que se había resignado hacía mucho tiempo.

— Tendré tiempo para hacerlo eventualmente. —Refunfuñó.— Es en su mayor parte correo molesto o personas que quieren algo de mí.

— ¿Qué hay acerca de la carta de tu editor? Debe ser importante. No lo enviarían por correo urgente si no lo fuera.

El ceño de Lucern se hizo más profundo cuando su madre recogió el sobre FedEx y lo giró con curiosidad en sus manos.

No es importante. Mi editora sólo me acosa. La compañía desea que haga un viaje para firmar libros.

— ¿Edwin quiere que tú hagas un viaje para firmar libros? — Marguerite frunció el ceño.— Pensé que le aclaraste desde el principio que no estás interesado en la publicidad.

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Los últimos tres libros de Lucern, sin embargo, habían sido de naturaleza autobiográficos. La primera parte contaba la historia de cómo se habían conocido su madre y su padre y se habían unido, el segundo cómo había conocido su hermana Lissianna y se había enamorado de su marido, el terapeuta, Gregory, y el último, publicado solamente hace semanas, narraba la historia de su hermano Etienne y Rachel Garrett. Lucern no había pensado escribirlos, sólo los clasificaba como de seguir adelante. Pero una vez que los había escrito, había decidido que deberían ser registros publicados para el futuro. Obtenido el permiso de su familia, los había enviado a Edwin, quien había pensado que eran un brillante trabajo de ficción y los había publicado como tal. No sólo ficción, tampoco, sino que "romance paranormal." Lucern repentinamente se había encontrado como un escritor romántico. La situación entera era algo inquietante para él, así que generalmente hacía lo mejor que podía para no pensar en ello.

— Edwin ya no es mi editor. —Explicó— Tuvo un ataque al corazón a finales del año pasado y murió. Su asistente recibió su puesto y su trabajo, y ha estado acosándome desde entonces. —Frunció el ceño otra vez.— La mujer trata de usarme para ponerse a prueba a sí misma. Está resuelta a que debería hacer algunos eventos publicitarios para las novelas.

Bastien lo miró como si estuviese a punto de hacer un comentario, pero hizo una pausa y se giró por el sonido de un coche entrando en el camino de acceso. Lucern abrió la puerta, y los dos hombres observaron con diversos grados de sorpresa como un taxi se detenía al lado de la furgoneta de Bastien.

— ¿Dirección equivocada? —Preguntó Bastien, sabiendo que su hermano no sobresalía por tener compañía.

— Debe ser. —Comentó Lucern. Entrecerró los ojos cuando el conductor salió y abrió la puerta de atrás a una mujer joven.

— ¿Quién es esa? —Preguntó Bastien. Sonó aún más asombrado de lo que Lucern se sentía.

— No tengo ni idea. —Contestó Lucern. El taxista sacó una maleta pequeña y un saco de noche del maletero del coche.

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Tanto Lucern como Bastien se giraron para mirar detenidamente a su madre. Ellos la encontraron leyendo la carta ahora abierta de FedExed.

— ¿Mi editora? ¿De qué diablos estás hablando? —Lucern caminó para arrancar con fuerza la carta de su mano.

No haciendo caso de su grosero comportamiento, la madre de Lucern se movió al lado de Bastien y miró detenidamente con curiosidad hacia fuera.

— Como el correo es tan lento, y el interés en tus libros se ha extendido, la señorita Kate C. Leever decidió venir a hablarte en persona. Cosa que, —Marguerite añadió maliciosamente— sabrías si te molestases en leer tu correo.

Lucern arrugó la carta en su mano. Básicamente decía todo lo que su madre había expresado. Eso, más el hecho que Kate C. Leever llegaría sobre las 8 p.m en el vuelo de Nueva York. Eran las 8:30. El avión debía haber llegado a tiempo.

— Ella es bastante bonita, ¿verdad? —El comentario, junto con la especulación en la voz de su madre cuando habló, bastó para alarmar a Lucern. Marguerite sonó como una madre considerando buscarle una pareja, ya bastante familiar en ella. Ella lo había hecho la primera vez que había visto a Etienne y Rachel juntos, también, y mira cómo había resultado: ¡Etienne enterrado profundamente en las preparaciones de la boda!

— Esta considerando una búsqueda de pareja, Bastien. Llévala a casa. Ahora. —Ordenó Lucern. Su hermano se echó a reír, moviéndolo para añadir— después de que haya acabado conmigo, enfocará la atención en

encontrarte una esposa.

Bastien dejó de reír de inmediato. Agarró el brazo de su madre.— Ven, Mamá. Esto no es asunto nuestro.

— Por supuesto que es asunto mío. —Marguerite encogió su codo libre.— Sois mis hijos. Vuestra felicidad y vuestro futuro es muchísimo mi asunto.

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Marguerite reflexionó durante un momento.— Bien, desde que tu padre murió, he estado pensando...

— Dios querido. —Interrumpió Lucern. Tristemente negó con la cabeza.

— ¿Qué dije? —Preguntó su madre.

— Es exactamente como Lissianna terminó por trabajar en el refugio y se implicó con Greg. Papá murió, y ella comenzó a pensar.

Bastien inclinó la cabeza solemnemente.— Las mujeres no deberían pensar.

— ¡Bastien! —Exclamó Marguerite Argeneau.

— Bueno, bueno. Tú sabes que bromeo, Mamá. —Él se calmó, tomándola del brazo otra vez. Esta vez la puso fuera de la puerta.

— Sin embargo, yo no lo hago. —Lucern habló cuando los vio caminar desde el pórtico a la acera. Su madre recriminó a Bastien todo el camino, y Lucern sonrió abiertamente por la expresión asediada de su hermano. Bastien soportaría un infierno todo el camino a casa, Lucern lo sabía, y casi se compadeció de él. Casi.

Su risa murió, sin embargo, cuando su mirada se fijó en la rubia que era aparentemente su editora. Su madre hizo una pausa en sus recriminaciones para saludar a la mujer. Lucern casi trató de oír lo que decían, luego decidió no molestarse. Dudó que quisiera oírlo, de todos modos.

Él miró a la mujer saludar con la cabeza y reírse con su madre, entonces tomó su equipaje en la mano y hecho a andar por la acera. Los ojos de Lucern se estrecharon. Dios querido, no esperaba quedarse con él, ¿verdad? No había ninguna mención en su carta sobre donde planeaba quedarse. Ella debía planear permanecer en un hotel. Por supuesto no asumiría que la alojaría. La mujer probablemente todavía no había parado en su hotel, se tranquilizó a sí mismo, con su mirada fija viajando sobre su persona.

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distancia que en ese momento los separa. En un traje de calle azul pálido, Kate C. Leever se parecía a un vaso fresco de agua helada. La imagen agradaba en esa tarde de septiembre inoportunamente caliente.

La imagen se rompió cuando la mujer arrastró su equipaje hacia el pórtico, hizo una pausa ante él, le ofreció una sonrisa alegre tan brillante que levantó sus labios y chispeó en sus ojos, luego balbuceó.— Hola. Soy Kate Leever. Espero que recibiera mi carta. El correo era tan lento, y usted continuó olvidándose de enviarme su número de teléfono, así que pensé en visitarle personalmente y conversar acerca de todas las posibilidades publicitarias que se abren para nosotros. Sé que no está realmente interesado en aceptar ninguna de ellas, pero estoy segura que una vez que le explique las ventajas lo reconsiderará.

