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Experiencia de pérdida de un ser querido

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Academic year: 2020

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U

NIVERSIDAD

V

ERACRUZANA

I

NSTITUTO DE

P

SICOLOGÍA Y

E

DUCACIÓN

Experiencia de pérdida

de un ser querido

TESIS

Que para obtener el grado de:

Maestra en Desarrollo Humano

Presenta:

Mélida del Sagrario Barreiro Coutiño

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U

NIVERSIDAD

V

ERACRUZANA

I

NSTITUTO DE

P

SICOLOGÍA Y

E

DUCACIÓN

Experiencia de pérdida

de un ser querido

TESIS

Que para obtener el grado de:

Maestra en Desarrollo Humano

Presenta:

Mélida del Sagrario Barreiro Coutiño

Directora: Elsa Angélica Rivera Vargas

(3)

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

1. Planteamiento del problema ... 5

2. Justificación ... 5

3. Antecedentes ... 7

3.1 Revisiones documentales ... 7

3.2. Intervenciones ... 9

4. Objetivos ... 12

4.1 Objetivo General ... 12

4.2. Objetivos específicos ... 12

5. Importancia del estudio ... 12

5.1. Interés personal ... 12

5.2. Relevancia social y Académica ... 14

6. Limitaciones del estudio ... 15

CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO 1.1. Vínculo afectivo y/o apego ... 16

1.1.1 ¿Cuándo y cómo surge el apego? ... 16

1.1.2 Evolución: apego a conducta de apego ... 18

1.1.3 Adultos y sus conductas de apego ... 18

1.2. Pérdidas ... 20

1.2.1. Pérdidas relacionales ... 22

1.2.2. Pérdidas intrapersonales ... 22

1.2.3. Pérdidas materiales ... 23

1.2.4. Pérdidas evolutivas ... 23

1.3. Muerte ... 23

1.3.1. Definición ... 24

1.3.2. La Muerte y la Filosofía ... 25

1.3.3. La Muerte y la Pedagogía ... 26

1.3.4. La Muerte y la Medicina ... 27

1.3.5. La Muerte y la Literatura ... 29

1.4. Experiencia de pérdida-Revisión de modelos ... 32

1.4.1. Definición ... 32

1.4.2. Las etapas de la experiencia de pérdida ... 33

1.4.3. Modelos psicológicos de las Experiencias de pérdida ... 35

1.5. Experiencia de pérdida por la muerte de un ser querido ... 36

1.5.1. Condiciones que afectan la experiencia de pérdida ... 37

1.5.2. Elaboración de la experiencia de pérdida ... 41

1.5.3. Repercusiones de la experiencia de pérdida en la vida del doliente... 42

1.6. La mirada humanista de Carl Rogers y su teoría del Enfoque Centrado en la Persona ... 43

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1.7. El Enfoque Centrado en la Persona en la Experiencia de pérdida de un ser

querido ... 47

1.7.1. Tendencia actualizante ... 49

1.7.2. La tendencia actualizante y la Experiencia de pérdida ... 53

1.7.3. Experiencia ... 54

1.7.4. Experiencia y Experiencia de pérdida ... 55

1.7.5. Amenaza ... 57

1.7.6. Amenaza y Experiencia de pérdida ... 58

1.7.7. Sentimiento ... 59

1.7.8. Sentimiento y Experiencia de pérdida ... 61

1.7.9. Proceso de valoración organísmica ... 62

1.7.10. Proceso de valoración organísmica y Experiencia de pérdida ... 63

1.7.11. Marco de referencia interno ... 64

1.7.12. Marco de referencia interno y Experiencia de pérdida ... 66

1.7.13. Conciencia ... 66

1.7.14. Conciencia y Experiencia de pérdida ... 68

1.7.15. Yomismo ... 69

1.7.16. Yomismo y Experiencia de pérdida ... 71

1.7.17. Otros constructos ... 72

1.7.17.1. Aceptación positiva incondicional ... 72

1.7.17.2. Empatía ... 73

1.7.17.3. Congruencia ... 73

1.8. Corriente Existencial-Fenomenológica ... 73

1.8.1. La fenomenología de la existencia de Merleau-Ponty ... 74

1.8.2. La reducción fenomenológica ... 78

CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA 2.1. Método ... 80

2.2. Participantes ... 81

2.3. Instrumento ... 83

2.4. Análisis ... 84

2.5. Datos etnográficos ... 86

CAPÍTULO 3. RESULTADOS 3.1 Experiencia de Renata... 87

3.2 Experiencia de Luis ... 97

3.3 Experiencia de María ... 104

3.4 Experiencia de Fernando ... 114

3.5 Experiencia de Raquel ... 124

3.6 Experiencia de Alberto ... 134

3.7 Experiencia de Ana ... 141

(5)

CAPÍTULO 4. DISCUSIÓN Y HALLAZGOS

4.1 Discusión ... 160 4.2. Hallazgos ... 161

CAPÍTULO 5. A MODO DE CONCLUSIONES

5.1. A modo de conclusiones ... 173 5.2. Sugerencias para futuras investigaciones ... 178

REFERENCIAS ... 179

ANEXOS

Anexo 1. Carta consentimiento ... 186 Anexo 2. Inventario de historia de pérdidas ... 187

APÉNDICES

Caso Alberto completo:

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ÍNDICE DE TABLAS

TABLA 1. Categoría de los apegos ... 19

TABLA 2. Tipos de pérdidas ... 21

TABLA 3. Modelos psicológicos de los procesos de experiencias de pérdida ... 35

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ÍNDICE DE FIGURAS

FIGURA 1. Diagrama inicial de la visión de la Experiencia de pérdida y el ECP ... 49

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INTRODUCCIÓN

Consideramos que el modo de concebir la muerte ha ido cambiando a lo largo de la historia, desde ser considerada según la antropología, la sociología, el arte, la religión o la filosofía como sacra hasta pasar a ser sacrílega y hacerse el gran silencio sobre ella. En consecuencia y de acuerdo a su nueva mirada, cada época ha ido modificando la forma en que debemos vivir las experiencias de pérdida al enfrentar la muerte de los que amamos.

Desde las tribus primitivas, como dan testimonios los hallazgos arqueológicos de diversas culturas en toda la extensión del globo terrestre, hasta finales del siglo XIX se realizaban rituales mortuorios, confiriendo dignidad a la misma muerte y a los restos que se pretendían honrar. En este sentido, la muerte se fue constituyendo como un hecho social que modificaba el espacio y el tiempo de la comunidad a la que concernía, llevando a cabo ceremonias y cortejos colectivos. La comunidad había sido visitada por la muerte, y ésta era acogida, homenajeada y honrada como un modo también de conjurarla.

Un siglo después se constata una completa inversión del panorama, la desaparición de un individuo no interrumpe ahora la continuidad de la vida comunitaria, y todo sigue en la ciudad como si nada pasara. De esta forma la muerte sólo compete a un círculo cerrado de personas y el desarrollo de sus ceremonias debe llevarse a cabo lo más rápido posible, proscribiendo progresivamente cualquier expresión o sentimiento de dolor.

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experiencia de pérdida a la vista de los demás, pasa a ser considerado poco menos que un enfermo.

La muerte sin embargo, o posiblemente generado por este gran silencio, es una realidad inevitable que nos atormenta en secreto, que siempre nos sacude cuando estamos frente a ella y con frecuencia nos angustia tan solo de imaginarla. Lleva en sí un misterio que desagarra a los hombres, el dolor que lo consume es más espiritual que físico y por ello más difícil de entender y sanar, esto lo rebela contra la vida, consigo mismo y si es creyente contra Dios. Contrario a esta filosofía y como bien lo refiere Tizón (2009) la experiencia de pérdida, no es una experiencia exclusivamente personal, ni un hecho único de nuestra vida, sino una realidad incesante que recorre toda nuestra existencia. La experiencia de pérdida es también una realidad colectiva, social y cultural.

