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SANTA TERESA DE CALCUTA, TESTIGO DE LA MISERICORDIA

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SANTA TERESA DE CALCUTA, SANTA TERESA DE CALCUTA, TESTIGO DE LA MISERICORDIA TESTIGO DE LA MISERICORDIA

Comentarios y selección de textos:

Matilde Eugenia Pérez Tamayo

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CONTENIDO

Introducción

1. Pinceladas biográficas

2. La llamada dentro de la llamada 3. Con los más pobres entre los pobres 4. Una fe firme como una roca

5. La alegría de amar y servir

6. El valor de la vida humana y dignidad de la persona

7. Oraciones de la Madre Teresa

8. ¿Qué nos dice hoy, a ti y a mi, la Madre Teresa?

ANEXOS

1. Homilía del San Juan Pablo II en la Misa de Beatificación de la Madre Teresa de Calcuta 2. Homilía del Papa Francisco en la Misa de Canonización de la Madre Teresa de Calcuta 3. Testimonios sobre la Madre Teresa

4. Oraciones para pedir la intercesión de Santa Teresa de Calcuta, en una necesidad

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La Buena Noticia de Dios es que Dios todavía ama al mundo a través de cada uno de nosotros.

Nosotros somos la Buena noticia de Dios, el amor de Dios en acción.

Jesús no puede caminar por las calles del mundo entero.

Por lo tanto, a través de nosotros él obra, camina, toca al pobre.

Santa Madre Teresa de Calcuta

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INTRODUCCIÓN

Hay personas que pasan por el mundo dejando en él su huella, y su memoria perdura en el tiempo, de manera especial entre sus familiares, amigos y conocidos.

Otras van más allá de ser recordadas por sus allegados. Su huella es más profunda y definida, y se hacen un lugar en la historia, en diferentes aspectos del quehacer humano.

Hay quienes se destacan en el campo de las ciencias, y su trabajo marca un nuevo rumbo para su desarrollo a mediano y largo plazo.

Otros lo hacen en el campo del pensamiento, y su manera de ver la vida y al ser humano en su esencia y su quehacer, señalan un horizonte a la humanidad entera, con más o menos acierto.

Algunos más lo hacen en el campo de las artes, de la política, del deporte, de la religión, en fin.

La tarea de todos y cada uno de ellos y ellas

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permite, sin duda, que la humanidad entera avance en el tiempo, superando obstáculos y proponiéndose nuevas metas, cada vez más exigentes, como lo hace un atleta que constantemente está batiendo su propia marca.

Pero hay otras personas que van aún más lejos, y con su ser y su quehacer iluminan no sólo un campo del saber y del actuar humanos, sino que enriquecen la misma esencia humana, la dignifican y la elevan, siguiendo el plan de Dios al crearnos como sus hijos muy queridos.

Una de estas personas es, sin duda, la Madre Teresa de Calcuta – Santa Teresa de Calcuta –, conocida y reconocida no solo en el ámbito de la Iglesia Católica, al que pertenece estrictamente, sino también en el plano social y humano en general, por su trabajo en favor de “los pobres más pobres”, primero en la India, país que adoptó como suyo, y luego, paso a paso, en el mundo entero, a través de sus discípulas y discípulos, las y los Misioneros y de la Caridad, congregaciones religiosas por ella fundadas.

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Todavía hoy, más de 20 años después de su muerte, ocurrida en 1997, los Misioneros y Misioneras de la Caridad, dispersos por el mundo, hacen presente su legado, sirviendo a las personas más marginadas de la sociedad, con diligencia y amor; a los rechazados y los excluidos; a los descartados como “inservibles”, porque por sus distintas situaciones particulares, no pueden contribuir al desarrollo material de una sociedad en la que lo que vale es poseer bienes materiales, producir, consumir, ser bello, ser joven, gozar de perfecta salud, agradar a otros, alcanzar el éxito social y económico, saber imponer el propio criterio, y otras cosas por el estilo.

De la Madre Teresa se ha dicho y se ha escrito mucho, en todos los ámbitos de la sociedad y de la Iglesia, pero a veces tenemos pocas oportunidades de conocer y penetrar en su mente y en su corazón.

Conocer de primera mano su pensamiento, profundizar en sus motivaciones para emprender una tarea tan necesaria pero también tan difícil, buscando a las personas más hundidas y despreciadas, sólo con la intención de “dignificarlas” en su pobreza y su

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enfermedad, en su soledad y su abandono, y ayudarlas a vivir y a morir en paz, haciéndolas sentirse importantes y queridas por Dios, a pesar de su vida de total pobreza material y espiritual.

La vida de la Madre Teresa es interesante hermosa, y profundamente motivadora, y lo son también – por supuesto -, los pensamientos y los sentimientos, los anhelos y las convicciones, que la llevaron a ser como fue, y a hacer lo que hizo a lo largo de su vida, pero de un modo especial a partir de septiembre de 1946, cuando una “llamada dentro de la llamada” la condujo por nuevos caminos en la búsqueda de saciar la sed de Jesús - “de almas y de amor” - la sed de Jesús encarnado y presente – hoy y siempre - en los hombres y mujeres atropellados por el sufrimiento en todas sus formas.

Intentemos acercarnos a ella seguros de que encontraremos en el ejemplo de su vida y en la riqueza de sus palabras, luces que iluminarán nuestra mente y nuestro corazón, y nos ayudarán a vivir con mayor alegría y amor, de manera activa y efectiva, nuestra fe

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cristiana, nuestro seguimiento de Jesús como discípulos suyos, cada uno según sus propias circunstancias y posibilidades.

Dejemos que la Madre Teresa nos interrogue, que cuestione nuestras prioridades, que sacuda nuestro egoísmo y nuestra comodidad, que nos muestre las realidades del mundo que no conocemos verdaderamente, y que, con la gracia de Dios, descubra para nosotros y nuestra vida un camino nuevo y más comprometido con la verdad y la belleza del Evangelio de Jesús, que nos invita a todos a vivir con la dignidad propia de los hijos de Dios, y a estar atentos a las necesidades de los otros para que ellos también puedan lograrlo.

Vivimos tiempos difíciles en todos los órdenes, y sensibilizarnos frente a la injusticia, el sufrimiento, la soledad, la angustia, que padecen tantas personas en el mundo, para ayudarlos en lo que nos es posible, es una exigencia que no da espera.

Seguro que todo será para mayor gloria de Dios, bien nuestro y de quienes comparten su

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vida con nosotros.

Como decía Jesús: “El que tenga ojos para ver, que vea, y el que tenga oídos para oír, que oiga” (Mateo 13, 9).

Matilde Eugenia Pérez Tamayo

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Lo único que quiere el buen Dios es nuestro amor y nuestra confianza en Él.

Dondequiera que vayas,

busca siempre la belleza

y la inmensa bondad de Dios.

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1. PINCELADAS BIOGRÁFICAS

“De sangre soy albanesa.

De ciudadanía, India.

En lo referente a la fe, soy una monja católica.

Por mi vocación, pertenezco al mundo.

En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús”.

Madre Teresa de Calcuta La Madre Teresa no escribió nunca una autobiografía. Ni su humildad ni su exigente trabajo con los pobres más pobres le permitía tener tiempo para hacerlo.

