FAMILIAS FELICES
CONSTRUYENDO
LA PAREJA
Mario Pereyra
Montemorelos
Primera edición: Universidad de Montemorelos, Montemorelos, N.L., México, julio de 2008
Página web: www.mpereyra.com E-mail: pereyram@um.edu.mx Editor: Luis Alberto del Pozo Moras Diseño de carátula: Mayana Salguero S. Diseño de interiores: Eliseo Vergara M.
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México 67530, Tel. 52-826-2630900 Impreso en los talleres de
Editorial Montemorelos, S.A. de C.V. Montemorelos, N .L., México
ÍNDICE
INTRODUCCIÓNCAPÍTULO 1 – Hacia un hogar sin sombras Del amor al desprecio. La virtud del agradecimiento. Un testimonio de gratitud.
CAPÍTULO 2 - El arte de amar
El mimetismo conyugal. Aceptación y estímulo. El arte de amar. Conjuro Sioux.
CAPÍTULO 3 – El secreto encanto del amor
“Adentrando en la niebla”. El virus de la desesperanza. La esencia del amor. CAPÍTULO 4 – Etapas y estilos conyugales
El amor en tiempos de divorcio. En qué etapa del matrimonio me encuentro? Estilos de relación conyugal
CAPÍTULO 5 – ¿Cómo están las relaciones en casa? Ambivalencia. Conflicto. Cómo ser más solidario.
CAPÍTULO 6 – El compromiso matrimonial
Ante el altar. “Los primeros principios”. CAPÍTULO 7 - El terror detrás de la puerta:
La violencia doméstica
El límite de la infamia. El circuito de la violencia. Hacia una sana convivencia.
5 15 29 41 49 67 77 91
CAPÍTULO 9 – ¿Cómo liberarse de los celos? “El monstruo de ojos verdes”. Tipos de celos. ¿Cómo controlar los celos? CAPÍTULO 10 -La fórmula de la felicidad conyugal: 5 x 1
Mitos y realidades. Predictores del divorcio. Estilos matrimonial. La fórmula 5 x 1.
CAPÍTULO 11 –¿Qué dicen las investigaciones? Matrimonio y bienestar. ¿Cómo duermen los casados?. Felicidad, pero con anillo. Matrimonio feliz, corazón contento.
CAPÍTULO 12 -¿Cuál es el grado de su satisfacción conyugal?
La evaluación de la satisfacción conyugal. Evaluación del ESM. Interpretación. BIBLIOGRAFÍA 113 123 137 151 163
Introducción
INTRODUCCIÓN
En las crónicas del suplemento social del diario
Mi-lenio de Monterrey, “¡hey!”, aparece la noticia del
divor-cio de la periodista Carmen Dominicci y el regiomontano Fernando del Rincón. El título de la información es: “Sólo 10 meses de matrimonio”, ya que ese fue todo el tiempo que duró la pareja. Agrega que “la causa de la ruptura es diferencias irreconciliables” y lo que originó la debacle conyugal “fue un suceso de violencia doméstica ocurrido el pasado fin de semana”. Un dato llamativo que incluye la información periodística es que la Dominicci “estuvo casada antes con el actor puertorriqueño Oswaldo Ríos, con quien vivió una relación en la que también hubo vio-lencia física y psicológica”.
“Mejores son dos que uno; Porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero;
pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos,
se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.” Eclesiastés 4: 9-12.
frecuentes—, uno se pregunta, ¿dónde ha quedado el ideal matrimonial de “hasta que la muerte nos separe”? ¿Acaso Carmen y Fernando no hicieron un compromiso, ante el juez y quizás ante Dios, de consumar el matrimonio has-ta el fin de sus vidas? ¿Por qué en has-tan breve plazo ahora deciden terminar con esa promesa? Parece que Carmen fue quien dio por finiquitado el matrimonio al sufrir un acto de violencia de su esposo. Es cierto que esas situa-ciones son graves y pueden ser razones apropiadas para terminar una relación que se ha convertido en dañina o peligrosa. Pero no es la primera vez que le sucede, ¿cómo se casó otra vez con un hombre violento? ¿Han hecho al-gún tratamiento de pareja para superar la violencia? ¿No hay que luchar para vencer las diferencias? ¿No resulta muy apresurado etiquetar los desacuerdos como “irrecon-ciliables”? Estas y otras preguntas quedan suspendidas en el espacio ante el anuncio de un divorcio, especialmen-te anespecialmen-te matrimonios estables. Queda la sensación que no se hizo todo lo posible por sobreponerse y vencer la desavenencia. Por lo general, las parejas más fuertes y exitosas son aquellas que han derrotado las discrepancias y lucharon por sostener el vínculo. ¿Por qué todos no lo hacen? ¿Les faltó información de que hay tratamientos efectivos para triunfar sobre las divergencias y disputas y poder alcanzar una relación feliz y satisfactoria? Uno de los objetivos de este libro es intentar hacer un aporte en esa dirección.
Introducción Uno de los investigadores sobre parejas más reconoci-do a nivel mundial que ha estudiareconoci-do miles de matrimo-nios durante más de veinte años seguidos, es el Dr. John M. Gottman de la Universidad de Washington. Sinteti-zando su vasta experiencia en el tema, ha propuesto “sie-te reglas de oro para vivir en pareja” (Gottman y Silver, 2000). El primer principio se titula: “mejora tus mapas de amor”. ¿Qué significa tal cosa? “El mapa de amor es esa parte de la mente donde almacenamos toda la infor-mación relevante sobre la vida de nuestra pareja” (Ídem, 66). Se trata de conocer bien al otro, recordar los eventos importantes de la vida de nuestro compañero, saber cuá-les son sus preocupaciones, intereses, deseos, esperanzas, temores, lo más posible. “Si ella trabaja hasta tarde, él le graba en el vídeo su programa favorito porque sabe cuál es y cuándo lo emiten. Él sabe lo que ella piensa de su jefe y sabe cómo llegar a su despacho desde el ascensor. Sabe que para ella la religión es importante… Ella sabe que a él le da miedo parecerse demasiado a su padre y que se considera un ‘espíritu libre” (Íbid).
¿Será que Carmen y Fernando —el caso que mencio-namos al principio— llegaron a conocer sus respectivos “mapas de amor” para alcanzar esa compenetración pro-funda que debe existir en todo matrimonio? Aunque la información periodística no lo menciona, nos queda mu-chísimas dudas que ello haya acontecido, más bien, dan la impresión que no llegaron a conocerse, al punto que
Car-anterior y llena de indignación “descubrió” que Fernando era un hombre violento igual que Oswaldo. Probablemen-te si Carmen hubiera conocido bien a Fernando no se ha-bría casado con él. ¿Cuántas parejas fracasan por falta de conocimiento mutuo? Afirma bellamente Khalil Gibrán: “Vuestro prójimo es vuestro otro ego que vive detrás de un muro. Con el conocimiento todos los muros caerán.” Es cierto, el conocimiento mutuo derrumba muchos muros de separación, aun aquellos que parecen “irreconciliables”.
Si bien las estadísticas proclaman estrepitosamente la debacle conyugal con el incremento incesante de sepa-raciones y divorcios, también es cierto que no es la insti-tución matrimonial la que está en crisis, sino las parejas que no logran armonizar y prefieren transitar el camino de la ruptura que persistir en la concordia. La prueba de esta afirmación es que la gente continúa casándose, aun aquellos que fracasan persisten en volver a casarse, como ocurrió con Carmen Dominicci. Pero también las es-tadísticas se empeñan en pregonar que son los casados quienes gozan de mayor felicidad, en comparación con los solteros, los divorciados o los separados. Un solo ejemplo es suficiente. En un estudio realizado sobre 35.024 casos, el porcentaje de aquellos que reportaron sentirse “muy feliz” fueron los casados en casi el 40%, en relación a los solteros, divorciados y separados que puntuaron en me-nos del 20% (Myers, 2000). Quizás una explicación para
Introducción sentirse así pueda ser que el “matrimonio ofrece intimi-dad psicológica y física, un contexto en el que tener hijos y crear un hogar, un rol social como cónyuge y progenitor y un contexto en el que afirmar la propia identidad y crear una posteridad” (Carr, 2007, 44). Esto significa que el ma-trimonio proporciona un soporte social mayor que otras organizaciones, como lo ha comprobado la investigación (v.gr., Mueller, 2006; North et al., 2008).
