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Diez mil horas sin parar, sin parar y sin parar

In document No Es Cuestión de Leche (página 95-97)

Malcolm Gladwell, periodista de la revista The New Yorker e investigador cultural de gran repercusión, estudió las razones que explican por qué algunas personas triunfan y otras no. En una cultura que celebra el talento, Gladwell se atreve a sostener que hay más esfuerzo que genio en los que llegan.

La mayoría de las personas creen que el éxito es una mezcla de esfuerzo constante y talento. Nadie duda que Mozart debió ser un niño especialmente dotado si compuso aquella música tan hermosa; o que Bill Gates también sea una suerte de superdotado de las computadoras.

Es evidente que le talento innato existe. No todas las personas nacen con las mismas capacidades o habilidades naturales. Sin embargo, cada vez más las investigaciones del comportamiento humano confirma que importa menos el talento innato que la disciplina, el esfuerzo y la perseverancia.

Mozart no produjo sus mejores obras hasta que llevaba más de veinte años componiendo. Bill Gates estudiaba en una escuela privada en Seattle. En el año 1968 su madre juntó 3.000 dólares. Esta suma la invirtieron en un terminal informático con conexión directa a un ordenador central en la ciudad de Seattle. Así, Bill pudo programar en tiempo real mientras cursaba octavo de educación básica. ―Era mi obsesión —cuenta Gates—. Iba allí todo las noches y programábamos durante los fines de semana‖. Cuando dejó Harvard después de su segundo año de estudiante para probar suerte con su propia empresa de software, llevaba siete años consecutivos programando prácticamente sin parar. Había acumulado las diez mil horas.

Henri Cartier – Bresson, uno de los grandes fotógrafos de la historia, daba el siguiente consejo a aquellos que querían ocuparse del oficio de la fotografía. ―Tus primeras diez mil fotos son las peores‖. Obviamente que si asociamos esta cifra a la tecnología digital, diez mil fotos no parecen muchas, pero en la época de Henri Cartier – Bresson, —principios del siglo XX— por cada foto los fotógrafos se pasaban más o menos una hora en el cuarto oscuro. Una hora por foto significa un total de 10.000 horas para llegar a las diez mil fotos.

El escritor Ernest Hemingway decía: ―Hacen falta un millón de palabras de porquería‖, para aprender a escribir. Si calculamos de forma rápida, nos daremos cuenta de que haciendo un esfuerzo bastante grande de escribir todos los días, hacen falta muchos años para escribir ese

primer millón de palabras de porquería al que se refería el Premio Nobel, autor de la memorable Por quién doblan las campanas.

Estos ejemplos que acabo de mencionar, pretenden ser una llamada de atención a la importancia que tiene la práctica y el esfuerzo constante para conseguir los niveles que nos propongamos en cualquier área de nuestra vida. No digo que siempre hagan falta las diez mil horas exactas, lo que quiero decir es que cuando ves a alguien que admiras, alguien que ha llegado muy lejos en algo, no tienes que pensar que necesariamente sea un ―prodigio‖; tampoco que lo que haya logrado sea producto de la suerte; así mismo evita pensar que es mucho más talentoso e inteligente que tú, o que se trata de un extraterrestre. Lo que tienes que pensar es que detrás de esa persona y con ese resultado hay un gran esfuerzo y sacrificio. Las personas que

tienen un desempeño por debajo del promedio, que se esfuerzan por debajo del promedio, casi siempre obtienen resultados por debajo del promedio. Lo mismo ocurre con aquellos que hacen esfuerzos por encima del promedio, suelen obtener logros por encima del promedio.

Si alguna vez quieres conseguir lo mismo o más de lo que esa persona admirada ha obtenido, debes esforzarte hasta dar lo máximo de ti y no sólo durante un corto espacio de tiempo, sino durante muchos años continuos, sin detenerte, sin parar, sin parar, sin parar, hasta conseguir tu propósito.

Viene a mi mente en este momento un estudio muy significativo que demuestra que las personas logras mayores niveles de maestría en la medida que dedican más horas a la práctica de un oficio. Fue el que realizaron en el año 1990, el psicólogo K. Anders Ericsson y dos de sus colegas en la Academia de Música de Berlín.

¿En qué consistió este estudio?

Ellos dividieron a los violinistas en tres grupos.

Grupo 1: Las estrellas, los que tenían desempeño magistral, es decir, músicos de talla. Grupo 2: Los que eran juzgados por sus profesores como buenos músicos.

Grupo 3: Los que tenían mayor dificultad en la interpretación.

A todos los estudiantes se les había preguntado a qué edad se habían iniciado a tocar violín. En los tres grupos la respuesta fue parecida: todos empezaron a tocar alrededor de los 5 años de edad, y practicaban unas 2 o 3 horas semanales.

Sin embargo, cuando los estudiantes evocaron sus prácticas a partir de los 8 años, empezaron a surgir diferencias. Los estudiantes del Grupo 1 respondieron que a esa edad duplicaron las horas de práctica. A los 16, ya practicaban 14 horas semanales. A los 20 años era posible que algunos ya practicaran unas 30 horas semanales.

Todos los estudiantes que habían practicado ese gran número de horas (alrededor de 10.000) pertenecían al Grupo 1, al grupo de las estrellas. Ninguno que practicara menos estaba en ese grupo.

Los miembros del Grupo 2 sumaban como máximo 8.000 horas y el Grupo 3, apenas 4.000. Aquellos resultados eran demasiado precisos para resultar ciertos. ¿Todo dependía de las horas que habían invertido los estudiantes?

Para asegurarse de que no había asistido a una especie de casualidad, repitieron el mismo tipo de experimento con una clase de pianistas. Y resultó exactamente lo mismo. El patrón era idéntico. Los pianistas más sobresalientes siempre sumaban al menos 10.000 horas de práctica en toda su vida.

Estos resultados derriban las creencias de muchas personas de que el éxito está asociado sólo y exclusivamente al talento innato, a la genialidad casi genética. Indudablemente existen capacidades especiales en algunos individuos, pero de nada sirve un talento por encima del promedio, si práctica, o ejercitación, pues el éxito en cualquier área en la que estemos requiere como premisa el talento; pero el resultado final depende de trabajar sin parar, sin parar, sin parar.

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