Y ya que toda la vida humana está rodeada de pérdidas, es interés de esta investigación conocer el impacto que esta experiencia tendrá en la estructura de la personalidad y en consecuencia en la salud mental y el equilibrio emocional de la persona que ha perdido a un ser querido. En su libro: El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Willian Worden (1997), refiriéndose a Engel señala:

La pérdida de un ser amado es psicológicamente tan traumática como herirse o quemarse gravemente lo es en el plano fisiológico [...] el duelo representa una desviación del estado de salud y bienestar, e igual que es necesario curarse en la esfera de lo fisiológico para devolver al cuerpo su equilibrio homeostático, asimismo se necesita un período de tiempo para que la persona en duelo vuelva a un estado de equilibrio similar (p. 26).

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antidepresivos para no sentir, de distractores para olvidar y desapareciendo las huellas de la muerte y del muerto para exorcizar la pena.

Por otro lado, la muerte lo sabemos, es la contraparte de la vida. Es pues un hecho inevitable de nuestra existencia, pero aunque ella ha sido considerada por excelencia como el arquetipo de la experiencia de pérdida, no es la única que nos lleva a transitar por estos caminos sinuosos, ya que desde el momento en que venimos al mundo hasta el día en que nos vamos de él, invariablemente pasaremos una y otra vez por experiencias de pérdidas —perdemos personas y no solo por muerte, partes de nuestro cuerpo, empleos, mascotas, pertenencias, espacios, etc.— separaciones que nos representan un desprendimiento más o menos violento de nuestros afectos.

De igual manera, en la misma medida en que la nueva cultura ha reducido la manifestación pública de nuestro sufrimiento, el hombre doliente se ha convertido en sujeto de estudio de mayor interés para la comunidad científica, porque el dolor y el sufrimiento permanecen y se intensifican bajo el sentimiento de soledad como parte de una sociedad alienada, anónima. Al no poder elaborar este proceso tan rápidamente como el avance tecnológico, social y económico parecen demandarlo, no nos queda más que la disociación y la negación de la experiencia afectiva del mismo.

Como lo refiere Mélich (1994) “ésta confrontación en desventaja del aparato psíquico, implica para la persona una pérdida de sentido, una discontinuidad de la existencia, y es que la abrupta pérdida de sentido en la vida es la fuerza misma de la muerte. Esta realidad para la que regularmente nadie se prepara representa un tipo de reto que no puede pasarse por alto. Las alternativas son, o persistir en una forma de pena o elegir la vida” (pp. 73-74).

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es en sí misma un proceso dinámico y constante; a partir de ella se suceden fenómenos que son vividos experiencialmente y van tejiendo su mundo privado que determina su respuesta o conducta ante la realidad vivida. La muerte de un ser querido es una más de sus experiencias —desafortunada en este caso— como lo es el inicio de su ciclo escolar, la decisión de salir de casa, casarse, etc.

Por otro lado aunque reiteradamente se han realizado esfuerzos para clarificar la definición de la palabra duelo, como se ve en la obra de Tizón (2009), quien inicia su libro con una propuesta terminológica propia sobre los términos pérdida, duelo, procesos de duelo, pena, luto y elaboración del duelo, como un esfuerzo por aclarar una información que por demás ha sido definida de muchas maneras. No hay que olvidar que la raíz de la palabra duelo alude a dos significados semánticos, desafío mano a mano y dolor o luto, ninguno de los cuales corresponden al sentido de intentar comprender la experiencia de pérdida vivida por un doliente desde su propio discurso, sin intentar identificar etapas, pasos, patologías, etc.

Finalmente, encontramos otra razón de peso para llamarlas experiencias de pérdida. En tanto investigación sobre las vivencias personales, el abordaje metodológico de este trabajo será a través del análisis de entrevistas fenomenológicas, porque nos interesa comprender su discurso desde el interior de la persona y no usamos duelo que casi siempre es entendido desde las categorías, clasificaciones y procesos psicológicos que desde fuera de la persona se pretenden explicar. Por otro lado, y en este mismo sentido el uso de de esta palabra, en el desarrollo de este trabajo, pretende manejar un lenguaje propio más apegado a su discurso fenomenológico.

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1. Planteamiento del problema

Desde el momento en que venimos al mundo hasta el día en que nos vamos de él, invariablemente pasaremos por experiencias de muerte. La asumimos como una realidad inevitable, universal y única en nuestra vida. Muy frecuentemente, nos encontramos con personas que llegan a ser abatidas profundamente en su estructura emocional, llegando incluso a quedarse en este estado de una manera extendida y autodestructiva, otros en cambio tienen una experiencia menos dolorosa y con menor gasto energético. Como se refirió antes, a través del tiempo estas experiencias de pérdida han sido exhaustivamente estudiadas y en consecuencia existen múltiples aportaciones bibliográficas y guías clínicas sobre las diferentes intervenciones; sin embargo la intención de este trabajo de investigación es documentar la experiencia de pérdida de las personas adultas que han perdido un ser querido, explicado desde una teoría donde se prioriza a la persona y pretende comprender la experiencia desde su propia vivencia y su mundo privado. No es la pretensión de este trabajo proponer un modelo de esta teoría, aunque sí representa el inicio de una tarea que aspira ser parte de un estudio más profundo a futuro. Por ello partimos de la siguiente pregunta de investigación:

¿Cómo vive y significa un adulto su experiencia de pérdida, ante la muerte de un ser querido, desde la Teoría del Enfoque Centrado en la Persona de Carl Rogers?

2. Justificación

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nuestros afectos nos vinculan y nos hacen dependientes del amado, al morir este, mueren ligazones comunes, ya no se es hijo, padre, hermano, cónyuge, amigo, etc., una parte nuestra muere con nuestro ser amado. Este dolor, cuando no es positivamente canalizado puede derivar en algunos casos en enfermedades psicosomáticas que al ser tratadas de forma independiente a la raíz del problema solo alargarán su padecer, llegando incluso, a arrebatar la vida del abatido.

De la experiencia de pérdida por muerte no se vuelve igual, el dolor pasa con el tiempo, pero su culminación no nos devolverá al mismo que éramos antes.

Si se considera que esta experiencia ya en sí misma es dolorosa, lo es aún más cuando se es condenado a llevarla en silencio y de forma solitaria. El resultado es dramático, y como lo sostiene Gómez (2007) la abolición de los signos ligados a la muerte crea una tensión insostenible una autentica patología individual y social de dolor irresuelto que desemboca en depresiones, en suicidios, etc. La sociedad no pierde su ritmo, incluidos nosotros como simples engranajes de una maquinaria que no se detendrá ante nada.

Siendo así las cosas, la experiencia de pérdida por muerte ha sido exhaustivamente estudiada desde sus diversas facetas y en consecuencia existe una vasta producción bajo las diferentes intervenciones o modelos con los que ha sido abordada; sin embargo según lo revisado hasta este momento, desde la Teoría del Enfoque Centrado en la Persona, no hemos encontrado un abordaje particular que permita explicar esta inevitable experiencia, por lo que la justificación en la realización de este trabajo es aportar una visión humanista del estudio de la experiencia de pérdida por muerte de un ser querido en dolientes adultos, comprendido y explicado a partir de su propia mirada, la cual trasmite al investigador para su documentación y análisis.

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análisis fenomenológico de cada caso de estudio, basado en la propuesta de Dantas y Moreira (2009) misma que pretende servir de guía para abordajes futuros sobre el tema.

3. Antecedentes

En la literatura científica existen múltiples aportaciones bibliográficas y guías clínicas sobre las diferentes intervenciones en las experiencias de pérdida. Revisarlas todas es una labor exhaustiva que no corresponde al objetivo de este trabajo, por lo cual solo se citaran algunas contribuciones que se consideran importantes de hacer notar, así como algunas intervenciones clínicas realizadas recientemente sobre el tema, mismas que permitan introducir y proporcionar elementos para desarrollar, comparar o refutar de acuerdo a la propia propuesta de esta experiencia sujeto de estudio.