Si la institución conyugal monogámica, fiel y perma-nente es el mejor tipo de convivencia existente, ya que la inventó el mismo Dios (ver Génesis 1:27-28; 2:18-25), ¿por qué no estudiar, conocer, investigar y poner toda la energía en saber más de cómo vivir la comunidad matri-monial? Hay muchos buenos libros (también regulares y malos) sobre el matrimonio. Este intenta proveer un aporte positivo al conocimiento de la conyugalidad e in-crementar la satisfacción marital.
Al recorrer las librerías y observar los libros sobre ma-trimonios se encuentran una enorme cantidad de obras que enseñan cómo “hacer” el amor: “Técnicas sexuales modernas”, “Yoga sexual”, “La pareja multiorgásmica”, “Nuevo informe Kinsey sobre sexo”, “Sexo, ecología y es-piritualidad”, “Tantra, espiritualidad y sexo”... ¿Qué es lo que la gente busca en esos manuales del placer? ¿Acre-centar la satisfacción conyugal o el placer sexual? ¿La satisfacción de la vida matrimonial se obtiene con
ejer-ner placer? ¿Es necesario “erotizar el cuarto”, “con luces, sábanas nuevas, ubicación estratégica de algún espejo”, como aconseja uno de esos libros? ¿Dónde se encuentra la verdad, tanto de la mujer como del hombre, que buscan un matrimonio dichoso y satisfactorio?
Decía el filósofo francés Jean Guitton: “El sexo se sirve del otro, el amor sirve al otro”. Es cierto que el sexo es un componente importante en la vida matrimonial feliz, pero no es el único ni forzosamente exclusivo. Conozco muchos matrimonios que me han confesado que tienen muy buen sexo, pero no pueden congeniar la mayor parte del tiempo, alentando ideas de separación. Actualmente hay espacios suficientes para catar las mieles y también las hieles del sexo, televisión erótica, videos y CDs eróticos, sexo de la Internet, sin embargo, toda esa información no ha mejo-rado los matrimonios, que continúan su curva descenden-te en las estadísticas de separación y divorcios.
Hay otros que sostienen que la base de todas las pare-jas es el enamoramiento. El enamoramiento es una emo-ción y tiene un fuerte componente de pasión, afecto, ter-nura y sexo. Para ello es preciso desarrollar la intimidad y la validación. Intimidad supone abrirse y contar cosas y recibir aceptación por parte del otro. Cuando estamos enamorados nos ponemos completamente en manos de nuestra pareja y de esta forma construimos la intimidad.
Introducción Pero una emoción es pasajera, está sometida a la ley de la habituación. Por lo general, el enamoramiento se pasa y muchas parejas, basadas solamente en esa emoción, se disuelven.
Otros aseguran que para convivir es preciso saber comunicarse, escucharse y respetarse. La capacidad de comunicarse y de resolver los conflictos es fundamental para la continuidad de la pareja. También otro aspecto muy importante es el apoyo mutuo. Se materializa en la fórmula de estar juntos en la salud y en enfermedad, en las alegrías y en las tristezas. Así, pues, el cónyuge es el principal sostén en las dificultades, el mejor medio para enfrentar las amenazas de la vida y el apoyo en el de-sarrollo personal y social, como asegura el proverbio del sabio Salomón que transcribimos en el epígrafe.
Por otra parte, en la vida matrimonial hay conver-gencias y diverconver-gencias, momentos de encuentros y des-encuentros, acuerdos y desacuerdos, situaciones de ar-monía y de discordia. No es anormal tal cosa ni tampoco necesariamente malo. Lo malo es cuando frecuentemente hay desavenencias y disconformidades e incluso cuando nunca ocurre una diferencia, porque probablemente es un indicador de sometimiento y autoritarismo; alguien siem-pre impone su voluntad y el otro siemsiem-pre dice que sí. Pero si bien son normales las afinidades y las disparidades, lo ideal es que incrementemos las primeras y aprendamos
incidencias y en los acuerdos, desarrollar la armonía y la satisfacción del uno hacia el otro. A medida que se avanza en la experiencia conyugal es muy bueno compartir idea-les y valores, concordar, por ejemplo, en cómo manejar el dinero y educar a los hijos. ¡Qué hermoso es cuando los esposos pueden orar juntos por los mismos motivos y con idénticos propósitos! El matrimonio es un trabajo en equipo que requiere luchar juntos para alcanzar los objetivos y las metas que como pareja se han propuesto. Seguramente el amor crece y fructifica cuando domina un espíritu de concordia y colaboración.
De estos temas tratamos en este libro. En él vuelco mi experiencia de 30 años de terapeuta asistiendo a miles de parejas en el consultorio y de casi una década como educador familiar, dirigiendo talleres, seminarios, con-ferencias y otros eventos de enriquecimiento conyugal. También incluyo los conocimientos que trasmito como profesor universitario del posgrado de la maestría de Re-laciones Familiares de la Universidad de Montemorelos y como profesor visitante en diversos países, como Argen-tina, Chile, Perú, El Salvador, Haití, España y Francia de ultramar (Martinica, Guadalupe y Guyana francesa). Finalmente, otra fuente de conocimientos son los reportes de las investigaciones sobre los matrimonios que día a día se multiplican y nos presenta hallazgos novedosos sobre
Introducción las variables que los estudios científicos demuestran que están asociadas con los matrimonios felices.
Esperamos que este libro responda a las expectativas que ha generado y pueda ofrecer un aporte útil para cons-truir familias y matrimonios de éxito.
Dr. Mario Pereyra
Ciudad de Montemorelos, Nuevo León, México 30 de junio de 2008
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APÍTULO1
HACIA UN HOGAR SIN SOMBRAS
El novelista italiano Alberto Moravia escribió acerca de las desventuras de la vida matrimonial en un célebre libro, titulado: El desprecio; que fue llevado al cine por Jean-Luc Godard. Narra las vicisitudes de la pareja de Ricardo, un guionista de cine, y su esposa Emilia. Los dos primeros años del matrimonio fueron «perfectos», según reconoció Ricardo, quien relata la historia. Fueron años de dificultades económicas ya que apenas se las arregla-ban con el precario trabajo de Ricardo como crítico de cine. Las condiciones mejoraron cuando un productor cinema-tográfico le ofreció trabajo como guionista. Sin embargo,
«¿Por qué ya no me amaba Emilia? ¿Cómo había llegado a esa indiferencia?” Alberto Moravia
de alguna manera, la mejora financiera trajo el empeora-miento progresivo de las relaciones matrimoniales.
Ricardo observó, al principio, sin darse claramente cuenta, que Emilia fue perdiendo su amor. «En aquellos momentos, únicamente advertía que el comportamiento de Emilia para conmigo era cada vez más tenso, por más que yo no le encontraba explicación alguna y me resul-taba imposible de comprender; era como cuando, en un cielo todavía despejado y sereno, uno nota, por un cam-bio en el aire, que se hace más espeso, que se acerca una tormenta(p.14). Varios indicios exhibían el deterioro pro-gresivo del matrimonio: Emilia ya no le disgustaban sus ausencias, incluso parecía alegrarse cuando él se iba, se fue a dormir a la sala porque no soportaba que el marido tuviera abierta la ventana y, especialmente, el cariño de otrora se convertía en indiferencia y rechazo. Con dolor, Riccardo tuvo que reconocer que el sentimiento de uni-dad y amor que antes le unía a su esposa, ahora ya no existía y para peor, tenía la horrible sensación que había desaparecido para siempre. Invadido por un agudo sen-timiento de impotencia, intentó hablar varias veces con Emilia para aclarar la situación, sin que ella diera una respuesta satisfactoria. Esa etapa fue fatal para Ricardo. «Acepté, pues, vivir como un hombre que lleva dentro de sí el malestar de una enfermedad amenazadora, pero que no acaba de decidirse a ir al médico; es decir, intentan-do no reflexionar demasiaintentan-do ni sobre el comportamiento
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Hacia un hogar sin sombras de Emilia respecto a mí, ni sobre mi trabajo(p.40). Sin embargo, no podía dejar de sentirse intensamente desdi-chado. «De pronto me pregunté: ‘¿Por qué me siento tan desgraciado?’ Y entonces recordé que la primera punzada de dolor vino cuando escuché, hacía poco, la voz de Emilia por teléfono, una voz tan fría, tan cuerda… » (p.48).