Sin embargo, las circunstancias de su labor misionera, primero en la India, y luego, a través de las Congregaciones religiosas que fundó, a lo largo y ancho del mundo, la llevaron a hablar públicamente muchas veces, en conferencias y entrevistas que nunca buscaba, pero a las que se sentía “obligada” a responder, como parte de la tarea que Dios le había encomendado, y que ella se había propuesto seguir al pie de la letra, en bien de

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aquellos que amaba con todo su corazón y servía con humildad y dedicación.

Desde que empezó a ser reconocida en el mundo, muchos periodistas, escritores, sacerdotes, teólogos, investigadores sociales, han encontrado en sus intervenciones:

discursos, conferencias, entrevistas, y también, en su correspondencia con sus hermanas religiosas y sus colaboradores laicos, y con sus directores espirituales, – reveladas estas últimas sólo después de su muerte y su canonización -, algunas referencias claras de la Madre a su vida personal, y a sus sentimientos y pensamientos más profundos; todas ellas nos ayudan a conocer con certeza y claridad los momentos más importantes de su vida.

 PRIMEROS AÑOS

La Madre Teresa nació en Uskub, ahora Skopie, en la antigua Yugoslavia, y actualmente perteneciente a Macedonia del Norte, el 26 de agosto de 1910, pero solía celebrar su cumpleaños el día siguiente, 27 de agosto, por ser este el día en que la

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bautizaron. Su nombre de pila era Agnes Gonxha Bojaxhiu.

Era la menor de los tres hijos de un matrimonio acomodado, que había llegado de Albania. Tenía un hermano y una hermana mayores que ella. Su padre murió cuando contaba apenas 8 años de edad. Su madre la educó con esmero en la fe católica que ella y su padre practicaban.

En su niñez asistió a la escuela pública estatal, y también participó como soprano solista del coro de su parroquia. Además pertenecía a la Congregación Mariana donde comenzó a interesarse por las historias de los misioneros jesuitas de Yugoslavia que trabajaban en Bengala, al noroeste de la India.

Hizo su Primera Comunión a los 5 años de edad, a los 6 recibió la Confirmación, y a los 12 ya estaba totalmente segura de que debía ser monja.

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 VOCACIÓN RELIGIOSA

En alguna ocasión contó:

Tenía yo 12 años nada más, cuando sentí por primera vez el deseo de hacerme monja.

Frecuentaba una escuela no católica, pero había muy buenos sacerdotes que ayudaban a niños y niñas a seguir su vocación, según la llamada de Dios. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi llamada era hacia los pobres.

La decisión definitiva sobre su vida la tomó el 15 de agosto de 1928, algunos días antes de cumplir sus 18 años, mientras rezaba en la capilla de la Virgen Negra de Letnice, donde acudía con frecuencia con su mamá y sus hermanos, en peregrinación.

Sobre este acontecimiento importante de su vida nos cuenta:

La mía era una familia feliz. Pero finalmente a los 18 años decidí dejar mi casa. Desde entonces jamás he tenido la menor duda de que tenía razón. Era la voluntad de Dios: la

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elección la hizo Él.

El 26 de septiembre de 1928 se dirigió con una amiga a la Abadía de Loreto, perteneciente a la Congregación religiosa católica denominada Instituto de la Bienaventurada Virgen María, en Rathfarnham, Irlanda. Desde aquel momento no volvió a ver a su madre ni a su hermana.

A su hermano pudo visitarlo siendo ya mayor, en sus viajes a Roma, donde él se había establecido.

Al comienzo su idea más clara era aprender inglés, para poder ir a la India como misionera, pero más adelante hizo la petición correspondiente, y fue admitida como postulante en la Congregación de las Hermanas de Loreto.

Finalmente, en noviembre de 1928 su superiora religiosa la envió a la India, concretamente a la ciudad de Calcuta, a donde llegó el 6 de enero de 1929, sintiendo en lo más profundo de su corazón una gran alegría. Este era el cumplimiento de la primera de sus metas.

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 EN LA INDIA

En Darjeeling – India -, cerca a las montañas del Himalaya, inició su noviciado, aprendió bengalí, el idioma de la región, y fue profesora en la escuela de Santa Teresa, que dirigía la congregación religiosa a la que pertenecía.

Después de hacer sus votos de pobreza, castidad y obediencia, y elegir ser llamada

“Teresa”, en honor de santa Teresa de Lisieux, patrona de los misioneros y de las misiones católicas, a quien admiraba profundamente, fue trasladada al Colegio de Santa María en Entally, al este de Calcuta, para ser profesora.

Hizo sus votos perpetuos en la Congregación de Loreto, el 14 de mayo de 1937, y continuó trabajando en el colegio de Entally como profesora de Historia y Geografía, y luego como Directora.

En 1942, con el permiso de su director espiritual – un misionero jesuita - la por entonces Hermana Teresa, hizo un voto

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privado para manifestar su gran amor a Dios y su total disposición para realizar todo lo que su corazón sintiera que Él le pedía. Así lo anotó en su diario espiritual:

Hice un voto a Dios, obligándome, bajo pena de pecado mortal, a darle todo lo que Él me pidiera y a no negarle nada.

Fue esta una locura de amor que ella mantuvo en secreto hasta su muerte.

Los 20 años que la Madre Teresa permaneció en la Comunidad de Loreto los vivió con gran alegría, amando a sus hermanas religiosas y a sus alumnas del colegio, con caridad profunda, altruismo y coraje.

Se distinguió también por una gran capacidad de trabajo y un talento natural para la organización, así como por un profundo espíritu de oración y de fidelidad a Jesús, a quien amaba profundamente, y por quien estaba dispuesta a todo.

La Madre Teresa disfrutaba, sin duda, enseñar en el colegio, atendiendo a las niñas

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de familias pudientes, confiadas al cuidado de las religiosas por sus padres, pero cada día la perturbaba más la pobreza que veía por todos lados. Una pobreza que se agravó por la hambruna de 1943, debida en parte a la Segunda Guerra Mundial, y también a la violencia hindú-musulmana de 1946, originada, paradójicamente, en la independencia de la India de la Corona Británica.

 UNA NUEVA LLAMADA

El 10 de septiembre de 1946, cuando era la Directora del Colegio de Entally, la Madre Teresa experimentó lo que más tarde describió como la “llamada dentro de la llamada”, según refirió en sus cartas y de viva voz a su director espiritual y al obispo de su diócesis.

El hecho ocurrió justamente en un viaje en tren, rumbo al convento de Darjeeling para su retiro espiritual anual, y para tomar allí unas cortas vacaciones. Jesús mismo le pidió claramente, en aquella ocasión, que dedicara su vida a los excluidos de la sociedad, a los

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abandonados y descartados por cualquier causa.

Durante las sucesivas semanas y meses, mediante locuciones interiores, que consignó luego por escrito, Jesús le reveló el deseo de su Corazón de encontrar “víctimas de amor”

que “irradiaran a las almas su amor”. “Ven y sé mi luz”, le suplicó. “No puedo ir solo”.

Jesús le reveló su dolor inmenso por el olvido de los pobres, su pena por la ignorancia que tantas y tantas personas tenían de él, y su deseo de ser conocido y amado por todos. Y, finalmente, le solicitó que fundara una Congregación religiosa dedicada exclusivamente al servicio de los más pobres, para rescatarlos de su abandono material y espiritual, y devolverles la dignidad que les es propia.

