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AFECTO Y LENGUAJE LA CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO

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Academic year: 2021

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AFECTO Y LENGUAJE LA CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO

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Eduardo Velázquez

AFECTO Y LENGUAJE

LA CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO

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Director de la colección: Gonzalo Pontón Gijón Consejo asesor:

José Manuel Blecua Fàtima Bosch Victòria Camps Salvador Cardús Ramon Pascual Borja de Riquer Joan Subirats Jaume Terrades

© del texto: Eduardo Velázquez Navarrete, 2014 © de esta edición: Edicions UAB, 2014

© de la fotografía de la cubierta: Nazarenko Andrii / Shutterstock.com Edicions UAB

Servei de Publicacions de la Universitat Autònoma de Barcelona Edifici A

08193 Bellaterra (Cerdanyola del Vallès) Tel. 93 581 10 22

sp@uab.cat

www.uab.cat/publicacions ISBN: 978-84-941904-2-1 Depósito legal: B.2287-2014 Impreso por Gràfiques Jou

Impreso en España – Printed in Spain

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

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Índice

Prólogo – justificación

Perdonen los expertos . . . 11 Capítulo i

Afectos. Por dónde empezar... . . 13 Capítulo ii

¿Qué hacemos con lo que sentimos?. . . 25 Capítulo iii

Discurso. ¿De qué hablamos cuando hablamos? . . . 39 Capítulo iv

¿Qué idea tenemos del mundo? . . . 57 Capítulo v

Las palabras equívocas y el discurso velado . . . 71 Capítulo vi

Deseo. ¿Qué queremos del mundo? . . . 85 Capítulo vii

Yo y los otros . . . 99 Capítulo viii

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Capítulo ix

Tiempo. ¿Cómo organizamos el tiempo? . . . 127 Capítulo x

El tiempo de la angustia y el tiempo del sentido . . . 143 Capítulo xi

Etimología. ¿Cuál es mi historia?. . . 155 Capítulo xii

¿Qué soy yo en los otros?. . . 165 Capítulo xiii

Neologismo. Un poco de libertad... . . . 177 Bibliografía.... . . 187

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PRÓLOGO – JUSTIFICACIÓN

Perdonen los expertos

Este libro no pretende ser un tratado de filosofía o de clínica y mucho menos responder de manera clara a las cuestiones por las que se pregunta. Perdonen los expertos en filosofía del lengua-je, en metafísica u ontología. Perdonen los maestros en empiris-mo, sensualisempiris-mo, estructuralismo o postestructutalismo. No lo lean epistemólogos, semiólogos, semióticos, lingüistas o lógicos. Al menos no con la visión teórica con la que nos enfrentamos a saberes cerrados. Es cierto que nos apropiamos de fragmentos de autores, clásicos y contemporáneos, conscientes de las limi-taciones de la fragmentación y de la presentación de textos sin aclarar un contexto concreto en la historia del pensamiento. De la misma manera perdonen psicoanalistas, los de Freud y los de Lacan, los de escuela y los institucionales, que podrán acusarnos de apropiarnos de teorías sin utilizar los términos justos tal como fueron enunciados y dando por supuestos conceptos que preci-sarían de matizaciones y precisiones para organizarse en el sa-ber psicoanalítico. Perdonen incluso ambos por confrontar y abrir teorías, enfrentarlas y ponerlas a dialogar sobre un fondo pragmático sin la autorización prescriptiva o el nihil obstat doc-trinal. Perdonen si sienten que se usan sus saberes fuera del campo en el que fueron pronunciados. Pero no es un libro para ellos. Ellos están ahí para el lector que desee profundizar.

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12 A F E C T O Y L E N G UA J E

No perdonen los racionalistas a ultranza, los hombres de ciencia pura y dura, los que quieren reducir el ser y el psiquis-mo dentro de un psiquis-modelo unívoco y seguro, claro y sin fallas, los que no dudan de lo que dicen y aseguran dominar los vi-cios y sesgos del enunciado y la proposición, y olvidan su enunciación cuando aparece en el momento preciso como de-fensa contra el no-saber y el sinsentido. Este sí es un libro para ellos. Y sobre todo no perdonen los que, aun sabiéndolo, crean el discurso necesario que tapona la fuente de todo pen-samiento posible. Por eso no es un tratado sino simplemente una presentación de las fallas: las del lenguaje y las del sentido.

Por eso mismo también es un libro para el que duda y se pregunta sin dominar uno u otro saber. Que en un momento dado se encuentra hablando al margen de su discurso y más allá de su dominio con palabras que revelan la angustia y ma-nifiestan lo ignorado. Léalo para consolarse entonces y com-prender, por lo menos, que ello ha insistido desde siempre, más allá de nuestro entendimiento.