En esas circunstancias ocurre una escena clave donde Ricardo toma conciencia de la importancia del amor con-yugal. Aconteció cuando visitó la casa de un empresario que lo había contratado. Estaban comiendo cuando Ricar-do observó algo que le llamó profundamente la atención y le hizo reflexionar en la trascendencia de la mirada del amor. Así describe el protagonista el caso: «Luego la cria-da cambió los platos y yo, por romper el silencio, le for-mulé una vaga pregunta a Pasetti (el empresario) sobre sus proyectos inmediatos. El me contestó con su voz fría, precisa y mezquina, en la que la falta de imaginación y la modestia parecían inspirar no sólo la elección de las palabras, sino también la de las más leves entonaciones. Yo callaba, porque los proyectos de Pasetti no me intere-saban y porque, aunque me hubieran interesado, su voz monótona y descolorida hubiera conseguido que los abo-rreciera. Como sea que mis ojos fastidiados erraban de un objeto a otro sin hallar nada que retuviera mi atención, se detuvieron en el rostro de la mujer de Pasetti que, con la mano en el mentón, estaba escuchando también a su marido, la mirada fija en él, como de costumbre. Fue
en-tonces, mirando aquel rostro, cuando me impresionó la expresión de sus ojos: amorosa, lánguida, con una mezcla de admiración sumisa, de gratitud sin reservas, de ena-moramiento físico y timidez casi melancólica. La expre-sión me dejó intrigado, quizá porque el sentimiento que transmitía era para mí un completo misterio: Pasetti, tan descolorido, tan canijo, tan mediocre, tan visiblemente privado de las cualidades que pueden gustar a una mujer, parecía un objeto indigno de atención semejante. Luego me dije que todo hombre acaba por encontrar a la mujer que le quiere y le aprecia, y que juzgar los sentimientos de los demás partiendo de los propios es un error. Sentí simpatía por ella, tan devota de su hombre, y complacen-cia por Pasetti, hacomplacen-cia el que, como ya he dicho sentía una especie de amistad irónica. Y, de pronto, cuando empeza-ba a distraerme y a dirigir los ojos hacia otra parte, un pensamiento o, mejor dicho, una súbita percepción venida de no sé dónde me conmovió: ‘En estos ojos se halla todo el amor de esta mujer por su marido… Y él está contento de sí mismo y de su trabajo porque ella le quiere… Pero en los ojos de Emilia hace ya mucho tiempo que no luce un sentimiento semejante: Emilia no me quiere y ya no me querrá jamás’.»
Ricardo comprendió que la confianza de un hombre en sí mismo, su éxito y su felicidad dependen de tener una mujer que lo admire y lo quiera. Cuando se carece de ese sentimiento, de ser objeto de una mirada de amor por una
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Hacia un hogar sin sombras mujer afectuosa, la vida del hombre se torna árida, vacía y desgraciada. Esa fue la experiencia de Ricardo, que por su incapacidad para corresponder al amor de Emilia, hizo que esta se fuera alejando, hasta la indiferencia y aún peor, hasta llegar a despreciarlo. «¡Esta es la verdad! ¡Te desprecio y me das asco!», finalmente le confiesa.
Cómo conservar el amor
La triste historia de Ricardo y Emilia es un mode-lo de mode-lo que ocurre en muchos matrimonios. El relato de Ricardo presenta evidencias que él tenía una concepción equivocada de lo que es amar y ser amado y lo más grave es que a pesar del fracaso y la tragedia de su matrimonio (Emilia muere en un accidente automovilístico probable-mente queriendo escapar a su desgracia) no queda claro si finalmente se dio cuenta de su error. Ricardo tenía un alto concepto de sí mismo y en realidad consideraba en menos a su esposa, quien provenía de una familia humil-de y había sido una simple mecanógrafa antes humil-de cono-cerlo. No se interesaba mucho en Emilia hasta que ésta se decepcionó de su marido. Él creía que el amor era algo «mecánico», «natural», como respirar, que Emilia debía amarlo incondicionalmente sin que él tuviera que hacer algo para cultivar ese amor. Ricardo creía poseer cuali-dades superiores, ya que era muy inteligente, creativo, un intelectual sobresaliente, un escritor agudo
destina-do a grandes triunfos. Si la mujer de Pasetti admiraba y amaba a su esposo siendo tan inferior a él, ¿cómo podía ser posible que Emilia no lo amara? Eso era algo que no podía entender, un profundo misterio para él. Al contra-rio, suponía que siendo él tan grandioso, Emilia debía es-tar agradecida a Dios por tener junto a ella un hombre tan excelente. Es cierto, que eso nunca llegó a decirlo; al ser tan inteligente jamás caería en una vulgaridad, sin embargo, da evidencias para creer que ese era su pensa-miento íntimo. Lo cierto es que no protegió a su esposa cuando ella esperaba que actuara como un hombre que la quiere, cuando la dejó viajar junto a un seductor y muje-riego como Battista, uno de los empresarios que lo contra-tó. También Emilia se cansó de soportar las imposiciones de su esposo (tenía que dormir con la ventana abierta to-das las noches porque él se «asfixiaba» y no podía descan-sar bien porque él se acostaba muy tarde) y el hecho que fuera tan engreído y que la subestimara. Por eso, el amor se transformó en indiferencia y finalmente en desprecio.
¿Qué hacer para mantener el amor conyugal siem-pre activo y fragante? ¿Cómo evitar el desgaste del tiem-po y el deterioro de la rutina? A lo largo de este libro es-taremos dando muchas orientaciones y sugerencias para conservar y aún incrementar el vínculo del cariño, aquí solamente queremos enfatizar una virtud muy importan-te para la buena salud matrimonial: el agradecimiento. Ricardo nunca le reconoció a Emilia lo importante que
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Hacia un hogar sin sombras era para su vida; nunca le dijo que ella era su principal motivación, que sin ella su talento era estéril y que era ella quien le hacía sentir dichoso. Realmente ella era la esencia de su vida, quien le daba energía para salir ade-lante y quien le hacía experimentar la alegría para vivir. ¿Por qué nunca se lo dijo? Ernesto Sábato declaró una vez: «Gozos verdaderos son aquellos que embargan el alma de gratitud y nos predisponen al amor» (2000, 81). La grati-tud es una expresión del amor y fomenta el amor. ¿Cuán agradecidos somos con los que amamos? ¿Se lo decimos? ¿No deberíamos cultivar más el agradecimiento en el ma-trimonio? ¿De qué sirven las flores después de muerto el cónyuge? No es el testimonio del amor póstumo lo que ayuda, sino cuando ambos gozan de vida y de oportunida-des para gratificar la relación.
En nuestro libro Sea feliz (Pereyra y Mussi, 2005), pro-poníamos un ejercicio de gratitud siguiendo la sugeren-cia de Martín Seligman (2003). A esos fines, indicábamos seguir las pautas que aparecen el Cuadro 1, que sigue a continuación. Lo que ahora agregamos es realizarlo con su cónyuge. ¿Qué le parece si lo lleva a la práctica? Yo me decidí hacerlo y mi esposa se emocionó mucho. Quedó muy satisfecha. En la siguiente sección comparto mi ex-periencia.
Cuadro 1 - Ejercicio de agradecimiento
Escoja a una persona importante de su pasado
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(esposa o esposo) que haya marcado una gran diferencia positiva en su vida y a la que nunca ha expresado su agradecimiento por completo. Escriba un testimonio lo suficientemente largo
2.
para llenar una página.
Tómese su tiempo para redactarlo.
3.
Invite a esa persona a su casa, o viaje hasta
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donde ella vive. Es importante que lo exprese en forma personal, no por teléfono o por escrito. No informe previamente a la persona del propósito de su visita. Un sencillo “quiero verte” bastará. Lleve una versión plastificada de su discurso
5.
como regalo.
Cuando llegue el momento adecuado, lea su
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timonio lentamente, de forma expresiva y man-teniendo el contacto visual con la otra persona. Luego, deje que ésta responda sin prisas.
Re-7.
cuerden juntos los acontecimientos concretos por los cuales esa persona es importante para usted.
