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La reconstrucción de la experiencia en la filosofía de John Dewey

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Academic year: 2017

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FORMULARIO

TÍTULO COMPLETO DE LA TESIS DOCTORAL O TRABAJO DE GRADO

LA RECONSTRUCCIÓN DE LA EXPERIENCIA EN LA FILOSOFÍA DE JOHN DEWEY

SUBTÍTULO, SI LO TIENE

AUTOR O AUTORES

Apellidos Completos Nombres Completos

SANDOVAL BRAVO JULIÁN EDUARDO

DIRECTOR (ES) TESIS DOCTORAL O DEL TRABAJO DE GRADO

Apellidos Completos Nombres Completos

PINEDA RIVERA DIEGO ANTONIO

FACULTAD FILOSOFÍA PROGRAMA ACADÉMICO Tipo de programa ( seleccione con “x” )

Pregrado Especialización Maestría Doctorado

X

Nombre del programa académico Licenciatura en Filosofía

Nombres y apellidos del director del programa académico Maria Cristina Conforti Rojas

TRABAJO PARA OPTAR AL TÍTULO DE:

Licenciado en Filosofía

PREMIO O DISTINCIÓN (En caso de ser LAUREADAS o tener una mención especial):

CIUDAD AÑO DE PRESENTACIÓN DE LA

TESIS O DEL TRABAJO DE GRADO

NÚMERO DE PÁGINAS

Bogotá 2011 116

TIPO DE ILUSTRACIONES ( seleccione con “x” )

Dibujos Pinturas Tablas, gráficos y diagramas Planos Mapas Fotografías Partituras

SOFTWARE REQUERIDO O ESPECIALIZADO PARA LA LECTURA DEL DOCUMENTO

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TIPO DURACIÓN (minutos) CANTIDAD FORMATO

CD DVD Otro ¿Cuál? Vídeo

Audio Multimedia Producción electrónica Otro Cuál?

DESCRIPTORES O PALABRAS CLAVE EN ESPAÑOL E INGLÉS

Son los términos que definen los temas que identifican el contenido. (En caso de duda para designar estos descriptores, se recomienda consultar con la Sección de Desarrollo de Colecciones de la Biblioteca Alfonso Borrero Cabal S.J en el correo biblioteca@javeriana.edu.co, donde se les orientará).

ESPAÑOL INGLÉS

Pragmatismo Pragmatism

Filosofía Norteamericana North American philosophy Filosofía de la educación Philosophy of education

Experiencia Experience

RESUMEN DEL CONTENIDO EN ESPAÑOL E INGLÉS

(Máximo 250 palabras - 1530 caracteres)

The experience is one of the most importants concepts in John Dewey´s philosophy. His opinions and theories about pedagogy, aesthetic, politics and psychology, are based on a new meaning of such philosophical term. The thesis inquires about the importance of the experience in John Dewey´s philosophy, through an exam of the characteristics which are peculiar in the new definition built by the North American philosopher.

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LA RECONSTRUCCIÓN DE LA EXPERIENCIA EN LA

FILOSOFIA DE JOHN DEWEY

Trabajo de grado presentado por JULIÁN EDUARDO SANDOVAL BRAVO, bajo la dirección del profesor DIEGO ANTONIO PINEDA,

como requisito parcial para optar al título de Licenciado en Filosofía.

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía Bogotá,

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Una de las mayores satisfacciones que he experimentado en estos últimos años,

como Jefe del Departamento de Filosofía de Columbia University, ha sido la de

observar entre mis alumnos el número siempre creciente de estudiantes

hispanoamericanos. Desde hace tiempo he tenido la firme convicción de que si se

estrecharan más íntimamente las relaciones intelectuales entre mi país y los países

hermanos situados al sur, los resultados serían de provecho para ambas partes.

Nuestras diferencias mismas de raza y de tradiciones históricas se combinan con la

igualdad de nuestras tendencias sociales e ideales políticos para mostrarnos, muy a las

claras, lo que los unos de los otros tenemos que aprender. De ahí que siempre he

sentido un profundo placer cada vez que, en mi carácter de profesor, se me ha brindado

la oportunidad de tratar directamente a los estudiantes de la América latina que acuden

a mis clases.

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 1

1. UNA MIRADA A LA NOCIÓN TRADICIONAL DE EXPERIENCIA DESDE LA

PERSPECTIVA DE JOHN DEWEY 7

1.1 La necesidad de reconstruir la filosofía 11

1.2 La revolución darwiniana 16

1.3 El germen de la noción deweyana de experiencia 23

1.4 La experiencia en la tradición filosófica 27

2. LA CONCEPCIÓN DE EXPERIENCIA EN JOHN DEWEY 34

2.1 La crítica a la noción clásica de experiencia 38

2.2 La noción empirista de experiencia 49

2.3 Hacia una experiencia experimental 53

2.4 Experiencia y pensamiento reflexivo 56

3. IMPLICACIONES Y CONSECUENCIAS EDUCATIVAS 63

3.1 La Escuela-Laboratorio de John Dewey 68

3.2 La educación como reconstrucción reflexiva de la experiencia 73 3.2.1 La educación como transmisión y necesidad social 74

3.2.2 Educación como crecimiento 78

3.3 Hacia una teoría general de la experiencia educativa 82 3.3.1 La crítica de Dewey a la Educación Tradicional 83

3.3.2 La crítica de Dewey a la Educación Progresiva 86

3.4 Los criterios o principios de la experiencia educativa 90

3.4.1 El principio de continuidad 91

3.4.2 El principio de interacción 98

CONCLUSIONES 105

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INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo de grado me propongo examinar el significado de uno de los conceptos primordiales en la filosofía de John Dewey: el de experiencia. Buena parte de sus planteamientos sobre pedagogía, estética, política y psicología se articulan en torno a una constante reflexión sobre la manera de entender este concepto, a la luz de los nuevos descubrimientos científicos y la tradición filosófica occidental. En efecto, la noción deweyana de la experiencia se construye en gran parte desde el diálogo con la lógica experimental de las ciencias naturales y surge como una crítica a las nociones tradicionales que han tenido distintos autores y escuelas a lo largo de la historia de la filosofía occidental. De allí que no sea posible entender lo que Dewey entiende por experiencia sin hacer mención de estos dos elementos fundamentales: la constante interlocución con las ciencias experimentales y la crítica a la tradición filosófica. El estudio sobre la manera en que Dewey entiende este concepto implica, a su vez, analizar el lugar central que ocupa en sus reflexiones. Su filosofía, de fuerte talante empírico, pero profundamente crítica de los planteamientos empiristas, permite entender, tal como lo plantea Darnell Rucker en el prólogo a los Ensayos sobre el nuevo empirismo del tercer volumen de The Middle Works of John Dewey, que buena parte de los argumentos en los que se apoya su propuesta filosófica se sustentan en una nueva noción de experiencia. En ese sentido, no es posible entender en detalle los planteamientos filosóficos de Dewey si no se comprende previamente el significado y el lugar que ocupa la experiencia en sus reflexiones. De la misma forma, los alcances e implicaciones que a nivel pedagógico se desprenden de sus planteamientos pueden entenderse mejor si se ubica el problema de la experiencia como un elemento cardinal y articulador en la filosofía de John Dewey.

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los estudios culturales poscoloniales y el trabajo transdisciplinario que se promueve desde la creación de semilleros y grupos de investigación en la Universidad Javeriana a través del Instituto Pensar. Sin embargo, su influencia ha sido especialmente significativa en torno a mis propias inquietudes sobre el problema educativo. De hecho, el acercamiento a la obra de Dewey -a través del seminario sobre el texto Como pensamos: la relación entre pensamiento reflexivo y proceso educativo dictado por el profesor Diego Pineda; y el curso sobre filosofía de la educación dirigido por la profesora Cristina Conforti, que comenzó con la lectura atenta del texto Democracia y educación-, fue fundamental para revalidar y corroborar la afortunada decisión de reorientar mi carrera profesional por el camino pedagógico. Las reflexiones de Dewey sobre la educación como un asunto público, no como un asunto particular de los teóricos especialistas de la educación; la relación estrecha que existe entre la filosofía y la pedagogía; la filosofía entendida desde una perspectiva temporal y espacial, como un fenómeno histórico que se origina a partir de las características peculiares de un pueblo, un lugar, una cultura en concreto y cuya función es ante todo instrumental, se convirtieron en temas centrales que definieron en gran parte mis propios intereses intelectuales.