Lucern contempló sus amplios labios, sonrientes durante un momento hipnotizado; entonces se sacudió. ¿Reconsiderar? ¿Era eso lo qué quería? Bien, era bastante fácil. Lo reconsideró. Era una tarea rápida.— No.

Cerró su puerta.

* * * * *

Kate contempló el sólido panel de madera donde la cara de Lucern Argeneau había estado y había luchado para no gritar de furia. El hombre era el más difícil, molesto, grosero, desagradable, —golpeó la puerta— ignorante, testarudo...

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tres años. Lo que significaba que había estado escribiendo profesionalmente desde principios de los veinte años.

También era enormemente atractivo. Su pelo era tan oscuro como la noche, sus ojos azul plata que casi parecían reflejar la luz del pórtico, sus rasgos agudos y fuertes. Era alto y sorprendentemente musculoso para un hombre con una carrera tan sedentaria. Sus hombros atestiguaban más a un trabajador que a un intelectual. Kate no podía menos que sentirse impresionada. Incluso el ceño sobre su cara no quitaba mérito a su belleza.

Sin ningún esfuerzo de su parte, la sonrisa en la cara de Kate ganó algo de calor y dijo:— Soy yo otra vez. No he comido aún, y pensé que quizás se uniría a mí para comer y podríamos intercambiar opiniones

— No. Por favor quítese de mi pórtico. —Entonces Lucern Argeneau cerró la puerta una vez más.

— Bien, fue más que solamente un "No" —Refunfuñó Kate para sí misma.— Fue incluso una frase entera, realmente. —Algo optimista, se decidió a tomarlo como un progreso.

Levantando la mano, golpeó la puerta otra vez. Su sonrisa fue algo maltrecha, pero estaba todavía en su lugar cuando la puerta se abrió por tercera vez. El Sr. Argeneau reapareció, la miró menos complacido por encontrarla todavía allí. Esta vez, no habló, simplemente arqueó una ceja en pregunta.

Kate supuso que decir una oración entera sería todo un progreso, él volvió a estar en completo silencio tenía que ser lo opuesto pero determinó no pensar en eso. Tratando de hacer su sonrisa un poco más calurosa, despejó su garganta y dijo:— Si no le gusta comer fuera de casa, quizá podría encargar algo y...

— No. —Él comenzó a cerrar la puerta otra vez, pero Kate no había vivido en Nueva York cinco años sin aprender un truco o dos. Ella rápidamente avanzó pegando su pie, logrando no estremecerse cuando la puerta tropezó con él y saltó hacia atrás abriéndola.

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tomar algunos comestibles y le cocinaría algo que le guste. — Añadiendo.— Así podríamos discutir sus miedos, y podría aliviarlos.

Él se puso rígido de sorpresa por su intervención.— No tengo miedo. —Dijo él.

— Ya veo. —Kate permitió que una sana dosis de duda se arrastrase en su voz, más que complacida a inclinarse por la manipulación si era necesario. Entonces esperó, de pie todavía en el lugar, deseando que su desesperación no se notara, ya que sabía que su fachada tranquila comenzaba a resquebrajarse.

El hombre frunció sus labios y tomó tiempo en considerarlo. Su expresión hizo sospechar a Kate que la medía para un ataúd, como si considerase matarla y enterrarla en su huerto, para sacarla del pelo. Hizo un intento para no pensar demasiado en esa posibilidad. A pesar de haber trabajado con él durante años como asistente de Edwin, y ahora casi un año como su editora, Kate no lo conocía muy bien. En sus momentos menos caritativos, había considerado sólo qué tipo de hombre podría ser. La mayor parte de sus escritores románicos eran mujeres. De hecho, cada escritor bajo su cuidado era mujer. Lucern Argeneau, quién escribía como Luke Amirault, era el único hombre. ¿Qué clase de individuo escribía sobre romances? ¿Y escribía romances de vampiro, si estamos en ello? Había decidido que debía ser alguien optimista... o alguien extraño. Su expresión por el momento le hacía inclinarse hacia extraño. El tipo extraño de asesino en serie.

— Usted no tiene ninguna intención de marcharse, ¿verdad? — Preguntó él por fin.

Kate consideró la pregunta. Con un firme ―No" conseguiría probablemente entrar. ¿Pero era lo que quería? ¿La mataría el hombre? ¿Sería un titular en las noticias del día siguiente si entraba realmente por esa puerta?

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una cierta influencia con los escritores, aunque Argeneau no hubiera mostrado ningún signo de sentirse impresionado hasta ahora.

Ella no supo qué más decir después de eso, así que Kate simplemente se quedó esperando una respuesta que nunca llegó. Con un profundo suspiro, Argeneau simplemente se dio media vuelta y se puso en marcha por su oscuro vestíbulo.

Kate miró fijamente incierta su retirada Él no había dado un portazo en su cara esta vez. Era un buen signo, ¿verdad? ¿Era una invitación para entrar? Decidiendo que la iba a la tomar como una, Kate levantó su maleta pequeña y su saco de noche y caminó hacia adentro. Era una tarde de finales del verano, más fresca de lo que había estado más temprano por el día, pero todavía calurosa. En contraste, entrar en la casa fue como entrar en un refrigerador. Kate automáticamente cerró la puerta detrás de ella para impedir que el aire fresco escapase, luego hizo una pausa para permitir que sus ojos se adaptaran.

El interior de la casa estaba oscuro. Lucern Argeneau no se había molestado en encender ninguna luz. Kate no podía ver nada exceptuando un cuadrado de luz tenue perfilando lo que parecía ser una puerta al final del largo vestíbulo en el cual estaba parada. Ella no estaba segura de qué era esa luz; era demasiado gris y oscura para ser una instalación fija aérea. Kate no estaba segura que si yendo hacia esa luz se encontraría al lado de Lucern Argeneau, pero era el único foco de luz que podía ver, y que estaba realmente segura que estuviese en la dirección que él había tomado alejándose.

Dejando sus bolsos en la puerta, Kate comenzó a avanzar con cuidado, dirigiéndose al cuadrado de luz, que repentinamente parecía bastante lejano. Ella no tenía idea si el camino estaba claro o no, —realmente no había mirado alrededor antes de cerrar la puerta— pero esperó que no hubiese ninguna cosa con la que tropezarse inesperadamente a lo largo del camino. Si lo hubiese, entonces seguramente lo encontraría.

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un debate interior, se movió hacia la estufa, agarró la tetera que estaba en el quemador, y la llevó hacia el fregadero para llenarla de agua. Después de colocarla en la estufa y hacer girar el dial para encenderla, encontró una taza, algunas bolsitas de té y una azucarera llena. Él colocó todo fortuitamente en una bandeja.

Le ofrecería a Kate C. Leever una taza de té. Una vez que eso estuviera hecho, lo estaría también ella.

El hambre le atrajo hacia el refrigerador. La luz se derramó hacia fuera en el cuarto cuando abrió la puerta, le hizo parpadear después de la oscuridad anterior. Una vez que sus ojos se adaptaron, se dobló para recoger una de las dos bolsas de sangre en el estante del medio. Aparte de esas bolsas, no había nada adentro. La caja blanca cavernosa estaba vacía. Lucern no ocupaba mucho la cocinar. Su nevera llevaba bastante tiempo vacía desde que su última ama de llaves murió.

Él no perdió el tiempo con un vaso. En cambio, todavía doblado ante la nevera, levantó la bolsa de sangre a su boca y clavó sus colmillos en ella. El fresco elixir de la vida inmediatamente comenzó a entrar a raudales en su sistema, quitándole algo de su irritabilidad. Lucern nunca estaba tan molesto como cuando sus niveles de sangre estaban bajos.

