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G B arbaren , La danse sur le volcan, pág 70,

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XAS CIVILIZACIONES DESCONOCIDAS

Y, sin embargo, hemos v isto 4 la atracción que sentían los antiguos por los «sublimes caminos de Occidente»; que con­

19. G B arbaren , La danse sur le volcan, pág 70,

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toda la zona meridional actual de Africa. Se observará que los geólogos, que remontan ese inmenso continente hundido en la época secundaria, no se plantean ningún problema científico a este respecto sobre los orígenes de la Humanidad. No ocurre lo mismo con Lemuria propiamente dicha, de fecha geológica más reciente.

Hacia 1830, el zoólogo inglés Slater había comprobado la existencia de los lemúridos, ese orden inferior de primates, simultáneamente en Madagascar y en Malasia, lo cual plantea­ ba un problema, ya que esa especie de pequeños simios eran totalmente incapaces de haber atravesado el océano Indico a nado. Así, pues, sólo había una hipótesis posible: la existencia, en la Era terciaria, de un continente desaparecido, al cual se le dio el nombre apropiado de Lemuria y que englobaba, gros­

so modo, toda la cuenca actual del océano Indico.

Si bien la palabra Lemuria es de origen científico, el nom­ bre de Mu tiene un uso puramente teosòfico o esotérico; de­ signa el continente (mucho más reciente que el inmenso Gond- wana de los geólogos) sumergido en las profundidades del Pacífico por un gigantesco hundimiento, que habría sido como la compensación geológica exacta del grandioso levantamien­ to sobre la cordillera de los Andes, en la costa sudamericana occidental, y también de las Montañas Rocosas de América del Norte.

La isla de Pascua y California serían los vestigios geológi­ cos más importantes de Mu.

No olvidemos la distinción entre Lemuria (continente de­ saparecido del océano Indico) y Mu (la «Atlántida» del océano Pacífico, cuyos vestigios serían las innumerables islas oceáni­ cas, desde las Marianas y Carolinas a la misteriosa isla de Pascua).

Si Lemuria estuvo habitada por seres humanos (es lo que creen todos los ocultistas, pero lo que niegan muchos sabios racionalistas), ese hecho deberá situarse en una época muy anterior a la de la Atlántida: un período cuyo principio se re­ montaría a cien millones y, quizás, a miles de millones de

años, si pensam os al menos en el inm enso Gondwana, del que la Lem uria propiam ente dicha (la de la E ra terciaria) no sería m ás que u n gran vestigio.

El poeta W ilfrid Lucas proporcionó u n a m aravillosa des­ cripción de Lemuria en su novela La route de lum ière (1927), en la cual se considera que el continente desaparecido conoció el apogeo de u n a civilización muy avanzada.

Lem uria, después de u n a existencia valorada en casi cin­ cuenta m il siglos, fue tragada p o r las aguas durante la E ra terciaria, al final del período mioceno, como consecuencia de un gran cataclism o telúrico. Quedaron im portantes vestigios: las islas de la Sonda, Madagascar, la p arte m eridional de la India (Deccán). Se puede ver tam bién en el continente an tàr­ tico, al menos en una p arte del mismo, el vestigio de la extre­ m idad m eridional polar de la antigua Lemuria.

E n París se había fundado, entre las dos guerras, u n Cen­ tro de estudios de la Lemuria, cuyo presidente de honor era el escritor W ilfrid Lucas y el presidente Lucien Barquissau, abogado de la Corte. Al parecer, ese centro se integró en las actividades del grupo «Atlantis», cuya curiosidad siem pre des­ p ierta no se lim ita en absoluto al continente desaparecido del que m ás se habla en Europa: el de la Atlántida.

Alcanter de Brahm , en u n curioso artículo publicado en la revista Atlantis™ nos declara: «¿Quién sabe si esas aparicio­ nes fantasm ales que los antiguos conjuraban m ediante sacri­ ficios que duraban tres días, y que ellos llam aban los lemures, no tenían alguna correlación con las alm as de las víctimas que quedaron sin sepultura, ya que fueron absorbidas p o r el cataclism o que suprim ió ese continente?» Evidentemente, es im posible pronunciarse sobre la realidad de tal afirmación.