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Hacia un hogar sin sombras
“Mi querida esposa:
Desde aquel glorioso 28 de septiembre cuando nos prometimos, ante el trono de Dios, amarnos hasta que la muerte nos separe, en la Iglesia Central de Montevi-deo, hasta el día de hoy ha transcurrido mucho tiempo (no voy a decir cuánto, porque a ti no te gusta contar las edades). Sin duda, hemos recorrido más de la mitad del camino que iniciamos en aquella feliz ocasión. Y en todo este tiempo tengo que reconocer, un tanto avergonzado, que no te he agradecido suficientemente lo que has signi-ficado para mí. Ahora trato de remediar esa falta. Pienso que durante mucho tiempo no me he dado cuenta de todo tu valor. ¡Qué horrible ceguera! ¿Cómo uno puede creerse inteligente y no darse cuenta de la trascendencia que tie-ne una esposa?
“Pues no hay otra propiedad del hombre que sea tan adecuada para conocer su estado de salud interior, espiritual y moral como la capacidad de sentir gratitud” Otto F. Bollnow (1962).
Me siento un poco (debería decir mucho) identifi-cado con Riccardo, el personaje de la novela de Moravia. Gracias a Dios me tuviste más paciencia que la que tuvo Emilia con su esposo. Ese es otro motivo que debo recono-cer y agraderecono-certe. Uno de los hechos que me hizo tomar conciencia de tu función protectora fue cuando sufrí aquel accidente automovilístico, al dormirme en la ruta. No es-tabas a mi lado y por eso casi perezco. Fueron los ángeles de Dios quienes me salvaron y seguramente tus oraciones a la distancia. Mi compañero de ruta venía durmiendo y no tenía ni una pizca de tu cautela y cuidado. Comprendí que habías sido mi ángel de la guarda durante muchísimo tiempo sin que lo notara. Tu compañía a mi lado, en la in-finidad de viajes que hemos realizado en auto, fue mi se-guro de vida. Reconozco que muchas veces me fastidiaban tus constantes advertencias y tus reclamos exaltados a manejar más lento; pero desde aquella ocasión compren-dí que ellos me libraron de muchos posibles accidentes. ¡Muchas gracias por tu cuidado protector durante tantos años de servicio no reconocido! ¡Perdona mi inconscien-cia y mis reacciones destempladas! Ahora lo entiendo y como habrás observado en los últimos tiempos, ya no me molestan tanto tus exhortaciones y amonestaciones, aún cuando sean reiteradas y dichas con esa impaciencia que a veces gana tu ánimo.
Hace poco comprendí otra dimensión increíble de tu interés por mí, que cada vez que lo recuerdo me
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Hacia un hogar sin sombras ciona hasta las lágrimas (te lo digo en serio). Fue un he-cho que terminó siendo cómico, pero que en el fondo es enternecedor. Tiene que ver con tus temores por la inse-guridad que domina en México ante tanta gente muerta por criminales a sueldo. Seguro que te acuerdas cuando aquella noche sentiste ruidos como de disparos y viste fogonazos en el patio, junto a nuestra recámara. No sé cómo hiciste para pegar ese salto prodigioso, sacarme de la cama y tirarme al piso en el baño. Fue una proeza in-creíble. Yo sentí que me levantaban en vilo y me llevaban por el aire hasta aterrizar en el suelo del baño, viéndote encima de mí en forma amparadora. Recuerdo que me di-jiste que andaban matones a los balazos. Cuando escuché bien, descubrí que el ruido que parecía de metralla y los fogonazos, provenían del cortocircuito del transformador de la esquina. Efectivamente había muchos chispazos producidos por la electricidad chirriante del aparato. Al concluir los mismos todo quedó a oscuras y entonces en-tendiste que mi explicación era correcta. Terminamos a las risas por tu temor exagerado. Pero lo que nunca te agradecí fue tu gesto asombroso de amor protector. Toda ese acto audaz y heroico fue para defenderme de un posi-ble intento de asesinato, y te echaste encima de mí para salvaguardarme con tu propio cuerpo. ¡Estabas salvando mi vida, cuando era yo quien debería protegerte! Mil gra-cias. ¡Eres increíble, aun mientras duermes!
Son tantas las cosas que debería agradecerte y pe-dirte perdón por mi insensibilidad que todo el libro no me alcanzaría. Sólo quiero agradecerte profundamente por tu cariño, tu interés en mí y en todo lo que yo hago, el seguirme aun a lugares que sé que no son de tu agrado. También, muchas gracias, porque me has librado de ir a sitios que hubieran sido arriesgados y peligrosos, como cuando quise ir a estudiar a aquel país tan precario (¿te acuerdas?).
Gracias por tu fe en Dios, tan intensa, sentida y sincera. Me ha ayudado mucho en mi propia experiencia religiosa. Me asombra cómo Dios te escucha y responde tus oraciones, tanto en cosas pequeñas (por ejemplo, cuando habíamos perdido los tickets de avión y después de orar el ángel te dijo dónde estaban) como en cosas grandes. Me acuerdo cuando aquel funcionario de inmigración de los Estados Unidos no te quería dejar pasar la frontera, poniéndonos en una situación desesperante. “Vamos a orar a Dios para que solucione este problema”, dijiste con esa convicción tan segura que te caracteriza. No lo podía creer cuando vino el jefe de la sección y te dijo: “Señora, puede pasar”. Eso fue un milagro increíble. Estoy seguro, que si finalmente llego a ir al cielo, te lo voy a deber en un noventa, sino en el ciento por ciento. Si no fuera por ti, yo ni estaría en la iglesia. Fueron tu fe, tus oraciones y tus palabras tan emotivas las que me trajeron a Dios. Nunca
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Hacia un hogar sin sombras olvidaré cuando te confesé mis dudas y mi incredulidad, y me respondiste emocionada: “Mario, quiero entrar conti-go en el Reino de los Cielos.” Eso me conmovió tanto que el castillo de dudas que había construido con tantas lec-turas de filósofos ateos, se desmoronaron al instante. Así que, como puedes ver, este agradecimiento es una simple introducción insuficiente, del agradecimiento que tendré que seguir dándote en el cielo por toda la eternidad. Es-pero que no te canse.
Un beso de quien mucho te quiere,
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APÍTULO2
EL ARTE DE AMAR
Una investigación ha demostrado la veracidad del re-frán del epígrafe. Se trata de un estudio efectuado por Robert Zajonc, psicólogo de la Universidad de Michigan, Estados Unidos, quien presentó a distintos observadores fotografías de frente de hombres y mujeres, pidiéndoles que emparejaran cada varón con la mujer a la que más se pareciera. Veinticuatro fotografías correspondían a parejas de recién casados y otras veinticuatro a parejas retratadas 25 años después de casados. Los observado-res pudieron descubrir las parejas de fotografías que co-rrespondían a los matrimonios de 25 años de existencia en una proporción altamente significativa con relación a los matrimonios recién casados. Según la interpretación de Zajonc, eso fue posible porque los cónyuges tienden a “Dos que duermen sobre el mismo colchón
acaban siendo de la misma condición”. Aforismo español
imitar las expresiones del marido o de la esposa en una especie de fenómeno de entendimiento silencioso.
Durante la vida en común se llega a compartir expre-siones análogas que terminan por dar una configuración parecida a la cara. De acuerdo a la hipótesis de los psicó-logos que han estudiado el tema, un matrimonio compar-te a lo largo de 25 años numerosas experiencias alegres y tristes, que por un fenómeno de imitación gradual y en forma imperceptible imprimen su huella en los rasgos fa-ciales hasta darle un aspecto parecido. El psicólogo sueco Olaf Dimberg, confirmó esta idea en un interesante ex-perimento donde midió las tensiones de los músculos fa-ciales cuando una persona miraba una fotografía de una cara con expresión de disgusto. Por medio de una serie de aparatos se encontró que los músculos del rostro del observador imitaban, en un grado invisible pero mensu-rable, los gestos de la persona de la fotografía.
Se ha dado en llamar “mimetismo conyugal” a ese fe-nómeno de compenetración empática física, aludiendo al conocido mecanismo que tienen algunos animales, como el camaleón, para camuflarse y pasar inadvertidos, repro-duciendo el color del lugar en que se encuentra. El propó-sito de estas reflexiones es mostrar que si este mecanis-mo de identificación física pudiera conseguirse también en el plano emocional y espiritual, en una forma positiva y mutuamente satisfactoria, descubriríamos la
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El arte de amar za última del amor conyugal y la razón básica que da-ría consistencia a los matrimonios para que no fracasen y puedan cumplir con el mentado ideal —cada día más lejano— “hasta que la muerte nos separe”.
