Buitrago, Fanny,
1946-Un genio en la pantalla / Fanny Buitrago ; ilustrador Jaime Troncoso. — Edición Mireya Fonseca Leal. - Bogotá : Panamericana Editorial, 2013.
112 p. : i l . ; 21 cm. ISBN 978-958-30-4260-7
1. Cuentos infantiles colombianos 2. Magia - Cuentos infantiles 3. Fantasía - Cuentos infantiles I. Troncoso, Jaime, il II. Fonseca Leal, Raquel Mireya, ed. II. Tít.
1863.6 cd 21 ed. A 1421143
Primera reimpresión, marzo de 2015 Primera edición, enero de 2014 © Fanny Buitrago
© Panamericana Editorial Ltda. Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 1) 3649000 Fax: (57 1) 2373805
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Editor
Panamericana Editorial Ltda. Edición
Mireya Fonseca Leal Ilustraciones Jaime Troncoso Diagramación Diego Martínez Celis ISBN 978-958-30-4260-7
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Ilu stracio n es
Jaime Troncoso
C p a n a m e r i c a n a" )
E D I T O R I A L
A los niños
que me regalaron sus nombres y sus risas, mientras jugaban con el Genio de los Árboles. Con todo mi corazón a M ariana y Daniel, Laura y M aría, Isabel Lucía, Alejandro, Martín y Lucía, Nicolás y Sofía,
M icfielle, Atanasio, Sonia,
Antonia y Silvana, Darcy, M aría Alejandra y Daniela,
Contenido
1. Cosquillas y p o e m a s ...11 2. En la primavera...19 3. Canciones y rock...27 4. Domingo s ie te ...37 5. Un genio en el e s p e jo ... 516. Las escaleras son de to m a te ...63
7. En la ciudad de los s a ú c o s ...75
8. La fórmula Tin, Marín y S p ín...87
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Cosquillas y poemas
yer o an tes de ayer, en otro año, siglo y milenio, Genio Azul escu ch ó su nom bre zum bar en el viento. Era una tarde espléndida, cuando nacen las libélulas y estrenan sus alas tornasolad as. Voló hacia el tech o de su casa- panal y advirtió bandad as de petirrojos y g o londrinas que dibujaban en el cielo las letras de una invitación: durante el fin de se m a n a se realizaría una im portante convención a orillas del Lago Mar, a diez mil kilóm etros de allí.
XJlrgente-urgente ningún fiada, duende,
geníe, que se respete, guede faltar.
El tem a era la futura salud del universo y la lista de invitados era de tal im portan cia que, en e s o s días, se inventaron los estad ios, los b a lco n e s y los paracaídas. Incluía a unas qu inientas hadas, entre ellas las de la inteligencia, la sabiduría, la riqueza, las cosqu illas y los cu en to s feli ces. No faltarían los du end es inventores de juguetes, ni las m u sas de los p o e m as y las melodías. M en os los genios de la invisibili- dad, los d e se o s y los o b je to s volantes.
Genio Azul, qu e salió para allá co m o una tromba, decidió flotar todo el cam ino sobre el horizonte infinito. No sin an tes acom od arse el som brero de corteza de álam o, la bufanda de tela de araña, la c am isa tejida con h o jas de
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palmera, los p an talo n e s de algas recién plan chados, las m edias de lana y los zapatones vo lantes.
— ¡Qué bien parecido y elegan te soy, a d e más, muy inteligente! — exclam ó m ientras danzaba sob re los reflejos verde m anzana— . Mi papá y mi m am á son genios im portantes. Si no tuviera tan to y ta n to trabajo, hasta me conseguiría una novia. Con ella, m e iría de va cacio n es a las islas aéreas.
— Hola — le saludó una chica genio con sonrisa color de fresa, voz de brisa y mirada
azul lavanda. \
Aunque Genio Azul co n o cía el lenguaje de los anim ales y las flores, se le trabó la lengua. Le traq u eteab a el corazón. Sí, é i era capaz de hablar con b o sq u e s y m ontañas, recorrer la Vía Láctea y pilotear buq ues lunares, colu m piarse en los nidos de oropéndolas. Sí, pero no respondió ni jota, ni hola, ni ji. Com o si de repente le golpearan la coronilla con un mazo. Y e s o que aspiraba, m ás tarde, a ser Capitán de los O céanos, Intend ente de las Cordilleras, Alcalde de las Selvas, Jardinero de la Primavera,
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Gestor del Verano y del Otoño, Pintor del In vierno y las Auroras Boreales.
— Hola — repitió la chica.
— H oooo laaaa. — Cuando, por fin, intentó hablar, la chica genio había desaparecido.
Amable, considerado y valiente, Genio Azul tenía o jo s y cab e llo s azul turquesa, p e sta ñ a s azul añil, voz de cam pana, carcajada de ven ta rrón. E stab a muy bien proporcionado para ser tan azul y tan diminuto. Su a sp e cto exterior era s e m e ja n te al de un niño. Todo eso, daba lo m ism o. En lugar de saludar, G enio Azul h a bía olvidado las reglas de ed ucación y c o m portam iento.
— B u eno s días. — Una trucha a so m ó la c a beza. El genio le hizo una reverencia.
— ¿Q ué te pasa? — le preguntó. — A mí, nada. ¿Qué me puede pasar? — ¿ E stá s seguro?
— Com o sab er que me gustan las uvas y la m erm elad a de agraz.
Cosquillas y poem as
Fanny Buitrago
— Siento que no eres el mismo. ¿Qué sucede? Genio Azul p e n só y volvió a estrujar las c o ordenadas de su cerebro, con su ltó sus circui tos, sin encontrar una respuesta. Reflejado en el agua verde oro, en donde crecían b am b ú es y flores de loto, había palidecido. En aparien cia era igual, los neutrones, protones y ele c trones que com p onían cada uno de los á to m os de todo su cuerpo esta b a n en perfecto orden. Sin em bargo, no era el mism o.
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— ¿Soy yo, o no soy yo? — Por primera vez en su vida com en zab a a sentirse inquieto.
S í que sí. Tenía que ser el m ism o, un genio que cabía en los nidos, el cáliz de las flores y horquetas de los árboles, que podía bañarse en rocío, viajar sob re el lom o de los cisnes y b a jo las alas de las palom as, volar al m ism o ritmo de los cisnes, patos, chorlitos, golondri nas, m ariposas migratorias y María mulatas.
— ¿Q ué? ¿Q ué te su ced e? — inquirió la tru cha moviendo sus a le ta s y agallas.
El genio e s ta b a am oratad o y sin habla, los p antalones d escolgad os, tal co m o observaron
otros h ab itan te s del Lago Mar. Le ardían los o jo s y la nariz. Sen tía esporas en las rodillas, se d im e n to s de resina y briznas de algodón en cada hueso. Así que se estiró en voltereta, pa te ó el su elo con tal fuerza que los p eces, gar zas, tortugas, ranas y lagartijas tem blaron. En la orilla, los chigüiros y unicornios qu e se diri gían a la convención, co m o esp ectad ores, d e cidieron tom ar el asu nto con calma; d e s c a n sar, tom ar la merienda. Una bandada de reini tas cabecid orad as que retozaba entre los e s teros y manglares, huyó a estam pida. Si bien los á to m o s que com ponían sus m oléculas, volumen y estatura, perm anecían en sus luga res, Genio Azul ya no era casi perfecto; co m o si los hu esos, cartílagos y m úsculos no fueran suyos, sino prestados. Él no lo sabía, pero le habían robado el corazón.
— Quizá hace frío y e stá s en edad de tom ar juicio — dijo la trucha— No quiero dar c a n ta leta, ni aburrirte, pero te ap u esto a que no d e sayunaste co m o se debe. Busca manzanas, higos, dátiles y miel. El alim en to te dará fuer zas.
Cosquillas y poem as
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Como al d espedirse la trucha no dijo chao, porque tal palabra no se conocía, Genio Azul supuso que ten ía razón. En un m om ento dado, los genios com enzaban a crecer. ¿M a durar? Tenía que averiguar qué ob ligaciones y cam b ios suponía e s e asu n to m isterioso de crecer. No ten ía ni m ínim a idea...