3.1 Revisiones documentales

1) En el trabajo Duelo: Evaluación, Diagnóstico y tratamiento, llevado a cabo por Gil-Juliá, Ascensión Bellver y Ballester (2008), se realizó un estudio centrado en las experiencias de pérdida que provocan las muertes de seres queridos, considerado por sus autoras como uno de los acontecimientos vitales más estresantes que puede afrontar el ser humano. Su investigación se basó en una búsqueda bibliográfica de publicaciones sobre el tema, dentro de los diez años anteriores a su publicación, para ello principalmente consultaron las bases de datos digitales de Medline y PsycINFO.

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son de tipo descriptivos, en cambio, hay pocos estudios con un diseño experimental adecuado, considerando que es necesario investigar más sobre los aspectos fundamentales de esta compleja realidad.

2) Otra importante investigación, en este caso desde un enfoque humanista, es la aportada por Tovar (2004) en su trabajo de tesis El duelo silente, quien hace una revisión documental de pérdidas y sus diferentes procesos, pasando por filosofías, doctrinas y teorías divergentes entre sí. Su interés va encaminado a identificar por un lado los efectos que produce a una persona que ha tenido una pérdida significativa, vivir la experiencia respectiva en silencio y a solas, y por otro lado encontrar elementos y acciones que faciliten al doliente enfrentar la ausencia que le deja la pérdida. Aunque su revisión incluye una recopilación de los diferentes modelos y tipos de experiencias de pérdidas, su principal aportación es la relativa al duelo silente. Su investigación teórica arroja que el hecho de no expresar libremente los pensamientos y sentimientos relacionados con una pérdida importante, puede provocar en el doliente diferentes efectos, de los cuales destaca los siguientes:

a) una experiencia de pérdida prolongada de tres años o más, b) disminución de salud, tanto física como mental,

c) cambio de ánimo frecuente y notable, situación que en muchos casos los dolientes no relacionan con una pérdida importante,

d) falta de interés para convivir socialmente o para realizar actividades de esparcimiento,

e) constante repetición mental del momento en que sucedió la pérdida o lo que el doliente considere como hechos posibles cuando no fue testigo del momento en que sucedió la pérdida, y

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3.2. Intervenciones

1) Una investigación relevante es la realizada por Barreto, Yi y Soler (2008), titulada

Predictores de duelo complicado, quienes estudiaron una población de 236 dolientes cuyos familiares eran pacientes oncológicos, atendidos en servicios de cuidados paliativos de Valencia y Madrid, realizando intervenciones exclusivamente de evaluación —no tratamiento— en dos momentos temporales: 2 y 6 meses tras la muerte, evaluándose la presencia/ausencia de complicaciones en la experiencia de pérdida mediante dos criterios diagnósticos: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV) y

Clasificación internacional de enfermedades (CIE-10).

En el mismo identificaron unagran estabilidad de las puntuaciones en los indicadores de experiencias de pérdidas entre 2 y 6 meses post mortem. Respecto a los indicadores de riesgo pre-mortem encontraron como discriminativos entre los dolientes con/sin complicaciones: dependencia afectiva, expresiones de rabia y culpa, vulnerabilidad psíquica previa (antecedentes psicopatológicos y experiencias de pérdidas anteriores no resueltas), la falta de control de síntomas durante toda la enfermedad del paciente y los problemas económicos. Con respecto a los factores protectores que diferencian a los dolientes con/sin complicaciones fueron: capacidad para encontrar sentido a la experiencia, competencia en manejo de situaciones (sentimientos de utilidad, planificación de actividades agradables, capacidad de generar alternativas) y gestión de emociones. También la capacidad de auto cuidado, de experimentar emociones positivas y la confianza en la propia recuperación.

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2) Forte, Hill, Pazder y Feudther (2004) incluyeron un total de 74 estudios (23 sin grupo control y 51 con grupo control, de ellos en 30 con asignación aleatoria). Concluyeron que el tratamiento farmacológico en depresión asociada a la de pérdida se muestra eficaz, pero que no hay patrones consistentes de tratamiento que disminuyan o acoten la experiencia en sí. Su principal aportación está en la explicación de por qué las psicoterapias no consiguen arrojar evidencia.

Resultados: Los antidepresivos (AD) son efectivos para los síntomas depresivos asociados a las experiencias de pérdida, pero no para mejorar su elaboración per se. Las benzodiacepinas no arrojan resultados significativos. Los grupos de autoayuda y/o

couselling: de los 15 estudiados el 50 % arrojan resultados positivos, la otra mitad no (sin referencias significativas de mejoría). Psicoterapia cognitiva-conductual (TCC): no hay efectos en la intervención entre el grupo que recibió TCC del grupo placebo en ningún resultado medido. No hay superioridad de ninguna psicoterapia frente a otra para mejorar los síntomas de las experiencias de pérdida. El psicoanálisis muestra tal cantidad de sesgos metodológicos que no consigue evidenciar efectos de tratamiento. Pero sí aporta la modalidad de formato grupal frente al individual. Terapia conductual: sin efectos. Terapia interpersonal: solo incluye un estudio que no aporta efectos de tratamiento. Terapia sistémica: resultados mixtos. No existe evidencia significativa en sus intervenciones medibles.

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establecen diferencias en los resultados en personas con experiencias de pérdidas patológicas o no.

4) Currier, Holland y Neimeyer (2010) llevaron a cabo un total de 11 estudios (n = 1113 personas), 10 de ellos con asignación aleatoria. Se encontró que quienes recibieron la intervención cognitivo-conductual (TCC) obtuvieron mejores resultados a corto y largo plazo. Cabe destacar que intervenciones no basadas en TCC obtuvieron mejores resultados a corto plazo que la no realización de ninguna intervención, pero estas diferencias desaparecieron a largo plazo.

5) Currier, Neimeyer y Berman (2008) revisaron 61 estudios controlados y un posterior metanálisis. En general, los resultados mostraron que las intervenciones tienen un efecto pequeño a corto plazo, pero ningún beneficio estadísticamente significativo a largo plazo. Sin embargo, las intervenciones dirigidas a personas dolientes con dificultades para adaptarse a la pérdida habían obtenido resultados favorables comparables a las intervenciones psicoterapéuticas para otras dificultades. Se concluye que resulta importante atender a las personas con experiencias de pérdida pero se necesitarían más estudios sobre el tipo de intervención a realizar.

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4. Objetivos

4.1 Objetivo General

 Explicar cómo vive y significa un adulto su experiencia de pérdida, ante la muerte de un ser querido, desde la teoría del Enfoque Centrado en la Persona de Carl Rogers.

4.2. Objetivos específicos

 Analizar la experiencia de pérdida, desde el marco de referencia interno del doliente.

 Documentar los casos de estudio, mediante la propuesta de análisis fenomenológico de Dantas y Moreira.

5. Importancia del estudio

5.1. Interés personal

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Desde que te fuiste

Desde ese día he querido estallar en aguas diluviales hasta mitigar este no encontrarme, este no significarme ni reconciliarme, no soy ni pertenezco a nadie, realmente comprendo por primera vez cada letra de la palabra desamparo: desolación, espanto de vivir sin ti, soledad, amargura, miedo, protección perdida, angustia, rabia y orfandad.

Cómo quiero llorarte, sin embargo no puedo hacerlo, no sé cómo hacerlo o tal vez solo es miedo de hacerlo, porque entonces ya no me quedaría con nada de ti, porque dejaría ir el dolor que es lo único que aún me une a ti, es eso o dejarte ir, y aún no quiero que te vayas.

Hay días que te me escapas en lagrimitas, pero cierro los ojos y el momento pasa, hay otros días que me sobresaltan los recuerdos dolorosos y entonces me invade el miedo de seguir. Ni siquiera pude tomar tu mano cuando dejabas tu cuerpo, te moriste sin que nadie se diera cuenta, me enfadé tanto con mi cuerpo por no soportar hasta el final.

Hoy se cumple casi un mes de tu partida, y es apenas el primero que puedo poner en palabras lo que ha sido desde que te fuiste.

MSBC Viernes 30 de Mayo de 2008.

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este trabajo pretendo acercarme a personas adultas que hayan pasado por la experiencia reciente de haber perdido a su ser querido y conocer su vivencia.

