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EL CARACTER DISTINTIVO DE LOS DOS SISTEMAS

Al aportar pruebas del carácter de la Iglesia papal, el primer punto para solicitar la atención del lector es el carácter de MISTERIO

que se atribuye tanto al sistema romano moderno como al siste- ma de la Babilonia antigua. Al gigantesco sistema de corrup- ción moral y de idolatría descrito en la Biblia bajo el emblema de una mujer con un “CALIZ DE ORO EN SU MANO” (Apocalip- sis 17:4), “y los que moran en la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación” (Apocalipsis 17:2; 18:3), se le llama en for- ma divina “MISTERIO, Babilonia La Grande” (Apocalipsis 17:5).

Ese “MISTERIO de iniquidad” de Pablo, descrito en 2

Tesalonicenses 2:7, tiene su duplicado en la Iglesia de Roma, de lo cual ningún hombre de mente pura, que haya examinado cui- dadosamente el asunto, puede dudar fácilmente. Esa fue la im- presión causada por tal motivo en la mente de Sir Matthew Hale, buen juez de evidencia, quien solía decir que si la descripción apostólica se inscribiera con el toque público de “somatén,” le sería dado a cualquier guardia del reino ver, dondequiera que se encontrase, al Obispo de Roma, como cabeza de ese “MISTE- RIO de iniquidad.” Ahora, como el sistema aquí descrito se ca- racteriza igualmente por el nombre de “MISTERIO,” se podría presumir que ambos pasajes bíblicos se refieren al mismo siste- ma. Pero el lenguaje aplicado a la Babilonia del Nuevo Testa- mento, hace que nos volvamos naturalmente hacia la Babilonia del mundo antiguo. Como la mujer del Apocalipsis tiene en su mano un CALIZ con el cual intoxica a las naciones, así ocurrió con la antigua Babilonia. De esa Babilonia, mientras ella se encontraba en toda su gloria, el Señor, por medio del profeta Jeremías, habló así, anunciando su ruina: “Vaso de oro fue Babilonia en la mano del SEÑOR, que embriagaba toda la tierra; de su vino bebieron las gentes; por tanto enloquecerán las gen-

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tes” (Jeremías 51:7). ¿Por qué esta similitud de lenguaje con res-

pecto a los dos sistemas? Seguramente porque la deducción natural es que el uno sostiene al otro como símbolo y antisímbolo. Ahora, como la Babilonia del Apocalipsis se caracteriza por el nombre de “MISTERIO,” de igual modo la gran característica distintiva del sistema de la antigua Babilonia fueron los “MIS- TERIOS” caldeos, que constituyeron una parte especial de ese sistema. Y a estos misterios alude claramente el mismo lengua- je del profeta hebreo, aunque simbólicamente – por supuesto – cuando se refiere a Babilonia como un “VASO de oro.” Beber de los “brebajes misteriosos,” dice Salverté, era indispensable de parte de todos los que buscaban la iniciación en estos Miste- rios.6 Estos “misteriosos brebajes” se componían de “vino, miel,

agua y harina.”7 Por los ingredientes usados abiertamente, y por

la naturaleza de otros no divulgados, pero usados evidentemen- te,8 no podía haber duda de que eran un tóxico natural; y hasta

que los aspirantes hubieran caído bajo sus efectos, hasta cuando su entendimiento hubiera sido disminuido y sus pasiones excita- das por la pócima ingerida, no estarían debidamente preparados para lo que iban a oír o a ver. Si se pregunta cuál fue el objeto y el propósito de estos ”Misterios” antiguos, se encontrará que hay una maravillosa analogía entre ellos y ese “misterio de ini- quidad,” que se sintetiza en la Iglesia de Roma. Su objeto prin- cipal fue el de introducir privadamente, poco a poco, bajo el sello del secreto y la sanción de un juramento, aquello que no hubiera sido seguro presentarlo abiertamente de buenas a pri- meras. La época en que ellos fueron instituidos demuestra que las cosas debieron ocurrir de ese modo. Los misterios caldeos pueden ser rastreados hasta los días de Semíramis, que vivió sólo unos pocos siglos después del diluvio, y a quien se la cono-

6

EUSÈBE SALVERTÉ, Las Ciencias Ocultas, p. 259.

