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La Calzada, desde la Cruz cubierta hasta el santuario

In document Historia de Nuestra Señora de la Balma (página 121-125)

CAPÍTULO XV

La Balma desde 1820 hasta nuestros días

Como la nave sin timón y rota que el ronco mar azota,

incendia el rayo y la borrasca mece en piélago ignorado y proceloso;

nuestro siglo coloso

con la luz que le abrasa, resplandece.

(Núñez de Arce).

Corría el año 1843. Era mayoral de Nuestra Señora don Ramón Morelló, devoto entusiasta de la Virgen de la Balma y una de las personalidades más consideradas de la población.

«Hacía muchos años-dice un autor contemporáneo (1)-, que todo el mundo se lamentaba de lo impracticable que estaba el trozo de camino que lleva desde la Cruz cubierta al santuario, reducido a causa de los fuertes aguaceros al peor estado. El digno mayordomo tomó a pecho allanar tan grave inconveniente, que a tantos antecesores había arredrado. Rompiendo peñascos a puro barreno, y hacinando materiales con robustos y diligentes brazos, activados con su presencia, en término de cuatro meses logró concluir una soberbia calzada, que con sus desagües, además de oponer un fuerte dique a las violencias de los recios aluviones que se -precipitan desde los altos riscos, mantiene ileso el nuevo camino, tan ancho y capaz, que pudieran pasar holgadamente dos coches a la par. Ya desde ahora-prosigue aquel autor-, las diversas procesiones que acuden de los pueblos, y en especial la que viene de la parroquia el día de la fiesta principal, precedida de sus danzas, no tendrá que des-hacerse en este paso, ni cortar de golpe el recreo de los muchos millares de espectadores que, con un delicioso encanto, la están oyendo y presenciando desde que sale de la villa ... »

La obra del Sr. Morelló, con contar casi un siglo, y no obs-tante los fuertes aguaceros y temporales del invierno, ha llegado a nuestros días en buen estado de conservación.

Lo único que ha cambiado es el paisaje, que, bello y delei-table al tiempo · que esto se escribía, por las espesuras de los pinares, hoy, con las desconsideradas talas llevadas a cabo sin otra mira· que la de obtener insignificantes ganancias, han sido privados de buena parte de sus bellezas naturales sitios un día tan amenos y apacibles y que lo serían aun hoy a estar cubier-tos de espeso bosque, como lo está la Balma de Francia. Es bien de desear que todo el pueblo de Zorita se preocupe de este asunto, poniendo el mayor empeño en conservar y multiplicar el arbolado, guardando cuanto sea posible lo que aun queda de los antiguos pinares; y no se eche en olvido que si las tierras junto al río, un día feraces huertas, son hoy áridos pedregales, se debe principalmente a la desigualdad de las lluvias, ocasio-nada, en parte, por la desaparición de los bosques.

(1) El P. Fr. F. M. de San Lorenzo, autor" de una Novena e Historia de Nuestra Señora de la Balma.

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2. Recuerdos de la guerra de Africa, 1859 y 1860

Una de las cosas que más agradan en nuestros santuarios, es el curiosear los exvotos. Cuando ·era niño y mis padres me llevaban a la Balma, bien me acuerdo cuánto excitaba mi aten-ción el verlos uno por uno, y leer las inscripciones que los motivaran. En uno de ellos estaba representado aquel episodio de la guerra de Africa en el que, el general don Juan Prim, haciendo prodigios de valor, reconquistó con sus soldados unas piezas de artillería que acababan de arrebatarles los moros; un soldado puso en la parte superior del cuadro una estampita de la Virgen de la Balma significando haberse hallado en aquel peligroso ataque donde invocó el auxilio de nuestra Madre y Señora; y al volver ileso al seno de su familia, terminada ya tan costosa guerra, dedicó a la Madre de Dios aquel humilde exvoto en testimonio de su gratitud.

El cuadrito estuvo allí muchos años; después desapareció.

Seguramente, al inutilizarse de puro viejo, fué retirado para dejar sitio a otros nuevos. Ignoro el nombre de aquel devoto de Nuestra Señora. No sé tampoco si era de Zorita o de otro pue-blo de estas cercanías. Mas ya que la ocasión me brinda, voy a dedicar unas líneas a la memoria de un hijo de Zorita que tomó parte en casi todas las acciones de guerra de aquella campaña. Bien lo merece por su singular devoción a Nues-tra Señora.

Llamábase José Bernús Barberá. Se le conocía vulgarmente con el nombre de El Correu, porque largos años desempeñó este cargo en nuestro pueblo.

Por su licencia absoluta y por los datos que me dió de pala-bra, puedo referir que, como soldado del Batallón Cazadores

de 'Arapiles, se halló en gran número de combates de aquella

memorable guerra y singularmente en las batallas de Tetuán, Wad-Ras y Monte Bernidell, y por cierto, actuando su batallón en la vanguardia en estos últimos combates. De todo me daba detalles, que bien los recordaba a pesar de los años transcurri-dos; pero de un modo singular recordaba que, en la 'acción del día 14 de enero, en un ataque a la bayoneta, detuvo un terrible golpe de gumía que le asestó un moro, parándolo con su cara-bina, que quedó partida en dos pedazos; fué entonces cuando, creyéndose perdido al verse en tan grave riesgo y peligro de su

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vida, aclamó al Sagrado Corazón de Jesús y a la Virgen de la Balma con estas palabras: «¡Virgen de la Balma, asistidme · en esta hora!»; y al referirme este suceso, dos gruesas lágrimas resbalaban por sus curtidas mejillas; y la Virgen no abandonó a su fiel devoto. Aunque herido en un brazo, tuvo aún fuerzas y serenidad suficientes para recoger del suelo una carabina, con la que mató a su adversario; y sin haber tenido otro percance durante la guerra, acabó felizmente aquella campaña.

A instancias mías mostróme dos cuadritos, uno del Sagrado Corazón de Jesús y otro de la Virgen de la Balma, que llevó siempre en su mochila y apreciaba tanto, me decía, que no los diera aunque por ellos le hubiesen ofrecido una gran cantidad.

A ellos se encomendaba y rezaba con frecuencia; y sobre todo en las horas de peligro rezaba la Salve. Su piedad y nobleza de sentimientos era tal, que, cuando oía blasfemar a alguno de sus camaradas, decía sin ningún respeto humano: ¡ Alabado sea Dios l Y para que se vea que el tener tales sentimientos de pie-dad no le impedía ser un .valiente, no dejaré de consignar que, después de aquella terrible acción, así que le hicieron la primera cura, tuvo ánimo para asistir a un paisano suyo, herido grave-mente en la cabeza, llamado José Cardona (a) Sahoné, que murió a poco; y el mismo José Bernús escribió a sus afligidos padres, consolándoles y comunicándoles tan triste nueva. Murió santamente hace ya algunos años. Es de creer que la Santísima Virgen se lo llevó muy pronto al cielo, que bien lo merecía, por su acrisolada piedad y resignación cristiana en las adversidades.

3. La Sala bona

La parte más moderna del santuario de la Balma, donde está la llamada «Sala bona», se edificó siendo Mayoral Ramón Ejarque, bisabuelo del autor de esta historia, hacia el año 1865;

aquel año fué célebre por haber caído una copiosísima nevada.

Con aquel nuevo cuerpo de edificio, distribuído en una espa-ciosa sala con dos alcobas, cocina y todo lo necesario para el albergue de familias distinguidas, la hospedería ha ganado nota-blemente, y el ermitorio con su iglesia y dependencias puede competir con los mejores de Aragón y Valencia.

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