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La neurosis de abandono

Por manido que le suene al lector, hay ocasiones en las cuales las personas no buscan una pareja sino un padre, una madre, un herma- no...que repare las situaciones de desafecto que tuvieron que sufrir en la infancia y en la pubertad. Por ello hay quien reacciona con desme- surada violencia (contra sí mismo y/o contra los demás) cuando el objeto de amor desaparece, poniéndose en entredicho, desde la óptica de un observador externo, que en la relación que mantenía hubiera un enamoramiento sano y objetivo.

La mencionada secuencia de hechos está conectada con la even- tualidad de las compulsiones al amor y con una clara variante de esta circunstancia denominada neurosis de abandono. Antes de definir este síndrome he de hacer una diferenciación con otras significaciones que este concepto tiene, sobre todo en las relacionadas con el origen del término abandónico.

En la clasificación psicodiagnóstica de Freud se observan unos núcleos básicos de personalidad que a su vez se relacionan con otras patologías psíquicas. La personalidad anancástica se relaciona con las psicopatologías obsesivas, la esquizoide con cuadros de corte psicóti- co, la personalidad histérica con la histeria de conversión y con la de angustia, la personalidad paranoide con el paranoico, finalmente la personalidad abandónica con la melancolía (1915 b) que hoy en día se suele reducir equivocadamente a los cuadros depresivos.

Sin embargo cuando me refiero a este tipo de neurosis no lo hago bajo este precepto freudiano que señala una personalidad que subya- ce bajo la melancolía, sino desde la perspectiva de Odier y más aún bajo la de Germaine Guex (1950). Formas de ver el abandonismo mucho más densa sobre todo desde la dinámica de amar-ser amado. El abandónico es un sujeto que muestra un gran apetito afectivo (cuestión de la cual algunos tienen conciencia y otros no), a la vez que manifiesta una obsesión por el temor a ser desatendido y dejado de lado por las personas que le dan cariño (o que creen que le dan cari- ño). Muestra de hecho una agravada ansiedad y fobia a la soledad.

La etiología de este cuadro se encuentra en las etapas iniciales de su ciclo vital, bien porque la persona fue desatendida y poco querida en la infancia, o bien porque aunque no fuera así en realidad esa fue la inter- pretación que hizo a través de su percepción subjetiva de los hechos.

Como veremos este es el principal argumento –consciente o in- consciente– del carácter del abandónico, todo lo achaca a la mala infan- cia que tuvo y a situaciones en las que se sintió desatendido y dejado: su desilusión por la vida, su pasividad, sus exigencias a los demás.

Y esto es una constante del desarrollo psicoevolutivo del ser humano, no solo en esta patología en la que estamos indagando sino en muchas otras. Quedarse sólo con lo malo que sucedió, con los

aprendizajes negativos y con lo traumático constituye una herramien- ta de autocompasión cuya principal función es la de no adoptar una postura de crecimiento, ni de responsabilidad con el proceso vital pro- pio y las consecuencias derivadas de éste.

Como humanos nos encontramos en la tesitura de identificarnos continuamente con lo negativo de nuestros progenitores y otras figu- ras educativas, sus “tics” físicos y psicológicos, sus inercias, proyec- ciones, fijaciones... Sin embargo no hay la misma facilidad de identifi- cación con los rasgos estructurantes y positivos.

Así una de las principales estupideces del género humano se ve así manifestada: quedarse solo con lo negativo del pasado en las rela- ciones con las figuras de importancia en la infancia creando síntomas y síndromes. Sin embargo, lo positivo, sin duda también vivido y aprendido, no se tiene en cuenta.

Otras facetas como la seguridad, los valores éticos o la enseñanza de una actitud combativa ante la vida se ven repudiadas y dejadas de lado. Esto no parece interiorizarse al igual que se ha hecho con lo traumático, y esto muestra una gran laguna en la inteligencia emocional humana.

Por ejemplo, las personas se acuerdan de que su abuela les reñía por diferentes motivos o que los padres tenían ciertas modos de actuar intolerantes con algunas actitudes suyas, pero se olvidan de aquella aguerrida actitud de la abuela que no se arrugaba ante las complica- ciones de la vida, aquella forma de sostener las preocupaciones que tenía la madre, o la muestra de capacidad de trabajo y sacrificio que mostraba el padre.

Y en este error de centrarse sólo en lo negativo y poco constructi- vo de la infancia incurren en ocasiones los terapeutas, que se empeñan en buscar culpables en vez de hallar soluciones lo cual refuerza la acti- tud defensiva de los individuos, a la vez que sus actitudes de auto- compadecimiento para no asumir sus obligaciones.

Si se aprovechara el potencial de lo constructivo que se ha apren- dido desde la infancia con la misma intensidad que lo traumático, ten- dríamos una impresionante fuente de bienestar interiorizada para afrontar el proceso de vivir con una mayor garantía.

Tal y como mostramos en el cuadro y siguiendo a Guex (1950) dos son los principales síntomas que se observan en los abandónicos: la angustia y la agresividad.

