• No se han encontrado resultados

Las características de las éticas aplicadas

29 El Human Brain Project

Capítulo 5. La neuroética desde la filosofía (II): la neuroética como ética aplicada Teniendo en cuenta la definición que en el capítulo primero se ha proporcionado

5.1 Las características de las éticas aplicadas

Las éticas aplicadas nacen de la propia demanda de los afectados, cuando la realidad filosófica pide respuestas a la vida cotidiana en sus diferentes actividades, economía, política, educación, etc., no pudiendo éstas dar respuesta a los problemas que se les plantean. Problemas como la violencia de género, las tensiones internacionales, las políticas para la inmigración, el desempleo, la guerra o el hambre, la eutanasia y el aborto, la destrucción de la ecosfera, la organización de una sociedad del ocio, la manipulación genética, el sentido de las profesiones y las instituciones, o la presunta neutralidad de la economía (Cortina, 2001, p. 161, 1992a, p. 162) son los que han dado lugar al «giro aplicado». En palabras de A. Cortina (2001):

Y es este el caso que en nuestros días ha obligado a la filosofía a dar, tras los llamados «giro lingüístico» y «pragmático», un «giro aplicado», sobre todo en el ámbito de la filosofía práctica, que siempre ha tenido por tarea orientar, siquiera sea mediatamente, la acción (p. 161).

Como se desprende de estas palabras, se ha producido de un «giro aplicado» para dar cuenta de las situaciones que la política, el derecho institucional y otros estamentos sociales no pueden gestionar por falta de medios, tiempo o recursos técnicos, pero sobre todo por falta de respuestas. En efecto, tras el paradigma lingüístico que caracterizó la filosofía de los últimos siglos, el centro de interés de la filosofía moral, seguía siendo el de la fundamentación de la acción moral. Sin embargo, junto a él empezó a ganar terreno la necesidad de aplicación de los principios previamente fundamentados. Es decir, los problemas anteriormente descritos, han puesto a la ética en una situación problemática, ya que las respuestas que debe dar son las que orientan la acción del ser humano de un modo mediato, y no puede convertirse en «una moral más» (Cortina, 2001, p. 162). La filósofa A. Cortina insiste en este sentido en señalar las tres dificultades principales a las que se enfrenta la ética aplicada: «la ética aplicada no puede ser una moral más, no hay ninguna ética aplicada aceptada por todos, y los distintos ámbitos de aplicación presentan peculiaridades ineliminables» (Cortina, 2001, p. 167).

Cuando se habla del paso del «giro lingüístico» al «giro aplicado», se entiende comúnmente en filosofía, el cambio de enfoque en la orientación y estudio de la filosofía, y muy especialmente en la filosofía moral. Este giro representa el paso del estudio del análisis del lenguaje en filosofía, al estudio de la aplicación de los principios morales fundamentados previamente, así como la responsabilidad y las consecuencias que se derivan de dicha aplicación. En gran parte significa la apertura de la orientación de la acción en filosofía moral, pasando de la propia reflexión sobre ella misma ―reducción al lenguaje―, a preocuparse por atender los problemas sociales proyectados en el discurso público (Camps & Cortina, 2007, p. 453-454).

Este giro aplicado se hizo eco de los problemas que habían azotado a la humanidad tras dos guerras mundiales y el advenimiento de los fascismos durante la primera mitad del s. XX. Por lo que, lejos de caracterizarse como una gran ética que diera cuenta de una análisis lingüístico sobre sí misma, empezó a englobar cuestiones de fundamentación y aplicación, tomando conciencia tanto ética como política, a la que después se le unió la consciencia tecnológica y social. Así, los avances tecnológicos y científicos aplicados a diferentes actividades de la realidad social, hicieron cada vez más necesario el hablar de «éticas» y no sólo de «Ética» (Camps & Cortina, 2007, p. 454).

En efecto, la propia realidad social fue la que demandaba el surgimiento de las éticas aplicadas debido a cuatro elementos fundamentales (Camps & Cortina, 2007, p. 446). En primer lugar, los gobiernos que se vieron forzados a la creación de comités éticos sobre cuestiones que les sobrepasaban y para los que no tenía respuesta, en diferentes ámbitos como la biotecnología, la empresa o la sanidad. En segundo lugar, también los expertos en los ámbitos anteriores necesitaban de asesoramiento ético que guiara sus prácticas, expresando así su inconformidad y su insatisfacción con la calidad de sus prácticas científicas, y de la ingente necesidad de confianza en sus actividades. En tercer lugar, los propios ciudadanos que, forzados a depositar su confianza en diferentes esferas públicas y privadas, clamaban porque sus preocupaciones se hicieran escuchar en el seno de éstas. Por último, los propios filósofos morales se percataron de la responsabilidad que entrañan las éticas aplicadas, así como de su necesidad para el futuro.