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E n l a p r i m a v e r a
enio Azul solía s e n tarse a la som bra de pinos g ig an tes cos, cuando, en n och es de verano y alrededor de las hogueras, su m am á y otras se ñ o ras g e nio c o n tab an historias que m iles de añ os d e s pués serían narradas y escritas. También sabía que los genios detentan habilidades insólitas. Pueden crecer m etros y metros, reducirse h as ta al tam a ñ o de las sem illas, dormir tap ad os con p étalo s de dalias o margaritas, plegarse, jugar entre nidos y cogollos. Se les facilita tor narse invisibles, multiplicarse, convertirse en silbidos, notas m usicales, can cion es, dibujos.
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En fin, en todo aqu ello que los hu m anos lla man inspiración. Pero ¿có m o y por qué había com enzado a crecer?
— Hola. — Entre una burbuja, nim bada por los colores del arco iris, flotaba y sonreía la chica genio.
El cuero cabellu d o de Genio Azul se tornó com o púas de erizo. Su s ojos, reflejados en otros o jo s rosados, se enfrentaron a lo incon cebible. La chica genio no tenía el corazón en lo alto del pecho, en donde suelen tenerlo los* seres de su esp ecie y familia. No. Allí ella t e nía dos corazones, m ientras que el genio ha bía perdido el suyo; a cam bio, exhibía un ár bol coronado por una lluvia de estrellas dimi nutas.
— ¡Creo que m e falta mi eje! ¡Ay mam ita m ía!.— Cuando Genio Azul quiso dar unos pa so s y entrar a la burbuja que reflejaba todos los colores, la chica g en io se había evaporado.
— ¿Ahora qué hago? — se preguntó— . ¿Quién seré sin mi corazón, que tam bién es mi brújula y mi e je ? ¿Me reconocerán papá y m am á?
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Tenía sueño. S e sentía c o m o un m uñeco, a veces de m adera co m o Pinocho y otras de c a labaza, perdido en un día de brujas. Hasta e se día, año, siglo y milenio, el genio no había tenid o o casió n de utilizar ni la mitad de sus dones. E so de crecer ni se le había ocurrido, quizá porque en su mundo el sol y las e s tre llas brillaban a diario en un cielo siem pre azul, el horizonte era suave y terso. Las n o c h es de luna tenían arom a de jazmines, romero, to m i llo, alb ah aca y verbena.
Genio Azul, pues, antes de aclarar el m iste rio, decidió permitirse un descanso, dos o cien días, daba lo mism o. Viajaría m ás rápido para llegar a tiem po a la convención. Para hacerlo, com enzó a devanar palabras reconfortantes: brizna, tallo, hojas, ramas, riachuelos, floresta. ¡Eso! N ecesitaba la horqueta de un almendro, la corola de una magnolia o de un girasol. Tal vez la som bra y el rumor de una cascada, para dormir en m edio de su arrullo.
De pronto, divisó una espléndida rosaleda, ased iad a por hormigas y abejorros, que pare cía incóm od a de lidiar con tan to s visitantes. Genio Azul sop ló y sop ló y los invitó a m udarse
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m ás y m ás allá. ¿C óm o a sí que estab an en plan de convertirse en plaga? Alrededor había acacias, que ofrecían alim en to y protección a las hormigas, m anzanos y durazneros con fru tos maduros. No era n ecesario fastidiar a las rosas entre las cuales le gustaría dormitar. E s taba a punto de aterrizar, cuando advirtió que seguía crece que te crece, piernas, torso, esp i na dorsal, brazos, c o g o te ¡arriba y spinl No c a bía b ajo ninguna raíz, ni las h o jas daban el ancho y largo de su cuerpo. Un colibrí giró y giró, sobrevoló, com enzó &
dibujar triángulos, tra pecios, rom bos alre dedor de las cam p á nulas y espu elas
En la primavera
de caballero, que tem b lab an y ofrecían néctar. Era su manera de decirle: "Ten cuidado, Genio Azul, crecer nunca ha
sido fácil y no crecer es todavía peor".
— ¿Qué su ced e con Genio Azul? ¿Por qué ha cam b iad o su corazón por un árbol de e s tre llas? — preguntaron en to n ces los cerezos sil vestres.
— Quizá alguien lo imagina y lo piensa — dijo un águila real que p lan eaba con sus en o rm es alas y se jactab a de volar por encim a de las m o n tañ as y el b o sq u e enm arañado.
Fanny Buitrago
— ¿A quién se le ocurriría tal disparate? No soy un genio conocido. Apenas si he viajado al pasad o y no recuerdo el futuro.
De súbito, supo qu e sería m e jo r espantar el sueño, acudir raudo a la convención. Allí e n contraría a su papá y a su mam á, a los ab uelos y tatarabu elos, tíos y primos, a sus amigos. Les pediría c o n s e jo y ayuda. De m od o que d e cidió primero darse un chapuzón en el Lago Mar. Luego, con ayuda de las arañas, unas magníficas tejed oras, cam biaría de ropa. La^ que tenía p u esta com enzab a a oprimirle. Za- zazz zazz, en caram ad o sob re una h oja de vic toria regia patinó so b re el suave oleaje, ante las miradas de una serie de p e ce s y renacua jos, que acudía a saludarle. E ntonces, de re pente, su corazón llegó a la carrera, cantó y resonó entre su pecho, c o m o tam b or hecho de totum o. Tin y Spín, Marín, a sí p asó y su ce dió. M eció el árbol de estrellas que lo reem plazaba y le colgó farolitos, siemprevivas rojo punzó, una gota de lluvia y otra de luna, dos fresias de oro y un rubí. ¡Sorpresa! En segu n dos salió cual rayo, sin que Genio Azul c o n si guiera atraparlo.
El genio sintió que su sangre azul hervía. Eso le p asab a por volar sobre un Lago Mar que todavía e s ta b a en p erm anente formación, se rizaba por corrientes de agua dulce y sa la da, sus límpidos afluentes corrían y d e s e m b o caban en los siete mares. En su fondo alber gaba eru pciones de lava, form aciones roco sas, b o sq u e s de algas, familias de tortugas y caracoles, ad em ás de innum erables peces.
— No se te ocurra echarm e la culpa — dijo Lago Mar, que se m ecía a sí m ism o y lo había visto todo.
— ¡Ayyayy, m am ita mía! ¿Qué haré sin mi h erm oso corazón? — seguía preguntándose.
Los niños dirían que se había p e scad o una gripa, pues el viento había crecido, las n u bes traían lluvia y en el horizonte com en zab a a formarse un tornado. Tal vez, quizá, nadie s a bía nada de nada. ¿Sería p osible que lo d o m i nara el su eñ o ? Ni por ahí.
n a — ií —
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Canciones y rock
enio Azul p erten ecía a una familia orgullosa de su origen, de sus áto m o s y capacidad de emitir raudales de energía. Su corazón era una obra m aestra y no tenía igual. Había sido elab orad o con neutri- nos, harina y melaza, arom a de eucaliptos, piar de ruiseñores, isótop o s de oro. Una a le a ción de platino, uranio y azul índigo, núm eros quanta. En cada latido, 92 ele ctro n e s giraban alrededor de un grupo de partículas nucleares y de otros elem en to s, mezclados primero a la salida del sol y luego al claro de luna por su madrina, la Señ ora Imaginación.