Y es que el hecho de perder un ser querido, sean estos: padres, hermanos, hijos, tíos, sobrinos, cónyuge, amigos, etc., no puede ser borrado, deshecho o evadido de nuestra realidad. Hoy entiendo que cuando el dolor se va, viene irónicamente la experiencia vital más refrescante de nuestra vida, frente a nosotros solo hay un camino, si lo tomamos nos volvemos más sabios, pero si decidimos retornar al dolor, nos sentenciamos a una desdicha insostenible. Una cosa es cierta sobre la muerte: no podremos nunca permanecer inmune a ella.

5.2. Relevancia social y Académica

Como lo sostiene Mantegazza (2006), aún titubeando, se puede construir un recorrido educativo alrededor de la muerte, por lo que la relevancia social de esta investigación es ofrecer información adicional a las personas que están atravesando por la experiencia de pérdida de un ser querido, misma que les permita, al identificarse con otras personas que han pasado por su misma experiencia, vivir su propia experiencia con los menores costos psicológicos posibles, aclarando su comprensión de que los recursos externos tienen un papel importante en su recuperación, pero que lo realmente determinante, y único sendero que les permitirá pasar sobre el sufrimiento y transformarlo en sabiduría interior son sus propios recursos internos.

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pretende servir de guía para quien desee continuar su exploración desde esta propuesta, por lo que se desarrolla detalladamente su metodología para comprender el porqué de sus conclusiones.

Para efectos de este trabajo, la investigación va enfocada específicamente a la experiencia vivida por la pérdida de personas emocionalmente significativas.

6. Limitaciones del estudio

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CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO

1.1. Vínculo afectivo y/o apego

Si es el interés de esta investigación comprender la experiencia por la muerte de un ser querido, es fundamental, iniciar nuestra travesía conociendo ¿cómo se crean estos vínculos afectivos? ¿por qué nos sentimos tan cercanos al otro? y ¿por qué su muerte nos atraviesa en dos? No somos más lo que fuimos, ni nos reconocemos en lo que somos después de su muerte. Simón de Beauvoir ante la muerte de su madre exclama: Cuando desaparece un ser querido, pagamos el pecado de existir con mil añoranzas desgarradoras. Su muerte nos devela su singularidad única (2006, p. 88).

Es importante aclarar que por lo extenso de la bibliografía sobre el tema no es posible hacer una revisión exhaustiva sobre el mismo, además que ello no forma parte del objetivo principal de esta investigación. Sin embargo se intentará esclarecer cómo se forman esos lazos y cómo afectan nuestra conducta, para efectos de comprender mejor las consecuentes implicaciones que afectan al doliente directamente, cuando el ser querido fallece.

1.1.1 ¿Cuándo y cómo surge el apego?

Primero es necesario aclarar que el vínculo afectivo no siempre es proporcional al grado de parentesco. La más de las veces lo es, sin embargo no es una regla a cumplirse en todos los casos, esto más bien está determinado por los afectos construidos entre dos seres a lo largo de un tiempo y de una relación estrecha, puede ser este un integrante de la familia o no. John Bowlby (1998), referente obligado a citar sobre el tema, porque ha basado gran parte de su trabajo en el estudio de los apegos o lazos de unión de dos o más personas lo define de la siguiente manera:

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desarrollan en el bebé como resultado de su interacción con el ambiente de adaptación evolutiva y, en especial, con la principal figura de ese ambiente, es decir, la madre (p. 250).

Estos se construyen a edad muy temprana de nuestra existencia y por un proceso cognitivo determinan nuestra autoconfianza y en consecuencia la calidad de nuestras relaciones afectivo-sociales a edades posteriores, con innegable influencia de los valores y normas de la cultura concreta donde se ha formado la persona. Y aunque esta conducta se desarrolla en nosotros, algunos meses después de haber nacido, cuando somos totalmente dependientes de nuestros cuidadores, no está determinada por estos cuidados, sino más bien surge de la estimulación oral, de la caricia, de los abrazos, de la mirada puesta en nosotros. Bowlby (1998) aclara en contrasentido a lo defendido en ese entonces por Sears, Rau y Alper, que apego y dependencia no son en absoluto sinónimos. Mientras que la dependencia es total en el momento del nacimiento, ésta disminuye gradualmente hasta la edad madura, el apego, en cambio, todavía no se ha forjado al nacer y solo se pone en evidencia de un modo más claro después de los seis meses (p. 309).

En la mayoría de los niños esta conducta de apego se adquiere y se hace más fuerte a partir de los tres años, sin embargo, para entonces se iniciará el proceso de maduración propio de su edad y entorno social, por lo que experimentará importantes cambios en su estructura —si no ha sido separado antes de sus padres— para recibir cuidados en guarderías, asistirá a partir de esta edad a la formación preescolar donde vivirá su primera separación y conocerá a nuevos compañeros con los que establecerá diferentes conductas de apego y discriminación por afinidad.

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Trinke y Bartholomew (1997), que resaltan la importancia de los pares como figuras de apego a partir de la adolescencia. Está experimentando nuevas formas de apego, que se extenderán durante su vida, a grupos, instituciones e ideas.

1.1.2 Evolución: apego a conducta de apego

Los muchos años de estudio que Bowlby (1998) dedicó a esta teoría le permitió argumentar al final de la misma que “el apego no desaparece con la infancia, sino que persiste durante toda la vida” (p. 457). Las figuras pueden ir cambiando o sosteniéndose, lo que es un hecho es que esta conducta evoluciona en la misma medida en que la persona adquiere recursos más complejos que los primitivos adquiridos en un principio: el llanto, el grito, tirar del brazo, balbucear, etc. Esta mudanza de buscar la cercanía y la seguridad de la figura protectora como una reacción instintiva a poner en marcha planes y recursos para alcanzar o mantener la proximidad deseada de una figura muy concreta es lo que se denomina evolución del apego.

Desde el punto de vista emocional, la conducta de apego plenamente funcional nos hace más disponibles a aventurarnos a establecer relaciones más abiertas, menos condicionadas y con mayor compromiso.

1.1.3 Adultos y sus conductas de apego

En una aportación, Bartholomew (1990) y Horowitz, Rosenberg y Bartholomew (1993) identificaron dos componentes, la imagen de los otros, relacionada con la evaluación de la figura de apego como alguien disponible y en quien se puede confiar, y la imagen del self,

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TABLA 1.Categoría de los apegos.

Vinculadas a las representaciones de sí mismo

Vinculadas a las representaciones del otro

Modelo del sí mismo positivo:

sí mismo merecedor de amor y de

atención.

Modelo de sí mismo negativo:

sí mismo no merecedor de amor

y atención.

Modelo del otro positivo:

los otros son vistos como disponibles y

protectores.

Modelo del otro negativo:

los otros resultan poco confiables o

rechazantes.

Basados en estos modelos y según sus propias revisiones teóricas y observaciones empíricas, Trinke y Bartholomew, (1997) y Yárnoz, Plazaola y Sainz (2001) concuerdan que las combinaciones de estas dimensiones forman cuatro estilos o patrones de apego, que se nominan: seguro, ansioso, evitativo y temeroso.

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Sin embargo no hay que olvidar que los seres humanos somos seres en construcción permanente, por lo que nada es fijo en nosotros, aún estos modelos. Cuando se vive algún evento positivo o negativo que sacude la estructura, o cuando se inicia una experiencia terapéutica, se pasa por procesos de redefinición que sientan las bases para explorar y mudar lo que nos hace daño, con base en la comprensión adquirida.

1.2. Pérdidas

Si bien es cierto que en su mayoría, la literatura sobre la experiencia de pérdida hace referencia a la pérdida de una persona amada, esto es, a su desaparición o muerte; esta no es la única pérdida que sufrimos a lo largo de nuestra vida. Esta experiencia, como lo señala Freud es “la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.” (2007, tomo 3, p. 2. Trabajo original publicado en 1917). Es decir, esta experiencia surge frente a la pérdida de cualquier objeto, lugar, rol, relación, posición o ideal en el cual se haya invertido una carga afectiva significativa. Su intensidad no depende de la naturaleza del objeto perdido sino del “valor” que se le atribuye a dicho objeto.