En ese sentido, existe también una motivación vital para elaborar el presente trabajo de investigación, pues sintetiza buena parte de mis propias reflexiones, que, en los últimos años de mi carrera, giraron en torno a la figura de John Dewey y el lugar central en que ubica la reflexión sobre la educación en la construcción de una sociedad democrática. Desde esta perspectiva, decidí buscar un tema que me permitiera aunar tanto los distintos aspectos de la filosofía de John Dewey, que consideraba relevantes en virtud de su aporte al campo educativo, como ciertos elementos característicos del así llamado pragmatismo que sustentaban esa confianza radical en el nuevo rumbo por el que debía encaminarse la labor intelectual de la filosofía.

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Universidad Javeriana, por ejemplo, existen seis tesis de pregrado y de doctorado elaboradas entre el 2000 y el 2008 cuyos temas de investigación giran fundamentalmente en torno a problemas educativos relevantes en la filosofía de John Dewey como el pensamiento reflexivo, el aprendizaje inteligente y conceptos tales como libertad e interés. La lectura de distintas obras de Dewey, tanto en los seminarios dedicados a su pensamiento como en la cátedra de autor, así como la consulta de los mencionados trabajos de grado elaborados en la Universidad, me condujeron a descubrir el lugar central que ocupa la experiencia en el pensamiento de Dewey.

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En efecto, tal como lo plantea Richard Rorty en su texto Consecuencias del pragmatismo: “Esta tesis socrática, platónica y aristotélica [Todo tiene que ser inteligible para ser bello] encarnaba desde la óptica de James y Dewey, la funesta tentativa de conceder mayor importancia a nuestra relación con lo no-humano que a

nuestras relaciones con los demás seres humanos” (Rorty, 1996, pág. 12). Así pues, un tema de investigación que busca entender en detalle un concepto fundamental en la filosofía de John Dewey puede ofrecer nuevos campos de reflexión sobre las inquietudes contemporáneas en torno al significado mismo de la naturaleza de la filosofía en un mundo que cree no necesitar de sus especulaciones. No se trata de refugiarse en el cómodo e impoluto mundo de la especulación abstracta, sino de repensar el papel activo que puede desempeñar la filosofía en la construcción de una mejor sociedad, donde el conocimiento que circula en la academia sea entendido en términos de “proyectos

participativos encaminados a desarrollar concepciones que fomenten la felicidad general por medio de mejoras tecnológicas o de costumbres sociales más tolerantes y

magnánimas” (Rorty, 1996, pág. 13).

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perspectiva experimental que restablezca la estrecha relación originaria entre el mundo de la naturaleza y el mundo del conocimiento humano. Para finalizar, en el tercer capítulo, estudiaremos las implicaciones educativas que se desprenden de la reelaboración del concepto de experiencia, tarea inevitable en un trabajo de investigación que rastrea la formulación de un concepto reconstruido desde la perspectiva filosófica de John Dewey.

Aunque todas las obras de John Dewey han sido publicadas en su lengua original y compiladas en los treinta y siete volúmenes de los Collected Works of John Dewey (Carbondale, Southern Illinois University Press, 1967-1992) que contienen las ya clásicas series The Early Works of John Dewey (1882-1898), The Middle Works of John Dewey (1899-1924) y The Later Works of John Dewey (1925-1953), en la medida de lo posible, citaré sus textos de las versiones existentes en español. El creciente interés en la filosofía de Dewey, promovido por la obra de importantes filósofos norteamericanos contemporáneos como Richard Rorty, Richard Bernstein y Hilary Putnam, ha permitido que algunos de sus textos principales hayan sido ya traducidos al castellano y ampliamente difundidos en Latinoamérica. Hay traducciones emblemáticas como las del pedagogo Lorenzo Luzuriaga y el emigrante español radicado en México José Gaos, quien tradujo cuatro obras principales de Dewey para, en sus propias palabras, ofrecer nuevas perspectivas de reflexión a la filosofía latinoamericana.

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CAPÍTULO 1

UNA MIRADA A LA NOCIÓN TRADICIONAL DE EXPERIENCIA

DESDE LA PERSPECTIVA DE JOHN DEWEY

John Dewey es ampliamente conocido como uno de los principales representantes del llamado pragmatismo norteamericano1. Simpatizante de los planteamientos de William James y Charles Sanders Peirce, adoptó un punto de vista similar a sus antecesores a la hora de examinar problemas tales como el conocimiento, la apreciación estética, la constitución de una sociedad democrática y, especialmente, la educación. Si bien la obra de John Dewey no consiste en un sólido cuerpo sistemático de doctrinas y teorías completamente coherentes entre sí, él mismo denominó su postura filosófica en su libro de 1925 Experiencia y naturaleza como naturalismo empírico, empirismo naturalista y humanismo naturalista (Dewey, 1948, pág. 3). Estas definiciones subrayan el elemento empírico particular y característico de los así llamados filósofos pragmatistas. En efecto, el pragmatismo busca restituir el campo de lo práctico, entendido como las diversas formas de la experiencia real y concreta, en el proceso del conocimiento. En otras palabras, busca recuperar la continuidad original entre el mundo de la naturaleza y el mundo del hombre, relación normalmente escindida en la historia de la filosofía occidental.

Si bien lo que a finales del siglo XIX surgía en Norteamérica no era, en sentido estricto, una sólida y estructurada corriente de pensamiento inspirada a partir de los escritos de William James sobre psicología y Charles Sanders Peirce sobre lógica, el

1 Existen fuertes críticas a la formulación del pragmatismo como movimiento filosófico unitario o escuela

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pragmatismo puede entenderse como la propuesta de un método o una actitud para enfrentarse a los problemas tradicionales de la filosofía2. Este, a grandes rasgos, consiste en interpretar todo juicio acerca de la realidad y valor de la vida por sus consecuencias prácticas. Se trata de examinar el resultado de esas ideas, esto es, sus efectos y consecuencias efectivas en la vida concreta del individuo. Con el nombre de pragmatismo se categoriza la obra de ciertos autores que, con algunas diferencias, comparten esta idea metodológica fundamental. A pesar de ello, el pragmatismo se reconoce normalmente como la expresión más genuina y original del pensamiento filosófico en Norteamérica.

Aunque es interesante estudiar el pragmatismo desde una perspectiva histórica, como el fiel reflejo de una sociedad en pleno proceso de industrialización y construcción de nación, la presente investigación obviará una contextualización introductoria sobre los principales acontecimientos y protagonistas de la ascensión de Estados Unidos como potencia mundial en relación con la formulación de los planteamientos pragmatistas, para entrar de lleno a estudiar los planteamientos filosóficos y pedagógicos de Dewey, en donde se evidencia esa profunda preocupación por los problemas sociales y las inquietudes vitales del ciudadano norteamericano3.

2“Sigue existiendo un interés por la filosofía de Peirce, James, Dewey, Mead y C.I Lewis. Pero no puede

afirmarse que el pragmatismo, como movimiento filosófico o como cuerpo de ideas […], siga vivo hoy.