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Por supuesto. ¿Cóm o no se le había ocurrido? Lo justo y lo correcto era visitar a su madrina, presentar respetos, llevarle un regalo. Si al guien sabía qué cam ino o ruta había tom ado el corazón, sería ella. Pero, era la invitada de h o nor en la convención. No estaría en-casa. G e nio Azul sintió que le tem b lab an las rodillas. A propósito, y por si no lo recuerdan, dicha señora tiene co m o un millar de nom bres y otros tan tos apellidos, au nqu e la mayoría de la gente la co n o c e c o m o Inspiración, L eyen d a Fantástica, C u entacu entos, Fabulosa, Dispa rate y hasta La Loca de las Galaxias. Ella, a quien le en can ta usar vestidos y adornos de colores encendidos, es una experta en tramar, narrar, escribir. Es la creadora de palabras com o Amor, Siem pre y Jamás. D ibujante pio nera del globo, el dirigible, el avión, los c o h e tes y el transbordador espacial. G estora de los primeros viajes al fondo del mar y al espacio (a la Luna, la Osa Mayor y la O sa Menor, Ve nus, Júpiter y Marte, la co n stelació n de Orion). S a b e de m úsica y de c a n cio n e s y de rock más que nadie. Es la m e jo r am iga de Gaia, la Ma dre Tierra, y de Mari, la Reina de las Hadas.
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Cuando term ina de tocar el violín, el piano, la batería, la guitarra eléctrica y la dulzaina, la Señ ora Im aginación es una persona se n sata, a quien le en can ta el aire diáfano, los cielos y m ares límpidos, intacto el verdor del m undo y la capa de ozono. Es feliz, an ticip án d ose a las ideas de los niños, los inventores y los sabios. Total, las aves, las m ariposas y las Maria pali tos, sus criaturas favoritas, volaban a n te s de ser inventado el avión y el reactor lunar.
Sin dejar de pensar en ella y en el regalo, súpito de inquietud, Genio Azul tornó a pre guntarse: ¿Ahora qué será de mí? ¿Por qu é mi corazón se ha m archado sin despedirse? ¿Sin sus áto m o s de afecto, có m o puedo acercarm e a las gaviotas, a los caracoles y a las babillas? ¿Q ué dirán papá y m am á?
Enton ces, cuando rodeaba el Valle de Irás y no Volverás, y la Floresta de Tripita y Media, un pájaro de n acien tes plumas, qu e de golpe y porrazo se había caído de un ginkgo, del que se dice que era uno de los árboles del paraíso, m etió el pico:
— ¿Cuál es el problem a? — inquirió.
Canciones y rock
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Canciones y rock
— S e trata de mi corazón y de mi eje. S e han marchado, o m e los robaron. En fin, no tengo ni idea de dónde están.
— ¡Qué desastre! — exclam ó Plumón.
— Desastre y d esastre total. Sin mi corazón, mi m en te se tornará mustia, ya no podré c a n tar, ni nadar con los alcatraces, ni bailar con las libélulas, ni asistir a la fiesta anual de los ratones... Y e s o no es nada de nada. A mi papá y a mi m am á les dará la rabieta de sus vidas. E sto es peor que perder la dirección o la llave de la casa, no com er fruta al d e sayuno y verduras al almuerzo.
Fanny Buitrago
— A e s e corazón hay que encontrarlo, aquí te n ecesita m o s san o y con fuerza. (No sea que el aire se llene de suciedad y nos am enacen torm entas y huracanes). — Plumón se rascó el c ogote con la punta de un ala.
— Es preciso rastrearlo en los días de ayer y anteayer y tras-antes-d e-ayer y el año, el si glo y el m ilenio p asad o s — razonó el genio.
— Es un programa b a sta n te com plicado. — Aunque a ratos m e gustaría visitar a^mi madrina y pedirle ayuda.
— ¡Déjala en paz! Ella sa b e qu e eres un g e nio fuera de serie, y qu e pu ed es resolver tus problem as.
— Tienes razón. Tengo qu e hacer mi propio esfuerzo.
— Entonces, ¡a la co n q u ista de la inteligen cia! — dijo Plumón.
Hay que advertir que Plumón era un pajari to a m edio hacer, que no p ertenecía a esp ecie definida. Com o había nacido en un mundo dem asiad o nuevo, sin huevo y sin nido, tenía
Canciones y rock
el derecho de elegir y evolucionar. Y por lo m ism o no sab ía qué color darles a sus plu mas. E stab a entre el gorrión, el petirrojo, el colibrí y el ruiseñor.
Eran los tiem p os del hojarasquínpuerqui- ñarindúpelicascariplum a y no le caía mal la idea de ser pájaro carpintero o Martín p e s c a dor. ¡Hasta ave del paraíso!
Fue a sí co m o el genio y su am igo em p lu m a do, por primera vez en sus vidas, en lugar de saltar, reír y divertirse por aqu í y por allá, se dieron de bruces con un asu nto que to d o s los h ab itan tes del mundo consideran de sum a im portancia: El futuro.
De m odo que, en búsqueda del corazón, decidieron continuar el viaje. ¡Súbito!
E so sí, no a la topa tolondra, sino en serio. P o rta l motivo, inventaron los m apas, la regla, el astrolabio, el tele sco p io y el rayo láser. Com o no e sta b a n acostu m brad os al teléfono, se les olvidó el celular. Por último, d e sc a rta ron la idea de una nave lunar. R esultaba m ás se n sa to viajar a la velocidad de la luz, a la que nada se puede comparar. Sería preciso utilizar
Fanny Buitrago
los puntos cardinales, a la zaga de las e s ta c io nes. También podían colgarse de la estela de un co m eta o un m eteoro. Rodear la curva de Gaia, la Tierra, un p laneta adornado con mares y ríos, valles, pantanos, cordilleras, cam p os ta ch o n a d o s de hierba y flores, que Genio Azul había ayudado a polinizar m ien tras jugaba con a b e ja s, avispas, aguiluchos y los vientos del e s te y el oeste.
¡En marcha! Viajarían rumbo al horizonte y guiados por la Estrella Polar. No tenían ni miedo, ni incertidum bres. Pertenecían a una ép oca rem otísim a, cuando se co n o ció el fue go y no existían las armas. La idea de la lucha o la guerra no había surgido. Eran un genio y un ave, sin mayores p retensiones, que s e guían el rastro de un corazón.
En el cam ino visitaron dinosaurios: bronto- saurios, diplodocos, tiranosaurios de enor m es cuerpos y cabezas p equ eñas; al mamut y el bisonte, los antílopes; leo n es m arinos y o so s polares en sus cuevas; a las focas y pin güinos en playas y riscos helados; al hipop ó tam o entre su b añ o de lodo, al ñandú de la
Canciones y rock
pam pa y al avestruz de las sabanas, a tigres de d ientes de sable, rinocerontes y ornitorrincos. No olvidaron saludar al rey león, al co n ejo , al jefe del mayor de los mamíferos, el elefante. A las horm igas negras qu e m archaban dum dumm dumm en fila india por los cinco c o n ti nentes, cargadas de h o jas y granos dulces ha cia sus tú n eles y trochas por las selvas del Amazonas y el M atto Grosso, sin respetar m ontículos, torres, explanadas y pirám ides con sus cám aras secretas.
A to d o s preguntaban: al chim pancé, al le o pardo y al tigrillo, la oveja, la hiena y el koala, la jirafa, la cebra, el cóndor, el chulo y la g a c e la, los o s o s panda y el de
anteojos.-— E eehhh eh ehhh u ste d e ... ¿Han visto el corazón de Genio Azul? Si lo tropiezan, por fa vor tengan cuidado. No es un juguete, ni una fruta, ni una piedra preciosa. No sirve para ju gar o saborear, sino para vivir y querer.
Ningún animal o planta dijo qu e lo había visto. Ni los pinos reales, los á lam o s o los alerces. Ni siquiera el búho, que d esd e e n to n ces o sten ta fama de filósofo, y que ten ía su
nido sob re un om bú milenario. Tampoco la iguana, que lo m ism o nada entre el mar o c o rretea por la arena, los cam p os y los tejados; ni el tucán, ni los albatros, ni el cach alote o las gaviotas. Nadie, ni siquiera el venado de cola blanca, pero nadie, había visto el brillan te y p o ten te corazón de Genio Azul.
Domingo siete
ntrada la noche, cuan do los grillos to ca b a n su habitual se ren ata y las ranas croaban junto al Lago Mar y los p an tanos, Plumón, que no había com ido ni un grano de alpiste, de trigo o de m ijo en esa tem p orada que había durado co m o cinco mil añ o s y m edia m añana, decidió que era el m o m en to ideal para descansar.