Cuadro 4: Principales características y síntomas de la neurosis abandónica.

- Vivencia angustiosa de las relaciones Angustia

- Angustia crónica por temor a ser abandonados

- Poner a prueba para comprobar Exigencia desmesurada en - Exigencias (desconocimiento de la

la necesidad de ser amado intención

- Exigencias (necesidad del absoluto) Agresividad Agresividad manifestada mediante una actitud pasiva

- Relacionado con el “poner a prueba para comprobar” Masoquismo - Manifestaciones masoquistas explosivas

- Manifestaciones masoquistas secretas

– La angustia. La cual se puede observar en diferentes gradacio- nes estando relacionada de manera constante con las personas que para la persona tiene un nivel de importancia en su vida cotidiana.

De hecho la casuística clínica nos muestra como se puede asociar la histeria de angustia con la neurosis de abandono; determinados abandónicos están en relación con determinados aspectos de la angus- tia. Una de las constantes de la neurosis de abandono es la excesiva necesidad de encontrar seguridad, siendo por tanto la angustia algo circunscrito exclusivamente al temor de ser abandonado.

AMOR COMPULSIVO Y TEMOR AL ABANDONO

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– La agresividad. Cuyo origen, siguiendo a Guex, se encuentra en las situaciones de privación afectiva en las que el individuo se vio envuelto o en la vivencia deficitaria de los cariños que tuvo. Es decir se trata de una agresividad reactiva a estas circunstancias.

Una de las formas que toma la agresividad es la de un mecanismo de defensa denominado identificación con el agresor. Entonces se observa cómo la persona que se sintió desatendida en la infancia hace lo mismo con los demás comportándose de manera negligente en la manera de amar al prójimo, comportándose por ende de manera sádi- ca con los demás, es como si dijeran: “Sufre como yo he sufrido”.

La autora suiza delimita tres manifestaciones por las que se expre- sa la agresividad del abandónico – exigencias desmesuradas, pasivi- dad y masoquismo–, a continuación seleccionaré y trataré dos de ellas reservando la tercera (masoquismo) para el próximo capítulo.

Por un lado tenemos como forma expresiva de esta agresividad:

1) Una “Exigencia desmesurada en la necesidad de ser amado”. La exigencia a su vez muestra diversos registros:

A) “El poner a prueba para comprobar”(Guex, 1950, p. 27), cues- tión que guarda relación con un pensamiento mágico consistente en creer que el otro va a adivinar la auténtica intención del abandónico. De tal guisa, si a una paciente abandónica le invita a salir un joven y le dice que no –aunque en realidad esté deseando decirle que sí– espe- ra a que el hombre vuelva a pedírselo y aunque vuelva de nuevo a rechazarle espera que se de cuenta de que en realidad sí quiere.

Pone a prueba por un lado las ganas que el otro tiene de estar con ella –su incondicionalidad– en una tarea cansina y frustrante que va mucho más allá de lo que coloquialmente se dice como “hacerse de rogar” y por otro una especie de mecanismo fantasioso por el cual el otro ha de leer su pensamiento y saber cuales son sus deseos.

Más de una vez he escuchado de alguno aquello de “tenía que haber insistido más aquella persona que decía que yo le gustaba, por- que lo que hizo fue demostrarme que no le importaba tanto”. Así que muchas veces hay quien no sabe a qué atenerse en las relaciones,

mientras que en unos casos sí se insiste mucho se pueden querellar contra él por acoso, en otros si no “acosa” lo suficiente no muestra a ojos del abandónico ser objeto digno de amor.

Como puede observar el lector esta dualidad de pensamiento y de intenciones conecta con una ambivalencia que nos recuerda a la histe- ria. Y es que en la histeria hay cierto gradiente de este abandonismo. Lo que ocurre es que si comparamos los caracteres de ambos, vemos que la neurosis abandónica en sí tiene más rasgos extremos de aban- donismo al igual y en la misma medida que son más desmedidos los rasgos de ambivalencia en la histeria.

Esta necesidad mágica de que el otro adivine qué es lo que el aban- dónico necesita lo he observado en varias ocasiones siendo una de las principales cuestiones por las cuales una relación puede ir al traste.

María es una paciente de 20 años que fue abandonada por su padre a temprana edad, su madre no es una figura de importancia pues dice que no la comprende, y sus tíos que la han criado y mante- nido son el principal foco de demanda por su parte.

Además tiene continuos problemas con su novio. A menudo pre- tende que este sea más atento y receptivo con sus apetencias, dice por ejemplo que le gustaría que le manifieste su amor de manera continua o que tiene que darse cuenta de cuando quiere que éste vaya a verla para sentirse acompañada. Algo que parece absurdo pero en lo que ella sin embargo no repara porque tiene el convencimiento de que él debe de satisfacer todas sus necesidades sin que ella las pida.

Ante el mínimo señalamiento que le hago acerca de su excesiva demanda sobre su pareja, hace comentarios como “No me compren- des” o “Yo creía que tu sabías cuales son mis necesidades y una de ellas es que Ezequiel me satisfaga”. El no ceder en absoluto a sus pre- tensiones mágicas llevó a la ruptura de esta relación al igual que le había ocurrido con anterioridad en varias ocasiones.