Sin embargo, sí se puede decir que tuvo éxito en su reacción crítica ante el clima filosófico decimonónico del que emergió: ayudó a perfilar la moderna concepción de la filosofía como una forma de investigar problemas y de clarificar la comunicación, antes que como un sistema fijo de respuestas últimas y de grandes verdades. Y al alterar de este modo el escenario filosófico, algunas de las aportaciones positivas sugeridas por él quedaron diseminadas en la vida intelectual de nuestros días como prácticas hasta tal punto dadas por sentadas que ya no precisan que se llame la atención sobre ellas. Pragmáticamente, esto es

todo lo que un pragmatista habría podido desear.” Thayer, 1981, pág. 416 citado en Faerna, 1996, págs. 5-6.

3 Si bien este punto no lo trataré en la presente investigación, vale la pena señalar el excelente estudio que

hace John Childs en su libro Pragmatismo y educación sobre los antecedentes históricos y culturales del

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Siguiendo la idea de que la filosofía no debe ser una búsqueda de realidades últimas, sino un modo de investigación de carácter intelectual que dé respuesta a los problemas vitales de un individuo y una sociedad en concreto, Dewey plantea cómo las implicaciones problemáticas que trae consigo la revolución industrial y los continuos avances de la ciencia deben ser los principales temas de la reflexión filosófica en el mundo actual. Una reflexión que debe tener en cuenta la revaloración de sus propios métodos, de sus propias preguntas y, especialmente, del sentido y utilidad de sus conceptos tradicionales para dar respuesta a las inquietudes vitales de un mundo que ha sufrido transformaciones radicales por el desarrollo industrial, el avance científico y la fe en la democracia como el mejor modelo de organización sociopolítica.

El presente capítulo busca analizar, desde la propia perspectiva de Dewey, cómo se había entendido hasta entonces la noción de experiencia, con el fin de hacer más clara la diferencia entre la visión tradicional de la experiencia y los presupuestos esenciales de la filosofía de la experiencia de John Dewey. Para ello es necesario ubicar la labor de redefinición del concepto emprendida por el filósofo norteamericano dentro de una perspectiva más amplia como es la de reconstrucción de la filosofía, nombre que da Dewey a la dirección en que la filosofía puede avanzar luego de la revolución producida por la nueva ciencia en la configuración e interpretación del mundo.

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surgen de los problemas vitales de la sociedad en donde ésta surge. Desde esta perspectiva, la filosofía debe ser entendida como un fenómeno histórico que se despliega en el tiempo, que debe estar constantemente en un proceso permanente de reconstrucción que le permita dar respuesta a las inevitables transformaciones de un mundo en continuo crecimiento. Se entiende pues cómo la función de la filosofía no es el descubrimiento de una verdad suprasensible, sino la creación y elaboración de nuevos significados que permitan comprender el mundo actual. De allí que las categorías y herramientas heredadas de la tradición para que la humanidad encare y enfrente los desafíos del presente deben estar en un proceso constante de revisión sobre su eficacia y utilidad. Este proceso se muestra mucho más apremiante en un contexto como el actual, donde la revolución producida por la aplicación del método científico ha trastocado y transformado por completo los marcos tradicionales de explicación tanto de los fenómenos naturales como del comportamiento humano.

Asimismo analizaremos dos escritos que nos permiten profundizar en ese aspecto fundamental del pensamiento de John Dewey, a saber, el talante experimental y naturalista en sus reflexiones, para entender el propósito de reconstruir un concepto clave de la tradición filosófica como es la experiencia. Esa confianza en el método científico y la lógica experimental de las ciencias empíricas para tratar los problemas entendidos tradicionalmente como auténticamente humanos, constituye la esencia de su postura filosófica. El primer texto es uno publicado en 1930 bajo el nombre Del absolutismo al experimentalismo, que normalmente se considera una especie de autobiografía intelectual de Dewey, en el que reconoce la influencia determinante de ciertas personas y situaciones en el desarrollo de su propuesta filosófica. Entre ellos, además de Hegel, Dewey reconoce los trabajos en psicología de William James como

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Charles Darwin en El origen de las especies, específicamente la manera en que las concepciones filosóficas tradicionales abordan problemas tales como la ética, el conocimiento y la naturaleza del hombre. Estudiaremos también uno de los primeros textos de Dewey sobre psicología titulado El concepto de arco reflejo en psicología para exponer el germen de buena parte de sus reflexiones filosóficas en torno al significado de la experiencia. Para finalizar, haremos un análisis histórico sobre el concepto de experiencia en la tradición filosófica para, desde allí, entender por qué, para Dewey, las definiciones clásicas no son suficientes y exigen una reconstrucción o una resignificación radical de este concepto. Estos textos en conjunto nos darán una visión general del carácter filosófico de la obra de John Dewey y nos permitirán situar la reconstrucción de la experiencia como un elemento central y definitorio de sus trabajos en psicología, política, filosofía estética y pedagogía.

1.1La necesidad de reconstruir la filosofía

Las condiciones institucionales dentro de las cuales se produce (la moral) y que son las que determinan sus consecuencias humanas, no han sido todavía objeto de ninguna investigación seria y sistemática que merezca el calificativo de científica (Dewey, 1964a, págs. 48-49)

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cosa que optimismo sobre el desarrollo y el avance progresivo de la humanidad, que dejaba atrás la barbarie de tiempos pasados.

La confianza en el desarrollo científico para lograr la paz y la concordia entre los pueblos a través del progreso en las ciencias sufrió un fuerte sobresalto con la Primera y Segunda Guerra Mundiales, cuando el avance científico comenzó a ser culpabilizado por las atrocidades cometidas en tales conflictos bélicos. La crisis de la post-guerra encontraba su causa en los efectos del avance científico cuyos descubrimientos se habían puesto al servicio bélico y al desarrollo de armas con un gran poder de devastación. Fue el desarrollo de la bomba atómica, gracias a los avances en torno a la ruptura del núcleo del átomo liderada por un eminente hombre de ciencia como lo era Robert Oppneheimer, el paroxismo de las nefastas consecuencias que traía el desarrollo científico. En este contexto, Dewey escribe una nueva introducción en 1948 de su texto de La reconstrucción de la filosofía y anota, como postulado básico que:

“La tarea característica, los problemas y la materia de la filosofía surgen de las presiones y reacciones que se originan en la vida de la comunidad misma en que surge una filosofía determinada y, por tal razón, los problemas específicos de la filosofía varían en consonancia con los cambios que se producen constantemente en la vida humana, los que, en determinados momentos, dan lugar a una crisis y forman un recodo

en la historia de la humanidad” (Dewey, 1964a, págs. 25-26)

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desarrollo científico en todos los aspectos de la vida humana: “han entrado en la

dirección de las cotidianas actividades de la vida ciertos procedimientos, materiales e intereses que tienen su origen en los trabajos llevados a cabo por investigadores físicos en esos talleres técnicos, relativamente apartados y lejanos, que se conocen con el

nombre de laboratorios.” (Dewey, 1964a, pág. 41)

La influencia de la ciencia, y en particular del método científico, es según Dewey, innegable en todos los aspectos de la vida humana contemporánea: desde las bellas artes hasta los problemas educativos. Por ello se comprende mejor el cambio tan profundo y tan rápido que ha suscitado ese desarrollo en la manera de ver y pensar el mundo pues el impacto de la ciencia moderna ha trastornado la aparente imperturbabilidad de un orden institucional establecido con anterioridad al desarrollo del nuevo método científico. Quienes alzan la voz alarmados por los efectos dañinos, y hasta cierto punto indiscutibles, de la intrusión del conocimiento científico a la hora de tratar gran parte de los campos de la vida humana se apoyan, según Dewey, en una premisa

fundamental: “que las viejas costumbres institucionales (…) proporcionan un criterio adecuado, más aún, definitivo para juzgar el valor de las consecuencias que la

perturbadora entrada de la ciencia ha producido” (Dewey, 1964a, pág. 47)

De allí que una filosofía que se declare “pragmatista”, por hacer de los problemas de un presente en continua e incesante transformación la materia prima de su reflexión filosófica, deba necesariamente emprender una tarea de reconstrucción. La pregunta inmediata es ¿reconstrucción de qué? Dewey responderá: “de la moral en que se

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contexto humano, ilumina las actividades del hombre (Dewey, 1964b, pág. 269). De ahí que una sociedad moderna, como la de comienzos del siglo XX, deba hacer un examen crítico de esos hábitos formados en un período precientífico, pretecnológico, preindustrial y predemocrático. De allí surgen los fines, las normas y los principios inmutables, eternos y universalmente aplicables que se invocan de manera desesperada cuando se quiere hacer frente a la perturbadora irrupción de la ciencia en los modos de vida cotidianos de la humanidad.