Estos cuatro elementos supondrán sin ninguna duda una forma de trabajo interdisciplinar que caracterizará el proceder de las éticas aplicadas. Además de determinar su metodología, también determinará sus resultados, que se plasmarán como orientaciones y códigos de buenas prácticas, ya sea en forma de documentos públicos, informes ―por ejemplo el Informe Belmont de 1978 en Bioética―, declaraciones o códigos ―por ejemplo el Código de Nüremberg de 1946― con una enorme fuerza pública.

Teniendo en cuenta los cuatro elementos de la realidad social que propiciaron el surgimiento de la ética aplicada, es consecuentemente lógico pensar que también es la propia realidad social la que determina el método de surgimiento de las éticas aplicadas. Y es que, el nombre de ética aplicada, a pesar de que suscite a pensar en principios que se aplican desde arriba, es más una ética que se construye desde abajo. Nace así del propio imperativo social y no de ninguna institución o estancia

superior ―más bien, a raíz de ella se crearán instituciones y comités. Su modo de proceder es, como señala A. Cortina (2001, p. 165), de «abajo hacia arriba», ya que nace de la necesidad de los propios afectados y se hace necesaria cuando ningún otro saber práctico puede resolver dichas necesidades.

Realmente no funciona por deducción y aplicación de principios directamente a casos específicos. Es decir, no se trata de aplicar principios deducidos a partir de leyes generales ni tampoco de inducir principios generales a partir de lo que ya existe, sino más bien descubrir principios comunes a partir de los distintos ámbitos de la vida práctica (Cortina, 2001, p. 174). Principalmente porque eso sería un modo de proceder de la «Causística 1» (Ferrete, 2010, p. 36; Cortina, 2001, p. 164, p. 167- 168). La ética no aplicaría directamente los principios, sino más bien diseñaría el marco de aplicación: los valores, principios y procedimientos en los que se deben tener en cuenta a los afectados. Recordemos que no se trata de prescripciones inmediatas para la acción (Cortina, 2001, p. 168).

Tampoco poseen un método de aplicación retórico y práctico, es decir, a raíz de los juicios sobre situaciones probables y concretas y por tanto inductivo, más propio de la «Causística 2» (Gracia, 2007, p. 98; Camps & Cortina, 2007, p. 450; Cortina, 2001, p. 168). En este caso, la acción se orientaría no por la aplicación de principios a casos específicos, sino más bien por el acuerdo de las personalidades más expertas y expresadas a través de máximas de acción52.

En efecto, la posibilidad de la ética aplicada misma va a depender de cómo se conciba el sentido de aplicación. En este sentido, un buen ejemplo de la imposibilidad de la ética aplicada lo proporciona Alasdair MacIntyre. El sentido de aplicación no puede, según este autor, separarse de la propia ética (MacIntyre, 2003). Sin embargo, la concepción del término «aplicación» que posee A. MacIntyre es radicalmente diferente al que surge de la ética discursiva. Tal y como advierte D. García-Marzá (2004, p. 117), para el filósofo A. MacIntyre, la aplicación es la unión entre dos esferas separadas que actúan por un principio deductivo, el cual hace aplicar principios a la realidad. Sin embargo, la ética aplicada tal y como se defiende en este texto, nace de la misma necesidad de la praxis social, y como ya se ha explicado anteriormente, no se debe a la aplicación de principios que otras instancias u organismos quieran imponer. Así lo expresa A. Cortina (2001):

No se trata, pues, con la «aplicación» de aplicar principios generales a casos concretos, ni tampoco de inducir tales principios desde las decisiones concretas, sino de descubrir en los distintos ámbitos la peculiar modulación del principio común, o de los principios comunes (p. 174).

Por tanto, ¿cuál es el origen del concepto de aplicación que se está tomando en este texto, como una dimensión inseparable e ineludible de la orientación de la acción en las diferentes esferas de la realidad social? Es imprescindible hacer referencia a Karl Otto Apel, quien desde la teoría de la ética discursiva, coincide con

52Este es un método bastante frecuente en algunas éticas aplicadas, como la bioética, especialmente en la sociedad americana (Cortina, 2001, p.169).

Jürgen Habermas en la tarea fundamentadora de la ética, pero más allá de él, también cree que tenga una función de aplicación. Es decir, ambos filósofos ven necesaria una tarea fundamentadora de la moral, y ambos coinciden en que la filosofía moral no debe dar contenidos sino «desentrañar la condiciones de racionalidad de hechos incontrovertibles» para pasar del «yo pienso» al «nosotros argumentamos» (Cortina, 2001, p. 170).