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CAPÍTULO I

Afectos. Por dónde empezar

«El hombre, dicen, es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un ani-mal afectivo o sentimental. Y acaso lo que de los demás animales le diferencia sea más el sen-timiento que no la razón. Más veces he visto razonar a un gato que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro, pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva ecuaciones de se-gundo grado».

Miguel de Unamuno.

Del sentimiento trágico de la vida.

Las personas sentimos. Es obvio que nuestra actividad mental comienza por sentir, pero los pensadores y filósofos normal-mente no se han fiado de los sentimientos. Con frecuencia se pretende establecer una frontera entre la vida afectiva y la acti-vidad mental racional, que consideramos más propia del hom-bre. Las emociones se han considerado engañosas y solo mar-ginalmente algunos intelectuales las han valorado.

Pero cuando somos niños, que ni pensamos ni hablamos, sentimos. Apenas comenzamos a dar unos pasos y mucho

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tes ya sentimos emociones fuertes, poderosas. Al principio solo hambre o frío, y a medida que el tiempo pasa sentimos con más precisión: rabia, alegría, angustia, placer... Día a día y mes a mes el abanico de sentimientos se va definiendo hasta alcan-zar matices más finos. De niños sentimos, aun cuando ni si-quiera lo sabemos. No sabemos, por así decirlo, lo que nos traemos entre manos.

El filósofo Miguel de Unamuno, que además sabía mucho de sentimientos, decía que el hombre más que otra cosa, más que racional, es un ser sentimental, afectivo. Que quizás sean los sentimientos lo que nos diferencia de los demás animales. Le parecía más posible un cangrejo resolviendo ecuaciones de segundo grado que riendo o llorando, enfadado, triste o alegre.

Aunque se nos olvida, de adultos también nos pasamos la mayor parte de nuestro tiempo sintiendo. Puede parecer una perogrullada y sin embargo en nuestra concepción del ser hu-mano las emociones siempre han estado supeditadas, jerarquiza-das y ordenajerarquiza-das por un mando que las gobierna: la razón. Desde la antigüedad, racionalidad y afectividad se han entendido como dos dimensiones diferentes de nuestra mente, condenadas a ro-zarse, a mezclarse, pero sometidas a vigilancia con el propósito de que, al final, las emociones no perviertan las capacidades ra-cionales de juicio y argumentación.

Cuando se inició el estudio de la mente y sus padecimien-tos con el fin de hacer una ciencia — ahora lo llamamos psico-logía, psiquiatría o neurociencia—, un pensador alemán, Franz Brentano, que vivió a caballo entre el siglo xix y el xx, escri-bió lo siguiente en su libro Psicología desde un punto de vista

empí-rico, en 1874: «El mérito de haber abierto el camino pertenece a

Platón: éste distinguió tres clases fundamentales de los fenóme-nos psíquicos, o, más bien, tal como él se expresaba, tres partes del alma, cada una de las cuales encerraba actividades psíquicas particulares; a saber: la parte concupiscente, la irascible y la racional. [...] Halló en el hombre una lucha de contrarios: primero entre

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las exigencias de la razón y los impulsos sensibles; luego, entre los varios impulsos sensibles mismos. Y esta oposición entre la pasión vivamente encendida, que arrostra el dolor y la muerte, y la relajada inclinación al placer, que retrocede ante cualquier dolor, le pareció singularmente llamativa y no menor que la oposición entre las exigencias de la razón y los impulsos irracionales».1 Es antiguo, como vemos, el afán de diferenciar

entre lo afectivo y lo razonable. Brentano dividió las activida-des mentales en tres géneros: «activida-designamos al primero con el nombre de representación, al segundo con el nombre de juicio, y al tercero con el nombre de emoción, interés o amor».2

Para Brentano, la representación es cualquier cosa que apa-rece en la conciencia, mientras que la emoción o el interés es lo que hace que sintamos, que tengamos afecto por algo, que lo busquemos o nos afecte. Los juicios son la capacidad que tene-mos las personas de conocer si algo es cierto o no.

En cualquier caso, la tendencia ha sido separar los afectos tanto de la capacidad racional, eso que llamábamos realizar jui-cios, como de la capacidad de representarnos la realidad, lo que hay en el mundo. Y cuando se acortan distancias surge el peligro de la mezcla, de la turbiedad o la «sinrazón». La razón es lo que gobierna, las emociones hay que mantenerlas en su sitio. Esta ha sido una idea generalizada durante siglos.

En la antigüedad clásica anhelaban perturbarse lo menos posible. El romano Marco Tulio Cicerón vivió en la ciudad de Túsculo hacia el año 50 aC, y ya escribía que «toda pertur-bación es un movimiento del alma desprovisto de razón, o que rechaza la razón, o que no obedece a la razón»3 Más tarde,

otro pensador de la edad media, santo Tomás de Aquino, que 1. Franz Brentano, Psicología (Madrid: Revista de Occidente, 1935), p. 54-55.

2. Ibíd., p. 89.

Referencias

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