— ¿Sr. Argeneau?

Él avanzó dando tumbos ante la sorpresa de esa pregunta en la entrada. La acción desgarró la bolsa que sostenía, enviando el fluido carmesí rociando hacia fuera por todas partes en él. Salió a presión en chorritos en un chorro sobre su cara y en su pelo cuando instintivamente se enderezó y se dio un golpe en la cabeza con la parte inferior del compartimiento cerrado del congelador. Maldiciendo, Lucern dejó caer la bolsa arruinada en el estante del refrigerador y agarró su cabeza con una mano, cerrando de un golpe la puerta de la nevera con la otra.

Kate Leever se apresuró a ir a su lado.

— ¡Oh, Madre mía! ¡Oh! ¡Lo siento tanto! ¡Oh! —Chilló cuando vio la sangre que cubría su cara y su pelo.— ¡Oh, Dios mío! Se ha cortado la cabeza. ¡Qué calamidad.!

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dientes en un agradable y caliente cuello en vez de una bolsa repugnantemente fría.

Pareciendo recobrar algo sus sentidos, Kate Leever agarró su brazo y lo tiró hacia la mesa de la cocina.— Debería sentarse. Sangra mucho.

— Estoy bien. —Refunfuñó cuando ella lo colocó en una silla. Encontró su preocupación bastante molesta. Si era demasiada agradable con él, entonces podría sentir que tendría que serlo con ella.

— ¿Dónde está su teléfono? —Ella estaba girando sobre los tacones, escudriñando la cocina buscando el artículo en cuestión.

— ¿Por qué quiere un teléfono? —Preguntó él esperanzadoramente. Quizá le dejaría solo ahora, pensó brevemente, pero su respuesta rechazó aquella posibilidad.

— Para llamar a una ambulancia. Realmente se hizo daño.

Su expresión se hizo más afligida cuando lo miró otra vez, y Lucern se encontró echando un vistazo a su parte delantera. Había bastante sangre en su camisa, y podía sentirla fluyendo hacia abajo por su cara. Él también podía olerla aguda y rica con alusiones de estaño. Sin pensar, deslizó su lengua hacia fuera para lamer sus labios. Entonces lo que ella había dicho resbaló en su mente, y se enderezó repentinamente. Mientras era conveniente que pensara que la sangre era de una herida, no había manera de que fuese a un hospital.

— Estoy bien. No necesito ayuda médica. —Anunció él firmemente. — ¿Qué? —Ella le miró fijamente con incredulidad.— ¡Hay sangre en todas partes! Realmente te hiciste daño.

— Las heridas en la cabeza sangran bastante. —Él hizo un gesto desdeñoso, luego se levantó y se acercó al fregadero para enjuagarse. Si no se lavaba rápidamente, entonces iba a impresionar a la mujer lamiendo la sangre desde sus manos a los codos. Lo poco que había logrado consumir antes de que lo asustara había aliviado apenas un poco su hambre.

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Él se enderezó en el momento que se dio cuenta de lo que ella hacía, luego rápidamente se inclinó sobre el fregadero para poner la cabeza bajo el grifo, así no podría alcanzar su cabeza otra vez y ver que no había ninguna herida.

— Estoy bien. Coagulo rápidamente. —Dijo él cuando el agua fría salpicó su cabeza y mojó su cara.

Kate Leever no tuvo respuesta para eso, pero Lucern la podía sentir de pie detrás suyo. Luego se movió a su lado, y sintió su cuerpo caliente contra él cuando se dobló al intentar examinar de nuevo su cabeza.

Por un momento, Lucern se sintió perverso. Era terriblemente consciente de su cuerpo tan cerca, del calor que emanaba fuera de ella, de su dulce aroma. En ese momento, su hambre se volvió confusa. No era el olor de la sangre que palpitaba en sus venas lo que llenó sus fosas nasales, era un olorcillo de especies y flores y su propio olor personal. Llenó su cabeza, nublándole los pensamientos. Entonces se dio cuenta que sus manos se movían por su pelo bajo el grifo, buscando una herida que no encontraría, y se movió con fuerza hacia arriba intentando apartarse de ella. El grifo frustró su tentativa con esmero golpeándolo detrás de su cabeza. El dolor rompió a través de él, y el agua salió a presión en chorritos por todas partes, haciendo a Kate retroceder con un chillido.

Maldiciendo, Lucern salió debajo del grifo e intentó agarrar la primera cosa que encontró; un paño de cocina. Se lo enrolló alrededor de su cabeza mojada, se enderezó, luego señaló la puerta.— Salga de mi cocina. ¡Fuera !

Kate C. Leever parpadeó por la sorpresa cuando volvió su genio anterior, luego pareció crecer un centímetro en altura cuando se enderezó. Su voz era firme cuando dijo:— Necesitas un médico.

— No.

Sus ojos se estrecharon.— ¿Es la única palabra que sabes? — No.

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Kate C. Leever sonrió y se movió para acabarse de hacer el té que él había comenzado.— Eso lo decide, entonces. —Dijo.

— ¿Decidir qué? —Preguntó Lucern, mirando con recelo cuando ella lanzó las dos bolsas de té en la tetera y vertió agua caliente sobre ellos.

Kate se encogió de hombros suavemente y detuvo la tetera.— Había intentado hablarle, luego, esta noche, más tarde averiguar sobre un hotel. Sin embargo, ahora que te has lastimado y te rehúsas a ir al hospital... — Ella dio vuelta al té que remojaba para levantar una ceja.— ¿No lo reconsiderarás?

— No.

Ella inclinó la cabeza y cambió de dirección para poner la tapa otra vez en la tetera. El tintineo que hizo tuvo un sonido raramente satisfecho de una manera extraña cuando ella explicó:— No te puedo dejar solo después de tal lesión. Las heridas en la cabeza son complicadas. Supongo que tendré que quedarme aquí.

Lucern abrió su boca para dejarle saber que con toda seguridad no se quedaría allí, cuándo ella se movió hacia el refrigerador y preguntó:— ¿Tomas leche?

Al recordar la bolsa de sangre desgarrada abierta en el refrigerador, corrió a toda velocidad y se tiró salvajemente delante de ella.— ¡No!

Ella lo contempló, boquiabierta, hasta que él se percató que estaba de pie ante la puerta del frigorífico con sus brazos extendidos en una postura que infundía pánico. Inmediatamente cambió para apoyarse contra el, los brazos y tobillos cruzados en una posición que esperó pareciera más natural. Luego la fulminó con la mirada. Tuvo como consecuencia hacerla cerrar su boca; luego ella dijo inciertamente:— Oh. Bueno, yo lo hago. Si tienes algo...

— No.

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— ¿Estás seguro de que no quieres ir al hospital? —Preguntó Kate— Actúas de un modo raro y las heridas en la cabeza realmente no son algo para bromear

No.

Lucern se alarmó cuando oyó qué su voz se había vuelto tan baja. Estuvo aun más preocupado cuando Kate Leever sonrió y preguntó en broma:— Ahora, ¿por qué no estoy sorprendida por esa respuesta?

Para su consternación, casi sonrió. Corrigiéndose, frunció el ceño más duramente en lugar de eso y se recriminó a sí mismo por su debilidad momentánea. Kate C. Leever, editora, podría estar siendo agradable con él ahora mismo, pero eso era porque quería algo de él. Y haría bien en recordar eso.

— Bien, vamos, entonces.