Este proceso, según la mayoría de los autores que la han estudiado, atraviesa por varias etapas, sus plazos de permanencia no son rígidos y el tiempo total del mismo proceso dependerá en gran medida del grado de conexión que el doliente haya experimentado con la persona u objeto perdido.

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realizando además importantes contribuciones. El autor nos presenta la siguiente clasificación de los diferentes tipos de pérdidas (p. 83).

TABLA 2.Tipos de pérdidas.

Pérdidas relacionales

 De seres queridos.  De seres odiados.

 De relaciones de intensa ambivalencia.

 Consecuencias relacionales de la enfermedad, anomalía, trastorno o disfunción bio-psico-social.

 Separaciones y divorcios.

 Abandonos (sobre todo en la infancia).  Privaciones afectivas.

 Deprivación afectiva.  Abuso físico y/o sexual.

 Resultados relacionales de la migración.

Pérdidas intrapersonales

 En toda pérdida significativa y, en particular: - en desengaños por personas,

- en desengaños por ideales o situaciones (p. ej. el agotamiento profesional),

- tras pérdidas corporales o enfermedades limitantes, - afectaciones del ideal del yo infantil o de la adultez joven, - de la belleza o fortaleza física, sexual y/o mental,

- de capacidades cognitivas, del lenguaje, profesionales, etc.

Pérdidas materiales

 Posesiones.  Herencias.  “Objetos tesoro”.

 Objetos materiales con alto valor simbólico: banderas, condecoraciones, etc.

Pérdidas evolutivas

 En cada “edad del hombre” y, particularmente: - en las fases o períodos del desarrollo infantil, - en la adolescencia,

- en la menopausia y la andropausia, - en la jubilación.

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1.2.1. Pérdidas relacionales

En este sentido, para Tizón (2009), las pérdidas relacionales están asociadas al rompimiento de los lazos de unión significativos que se establecen con otras personas a lo largo de la vida, sean estos positivos o negativos. El autor considera que se observan desde la muerte de personas cercanas hasta el hecho de poner fin a una relación, los cambios de relaciones, cambios inevitables de lugar de residencia. De igual manera, en esta categoría se incluyen las privaciones de los afectos o abusos ocurridos primordialmente en la infancia, y que involucren a personas cercanas que imposibilitan la vinculación significativa. Otra pérdida de este grupo es la experimentada por las personas que migran, por el rompimiento de lazos y seguridad que ello conlleva, profundizando su estado si esta migración es considerada necesaria y no voluntaria. Cabodevilla (2007), las denomina pérdidas emocionales, aunque su clasificación está más enfocada a las pérdidas relativas a las relaciones fraternales, filiales, conyugales y amistosas.

1.2.2. Pérdidas intrapersonales

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1.2.3. Pérdidas materiales

Las pérdidas materiales para Tizón (2009) tienen que ver con el significado y el simbolismo que adquiere en el mundo interno del sujeto las cosas inanimadas o los ideales. Un valor especial reciben las banderas, los escudos, las joyas de la familia, de qué otra forma puede explicarse que miles de seres humanos sigan muriendo cada año por esas telas pintadas con colores que son las banderas, o que desaten guerras o batallas por motivos tan poco tangibles como la nación, los ideales nacionales o la religión. En realidad lo que se pierde no es la bandera o el objeto o símbolo envestido de valor, sino las partes del sí mismo que se apoyaba en ellas, una parte de nuestro sentido como sujetos. Por su parte Cabodevilla (2007), establece el hecho como pérdidas de objetos que no tienen que ver directamente con la persona propiamente dicha, sin embargo siguen siendo pérdidas e impactan directamente en la persona. Incluye en este tipo de pérdidas al trabajo, la situación económica, pertenencias y objetos.

1.2.4. Pérdidas evolutivas

Al hablar de las pérdidas evolutivas o ligadas al desarrollo, tanto Tizón (2009) como Cabodevilla (2007), coinciden en que estas forman parte del ciclo vital de forma continua, pero son tan importantes que algunas, como la adolescencia o la jubilación, suponen auténticas transiciones psicosociales o crisis individuales y colectivas. Una perspectiva del desarrollo epigenético como la de Erickson (2009) ayuda a entender lo que se alcanza y lo que se pierde con cada crisis o transición vital, con cada una de las edades del hombre.

1.3. Muerte

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exclusividad e inició un prolijo trabajo de letra insensible jurídico-legal para una eficiente regulación social; más tarde fue la ciencia médica quien tomó el control y se lanzó por un lado, a exhaustivos estudios de la vivencia de muerte, de donde nacen las diversas propuestas producto de su abordaje, de acuerdo a las teorías conocidas en su momento, y por otro lado adquiere un claro dominio tratando las enfermedades hasta entonces mortales, declarándose como nunca antes, vencedor de la muerte. Final e irónicamente, dentro de una cultura consumista, la muerte está hoy en manos del mercado, quien en forma de hospitales, clínicas, funerarias, camposantos, la convirtieron en un negocio por demás rentable. Solo quien puede pagar puede vivir y en el mejor de los casos podemos pagar en vida la ceremonia mortuoria que deseemos tener.

Por su parte Yalom (2010) lo refiere con la siguiente proposición básica: “La vida y la muerte son interdependientes; existen en forma simultánea y no consecutiva; la muerte late continuamente bajo la membrana de la vida y ejerce una enorme influencia sobre la experiencia y la conducta” (p. 47).

1.3.1. Definición

El modo de concebir la muerte cambia desde cómo la percibe el infante, el adolescente, el adulto y el anciano. Desde el hombre de las cavernas hasta finales del siglo XIX. Un siglo después, es la muerte misma lo que se pretende matar. ¿Pero que debemos entender por muerte? Muerte, es definida por el Diccionario de Filosofía de Ferrater (2004), como la: designación de todo fenómeno en el que se produce una cesación. Se experimenta siempre como una discontinuidad impuesta. En sentido restringido la muerte solo es considerada como muerte humana, ya que solo en el hombre adquiere plena significación el hecho de morir. En la concepción filosófica clásica, la muerte es la separación del principio vital (alma, psique) y del cuerpo.

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Dios (infinitud) y muerte (finitud) son dos tópicos muy abordados por sabios e intelectuales de diversas épocas, y en consecuencia su producción es basta desde muchas miradas; a continuación se abordan brevemente solo algunas de sus facetas muy específicas para el desarrollo de este trabajo de investigación, mismas que ayuden a develar y en consecuencia comprender lo que la palabra muerte puede significar para quien la enfrenta ante la pérdida de sus seres queridos.

1.3.2. La Muerte y la Filosofía

Platón afirmó que la filosofía es una meditación de la muerte. Veinte siglos después, Santayana dijo que “una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte” (citado por Ferrater, 2004).

Una historia de las ideas acerca de la muerte supone, un desarrollado análisis de las diversas concepciones del mundo, y no solo de las filosofías, desarrolladas en el curso del pensamiento humano. Además supone un análisis de los problemas relativos al sentido de la vida y a la concepción de la inmortalidad, ya sea bajo la forma de una afirmación, o bien bajo el aspecto de su negación.

Mélich (2012), refiere que los seres humanos estamos siempre en trayecto y que somos finitos, pero la finitud no es la muerte misma, sino el trayecto que va desde el nacimiento hasta la muerte. La finitud es la vida, la vida que se sabe limitada, la vida anclada en el tiempo y en la contingencia. Desde este punto de vista, la muerte no forma parte de la finitud, más bien es su condición o una de sus condiciones, pero al mismo tiempo es también su negación. Tal vez sea esencial al ser humano resistirse a la muerte, al paso del tiempo, al envejecimiento, pero también es propio de su condición finita la imposibilidad de lograr la eternidad, la inmovilidad, la claridad y la distinción (p. 35).

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medida en que nacemos, vivimos y morimos en una cultura concreta, habitamos también en un tejido de interpretaciones, en una red significada y simbólica.