Así, K. O. Apel distingue dos partes en la ética: una «parte A», que se encargaría de fundamentar racionalmente los principios y la corrección de normas de acción, y una «parte B», que diseñaría el marco racional para la aplicación de los principios de la parte A en la vida cotidiana (Apel, 1985a, p. 341; Cortina, 2001, p. 167). Es en este punto donde se separa de J. Habermas, señalando uno de los límites de la ética discursiva, y es que la razón práctica debería apostar más por la prudencia y la responsabilidad en la aplicación de normas a situaciones concretas (Apel, 1985b). En efecto, la «parte B» de la ética no sólo se rige por el criterio de aplicación, sino también por el de responsabilidad (Cortina, 2001, p. 172; Camps & Cortina, 2007, p. 150). Es imprescindible tener en cuenta las consecuencias que se van a seguir de la aplicación real de los principios de acción humana previamente fundamentados de una forma racional y argumentativa, propia de la ética discursiva.

Como se ha argumentado antes, no se trata exclusivamente de aplicar principios con contenido, básicamente porque el pluralismo en las sociedades actuales no permite unos principios con contenido común. Tampoco se trata únicamente de descubrir principios de acción en la práctica cotidiana con un cierto alcance, ya que en toda ética aplicada siempre existirá una cierta pretensión de carácter universal e incondicional, más allá de los casos concretos. Sería un error, pensar que las éticas aplicadas no pretenden una cierta universalidad. Así pues, en principio se hace bastante complicado determinar una estructura, ya que las éticas aplicadas conjugan esa pretensión de universalidad con la búsqueda de la orientación de cuestiones morales que se desprenden de ciertas actividades sociales concretas.

Para A. Cortina, la estructura de las éticas aplicadas se corresponde con la estructura circular propia de la hermenéutica crítica53 (Cortina, 2003a, p. 30-31). Este método consiste en (Cortina, 2010b):

Descubrir en el seno de cada actividad, desde dentro, las metas que le dan sentido y legitimidad social, las máximas específicas por las que ha de orientarse para alcanzar esas metas, las virtudes que deben cultivar quienes trabajan en ese ámbito, los valores que es preciso alcanzar, pero también el fundamento filosófico de las máximas, que les presta validez racional y proporciona un criterio para la crítica (p. 45).

Pero para descubrir los aspectos que destaca la autora, esta estructura circular y hermenéutica exige una propuesta conjunta de diferentes tradiciones éticas. Ninguna de las tradiciones éticas por sí sola —deontológicas, teleológicas, de la

53Para Adela Cortina, el método de las éticas aplicadas debería ser el hermenéutico crítico, dado que la razón con la que trabaja la ética no es pura, sino impura, y que está inscrita en una serie de tradiciones históricas. El método de la hermenéutica ha sido trabajado especialmente por Jesús Conill (2006, 1991) y José María García Gómez-Heras (2000), y el hermenéutico crítico ha sido adaptado a las éticas aplicadas por el grupo de investigadores de la Escuela de Valencia.

convicción, de la responsabilidad, procedimentalistas, sustancialistas— puede articular este método de forma aislada. De este modo se necesita una propuesta articulada en varios momentos, que no pierda la orientación de fondo. Dicha orientación de fondo es doble, ya que conjuga, por un lado, el Fin en Sí mismo y el Reino de los Fines kantianos, y por otro lado, el reconocimiento de cada persona como interlocutor válido propio de la ética discursiva.

Por tanto, esta estructura circular y hermenéutica, que se articula a partir de la conjunción de distintas teorías éticas a través de varios momentos, y que no pierde de fondo el doble principio ético del Fin en Sí mismo y la orientación al Reino de los Fines, junto con el reconocimiento intersubjetivo como interlocutor válido, es la estructura de las éticas aplicadas. A pesar de ser una estructura circular pero única, es necesario no obstante atender a cada uno de esos momentos. O dicho de otra forma, si antes hemos respondido el porqué de esos momentos, ahora se debe contestar a qué hace referencia cada uno de ellos. Y es que, según A. Cortina (2003a, p. 32), deben tener como referencia cinco puntos: las metas sociales, los mecanismos para alcanzarlas, el marco jurídico y político en el que encuentran, las exigencias de moral cívica alcanzadas por esa sociedad, y las exigencias de una moral crítica que plantea la ética discursiva.

El primer momento consiste en comprender en qué consiste esa práctica social, y para ello se hace necesaria la concepción aristotélica de «práctica», como actividad que persigue determinados bienes internos, para lo que se exige el descubrimiento de principios de alcance medio además de valores y virtudes. El momento aristotélico —o también llamado agathológico— exige que se delibere y se reflexione sobre los medios para alcanzar los fines, pero no sobre los fines mismos, ya que estos vienen dados por la caracterización ética de la actividad social, por los bienes internos. Esos medios serán los principios, valores y virtudes que permiten alcanzar esos bienes internos (Cortina, 2003a, p. 32-33, 2010b, p. 45-46). Las aportaciones de las éticas de las virtudes y del comunitarismo serían claves en este primer momento. Pero además, en el intento de alcanzar los bienes internos de cada actividad, es necesario acudir a estrategias, o a un segundo momento, denominado estratégico. En dicho momento se buscarán los mecanismos específicos de cada sociedad en el intento de alcanzar dichos bienes. Las aportaciones de las éticas de la responsabilidad serán clave en este momento, especialmente para que no se confundan los medios estratégicos con los fines mismos.