Ella misma nos cuenta sobre este momento tan especial de su vida:

En Loreto yo era la monja más feliz del mundo. Abandonar el trabajo que allí realizaba fue un gran sacrificio. Lo que no

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tuve que abandonar fue mi condición de religiosa. El cambio no se refirió más que al trabajo, ya que mis Hermanas de Loreto se limitaban a enseñar, que es un auténtico apostolado por Cristo, pero mi vocación específica, dentro de la vocación, era por los pobres más pobres.

Fue una llamada desde el interior de mi vocación: como una segunda vocación. Era la orden de renunciar a Loreto, donde era feliz, para servir a los pobres de las calles.

En 1946, mientras me dirigía a Darjeeling en tren para hacer ejercicios espirituales, advertí una llamada a renunciar a todo y a seguir a Cristo en los suburbios, para servir entre los pobres más pobres.

Fue una orden. Fallar habría significado quebrantar la fe.

 CON LOS POBRES DE CALCUTA Transcurrieron casi 2 años en los que la Madre Teresa vivió diversas pruebas y realizó un profundo discernimiento sobre lo que

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había experimentado, acompañada por su director espiritual, hasta que fue autorizada para poner por obra el pedido que había recibido de Jesús.

Después de mucha oración, consultas con su director espiritual y el obispo de su diócesis, y siguiendo los trámites correspondientes ante el Vaticano, el 8 de agosto de 1948, la Madre Teresa recibió el permiso expreso de dejar la Comunidad de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto, a la que pertenecía, para empezar a hacer realidad el “mandato” que había recibido del Señor.

El 17 de agosto de 1948 la Madre Teresa se vistió por primera vez con el sari blanco adornado con cintas azules con el que la vemos en las fotografías – era su nuevo hábito -, se calzó las sandalias, y atravesó las puertas de su amado convento de Loreto para entrar en el mundo de los pobres más pobres.

Sólo llevaba en el bolsillo 5 rupias para sus gastos más urgentes.

Después de un breve curso de enfermería con las Hermanas Médicas Misioneras en la

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ciudad de Patna, regresó a Calcuta donde encontró alojamiento temporal en la comunidad de las Hermanitas de los Pobres.

El 21 de diciembre de este mismo año 1948, la Madre Teresa fue por primera vez a uno de los barrios más pobres de Calcuta, donde sus ojos vieron lo que no habían visto nunca.

Visitó algunas familias que vivían en verdaderos “huecos”, lavó las heridas de algunos niños, se ocupó de un anciano enfermo que estaba tirado en la calle y cuidó a una mujer que se estaba muriendo de hambre y de tuberculosis.

A partir de entonces comenzaba cada día entrando en comunión con Jesús en la Eucaristía, y salía de la casa religiosa donde estaba hospedada, con el rosario en la mano, para encontrar y servir a Jesús en los no deseados, los no amados, aquellos de los que nadie se ocupa.

En alguna ocasión contó:

Hacía falta un techo para acoger a los

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abandonados. Para buscarlo, me puse en

marcha… Caminé, caminé

ininterrumpidamente, hasta que ya no pude más. Entonces comprendí mejor hasta qué punto de agotamiento tienen que llegar los verdaderos pobres, siempre en busca de un poco de alimento, de medicinas, de todo.

El recuerdo de la tranquilidad material de que gozaba en el convento de Loreto se me presentó en aquel momento como una verdadera tentación.

Pasados unos meses en este trabajo diario de visitar a los pobres en sus “viviendas”, y recorrer las calles de los barrios más marginados, comenzaron a unirse a ella, una tras otra, algunas de sus antiguas alumnas, que motivadas por su ejemplo querían compartir su ideal. Sobre ellas dice en sus escritos:

Querían darlo todo a Dios, en seguida.¡Con qué alegría se despojaban de sus saris brillantes para vestir nuestro pobre sari de algodón! Cuando una joven de las castas elevadas viene a ponerse al servicio de los

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parias, protagoniza también una revolución.

La mayor, la más difícil: la revolución del amor.

El 7 de octubre de 1950, la Santa Sede aprobó con entusiasmo la nueva Congregación de las Misioneras de la Caridad, que tenía como misión cuidar a los hambrientos, los desnudos, los que no tienen hogar, los lisiados, los ciegos, los leprosos, toda esa gente que se siente inútil, no amada, o desprotegida por la sociedad; gente que se ha convertido en una carga para la sociedad y que son rechazados por todos.

A partir de esta fecha se le reconocía legalmente como una Comunidad religiosa diocesana, bajo la obediencia y la protección de quien en aquel tiempo era el obispo de Calcuta.

 FUNDACIONES

En 1952, la Madre Teresa inauguró el primer hogar para moribundos en la ciudad de Calcuta, con la ayuda de algunos funcionarios del gobierno indio, a quienes acudió con

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decisión, movida por las necesidades que se encontraba. Sobre este acontecimiento nos cuenta:

A mí me ocurrió el primer caso, el de una mujer tirada en plena calle. Se la estaban comiendo las ratas y las hormigas. Yo la llevé al hospital, pero no podían hacer nada por ella. Tuvieron que aceptarla, porque yo dije que no me marchaba de allí en tanto no se hicieran cargo de ella.

Después fui al ayuntamiento pidiendo me dieran un lugar donde meter a tales desgraciados, porque ya en el mismo día, había encontrado a otros que también se morían en mitad de la calle. El administrador encargado de la salud pública me señaló el templo de Kali, abriéndome el “darmashalah”, lugar donde en otros tiempos la gente descansaba tras haber rendido culto a la diosa.

El edificio estaba vacío. Me preguntó aquel señor si lo quería. Yo me sentí contenta de poseer tal casa por diversas razones, particularmente porque era un centro de culto

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y de devoción de los hindúes. En 24 horas condujimos allí a nuestros enfermos y lisiados.

Los sacerdotes de la diosa Kalí no veían con buenos ojos nuestra intromisión. Pero uno de ellos cayó enfermo, de una enfermedad contagiosa. Le atendimos tan bien que desde entonces no sólo dejaron de espiarnos, sino que se transformaron en colaboradores nuestros y amigos.

En 1955, con el creciente aumento de niños abandonados, la Madre Teresa abrió la institución “Hogar del Niño del Inmaculado Corazón”, para acoger a los niños y jóvenes huérfanos.

Después fundó el centro “Shanti Nagar” para atender a las personas que padecían el mal de Hansen – la lepra -. una especie de dispensario donde las Misioneras de la Caridad proporcionaban atención médica y alimentos.

Para la década de 1960, la Madre Teresa y su Congregación ya habían establecido una gran

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cantidad de hospicios, orfanatos y casas de leprosos en toda la India.

Más adelante, el Decreto de Alabanza – la aprobación definitiva de la comunidad y de su trabajo con los más pobres -, concedido por el Papa Pablo VI en febrero de 1965, en el que quedó en firme la constitución de la Congregación como Congregación de derecho Pontificio, es decir, directamente bajo la autoridad del Papa, la animó a abrir una casa en Venezuela, y muy rápidamente otras en Roma, Tanzania, y sucesivamente en todos los continentes.

Hacia 1968, la Madre Teresa había inaugurado diversos establecimientos en Europa, Asia, África, Australia, y Estados Unidos. Todos dedicados a atender a los descartados de la sociedad por diversos motivos.

Comenzando en 1980 y continuando durante la década de los años 90, la Madre Teresa abrió casas en casi todos los países comunistas, incluyendo la antigua Unión Soviética, Albania y Cuba.