Una filosofía que se autodenomine hija de su tiempo, y que haga de los problemas presentes en el escenario de la actualidad su objeto preferente de reflexión debe, entonces, partir del reconocimiento de un hecho evidente: los métodos y las conclusiones científicas ya no permanecen encerradas dentro de un campo ajeno e

incomprensible llamado “ciencia”. La influencia del método científico es evidente en buena parte de los aspectos esenciales de la vida humana. Especialmente en los físicos y fisiológicos. Pero, como lo señala Dewey, no ha ido más allá cuando se trata de considerar los temas e intereses más vitales del ser humano, las situaciones profunda y totalmente humanas. En otras palabras, la ciencia parece no tener nada que decir cuando se trata de pensar los asuntos concernientes a lo moral. Por consiguiente, la tarea apremiante de la filosofía en un mundo donde predomina la tecnología científica es la investigación moral que, tras un estudio profundo sobre las conexiones que tienen los grandes sistemas filosóficos con las condiciones socioculturales en que fueron planteados sus problemas, conduzca a establecer, con el rigor del método científico, nuevos fines, nuevos principios, nuevos ideales a los cuales ligar los nuevos medios que la nueva ciencia ha aportado para el desarrollo de la vida humana.

La reconstrucción, como tarea de la filosofía, debe partir entonces de una investigación (y todo lo que ella implica a nivel científico) sobre la moral en que se fundamentan los viejos prejuicios, las viejas tradiciones y las viejas costumbres establecidas en una época previa a la aparición de la ciencia moderna. No se trata de una

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erigidos en el pasado. Por el contrario, se trata de una labor eminentemente intelectual que mediante los métodos de observación, experimentación y pensamiento reflexivo (los mismos que han revolucionado en tan corto tiempo las condiciones físicas y fisiológicas de la vida humana) desarrolle, forme y produzca nuevos instrumentos o categorías para emprender una profunda investigación sobre la realidad moral del tiempo actual. Así, el blanco de la crítica pragmatista de Dewey no serán los grandes sistemas filosóficos del pasado que, en cuanto tales, se hallaban ligados a los problemas intelectuales de su tiempo y lugar, sino la ineficacia de sus planteamientos en una situación humana distinta.

En efecto, el progreso de la ciencia moderna puso en evidencia la casi habitual división entre un mundo físico y un mundo moral en la tradición filosófica occidental. Dualismos tales como mente/cuerpo, razón/espíritu, teoría/práctica, lo material/lo espiritual se sustentaban en esa extraña organización jerárquica de la realidad humana que la dividía en dos reinos: un reino de lo moral, de lo espiritual, cuya supremacía se daba por sentado, porque en él se reconocía el mundo de lo característicamente humano, de los intereses y preguntas más fundamentales; el otro reino, el reino de lo físico, de la percepción sensorial determinado por la materialidad de la naturaleza era, por ende, valorado como inferior dentro del espectro de los intereses humanos. El hombre aparecía así escindido entre el reino superior de la contemplación cognoscitiva y el mundo inferior de la manipulación artesanal.

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descubierto como las actitudes y conclusiones intelectuales ceden constantemente el puesto a otras distintas y nuevas, aún no ha sido llevada a cabo, aunque sea este el procedimiento habitual en todos los ámbitos de la ciencia natural. Dice Dewey: “No solucionamos los problemas: los superamos. Las viejas cuestiones se resuelven porque desaparecen, se evaporan, al tiempo que toman su lugar los problemas que corresponden a las nuevas aspiraciones y preferencia” (Dewey, 2000a, pág. 60)

Para Dewey resulta imposible y extremadamente difícil a nivel práctico

“convertir a unos medios radicalmente nuevos en servidores de finalidades que fueron señaladas cuando los medios de que disponía el hombre eran de clase muy distinta”

(Dewey, 2000a, pág. 61) Así, la tarea de reconstrucción de la filosofía, que no es otra cosa que emplear los nuevos medios que proporciona el método científico para desarrollar instrumentos y herramientas viables para la investigación en los hechos humanos o morales, debe hacerse “sin censura y sin lamentaciones” tomando como

punto de partida el reconocimiento y la aceptación de la universalización y predominio total del método científico en la realidad de la vida humana.

¿Cómo los avances de la ciencia natural han afectado el concepto clásico de la experiencia? ¿Cómo el desarrollo del método científico ha transformado la relación entre la experiencia y la razón? Estas preguntas las responderá Dewey a partir de los desarrollos alcanzados por la psicología y la biología que han permitido una nueva formulación sobre la naturaleza de la experiencia.

1.2La revolución darwiniana

Las viejas ideas ceden terreno lentamente, pues son algo más que formas lógicas abstractas y categorías: son hábitos, predisposiciones, actitudes profundamente arraigadas

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Para Dewey, la revolución intelectual que provocó Charles Darwin con la publicación en 1859 de El origen de las especies, donde consigna sus ideas principales sobre la teoría de la evolución, fue el punto de quiebre definitivo que cambiaría la manera de entender el mundo y la relación entre el hombre y la naturaleza. En efecto, la superioridad de lo estable y lo definitivo que durante siglos fue el elemento característico del conocimiento verdadero, se vendría abajo con la publicación del libro de Darwin, en donde presentaba “como perecedero y con origen todo aquello que hasta entonces era prototipo de estabilidad y perfección” (Dewey, 2000a, pág. 49). Aunque Dewey reconoce que en la ciencia física de los siglos XVI y XVII se hallan los gérmenes de la nueva actitud que se iba desarrollando con el avance del método científico, gracias a los descubrimientos sobre las leyes de la mecánica, reconoce en Darwin el golpe definitivo contra la concepción dualista clásica que reconocía una discontinuidad radical entre el hombre y la naturaleza ubicándolos en dos “universos”

inconmensurables entre sí: lo moral y lo físico. La influencia de Galileo, si bien fue evidente en los asuntos concernientes al universo mecánico, pues “significó un cambio de lo cualitativo a lo cuantitativo o métrico; de lo heterogéneo a lo homogéneo; de las formas intrínsecas a las relaciones; de las armonías estéticas a las fórmulas matemáticas; del goce contemplativo a la manipulación activa y el control; del reposo al cambio; de

los objetos eternos a las secuencias temporales” (Dewey, 1952, pág. 82), dejó de lado los asuntos profundamente humanos. Darwin, por su parte, extendió a la biología los mismos criterios metodológicos que habían dado a la ciencia experimental de los siglos pasados su poder. Universalizando el método científico, Darwin logró conquistar el fenómeno de la vida, demostrando así la amplitud y la eficacia de un método de investigación con alcances ilimitados.

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cuando declara que “(…) en el pensamiento contemporáneo el más poderoso disolvente de preguntas viejas, el principal catalizador de nuevos métodos, nuevas intenciones, nuevos problemas, es el que proviene de la revolución científica que alcanzó su clímax en El origen de las especies” (Dewey, 2000a, pág. 60). Así, Dewey reconocía que la perspectiva biológica evolutiva de Darwin transformaba el mundo de la reflexión filosófica clásica, en varios puntos básicos (Childs, 1956, pág. 27).

