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Ya comenté previamente que con frecuencia las estudiantes me buscan para plan-tearme sus problemas y pedirme orientación. Debo decir que trimestralmente, en promedio, he conocido de dos casos de violencia en el entorno de las estudiantes (ya sea como víctimas directas o indirectas).6

En este último año y medio, los casos de dos estudiantes me han obligado a reflexionar e investigar sobre los riesgos que las víctimas corren cuando las autori-dades universitarias no actúan conforme a los mandatos constitucionales y a las leyes en materia de derechos humanos de las mujeres y las víctimas.

5 Universidad Nacional Autónoma de México. “Informe sobre la implementación del Protocolo para la Atención de casos de violencia de género en la UNAM,” México, UNAM 2016/2017, p. 16 [en línea], http://igualdaddegenero.unam.mx/wp-content/uploads/2017/10/informe-anual-18-09-17.

pdf, [consultado 8 de mayo, 2018].

6 En el artículo 4º de la Ley General de Víctimas (LGV) se define como víctimas directas a “aquellas personas físicas que hayan sufrido algún daño o menoscabo económico, físico, mental, emocional, o en general cualquiera puesta en peligro o lesión a sus bienes jurídicos o derechos como con-secuencia de la comisión de un delito o violaciones a sus derechos humanos reconocidos en la Constitución y en los Tratados Internacionales de los que el Estado Mexicano sea Parte”. Por otra parte, son víctimas indirectas: “los familiares o aquellas personas físicas a cargo de la víctima directa que tengan una relación inmediata con ella”.

He pedido autorización a estas dos estudiantes para relatar, de manera breve y sin dar datos precisos, nuestras experiencias. Utilizaré nombres ficticios: Libertad y Valentina.

Libertad

Hace varios meses, Libertad conoció a un profesor en la Universidad, quien se apro-vechó de una situación de vulnerabilidad en la que ella se encontraba, para enamo-rarla. Le tendió las redes del amor romántico, por lo que vivían juntos y al tiempo comenzaron a trabajar en la misma oficina. Como sucede frecuentemente, Libertad confundió el abuso y la violencia con el amor. No pudo, en ese momento, mirar cómo el profesor no sólo se aprovechaba de su trabajo, sino que la violentaba de di-versas maneras.

Un día, la golpeó al extremo de romperle un hueso. Fue cuando ella lo denun-ció. Pero el siguiente paso del círculo de la violencia hizo su trabajo. Llegó la “luna de miel”. Le pidió perdón y le juró que cambiaría. Ella le otorgó el perdón ante el agente del Ministerio Público.

Un año después la violencia había retornado. Lo denunció ante el titular de la recién inaugurada instancia universitaria encargada de conocer, al interior de la ins-titución, de este tipo de casos. En lugar de creerle, apoyarle, proteger y garantizar su seguridad, le fue pedida su renuncia: la revictimizaron.7

La espiral de la violencia se hizo más fuerte, las agresiones ya no sólo venían de quien había sido su pareja, también de quien era su jefe, sus compañeros de ofi-cina y parte de la comunidad universitaria. Se construyó una realidad alterna, argu-mentando que era una falsa denuncia por intereses políticos, que ella era sobrina de quien sabe qué rector. Y, de pronto, mi nombre apareció también.

Yo había conocido a Libertad un par de años atrás. Primero coincidimos en lu-gares comunes en donde se abordaba el tema del feminicidio. Más tarde, me invitaba

7 La Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha definido la violencia secundaria o revictimización como “el conjunto de consecuencias psicológicas, sociales, jurídicas y económicas de carácter negativo que derivan de la experiencia de la víctima en su contacto con el sistema de procuración de justicia, y suponen un choque entre las legítimas expectativas de la víctima y la inadecuada atención institucional recibida”. Menor de edad víctima del delito.

El deber de protección de los juzgadores implica salvaguardarlo de todo tipo de revictimización y discriminación, Tesis 1a. CCCLXXXII/2015 (10a.), Gaceta del Semanario Judicial de la Federación, Décima Época, 2010608, Primera Sala, Diciembre de 2015, t. I, p. 261.

ella a participar a los diferentes foros que organizaba junto con aquel profesor ¡en materia de violencia de género! Supe de aquella vez que la golpeó, aunque yo igno-raba quién era su pareja. Recuerdo haberle advertido de la espiral y de lo que ven-dría, pero no estuve cercana a ella. Tampoco lo estuve cuando denunció públicamente y, de manera valiente, lo que estaba viviendo. He aprendido a ser respetuosa de las decisiones de quienes han sobrevivido a la violencia, y yo entendía que ella, en esos momentos, no confiaba en mí. A pesar de eso, recibí amenazas anónimas a través de whatsapp, en las que se me instaba a presentarme ante el máximo órgano colegiado de la Universidad a “desenmascarar” a la víctima. Me obligaban a leer una carta lle-na de insultos y descalificaciones hacia Libertad. A cambio, no darían a conocer “mi vida privada”. También empezó a filtrarse, en redes sociales y en radio pasillo, que en realidad todo era una estrategia mía para descalificar al titular de aquella área, porque yo quería ocupar el cargo del jefe de Libertad.