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Para mejor responder a las necesidades físicas y espirituales de los pobres, la Madre Teresa fundó también los Hermanos Misioneros de la Caridad, en 1963.

En 1976 fundó la rama contemplativa de las Hermanas.

En 1979 fundó los Hermanos Contemplativos.

Y en 1984, fundó los Padres Misioneros de la Caridad.

Todas estas Congregaciones continúan hoy el trabajo iniciado por la Madre Teresa.

Pero la inspiración de la Madre no se limitó solamente a aquellos que sentían la vocación a la vida religiosa. Para involucrar a los laicos en su trabajo misionero y caritativo, creó también los llamados Colaboradores de Madre Teresa y los Colaboradores Enfermos y Sufrientes, personas de distintas creencias y nacionalidades, con los cuales compartió su espíritu de oración, sencillez, sacrificio, y su

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apostolado basado en humildes obras de amor.

En respuesta a las peticiones de muchos sacerdotes, Madre Teresa inició también en 1981 el Movimiento Sacerdotal Corpus Christi como un pequeño camino de santidad para aquellos sacerdotes que desearan compartir su carisma y espíritu.

Sobre sus fundaciones y la manera como podía sostenerlas económicamente, sin tener recursos propios, decía:

Jamás he visto cerrárseme puerta alguna.

Creo que eso ocurre porque ven que no voy a pedir, sino a dar.

 PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS Poco a poco, el mundo comenzó a fijarse en Madre Teresa y en la obra que ella sus colaboradores realizaban. Los medios de comunicación empezaron a seguir sus actividades con interés cada vez mayor. Todo esto hizo que muchos gobiernos, instituciones, grupos y asociaciones de toda

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clase le concedieran numerosos premios.

El primero de ellos fue el Premio Indio Padma Shri en 1962, otorgado a los ciudadanos indios que se destacan en distintas actividades como las Artes, la Educación, la Industria, la Literatura, la Ciencia, el Deporte, la Medicina y el Servicio Social.

Más adelante, en 1979, recibió el Premio Nobel de la Paz, de reconocimiento mundial.

Tanto los premios – que fueron muchos -, como la creciente atención en su persona y en su obra, los recibió la Madre Teresa con gran humildad, interesada sólo en dar gloria a Dios y en nombre de los pobres.

 LA NOCHE OSCURA DEL ALMA Toda la vida y el trabajo de la Madre Teresa fue un testimonio de la alegría de amar, de la grandeza y de la dignidad de cada persona humana, del valor de las cosas pequeñas hechas con fidelidad y amor, y del valor incomparable de la amistad con Dios.

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Pero, existía una faceta heroica en la vida de la Madre, que salió a la luz solo después de su muerte. Oculta a todas las miradas, oculta incluso a los más cercanos a ella, su vida interior estuvo marcada por la experiencia de un profundo, doloroso y constante sentimiento de separación de Dios, que la llevó incluso a sentirse rechazada por Él, y esto unido a un deseo cada vez mayor de su amor.

Ella misma llamó “oscuridad” a su experiencia interior.

La dolorosa noche de su alma, que comenzó cuando dio inicio a su trabajo con los pobres, y permaneció hasta el final de su vida, condujo a la Madre Teresa, paradójicamente, a una cada vez más profunda unión con Dios.

Mediante la oscuridad, ella participó de la sed de Jesús - el doloroso y ardiente deseo de amor de Jesús -, y compartió la desolación interior de los pobres cuando se ven rechazados y son incapaces de enfrentar sus desgracias.

Podríamos decir que del mismo modo que

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algunas personas escogidas – como san Francisco de Asís y el santo Padre Pio de Pietrelcina -, reciben en su cuerpo las heridas o los estigmas de la pasión física de Jesús, la Madre Teresa vivió en su corazón la soledad y el dolor espiritual de Jesús en la cruz.

Un dolor profundo, lacerante, angustioso, que día y noche hería su alma, y la llevaba incluso a dudar del amor que Dios sentía por ella.

Una verdadera agonía prolongada en el tiempo – más de 40 años -, que nunca manifestó exteriormente a nadie – aparte de su director espiritual y su obispo-, y que ni las personas más cercanas a ella - las religiosas de su comunidad – pudieron percibir, porque siempre parecía alegre, tranquila, sosegada, diligente y llena de amor, de fortaleza, de paz.

 TRABAJADORA INCANSABLE Durante los últimos años de su vida, a pesar de los cada vez más graves problemas de salud, la Madre Teresa continuó dirigiendo su Congregación y respondiendo a las necesidades de los pobres y de la Iglesia, y

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acudía con generosidad y prontitud a los lugares donde era necesaria su presencia.

Al inicio, la Congregación de Misioneras de la Caridad tenía solo 13 miembros en Calcuta, pero con el tiempo llegó a alcanzar una cifra superior a 4.000, distribuidos en 610 fundaciones localizadas en 123 países del mundo.

Las hermanas y los hermanos trabajaban en casas destinadas para personas abandonadas que estaban cerca de la muerte, orfanatos y escuelas para niños y niñas; en centros de atención a los enfermos de sida; en comedores populares y programas de asesoramiento para niños y familias; y ofrecía caridad y cuidado a los refugiados, y a todos aquellos que se encontraban en necesidad, entre los que se contaban ciegos, discapacitados, alcohólicos, ancianos, pobres, personas sin hogar y víctimas de inundaciones, epidemias o hambrunas.

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 PROBLEMAS DE SALUD

Con el paso de los años, la salud de la Madre Teresa empezó a deteriorarse a un ritmo acelerado. En 1983, sufrió un ataque cardíaco en Roma, mientras visitaba al Papa Juan Pablo II. Después tuvo un segundo ataque en 1989 y se le implantó un marcapasos. En 1991 se vio afectada por una neumonía mientras visitaba a las hermanas en México, pero logro recuperarse.

Más adelante sobrevinieron de nuevo los problemas cardíacos, en vista de lo cual ofreció su renuncia a su cargo de Superiora de las Misioneras de la Caridad, pero la Congregación en pleno volvió a elegirla para el cargo, en una votación secreta, y ella aceptó continuar adelante a pesar de su debilidad.

En 1993 volvió a tener problemas pulmonares y cardíacos, además de malaria, y estando en Roma, a causa de una caída se fracturó tres costillas. En 1996 se fracturó la clavícula también por una caída, y en agosto del mismo año le diagnosticaron insuficiencia del

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ventrículo izquierdo del corazón, lo que exigió una nueva cirugía.

En marzo de 1997, la Madre Teresa bendijo a su recién elegida sucesora, la hermana María Nirmala Joshi, como Superiora General de las Misioneras de la Caridad, y realizó su último viaje al extranjero.

 SU MUERTE Y SU LEGADO

Después de encontrarse por última vez con el Papa Juan Pablo II, volvió a Calcuta donde pasó las últimas semanas de su vida, recibiendo a las personas que acudían a visitarla, e instruyendo a sus hermanas en la misión que les correspondía en el mundo.

Finalmente, el 5 de septiembre, la vida terrena de Madre Teresa llegó a su fin. Tenía 87 años de edad, y casi 60 años de vida religiosa ininterrumpida.

El Gobierno de India le concedió el honor de celebrar un funeral de estado, y su cuerpo fue enterrado en la Casa Madre de las Misioneras de la Caridad.

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Su tumba se convirtió rápidamente en un lugar de peregrinación y oración para gente de fe y de extracción social diversa.