De acuerdo, con el psiquiatra español Enrique Rojas, padecemos una suerte de “analfabetismo sentimental” que nos incapacita para el uso adecuado de nuestras emo-ciones. La educación se ha ocupado casi exclusivamente de lo intelectual y la razón abstracta, desdeñando lo con-cerniente a la vida afectiva. Por eso fracasan las parejas, debido a la ignorancia para entender las leyes que rigen los sentimientos, especialmente aquellas relacionadas con el trato interpersonal. El remedio que propone Rojas es cultivar el “amor inteligente”. En su obra —que lle-va precisamente ese nombre—, convertida en best seller, propone una serie de pautas, consejos y reglas destinadas a lograr la convivencia armoniosa y alcanzar el mimetis-mo en el sentir y en hacer de la pareja. ¿Cuáles son esas normas de compenetración conyugal? Son las conocidas desde siempre, pero igualmente difícil de practicarlas. La necesidad de fomentar lo positivo, utilizar palabras ama-bles, poner buena cara, tratar a la pareja de forma casi excepcional, ser diplomático con ella o con él, elogiar al cónyuge y admirarlo, con alguna frecuencia en público, ser espontáneo, natural, desarrollar la ternura en el trato y mantenerse siempre enamorado. ¿Cómo puede hacerse eso posible?
Aceptación y estímulo
El Dr.Robert Lauer y su equipo de la U.S. Internatio-nal University de San Diego, California, estudiaron a 351 parejas que llevaban por lo menos 15 años de casadas. Descubrieron que una de las características de la mayoría de los matrimonios felices era la capacidad de reconocer y fomentar las cualidades ocultas del cónyuge. Es decir, darse cuenta de las cosas que gustan e interesan al otro para brindárselas o favorecerlas, lo que podríamos llamar el arte de estimularse mutuamente a mejorar y crecer. Colaborar para que nuestro cónyuge se supere no es lo mismo que tratar de cambiarlo. Cuando uno intenta cam-biar al otro, inevitablemente ejerce presión, manipula y promueve una lucha de poder por someter. Se quiere im-poner el criterio de perfección propio, cómo debe actuar el cónyuge, corregirlo si lo hace mal, provocando un estado de descontento y malestar continuo. Es absolutamente distinto el hecho de aceptar al otro tal cual es y alentar-lo a descubrir por sí mismo sus dones y condiciones que quiera desarrollar. Procurar que el otro llegue a ser todo lo que puede ser.
En cierta ocasión me invitaron a dictar una serie de conferencias en Miami y tomar algunas horas para el aconsejamiento matrimonial. Entre quienes atendí esta-ba una pareja joven. Después de ocho años de matrimonio feliz y dos hijos, descubrieron que no podían vivir juntos.
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El arte de amar Los últimos seis meses los pasaron separados. Me resultó muy curioso cuando ambos reconocieron virtudes excelen-tes en el otro y lamentaron profundamente la separación, viviéndolo con dolor, como una desgracia. Si había tantas cosas que los unían, ¿por qué estaban separados? Des-pués de dos consultas pude esclarecer varios desacuerdos. El esposo finalmente me confesó la razón principal de la discordia. Su rostro airado daba evidencia de un gran dis-gusto. Contó lo siguiente: “Juzgue usted, doctor. Durante ocho años de convivencia me cansé de decirle a esta mujer (señalando a la esposa) que no me lavara mi ropa. A mí me gusta tener la ropa bien planchada, doblada, ubicada en su lugar en el closet. Ella lava toda la ropa junta y la deja entreverada, sin doblarla, en un recipiente. Eso me pone frenético. Ver mis camisas hechas un nudo con sus polleras y la ropa de los chicos no lo soporto. Le he pedido de mil maneras, que al sacarla del secarropa, la doble y me la deje separada, incluso le pedí que no lave mi ropa, que yo lo haría, así la ordeno a mi gusto. Pero nunca conseguí que me hiciera caso. No entiende, no me explico cómo alguien tan inteligente como ella no pueda entender algo tan simple. ¿Cómo cree usted que pueda vivir con una mujer así?”
Me quedé sorprendido mirándolo. No podía creer que un matrimonio promisorio, de personas cultas, de profe-sionales exitosos y sensatos, con dos hijos chicos, que de-cían quererse y valorarse, estuviesen separados por esa
tontería. Le pregunté:
— ¿Durante ocho años estuvo diciéndole que no lave su ropa junto a la de ella?
—Sí, doctor— respondió con énfasis. — ¿Y siempre fracasó?
— Sí, doctor.
— ¿Y aún así continuó insistiendo en el fracaso duran-te todos estos años?
— Sí, volvió a responder sin tanto entusiasmo. — No puedo creerlo
— Sí, es increíble, ¿no es cierto?
Él pensaba que estaba reconociendo la insensatez de la señora, pero yo no me refería a ella sino a él.
— No, es su actitud lo que no entiendo — ¿Por qué? preguntó intrigado.
— Porque si a usted le produce tanto fastidio este asun-to, ¿por qué estuvo insistiendo tanto tiempo si no funcio-naba? Si se dio cuenta que no lograba cambiarla, ¿por qué persistió? Es como dar un puntapié descalzo a un clavo con el propósito de doblarlo. Es usted quien se daña.
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El arte de amar Me miraba con los ojos bien abiertos, sorprendido, como quien escucha una revelación insólita. Continué.
— Siempre hay cosas que podemos cambiar y otras que no podemos hacerlo, ¿qué hacer? Pues, aceptar al otro como es. Si ella tiene tantas virtudes ¿por qué no to-lerar un defecto? Y si no pudiera hacerlo, mande su ropa al lavadero.
Quedó mirándome un rato en silencio, como si estu-viera ante un prodigio, hasta que contesto:
— Nunca lo había pensado de esa forma.
Desde ese momento cambió totalmente su actitud. A la próxima entrevista parecían novios. Me comunicaron que habían solucionado el problema de la ropa y del ma-trimonio. Habían acordado mandar la ropa al lavadero y el esposo había decidido volver al hogar. Estaban de fies-ta. Indudablemente, la reconciliación es una experiencia maravillosa que recupera la alegría de vivir y descubre el arte de la convivencia.
El arte de amar
Vivimos la hora del desencanto. Después de la caída del muro de Berlín, el derrumbe del marxismo, el fin de las utopías y de todas las ideologías hay un vacío flotando por doquier. Hoy se ha perdido la fe. Las creencias
es-tán en crisis. La desconfianza y la sospecha ensombrecen la cotidianidad. La incertidumbre gana espacio. El ma-trimonio no es ajeno a este panorama. Muchas veces un signo de duda pende sobre la fidelidad y el amor del cón-yuge. ¿Cómo salvaguardar la pareja del recelo erosivo y destructivo? ¿Qué hacer para recuperar la fe en el otro? ¿Cómo puede un matrimonio sobrevivir a la decepción? Entre la fugacidad de la dicha y la continuidad del desen-canto, ¿se puede eliminar toda disonancia? Sí, se puede, la respuesta es el amor, la eterna fórmula del amor. Pero, ¿qué es el amor?, ¿cómo desarrollar el arte de amar?
Amar no es ir a refugiarse en casa de mamá o papá cuando surgen las dificultades sino buscar juntos la so-lución. Amar no es comparar con quien realmente sabe hacer las cosas, sino callar y decir: “No importa querido o querida, ya saldrá mejor”. Amar es ir juntos al ginecó-logo y tranquilizar al cónyuge que teme la aparición del hijo; es ayudarse mutuamente a asumir el rol de padre o madre y todos los demás roles. Amar es planear juntos, no imponer sino elegir de común acuerdo, es satisfacer los antojos (no todos, por cierto), acompañar en el parto, levantarse de noche a pasear el bebé para que el cónyuge descanse, cambiar los pañales sucios, colaborar con las tareas del hogar, jugar con los hijos.