1.3.3. La Muerte y la Pedagogía

¿Qué significa educar para morir? Mategazza (2006) nos responde que aunque no existe, al menos de forma estructural en la práctica educativa difundida oficialmente, la necesidad de una educación para la muerte, sí se han realizado tibios intentos que muestran su confusión entre propuestas formativas, viéndose constreñidas por completo por el plano técnico, o propuestas donde se aborda la historia personal del educando y se estimulan las dimensiones íntimas, rozando la psicoterapia, pero sin abordar el cambio educativo real y, sobre todo, sin examinar el trasfondo social en que se coloca (pp. 151-152).

Al respecto, se pregunta Verdú (citado por Herrán y Cortina, 2008) “¿Qué sucede cuando las escuelas no nos dicen una sola palabra sobre el significado del sufrimiento, cuando ni se les ocurre hacer algún comentario sobre la muerte que nos aguarda?”. Y añade: “Una enseñanza sin muerte es la muerte absoluta de la enseñanza, porque no tratar de lo que más importa, descalifica a cualquier institución sobre el saber” (p. 115). La Educación para la Muerte podría ser uno de esos temas a la vez esenciales e inexistentes de la educación. No sólo el cambio climático debería encender la alarma de la sensatez.

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dispositivos específicos de elaboración de su muerte. Significa también la sustracción de la muerte a su cruda materialidad. El aspecto visible, físico, de la muerte es extremadamente violento y ofensivo. Finalmente, preparar la muerte quiere decir, percibir su presencia potencial en todas nuestras jornadas, sin que con ello seamos presa de sus pesadillas, sino al contrario, equiparse verdaderamente, bajo el signo de la precariedad común, para vivir cada día como si fuese el último (pp. 151-167).

La Educación para la Muerte, según Herrán y Cortina (2008), es más que la intervención psicológica en desastres y catástrofes, más que la atención en cuadros de estrés postraumático; no se ocupa de lo que corresponde a una psicoterapia en casos de experiencias de pérdida no superadas; tampoco tiene que ver con la enseñanza basada en la creencia, la doctrina o los sistemas de identificaciones estructurados. Es una apertura para la formación, que se apoya y construye desde la muerte como un ámbito de extraordinario potencial formativo. Para ello propone dos orientaciones para la práctica de su enseñanza:

 Previa a una eventualidad trágica.

 Posterior o paliativo.

1.3.4. La Muerte y la Medicina

Los cuidados paliativos en México son programas de asistencia que nacen a partir de la atención de los pacientes con cáncer en fase terminal. Garduño (2004), citando al American College of Physicians, define al paciente terminal como: “aquél enfermo que se encuentra en una situación irreversible para recuperar su salud, reciba o no tratamiento, cuando los recursos experimentales ya se han aplicado sin eficacia terapéutica y que en un período de tres a seis meses, fallecerá”(p. 1).

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curativo, su objetivo es la de proporcionar calidad de vida, evitado el sufrimiento en el paciente y su familia” (Sepúlveda, Marlin, Yoshida y Ullrich, 2002).

Como lo refiere Montoya (2006), de antaño las personas morían en la comodidad de sus hogares, rodeados de sus familiares y amigos y de forma relativamente rápida, hoy día, en la era del protocolo y la tecnología no hay tal rapidez ni comodidad. La muerte natural ha sido arbitrariamente dividida en “fácil” o “difícil”. Las muertes fáciles (verdaderamente repentinas), generalmente ocurren fuera de las instituciones de salud, por ejemplo, un infarto agudo de miocardio. Las muertes difíciles (antigua buena muerte), usualmente significan vigorosos tratamientos, progresión de síntomas, sufrimiento físico, fallo orgánico y sistémico progresivo, por ejemplo el cáncer y otras condiciones que deterioran la calidad de vida (p. 253).

Según Gómez (2007), Tizón (2009), Kübler-Ros (2012), Goldbeter (2003) concuerdan en que los adelantos de la medicina han dado popularidad al hospital como único sitio adecuado para el que va a morir. Algunas veces, la prolongación de la vida, aunque sea vegetativa, se vuelve un fin en sí mismo, y el personal hospitalario mantiene tratamientos que pueden conservarla en forma artificial durante días, semanas, meses, incluso años. En este caso, la muerte deja de ser un fenómeno natural y necesario: es una falla del sistema de salud. En consecuencia, y eso constituye un gran cambio, la muerte no pertenece más al que va a morir ni a su familia; está organizada por una burocracia que la trata como algo que le pertenece y que, aunque forma parte de sus responsabilidades, debe interferir lo menos posible en sus actividades.

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El fallecimiento del ser humano, dice Sporken (1978), ha quedado desmadejado en una serie de procesos fisiológicos detrás de los cuales se pierde el acontecer personal de morir, se espera que el moribundo moleste lo menos posible. En consecuencia el papel desempeñado por el médico ha ido modificándose al compás de los cambios tecnológicos y científicos de nuestro siglo. El paciente pasa a segundo plano, es el médico quien decide los tratamientos y procedimientos que deben llevarse a cabo para alargar su vida, lo que solo es un reflejo de la actitud general de nuestra sociedad ante la muerte.

No obstante, Montoya (2006) nos advierte que podría pensarse que hoy se muere mejor que antes: se cuenta con poderosos analgésicos, ansiolíticos, antidepresivos, antieméticos, broncodilatadores, neurolépticos y un sinfín de técnicos para apaciguar la angustia tanto del moribundo como del doliente, una vez que ha perdido a su ser querido; de igual forma se tienen guías para la auto liberación y para la eutanasia activa y pasiva; en fin, tenemos de todo para “bien morir”. Sin embargo, en muchos centros hospitalarios no se tiene el factor humano con la comunicación, la compañía, y sobre todo la dignificación de la vida en su último aliento. No hay duda que con el avance tecnológico hemos perdido el más antiguo y conocido remedio: la amistad como instrumento terapéutico (p. 254).

1.3.5. La Muerte y la Literatura

La muerte es de los primeros temas que la literatura explora como respuesta a la curiosidad y a la angustia del hombre por la esencia y el fin de la vida. Pero los textos literarios, por su propia naturaleza, ofrecen una ficción de la muerte, no una respuesta. En efecto, la literatura alimenta aún más el halo incomprensible de la muerte. A continuación se citan algunos breves escritos según culturas y tiempos diferentes, a veces diáfana, a veces violenta, a veces solamente muerte:

Confucio (551 a. C.-479 a. C.) Filósofo chino:

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Esquilo (525 a. C.-456 a. C.) Dramaturgo griego:

“Estas son las causas de mis infortunios que me arrancan gritos agudos y dolientes, prolongados gemidos y lágrimas sin fin […] ¡Ay, ay! ¡Son las endechas fúnebres que mi muerte celebran en vida: aún en existencia, me rindo el homenaje póstumo!” (2007, p. 8).

Agustín de Hipona (354-430) Santo y doctor de la iglesia católica:

“Se daba en mí un pesadísimo hastío de vivir y al mismo tiempo miedo de morir. Creo que, cuando más le amaba a él, tanto más aborrecía y temía a la muerte que me lo había arrebatado, como a enemiga encarnizada… Y no menos me asombraba de que, habiendo muerto él, viviera yo, que era otro él” (2007, p. 64).

León Tolstói (1828-1910) Novelista ruso:

“[…] veía que se moría y estaba desesperado. En el fondo de su alma sabía que estaba muriéndose, pero no sólo no se acostumbraba a esa idea, sino que no llegaba a concebirla” (2008, p. 69).

Federico Nietzsche (1844-1900) Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán:

“Todos dan importancia al morir, pero la muerte no es todavía una fiesta. Los hombres no saben aún cómo se celebran las fiestas más bellas” (2007, p. 67).

Amado Nervo (1870-1919) Prosista y poeta mexicano: […]

“Y un día te fuiste. ¡Ay triste!, ¡Ay triste!; pero te hallaré;

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Juan Ramón Jiménez (1881-1958) Poeta español: “¿Qué hacemos, cada día, más que matar?

¿Cada acto nuestro no es una muerte? Nuestra vida ¿No es meter ataúdes en los agujerillos de los intantes? ¡Qué cementerio el tuyo, vida mía!” (1999, p. 59).