La Madre Teresa nos dejó el ejemplo de una fe sólida, de una esperanza invencible y de una caridad extraordinaria. Su respuesta a la llamada de Jesús, “Ven y sé mi luz”, hizo de ella una Misionera de la Caridad, una “madre para los pobres”, un símbolo de compasión para el mundo y un testigo viviente de la sed de amor de Dios.

Menos de 2 años después de su muerte, a causa de lo extendido de su fama de santidad y de los favores que se le atribuían, el Papa Juan Pablo II permitió la apertura de su Causa de beatificación, y el 20 de diciembre de 2002, aprobó los decretos sobre la heroicidad de sus virtudes y el milagro obtenido por su intercesión: la curación inexplicable de una mujer india de religión animista, Mónica Bersa, de 34 años, que padecía un tumor en el abdomen del que sanó espontánea y totalmente en 1998, después que unas religiosas de un hospital de

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la India donde se encontraba recluida, pusieron sobre su abdomen, con su permiso expreso, una reliquia de la Madre.

El 4 de septiembre de 2016, la canonizó en Roma el Papa Francisco. En esta ocasión el milagro aprobado se obró el 8 de diciembre de 2008, cuando el enfermo, un hombre brasileño con graves problemas cerebrales iba a ser operado, estando ya en coma a causa de su enfermedad.

Por problemas técnicos la intervención quirúrgica tuvo que ser pospuesta durante media hora. La esposa del enfermo le había pedido a sus familiares y amigos que le rezaran a la beata, de la que era devota:

"Díganle a la Madre Teresa que lo cure", les pidió.

Al regresar al quirófano, después del incidente con los equipos de cirugía, el doctor se encontró al paciente sentado, sin síntomas de su enfermedad, despierto, perfectamente consciente y preguntándose qué hacía en aquel lugar.

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Durante la fase de estudio de este “supuesto milagro”, el médico dijo que no había visto nunca un caso semejante, y que todos los pacientes similares que había tratado en sus 17 años de profesión, habían fallecido.

La Madre Teresa de Calcuta fue, sin duda, un persona llena de la luz de Cristo, inflamada de amor por él. Una persona que ardía con un único deseo: saciar su sed de amor y de almas.

Con su pequeña estatura y con su fe firme como una roca, continúa diciéndonos hoy, que Dios ama todavía al mundo y nos envía a ti y a mi para que seamos su amor y su compasión para los pobres.

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Jesús es mi Dios.

Jesús es mi Esposo.

Jesús es mi Vida.

Jesús es mi único Amor.

A Jesús, yo le amo con todo mi corazón, con todo mi ser.

Le he dado todo, incluso mis pecados, y él se ha desposado conmigo con ternura y amor.

Ahora y por toda mi vida

soy la esposa

de mi Esposo Crucificado.

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2. LA LLAMADA DENTRO DE LA LLAMADA

“Ven, sé mi luz… “

¿Te negarás?…”

La Voz (Jesús) Como ya vimos, un acontecimiento muy especial tuvo lugar en la vida de la Madre Teresa, cuando ella tenía 36 años de edad y era directora del Colegio Santa María que su comunidad religiosa de Loreto tenía en Calcuta.

Sucedió mientras viajaba en tren hacia la ciudad de Darjeeling, para sus ejercicios espirituales anuales, el día 10 de septiembre de 1946, y dejó en su corazón una huella imborrable.

A partir de este día su vocación religiosa dio un giro y su vida tuvo un cambio de rumbo de 180 grados. Fue una nueva vocación dentro de la vocación religiosa que ya vivía, “una llamada dentro de la llamada”, como ella misma lo denominó con gran acierto.

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Muy pocas veces habló la Madre Teresa de este suceso, a lo largo de su vida, pero lo consignó con esmero en su diario, y también en las cartas que dirigía a su director espiritual – el sacerdote jesuita Celeste Van Exen - para que le ayudara a entender y a realizar lo que Jesús mismo le había pedido.

Así lo relata:

Fue una llamada dentro de mi vocación. Era una segunda llamada. Era una vocación para abandonar incluso Loreto, donde estaba muy feliz, para ir a las calles a servir a los más pobres de los pobres.

Sucedió en aquel tren; oí la llamada para dejarlo todo y seguirlo a él a los barrios más miserables, para servirle en los más pobres de los pobres [...] Yo sabía que era su voluntad y que tenía que seguirlo. No había duda de que iba a ser su obra.

 LA VOZ DE JESÚS

¿Qué fue lo que ocurrió?...

¿Qué vio o que escuchó la Madre Teresa en

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el tren, mientras viajaba?…

Lo que sabemos es que a partir de este día 10 de septiembre, y más o menos hasta la mitad del año siguiente – 1947 -, la Madre tuvo una serie de locuciones interiores. Oía muy claramente en su mente y en su corazón, la voz de Jesús, y conversaba íntimamente con él, que se dirigía a ella con gran ternura y amor llamándola “Esposa mía” o “Mi pequeñita”, mientras ella le respondía diciéndole “Mi Jesús” o “Jesús mío”.

En su diálogo con ella, Jesús le reveló el grande y profundo amor que sentía – siente - por los seres humanos de todos los rincones de la tierra, y también su inmenso dolor por la existencia de tanto sufrimiento en el mundo.

Quería enviarla a ella como portadora de su amor y de su compasión, sobre todo a los más pobres de entre los pobres, en Calcuta, su ciudad. Le decía con gran amor: “Ven, ven, llévame a los agujeros de los pobres. Ven, sé Mi luz”.

Durante todo el retiro en Darjeeling, la Madre Teresa continuó teniendo estas locuciones y

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comenzó a escribir lo que escuchaba que Jesús le decía en ellas, con el fin de compartirlas más adelante con su director espiritual, y examinar con él cómo podía empezar a realizar todo lo que el Señor le pedía con tanto afán.

En una carta fechada en enero de 1947, escrita por sugerencia del padre Celeste Van Exen, con quien trataba sus inquietudes espirituales, y dirigida al obispo de su diócesis, la Madre refiere claramente la petición concreta que Jesús le hacía. Este es su relato:

Un día durante la Sagrada Comunión oí la misma voz muy claramente. Me decía:

Quiero religiosas indias, víctimas de mi amor, quienes serían María y Marta, quienes estarán tan unidas a mí como para irradiar mi amor sobre las almas.

Quiero religiosas libres revestidas con mi pobreza de la Cruz. Quiero religiosas obedientes revestidas con mi obediencia de la Cruz. Quiero religiosas llenas de amor

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revestidas con la caridad de la Cruz. ¿Te negarás a hacer esto por mí? ...

Otro día me dijo – dice la Madre -:

Te has hecho mi esposa por amor a mí, has venido a la India por mí. La sed que tenías de almas te trajo tan lejos. ¿Tienes miedo a dar un nuevo paso por tu Esposo? ¿Por mí, por las almas?… ¿Se ha enfriado tu generosidad?… ¿Soy secundario para ti?

Tú no moriste por las almas, por eso no te importa lo que les suceda. Tu corazón nunca estuvo ahogado en el dolor como lo estuvo el de mi Madre. Ambos nos dimos totalmente por las almas. ¿Y tú? Tienes miedo de perder tu vocación, de convertirte en seglar, de faltar a la perseverancia. No, tu vocación es amar y sufrir y salvar almas y dando este paso cumplirás el deseo de mi Corazón para ti. Esa es tu vocación.