Lucern terminó su distracción para notar que su editora había recogido la bandeja del té y se movía hacia la puerta de la cocina.

— Deberíamos trasladarnos a la sala de estar, donde puedes sentarte un poco. Realmente te diste un buen golpe. —Agregó ella cuando empujó la puerta giratoria con una cadera.

Lucern dio un paso detrás de ella, luego se detuvo brevemente para echar un vistazo atrás al frigorífico, pensando en la bolsa llena de sangre de dentro. Era la última hasta la entrega fresca de mañana por la noche. Estaba terriblemente hambriento, casi a punto de desmayarse por eso. Que era sin duda la razón de su debilidad ante la apisonadora Kate C Leever. Quizás solamente un sorbo lo reforzaría para la conversación que vendría. Él alcanzó la puerta.

— ¿Lucern?

Él se puso rígido con esa llamada. ¿Cuándo había dejado de dirigirse a él como Señor Argeneau? ¿Y por qué sonaba su nombre en sus labios tan erótico? Realmente necesitaba alimentarse. Él tiró la puerta del frigorífico y alcanzó la bolsa.

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Soltó un murmullo de frustración y cerró la puerta del frigorífico. Lo último que necesitaba era otro debacle de como echarse sangre por todas partes encima de él. Eso ya le había causado problemas interminables, como el hecho que la mujer ahora tenía intención de quedarse con él. Había pensado rechazar la idea de inmediato, pero se había distraído cuando la señorita Leever se había acercado al frigorífico. ¡Maldición!

Bien, arreglaría ese asunto a la primera oportunidad. Estaría condenado si la dejaba quedarse y sermonearlo acerca de toda esta tontería publicitaria. Eso era. Él sería firme. Cruel, si era necesario. Ella no se quedaría ahí.

* * * * *

Lucern trató de deshacerse de ella, pero Kate C. Leever parecía más bien un bulldog cuando tomaba una decisión acerca de algo. No, un bulldog era la imagen equivocada. Un terrier quizá. Sí, era más feliz con esa comparación. Un terrier rubio hermoso colgando completamente de su brazo, sus dientes hundidos resueltamente en el puño de su camisa y rehusándose a soltarlo. Salvo que lo embistiera contra la pared un par de veces, realmente no tenía idea cómo soltar sus mandíbulas de él.

Esta era la situación por supuesto. A pesar de haber vivido varios cientos de años, Lucern había pasado por alto toparse con cualquier cosa de ese tipo. En su experiencia, las personas eran una molestia y nunca dejaban de traer caos con ellas. Las mujeres especialmente. Él siempre había sido un imbécil ante una damisela en apuros. No podría relatar cuántas veces se había encontrado tropezando accidentalmente con una mujer con problemas y repentinamente encontrando que su vida entera era un caos mientras se enfrentaba a una batalla, un duelo, o una guerra por ella. Por supuesto, siempre ganó y salvó la situación. De todos modos, en cierta forma nunca consiguió a la mujer. Al final, todos sus esfuerzos y agitaciones en su vida le dejaron mirando a la mujer alejarse con alguien más.

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"despertarlo cada hora después que se acostaran," para salvarlo de su propia insensatez por rechazar ir al médico. Ella hizo ese anuncio en el momento que se sentaron en su sala de estar, luego tranquilamente empezó a remover las bolsitas de té y a verterlo mientras la miraba boquiabierto.

Lucern no necesitaba su ayuda. No se había golpeado realmente la cabeza con fuerza, y aun si lo hubiese hecho, su cuerpo se habría recuperado rápidamente. Pero no era algo que podría decirle a la mujer. Al final, simplemente dijo, con toda la severidad y firmeza que podía reunir— No deseo su ayuda, señorita Leever. Puedo cuidarme yo mismo.

Ella inclinó la cabeza tranquilamente, sorbió su té, luego sonrió agradablemente y dijo— Tomaría el comentario más enserio si en este momento no trajera puesto un paño de cocina, bonito pero manchado de sangre y florido sobre su cabeza... estilo turbante.

Lucern se tocó alarmado, sólo para sentir el paño de cocina que se había olvidado que estaba envuelto alrededor de su cabeza. Cuando comenzó a desenredarlo, Kate agregó— No te lo quites por mí. Se ve bastante adorable en ti y te hace ver mucho menos intimidante.

Lucern gruñó. Se arrancó el florido paño de cocina.

— ¿Qué fue eso? —Preguntó su editora, con los ojos abiertos de para en par— Gruñiste.

— No lo hice.

— Lo hiciste. —Ella estaba sonriendo abierta y ampliamente, pareciendo muy contenta— Oh, ustedes los hombres son tan lindos.

Lucern supo entonces que la batalla estaba perdida. No habría discusión que le hiciera a ella salir de ahí.

Quizá controlando su mente...

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Cuando él observó a Kate sorber su té, trató de entrar en sus pensamientos para poder asumir el control de ellos. Él estaba más que impresionado por encontrar sólo una pared en blanco.

La mente de Kate C. Leever era tan inaccesible para él como una puerta cerrada con candado. De todos modos, continuó probando por varios momentos, su falta de éxito era más alarmante de lo que habría esperado.

Él no se rindió hasta que ella rompió el silencio trayendo a colación su razón para estar allí— Quizá ahora podríamos discutir el viaje para firmar libros.

Lucern reaccionó como si lo hubiese pinchado con un hierro caliente. Desistió de controlar su mente y hacerla irse, se levantó.— Hay tres cuartos de huéspedes. Están arriba, los tres a la izquierda. Mi cuarto y mi oficina están a la derecha. Permanezca fuera de ellos. Elija cualquiera de los cuartos de huéspedes.

Luego se retiró del campo de batalla a toda prisa, regresando rápidamente a la cocina.

La podría aguantar por una noche, se dijo. Después que la noche terminara y se tranquilizara viendo que estaba bien, se marcharía. Él se encargaría de eso.

Haciendo un intento para no recordar que había estado tan decidido y seguro acerca de expulsarla después de que terminara su té, tomo un vaso y la última bolsa de sangre del refrigerador. Luego caminó hacia el fregadero para servirse algo de comida. Probablemente podría tomarse una taza rápida mientras la señorita Kate C. Leever se ocupaba de escoger un cuarto.

Él había pensado mal. Lucern acababa de comenzar a verter la sangre de la bolsa en el vaso cuando la puerta de la cocina se abrió detrás de él.

— ¿Conoces alguna tienda de comestibles que abra toda la noche en la ciudad?

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— Lo siento, no tenía la intención de asustarte, yo... —Ella hizo una pausa cuando él levantó una mano para detenerla.

— Sólo... —empezó, luego terminó cansadamente— ¿Qué preguntabas?

Él realmente no podía escuchar su pregunta. El dulce, metálico olor de la sangre parecía destacarse en el aire, aunque dudó que Kate lo pudiese oler desde donde estaba a través del cuarto. Era molesto, y aún más molesto fue el sonido que hacia la bolsa al vaciarse y se la tragaba el fregadero. Su comida. Su última bolsa.

¡Su mente gritaba NO! Su cuerpo se acalambraba en señal de protesta. Sin hacer caso a las palabras de Kate C. Leever que sonaban a "Blah blah blah" cuando fue hacia su vacío frigorífico y miraba el interior con atención. Lucern no se tomó la molestia de detenerla esta vez. Aparte de la sangre anterior, estaba completamente vacío. Sin embargo, realmente trató de concentrarse en lo que decía, esperando que cuanto antes respondiese a su pregunta, antes podría salvar su comida. Por mucho que lo intentó, sin embargo, realmente sólo atrapaba una palabra aquí y allá.