En primer lugar, el concepto de evolución, cuya tesis fundamental es el surgimiento y desaparición de las especies, implica pensar en la realidad no como un sistema estático y cerrado sino, por el contrario, como un proceso dinámico de transformación y de desarrollo. En ese sentido, un universo determinado por el progreso, lo inseguro, lo indeterminado y lo inesperado son sus rasgos esenciales; un universo donde el cambio es la regla y no la excepción.

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Esta perspectiva sobre el evolucionismo de Darwin fue determinante para la formulación de nuevos enfoques en distintas disciplinas, como la psicología y sus estudios experimentales sobre el desarrollo de la mente humana. En efecto, como consecuencia del punto de vista evolucionista según el cual el hombre no presenta diferencias absolutamente insalvables respecto de las otras especies animales, las nuevas escuelas psicológicas, como el funcionalismo, subrayan el estudio de la mente desde un enfoque funcional, esencialmente útil para la supervivencia del organismo humano. En ese sentido, el ser humano genera hábitos y pautas de conducta que buscan lograr su adaptación al medio circundante (Darwin, 1992, pág. 145).

Sin embargo la influencia de la teoría de Darwin se entiende a cabalidad cuando se comprende, como lo hizo Dewey, que su importancia radica en haber conquistado

“los fenómenos de lo vivo, permitiendo así que la nueva lógica se aplique a la mente, la

moral y la vida” (Dewey, 2000a, pág. 54). En ese sentido, el desarrollo de la nueva lógica que concluía con Darwin como el culmen de esa serie de reflexiones y procedimientos científicos que habían transformado la comprensión del mundo desde el siglo XVII, acababa de una vez por todas con la idea de la lógica del mundo clásico de que la vida se explicaba en razón de alguna causa remota o razón final. Con Darwin se daba el argumento final para concluir que mirar cara a cara los hechos mismos de la experiencia constituía el método más efectivo para comprender el mundo en su totalidad y asumir de manera responsable las capacidades intelectuales que la especie humana había adquirido en su proceso evolutivo para acrecentar su supervivencia. El hábito especulativo tan arraigado en la tradición filosófica de buscar justificación del mundo real en lo trascendente, en lo remoto y en lo absoluto poco a poco fue demostrando su futilidad. En palabras de Dewey:

“Aunque mil veces se demostrara dialécticamente que la vida en su conjunto está

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miedo, tal como se dan en lo concreto, seguirían siendo lo que son hoy y estando

precisamente donde ahora están” (Dewey, 2000a, pág. 59)

Este punto será fundamental en las formulaciones filosóficas de Dewey, especialmente en la insistencia en la idea de que las consecuencias en la vida práctica de los individuos debe ser el criterio decisivo para juzgar cualquier tipo de creencias, teorías o conceptos. En palabras de Peirce, citado por Dewey “el contenido racional de

una palabra u otra expresión reside exclusivamente en sus implicaciones concebibles

sobre la conducta en la vida” (Dewey, 2000b, pág. 62). De esta manera el significado de cualquier proposición, sea de tipo intelectual o moral, dependerá de la forma en que ésta sea aplicable a la experiencia humana para generar mayores posibilidades de control y

comprensión sobre las situaciones y acontecimientos problemáticos: “Una creencia, ya

sea metafísica o científica, teórica o práctica, abstracta o concreta, puede verse como un cierto tipo de hábito –una disposición a relacionar interpretativamente aspectos de la experiencia–encaminado a producir el éxito de una eventual acción” (Faerna, 1996, pág. 53). Desde esta perspectiva, su valor verdadero no está dado de antemano ni supuesto con anterioridad. Su validez depende de la eficacia que tenga respecto a su función asignada. Toda idea se convierte así en un instrumento o herramienta útil para satisfacer la necesidad de actuar del organismo humano. En palabras de Dewey, la lógica darwiniana obliga a entender el conocimiento desde una perspectiva instrumental en tanto su tarea se define como “[la proyección] de hipótesis sobre el modo de educar y conducir la mente, individual y socialmente, y queda por ello sujeto a prueba según

funcionen en la práctica las ideas que propone” (Dewey, 2000a, pág. 59)

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contraste entre estas dos visiones se sustenta en cuatro aspectos básicos (Dewey, 1964a, págs. 120-125):

 El mundo del conocimiento precientífico era un mundo cerrado, un mundo constituido y limitado en su interior por ciertas formas fijas, y al exterior por fronteras muy bien definidas. Por su parte, el mundo de la nueva ciencia es un mundo abierto, un mundo que varía indefinidamente y al que no es posible señalarle ni límites ni fronteras.

 El mundo del conocimiento clásico era un mundo en que lo fijo y lo inmutable eran de una calidad y una autoridad más elevada que aquello sometido al cambio y a la alteración. De ahí que la actitud precientífica fuera contemplativa, acogiendo el mundo tal y como se nos presenta, y no experimental, como es la ciencia moderna que se caracteriza por la experimentación, variando las condiciones en que se observan los objetos para descubrir las múltiples correlaciones entre los cambios.

 El mundo del conocimiento precientífico estaba constituido por objetos completos y acabados, sustancias dotadas de cualidades perfectamente ordenados y jerarquizados en un número limitado de clase, especie y género, sometidos a reglas y lugares fijos que garantizan la armonía de un mundo perfecto en virtud de su infinitud. Por su parte, el mundo del conocimiento científico es un mundo constituido por datos, es decir, problemas que suscitan la investigación y que deben ser objetos de reflexión e interpretación.

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del mundo conocido. Con el punto de vista mecánico que la ciencia moderna ofrece sobre la naturaleza ésta es despojada de las determinaciones finalistas y causas últimas, para someterse a las transformaciones y modificaciones que generan la aplicación práctica de las fórmulas, herramientas y máquinas que crea el método científico.

En síntesis, el desarrollo de la ciencia moderna ha cambiado nuestra visión del

mundo, al introducir en nuestras perspectivas: “las ideas de lo ilimitado de las

posibilidades, del progreso indefinido, del movimiento libre, de la igualdad de

oportunidades con independencia de límites fijos” (Dewey, 1964a, pág. 140). Hay a nuestro alcance un sinnúmero de medios, de herramientas, de instrumentos mediante los cuales es posible estudiar los fenómenos de la vida humana. El método científico, que es el método de la observación, la formulación de hipótesis y la comprobación experimental, ofrece un alcance tan profundo e ilimitado sobre la vida humana que la filosofía no puede permanecer indiferente ante este hecho evidente. Parece exigir un papel más eficaz que la simple renuencia a reconocer su influencia en los asuntos morales, es decir profundamente humanos, del hombre cuando la hegemonía de la ciencia en el mundo moderno hace inevitable pensar en aplicar los mismos procedimientos de investigación a los asuntos sobre, por ejemplo, las normas que regulan la conducta, la naturaleza del pensamiento o la cuestión de los valores. La simple insinuación de esta posibilidad, que puede inferirse con total plausibilidad a partir de los alcances del desarrollo progresivo del conocimiento humano, choca de inmediato

con todo un “bloque de prejuicios, tradiciones y costumbres institucionales que se

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1.3El germen de la noción deweyana de experiencia

En 1896 Dewey publica uno de sus primeros textos sobre psicología titulado El concepto de arco reflejo en psicología. En este pequeño artículo muchos reconocen el germen de las hasta ese momento incipientes ideas y conceptos filosóficos del joven profesor que por entonces trabajaba en la Universidad de Chicago. En efecto, el texto sobre el arco reflejo es, como bien lo dice Javier Sáenz Obregón en la introducción de Experiencia y Educación traducida por Lorenzo Luzuriaga, una especie de manifiesto funcionalista sustentado por la biología evolucionista de Charles Darwin y la psicología pragmatista de William James, en el que cuestiona la concepción dualista tradicional de alma y cuerpo todavía presente en la teoría psicológica del arco reflejo, la cual separa el estímulo y la respuesta como una serie de existencias desconectadas que tienen que ser ajustadas entre sí de alguna manera (Dewey, 2004, pág. 23).