Amar no es desaparecer a la hora de los compromisos, sino ser responsable, tener una actitud de cuidado y
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El arte de amar yo permanente. Amar es dejar de decir “yo” y aprender a decir “nosotros”. Amar de verdad significa, “te respeta-ré como persona”. Implica lealtad, valoración y recono-cimiento de la individualidad del cónyuge. Esta idea de unidad y aceptación de las diferencias en el matrimonio, la expresa bellamente una poesía de Khalil Gibrán, que recita estas palabras:
Nacisteis juntos y juntos permaneceréis para siem-pre. Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días. Sí; estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios. Pero dejad que haya espacios en vuestra unión, y dejad que los vientos dancen entre vosotros. Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una cadena; que sea, me-jor un mar moviéndose entre las orillas de vuestras almas. Llenaos uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una misma copa. Compartid vuestro pan, pero, no comáis del mismo trozo. Cantad y bailad juntos, y estad felices, pero que cada uno de vosotros sea independiente. Las cuerdas de un laúd, están solas, aunque palpiten con la misma música. Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañe-ro lo tenga, porque únicamente la mano de la Vida puede contener los corazones. Y estad juntos, pero no demasiado juntos. Porque los pilares del templo están separados. Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés, ni el ciprés bajo la del roble.
Se dice que a los veinte años todo se ve brillar esplen-dorosamente bajo los cálidos rayos del sol. A los treinta empieza a aparecer la luna y luego deviene la hora del desencanto. Es un hecho irrefutable que la vida matrimo-nial y familiar es una escuela, quizás la más importante, donde nos desarrollamos, crecemos, maduramos y reali-zamos el aprendizaje del arte de las relaciones humanos, en su forma más ardua, el arte de amar. Aprenderlo, ejer-citarlo cada día y cada noche, mantenerlo siempre fresco y lozano, he ahí el secreto del éxito conyugal.
Conjuro Sioux
Cuenta una vieja leyenda de los indios Sioux, que una vez llegaron hasta la tienda del viejo brujo de la tribu, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y hono-rable de los jóvenes guerreros, y Nube Azul, la hija del cacique y una de las más hermosas mujeres de la tribu.
— Nos amamos —empezó el joven. — Y nos vamos a casar —dijo ella.
— Y nos queremos tanto que tenemos miedo, quere-mos un hechizo, un conjuro, o un talismán, algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos, que nos asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encon-trar la muerte.
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El arte de amar — Por favor —repitieron—, ¿hay algo que podamos ha-cer?
El viejo los miró y se emocionó al verlos tan jóvenes, tan enamorados y tan anhelantes esperando su palabra.
— Hay algo.... —dijo el viejo— pero no sé, es una tarea muy difícil y sacrificada.
— Nube Azul... —dijo el brujo— ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? Deberás escalarlo sola y sin más armas que una red y tus manos. Deberás cazar el halcón más her-moso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de luna llena. ¿Com-prendiste?
— Y tú, Toro Bravo —siguió el brujo—, deberás escalar la montaña del trueno, cuando llegues a la cima, encontra-rás la más brava de todas las águilas, y solamente con tus manos y una red, deberás atraparla sin heridas y traerla ante mí, viva, el mismo día en que vendrá Nube Azul. ¡Sal-gan ahora!
Los jóvenes se abrazaron con ternura y luego partieron a cumplir la misión encomendada... ella hacia el norte y él hacia el sur. El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con las bolsas que contenían las aves solicitadas.
El viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de las bolsas. Eran verdaderamente hermosos ejemplares.
— Y, ahora, ¿qué haremos? —preguntó el joven— ¿los mataremos y beberemos el honor de su sangre?
— No, —dijo el viejo.
— ¿Los cocinaremos y comeremos el valor en su car-ne? —propuso la joven.
— No —repitió el viejo—. Harán lo que les digo: tomen las aves y átenlas entre sí por las patas con estas tiras de cuero. Cuando las hayan anudado, suéltenlas y que vuelen libres.
El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros. El águila y el halcón intentaron le-vantar vuelo pero sólo consiguieron revolcarse por el piso. Unos minutos después, irritados por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí hasta lastimarse.
—Este es el conjuro. Jamás olviden lo que han visto. Son ustedes como un águila y un halcón. Si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán arras-trándose. Sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse el uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure... ¡Vuelen juntos!, pero jamás atados”.
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APÍTULO3
EL SECRETO ENCANTO DEL AMOR
¿Como evitar las desdichas monogámicas? ¿Sólo es posible alcanzar la aleación de cuerpo y alma más que en ráfagas fugaces? ¿Hay alguna clave que permita pre-servar las alianzas matrimoniales sin que el tiempo las dañe? Quizás una respuesta posible pueda extraerse de un espléndido poema escrito por Mario Benedetti que lle-va como título: “La culpa es de uno”. Describe el drama de un hombre que sufre la pérdida de su amor. En primera persona, narra la vivencia atroz de padecer “una hecatom-be de esperanzas”, a partir de la decisión de su amante de ponerle fin a la relación, considerado como “una manera “Vuestro amor sea sin fingimiento; detestando el mal,
adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso... con la alegría de la esperanza...” San Pablo (Rom.12:9 12)
tierna y a la vez implacable de desahuciar mi amor”. El protagonista está meditando en “sus lóbregos cuarteles de invierno, con los ojos bien secos, por si acaso”, recor-dando las palabras de despedida, envuelto “en nostalgia”, mirando “como te vas adentrando en la niebla”.
¿Qué pasó en el último encuentro? No lo dice explícita-mente, pero fue cuando se concretó la separación y se hizo evidente el fracaso. El protagonista tenía muchas ilusio-nes depositadas en el futuro de la relación (“hasta aquí había hecho y rehecho mis trayectos contigo, hasta aquí había apostado a inventar la verdad”), por eso fue terrible cuando conoció el “pronóstico” fatídico, de ser dejado en “los suburbios de tu vida posible”. Entonces, en la soledad de su desgracia, mirándose al espejo, descubre que él es el único culpable. Confiesa: “Creo que tenés razón, la culpa es de uno cuando no enamora y no de los pretextos, ni del tiempo”. Esa fue la causa principal de la ruptura, su inca-pacidad para despertar amor y trasmitir la certidumbre de estar frente al ser de la vida. Cuando se enamora sien-te que no hay otro, que nadie más que el ser amado puede proporcionar la felicidad. “La culpa es de uno” cuando no se consigue germinar el apego apasionado, la exaltación anímica y física, cuando no se logra despertar la esperan-za de la dicha compartida.
La parte más trágica del poema es el final, cuando “to-das mis intuiciones se asomaron” para descubrir, “un
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El secreto encanto del amor rrumbe de algún modo previsto”. ¿Por qué? ¿Si sabía que la relación estaba destinada al fracaso, por qué solamente intentó “forzar la realidad”, “inventando” otra verdad, en lugar de ejercer el auténtico arte de amar? Si en su fue-ro íntimo sabía que su incapacidad para enamorar era la razón que llevaría al fracaso, no intentó alguna otra cosa que cambiara el desenlace final. Hay que pensar, que en última instancia, fue su pesimismo el que lo hundió en el ruina; fue su desesperanza lo que impuso inexorable-mente el destino adverso, la ineptitud para construir un nuevo futuro iluminado por la fuerza de la esperanza. Por eso sucumbió en el abismo de la soledad, quedando conde-nado a escuchar el eco repetido de su desgracia, frente al espejo de su cobardía.
El virus de la desesperanza
El apóstol Pablo enseña —en el texto que aparece en-cabezando el capítulo—, que el amor debe ser “sin fingi-miento”, es decir, sin sospechas, ni vaciado de contenidos. Ahora, pues, ¿con qué llenarlo? El Apóstol prescribe una serie de componentes esenciales. Ellos son la cordialidad, la actitud cálida y condescendiente; debe sobrestimar las excelencias del ser amado no las propias, manifestando una entrega total, “sin negligencias”, con un ánimo fer-viente. Pero hay otro rasgo, quizás el más importante, el amor debe contener la “alegría de la esperanza”. En el célebre himno al amor de la primera carta a los Corintios,
capítulo 13, Pablo enfatiza que “el amor... todo lo espe-ra” (vers. 7). Así, pues el amor debe estar imbuido o im-pregnado totalmente de esperanza. Pero, ¿qué significa esperar con alegría? ¿Qué tipo de espera es esa cuando la esperanza acerca del ser amado es jubilosa o exulta de contento?