— Blah blah .... no he comido desde el desayuno. Blah blah .... realmente no tiene nada aquí. ¿Blah blah blah…. compras?

El último coro de blahs terminó en una nota alta, alertando a Lucern que le había hecho una pregunta. Él no estaba seguro de cual había sido la pregunta, pero podía sospechar que un no probablemente provocaría una discusión.

— Sí. —Balbuceó él, esperando librarse de la obstinada mujer. Para su alivio, la respuesta la complació y caminó de regreso a la puerta del vestíbulo.

— Blah blah blah… escogí mi cuarto.

Él casi podía saborear la sangre, su olor era tan pesado en el aire. — Blah blah lo transformé en algo más confortable.

Él se moría de hambre.

— Blah blah vuelvo en seguida y nos podremos ir.

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Lisa. Casi. Estando algo desesperado, la recogió, lo volcó sobre su boca y apretó, tratando de escurrir las últimas gotas. Él atrapó exactamente tres antes de desistir y lanzar la bolsa a la basura con repugnancia. Si había tenido cualquier duda antes, no la tuvo ahora. Sin duda, Kate C. Leever iba a hacer de su vida un infierno hasta que se marchara. Él solamente lo supo.

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Capítulo 2

— ¡DE COMPRAS!

Kate se rió del disgustado rezongo de Lucern cuando entraron en la tienda de 24 horas. Lo había estado repitiendo cada pocos minutos desde que habían salido de casa. En un primer momento dijo la palabra como si no pudiera creer que hubiera estado de acuerdo en ir. Después, mientras conducía su BMW, esa consternación se fue convirtiendo en disgusto. ¡Cualquiera pensaría que era la primera vez que el hombre iba a comprar comida a un supermercado! Aunque a juzgar por lo vacíos que estaban los armarios de su cocina, Kate supuso que así era. Y cuando ella le había comentado la ausencia de comida que había en su casa, él se había limitado a mascullar que todavía no había encontrado sustituta para su ama de llaves. Kate supuso que eso significaba que el comía fuera de casa la mayoría de las veces.

No se había molestado en preguntar que había pasado con su anterior ama de llaves. Su carácter era suficiente respuesta. Seguramente la mujer había terminado por irse ya harta. La misma Kate había estado a punto, varias veces, de hacer lo mismo.

Ella le dirigió hacia las filas de carros vacíos. Cuando fue a sacar uno, Lucern dijo gruñendo, algo que podría haber sido ―permíteme,‖ pero fácilmente podría haber sido también ―demonios, quita de en medio.‖ Después de ese exabrupto tomo el control de la situación.

Según la experiencia de Kate, los hombres siempre querían conducir, ya fuera un coche, un carrito de golf o un carrito de la compra. Sospechaba que era una cuestión de control, pero de cualquier manera, eso significaba que ella estaba en libertad de llenar el carro de materia prima.

Comenzó haciendo una lista mental de lo que tenían que coger, mientras se dirigían hacía la sección láctea. Estaba segura de que tendría que coger grandes cantidades de frutas y verduras para Lucern. El hombre era fuerte y musculoso, pero se le veía también muy pálido. Parecía obvio para ella que estaba necesitado de frescas y jugosas verduras.

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Lucern necesitaba sangre. Ese era su único pensamiento repetitivo mientras seguía a Kate C. Leever a través de la sección láctea, la de congelados, y por el pasillo del café. El carro se estaba llenando rápidamente hasta los bordes. Kate había metido en el carro diversos yogures, quesos, huevos y una tonelada de paquetes de comidas congeladas. Ahora estaba detenida en el pasillo del café, mirando los diferentes paquetes antes de girarse y preguntarle.— ¿Qué marcas prefieres?

Él se la quedó mirando con los ojos en blanco.— ¿Marca? — De café. ¿Qué marca sueles tomar normalmente? Lucern se encogió de hombros mientras decía. — No bebo café.

— Oh, Té, ¿entonces? — No bebo té.

— Entonces que.... —Inquirió entrecerrando los ojos.— ¿Chocolate caliente, Expreso, Capuchino? —Cuando él siguió negando con la cabeza después de cada una de sus sugerencias, le preguntó con exasperación.— Bueno, ¿entonces que bebes? ¿Kool-Aid?

Una risilla disimulada de diversión llamó la atención de Lucern sobre una regordeta y joven mujer que se acercaba por el pasillo hacia ellos. Era la primera compradora con la que se habían cruzado desde que habían llegado a la tienda. Entre las debacles de las bolsas de sangre, el té en el salón, y el tiempo que había tardado Kate en cambiarse, era ya cerca de la medianoche. La tienda no estaba muy llena a esas intempestivas horas.

Ahora que su risa había captado la atención de Lucern, la compradora agitó las pestañas hacia él, encontrándose Lucern devolviéndole la sonrisa y con la mirada fija en el pulso de la base de su garganta. Se imaginó hundiendo sus colmillos allí y extrayendo la dulce y caliente sangre de ella. Era su tipo de mujer favorita para beber. Mujeres rellenitas, rosadas. Eran las que siempre tenían la mejor sangre, la más sustanciosa. Espesa, embriagadora y...

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Las maravillosas imágenes que estaban evocando desparecieron. Devolvió la atención a regañadientes a su editora.— ¿Sí?

— ¿Qué te gusta beber? —Repitió.

Él volvió la vista atrás hacia la compradora.— Er.... el café va bien. — Dijiste que no bebías caf.... Olvídalo. ¿Qué marca?

Lucern examinó las distintas opciones. Sus ojos se fijaron en una lata rojo oscuro con el nombre Tim Hortons. Siempre había creído que era una tienda de donuts o algo por el estilo Aún así, era el único nombre que reconocía, así que esa fue la que señaló.

— La más caro, como no. —Masculló Kate, mientras cogía una lata del fino café molido.

Lucern no había advertido el precio.— Deja de quejarte. Yo soy quien va a pagar las compras.

— No. Dije que yo pagaría y es lo que haré.

¿Había dicho que ella pagaría cuando habló de ir a comprar? Se preguntó él. No se acordaba; en ese momento no estaba prestando mucha atención. Tenía la cabeza en otras cosas, como el chorro de sangre debajo del fregadero y no dentro de su deshidratada garganta.

Su mirada regresó a la vena que seguía latiendo en el cuello de la compradora. Imaginó que debía de parecer un hombre muerto de hambre observando un buffet que pasaba rodando a su lado. Se sentía tentado de tirarse sobre él...., mucho más agradables que todas esas bolsas de comida congelada que él y su familia se habían visto obligados a ingerir. No se había dado cuenta de lo que echaba de menos la antigua forma de alimentarse.

— ¿Lucern? —Había un deje de irritación en la voz de Kate Leever, lo cual le hizo devolverle la mirada con ceño cuando se giró hacia ella. No estaba donde la había visto por última vez, pero aunque había seguido caminando a lo largo del pasillo, le estaba esperando. Le lanzó una mirada molesta, lo cual a su vez le molestó a él. ¿Por qué motivo tenía que estar

ella irritada? No era ella la que se estaba muriendo de hambre.

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consiguiente con el mismo derecho que él a estar gruñona. Lo cual fue una admisión que se hizo a si mismo a regañadientes.