— Es hora de cenar — y ab an d o n ó el h o m bro de Genio Azul, que le servía de percha. Dijo: "adiós, nos vem os en un rato”, y sin dar se cuenta, hasta dijo ciao, chao y pescao.
Fanny Buitrago
Era uno de e s o s días de ayer, o tras-tras- a n tes-d e ayer. Genio Azul, alegre por el retor no y triste por la a u sen cia del corazón, divisó desde lo alto su casa-p anal y la puerta de atrás. Construida por los castores y las ab ejas, tenía un d iseño especial: entre panal, redon del y alfajor, con trap ecios y cuadrados a los lados que retenían la energía del sol. Tibia en invierno y fresca en verano, se d e stacab a en una colina salpicada de jazmines, alhelíes y gardenias. R eflejaba los cam b io s de la Luna, las estrellas y los eclipses. Y cuando su m am á lo visitaba, su cocin a olía a manzanilla, tortas, buñuelos.
— Me encanta regresar y tom ar un descanso. — Hola, Genio Azul, ¿qu é te p asa? — Se a so m ó un lucero vespertino, muy brillante, que había nacido a n te s del genio y en una ép oca de truenos y rayos c o n stan tes, rem ezo nes y tornados, conocid a co m o del big bang. Cuando ni siquiera las hormigas, los anim ales m ás nu m erosos del mundo, transitaban por allí. Ni las arañas eran consideradas co m o el centro de la ecología. De las cucarachas ta m poco se tenía noticia.
Domingo sie te
— Me duele el pecho, au nqu e no ten g o c o razón. Estoy triste, pero muy triste — resp o n dió.
Genio Azul com enzó a transitar en círculos so b re las gardenias y los p e n sam ie n to s, y se p o só entre los p étalos de los anturios y las h o jas b erm e ja s de las proteas, entre los gira so le s am arillos zum m m m m zum m m m y los ibis rojos, m ientras intentaba cantar.
— ¿No e s tá s c o n ten to al regresar? — pre guntó el astro, a quien, en la convención de hadas y genios, acab ab an de bautizar con el nom b re de Orion. — Al parecer, en tu ca sa t ie nen visitas.
De golpe cayó la noche. A Genio Azul la voz y el can to no le salían. Giró entre un ram illete de luciérnagas que iluminaba los arb u stos de azaleas. Salud ó a las bandas de m o sq u ito s y grillos qu e rodeaban a la chica genio de labios color fresa, o jo s y p e stañ as de cristal líquido, rizos de turquesa: un encu entro esp erad o e inesperado. En efecto, ella seguía con los dos corazones entrelazados: Iridiscentes, tiernos, brillantes, perfumados.
Fanny Buitrago
— ¡Qué alegría! A cabo de encontrar mi c o razón — exclam ó.
Su corazón tam b ién lo reconoció, pues c o menzó a tem b lar a diez trillones de grados, una tem peratura co m o la descubierta por los científicos del futuro en el centro licuado del sol. Tal co m o aprendería m ás tarde Genio Azul, con ayuda de su madrina la Señ ora Ima ginación — herm ana de Gaia, la Madre Tierra, y de la Señora Naturaleza— y a lo que se le llamaría reacción term onu clear de fusién. Pero, en e s e m o m e n to ni las ideas ni las g e nialidades se le venían a la m ente.
M osquitos, chicharras, abejorros, cucarro nes y grillos tocaron en aco rd eo n es y flautas una m elodía qu e ev ocab a cielos plenos de claridad; ríos, m ares y o céan o s, selvas de un verde milenario. El Lucero del Alba le guiñó un o jo a la Luna, pues sin saberlo, ni imagi narlo, Genio Azul e s ta b a enam orado.
— ¡Chica genio, p r e c io s a ...! — le dijo, m ien tras corría hacia ella con los brazos extendi dos: Vamos a to m arn o s de las m an os y a volar sobre los valles y colinas, cam p os sem brad os
Domingo sie te
de tréb o les y violetas... a probar un invento maravilloso, que a c a b o de imaginar y se lla mará helado.
— Tranquilo, Genio Azul — dijo Orion— . La vida no es fácil. Ni la de los genios, ni la de los astros.
— Los astros viven m ás siglos que los ge nios.
— No te creas, un día, tam b ién d e sa p a re ce remos.
— E so será en m iles y m illones de años. — M en os mal, pues no m e gustan del todo las historias de miedo. Lo im portante, ahora, es que estoy feliz, radiante, a punto de reco brar mi corazón.
Genio Azul, con todas las fuerza y energía adquiridas a través de sus aventuras a lo largo y maravilla de la luz, no podía aún c o m p ren der que el tiem p o había m archado en forma diferente. Gracias a la ley de la gravedad, h a bía aterrizado en el m ism o lugar de la partida, pero en otro milenio, siglo, lustro, y año, día, hora y minuto. Ni los grillos o las chicharras,
Domingo sie te
ni los m o sq u ito s eran los m ism os. Un in m e n so caudal, m ás ancho que ríos co m o el Nilo, el Orinoco, el Amazonas, el Tám esis y el Sena, lo sep araba de la chica genio que p ortaba dos corazones. Com o si se tratara de adornos s o bre una cam iseta.
En vano intentó saltar por encim a del a b is mo que se m e ja b a savia de oro líquido. Sus fuerzas lo abandonaron. La casa, c o m o diría
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m ás tarde un poeta, no era su casa, sino un sim ple panal y el m undo alrededor era más joven. Con un aire tan diáfano que el polvo, el hum o y el sm og nunca se asom aro n en él. Al planear, descen d er y aterrizar, Genio Azul no pudo reco n o cerse en los reflejos del Lago Mar. S e en con trab a lejos, lejísim os de papá y mamá, de sus am istad es y de la chica genio. Sin sab er por qué p e n só en e s o s sab io s de lentes, bigotes, c h a le c o s y pantuflas, que si glos d espu és formularían teorías y le dirían al m undo entero qu e to d o es relativo: la veloci dad de la luz, el girar del tiem po, la existencia humana. Aunque el am or es eterno, en parti cular el de los genios, ya sean rojo achiote, verdes o azules. Así vivan en c asas construi das en panales, terrazas, acantilad os o b o te llones.
— Tengo que saltar a mi vida de siempre — se dijo.
— Y yo tam b ién — Plum ón regresaba a sal- titos.
Genio Azul lo miró una, dos y diez mil ve ces. Al hacerlo, lloraba y lloraba y lloraba, y
T
queriendo hablar no hablaba. M ientras, el pá jaro saltab a desconsolad o. Y es que, de re pente, era co m o un capullo de plumas. A cor ta distancia parecía un pajarito sin pico ni cola, a sí los tuviera en sus sitios. ¡M am ola!
De pronto, a sus espaldas, el mar com enzó a rugir. Hacía frío, se ocultaba el sol, ululaban vientos sin nom bre, llovía y tronaba, to d o a la m ism a hora y en el m ism o lugar. Zzummmm bing ibaggg-beeggg resoplaba el p lan eta el aire era e s p e so y poblado con efluvios de vol c a n e s en erupción, centellas, tornados, ava lanchas de nieve en el Polo Norte y el Polo Sur. Tigres y leo n es rugían, las panteras sa lta ban, los o s o s b u scab an miel o com ían a d e n telladas, las cotorras se entendían a grito p e lado. Todo e s ta b a oscuro, am enazante. Com o si se acercara un huracán.
— ¡A correr! ¡Patitas para que los q u ere m os! — exclam ó Genio Azul, m ientras agarra ba a Plumón de un ala y ascend ían en la in m ensidad del cosm os.
Aterrizaron sob re una cascada, al pie de un valle en donde crecían los cultivos qu e serían
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los favoritos de los hum anos: el trigo que nos proporciona el pan y las tortas. El maíz de los tam ales, las arepas y em panaditas. La avena de sop as y refrescos. La caña de azúcar y el cacao para hacer delicias. El café que despier ta a los adultos o les quita el sueño. El arroz y las papas que c o m e m o s a diario. Más allá re lucían el mar, las n u bes y el horizonte intermi nables.