No obstante, en la persecución de bienes internos se debe respetar el marco jurídico y legal de una sociedad, que en la mayoría de sociedades democráticas se refiere al marco constitucional y la legislación vigente. Pero esto no es suficiente porque el marco jurídico no agota el marco moral, por lo que se necesita de otro momento, el momento kantiano. Es decir, la búsqueda de los bienes internos de una actividad social a través de medios que incorporen estrategias, pero que no se reduzcan a ellas, debe respetar un marco deontológico, y más aún en sociedades donde se supone que se ha alcanzado un nivel de desarrollo postconvencional en

términos de L. Kohlberg54. A este momento, se le denomina momento kantiano55, y

obliga a perseguir los bienes internos de una actividad respetando valores como la libertad, la igualdad o el respeto activo (Cortina, 2003a, p. 34-35).

Sin duda, la aportación de K. O. Apel de diseñar un marco de mediación de la racionalidad comunicativa, que en este caso es la estratégica, proporciona una dosis de realismo a los ámbitos de la ética aplicada a la economía o la política. La filósofa A. Cortina también expone en este sentido que la aplicación de la racionalidad comunicativa de la ética discursiva en las éticas aplicadas, debe estar mediada por una racionalidad estratégica, que tenga siempre presente la conservación del hablante y de cuantos dependen de él, y a la vez proporcione las herramientas materiales y culturales para a la acción comunicativa sin que peligre la conservación de los anteriores (Cortina, 2001, p. 172). Pero la autora va más allá, reconociendo que no sólo es necesaria la mediación estratégica, sino además una racionalidad prudencial, especialmente en los ámbitos de la bioética, la educación o la moral cívica, que son muy diferentes al político y económico (Cortina, 2001, p. 174).

La ética, a diferencia de la moral, necesita de un aprendizaje y un lenguaje específicos. Para su reflexión se hacen necesarios los conocimientos filosóficos de diferentes tradiciones sobre el fenómeno moral y la toma de decisiones humanas. Además, también existe un pluralismo en los diferentes modos de vida de una sociedad para alcanzar la felicidad. Por lo que, el primer problema con el que se topa esta ética aplicada, que intenta responder a las demandas de los afectados intentando aplicar los principios fundamentados previamente, es que no existe un fundamento racional desde el que orientar y aplicar comúnmente. Y aunque existiera, no significa que por ser racional deba ser común a todos (Cortina, 2001, p. 165).

No hay que perder de vista que, como recoge muy pedagógicamente D. García- Marzá (2004), el objetivo de las éticas aplicadas es:

La realización de los principios y valores morales dentro de contextos y situaciones concretas, de forma que oriente en el desarrollo de espacios de libertad y, por lo tanto, haga más responsables y razonables estos diferentes contextos, prácticas e instituciones (p. 118).

Entonces si se hace necesaria una ética aplicada a diferentes estructuras y saberes sociales ética de la empresa (García-Marzá, 2004), bioética (Gracia, 1988), ética del derecho (Laporta, 2000)― ¿sería necesaria una ética en la investigación y

54El término postconvencional, acuñado por Lorenz Kohlberg, se corresponde con el tercer nivel —que agrupa las etapas cinco y seis— de las seis etapas en las que dividió el juicio moral, como extensión de la obra moral de Jean Piaget sobre el juicio moral de los niños. Se le atribuye a Lorenz Kohlberg la creación de la teoría del desarrollo moral y la enunciación de la filosofía de la educación moral sobre la que se basó el enfoque de la comunidad justa (Reimer, 1997, p. 21-47).

55 El filósofo Jesús Conill también apuesta por esta estructura de las éticas aplicadas, y además de defender su carácter hermenéutico y deliberativo, deja claro que la aplicación de principios previamente fundamentados es un elemento imprescindible en la orientación de la acción del ser humano, porque mejora la lógica de comprensión de la actividad humana (Conill, 2003, p. 123).

tratamiento del cerebro humano? Obviamente la respuesta es afirmativa, pero ello no quiere decir que la neuroética sea una ética aplicada. Incluso si con ello hubiéramos contestado a si es una ética aplicada o no, tampoco podríamos descartar que no fuera una ética fundamental, ya que, sus actividades a lo largo de esta década la han definido como algo diferente a las éticas aplicadas anteriormente mencionadas —al menos en una parte.

Outline

Documento similar