— Pagare yo. —Anunció él con firmeza empujando el carro hacia delante.— Tú eres una invitada en mi casa. Te alimentare —Qué es lo opuesto de alimentarme de ti, pensó él, que era lo que más deseaba. Bueno, no lo que más deseaba. En cambio se alimentaría de la morena regordeta y pequeña que estaba detrás de él. Siempre había encontrado la sangre de las delgadas y rubias criaturas como Kate C. Leever demasiado insustancial. La sangre de las chicas regordetas era mejor, más sabrosa, más intensa, con más cuerpo.

Por supuesto, no podía alimentarse de cualquiera. Era demasiado peligroso hoy en día, y aunque por si mismo estaba dispuesto a arriesgarse, no estaba dispuesto a arriesgar la seguridad de su familia por unos pocos momentos de placer culinario.

Eso no quería decir que no pudiera soñar con ello, sin embargo se paso los siguientes momentos siendo arrastrado por Kate a través de los pasillos de conservas y de ropa de confección, asintiendo distraídamente a todo lo que le decía ella mientras él recordaba con cariño las comidas que había disfrutado en el pasado.

— ¿Te gusta la comida mexicana? —Preguntó ella.

— Oh, sí. —Murmuró él, evocando la pregunta a una pequeña y vivaz chica mejicana con quien él se había deleitado en Tampico. Ella había sido un pequeño y sabroso bocado. Caliente y aromática en sus brazos, con sus pequeños gemidos surgiendo de su garganta mientras él se zambullía en su cuerpo y clavaba sus dientes en su.... ¡Oh, sí!. La alimentación podía ser una experiencia con mucho cuerpo.

— ¿Y la italiana?

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había exhalado en su oído cuando él había tomado su virginidad y su sangre al mismo tiempo. Verdaderamente, había sido una experiencia dulce y memorable.

— ¿Te gustan los bistec?

Lucern fue una vez más sacado de sus pensamientos, esta vez por un pedazo de carne cruda puesto de golpe bajo su nariz, interrumpiendo sus agradables recuerdos. Era un bistec, grande y jugoso, y pensó que normalmente prefería la sangre humana, incluso las frías bolsas de sangre humana mezclada con sangre bovina, pero en ese momento incluso el bistec remojado en sangre olía bien. Se encontró inhalando profundamente y dejando escapar la respiración en un lento suspiro.

El paquete fue apartado bruscamente. — ¿O prefieres carne blanca?

— Oh, no, no, no. Mejor carne roja. —Se acercó al mueble expositor de la carne al que ella le había conducido y se puso a mirar con atención, por primera vez con un interés real desde que había entrado en el supermercado. Siempre había sido un hombre de carne con patatas. Carne poco hecha, por norma.

— Carnívoro, tomo nota. —Comentó Kate secamente cuando el trató de alcanzar un paquete de carne particularmente ensangrentado. La sangre goteaba del filete, y él casi se relamió los labios. Luego, asustado de lo que podría hacer en su estado actual, algo como lamer el paquete, se alejo del expositor dejando el paquete en el. Agarrando el carro, empezó a empujarlo a lo largo del pasillo, esperando pasar a una sección menos tentadora.

— Espera. —Grito Kate, pero Lucern siguió caminando, casi gimiendo cuando ella se acercó casi corriendo con varios paquetes de bistecs en sus brazos que dejó caer en el carro.

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31 ¡Dios mío! ¡Sonaba como un drogadicto!

— Las frutas y las verduras son lo próximo, creó. —Dijo Kate desde detrás suyo— Tienes obviamente una seria necesidad de vitaminas. ¿Has considerado alguna vez ir a un salón de bronceado?

— No puedo. Tengo un aaaah..., er, enfermedad de la piel. Y también soy alérgico al sol.

— Eso tiene que hacer la vida difícil a veces. —Comentó ella. Mirándole fijamente con los ojos muy abiertos, le preguntó— ¿Es ese el motivo por el que pones tantas dificultades con respecto a las firmas y otros tipos de promociones?

Él se encogió de hombros. Y cuando Kate empezó a coger todo tipo de cosas verdes, hizo una mueca. En su defensa, cogió un paquete de diez quilos de patatas para llenar el carro, pero éste pronto estuvo cubierto de verde: pequeñas cosas redondas verdes, grandes cosas redondas verdes, largos tallos verdes. ¡Dios mío, la mujer tenía algún tipo de fetichismo con el verde!

Lucern empezó a mover el carro a lo largo del pasillo con un poco más de rapidez, obligando a Kate a apresurarse cuando vio que comenzaba a echar en el carro cosas de otros colores. Verduras naranjas, rojas y amarillas cayeron dentro del carro y fueron seguidos por frutas naranjas, rojas y púrpuras antes de que Lucern consiguiera obligarla a ir a la caja registradora.

En el momento en que él paró el carro, Kate comenzó a echar cosas sobre la cinta transportadora. Él la miraba distraídamente cuando la compradora regordeta empujó su carro detrás de ellos. Sonrió y agitó sus pestañas de nuevo, después le hizo un pequeño saludo. Lucern volvió a sonreír, su mirada de nuevo fija en el pulso palpitante de su cuello. Prácticamente podía oír el golpeteo rítmico de su corazón, el movimiento de su sangre por sus venas, el...

— ¿Lucern? señor. Ageneau, ¿donde se ha ido?

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mirar sobre sus hombros y a sonreír antes de desaparecer en el pasillo de los alimentos congelados. Lucern partió en su busca diciendo:

— Helados, olvidamos los helados.

— ¿Helados? —Oyó la confusión en la voz de Kate, pero no pudo detenerse para darle la contestación que deseaba. Se apresuró hacia el pasillo de los congelados solo para encontrarse allí a otro comprador además de su deliciosa regordeta. ¡No se habían cruzado con nadie más durante el tiempo que habían estado en el supermercado, pero ahora tenía que aparecer otro, poniéndole dificultades a dar un mordisco rápido! Suspirando, se acercó a la sección de los helados, echando un vistazo a las distintas opciones. Chocolate, cereza, crocantes.

Regreso su mirada a su sabroso bocado. Ella le estaba mirando y lanzándole coquetas miradas. Cada vez más le parecía un bistec grande, un sonriente bistec con patas. ¡Maldita mujer! No estaba bien burlarse de él, pensó tristemente abriendo el gran congelador mientras la miraba fijamente.

Ella se acercó, ofreciéndole una gran sonrisa mientras él sacaba un helado del congelador. No dijo ni una palabra, simplemente sonrió mientras pasaba a su lado, su brazo rozando el de él.

Lucern inspiró profundamente, casi mareándose con su perfume. Oh sí, su sangre era dulce, muy dulce. ¿O era el helado lo que él había olido? Agarró otra caja de cartón y la vio desaparecer cuando giró la esquina del pasillo, con otro suspiro. Deseaba seguirla. Quiso utilizar el control mental para persuadirla mediante halagos de ir detrás de la tienda para una pequeña chupada. Pero estaba atrapado.

Suspirando, perdió todas las esperanzas y cogió una caja de helado cocrante. ¡Podía aguantar un poco más de tiempo! Solo un poco más y estaría libre para acercarse a casa de Bastien o Etienne. Seguramente Kate C. Leever estaría exhausta después de su jornada laboral y del vuelo, y no estaría para trasnochar.

— Si que te gusta el helado. —Comentó Kate cuando regreso a la caja registradora.

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ni idea de que sabores eran cada uno, y en su distracción no se había dado cuenta de que había cogido tantos, pero daba lo mismo. Se comerían igualmente.