B a jo un sol am igable, en vísperas del a lb o roto y el zipizape, b a jo la som bra de los viñe dos y olivares m ás antigu os del mundo, juga ba un grupo de hadas y duendes. Unos to m a dos de la m ano y otros encaram ad os sobre globos, patinetas, b alon es, c o m e ta s y para- pentes, con gorros puntiagudos: ropas de seda, botines, varitas mágicas, som brillas, ga fas oscuras. Otros em pu ñand o raquetas de t e nis, yoyos y baleros, flautas y panderetas. Ju gaban y jugaban a enum erar los días de la sem ana:
c&unes^ martes,
l( miércoles tres,
'ofueues^ viernes ^ sáfíado seis
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Días que existían desde el inicio de la crea ción, pero que los integrantes de la ronda creían invento propio. Así que, ocu lto s tras una hilera de clavellinas, Genio Azul y Plu món, vieron que allí estab an las hadas de las brom as, de los pellizcos, del clarinete, de las adivinanzas, los chistes y el trabalenguas, la batería, el teatro de títeres y las piñatas. No faltaban las dueñas del sonido, con sus c a s c a b eles, panderetas, pitos, chirimías y ta m b o res. Cante que te cante:
chuñes^ m a r te s ^ m iérco le s tres
'J u e u e s y viernes y sáfícido seis
El genio, que tenía una serie de preguntas e inquietudes, y no e s ta b a para rondas y juga rretas, se a so m ó y gritó:
Hadas y duendes que, por razones nunca explicadas, no estab an invitados a la con v en ción, desde hacía mil och o días in tentaban term inar la canción. Al oír aqu ello de "¡Y do
mingo siete!”, armaron un zafarrancho y corrie
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ron tras Genio Azul y Plumón, d esm o ro n án d o se de la
risa.-¡Domingo siete serán u stedes! — y c o m e n zaron a tirarles los yoyos, baleros, gorras, vari tas, som brillas y c o m etas. Los persiguieron por largo rato, entre b o sq u e s de fresnos, pi nos, álam os, abedu les, chopos; higueras, pal meras de dátiles, esp in o s y zarzas. Hasta que ellos cruzaron la cascad a y encontraron donde escond erse: una caverna con el tech o y las pa redes cubiertas de humus, estalactitas, cuar zos, y liqúenes, en donde tom aron agua fresca y com ieron m usgo tierno. Allí se durmieron, fatigados, b ajo un dosel de h o jas y lianas, m e cidos por el rumor del agua. Desde lo alto y por un intersticio, las estrellas les prodigaban claridad y afecto.
Afuera bram aban los e le m e n to s e m p e ñ a dos en continuar transform ando los océanos, las cordilleras, lagos y lagunas, desfiladeros, el horizonte y los con tin en tes. En tanto que los árboles producían lluvia, niebla, aire lim pio. Atajaban al vendaval y los huracanes, las sequ ías y el avance de los desiertos. Daban
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hogar y c o b ijo a m o n to n es de criaturas, g u sa nos, b ab o sas, canasticas, zorros, co n ejo s, m angostas, liebres, m ariposas cristal y ranas arlequín.
Un genio en el espejo
res un genio au téntico! ¡Un cerebro privilegia do! — Mariana felicitó a su hermano.
— ¡Por fin! Por fin, tu idea se hizo realidad, y estren as un com putador — dijeron sus pri mas, Laura y María.
En una gran caja se en con trab a el regalo qu e los niños esperaban d esd e hacía m e s e s y m eses. Ellos m ism os escogieron la marca, ayudaron a papá a traerlo a casa. No e s c a ti maron esfuerzos para subirlo al segu ndo piso. E s ta b a allí, listo para enchufarlo, prenderlo y estrenarlo. Era un m od elo con pantalla ancha
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y múltiples funciones, que tenía un apetito desm esurado, p u esto qu e había arrasado con tod os los ahorros. Más una serie de no-idas al parque, al cine, a sí co m o las ca m ise ta s y jeans que nunca, nunca se compraron; tam poco ju egos de video y telé fo n o s celulares.
Mamá, que era un encanto, había cedido sus antojos: la posibilidad de un nuevo horno m icroondas para la cocina, una chaqu eta con capucha, dos novelas (una romántica y otra de aventuras) y un manual para el cultivo de ro sas. Papá, otro com elibros, una colección de historia que su m ab a diez tom os, porque no faltaba ningún lugar, fueran repúblicas o prin cipados, ni los rusos, ni los chinos, ni los euro peos o norteam ericanos o latinoam ericanos.
Gracias al esfuerzo y al trab ajo de todos, porque Laura y María, con la ayuda de su am i ga Michelle, hicieron helados, o b le a s y arroz con leche para venderles a sus tías y a las am istad es de la familia, allí e s ta b a el com p u tador que p erten ecía en serio a los niños. Cada quien lo utilizaría por turnos, abriría sus archivos, trataría de no abu sar de la cuenta de Internet, lo limpiaría con líquido multiusos.
Un genio en el e sp e jo
¿Cóm o sería aquello de los turnos? Tan se n ci llo y fácil c o m o hacer una rifa al iniciarse cada m es. Así que m am á escribió n om bres y n ú m e ros en p apeles separados, los m etió en su caja de música, donde una bailarina giraba con alegre melodía. Cada quien escogió, con los o jo s cerrados, com o quien se disp one a rom per una piñata. A Daniel le tocaría el sá b a d o y el m iércoles, de cuatro a sie te de la tarde, y podía invitar am igos com o Martín, Luis, N ico lás, A tanasio y Pepe. ¡Tan de buenas! Hacía rato que quería responder a una pregunta que, de repente, había aparecido en las pantallas de los com pu tad ores de colegios y b ib lio te cas de todo el país. Decían en los periódicos y los noticieros que era plantead a por un grupo de niños, que no eran piratas del ciberesp acio, sino defensores del m edio am biente:
§ ¡ fu e ra s el p re s id e n te de tu p a ís,
¿cjué fia ría s p o r la s a lu d del p la n e ta ?
Era m isteriosa, pero sencilla. Mariana ta m bién quería responderla, pero no quería atro pellar las ideas. Tal vez, lo correcto sería in
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ventar una fórmula para limpiar el petróleo de los mares; un papel qu e no se fabricara a c o s ta de los árboles. Una gigantesca carpa de aire im poluto para cubrir el p laneta y restaurar la capa de ozono.
Con el ánim o de responder dicha pregunta, d espu és del alb oroto y la em oción inicial del estreno, Daniel se q u ed ó en casa, frente a la pantalla del CP, m ientras m am á y papá, Ma riana, Laura, María y M ichelle decidieron ir al cine o al teatro. Aunque no harían ni lo uno, ni lo otro: Al salir, en una ventana del frente, el m atrim onio Cárdenas había colgad o una jau la con dos canarios. ¡Era el colm o!
Com o la pareja no e s ta b a en casa, y era im p osible reclamar, gritar: “Los p ájaros nacieron para volar y no d e b e n vivir en jaulas", a m am á le dio un yeyo y tal cólera que tuvo que tom ar un agua aróm atica de manzanilla.
— Después, le cantaré las cuarenta al matri m onio Cárdenas — p rom etió ella.
Frente al escritorio, con la espalda recta en la silla giratoria, sin chicle para lanzar a la pa pelera, y cuando Daniel iniciaba la sesión, la
Un genio en el e sp e jo
pantalla com enzó a llenarse de figuras. Com o si el com pu tador fuera de segunda m ano y al guien h u biese olvidado su disco duro. Apare ció un niño de color azul, que realizó tres vol teretas, bostezó, se alisó los rizos en la c o ro nilla y exclamó:
— ¡B u en os días, me alegra despertar! Ten go tanta hambre, que me com ería cien duraz nos, cuatro naranjas om b ligo nas y una piña con cáscara.