Vestirás con sencillas ropas indias o más bien como vistió mi Madre, sencilla y pobre. Tu hábito actual es santo porque es mi símbolo, tu sari llegará a ser santo porque será mi

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símbolo”.

Quiero hermanas indias Misioneras de la Caridad, que serían mi fuego de amor entre los más pobres, los enfermos, los moribundos, los niños pequeños de la calle.

Quiero que me traigas a los pobres y las hermanas que ofrecerán sus vidas como víctimas de mi amor y me traerán estas almas a mí. ¡Sé que eres la persona más incapaz, débil y pecadora, pero precisamente porque lo eres, te quiero usar para mi gloria! ¿Te negarás?”...

Has dicho siempre "haz conmigo todo lo que desees". Ahora quiero actuar, déjame hacerlo, Mi pequeña esposa, Mi pequeñita. No tengas miedo, estaré siempre contigo.

Sufrirás y sufres ahora, pero si eres mi pequeña esposa, la esposa de Jesús crucificado, tendrás que soportar estos tormentos en tu corazón.

Déjame actuar. No me rechaces. Confía en mi amorosamente, confía en mí ciegamente.

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Pequeñita, dame almas, dame las almas de los pobres niñitos de la calle… Anhelo la pureza de su amor.

Si sólo respondieras a mi llamada y me trajeras estas almas apartándolas de las manos del maligno…

Hay conventos con numerosas religiosas cuidando a los ricos y los que pueden valerse por sí mismos, pero para mis muy pobres no hay absolutamente ninguna. Es a ellos a quienes anhelo, les amo. ¿Te negarás?…

Constantemente escuchaba en su corazón “la Voz” de Jesús que le repetía una y otra vez esta pregunta: “¿Te negarás?”…

 CON LA AYUDA DEL OBISPO DE CALCUTA

En 1942 la Madre Teresa había hecho un voto privado, que ofrecía hacer todo lo que ella sintiera que Dios le pedía, sin negarle nada, para mostrarle de manera clara su amor y su deseo profundo de servirle. A lo

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largo de 4 años lo había cumplido con gran cuidado y dedicación. Ahora en 1946, este voto le exigía algo más grande y profundo, que estaba dispuesta a realizar al pie de la letra, pero para hacerlo necesitaba la ayuda del obispo de su diócesis, a cuya obediencia estaba sometida por ser una religiosa.

Era él – el obispo - quien tenía que darle el permiso para comenzar a saciar la sed de Jesús, su deseo infinito de amor y de almas;

un deseo, una sed que ella había hecho propios.

Era él – el obispo - quien debía gestionar ante el Vaticano lo que fuera necesario para que ella pudiera salir de su Congregación de Loreto para comenzar a organizar la nueva Congregación religiosa que Jesús quería, formada, según él mismo le había pedido, a partir de mujeres indias, dedicadas de lleno a llevar el amor de Dios a los rincones más oscuros, y a las personas más pobres y abandonadas de la sociedad.

Fue un proceso largo, pero finalmente, con persistencia y valor, superando los obstáculos

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que se le iban presentando, la Madre Teresa logró su cometido, y la llamada dentro de la llamada se hizo realidad.

Hasta el instante final de su vida, la Madre Teresa permaneció fiel a esta llamada, sin importarle los sacrificios que constantemente ella le imponía.

Su corazón rebosaba de amor y de alegría cumpliendo la Voluntad de Dios, intentando calmar la sed de Jesús “de amor y de almas”, y los dolores físicos y espirituales de las personas marginadas, los más pobres entre los pobres.

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Estamos en las manos de Dios.

Él nos cuidará.

Nosotros ahora sólo tenemos que confiar ciegamente en Él.

Dios no pretende de nosotros que tengamos éxito.

Sólo nos exige

que le seamos fieles.

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3. CON LOS MÁS POBRES ENTRE LOS POBRES

“Fue entonces cuando me di cuenta de que mi llamada era hacia los pobres”.

Madre Teresa de Calcuta La Madre Teresa tuvo siempre clara en su mente y en su corazón, la convicción de que Dios la había elegido para servir a los pobres de una manera especial, y se esforzó por realizar su tarea hasta el último día de su vida.

Los pobres fueron, sin duda, su gran amor, y el objeto de todos sus desvelos, siguiendo el ejemplo de Jesús y su llamada particular a amarlos, acogerlos, y servirlos, sin distinción ninguna, y fueran cuales fueran sus circunstancias de vida.

Su trabajo con los pobres no fue una mera y simple asistencia social. Le nacía en lo más profundo de su corazón, como un reflejo, una derivación, del amor que ella sentía por Dios, en la persona concreta de Jesús crucificado,

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maltratado y dolorido, sediento y agonizante.

En su interior “escuchaba” con insistencia las palabras de Jesús en el Evangelio: “lo que hiciste a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hiciste” (Mateo 25,40), y trataba por todos los medios de hacerlas realidad - con ternura y bondad - con todos aquellos que encontraba en las cunetas de la vida, primero en Calcuta, la ciudad que había adoptada como suya, y luego en el mundo entero, a través de sus hijos e hijas de las Congregaciones de Misioneros y Misioneras de la Caridad por ella fundadas.

Afirmaba con total convicción:

Mi comunidad son los pobres.

Su seguridad es la mía.

Su salud, la mía.

Mi casa, la casa de los pobres.

Pero no de los pobres a secas, sino de los pobres más pobres.

De aquellos a quienes nadie se acerca porque son contagiosos y están llenos de microbios y suciedad.

De los que no van a rezar porque no pueden

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ir desnudos.

De los que no comen porque no les quedan fuerzas para hacerlo.

De los que se caen desplomados por las aceras sabiendo que están a punto de morir y a cuya vera pasan los transeúntes sin volver la mirada hacia atrás.

De los que no lloran, porque se les han agotado ya las lágrimas.

Nuestro Señor quiere que sea una monja libre, cubierta con la pobreza de la cruz.

 EN LOS POBRES ESTÁ JESÚS La Madre Teresa estaba perfectamente convencida de la presencia de Jesús en los pobres, y decía a las hermanas para motivarlas en su trabajo de cada día:

El objetivo de nuestra congregación es llevar a Dios, llevar el amor de Dios a los hogares de los pobres más pobres y conducirlos a Él.

Poco importa quiénes son, poco importa su procedencia étnica o el puesto que ocupan en la sociedad. Nosotras queremos mostrarles el amor y la compasión que Dios tiene por ellos.

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Demostrarles que Dios ama al mundo y los ama a ellos.

Jesús se convierte en el hambriento, el desnudo, el sin techo, el enfermo, el prisionero, el solitario, el despreciado, y dice:

“A mí me lo hicisteis”. Está hambriento de nuestro amor, y este es el hambre de nuestros pobres; el hambre que debemos socorrer.

Sólo acercándonos más y más a Jesús podremos acercarnos más unas a otras y a los pobres. Cuanto más nos vaciemos de nosotras mismas, más podremos llenarnos de Dios.

Ojalá no olvidemos jamás que en el servicio de los pobres se nos ofrece una magnífica ocasión de hacer algo hermoso para Dios. Es que, al entregarnos de todo corazón a los pobres, es a Cristo a quien servimos en su rostro desfigurado, pues él mismo dijo: “A mí me lo hicisteis”.

El mundo es demasiado rico para los pobres.