Kate protestó cuando él pagó, pero Lucern insistió. Era cosa de hombres. Su orgullo no le dejaba que una mujer pagara comida que iba a ir a parar a su casa. Kate abrió un paquete de pasteles de arroz para comerlos en el camino de vuelta. Ella le ofreció, pero él simplemente puso gesto desdeñoso y negó con la cabeza. Pasteles de arroz. Dios mío.

Lucern consiguió no hacer parada alguna en la casa de ninguno de sus hermanos. Se enorgulleció de su autodominio. Él y Kate llevaron los paquetes de comida dentro de la casa; y entonces insistió en que ella comenzara a cocinar mientras él colocaba los paquetes en su sitio. Esto le hizo sentirse servicial y útil, cuando en realidad lo que quería era que ella terminará de cocinar su maldita cena, se la comiera y se fuera a la cama, para que él pudiera ir a por lo que necesitaba. No es que él no pudiera disfrutar de la comida también. Un poco de comida no hacía daño, pero comer de forma regular no saciaba su hambre. Su gente podía sobrevivir sin comida, pero no sin sangre.

Afortunadamente, Kate C. Leever se sentía voraz, porque hizo la comida rápidamente, friendo a la parrilla un par de bistec y amontonando un montón de esas cosas verdes que ella había comprando y echándole una salsa encima. Lucern nunca había entendido la atracción que sentían algunos por las ensaladas. Los conejos comían verduras. Las personas comían carne y sangre. Él no era un conejo. Sin embargo mantuvo para sí sus opiniones y acabó de colocar todas las compras al mismo tiempo que Kate terminaba de hacer la cena. Luego se sentaron a cenar.

Lucern se dedicó a su bistec con fervor, ignorando el tazón lleno de alimento de conejos. El había pedido la carne poco hecha y suponía que era extraño para mucha gente, pero para él poco hecho era cuando era raro. Aún así estaba tierno y jugoso, y acabó con él rápidamente.

Él miró mientras Kate terminaba, pero negó con la cabeza cuando Kate, le ofreció ensalada.— Realmente deberías comer algo de ensalada.

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—Le regaño ella con el ceño fruncido.— Tiene muchas vitaminas y nutrientes, y realmente te ves muy pálido.

Él supuso que ella tenía miedo de que su palidez tuviera que ver con su supuesto golpe en la cabeza. Sin embargo estaba provocada por la pérdida de sangre, lo que hizo recordar a Lucern que tenía que asegurarse que Bastien estuviera en casa. Excusándose, abandonó la habitación y se dirigió a su despacho.

Para su desilusión, cuando llamó a su hermano, éste no le contestó. Bastien de nuevo se había adelantado en la fecha o había regresado a las oficinas de Industrias Argeneau. Al igual que Lucern, prefería trabajar de noche cuando todo el mundo estaba durmiendo. Los hábitos adquiridos a lo largo de un centenar de años eran difíciles de romper.

Lucern regresó a la cocina, para encontrarse que Kate Leever había terminado de comer y había enjuagado la mayoría de los platos y los había metido en el lavaplatos.

— Yo terminare eso. —Dijo él— Debes estar exhausta y deseando acostarte.

Kate recorrió con una mirada sorprendida a Lucern. Era difícil de creer que este era el mismo hombre que había respondido a sus cartas con esos cortos ―noes‖. Su ayuda en colocar las compras y su aparente consideración ahora la hacían sentirse desconfiada. Su rostro con esa expresión esperanzada tampoco ayudaba mucho. Sin embargo ella estaba

cansada. Había sido un día largo, así que a regañadientes admitió.— Realmente estoy cansada.

Al momento, se encontró con que una fuerte mano agarraba con firmeza su brazo y la conducía fuera de la cocina.

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— Yo no hurgo. —Contestó ella rápidamente, molesta— Traje un escrito para corregir. Así que me pondré a ello hasta que te levantes.

— Bien. Bueno. Buenas noches. —La empujo dentro del cuarto de invitados amarillo que ella había escogido más temprano y tirando de la puerta la cerró con un chasquido.

Kate giró lentamente sobre sí misma, esperando oír el ruido de la cerradura por fuera. Se sintió aliviada cuando no lo oyó. Sacudiendo la cabeza por tener una mente tan suspicaz, cogió su maleta para buscar su camisón, luego entró en el cuarto de baño de la habitación para ducharse. Justamente se estaba metiendo en la cama cuando se acordó de la excusa que se había montado para quedarse allí. Se detuvo para echar un vistazo a su alrededor.

Viendo el pequeño despertador que se encontraba en la mesita de noche, lo cogió y puso la alarme en una hora. Tenía toda la intención de levantarse para asegurarse de que Lucern no se había dormido... y de que si lo había hecho, fuera para volverse a despertar.

Kate colocó de nuevo el despertador sobre la mesa y se metió bajo los edredones, pensando en esos terroríficos momentos de la cocina. Inspiró profundamente por la nariz, recordando a Lucern Argeneau de pie quieto ante ella, la sangre goteando por su cabeza y su rostro. Dios mío, hasta ese momento ella nunca había visto una herida en la cabeza con anterioridad. De acuerdo, había oído que las heridas en la cabeza podían sangrar mucho, y que a menudo parecían peor de lo que eran, pero había habido tanta sangre.

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verdad, fue un accidente. Si, me doy cuenta que estoy despedida. No, realmente no te culpo por no darme una carta de recomendación. Sí, si me perdonas me iré al McDonald de la esquina a buscar empleo ahora que mi carrera de editora está acabada.

Suspirando, sacudió la cabeza recostada en la almohada y cerro los ojos. Agradecía a Dios que Argeneau pareciera gozar de buena salud... exceptuando su palidez. Se sentó de nuevo en la cama, elucubrando de nuevo. Realmente se le veía terriblemente pálido.

— ¿Y por que no iba a estar pálido? —Se preguntó, él casi había perdido un litro de sangre. O mínimo medio litro. Quizás debería ver que tal se encontraba ahora. Kate consideró el asunto brevemente, parte de ella pensando en mirar como se encontraba, y otra parte renuente de que le gritara por interrumpir lo que fuera que estuviera haciendo. Seguramente ya le iba a desconcentrar bastante pasando a verle cada hora a lo largo de la noche. Pero él se había visto terriblemente pálido después de golpearse la cabeza.

Por otra parte, había advertido su palidez en el porche antes de que él se hubiera golpeado en la cabeza. ¿O había sido un efecto de la luz? Era de noche, y la lámpara del porche tenía una de esas bombillas de neón. Podía haber sido un efecto de la luz.

Meditó sobre el tema brevemente, comenzando a sacar los pies fuera de la cama para ir a hacerle una comprobación antes de irse a dormir, pero entonces la detuvo el sonido de una puerta al cerrarse. Poniéndose en tensión, Kate escuchó el sonido suave de pies bajando hacia el vestíbulo, luego se obligó a relajarse y recostarse en la cama. El ruido de pasos había sido suave, pero sonaba normal. Lucern no sonaba como si caminara tambaleándose o excesivamente despacio. Estaba bien. Se ceñiría a su plan y pasaría a echarle un vistazo pasada una hora.

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temía demasiado que su empleo como editora dependiera de su aceptación.

* * * * *

— ¡Estas bromeando! ¿De verdad pensó que toda esa sangre era producto de un pequeño coscorrón? —Preguntó Etienne con una risa incrédula.

— Bueno, no creó que ella se podría imaginar que la sangre provenía de una bolsa en el frigorífico. —Señaló Bastien, pero él también se reía por lo bajo.