María en su excesivo celo por ser atendida incondicionalmente también se sentía abandonada por el terapeuta pues demandaba aten- ciones desmedidas y cuidados especiales que no eran en absoluto obje- to de la psicoterapia, lo cual le llevó a dejar y retomar en varias ocasio-

nes el tratamiento, siendo el punto de inflexión de estos movimientos la supuesta capacidad de escucha y comprensión que el terapeuta tuviese, siempre, eso sí, desde sus subjetivos criterios de atención.

B) Exigencias relacionadas con el desconocimiento de la inten- cionalidad. Es decir que el abandónico no confía de las intenciones que el otro tenga, dudando así tanto de sus sentimientos como de sus palabras. Esto es, necesita constantemente de hechos pero estos son juzgados con un exceso de celo. Las acciones que los demás llevan a cabo nunca son suficientes ni en número ni en calidad como para que el abandónico de su beneplácito. En el fondo siempre está el pensa- miento obsesivo y recurrente en el cual sitúan al otro como un poten- cial abandonador.

C) Exigencias relacionadas con la necesidad del absoluto. El abandónico se muestra voraz de afectos, parece no tener nunca sufi- ciente. Ni siquiera es comparable a un recién nacido en su avidez pues éste llega a saciarse de leche y descansar plácidamente durante amplios intervalos.

Y en esta descarada oralidad no sólo se encuentra la exigencia de hechos que manifiesten amor sino también se necesita que la persona amada comparta todo, incluidos sus pensamientos. En definitiva desea un absoluto en cuanto al conocimiento que pueda tener del otro.

2) Agresividad expresada mediante una actitud pasiva. La inca- pacidad manifiesta de amar que el abandónico muestra se acrecenta con esa actitud oral de la que antes hablaba en cuanto a la pasividad que manifiesta en diversos registros de la vida, esperando como con la boca abierta que “le caigan las cosas del cielo”.

Guex menciona que se da un proceso de interiorización en el que se entra en circularidad pues contra menos pone de su parte en su pro- ceso vital y menos se “moja” y arriesga, menos posibilidades tiene de hacer las cosas por sí mismo. Parece que se ha de estar continuamente pendiente de sus necesidades pues sólo, el abandónico, no se puede sostener.

Todo ello nos recuerda a lo comentado en el capítulo de la mala suerte referente al “arragmenent”. La persona “hace” para no afrontar

responsabilidades y para obtener el máximo rédito a sus problemas de inutilidad y de inoperatividad con las que el sujeto se desenvuelve en su vida cotidiana. Nos advertía Adler en varias ocasiones que el com- plejo de inferioridad de algunos sujetos se convertía en una salva- guarda para eludir retos y percibir atenciones precisamente a través de este mecanismo.

La agresividad de estos comportamientos connota el hacer ver a los demás como responsables de sus males –a menudo los padres u otras personas a las que se les puede desplazar esta responsabilidad–, así como su torpeza, inutilidad y limitaciones por no haber sido capaces de haberle hecho sentir suficientemente amado y atendido en su infancia. Como puede comprobar el lector son múltiples y variables los problemas que estas personas presentan, por desgracia para ellos (y para los demás) no son los únicos. La carencia afectiva que hubo en la infancia –como ya hemos dicho sea esta real o imaginada– hace que sean personas que se quedan centradas en su abatimiento tratando a menudo de obtener atenciones y privilegios de ello (lo que en psicoa- nálisis se denomina beneficio secundario).

A menudo son individuos que gustan de regocijarse en sus angus- tias buscando testigos que escuchen su queja y que sepan de su triste pasado. No tratan de mejorar en su vida ni en su estado psíquico con- tinuamente angustiado y deprimido, pues utilizan su consternación para no afrontar responsabilidades y sobre todo para no tener que lle- var a cabo una vida adulta.

Adler (1930) comenta cómo una de las características que mejor definen al neurótico, es la de centrarse continuamente en su calvario personal para así adoptar un papel social en el cual se inscriba como enfermo, como deprimido, como angustiado...,con el fin último de que los demás deban de comprender que su falta de empuje y su exce- so de demandas debidas a todo lo que han sufrido en el pasado. El mensaje indirecto que tiene este modo de vivir es que los demás debe- mos de aguantar y tolerar su negligencia social y sus extraorbitadas demandas porque a fin y al cabo “No tiene la culpa de todo lo que le ha pasado en la vida”.

Estos sujetos no se dan cuenta de que si cada uno de nosotros nos paralizáramos por lo que nos ha sido traumático, por lo que nos da miedo o por lo que no nos gusta afrontar el mundo se pararía directa- mente, puesto que ser humano implica sufrimiento, lucha y riesgo. Lo que quiere decir que no solo el abandónico ha sido desdichado y ha recibido desplantes afectivos, y es que esto de sufrir es un denomina- dor común para cualquiera que esté instaurado en el oficio de vivir.