Simone de Beauvoir (1908-1956) Novelista y filósofa francesa:

“No existe muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia cuestiona al mundo. Todos los hombres son mortales: pero para todos los hombres la muerte es un accidente y, aún si la conoce y la acepta, es una violencia indebida” (2006, p. 98).

Octavio Paz (1914-1998) Poeta, escritor, ensayista y diplomático mexicano: “La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa abigarrada confusión de actos, omisiones, arrepentimientos y tentativas — obras y sobras— que es cada vida, encuentran en la muerte, ya que no sentido o explicación, fin. […] Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida” (1987, p. 48).

Jaime Sabines (1926-1999) Poeta y político mexicano:

“No se ha roto ese vaso en que bebiste, ni la taza, ni el tubo, ni tu plato. Ni se quemó la cama en que moriste, ni sacrificamos un gato.

Te sobrevive todo. Todo existe a pesar de tu muerte y de mi flato. Parece que la vida nos embiste igual que el cáncer sobre tu omoplato.

Te enterramos, te lloramos, te morimos, te estás bien muerto y bien jodido, y yermo mientras pensamos en lo que no hicimos y queremos tenerte aunque sea enfermo.

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Carlos Fuentes (1928- 2012) Novelista, sociólogo y diplomático mexicano:

“La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala al más cobarde, al más pobre, al más feo, no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la ignorancia de la muerte. Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es” (2002, p. 316).

Edgar Morín (1921) Filósofo y sociólogo francés:

“Así, la angustia, y en consecuencia la muerte misma, es el fundamento más cierto de la individualidad […] imposible compartir la propia muerte, sufrirla en común: toda muerte es solitaria y única” (1999, p. 315).

Isabel Allende (1942) Escritora chilena: “Adiós, Paula mujer,

Bienvenida, Paula, espíritu” (1994, p. 433).

1.4. Experiencia de pérdida-Revisión de modelos

No es posible realizar una investigación sobre experiencias de pérdida sin revisar, al menos someramente la bibliografía de duelo y procesos de duelo que sobre esta experiencia se ha producido desde diversos autores, con sus corrientes y modelos acordes a cada época, introduciéndonos lentamente hasta la bibliografía existente de la experiencia de pérdida por la muerte de un ser querido.

1.4.1. Definición

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se ponen en marcha tras la pérdida, fenómenos no sólo psicológicos, sino psicosociales, sociales, antropológicos e incluso económicos (p. 21).

Fue Sigmund Freud quien en 1917 vitalizó la atención médico-científica hacia el tema cuando comenzó a prestar atención a la importancia de las experiencias de pérdida para el desarrollo psicológico del individuo. En el artículo “Duelo y melancolía” describe la elaboración de la experiencia de pérdida como un trabajo realizado por el yo del sujeto para adaptarse a la pérdida de lo amado, trabajo en el que el sujeto empleará grandes cantidades de tiempo y energía psíquica. No hay que dejar de resaltar que para el autor esta experiencia de pérdida no debía ser considerada como un estado de enfermedad:

Es también muy notable, que jamás se nos ocurra considerar el duelo como un estado patológico y someter al sujeto afligido a un tratamiento médico, aunque se trata de un estado que le impone considerables desviaciones de su conducta normal. Confiamos, efectivamente, en que al cabo de algún tiempo, desaparecerá por sí solo, y juzgamos inadecuado e incluso perjudicial, perturbarlo (Freud, 2007, t. 3, p. 2091).

1.4.2. Las etapas de la experiencia de pérdida

Desde el artículo de 1917 de Freud, el estudio de las experiencias de pérdida ha recibido un impulso decisivo gracias a los trabajos de diversos filósofos, psicólogos, médicos, sociólogos, antropólogos y etólogos. La vasta recopilación de estudios, investigaciones y datos sobre el tema en diversas culturas y tiempos, nos dan un panorama más amplio sobre el tema. Sin embargo, toda disciplina que intente estudiar la condición humana encontrará que no todo está dicho, porque el hombre evoluciona con su medio, adaptándose favorable o desfavorablemente a las nuevas exigencias impuestas.

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fueron exploradas con mayor profundidad por Parkes a partir de 1970 y Bowlby en 1980. Estos últimos, como consecuencia de sus estudios sobre múltiples fuentes, postularon que el doliente debe elaborar una serie de respuestas emocionales. El primero aportó su esquema de la tríada de la pérdida afectiva (protesta, desesperanza y desapego) y el segundo el modelo de las cuatro fases de la experiencia de pérdida (obnubilación, protesta y búsqueda, desorganización y desespero, y reorganización). Esta perspectiva y la freudiana son básicas para los estudios y modelos de Kübler-Ross, realizados a través del trabajo clínico con moribundos (pp. 49-50).

Aunque Elisabeth Kübler-Ross (1996) no fue la primera teórica o estudiosa de este campo, su nombre y su teoría aún sirven de sustrato para la comprensión y cuidado del tipo de experiencia de pérdida en el que concentró sus esfuerzos y explicaciones: la muerte y la agonía humana. El valor de sus aproximaciones es especialmente destacado, ya que su perspectiva de la experiencia de pérdida por la propia muerte, es una forma de experiencia anticipatoria, para ello identificaba cinco fases: negación, ira y protesta, negociación y pacto, depresión y aceptación (pp. 82-84).

El trabajo de Lindemann (1944) está considerado como otro de los sucesos fundamentales en el desarrollo de nuestras concepciones actuales acerca de las experiencias de pérdida. Propuso seis características de la aflicción aguda de la pena: 1) molestias somáticas, 2) preocupación por pensamientos o imágenes acerca del desaparecido, 3) culpa relacionada con el muerto, 4) reacciones violentas, 5) pérdida de funciones y capacidades, y 6) tendencia a asumir rasgos del muerto en la propia conducta (pp. 141-149).

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elaborar el proceso de la experiencia de pérdida, de lo contrario, es posible que la salud física, mental o ambas resulten afectadas.

Es importante considerar que muchos de los modelos de fases de experiencias de pérdida han sido fuertemente criticados en la medida que nuevos estudios son realizados sobre el tema, tanto en sus generalizaciones como en su estructura conceptual y rígida, sin embargo entenderlos nos permite comprender los fenómenos, no como esquemas a imponer, sino como aportaciones valiosas que poseen utilidad teórica y clínica.

1.4.3. Modelos psicológicos de las Experiencias de pérdida

La tabla expuesta a continuación, presentada por Tizón (2009), es un concentrado representativo de las diferentes propuestas que sobre la experiencia de pérdida se han desarrollado (p. 79).

TABLA 3. Modelos psicológicos de los procesos de experiencias de pérdida.

Modelo Submodelo Raíces, autores

Psicoanalíticos  Freudiano.

 Freudiano contemporáneo.  Kleiniano.

 S. Freud

 Freud y primeras analistas de niños

 K. Abraham y M. Klein

Psicosociales  De base clínica.

 El duelo como proceso adaptativo.

 El duelo como transición psicosocial.

 E. Lindemann y E. Kübler-Ross

 G. Pollock, J. Bowlby, DSM-IV

 G. Caplan, J. L. Tizón

Cognitivos  El duelo como cumplimiento

de tareas.

 G. Pollock, J. W. Worden,  T. A. Rando, M. Cleiren, G.

M. Humphrey y D. G. Zimpfer

Mixtos bio-psico-sociales  El duelo como adaptación ante la pérdida.

 El duelo como alteración del desarrollo biopsicosocial.

 J. Bowlby

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La presentación de forma enunciativa de los modelos y autores que han aportado una posibilidad de comprensión de la experiencia de pérdida, nos permite observar que la ciencia médica inicia la búsqueda de respuestas posiblemente desde la observación de síntomas clínicos del propio cuerpo de los dolientes, posteriormente intentó explicarse entendiéndose como un problema psicológico, partiendo de la psicología clínica hasta la psicología social. En los últimos tiempos es considerado un problema que compete a las tres áreas. El cuerpo, la psique y las interrelaciones con el mundo son afectados con la experiencia de pérdida. No es el propósito del presente trabajo realizar su revisión detallada. A partir de ahora nos internaremos en el tema que nos ocupa: La experiencia de pérdida de un ser querido, revisando la bibliografía específica que sobre el tema se ha publicado.