Lucern ignoró la diversión de sus hermanos y hundió los dientes de en la segunda bolsa de sangre que le trajo Rachel. Ya había ingerido la primera. Después de la cual había accedido a explicar su aparición en la casa de Etienne solicitando alimento. La primera bolsa le había permitido superar la sorpresa de encontrar a Bastien allí. También había dado tiempo a sus hermanos para explicar que éste estaba allí para solicitar ayudar con los preparativos de último momento de la boda. Lo que explicaba por que no había podido encontrarlo él.

— Lo que no entiendo, —dijo Bastien mientras Lucern terminaba con la segunda bolsa y escondía sus colmillos— es por que, simplemente, no te metiste en su cabeza y le sugeriste que se largara.

— Lo intenté. —Admitió Lucern con cansancio. Colocó ambas bolsas vacías en la mano que le tendía Rachel, y la observó salir del cuarto para deshacerse de ellas.— Pero no pude penetrar en su mente.

El silencio que se extendió por la habitación fue tan efectivo que se hubiera podido oír el vuelo de una mosca. Etienne y Bastien clavaron los ojos en él, mirándole estupefactos.

— Estás bromeando. —Dijo Bastien.

Cuando Lucern negó con la cabeza, Etienne se sentó de golpe en la silla que se encontraba frente a él y dijo.

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haríamos buena pareja. —Hizo una pausa pensativa.— Aunque, después de todo, tenía razón.

Lucern soltó un gruñido disgustado.— Bueno, pues la señora Kate C. Leever no es la mujer perfecta para mí. La mujer es tan molesta como un enjambre de mosquitos. Terca como una mula, y tan persistente como un perro de presa. La maldita mujer no me ha dejado un momento en paz desde que apareció en el umbral de mi puerta.

— Eso no es cierto. —Alegó Bastien divertido.— Lograste librarte de ella el tiempo suficiente como para venir aquí.

— Eso sólo porque estaba cansada y se acostó. Ella.... —Hizo repentinamente una pausa y se enderezó, recordando su promesa de ir a verle cada hora para asegurarse de que la herida que había sufrido en la cabeza no era más grave de lo que creía. ¿Realmente lo cumpliría? Miró fijamente a sus hermanos.— ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

Las cejas de Bastien se arquearon con curiosidad, pero echando un vistazo a su reloj de pulsera, dijo— No estoy seguro, pero creo que llevas aquí unos cuarenta o cuarenta cinco minutos.

— Mierda —Lucern se puso de pie con rapidez y se dirigió corriendo hacia la puerta.— Tengo que irme. Mil gracias por la bebida, Rachel. — Gritó hacia el cuarto al que había entrado Rachel.

— Un momento. ¿Qué…?

Bastien y Etienne le siguieron, con más preguntas sin respuesta, ya que Lucern no se paró a contestarlas. Había cerrado la puerta de su estudio con llave antes de dejar la casa, y Kate podía asumir que él estaba allí, pero si realmente decidía controlarlo cada hora para asegurarse que se encontraba bien y no recibía ninguna respuesta si llamaba a la puerta, la maldita mujer podía asumir que se había muerto o le había pasado algo y llamar a la policía o a una ambulancia. Podría incluso intentar echar abajo ella misma la puerta. No quería ni imaginar lo que esa mujer podía llegar a hacer.

En el camino a casa se le ocurrieron ideas todavía peores.

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despertarle. La podía oír gritando y golpeando ruidosamente la puerta de su oficina escaleras abajo. Poniendo los ojos en blanco por el escándalo que estaba formando y el pánico que se discernía en su voz mientras le llamaba por su nombre, Lucern se metió las llaves de casa en el bolsillo y trotó escaleras arriba. Deteniéndose abruptamente en lo alto de la escalera.

Querido Dios. La mujer no solo comía comida de conejos, llevaba zapatillas de conejo.

Lucern intentó no mirar estúpidamente las rosadas orejas de conejito de las zapatillas que ella llevaba puestas, fracasando rotundamente, para después ir subiendo su mirada hacía arriba sobre la gruesa bata de felpa rosada y peluda. Si él no había sabido decir antes si ella tenía buena figura, ahora menos. Luego al ver su pelo se sobresaltó. Debía de haberse ido a la cama con el pelo mojado y obviamente este se había encrespado y enredado hacia todos lados durante el sueño; su pelo insistía en irse hacia todos los lados.

Mirándolo por el lado bueno, obviamente ella no había intentado rebajarse haciendo todas esas cosas que se suponían hacían las mujeres para seducir y conseguir que los hombres hicieran lo que ellas querían. Aunque por raro que pareciera Lucern se sintió un poco decepcionado de que no lo hubiera hecho. No entendía por qué. No le gustaba esa mujer. Es más, incluso podría haber estado abierto a una pequeña seducción.

— Buenas noches. —Dijo él cuando ella hizo una pausa en sus gritos para tomar aire. Y se encontró de nuevo boquiabierto cuando Kate C. Leever se dio la vuelta rápidamente para enfrentarle.

— ¡Usted! Yo... pensé… creí... —Ella se giró para señalar la puerta cerrada y señalarlo de nuevo a él.— La puerta estaba cerrada. Pensé que estaba dentro, y cuando no contestó, yo... —Su voz se fue apagando cuando ella se dio cuenta de su expresión. Repentinamente cohibida, estiró los bordes de su raída bata como si él estuviera intentado tener un mejor atisbo del camisón de franela que se veía a través del escote.— ¿Ocurre algo?

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— ¡Dios mío! Pero, ¿qué es ese pegote que tienes en la cara?

Kate inmediatamente soltó su bata y se llevó ambas mano a la cara, intentando ocultase tras ellas, y su boca soltando un alarmado

— ¡Oh! —Cuando recordó la máscara verde que se había puesto antes de acostarse y que ya se le había secado.

Obviamente era algún tipo de tratamiento de belleza, dedujo Lucern, pero Kate ya no estaba allí para explicar exactamente de que tipo. Dando media vuelta, había escapado hacia la habitación de invitados, cerrando la puerta tras ella. Después de unos segundos, se oyó su voz tensa.— Me alegró que esté bien. En su mayor parte. Me preocupé cuando no contestó a mis llamadas. Volveré a pasar a ver que tal estás en una hora.

El silencio se hizo en el vestíbulo.

Lucern esperó un momento, pero como no oyó el sonido de pasos alejándose de la puerta, dedujo que ella estaba esperando algún tipo de respuesta. ―No‖, fue la primera respuesta que le vino a la mente. No quería que ella controlara su estado. Es más, no la quería en su casa. Pero se encontró con que eso era algo que no podía decirle. Se la había visto terriblemente avergonzada de que él la hubiera pillado con ese aspecto tan desastrado, y realmente no podía culparla. Se la veía realmente espantosa con esas ridículas zapatillas de conejito.

Sonrió al recordar su aspecto de pie en el vestíbulo con ese aspecto. Kate se veía fatal, pero de una forma tan adorable que le habían entrado ganas de abrazarla... hasta que había visto esa crujiente máscara verde en su cara.

Lucern decidió no causarle más malestar con un ―no‖ que seguramente ella ya esperaba y en su lugar dijo un ―Buenas noches‖ con un tono de voz inquietamente áspero. Cuando marchaba hacia la puerta de su oficina, oyó un suspiro proveniente desde el otro lado de la puerta, y después un pequeño ―buenas noches‖ en respuesta. Luego el sonido de pasos alejándose de la puerta. Se iba a la cama, pensó él.

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