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sensaciones, pensamientos y actos donde: “el estímulo sensorial es una cosa, la actividad

central, que hace las veces de idea, es otra, y la descarga motora, que representa el acto

propiamente dicho, una tercera” (Dewey, 2000c, pág. 100).

Según Dewey, como resultado de esto, la teoría del arco reflejo, y su distinción entre estímulo y respuesta, parece construirse sobre la idea clásica del viejo dualismo entre cuerpo y alma. De ahí que dicha construcción teórica no sea una unidad comprensiva y orgánica sobre lo que sucede realmente en la relación sensación/acción y

se convierta en un “centón de partes disjuntas, una conjunción mecánica de procesos

desagregados” (Dewey, 2000c, pág. 100). Para Dewey, aunque la psicología imperante establece que la sensación de luz actúa como estímulo cuya respuesta es alcanzar la mano y la quemadura resultante es un nuevo estímulo cuya respuesta inmediata es retirar la mano, para Dewey lo que realmente ocurre es lo siguiente:

“¿Cómo podemos denominar propiamente eso que no es sensación-seguida-de-idea-seguida-de-movimiento, sino que es, por así decir, el organismo mental del que sensación, idea y movimiento constituyen los órganos principales? Visto desde el lado fisiológico, el nombre idóneo para ese proceso más inclusivo sería el de coordinación.

(…) El análisis nos revela que empezamos, no con un estímulo sensorial, sino con una coordinación sensorio-motora, la coordinación óptico-ocular, y que en cierto sentido es el movimiento lo que es primario y la sensación secundaria, donde el movimiento de los músculos del cuerpo, cabeza y ojos determina la cualidad de lo que se experimenta. En otras palabras, el verdadero comienzo está en el acto de ver; es un mirar no una

sensación de luz” (Dewey, 2000c, pág. 101).

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“El estímulo es algo que hay que descubrir, que hay que desentrañar. (…) Tan

pronto como el estímulo queda adecuadamente determinado, entonces y solo entonces se completa también la respuesta. El logro de cualquiera de ellos significa que la coordinación se ha completado. Más aún, es la respuesta motora la que ayuda a descubrir y constituir el estímulo. Es el mantener el movimiento hasta un determinado

estadio lo que crea la sensación, lo que la hace liberarse.” (Dewey, 2000c, pág. 112)

Como consecuencia de la teoría evolucionista y su doctrina de la supervivencia de los más fuertes, las tesis principales que imperaban por entonces en la psicología se transformarían radicalmente. En efecto, las investigaciones de William James -una de las influencias intelectuales determinantes en el desarrollo del pensamiento deweyano- sobre los puntos de vista evolucionistas, según los cuales el hombre no presenta diferencias en absoluto insalvables respecto de las otras especies animales, llevarían a la psicología a plantear un enfoque funcionalista en sus indagaciones para comprender cómo las distintas propiedades y características de la mente facultan al individuo para el desenvolvimiento en su entorno habitual. Lo mental comenzaba a definirse por la función que cumple en relación con las necesidades de supervivencia del organismo, como se infería a partir de los experimentos para medir la capacidad de los animales para aprender y resolver problemas. Así, en contraposición con el enfoque estructuralista que analizaba las actividades mentales en sus componentes y elementos más simples (las sensaciones), para descubrir las leyes que gobernaban la combinación de estos elementos y poder conectar esos componentes con sus condiciones fisiológicas, el funcionalismo consideraba la mente y la conducta en su función adaptativa mediante la cual el organismo puede alcanzar los fines de la supervivencia individual y de la especie. Desde este punto de vista, las sensaciones no se definen por ninguna existencia psíquica particular ni se consideran datos de información. Las sensaciones cumplen una función específica, que es la de ser estímulos para la acción y así se convierten en “una

invitación y un estímulo para obrar de la manera debida. Un factor directivo en la

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no son entonces verdaderos elementos de conocimiento, pero no por considerarse un método de conocimiento inferior, imperfecto o incompleto, sino por ser provocaciones y estímulos para la reflexión y para la deducción que habrán de acabar en conocimiento. Así, a partir de los postulados biológicos de Darwin y los planteamientos psicológicos de James, Dewey reconoce que en todo lo que se manifiesta la vida hay un obrar: “La

persistencia de la vida estriba en que esta actividad sea continua y se amolde al medio.”

(Dewey, 1964a, pág. 151) Los seres vivos no se conforman con las circunstancias en las que viven sino que, por el contrario, constantemente transforman los elementos del medio en el que habitan buscando la supervivencia y la conservación de la vida. Ningún organismo, desde las almejas y amebas hasta las formas más elevadas de la vida, espera pasivo e inerte a que las fuerzas exteriores lo presionen y lo moldeen. Antes bien, actúa sobre las cosas que lo rodean y, en consecuencia, esos cambios que produce en el medio

circundante reaccionan a su vez sobre él mismo y sobre sus actividades: “el ser viviente padece, sufre, las consecuencias de su propio obrar” (Dewey, 1964a, pág. 152).

Así Dewey entiende la experiencia, en una incipiente definición sobre el concepto en cuestión, como una íntima conexión entre el obrar y el sufrir o padecer. El desarrollo de la ciencia moderna, marcado por la conquista darwiniana del fenómeno de la vida, ha permitido situar la experiencia dentro del mismo proceso de vivir, superando la idea de un supuesto atomismo de las sensaciones. En consecuencia, la necesidad de una facultad sintética de la razón supraempírica destinada a establecer las conexiones entre las sensaciones y la maquinaria kantiana y postkantiana de los conceptos a priori y las categorías destinadas a sintetizar los materiales de la experiencia, se muestran, según Dewey, obsoletas y prácticamente inútiles. Así, comienza a primar el sentido vital de la experiencia sobre el significado puramente cognoscitivo que ha primado a lo largo de la tradición filosófica.

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de la historia de la filosofía. A partir de esta necesaria revisión de la tradición filosófica, puede entenderse con mayor claridad la reconstrucción que hace Dewey sobre un concepto que, como bien lo dice James, es una palabra de dos filos: ambigua, confusa y contradictoria.

1.4La experiencia en la tradición filosófica

Tradicionalmente la experiencia se ha entendido de diversos modos según el autor y la escuela de pensamiento que haga de este concepto su objeto de reflexión. Sin embargo, las diferentes acepciones que se han dado del término comparten ciertos rasgos comunes sobre la naturaleza de la experiencia en relación con el conocimiento. Uno de ellos es la desconfianza radical hacia lo artesanal, hacia lo práctico, hacia lo empírico, como fuente de conocimiento verdadero. La escisión entre un reino superior de la contemplación cognoscitiva de lo inmutable, de lo seguro, de lo ideal y un reino inferior de la manipulación artesanal de lo que cambia, de lo contingente, de la experiencia cotidiana ha determinado, según Dewey, buena parte de los problemas y las discusiones filosóficas a lo largo de la historia, lo que genera un aspecto común a todas las teorías

del conocimiento: “lo conocido antecede al acto mental de su observación e

investigación y no resulta afectado por éste; de lo contrario no sería fijo e inmutable”

(Dewey, 1967, pág. 20).

Para Dewey, la filosofía moderna que hace de la epistemología el tema

primordial de sus reflexiones “ha absorbido el dogma estoico de la impasibilidad, de la imperturbabilidad, de la absoluta imparcialidad, de la completa sujeción a una realidad completa y prefabricada como un ideal profeso” (Dewey, 1977a, pág. 85). En efecto, las diferentes escuelas de pensamiento que difieren entre sus definiciones de experiencia de forma tan parecida a como lo hacen en sus concepciones del fin y método del

conocimiento, coinciden en su devoción por “la identificación de la realidad con algo

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purgadas de cualquier tipo de referencia personal, origen y punto de vista” (Dewey, 1977a, pág. 86). Este menosprecio a la experiencia, traducido para Dewey en una despreocupación hacia lo real, se hace evidente cuando se revisan las distintas definiciones de experiencia que han marcado la tradición filosófica.