Sobre el suave continente de Mu (otro fragm ento del in­ m enso Gondwana secundario), los ocultistas nos dan la pre­ cisión geológica siguiente: Mu h ab ría sido un continente llano (salvo algunas escasas colinas), sum ergido antes del nacimien-

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to de las montañas jóvenes, mientras que la Atlántida, domi­ nada por altas cimas, sería posterior a su solevantamiento.

Si bien los ocultistas hacen de Lemuria y de Mu irnos con­ tinentes desaparecidos mucho antes del cataclismo atlantidia- no (o incluso del apogeo de la civilización de los atlantes), hay algunas excepciones. Lewis Spence describe una gran corrien­ te de civilización que habría ido —por el contrario— desde la Atlántida a Lemuria, a través de América. Pero repetimos que la tesis de Spence no es la de la casi totalidad de los autores que se han preocupado de Lemuria y del continente de Mu.

Pero —dirá el lector—, ¿hay alguna posibilidad de descu­ brir indicios científicamente utilizables de esas maravillosas doctrinas ocultistas sobre los continentes hundidos del océa­ no Indico y Pacífico?

No faltan las presunciones indirectas, por el estudio de los mitos autóctonos.

Entre los malgaches, por ejemplo, encontramos las viejas tradiciones relativas a la ciudad legendaria de Cerné, especie de «ciudad de Ys» del océano Indico.

Las distintas tradiciones oceánicas han conservado el re­ cuerdo de un colosal diluvio; a raíz de esto, se supone que los muertos residen «en el fondo de las aguas», allí donde están «los dioses blancos». Todo tipo de leyendas (de Hawai, de las Nuevas Hébridas, de Nueva Zelanda) nos hablan de una raza blanca de hombres de cabello rubio que habían precedido a los primeros navegantes polinesios.

Una tradición pascuana nos dice que Hotu Matua, el gran legislador legendario de la isla de las estatuas gigantes, pro­ cedía de un reino vecino sumergido por un gran cataclismo acuático. Podemos intentar hipótesis mucho más generales y aventuradas. Así, los mismos polinesios serían originarios de Un continente que actualmente ha desaparecido en gran parte. Sin embargo, esta tesis tiende a ser negada por muchos de los sabios actuales, que prefieren pensar en la hipótesis de gran­ des navegaciones marítimas, hipótesis que tiene el mérito de apoyarse en indicios tangibles. Por ejemplo, se ha podido ver

en las pinturas rupestres de los bosquimanes de África aus­ tral la obra, no de esos seres primitivos, sino la de un pueblo de navegantes extremadamente civilizados, llegados de Mala­ sia o de Indochina.

Es verdad que la hipótesis lemuriana, del continente me­ ridional desaparecido, ofrece unas ventajas reales de expli­ cación. Permite, especialmente, hacer más plausibles ciertos paralelismos lingüísticos verdaderamente extraordinarios: el profesor inglés Woolley pudo investigar el origen primero del pueblo de Sumer hacia la gran meseta indoaustralomal- gache.21

Algunos sabios del siglo pasado no vacilaron en hacer de Lemuria la cima misma de la Humanidad. Ésta es la convic­ ción del biólogo alemán Em est Haeckel, en su Historia de la

creación:

«Muchos indicios, y especialmente de hechos cronoló­ gicos, hacen creer —dice— que la patria primitiva del hom­ bre fue un continente actualmente sumergido en el océano

Indico.»

Melanesia, Indonesia y Polinesia habrían sido los primeros centros de población nacidos de la gran meseta lemuriana, y posteriormente la India fue el gran centro de dispersión de la Humanidad.

¿Existen todavía hoy descendientes directos de los lému­ res o de los habitantes de Mu?

En el Perú existe un extraño pueblo, los urus, que vive del pescado y habita en la superficie misma del lago Titicaca, so­ bre islas flotantes de caña. Se trata de una tribu degenerada, detestada por los otros indios. Se observará con interés que sus tradiciones religiosas dicen que provienen de una gran tie­ rra al otro lado del mar en el E ste.

Pero se nos ofrecen muchas otras posibilidades de volver a encontrar a los lemures o a los hombres de Mu.

Por desgracia, los otros autores que han tratado de los

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