7

GEBELIN, El Mundo Primitivo, vol. IV. p. 319.

8

Ver SALVERTÉ, pp. 258, 259.

9

AMIANO MARCELINO, lib. XIV, cap. 6, p. ad. 26, y lib. XXIII, cap. 6, pp. 371, 374, comparado con JUSTINO, Historia, lib. I, cap. 1, p. 615, y Crónica de EUSEBIO, vol. I. pp. 40, 70, etc. Eusebio dice que Nino y Semíramis reinaron en tiempos de Abraham. Ver vol. I. p. 41, y vol. II. p. 65. Con respecto a la edad de Semíramis ver nota en la página 142.

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ce por haber dejado en ellos la imagen de su propia mente depra- vada y corrupta.9 Esta hermosa pero malvada reina de Babilonia,

no fue de por sí solamente un dechado de desenfrenada lujuria y libertinaje, sino que en los Misterios en los que tenía parte prin- cipal, era adorada como Rea,10 la gran “MADRE” de los dioses,11

con ritos tan abominables que la identificaban con Venus, la

MADRE de toda impureza, llevando a la propia ciudad donde ella reinaba a una depravada eminencia entre las naciones, como la gran sede, a la vez, de la idolatría y de la prostitución consa- grada.12 Así, esta reina caldea fue un digno y notable prototipo

de la “Mujer” del Apocalipsis, con el cáliz de oro en su mano, y el nombre sobre su frente: “Misterio, Babilonia La Grande, ma- dre de las fornicaciones y de las abominaciones de la tierra” (Ver la Fig. 1 página 26). El emblema apocalíptico de la ramera con el cáliz en la mano, fue igualmente incluido entre los símbolos de la idolatría provenientes de la antigua Babilonia, tal como fueron representados en Grecia; porque así fue representada ori- ginalmente la Venus griega,13 y es curioso que en nuestros días y

cuando apareció por primera vez, fuera la Iglesia de Roma la que tomara realmente este mismo símbolo como su emblema preferido. En 1825, con ocasión del jubileo, el Papa León XII, acuñó una medalla que llevaba por un lado su propia imagen, y en el otro, la Iglesia de Roma simbolizada como una “mujer” que sostenía en su mano izquierda una cruz, y en la derecha un

CALIZ, con esta leyenda alrededor: “Sedet super universum,”

Fig. 26

ver Apendice, Nota A p. 443

10

Crónica Pascual, vol. I. p. 65.

11

HESIODO, Teogonía, v. 453, p. 36.

12

HERODOTO, Historia, lib. I. cap. 199, p. 92; QUINTO CURCIO, v. 1.

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”El mundo entero es su sede”14 (Fig. 26). Ahora, la época en que

vivió Semíramis, fue una época en que la fe patriarcal estaba fresca todavía en la mente de los hombres, y cuando Sem vivía aún,15 para despertar la mente de los fieles con el fin de que se

congregaran en torno a la bandera por la verdad y por la causa de Dios, hizo que fuera peligroso instituir públicamente un sis- tema como el que inauguró la reina babilónica. Sabemos por lo dicho en Job, que entre las tribus patriarcales que no tenían nada que ver con las instituciones mosaicas, sino que se apegaban a la fe pura de los patriarcas, la idolatría en cualesquiera de sus for- mas, era considerada como un crimen digno de ser sancionado con señalado y pronto castigo sobre la cabeza de aquellos que la practicaran. “Si he mirado al sol, dijo Job, cuando resplandecía, o a la luna cuando iba hermosa, y mi corazón se engañó en se- creto, y mi boca besó mi mano, esto también sería maldad juz- gada; porque habría negado al Dios soberano” (Job 31:26-28). Ahora, si éste era el caso en los días de Job, con mayor razón debe haber sido el caso en los tiempos antiguos, cuando fueron instituidos los Misterios. Era, por tanto, un caso de necesidad, si la idolatría iba a ser introducida y, en especial, una idolatría tan obscena como la que el sistema babilónico contenía en su seno, que esto fuera hecho clandestinamente y en secreto. Aun cuan- do fuera introducida por la mano del poder, podría haber produ- cido una reacción, y la parte incorrupta de la humanidad podría haber hecho violentos intentos para reprimirla; y, de cualquier

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ELLIOTT, Libro de Horas, vol. IV. p. 30.