Fueron días muy difíciles, y pasadas algunas semanas, al fin Libertad me llamó por teléfono. Conversamos e hicimos equipo junto con sus abogadas feministas. Li-bertad lucha día a día por ser ella misma, por caminar libremente, por amar a quien quiera y no volver a quedar enganchada con la violencia. Procuro estar con ella cuando me busca, aun en la lejanía, como cuando me habló desconcertada aquella noche, hace algunas semanas: su agresor se atrevió a denunciarla.

Valentina

Valentina estuvo presente en aquel foro en el que Libertad hizo catarsis cuan-do respondió a una pregunta formulada por alguien del público. Explicó cómo el feminismo le había salvado la vida. Valentina fue sensible y empática frente al dolor de aquella joven a quien no conocía. Fue sorora con ella, e hizo labor de acompañamiento, sin saber que esa experiencia le traería súbitamente recuer-dos que su subconsciente los tenía profundamente ocultos. Recordó de pronto una agresión sexual que había sufrido por parte de un compañero universitario.

Valentina buscó apoyo de compañeras, quienes subieron a las redes sociales su denuncia pública. Después, tocó puertas en diversas instancias universitarias y acudió a la PGJDF.

Hubo quien intentó disuadirla de denunciar, argumentando que pensara res-pecto al daño que ella le causaría a su novio —estudiante también de la UAM— cuando la comunidad universitaria se enterara del delito que estaba denunciando ante las autoridades ministeriales. Solicitó por escrito que el caso se llevara ante el

Comité de Faltas del Consejo Divisional de la licenciatura donde estudia su agre-sor, exigiendo que se analizara bajo un enfoque de género. Estaba claro que, de no hacerlo con dicha mirada, el análisis se haría bajo criterios sexistas, imperando la ginopia.8 Después de un año de hacer dicha solicitud, no obtuvo ninguna garantía de esto, por lo que no presentó más documentación. En cambio, Valentina tuvo que dejar sus estudios tras vivir acoso y después hostigamiento,9 porque su victimario fue contratado por la Universidad, a pesar de existir antecedentes por escrito de las acusaciones en su contra.

Un día, un grupo de estudiantes feministas se manifestó en contra de la vio-lencia machista, mostraron públicamente las fotografías de quienes eran acusados por diversas estudiantes, junto con los relatos de sus víctimas. Ahí también estaba la foto y la historia del agresor de Valentina.

Ella buscó la asesoría y apoyo jurídico de abogadas del Centro de Derechos Humanos Fr. Francisco de Vitoria, que, por cierto, es una de las organizaciones que solicitó en septiembre del 2107 la activación de la alerta de violencia de género (AVG). En las sesiones del grupo de trabajo de la AVG, al cual pertenezco en calidad de experta, llegó Valentina a exponer su caso, y aunque ya tenía comunicación con ella, nos volvimos más cercanas al yo conocer más detalles sobre su caso.

La historia es larga y no termina aún, ya que Valentina recibió un nuevo even-to violeneven-to, y yo juneven-to con ella, al enterarnos que su agresor nos había denunciado a ambas por el delito de discriminación. De igual modo interpuso una queja ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos en mi contra, y no sé ante qué otras autoridades nos ha acusado.

Tal parece que, en casos de violencia de género en contra de las mujeres, los hombres acusados de dichas conductas, han optado utilizar como estrategia la de-nuncia en contra de sus víctimas; y esto es posible, en gran medida, porque las au-toridades de diversos ámbitos son omisos frente al problema, con lo cual la espiral crece y las mujeres son revictimizadas.

Dar respuesta a la queja en mi contra, me obligó a argumentar legalmente con un enfoque de género y de derechos humanos. Fue realmente interesante, y quiero

8 Santillán Ramírez, Iris Rocío, “Enseñar el Derecho con perspectiva de género”, en Alegatos Co-yuntural, núm. 3, Segunda Época, Febrero, p. 37.

9 El acoso se da entre pares (en principio eran compañeros), mientras que el hostigamiento se da por parte quienes simbólica o jerárquicamente tienen poder sobre sus víctimas (ahora, además de ser estudiante, trabaja en la UAM).

compartirlo con ustedes, porque pareciera que la sororidad10 nos pone riesgo si no conocemos algunos entramados legales.