Genio Azul com enzó a rem ecer a Plumón: — Despierta, hay qu e bañarse, desayunar y continuar el viaje.
Plumón no parecía dormir co m o un ave in defensa, sino co m o una m armota. Así q ue G e nio Azul decidió salir a buscar agua, frutas y hierbas. ¡Sorpresa! La caverna parecía muy di ferente, sin piedras, ni estalactitas. Afuera no había rastros de hierba, cultivos, riachuelos, follaje.Era c o m o si él, un genio, navegara en un extraño universo, de un b la n c o -b la n c o , con recuadro gris profundo, en donde no exis tían los astros, tam p o co la Tierra, el mar, ni el viento siquiera.
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— ¿En dónde e s ta m o s ? ¿Q ué hacem os aquí? E sto parece un desierto, cuadrado y bri llante. O es una m ala broma. ¡Ay, m am ita mía!
Tal vez sí, tal vez no. ¿Quién sa b e? Las hadas y los duendes de la antipatía y las jugarretas no son bien recibidos en m uchos sitios, pero se divierten a costa de los demás. Allí no se veían ni matorrales, ni fuentes, ni barrancos, ni una avispa o una lagartija. De pronto, se for maron líneas paralelas, de extraños caracteres que, en una ocasión, el genio había visto en la mansión de su madrina, la Señora que tenía miles de nom bres. Entre ellos Fantástica, Dis parate, y hasta Sabiduría. Aquello era escritura; no sánscrito, aram eo o griego, sino español. Un idioma del cual no ten ía noticia, nuevo y estupendo para él. Tenía qu e aprenderlo, con la rapidez del relámpago, si quería saber en dónde se encontraba.
Genio Azul silbó, sopló y tarareó. De los la bios le salió una carga de energía, hacia su pro pio cerebro, en donde las neuronas se activaron y comenzaron a trabajar fummmmm su m m m ... com o si leyera su propia historia, ignorada y cam biante durante el curso del sueño.
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Al preguntarse quién era, se reafirmó com o un genio de sangre azul y familia Azul, herm oso y sin sombra. Creado por la Señora Imagina ción, con ayuda de la Señora Felicidad y los Duendes de la Invención, en m om entos de jue go, risa y alegría. Había equivocado el camino durante un azaroso viaje al revés del tiempo, y a causa de las ideas de un gran sabio que una vez dijo que todo es relativo. E so pensaba, cuando escuchó una voz que transmitía au tén tica curiosidad:
— ¿Qué haces en mi computador? No he pe dido com unicación contigo.
— Soy yo quien tiene que preguntar primero. ¿S e puede saber quién eres?
— Soy un niño. Me llamo Daniel.
Genio Azul, que había explorado y vuelto a explorar su cerebro, quedó muy confundido. En fin de cuentas, el hom bre ni siquiera existía cuando los genios ya piloteaban alfombras y carrozas voladoras. Sin escafandras espaciales.
— Niño es una palabra nueva para mí. Niño- n iñ o -n iñ o ... Desde aq u í p areces un gigante extraño.
Un genio en el e sp e jo
— El extraño eres tú. ¿Quién eres? ¿Y de dónde vienes?
— Soy Genio Azul. Vengo del Mundo de Allá, Más Allá y de Ninguna Parte. Quisiera saber por qué mi amigo Plumón y yo esta m o s prisio nero en un esp ejo mágico.
— E stás en la pantalla de mi computador, no en un espejo. Y ahora dime ¿por qué me c o m plicas la vida?
— ¿Que yo te com plico la vida? Ja Ja, me muero de la risa. ¿Yo, que soy un genio? Niño, te puedo conceder tres, seis y hasta cien de seos, si me sacas de aquí. Genio Azul com enzó a sentir que su piel se volvía de cuadros verdes y morados.
¿En qué otro lío se había m etido? En lugar de asistir a una convención de duendes, genios y hadas, recobrar su corazón, llevar a Plumón a su casa, estab a perdido en una región extraña y helada, com o una estepa cubierta de hielo.
— Eso me faltaba — protestó Daniel— . Te nía que escribir una respuesta genial y m e sale un niño que quiere tom arm e el pelo.
— Soy un genio, en serio: hijo del Rey de los Árboles, alm a y espíritu del bosqu e, m entor de las ab ejas, experto en distribuir polen y s e millas. Las hadas antip áticas m e hicieron un hechizo y m e durmieron en e s te encierro.
— E n to n ces yo soy hijo del rey de los c o m putadores, el hom b re m ás rico del mundo. M ejor salgo y entro de nuevo al sistem a. Ten go ideas que concretar — dijo Daniel.
Genio Azul, en fin de cuentas, era capaz de viajar al ritmo de la luz, trasladar castillos por los aires, armar satélites, su bm arinos y naves espaciales. De repente, con ocía m illones de palabras en un nuevo idioma y sabía todo acerca de libros y m ecan ism o s. No podía d e jarse apabullar. Dijo:
— Escucha, las hadas an tipáticas m e lanza ron un hechizo y m e durmieron en e s te e n c ie rro. Así que tú, tranquilo. No hables, no te muevas. Dame p erm iso para explicarte mi si tuación, que es peliaguda. Mi am igo Plumón y yo n ecesitam o s co n sejo .
— No te creo ni pizca. Eres un vago-Internet con ganas de chacota.
Fanny Buitrago
Un genio en el e sp e jo
— Por favor, por favor, tien e s que creerm e. Me perdí, m ientras viajaba por los p u ntos car dinales y las e s ta c io n e s en b u sca de un co ra zón extraviado.
— Un cu en to b a sta n te rebuscado. M ejor e s cribe una canción rap. Filma una película de zombis.
Luego de unos m inutos de "no te cre o ”, "es verdad", "no puede ser", "no m e digas" y "¿por qu é m e pasan e s ta s c o s a s ’’?, Daniel, in te re s a do, dijo: — Bien, te escu cho:
Las escaleras
son de tomate
enio Azul le c o n tó c ó mo había salido de su casa, rum bo a una convención.
De su am istad con la trucha del Lago Mar y con Orion, su encu entro con un pajarito a m e dio hacer, nacido en el Valle de Irás y no Vol verás y la Floresta de Tripita y Media, qu e se había caído del árbol de ginkgo. Y todo lo que le había sucedido al mirar una burbuja que encerraba a una chica genio.
— El cu en to no explica có m o perdiste el s e s o e invadiste mi pantalla.
Fanny Buitrago
— Cuando huía de una ronda de hadas y duendes antipáticos, m e dorm í en una cueva que, con seguridad, se convirtió en una mina. Alguien extrajo m etal o m etaloide, quizá sili cio o coltán, para fabricar com pu tad ores y me sacó a mí, por accidente.
— E so m e faltaba. Quiero responder a la pregunta del millón y elaborar un proyecto a propósito de la salud del planeta, y m e sale un genio en la pantalla. Ni yo m e lo creo.
— No tengo interés en molestar. N ecesito escap ar de e s te encierro o en cantam iento.
— M ejor voy a imprimir tu figura. Si de ver dad eres un genio, p u ed es utilizar palabras mágicas. Salir de la pantalla y de mi CP, en un dos por tres.
El genio protestó. S e sentía sin fuerzas, dijo. E stab a tan an ém ico que no recordaba las palabras o las fórmulas m ágicas para salir de una lámpara m aravillosa o de una botella que flotara en el mar, o de una partícula del oro azul.
Ni él ni Daniel vieron a Mariana, en el um bral de la puerta.
Las escaleras son d e tom ate
— Mi liberación ahora es asu n to tuyo, niño. — E sto es una pérdida de tiem po, pronto se acabará mi turno para utilizar el CP. No estoy para jugar al m ago Merlín. Com o te dije, q u ie ro responder una pregunta clave y hacer un proyecto.
— ¿Cuál pregunta y cuál proyecto?
— Si m e nom braran presidente de la repú blica, ¿qu é haría en beneficio del m edio a m b ien te?
— Y ¿tú qué quieres hacer?