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Para la edad de Sem ver Génesis 11:10,11. Según esto, Sem vivió 502 años des- pués del diluvio, es decir, según la cronología hebrea hasta el año 1846, A.C. Según Eusebio, la edad de Nino, el esposo de Semíramis, es sincrónica con la de Abraham, que nació en el año 1996 A.C. Sin embargo, se dice que el nacimiento de Abraham sólo tuvo lugar nueve años antes del fin del reinado de Nino (SINCELO p. 170. París, 1652). En consecuencia, según esto, el reinado de Nino debe haber terminado, según la cronología usual, cerca del año 1987 A.C. Clinton, que es una autoridad en crono- logía, sitúa el reinado de Nino un poco antes, hacia el año 2182 A.C. en sus Fastos Helénicos (vol. I. p. 263). Layard (en Nínive y sus Ruinas, vol. II. p. 217) comparte esta opinión. Se dice que Semíramis sobrevivió a su esposo cuarenta y dos años (SINCELO, p. 96). Por tanto, cualquiera que sea el punto de vista que se tenga sobre la edad de Nino, bien sea el de Eusebio, el de Clinton o el de Layard, es evidente que Sem sobrevivió largo tiempo tanto a Nino como a su esposa. Por supuesto, esto se basa en la suposición de la corrección de la cronología hebrea. Para evidencia con- cluyente sobre el asunto, ver Apéndice, Nota B. página 444

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modo, si ella hubiera aparecido inmediatamente con toda su horripilancia, hubiera alarmado la conciencia de los hombres, y frustrado el propósito en perspectiva. Ese propósito era someter a toda la humanidad a una sumisión ciega y absoluta a una jerar- quía dependiente por completo de los soberanos de Babilonia. Para llevar a cabo este plan, todo conocimiento sagrado y profa- no llega a ser monopolizado por el sacerdocio,16 que se las en-

tendía con aquellos que iban a ser iniciados en los “Misterios,” exactamente en la forma en que lo creían más conveniente, de acuerdo con los intereses del gran sistema del despotismo espi- ritual, que ellos tenían que administrar tan poderosamente como pareciera requerirlo. Así, el pueblo, dondequiera que se propa- gó el sistema babilónico, estuvo atado de pies a cabeza a los sacerdotes. Sólo ellos eran los depositarios del conocimiento religioso; sólo ellos tenían la verdadera tradición por la cual po- dían ser interpretados los escritos y los símbolos de la religión pública; y sin la sumisión ciega e implícita a ellos, lo que era necesario para la salvación, no podían ser conocidos. Ahora, compare esto con la historia antigua del papado y con su espíritu y modus operandi en todo, ¡y verá cuán exacta es la coinciden- cia! ¿Fue durante un período de luz patriarcal cuando empezó el corrupto sistema de los “Misterios” babilónicos? Fue en un pe- ríodo de mayor luz todavía, cuando empezó ese sistema impío y no bíblico que ha tenido tan exuberante desarrollo en la Iglesia de Roma. Esto empezó en la misma época de los apóstoles, cuando la iglesia primitiva estaba en floración, cuando los glo- riosos frutos de Pentecostés estaban por todas partes a donde se mirara, y cuando los mártires estaban sellando con su sangre su testimonio por la verdad. Aun entonces, cuando el Evangelio resplandecía en forma tan fulgurante, fue cuando el Espíritu de Dios dio este claro y preciso testimonio por medio de Pablo: “PORQUE YA ESTA OBRANDO EL MISTERIO DE INIQUIDAD”