Debemos ser muy, muy pobres en todo el

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sentido de la palabra, para ganar el corazón de los pobres para Jesús.

Al final de nuestras vidas no seremos juzgados por cuántos diplomas hemos recibido, cuánto dinero hemos conseguido, o cuántas cosas grandes hemos hecho.

Seremos juzgados por: “Yo tuve hambre y me diste de comer; estuve desnudo y me vestiste;

no tenía casa y me diste posada...” (cf. Mateo 25, 34 ss)

Y cuando hablaba ante algún público, fuera quien fuera, afirmaba con claridad para que todos entendieran:

La pobreza no la hizo Dios. La hacemos tú y yo cuando no compartimos lo que tenemos.

Hoy en día está de moda hablar de los pobres. Por desgracia no lo está hablarle a ellos.

Nuestros pobres son gente maravillosa, muy simpática. No necesitan nuestra lástima ni nuestra compasión. Sólo necesitan nuestro amor comprensivo y nuestro respeto.

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Tenemos que decir al pobre que él es alguien para nosotros; que él también ha sido creado por la misma mano amorosa de Dios, para amar y ser amado.

No cierren las puertas a los pobres; porque los pobres, los apestados, los caídos en la vida, son como el mismo Jesús.

Los pobres son la esperanza del mundo porque nos proporcionan la ocasión de amar a Dios a través de ellos. Son el don de Dios a la humanidad, para que nos enseñen una manera diferente de amarlo, buscando siempre la manera de dignificarlos y rescatarlos. Ellos son el signo de la presencia de Dios entre nosotros, ya que en cada uno de ellos es Cristo quien se hace presente.

Cuando comparezcamos en la presencia de Dios, seremos juzgados por lo que hayamos sido para los pobres: lo que hayamos hecho por ellos.

Jamás vuelvan la espalda a los pobres, porque al volver su espalda a los pobres, la vuelven a Cristo Jesús.

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Y advertía:

La falta de amor es la mayor pobreza.

El hambre de amor es mucho más difícil de eliminar que el hambre de pan.

Hay muchas personas en este mundo que anhelan un pedazo de pan, pero hay muchas más que anhelan un poco de amor.

Qué terrible es la pobreza si uno no es amado.

Es tan fácil hablar y hablar sobre los pobres de otros países. Muy a menudo tenemos a personas sufrientes, solas o abandonadas, personas ancianas, despreciadas, que se sienten miserables, y que están cerca de nosotros y ni siquiera las conocemos. No tenemos tiempo ni para sonreírles.

¿Conocemos nosotros a nuestros pobres?

¿Conocemos nosotros a los pobres de nuestra casa, de nuestra familia? Quizá su hambre no sea de un trozo de pan. Es posible

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que nuestros hijos, marido, mujer, no tengan hambre, no estén desnudos, desahuciados, pero ¿estáis seguros de que no hay nadie que se sienta indeseado, privado de afecto?

¿Dónde están vuestro padre o madre ancianos? ¿Dónde?...

El abandono es una gran pobreza.

 HISTORIAS DE AMOR Y DE VIDA Hay muchas “historias” o “anécdotas”, o

“ejemplos”, como queramos llamarlos, que narran el trabajo de la Madre Teresa y de sus religiosas y religiosos, en favor de los pobres.

Bellas historias de amor y de servicio, que nos enseñan qué es lo realmente importante en la vida. Veamos algunas narradas por ella misma en su diario espiritual y en sus conferencias testimoniales:

El 21 de diciembre de 1948 fue el primer día de la nueva vida de la Madre Teresa; su

“primer encuentro” con los más pobres. Así lo relata:

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A las 8:00 a.m. dejé Saint Joseph. En Saint Teresa tomé a Verónica Gomes conmigo y salimos.

Empezamos en Taltala y fuimos a visitar a cada familia católica. La gente estaba contenta. Había niños por todas partes. ¡Qué suciedad y qué miseria! ¡Qué pobreza y qué sufrimiento! Hablé muy poco, sólo lavé algunas heridas, puse vendajes y di medicinas a algunos. Al anciano tendido en la calle, rechazado, totalmente solo, simplemente enfermo y moribundo, le di carbarsone y agua para beber y el anciano estaba extrañamente agradecido...

Luego fuimos al bazar de Taltala, y allí había una mujer muy pobre, muriendo de hambre, más que de tuberculosis. ¡Qué pobreza! ¡Qué sufrimiento real! Le di algo que la ayudara a dormir, pero esta mujer anhelaba tener algún cuidado. Me pregunto cuánto tiempo duraría, tenía sólo 35.5 °C en ese momento. Pidió varias veces la confesión y la Sagrada Comunión. Sentí allí también mi propia pobreza, ya que no tenía nada que dar a esa pobre mujer. Hice todo lo que pude, pero, si

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hubiera podido darle una taza de leche caliente o algo así, su cuerpo frío habría recibido un poco de vida. Debo intentar estar en algún sitio cerca de la gente donde pueda acceder con facilidad a las cosas.

Algunos días después, el 24 de enero de 1949, escribió en su diario:

Creo que algunos se preguntan qué interés hay en trabajar entre los que están en lo más bajo. El Reino se debe predicar a todos. Si los ricos hindúes y musulmanes pueden tener todo el servicio y toda la dedicación de tantas religiosas y sacerdotes, seguro que los más pobres de entre los pobres y los que están en lo más bajo pueden tener el amor y dedicación de nuestro pequeño grupo. Me llaman la “hermana de los barrios miserables”, y estoy contenta de ser precisamente eso por amor a Jesús y por su gloria.

Uno de sus relatos preferidos narra un hecho que tuvo lugar años más tarde cuando la Congregación de las Misioneras de la Caridad ya había abierto algunas casas en diversos países. Aquí lo tenemos:

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En Melbourne – Australia - fui a visitar a un pobre anciano cuya existencia era ignorada por todos.

Su habitación estaba desordenada y sucia.

Intenté limpiarla, pero él se opuso: “Déjela, está bien así”, me dijo.

Sin que yo insistiera mucho, al final dejó que la limpiara.

En la habitación, había una magnífica lámpara, cubierta de polvo. Le pregunté: ¿Por qué no la enciendes? Me contestó: ¿Para qué, si nadie viene a verme? Yo no la necesito.

Le dije entonces: ¿La encenderías si las Hermanas te vinieran a ver? Y él me respondió: Sí. Con tal que pudiera escuchar una voz humana en esta casa, la encendería.

Hace unos días recibí de él esta nota brevísima: Dile a mi amiga que la lámpara que prendió en mi vida sigue encendida.

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Con frecuencia refería también en sus charlas algo que le pasó un día cualquiera, en cualquier lugar del mundo, porque viajaba constantemente, y allí donde iba no dejaba de interesarse por los más pobres y asistirlos donde estuvieran:

En una ocasión, encontré en la calle a una mujer moribunda, que me preguntó: - ¿Por qué haces esto?...

Yo le respondí: - Porque te quiero mucho, porque Dios te ama.

Y ella me repuso: - Dímelo una vez más, porque es la primera vez en mi vida que oigo esas palabras.

A los pocos días murió feliz y pasó en paz a la eternidad…

Otro día encontré a un hombre en una alcantarilla; todo su cuerpo era una gran llaga.

Los ratones se lo habían medio comido. Lo llevé a nuestra Casa para los Moribundos.

¿Sabes lo que me dijo aquel hombre? Me

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dijo: “He vivido todos estos años como un animal, ahora muero como un ángel”.