— Todavía no lo tengo muy claro, pero me im agino un m undo con m ás b o sq u es, selvas, florestas, jardines, parques, fuentes, aire lím pido.
— Conozco el lugar donde nacen to d o s los árb oles del co sm o s. No sé nada de proyectos, pero te ayudaré si me ayudas.
— Hace unos años, yo sab ía de palabras m ágicas. — Mariana entraba en e s e m o m en to en la habitación.
Fanny Buitrago
A las volandas, Daniel le p resentó a Genio Azul. No le im portaba qu e lo tachara de vago o se burlara de él. Pero, Mariana, que ya e s ta ba en bachillerato, dijo que cuando era tan pequeña qu e no alcanzaba las m anijas de las puertas, tenía un am igo qu e se llam aba Genio Azul. No era imaginario, sino real. Hasta m am á lo había visto una vez.
— Eres igual a él, y estaré encantad a de ayudarte.
— ¡Las palabras m ágicas! — pidió el genio. Daniel le cedió la silla. Mariana se apoderó del teclado y escribió Abra Cadabra y Ábrete Sé
samo, que aparecen en historias fabu losas y tienen fama de abrir cuevas selladas.
Genio Azul, que h ab ía dormido m iles y mi les de años, co m o si d esd e siem pre supiera acerca de la transform ación de la energía, zumm zummm com enzó a multiplicarse. Sus ropas se veían desteñid as, co m o si le qu ed a ran grandes y su rostro iba pasan d o del azul añil y el azul c e le s te a un gris de sop a espesa. Y, para fastidio de todos, el papel imprimió en blanco.
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— -Al parecer sigo prisionero.
— ¿Culpa tuya? ¿Cómo es que no recuerdas palabras tan importantes? — preguntó Mariana.
— Seguro que en su eñ o s m e ha visitado el olvido y se fugaron mis id e a s... — y el genio lloraba y lloraba y en cim a m oqueaba.
— Piensa, piensa en ti m ism o, piensa en hace miles de años. ¿C óm o serían y sonarían?
Alegres, p oten tes, sonoras. Así o asá.
— Hay m iles de posibilidades. Son com o esa s con traseñ as qu e cada quien utiliza para acced er al correo electrón ico — dijo Mariana.
— Tú me entiendes. Si escrib es y recuerdas, con tu ayuda encontraré la solución a mis pro blem as.
— Dame otra pista — pidió ella.
— Quizá son p o em as, cancion es, baladas, adivinanzas.
— Por favor, hazle ca so — rogó Daniel— . No se a que se a c a b e el dom ingo y el com putador se bloquee.
Las escaleras son d e tom ate
— ¡Allá voy! — se en tu siasm ó Mariana. En ton ces siguió escribe que te escribe: Tin
Marín de Do Pingué, luego S ansalamín, Cucara M a
cara Títere Fue, Siete por cinco son treinta y cinco, todos los genios dieron un brinco. Después, las escaleras son
de tomate, para que el genio suba y empate. E nsegu i da, los caballitos de dos en dos, alzan las patas y dicen
adiós, y en otra línea, naranja dulce, limón partido,
dame un besito que yo te pido. Además, estaba la pá
jara pinta, sentada en el verde limón, con el pico recoge la rama y con la rama recoge la flor y ene teñe tú cape nape nu. Ni siquiera le faltó un ...G ooooooo ooollll Gol G o oooo o o o o ooollll d e . ..
Cuando Daniel apilaba hojas de papel, la pantalla y la impresora enloquecieron funnn funnn funn. En lugar de la figura de Genio Azul, salieron im presos cuadrados, triángulos, tra pecios, octaedros, espirales, pirámides, sím b o lo s del átom o. Pi: 3, 14 16. ¡Un verdadero enredo! Daniel esta b a al borde del grito.
— ¿Ahora qué h acem o s? Al p aso que va mos, nunca, nunca ni jam ás voy a utilizar el CP. Lo indicado, mi am igo genio, es qu e te m and e a la porra con la China... y la
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china. Pero, me c a e s bien, aunque com o g e nio seas un desastre.
— Por favor, por favor. No puedo respirar, y a mi amigo alado tam b ién le falta el aire. Va m os a morir atrapados en un espejo.
— ¡Jamás! E so nunca sucederá — dijo Ma riana.
— P o o r F a v o o o r Por fa f a . .. — la voz del Genio se debilitaba, le era difícil seguir prisio nero en e s e lugar sin aire, sin lluvia, sin ríos, m ontañas, ni o céan o s.
De pronto, la pantalla se tornó oscura y com o si la invadiera un mar de tinta china. Surgió un chorro de luz y Genio Azul regresó, con el pajarito sob re un hombro. Le traqu e teaban la mandíbula, los codos, los tobillos. Preguntaba qué había sucedido: ¿Por qué la Madre Tierra e s ta b a sofocad a y no existían más los b o sq u e s y las selvas de tam añ o inter m inable? ¿Por qué los ríos eran c o m o cintas de fango, y del m aravilloso verdeazul de los o c é a n o s no q u ed ab a casi nada? ¿Por qu é el mundo e s ta b a invadido por ed ificaciones de ladrillo, ce m e n to y p lástico ? ¿Por qu é en la
Las escaleras son d e tom ate
tierra, los o c é a n o s y en el cielo corrían y vola ban rugientes b estias m etálicas? Lloraba y gritaba y volvía a llorar. ¿Por qu é se veían ta n to s desiertos y tod os los hielos y las nieves de los p olos d esaparecían? ¿En dónde estab an las m anad as de bisontes, elefantes, gacelas, ceb ras? ¿Y las cabras m o n te ce s? ¿Por qu é ha bían desaparecid o los páramos, los p antanos y hu m ed ales? ¿Por qué había basureros en t o das partes?
En e sa s entraron Laura y María. Las dos, al mirar al desvaído Genio Azul, ni siquiera pidie ron explicaciones. Buscaron sus lápices de c o lores, sus tém p eras y acuarelas, sus pinceles.
— El genio no puede respirar, n ecesita oxí geno, árboles.
— E so es — dijo Genio Azul— . Quiero volar so b re b o sq u e s entero s de cedros, pinos, h a yas, fresnos, a b eto s, robles, nogales, saú cos.
Con excepción de los pinos y los saú cos, eran árb oles que Laura y María no conocían. Pero, co m o de ningún m odo iban a cruzarse de brazos, resolvieron darle sus c o n o c im ie n tos, que eran co m o un tesoro.
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— Aire, agua, ozono — clam ab a el genio que, en vano, in ten tab a despertar a Plumón.
— Lo primero es lo primero — dijo Laura, d espu és de dibujar un an churoso rio b ajo el cielo soleado, mover sus lápices para trazar huertos y patios con m anzanos, m angos, plá tanos, ciruelos, tam arindos, papayos y a lm e n dros.
— Lo segundo, es igual de vital — dijo Ma ría, quien com en zab a a trazar olas de encaje, islas, golfos y corrientes, p e ce s co m o sierras, m ojarras y sardinas, arena, acantilados, arre cifes coralinos.
— En la naturaleza to d o es importante, pero todo viene de los p áram os que nos envían el agua pura que forma los ríos, y se sum a a los m ares — rem achó Mariana, que se había uni do a sus primas y m a n e ja b a el power point.
— Todo es o e stá muy bien, pero mi amigo se muere — g im o te ó Genio Azul, de pronto sentad o en el verdor de un prado. En las hojas de papel coloread as por Laura y María, y que con la máxima rapidez iban del scanner a la pantalla, de pronto surgió una arboleda, car
Las escaleras son d e tom ate
gada de mirtos, cerezos, lulos y otros frutos maduros. En una de sus ramas b a ja s ap are cieron un nido y un tazón con jugo de m ango y ciruelas recién exprimidos, sin qu e faltara un gotero, con un letrero que decía: Para el pico
En la ciudad
de los
sa ú co s
1 tiem p o de los niños y de los papás no marcha al m ism o rit mo. Cada quien lo administra a su a c o modo. También c u e n tan los ojos, la estatura, el largo de las piernas. No h ace falta ni tocar guitarra, ni m ascar chicle.