Para ilustrarlo, vemos un caso por contraste. Norma, una señora de 33 años, internada en tratamiento psicológi-co, lloraba, al confesar su decepción con el marido: “Me dejó sola; cuando más necesitaba de él, no estuvo. No estuvo al nacer mis hijos y ahora que me enfermé, tampoco está; me internó en el hospital y se fue”. Ella esperaba la compañía del esposo en esas circunstancias crítica en que se encon-traba, anhelaba oír su palabra de afecto y consuelo, pero sus expectativas se frustraron por su ausencia. Le pregun-té si era apropiado esperar eso del esposo. “¿Será que está capacitado para ayudarla en su angustia?” Conozco ese hombre sencillo, trabajador incansable, que jamás le había dejado faltar nada, pero a quien las tristezas y aflicciones lo paralizan, no sabiendo otra cosa que salir corriendo. Es forzoso diferenciar la esperanza de la ilusión o la utopía. Se nos pide que pongamos esperanza en el amor no fantasías irrealizables. La esperanza es realista, espera y cree en lo posible, no en lo quimérico. Entendemos que el texto pau-lino indica que debemos esperar del otro todo lo que pueda dar, lo mejor de sí, lo que surge con alegría no en forma forzada, que escapa a sus posibilidades.
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El secreto encanto del amor En muchas parejas se percibe una suerte de resigna-ción, donde el amor aparece congelado por actitudes frías y rutinarias, donde se ha apagado la pasión y la esperan-za. Cuando no se espera nada del otro, el amor muere fatalmente. Aparece ese desolado paisaje de pérdida de la fe en las construcciones del futuro, donde sólo perviven las huellas gastadas del pasado. Esas parejas que care-cen de la “alegría de la esperanza” son seres obligados a transitar por la marchita geografía de la convivencia en una atmósfera de esfuerzo y, quizás, de doloroso suplicio. Podrían incluirse dentro de aquella sombría declaración de Borges: “no nos une el amor sino el espanto”. Matri-monios que padecen del síndrome de inmunodeficiencia conyugal, víctimas del virus letal de la desesperanza.
La esencia del amor
Cuando estalla la magia del amor con sus dulces arre-batos emocionales, se experimenta el encanto de las exce-lencias del ser amado y el corazón se llena de entusiastas ilusiones, más que de una esperanza auténtica. En ese momento se espera todo del otro. El futuro aparece ilu-minado por un optimismo exacerbado. En esa etapa, es-tremecida por las oleadas de la pasión, domina la ficción idealista, los espejismos del ensueño y la fantasía en una quimera erigida por la imagen soñada del ser amado. A esto se llama “enamoramiento”. Por lo general, se mantie-ne durante el noviazgo y la “luna de miel”, después suele
sobrevenir la “luna de hiel”. Es la hora de la desilusión (a veces, sobreviene después de varios años de matrimonio), cuando la clarividencia de la dura realidad resquebraja los sueños románticos.
En los casos en que el amor persiste más allá del des-encanto, es frecuente encontrar que se mantiene el apa-sionado apego a la imagen del amor idealizado. Entonces se somete al cónyuge al acoso permanente para forzarlo a desempeñar ese modelo de fantasías; se espera que lo cumpla en todo, que se ajuste plenamente a él. “Tienes que adelgazar, te estás poniendo gordo(a)”, “vístete me-jor”, “no hagas eso”, “quiero que seas más ordenado(a)” y otras exigencias por el estilo. Es la dictadura del ideal conyugal, una suerte de servicio militar obligatorio que impone el aprendizaje del ideal del otro, la lucha por con-servar la ilusión. Esta es una etapa de prueba y desgaste del matrimonio. Inevitablemente suceden las crisis. Mu-chas parejas sucumben en ella y se separan. Es el fracaso de no poder responder a lo esperado del amor romántico.
Si el amor sobrevive a esa difícil prueba, entonces, puede aparecer la auténtica esperanza. ¿En que consiste? En abandonar el ideal del amor y aceptar la realidad de la persona amada. En renunciar al terrorismo conyugal, aceptando la libertad de conciencia, no exigiendo nada, respetando la personalidad de la pareja. Cuando se re-conoce al otro en su forma de ser y de querer, se abre la
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El secreto encanto del amor posibilidad de experimentar la alegría de la esperanza. Consiste en esperar todo lo que el otro realmente puede dar, sin exigirlo, asumiendo una actitud comprensiva, de confianza, creyendo en sus virtudes, estimulando las ex-celencias de su carácter y expresando continuamente el amor en el mejor de los lenguajes posibles.
Erich Fromm, en su famosa obra El arte de Amar, definió el amor maduro como la actitud de dar más que de reci-bir. No es dar cosas meramente sino darse a sí mismo. Dar aquello que uno tiene de vivo, las alegrías y tristezas, los intereses y todas las expresiones de aquello que palpitan en uno. Este tipo de amor que da, no para recibir sino por el acto mismo de dar, según Fromm, tiene cuatro componen-tes básicos. Ellos son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. Cuidado es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de quien amamos. La responsabilidad es la capacidad de responder, el deber de estar a disposición del amor. Respeto es reconocer al otro en la realidad de su per-sona no en función de mis deseos. Por último, el conocimien-to es un saber del interior del otro, un responder sin que haya un pedido sino porque se conoce sus necesidades. Pero a esta lista le falta otro componente, como hemos visto, la esperanza. El amor no consiste solamente en conocer y reco-nocer a la pareja, valorarla, cuidarla y respetarla, también implica verla en todas sus posibilidades futuras, no como es sino como podría llegar a ser en la medida que crezca como persona, en todos sus valores humanos y espirituales.
Elena de White, describe con notable claridad cómo Jesús veía a la gente. El ejemplo del gran Maestro cris-tiano de todos los tiempos, puede constituirse en modelo de aplicación matrimonial, con respecto a la actitud de esperanza que debería dominar en el hogar. Jesús, en cada ser humano, “percibía posibilidades infinitas. Veía a los hombres según podrían ser transformados por su gra-cia... Al mirarlos con esperanza, inspiraba esperanza. Al saludarlos con confianza, inspiraba confianza. Al revelar en sí mismo el verdadero ideal del hombre, despertaba el deseo y la fe de obtenerlo. En su presencia, las almas des-preciadas y caídas se percataban de que aún eran seres humanos, y anhelaban demostrar que eran dignas de su consideración. En más de un corazón que parecía muerto a todas las cosas santas, se despertaron nuevos impulsos. A más de un desesperado se presentó la posibilidad de una nueva vida” (1978, 80).
Este ejemplo y modelo es la mejor definición del amor, la expresión tangible de la “alegría de la esperanza” ope-rando en el vínculo de las relaciones humanas, particu-larmente en el ámbito de la intimidad de la vida matri-monial.
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APÍTULO4
ETAPAS Y ESTILOS CONYUGALES
Se ha roto la postal del amor. La foto de la felicidad que retrataba la pareja abrazada, con una amplia sonri-sa de ilusiones, duerme amarillenta en algún álbum em-polvado del desván. El sueño del hogar feliz hoy es, para muchos, la pesadilla de padres separados y de hijos que sufren el abandono o el maltrato. La familia tradicional, constituida por el padre, la madre y los hijos, está siendo sustituida por la familia “monoparental” —madre o padre “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas,
y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy”
El amor en tiempos de divorcio
solos con sus hijos—; la familia “ensamblada” —la de “los tuyos, los míos y los nuestros”, pareja con hijos de ma-trimonios anteriores—; la familia “extendida” —quienes viven con parientes u otros integrantes—; la pareja con “cama afuera” —cada uno pernocta en su casa—; los “des-acompañados” o solos, y otras fórmulas de asociaciones exóticas y a veces perversas, como las “parejas de tres”, de gays y de lesbianas.
La crisis que vivimos es colosal y desestabilizadora. Pero lo abrumador no es que estemos en crisis, porque hace mucho que vivimos en este estado de cosas, lo nuevo es el tamaño de la crisis. Nunca nuestra sociedad ha vivido una crisis como la actual. Jamás el dulce hogar de antaño ha pasado por un proceso de disolución de tanta envergadura, que para peor, aparece con la siniestra sensación de algo irreversible. Hace mucho tiempo existían las familias ampliadas, integradas por los parientes que se reunían y compartían frecuentes encuentros llenos de algarabía y risa. Luego el matrimonio y sus hijos impusieron la modalidad “cápsula” o “nuclear”, abandonándose aquellas apoteóticas jornadas de la parentela para ocuparse exclusivamente cada cual en su cónyuge e hijos. Hoy, este proceso de disgregación alcanzó el matrimonio, haciendo que los padres funcionen en los turnos indicados por el juez, en el rincón infantil de una plaza, del shopping o un cine.