No podré olvidar nunca sus palabras, pero sobre todo, su rostro tranquilo y sonriente.

Tres horas después murió, realmente como un ángel.

 LAS DISTINTAS POBREZAS

La Madre Teresa estaba atenta a todas las necesidades humanas, a todas las pobrezas.

La atención a los moribundos que yacían en las calles fueron su prioridad original, pero rápidamente vinieron otras, como por ejemplo: los niños abandonados, las familias desamparadas, los leprosos, las jóvenes sin futuro por su pobreza o su condición de mujeres, los ancianos solos, los enfermos, los pacientes de SIDA, en fin.

Sobre estos últimos cuenta:

El primer centro para los enfermos de SIDA lo fundamos la vigilia de Navidad de l985 en Nueva York. Comenzó con 15 enfermos, el

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cardenal O´Connor nos ayudó a en ello.

La necesidad surgió originariamente en la prisión de Sing Sing y nuestros primeros pacientes procedían de allí… Solía tratarse de los que habían sido rechazados o de los que no tenían a nadie y sus corazones encerraban una horrible amargura...

Muchos de ellos estaban distanciados de sus familias, pero después de haber estado con nosotras durante algún tiempo y, gracias a un regalo del Señor, volvían a establecer trato con ellas.

Algunas les escribían cartas y otras los llamaban por teléfono. Y a medida que fuimos creciendo, un enfermo se hacía cargo del otro, lo que nos causaba gran satisfacción...

Algunos vienen a nuestras cases desesperados. Pero, cuando se encuentran con la atención y la ternura de las hermanas y los voluntarios, se restablece la paz en sus corazones.

Muchos dicen: “Éste será el último lugar

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donde viva, el último sitio donde estaré”. Y yo siempre les digo: “No, es el penúltimo. Desde aquí irás a la verdadera casa, donde nuestro Padre celestial nos espera a todos”. Y muchos desean partir.

Después de una de sus visitas a las casas establecidas en Etiopía, escribió en su diario:

Fui a Addis Abeba para estar con nuestras hermanas y sus pobres. Nunca he visto tanto sufrimiento, tanto dolor y sin queja. Sólo vi un Calvario abierto, donde la Pasión de Cristo se volvía a vivir en los cuerpos de multitudes y multitudes de gente.

Ya tenemos cuatro casas y la quinta es un campo con 8.000 personas que alimentar y 600 enfermos, inválidos y con problemas mentales, hombres, mujeres y niños.

Nuestras hermanas son verdaderamente la presencia de Jesús para ellos con su trato tan suave, tan lleno de amor.

Hay 7 millones de personas que afrontan estos sufrimientos.

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Los leprosos han sido sin duda, algunas de las personas más marginadas a lo largo de la historia, en todos los lugares del mundo.

Desde el comienzo de su trabajo entre los más pobres, la Madre Teresa contempló la idea de ayudarles a vivir su enfermedad con dignidad y bien atendidos, y así lo hizo en cuanto pudo. Sobre este trabajo con los leprosos decía:

Es verdaderamente muy difícil convencer a la gente en la India de que Dios no condena al hombre a sufrir. Conocemos casos dramáticos de enfermos de lepra que se habían curado y los mataron, incluso a veces miembros de su propia familia. Por eso, hemos sentido la necesidad de construir pequeñas villas dedicadas sólo a ellos, donde puedan vivir, trabajar y formar una familia.

Hoy día la lepra puede curarse con éxito, si se coge a tiempo. Son necesarios unos 6 meses.

Gracias a nuestros benefactores, mucha gente tiene nuevamente ganas de vivir.

Hay muchas “historias” más para contar, pero no podemos alargarnos indefinidamente.

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Quedémonos por ahora con estas palabras que pronunció la Madre en Estados Unidos, en una reunión a la que fue invitada por sus benefactores, y dejémonos cuestionar por ellas, porque también nosotros tenemos mucho qué cambiar en nuestra vida, mucho de qué convertirnos, mucho que dar a los pobres y mucho que recibir de ellos:

Quiero agradecerles a todos y a cada uno lo que durante estos años, a través del Catholic Relief Service, han realizado para compartir la alegría de servir a los pobres más pobres.

Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo para que fuera uno de nosotros, en todo igual que nosotros menos en el pecado.

Su Hijo, Jesucristo, les amó a ustedes y me ha amado a mí. Y se hizo pan de vida para poder saciar el hambre de Dios que embarga nuestros corazones.

Pero esto sólo no le satisfizo: quiso poner ese amor a Dios en acción viviente.

Se hizo hambriento, desnudo, enfermo,

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desahuciado, necesitado de ayuda.

Se hizo indeseado, no amado, no ayudado, para que ustedes y yo pudiéramos tener la alegría de darle de comer, de vestirle, de ofrecerle alojamiento, depositando en él nuestro amor, haciéndole sentirse amado, haciéndole sentir que él es alguien muy especial para ustedes y para mí.

Ese Jesús, ese Jesús hambriento de amor y de pan, ese Jesús despojado de alimentos y de dignidad humana, ese Jesús carente de una casa y de amor compasivo, ese Jesús se encuentra hoy por todas partes en el mundo y tiende su mirada hacia ustedes y hacia mí para preguntarnos: ¿Me amas tú? ¿Estás dispuesto a acompañar este sufrimiento que es el de millares y millares de seres humanos repartidos por todo el mundo: seres que no sólo carecen de pan sino de amor, que desean ser comprendidos y reconocidos como hermanos y hermanas nuestros, creados por la misma mano amorosa de Dios?

En la India, en África, en todos esos países,

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pero también en otros - incluso aquí - pueden existir seres sumidos en la soledad.

Los puede haber hasta en la casa donde habitamos y en nuestra propia familia. ¿Nos percatamos de ello?…

...(…)…

¿Conocemos a nuestros pobres aquí?..

¿Conocemos a los pobres que viven cerca de nosotros?… ¿A los que incluso pueden ser de nuestra propia familia?.. ¿Los conocemos de verdad?....

A no ser que los conozcamos, no los podemos amar. Y si no los amamos, no los podemos servir: el conocimiento conduce al amor y el amor al servicio...

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La grandeza de María reside en su humildad.

Jesús, quien vivió en estrechísimo contacto con ella, parecía querer que nosotros aprendiéramos de él y de ella una lección solamente: ser mansos y humildes de corazón.

Pidámosle a la Virgen que nos ayude a

ser como ella, a realizar con humildad

y sin vanagloria el trabajo que se nos

ha asignado, y que llevemos a los

demás a Jesús con el mismo espíritu

con que ella lo llevó en su seno.

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4. UNA FE FIRME COMO UNA ROCA

“Si tuvieran fe del tamaño de un granito de mostaza, le dirían a este cerro:

quítate de aquí y ponte más allá, y el cerro obedecería”.

Jesús (Mateo 17,20) La fe es el fundamento de la vida cristiana auténtica. El piso, la raíz, la base, sobre la cual está asentado todo lo demás.

La fe que profesamos – lo que creemos - nos conduce a ser de determinada manera, y a hacer determinadas cosas, a tener ciertas actitudes en nuestra conducta general.

Es la fe la que nos marca el camino que debemos seguir, el modo de vida que debemos llevar.

La Madre Teresa tenía una fe profunda y firme, una fe clara y decidida, una fe luminosa, que la llevó a ser como era y a

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