Siguiendo las definiciones consignadas de manera escueta por José Ferrater Mora en su Diccionario de filosofía, podemos encontrar otros rasgos comunes en la noción clásica del concepto de experiencia. Ésta puede entenderse desde una doble perspectiva: 1) la experiencia se refiere al registro, o a la confirmación, de datos empíricos o de teorías y 2) la experiencia está en relación con el hecho de vivir, que se da con anterioridad a toda reflexión o predicación (Mora, 1994). Nos centraremos en exponer tres conceptos principales de experiencia que, según Dewey, han modelado el pensamiento filosófico. El primero surge de la filosofía griega clásica y atraviesa toda la historia de la filosofía de diversas maneras hasta el siglo XVII. El segundo es el concepto empirista de experiencia, característico del siglo XVIII y de la filosofía de comienzos del siglo XIX. Por último, el tercer concepto se desprende de los planteamientos filosóficos de Kant y el idealismo alemán. Mientras exponemos los puntos principales que sustentan la visión particular de cada corriente de pensamiento sobre la experiencia, mencionaremos los aspectos positivos y negativos que Dewey reconoce en cada una de ellas. Sobre este punto, me basaré en el estudio sobre el ensayo

de Dewey “Una investigación empírica sobre empirismos” consignado en el excelente

trabajo de Richard Bernstein sobre la obra de Dewey (Bernstein, 2010, págs. 83-94):

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experticia mecánica propia de un artesano. En ese sentido la experiencia significaba la información acumulada sobre el pasado, transmitida a través del lenguaje y el aprendizaje de artes y habilidades, y condensada en generalizaciones prácticas sobre cómo hacer cierto tipo de cosas. En ese sentido, la experiencia consistía para Platón en un tipo de conocimiento práctico constituido por datos empíricos que exige cierto tipo de destrezas y habilidades aprendidas a través del hábito y la costumbre. De esta manera, el mundo de la experiencia se diferenciaba radicalmente del mundo de las ideas y el conocimiento verdadero, constituido por el conocimiento racional de la naturaleza eterna de las cosas.

Para Aristóteles la experiencia queda mejor integrada dentro de la estructura del conocimiento: es algo que poseen todos los seres vivos dotados de órganos sensoriales en la medida en que, a partir de lo percibido y de las relaciones que pueden establecer en ello, ordenan su acción futura. La experiencia surge de los recuerdos, ya que la persistencia de las mismas impresiones va tejiendo la experiencia. La experiencia es la aprehensión de lo singular, sin la cual no habría posibilidad de ciencia. Solo la experiencia puede proporcionar los principios pertenecientes a cada ciencia: hay que observar primero los fenómenos y ver luego qué son, para proceder a las demostraciones. Sin embargo, aunque la experiencia es un estadio necesario e imprescindible para alcanzar el conocimiento científico, no es suficiente por sí mismo y no puede revelar la naturaleza de lo real.

Para Dewey, con Platón se iniciaba la tradición clásica de entender la experiencia desde un sentido peyorativo y, con Aristóteles, la idea de comprenderla como un asunto cognoscitivo. Sin embargo, reconocía la capacidad de los filósofos griegos para comprender la naturaleza de la experiencia desde una perspectiva social que señalaba el modo en que ésta se desarrolla y se transmite por medio del hábito y la costumbre. Asimismo destacaba en el pensamiento aristotélico la idea de poner en relación las funciones biológicas con las cognoscitivas. Para Dewey, “la visión

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un mundo natural y una sutil apreciación de interacción entre conocimiento y

acción” (Bernstein, 2010, pág. 88)

2. En la modernidad, Bacon considera que el vocablo experientia representa la aprehensión de cosas singulares y, al mismo tiempo, una iluminación interior. Pero lo que predominó durante los primeros siglos fue la noción de experiencia en cuanto sensu oritur, es decir, originada en los sentidos. Bacon insiste en la necesidad de atenerse a la experiencia no sólo como punto de partida para el conocimiento, sino como su fundamento último. La mejor demostración consiste en la experiencia y existen dos tipos posibles: la vulgar, que tiene lugar por accidente, o la buscada o científica. Para Bacon, la ciencia se basa en la experimentación como experiencia ordenada. Por otra parte, los racionalistas estiman que la experiencia representa un acceso a la realidad confuso y mutilado, pues la experiencia es entendida como experiencia vaga. Para Leibniz, por ejemplo, la experiencia solo da proposiciones contingentes, pues las verdades eternas solamente pueden adquirirse por medio de la razón.

Sin embargo, la protagonista de la crítica de Dewey será la noción de experiencia de la tradición empirista, normalmente considerada la visión filosófica paradigmática sobre el concepto en cuestión. Para Dewey, los empiristas consideran que la experiencia se relaciona con la aprehensión intuitiva de cosas singulares, de impresiones de los sentidos, y constituye la condición y el límite de todo conocimiento merecedor de tal nombre. Así, la razón deja de ser considerada como esa facultad única que permite conocer de forma directa la naturaleza esencial de lo real. Para Locke, por ejemplo “muchas de las verdades reivindicadas en nombre de

la razón aparecían como dogmas disfrazados, confeccionados sobre la tradición y el prejuicio, muchos de los cuales habían prosperado bajo la férula de la razón hasta

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conocimiento sobre la realidad a través del contacto directo con la naturaleza, pues las sensaciones son entendidas como el origen y la base del conocimiento sobre lo real.

Para Dewey, el empirismo británico fue valioso y significativo en tanto contribuyó a afirmar el lugar activo del individuo en el proceso del conocimiento y revindicar, a nivel social, los derechos inalienables de toda persona. Destaca la idea de la libertad del pensamiento a través de la crítica empirista a la influencia nociva de ciertas tradiciones e instituciones para el cultivo de la individualidad. Sin embargo, Dewey señala cómo el concepto empirista de experiencia tenía un sinnúmero de contradicciones internas. Por ejemplo, aunque este concepto fue desarrollado en el marco del avance de la ciencia experimental, el empirismo no pudo dar cuenta de la nueva lógica científica en tanto consideraba al hombre como un espectador pasivo que acumulaba y recibía la experiencia, mientras que el avance de la ciencia subrayaba el valor de la actividad dirigida y regulada. Sin embargo, Dewey rescata el valor crítico del empirismo pues reconoce que “su poder como

disolvente de la tradición y de la doctrina fue mucho mayor que su fuerza

constructiva” (Bernstein, 2010, pág. 91). Dewey también destaca la idea empirista según la cual es la experiencia, y no cualquier tipo de realidad trascendente, la que deber ser el tribunal final de toda reivindicación de conocimiento.

Aunque Dewey reconoce que el empirismo no fue capaz de desarrollar un teoría de la experiencia que diera cuenta de la nueva lógica de la ciencia experimental, ya que sus reflexiones se centraron en la construcción compleja y artificial de una teoría sobre la naturaleza de la percepción sensible, admira su capacidad crítica y de refutación de los prejuicios y dogmas tradicionales.