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Etapas y estilos conyugales Vivimos tiempos de cambio. Ha desaparecido la figu-ra del tío, convertido en un mito del pasado, igual que el padrino o la madrina. También el abuelo o la “nona”, que antes vivían en casa, en el centro de las reuniones fami-liares de los domingos, ahora hay que visitarlos en el ge-riátrico. Las nuevas figuras del escenario familiar actual son el “tercero”, el “novio” de mamá o la “novia” de papá, el novio-esposo o la novia-esposa del hijo adolescente, que frecuentemente pasa la noche en casa, el padre ausen-te o el “esposo de fin de semana”. Prevalece el sisausen-tema de amor-negociación, es decir, la relación de pareja como algo transaccional y de conveniencia.
En este contexto, las escenas que se despliegan sue-len exhibir espectáculos dramáticos y novelescos, cuando no trágicos, como el maltrato, los abusos, el incesto y la violencia. Otros permanecen enzarzados en pleitos y dis-putas, alimentando odios y resentimientos por años. El hogar, cada vez más, dejó de ser aquel refugio idílico, pla-centero, el espacio íntimo de tregua y refrigerio. En mu-chos casos es un buen hotel. Cada vez son menos los que cumplen las funciones para la cual Dios destinó al hogar. En síntesis, las sombras de la crisis están apagando las risas y alegrías del firmamento familiar. Los románticos días del amor y de la dicha compartida ha devenido en desencanto y frustración.
Las estadísticas proclaman elocuentemente los signos del deterioro. Informan que cada vez la gente se casa me-nos, se divorcia más y tiene menos hijos. Además, es más probable nacer de una relación extramatrimonial que en el seno de un hogar bien constituido que espera al niño. Las evidencias de la desorganización familiar son sólidas y preocupantes. Por ejemplo, en Estados Unidos los ín-dices de divorcio durante la década del 80 oscilaban en torno al 50%, es decir, fracasaban la mitad de los matri-monios. En cambio, durante los años de esta década la información establece que se divorcian el 67% de los que se casan, esto es, casi dos de cada tres matrimonios. Con posterioridad a 1990, el número anual de matrimonios y de nacimientos aceleró bruscamente su caída. La pro-gresión del porcentaje de los hijos extramatrimoniales ha aumentado sensiblemente en los últimos años. Otro dato significativo indica que las uniones consensuales han au-mentado su tendencia ascendente.
Según los especialistas las causas principales de los trastornos familiares son los problemas económicos, la desocupación, la salida de la mujer del hogar y la falta de inserción laboral estable. Esto conduce a posponer la formación de uniones legales (más difíciles de romper) y la llegada de los hijos. A nuestro criterio este proceso de desestructuración obedece a razones más profundas que una cuestión económica o laboral. Denuncia una crisis de valores. Son responsables la actitud hedonista,
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Etapas y estilos conyugales placiente, egoísta, la falta de solidaridad y altruismo, la superficialidad o actitud light y especialmente, la pérdi-da de la fe, el haber olvipérdi-dado de mirar hacia el cielo, lo trascendente o los valores eternos. Sin embargo, más que explicaciones necesitamos soluciones, más que buenos diagnósticos lo importante son los buenos tratamientos. Por eso hay que preguntarse, ¿cómo recuperar lo recu-perable? ¿Cómo alcanzar un hogar sin sombras? Un me-dio es conocer los procesos de la vida conyugal y familiar, entender que la existencia transita por etapas y estilos determinados; eso nos permitirá comprender y optimizar nuestro funcionamiento, de acuerdo al rol que desempe-ñemos en la familia. Estudiaremos estos desarrollos y transformaciones que vivimos a lo largo del ciclo vital de la familia.
¿En qué etapa de la vida matrimonial se encuentra?
Las etapas son fases predecibles y necesarias en el proceso normal del desarrollo que involucran componen-tes físicos, emocionales, relacionales y espirituales. Un ejemplo de ellas son los niveles de maduración que atra-viesa el niño, desde su nacimiento hasta la edad adulta. En forma similar, el matrimonio avanza normalmente de etapa en etapa en su desarrollo, de acuerdo al núme-ro de años que lleva desde su inicio. La importancia de estudiar las etapas se debe a que éstas son indicadoras de crecimiento y permiten evaluar una pareja, en un
mo-mento determinado. Por ejemplo, un niño de cinco años debe tener todas las características correspondientes a su edad, si un niño específico le faltara algunas de esas características, tendría un déficit (v.gr., que todavía no haya aprendido a hablar) que requerirá un tratamiento para superarlo. Lo mismo ocurre con las etapas del ma-trimonio, ellas nos informan si la pareja está creciendo o ha quedado estancada en su maduración.
Si el matrimonio no crece, como ocurre con cualquier organismo vivo, está mostrando alguna perturbación o está en proceso de enfermarse. Como decíamos, cada vez son más los matrimonios que fracasan en completar el ciclo completo, y fallan en lograr superar las dificultades que encuentran en cada etapa que tienen que atravesar. Entonces, ¿cuáles son las etapas que transitan los matri-monios a lo largo de la vida? ¿Qué tipos de problemas apa-recen en cada una de ellas? Aunque no hay pleno acuerdo entre los expertos de cuáles son las etapas y sus respec-tivas dificultades, consideramos los planteamientos de los doctores Minirth, Newman y Hemfelt (1994) son los que tienen bases más sólidas y resultan más instructivos. Ellos sugieren la existencia de cinco etapas, con sus pro-blemas y desafíos. En forma sintética, las mismas son las siguientes:
Primera etapa. Se denomina Amor joven. Comprende los primeros dos años de vida matrimonial. La tarea
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Etapas y estilos conyugales cipal de esta etapa es lograr el acople o la unidad entre los dos miembros de la pareja, que son independientes y diferentes. Es necesario dejar atrás los patrones familia-res de origen, construir nuevas ideas y comportamientos, determinar quién manda y cómo hacer para sobreponerse a la tendencia de luchar por el control e imponerse. Hay que decidir en forma realista y responsable entre las dife-rentes opciones, edificar la unión sexual y lograr un com-promiso de unidad de propósito y de acción, para crecer en todos los aspectos, como pareja y como individuos.
Segunda etapa. Es la del Amor realista. Va del terce-ro al décimo años. Los desafíos son “persistir en el amor aunque la realidad golpee”, “reconocer los contratos ocul-tos” (v.gr., expectativas, mensajes, conductas e ideas que cada uno tiene con respecto al otro, no siempre conscien-tes) que maneja el matrimonio, para crear nuevos acuer-dos. Es la etapa cuando frecuentemente aparecen los hi-jos, donde hay que desarrollar la paternidad y reforzar la pareja para que pueda soportar la prueba de mantener la unidad del vínculo y acordar los criterios educativos y su aplicación.
Tercera etapa. Va desde el decimoprimero al vigésimo quinto años y es distinguida como Amor confortable. Aquí la cuestión es saber mantener la individualidad pro-pia y una interdependencia saludable, sin caer en depen-dencias o independepen-dencias exageradas. Suelen aparecer
los desencantos producidos por la ilusión del sexo y del compañero perfecto. Muchas veces surgen los adulterios, que exigen un adecuado tratamiento, y la práctica del verdadero perdón. Es un período de crisis y cambios, don-de hay que aceptar las pérdidas inevitables (por ejemplo, la pérdida de la juventud, de la buena salud, de los sue-ños financieros, de los padres, etc.) y lidiar con los hijos adolescentes para ayudarlos a conseguir la autonomía. El matrimonio debe aprender a trabajar como equipo y ad-quirir nuevas formas de satisfacción mutua en compañe-rismo y en intimidad.
Cuarta etapa. Es la del Amor renovado. Va desde el vigésimo sexto al trigésimo quinto años. Es la etapa que atraviesa por el “nido vacío” (cuando se van los hijos), la menopausia y la andropausia, la jubilación, los efectos negativos de los cambios psicofísicos y se sufren pérdidas importantes (por ejemplo, de los padres, amigos, finanzas y otras). Todavía persiste la amenaza de la infidelidad. Por lo tanto, hay que combatir las crisis generadas por todos estos factores. Según los autores, la tarea principal del matrimonio en esta etapa es la renovación de la inti-midad, el compañerismo y la unidad.
Quinta etapa. Es la del Amor trascendente. Del tri-gésimo sexto año en adelante. Es cuando hay que apren-der a vivir como jubilado, lo cual no significa pasividad. Al contrario, es importantísimo la actividad física e