(2 Tesalonicenses 2:7). Este sistema de iniquidad que empezaría después y que fue predicho en forma divina, iría a manifestarse después en una portentosa apostasía que, en su momento, sería “revelada” terriblemente, y continuaría hasta cuando fuera des-

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truida “con el Espíritu de su boca, y con la claridad de su veni- da” (2 Tesalonicenses 2 :8). Pero en su primera penetración en la Iglesia, lo hizo en secreto y a escondidas, con “todo ENGAÑO DE INIQUIDAD.” Procedió “misteriosamente” valiéndose de bellas pero falsas apariencias, apartando a los hombres de la sencillez de la verdad como ella es en Jesús. Y lo hizo tan secretamente por la misma razón de que la idolatría fue introducida secreta- mente en los antiguos Misterios de Babilonia. No era seguro, no era prudente hacerlo de otro modo. El celo de la verdadera Igle- sia, aunque desprovista del poder civil, se habría levantado para poner fuera del recinto de la cristiandad al falso sistema y a sus cómplices, si él hubiera aparecido abiertamente y, a la vez, con toda su obscenidad; y esto habría detenido su avance. Por tanto, fue introducida en secreto, poco a poco, una corrupción tras otra, mientras avanzaba la apostasía, y la Iglesia apóstata llegaba a estar preparada para tolerarla, hasta que hubiera alcanzado las proporciones gigantescas que ahora vemos, cuando casi todos los rasgos del sistema papal son verdaderos antípodas del siste- ma de la Iglesia primitiva. De la gradual introducción de todo esto, lo más característico de Roma ahora es que, mediante la obra del “Misterio de iniquidad,” tenemos la más notoria evi- dencia, sustentada incluso por la propia Roma, tomada de las inscripciones de las catacumbas romanas. Estas catacumbas son extensas excavaciones bajo tierra en las inmediaciones de Roma, en las cuales los cristianos celebraban su culto, e igualmente enterraban sus muertos en los tiempos de la persecución, duran- te los tres primeros siglos. En algunas de las piedras sepulcrales se pueden encontrar todavía inscripciones que contradicen abier- tamente los actuales y bien conocidos principios y prácticas de Roma. Tómese sólo un ejemplo. En la actualidad, ¿la caracte- rística más notable del papado no es el celibato obligatorio del clero? Sin embargo, en esas inscripciones tenemos la más con- cluyente evidencia de que, incluso en Roma, hubo una época en que no se conocía tal sistema de celibato clerical. Testimonios como los siguientes se encuentran en diferentes tumbas:

1. “A Basilio, el presbítero, y a Felícitas, su esposa. Esto lo hicieron ellos mismos.”

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2. “Petronia, esposa de sacerdote, modelo de modestia. En este lugar descansan sus huesos. Ahorraos vuestras lágri- mas esposo e hija queridos, y creed que está prohibido llo- rar por alguien que vive en Dios.”17

Una oración por acá y otra por allá por los muertos: “Que Dios refresque tu espíritu,” demuestran que también entonces había empezado a obrar el Misterio de iniquidad; pero, como lo ante- rior, demuestran igualmente que él obraba lenta y prudentemen- te, y que, hasta la época a que ellas se refieren, la Iglesia romana no había llegado al extremo de “prohibirle a sus sacerdotes que se ‘casasen.’” Astuta y gradualmente, Roma estableció los fun- damentos de su sistema de superchería, sobre el cual iba a erigir después tan inmensa superestructura. Desde sus comienzos, el “Misterio” estuvo impreso sobre su sistema.