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toda experiencia o del fundamento de toda experiencia. Para Fichte, por ejemplo, el filósofo puede abstraer o separar mediante la libertad del pensar lo unido en la experiencia. En la experiencia están inseparablemente unidas la cosa, aquello por lo que debe dirigirse el pensamiento, y la inteligencia, que es la que debe conocer. Si abstrae de la primera obtiene una inteligencia en sí, abstraída de su relación con la experiencia. Si abstrae de la segunda, obtiene una cosa en si, abstraída de que se presente la experiencia. A lo primero se llama idealismo y a lo segundo dogmatismo. Para Dewey, la figura de Hegel fue determinante para definir el carácter de su pensamiento filosófico. En Del absolutismo al experimentalismo reconoce que la idea hegeliana de síntesis fue determinante a la hora de rechazar cualquier tipo de planteamiento que comprendiera la realidad como algo estático, formal y dualista:

“La síntesis hegeliana de sujeto y objeto, materia y espíritu, lo divino y lo humano, no fue, sin embargo, una mera fórmula intelectual; operó como un inmenso desahogo, como una liberación. El tratamiento hegeliano de la cultura humana, de las instituciones y las artes, incluía la disolución misma de rígidas paredes divisorias y tenía una especial atracción para mí.” (Dewey, 1991, pág. 7). De Hegel, Dewey extrajo la idea de una relación orgánica entre sujeto y objeto, la idea de un principio de unidad viviente y la idea de una interacción e interdependencia orgánica. Si bien esa influencia inicial del organicismo hegeliano se subsumiría años después en la perspectiva científica adoptada por Dewey, nunca negó ni ignoró que Hegel había dejado un depósito permanente en su pensamiento.

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antes de toda reflexión, se contrapone a la idea deweyana de la estrecha interrelación orgánica entre la experiencia y la razón. Así, aunque cada una de estas teorías contiene elementos importantes para entender la noción de experiencia, tienen también serias contradicciones que Dewey pretende superar con la reconstrucción o resignificación de ese mismo concepto.

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Capítulo 2

LA CONCEPCIÓN DE EXPERIENCIA EN JOHN DEWEY

Una onza de experiencia es mejor que una tonelada de teoría simplemente porque solo en la experiencia la teoría tiene significación vital y comprobable(Dewey, 1998, pág. 128)

La experiencia es, para Dewey, el medio o instrumento por excelencia que le permite al hombre investigar con detalle los fenómenos de la naturaleza. En este sentido, la definición tradicional de experiencia que la entiende como todo aquello percibido por los sentidos o todo aquello que nos sucede, como un asunto fundamentalmente cognitivo, plagado de subjetividad y que hace referencia a un conjunto de situaciones acontecidas en el pasado, no parece ser efectiva a la hora de entender esa conexión estrecha entre pensamiento y acción que Dewey pretende reconstruir, animado por la influencia de la filosofía pragmatista norteamericana. Es un tema que, tanto en Dewey como en William James y Charles Sanders Peirce, es fundamental en sus reflexiones filosóficas, psicológicas y lógicas. En efecto, el pragmatismo, que se construye en buena parte como una crítica al empirismo británico, puede entenderse como una resignificación o una reconstrucción más amplia de un concepto básico en los planteamientos filosóficos de Locke y Hume como es el de experiencia.

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El problema de la experiencia constituye un elemento central dentro del amplio campo de intereses de la filosofía de John Dewey y es, a su vez, uno de los elementos articuladores de sus trabajos en pedagogía, psicología, política y estética. Como veíamos en el primer capítulo, en uno de sus primeros artículos de psicología - El concepto de arco reflejo en Psicología (1896)- surgen algunos temas y conceptos fundamentales de su obra filosófica, como lo son la proyección de la experiencia presente en las posibles experiencias futuras y la unidad orgánica de los acontecimientos. Si bien es un texto de carácter eminentemente científico, puede considerarse como la matriz del pensamiento de Dewey, no sólo por su contenido temático sino por el diálogo que establece entre las disciplinas científicas y la reflexión filosófica, característica fundamental de su obra en tanto sus planteamientos filosóficos se derivan de los descubrimientos de la psicología, los avances de la biología y los progresos científicos de las ciencias naturales.

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del trabajo filosófico a través de la reconstrucción necesaria de ciertos conceptos y nociones propias de la tradición que habrá de permitirle a la filosofía dar respuesta a las inquietudes y problemas más apremiantes de la vida contemporánea.

Para exponer de manera detallada la noción de Dewey sobre el concepto de experiencia, comenzaremos con el examen sobre los cinco puntos de discrepancia entre la tradición filosófica y la propuesta de Dewey en torno al concepto en cuestión, consignados en su texto de 1917 La necesidad de una recuperación de la filosofía. La crítica que Dewey hace de la noción tradicional de experiencia se sintetiza en esos cinco puntos de contraste que, a su vez, resumen los aspectos clave de su redefinición del mismo concepto. Ya vimos cómo la tarea reconstructiva del concepto en cuestión obedece a un trabajo más amplio que, en una perspectiva pragmatista, busca redefinir el trabajo filosófico en un mundo dominado por la metodología científica. Esto no significa hacer una apología aireada y nostálgica de la filosofía, sino, por el contrario, una profunda crítica sobre el sentido mismo del trabajo filosófico en un mundo actual, que ya no requiere verdades últimas ni especulaciones sobre lo suprasensible, sino reflexiones vitales sobre los problemas y desafíos de un individuo situado en un universo abierto, ilimitado, infinito, donde el cambio es la regla y no la excepción. Los cinco puntos de contraste nos darán una perspectiva más amplia sobre la concepción deweyana de experiencia y nos permitirán entender con mayor profundidad los aspectos fundamentales de su filosofía.

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como se constituyen las tesis principales del pensamiento de Dewey. Tradicionalmente la experiencia ha sido entendida desde una perspectiva empirista. En contraposición, Dewey propone una concepción experimental que restablece la relación estrecha entre la experiencia y el pensamiento.

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2.1 La crítica a la noción clásica de experiencia

La filosofía de John Dewey se caracteriza por un fuerte talante naturalista, en tanto sus reflexiones se construyen en diálogo con los avances progresivos de la ciencia experimental. Como veíamos, una primera aproximación al problema de la experiencia surge precisamente a partir de un estudio científico sobre el concepto psicológico del arco reflejo. Sin embargo, la referencia a la ciencia no es sólo un recurso intelectual en el pensamiento de John Dewey. Ante todo, constituye el reconocimiento de una de las tesis básicas de su filosofía, la cual plantea que todo sistema filosófico puede comprenderse mejor desde el trasfondo cultural de los contextos particulares en los que surge. En palabras de Bernstein “toda gran filosofía está íntimamente vinculada al entorno cultural

en que emerge. Refleja sus aspiraciones básicas, sus perplejidades, los conflictos de la cultura, y pretende dar un nuevo orden, una nueva coherencia y una nueva dirección a

aquello que se funda en la experiencia cultural” (Bernstein, 2010, pág. 44).

En ese sentido, la filosofía no puede sustraerse a la realidad efectiva de una época en la que una cosmovisión heredada de una época precientífica es completamente ajena y extraña, en un mundo en el que la ciencia moderna ha trastocado por completo los viejos marcos de explicación sobre la naturaleza y el hombre. Esto significa que los problemas vitales de los contextos particulares en los que surgieron los sistemas filosóficos del pasado ya no son la fuente de las inquietudes más apremiantes del mundo contemporáneo. Esta situación exige, como veíamos, redefinir la función y el lugar de la filosofía a través de la reconstrucción de sus conceptos e ideas tradicionales, pues éstos ya no parecen ser útiles para interpretar los problemas y desafíos que se originan por un sinnúmero de acontecimientos científicos y sociales en una situación humana distinta.

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actuales. Desde esta perspectiva, Dewey escribe en 1917 un texto titulado La necesidad de recuperar la filosofía que, ya de entrada, sitúa la reflexión sobre la naturaleza misma de la filosofía como una tarea ineludible y apremiante. Dice Dewey:

“Lo que los hombres de intención sincera no involucrados en el negocio

profesional de la filosofía más desean saber es qué modificaciones y abandonos de herencia intelectual son los que requieren los nuevos movimientos industriales, políticos y científicos. Ellos desean saber qué es lo que esos nuevos movimientos significan cuando son traducidos a ideas generales. A menos que la filosofía profesional pueda movilizarse suficientemente para ayudar en esta clarificación y redirección de los pensamientos de los hombres, es probable que se desvíe cada vez más de las principales

corrientes de la vida contemporánea.” (Dewey, 1982, pág. 3)

En ese sentido, el propósito fundamental de este escrito no será otro que

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