1.5. Experiencia de pérdida por la muerte de un ser querido

Según Astudillo, Perez, Ispizual y Orbegozo, editores de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos (2007), refieren que entre las experiencias de pérdida que podemos vivir a lo largo de nuestra historia, hay una que es especialmente difícil, una que suele desencadenar una crisis vital para la persona que la vive y que, en muchos casos, se convierte en la experiencia más desoladora, más trágica, más dolorosa, que alguien sufre a lo largo de su vida. Perder a alguien a quien se ha amado pone en marcha un proceso interno que requiere recorrer un camino de dolor y que al ir reconstruyendo lo que se ha roto dentro, vamos reconstruyendo lo que se ha roto fuera de nosotros. Por otro lado no hay que olvidar que el doliente sufre una doble pérdida: la del Otro amado y la de una parte de sí mismo, de tal forma que su vacío esta dentro y fuera de sí (p. 11).

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pérdidas suelen afectar especialmente a la persona, pues son más difíciles de elaborar y poseen repercusiones más transformadoras sobre la personalidad del doliente (p. 183).

1.5.1. Condiciones que afectan la experiencia de pérdida

A propósito de la experiencia de pérdida y de las condiciones que lo facilitan o lo perturban Caponni (1999), propone que los distintos condicionantes pueden dividirse en dos grandes grupos: por un lado están aquellos que se relacionan con el mundo de cada sujeto y por el otro las condiciones reales entorno a la pérdida, a las cuales denomina condiciones del mundo externo. Dentro de las condiciones del mundo interno se encuentran, la manera en que la persona ha vivido sus anteriores pérdidas y la forma en que fueron elaboradas, y el tipo de vínculo establecido con la persona que ha muerto (pp. 125-137).

En cuanto al tipo de vínculo establecido, el autor señala dos variantes que determinan de forma esencial el curso de esta experiencia, éstas son el grado de narcisismo y el grado de ambivalencia en la relación sostenida con quien se ha perdido. Con el grado de Narcisismo, el autor apela a la dificultad que surge del nivel de idealización proyectado en el objeto perdido, esto es en la diferenciación que se puede establecer con relación a sí mismo. En tanto aquello que se pierde pertenezca a un vínculo narcisista en el que el otro es una extensión de mí, mayor e insoportable será el dolor psíquico y la agresión que se desencadene como fruto de la frustración, ya que, además de la pérdida de ese objeto de amor, se pierde un trozo de sí.

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equilibra esta díada emocional, el odio se proyecta en el ser querido, lo que a su vez suscita la culpa. Culpa que la experiencia de pérdida hace volcar, posteriormente, sobre sí mismo forjando los autoreproches, las autoexigencias y hasta conductas autodestructivas.

En un último apartado se han dejado las condiciones del mundo exterior, ya que estas también impactan directamente la experiencia de pérdida y lo hace más o menos llevadera. La forma en que aconteció la pérdida va a determinar la postura del doliente ante su pena, implica el determinar si el fallecimiento de ese ser querido obedeció a una muerte esperada, anunciada o inesperada. Una muerte esperada se entenderá por aquella en la que se pierde a una persona de avanzada edad con limitaciones en su salud; por otro lado, una muerte anunciada es aquella que fue anticipada con el diagnóstico de una enfermedad terminal. Tanto Fonnegra (2001), O’Connor (1990) y Viorts (1990) refieren que este tipo de experiencias anticipatorias da lugar a preparar al doliente para su pérdida, por lo que empieza a elaborarla antes de la real ausencia del objeto amado, dándose esta de manera paulatina y progresiva.

En el caso de la muerte inesperada, esta ocurre repentinamente, sin sentido, trayendo mayor eclosión de emociones fuertes ante la pérdida del objeto amado, pues dicha pérdida resulta ser abrupta y sorpresiva, la angustia invade la mente del doliente y más agresión y dolor se desencadenan. Al respecto Gómez (2007), sostiene que varios estudios han realizado el seguimiento de este tipo de pérdidas, concluyendo en su mayoría que son los más difíciles de elaborar. Por su parte Tizón (2009), refiere el estudio de Harvard con las viudas y viudos de Boston destacando que las reacciones de obnubilación, confusión e incredulidad iniciales, pueden favorecer un cuadro de trastornos por estrés postraumático.

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pues aunque la culpa siempre aparecerá en la experiencia de pérdida, mientras más alejado esté de la responsabilidad de una muerte, será más factible dejar de atormentarse, continuar con el proceso y reparar lo que de manera inevitable será percibido como daño colateral.

De manera inversa, a mayor grado de compromiso y responsabilidad real con las circunstancias que contribuyeron a acercar al otro a la muerte, más se confirma en el doliente su participación agresiva, en consecuencia mayor será su culpa y menor la posibilidad de reparar el daño causado. Al respecto Bowlby (2010) refiere que a veces las circunstancias de una muerte son tales, que aumenta significativamente la tendencia común a echar la culpa de ella a alguien. Una demora en la llamada de auxilio por parte del doliente, exceso de velocidad en el caso del fallecido, negligencia médica, suicidio, homicidio. En estos casos impera el sentimiento de que la muerte no debería haber ocurrido, y aquí se exacerba en gran medida el enojo con la persona muerta, con uno mismo o con terceros.

El último factor externo que puede intervenir en la experiencia de pérdida, está relacionado con el conocimiento por parte del doliente del grado de dolor y sufrimiento que sobrellevó el ser querido a la hora de morir. El pensar en el dolor físico y psíquico asociado a la muerte y en lo inevitable del encuentro con ella, hace parte del orden de lo funesto, por ello, aunque suele evitarse, la muerte suele ser imaginada como un momento tranquilo y tolerable, tanto para sí, como para aquellos que amamos. Ante la pérdida de un ser amado resulta imposible dejar de cuestionarse sobre su dolor, su agonía, las condiciones y las circunstancias del momento preciso de su muerte.

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experiencia de pérdida y dar trámite al proceso acompañado con el sosiego de la reparación.

Pinzón (2010) expone que uno de los requisitos fundamentales para empezar el lento camino hacia la aceptación de la muerte de un objeto de amor es la posibilidad de constatar que “el cuerpo de aquel que se ha ido, aún deja algo de sí a lo que el doliente puede aferrarse” (p. 154). Inicialmente la ausencia del ser querido va a permitir de manera paulatina la constatación real de lo perdido, poco a poco el cuerpo que representa al muerto va a tomar su lugar, va a ser visitado, atendido, va a recibir los reclamos de su doliente y todas las preguntas cargadas de culpa que a éste acaecen y de igual manera va a recibir los actos reparatorios con los que su doliente va a elaborar poco a poco esta experiencia.

¿Pero qué pasa cuando no hay cuerpo para elaborar la pérdida? Lira (2010), establece que ante la ausencia del cuerpo, el doliente queda confinado a la incertidumbre, carece de evidencia que le ayude aceptar la muerte y la posibilidad de existencia del ser querido se instaura como un fantasma. El doliente se sitúa ante esta ausencia, en medio de sus sentimientos ambivalentes, de un escenario confuso que hace de la idea de la muerte algo impreciso, que no es reconocido oficialmente y por lo tanto resulta muy difícil de asumir y elaborar. El doliente queda expuesto a un daño prolongado y a la imposibilidad de reorganizar su mundo interno, queda paralizado y atado a su vida pasada con el ausente, queda condenado a una experiencia de pérdida sin desenlace.

Sobre este mismo tema, Tizón (2009) realiza una serie de categorías que considera contribuyen a agravar la experiencia de pérdida o por lo menos dificultan su elaboración (p. 196).

1. Pérdidas súbitas o inesperadas.

2. Pérdidas anteriores recientes (sobre todo, en los nueve meses anteriores). 3. Desapariciones.

Referencias

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