Afuera brillaba el sol, un azul radiante pin tab a el cielo de todas las ciudades del país. En Bogotá, a lo largo de la calle, los m agno- lios y los sietecu ero s se entristecían por los canarios en jau lad os del m atrim onio Cárde nas, que calen tab an sus alitas: movían las ra
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mas y los invitaban a vivir en sus copas. Las m ontañas h ablaban unas con otras, las nubes se a m on ton ab an . La historia del genio y el pa jarito sin pico ni cola iba de los frondosos saú cos tach o n ad o s de flores, a los cultivos de la Sabana, en donde crecían rosas, astrom e- lias, claveles. Adem ás papas, cebollas, coles, nabos, alcachofas. El genio clam ab a por aire y m ás aire, asu stad o por la vida de Plumón. De m om en to ni siquiera le in teresaba su corazón, ni la chica genio, ni sus nuevos amigos. No era capaz de cantar, pero sí de susurrar. Inten taba reanim ar al ave. Le decía que ahora tenía la oportunidad de elegir el color de sus plu m as y convertirse en petirrojo, en ruiseñor, en gorrión, azulejo o Martín pescador, hasta en cóndor de los Andes si se le an tojab a.
— ¡Despierta, despierta! No te mueras, por favor.
E insistía en que Mariana, Laura y María, a qu ienes Genio Azul con sid eraba desde ya sus m ejo res amigas, eran dib u jan tes estu p en d as y podían transform arlo en turpial, gallito de roca o maravilloso quetzal. Daniel abrió de par en par las ventanas. ¡Sansalam ín! ¡Tin y
En la ciudad d e los saúcos
Spín! ¡Oh sorpresa! En los aleros, los tec h o s próximos, los árboles del frente com enzaban a p osarse garzas, mirlas, arrendajos, gorriones, guacam ayas. Dos colibríes giraban alrededor de las cam pánu las del p equ eñ o antejardín de m am á. D ocenas de cop eton es, iguales a c o le giales, hacían fila en el a n tep e ch o de las ven tanas, rodeaban la jaula de los dos canarios, entraban despacio, a p osarse a los lados del computador.
Todos a te n to s a lo que sucedía en la p a n ta lla, en donde Genio Azul, mordía y sab o rea b a un b an an ito qu e tenía en una mano. Con la otra, gota a gota, le daba de b eb er a Plumón que despertaba, todavía parecido a un p ajari to sin pico ni cola, pero con to d o s los h u eso s san os. M ientras guirnaldas de palom as, m ari posas, loros y azulejos, com o tocad as por una varita mágica, surgían de la claridad qu e ro d eaba los cerros de M onserrate y Guadalupe.
— Es hora de imprimir y de m archarnos — se escu c h ó la voz sonora y fortalecida de G enio Azul.
— Me qu ed o — so n ó el piar de Plumón.
Fanny Buitrago
— ¿Cóm o así? ¿C óm o así? ¿Qué dices?. ¿Aquí qué pasa y qué está a punto de pasar? — sonaron tod as las voces, m ás em ocion ad as las de Laura y María.
— Quiero ser de la familia de los co p eto n e s sabaneros. Vivir entre los geranios y novios que adornan las ventanas, picotear entre la hierba, los tréb o les y las flores de d ientes de león. Saltar entre las p en cas de sábila, las c a léndulas, la verbena y la ruda. Danzar entre el cilantro, el perejil y el hinojo.
— Allá tú, los p ájaros de la realidad se m u e ren. — Genio Azul m e n e ó la cabeza.
— Pero reciben m ucho cariño de la gente, y paladean frutas maravillosas: la curuba, las brevas, las uchuvas y la pom arrosa — dijo Co petón.
Mientras Mariana dib u jab a al nuevo Plu món y sus primas enriquecían la pantalla y el mundo en donde se movía Genio Azul, so n ó la puerta de entrada. Eran papá y m am á que re gresaban. Ella, seguía triste por la suerte de los canarios en jau lad o s en la casa del frente y,
En la ciudad d e los saúcos
a la vez, co n ten ta por la presencia de los otros pájaros. Papá, con un vozarrón de m otorista o entren ador de fútbol, preguntó:
— ¿ S e puede sab er que es lo qué pasa aquí, ah?, en las azoteas, los an d en es y los ca b le s del teléfono, hay una invasión de aves y m ari p o s a s migratorias.
— Aquí te n e m o s un pajarito que ha reco brado la salud — respondió Daniel.
— Gracias a ustedes, que son unos verdade ros genios. Yo, por lo visto, no tengo sino el nom bre y el apellido — aceptó Genio Azul, que no había ni alcanzado a mover una pestaña.
Mamá, de pronto, parecía em b elesad a. Sus brillantes o jo s fijos en la pantalla del c o m p u tador.
— ¡Es Genio Azul, mi am igo de infancia! A quien c o n o c í por la historia de Cucarachita Martínez y del Ratón Pérez. Él m e e n s e ñ ó que hay millares de e sp ecies de m ariposas. En México las llaman papalotes, en E stad o s Uni dos butterflies, en Francia papillons, y en el país vasco, pipilimpausas.
Fanny Buitrago
— Gracias y m ás gracias por recordarme. — Aquel era un m o m en to increíble. Genio Azul, estuvo a punto de salir de la pantalla, así nada más, sin recurrir a signos o palabras m á gicas.
M om ento que existió y feneció en segu n dos, dado que alguien com enzó a tocar el tim bre y a golpear la puerta con sonoridad y am ag os de cortesía. Era el se ñ o r Cárdenas, en com pañía de una reportera del Canal Seis.
Fanny Buitrago
— ¿Qué es esta locura? ¿Por qué hay una in vasión de p ájaros en tod a la cuadra? ¡Qué sa ben ustedes del asu n to?
— S S S S S Silencio. O jalá crean que no hay nadie en casa — dijo papá.
La reportera siguió calle arriba y el señor Cárdenas se qu ed ó frente a la puerta, decidi do a pelear con los vecinos, m ord iéndose las uñas. Su am istad con papá y m am á pendía de un hilo, debido a un retazo de terreno que ha bía al fondo de la calle y que o c a sio n a b a pro blem as. Las señ oras del barrio pretendían h a cer de él un jardín, pero el o d io so señ or q u e ría una cancha de fútbol. Com o ni el uno, ni las otras se ponían de acuerdo, cartas,
e-mails y discu sion es es ta b a n al orden del día. ¿Árboles, flores y una fuente? ¿La cancha de juego? La pelea e s ta b a cazada.
Después de aguantar la respiración, c o n sultar el diccionario, la enciclopedia, el libro de los inventos, Daniel dijo qu e todo el asu n to del viaje estab a relacionad o con un sabio muy fam oso, Albert Einsten, y que, debido a sus ideas, Genio Azul tendría que devolver sus
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p aso s en el tiem po. Era obligatorio, si quería retornar a las cercanías del Lago Mar.
Mariana, Laura y María p en sab an qu e to d o era m ás fácil. Si Genio Azul se había dorm ido hacía m iles y m iles y m iles de añ os en una futura mina de oro azul o de silicio, e s o care cía de importancia. Sí, había llegado en un chip. ¿Y q u é? Se encontrab a en casa, al cuid a do de m am á y papá. Era preciso darle un e m pujón, incorporarlo a su cam ino de luz y enviarlo a su mundo ¡En el térm ino de la d is tancia!
— ¿Oro azul? ¿Silicio? — inquirió Daniel. — El oro azul es un mineral que se llama coltán; sirve para fabricar dispositivos e le c tró nicos. Miles de chips de com p u tad ores tien en silicio o coltán — dijo papá.
— Te creo y aprendo. Más tarde b u scaré la inform ación por la red. Ahora tú m e im pides hacerlo.
Entretanto, to d o s los chicos del barrio: Ale jandro, Martín, Atanasio, Nicolás, M ateo, Luis, Juan José, Carlos, Pablo, Jorge, grababan con