Pero esta característica de “Misterio” se le ha adherido a lo largo de todo su recorrido. Cuando alguna vez ha tenido éxito en dis- minuir la luz del Evangelio, oscureciendo la plenitud y la libera- lidad de la gracia de Dios, apartando las almas de los hombres de los tratos directos e inmediatos con el Unico Gran Profeta y Sumo Sacerdote de nuestra profesión de fe, al atribuirle al clero un poder misterioso que le ha dado “dominio sobre la fe” del pueblo – un dominio rechazado abiertamente por los hombres apostólicos (2 Corintios 1:24), pero que, en unión con el confesio- nario ha llegado a ser, por lo menos, tan absoluto y completo como el poseído alguna vez por el sacerdote babilónico ante los iniciados en los antiguos Misterios. El poder clerical del sacerdocio romano culminó con la institución del confesionario, el cual fue tomado de Babilonia. La confesión de los adeptos de Roma es completamente diferente a la confesión prescrita en la Palabra de Dios. El precepto de las Escrituras con relación a la confesión es éste: “Confesaos vuestras faltas unos a otros” (San- tiago 5:16), lo que implica que el sacerdote se confesaría ante el pueblo, al igual que el pueblo se confesaría ante el sacerdote, si cualesquiera de los dos pecase contra el otro. Esto jamás podría

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haber servido para ningún propósito de despotismo espiritual; y por lo tanto, Roma, al abandonar la Palabra de Dios, ha tenido que recurrir al sistema babilónico. En aquel sistema, según fór- mula prescrita, se requería la confesión secreta al sacerdote de todos los que fueran admitidos a los “Misterios;” y hasta tanto que tal confesión se hubiese hecho, no podía tener lugar ninguna iniciación completa. Así, Salverté se refiere a esta confesión como observada en Grecia, con ritos que pueden ser claramente rastreados como de origen babilónico.18 “Todos los griegos, desde

Delfos a las Termópilas, estaban iniciados en los Misterios del templo de Delfos. El silencio con relación a todo lo que les fuera ordenado para guardar el secreto, estaba asegurado tanto por el temor a los castigos que amenazaban ante una revelación perjura, como por la CONFESION general impuesta a los aspi- rantes después de la iniciación - una confesión que hacía que ellos tuvieran más temor de la indiscreción del sacerdote, que darle a él la razón para temer la indiscreción de ellos.”19 Potter,

en sus “Antigüedades Griegas” también se refiere a esta confe- sión aunque, por lo general, ella se haya pasado por alto. En su relato de los Misterios eleusinos, después de describir las cere- monias y las instrucciones preliminares antes de la admisión de los candidatos a la iniciación ante la presencia inmediata de las divinidades, prosigue así: “Entonces el sacerdote que los inicia- ba, llamado ‘Ierofantes’ [el Hierofante], hacía ciertas preguntas tales como si ellos estaban ayunando, etc., a lo cual ellos respon- dían de una manera determinada.”20 El etcétera que aparece aquí

puede que no sorprenda a un lector casual, pero es un etcétera significativo que quiere decir mucho. Significa: ¿Están ustedes libres de toda violación de la castidad? Y no solamente en el sentido de impureza moral, sino en ese sentido artificial de la castidad que el paganismo siempre apreciaba;21 ¿están ustedes

18

Para el origen babilónico de estos Misterios, ver las dos primeras secciones del capítulo anterior.

19

EUSÈBE SALVERTÉ, Las Ciencias Ocultas, cap. XXVI, p. 428.

20

POTTER, vol. I, Eleusinia, p. 356.

21

Para las prohibiciones arbitrarias, a consecuencia de las cuales la culpa podía ser disminuida, ver Potter, vol. I, p. 356.

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libres de la culpa de asesinato? Porque ningún culpable de ma- tar, así fuera accidentalmente, podía ser admitido hasta cuando fuera purificado de la sangre, para lo que había ciertos sacerdo- tes llamados köes, que “oían confesiones” en tales casos y puri- ficaban al culpable.22 La severidad de las preguntas en el confe-

sionario pagano se amplía ciertamente en ciertos poemas licen- ciosos de Propercio, Tíbulo y Juvenal.23 Wilkinson, en su capí-

tulo sobre “Fiestas Privadas y Penitencias” dice que éstas “eran cumplidas estrictamente” a propósito de “ciertas reglamentacio- nes en épocas determinadas,”24 y tiene varias citas de escritores

clásicos que prueban claramente de dónde sacó el papado la cla- se de preguntas que han impreso ese carácter de obscenidad en su confesionario, como el exhibido en las bien conocidas pági-

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