• No se han encontrado resultados

El perdón hace que Dios me defienda

«Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas»

(Mateo 6:14-15).

Pedro Flores trabaja en la empresa Quantun Energy Group. Recientemente fue ascendido en la escala organizacional. Su jefe, Arturo, es un magnate de la industria energética mundial, y le tiene en gran estima.

Pedro tiene un proyecto en mente, un sueño que consiste en establecer una planta de hidrocarburos de gran magnitud. Es un antiguo deseo que le roba su atención y lo lleva a pensar que pronto será multimillonario, y quién sabe... ¡también famoso! «¡A través de este proyecto dejaré de vivir en el anonimato!», se dice con gran ilusión en su corazón.

Comparte ese anhelo con Arturo, su jefe, con quien además de tener en común temas laborales, mantiene una relación de amistad. Pedro fue quien hace algunos años, presentó a Claudia, quien ahora es su esposa.

— Necesito cuatrocientos millones de dólares —dice Pedro. — ¿Estás hablando en serio? —pregunta Arturo.

— Sí, es un proyecto excepcional, estoy seguro que será un gran éxito — Responde Pedro animado.

— ¿Pero de dónde obtendrás ese financiamiento? —cuestiona su jefe, — ¡Pues he pensado en ti, Arturo!

Durante unos instantes quedan en silencio; tiempo que Pedro aprovecha para insistir y le comenta algunas de las grandes ventajas de su proyecto.

— Míralo como una excelente inversión —asegura finalmente Pedro— verás cómo al final saldrás grandemente beneficiado.

Días más tarde, Arturo llega con la noticia de que le prestará esa cantidad de dinero y que lo hará a través de su empresa, Quantum Energy Group. Realmente Arturo siente algunas dudas sobre otorgar ese préstamo, ya que lo considera de alto riesgo, pero Pedro es una persona elocuente y le ha logrado convencer. Los meses pasaron, y aquello que Pedro pensó que iba a ser un rotundo éxito, contó con imprevistos que lo convirtieron rápidamente en un rotundo fracaso.

Pedro perdió el dinero y ahora no tiene ni la más remota idea de cómo devolver esa suma millonaria. Esto lo transformó en una persona irritable y malhumorada. Pedro pasa sus días inexpresivo e irritable. Claudia, su esposa, lo evade para evitar discusiones.

Cierta mañana, Pedro se encuentra con Rene, un empleado que lo ayuda como mensajero, llevando y trayendo paquetes de la empresa. Rene le debe setecientos cuarenta dólares y el mes pasado se enfermó su madre y tuvo que hacerse cargo de la cuenta del hospital. «Espero que Rene no esté pensando en no pagarme ¡o que me debe, ahora que lo necesito más que nunca», piensa Pedro mientras Rene pasa frente a él y lo saluda. Pedro lo mira y hace un gesto con la boca, como queriendo decir: «tenemos cuentas pendientes». Pedro lleva muchas noches de insomnio, la carga sobre sus hombros es muy pesada. «Cuatrocientos millones, ni siquiera trabajando para Arturo toda la vida podría pagarle, ni siquiera hipotecando todas mis propiedades. Definitivamente NO PUEDO PAGAR, NO PUEDO PAGAR», se dice desesperado.

Arturo, por su parte, ha meditando en el asunto y es consciente que no fue sabio conceder ese préstamo, pero lo hizo y no hay forma de retroceder el tiempo. ¿Ahora qué puede hacer? Sabe perfectamente que Pedro no puede, ni podrá jamás devolver ese dinero.

Aquella mañana de frío invierno, Pedro llega temprano a la empresa y se encuentra con Arturo, a quien trata de no ver a los ojos, pero Arturo lo toma del brazo y le dice: «quiero hablar contigo».

Pedro tiembla esperando lo peor; que lo despida, lo demande, lo encarcele, o al menos lo sermonee por una hora. Sin embargo, la sorpresa es muy grande cuando escucha decir: — Amigo, sé que estás pasando momentos muy duros a causa del fracaso de tu proyecto, y

no quiero que sufras más; tu deuda está perdonada. No me debes nada.

Pedro oye, pero no entiende lo que está escuchando, —¿Podrías repetirme lo que acabas de decir? —le pide incrédulo.

— Claro que sí, tu deuda está perdonada, no te preocupes más por pagarme, sé que tu intención es de pagar pero no podrás hacerlo nunca, por lo tanto, decidí que no me voy a convertir en tu verdugo toda la vida. Te repito: tu deuda está cancelada responde Arturo. Pedro rompe en llanto al escuchar la noticia, ¡es casi increíble! Pero es justo lo que necesitaba oír.

La mañana transcurre en la oficina, cuando en un momento, uno de los ejecutivos de Arturo lo llama para que se acerque a una ventana y vea lo que sucede apenas unos metros delante del edificio. Arturo se acerca sin saber que vería a Pedro platicando con Rene. Y escucharía los gritos del diálogo que, inevitablemente convirtieron la conversación privada en pública. — ¡Ya te di suficiente tiempo para que me pagues! ¿qué estás esperando para hacerlo? -

Increpa Pedro.

— Es que este mes he tenido muchos gastos, y no logré reunir el dinero

— responde Rene, con voz angustiada arrodillándose y rogándole por más tiempo.

— ¡Págame lo que me debes! - interrumpe Pedro, tomándolo del cuello casi hasta ahogarlo. — Llamen a la policía que vengan para llevarse a Pedro - grita Arturo a sus trabajadores,

interrumpiendo la escena. Pedro me ha girado múltiples cheques sin respaldo, y me debe mucho dinero. Debe pagar hasta el último centavo.

— Pero dijiste que me ibas a perdonar la deuda —replica Pedro alterado.

— Eres un malvado —contesta Arturo, te perdoné una deuda millonaria, después que con tu mucha palabrería me convenciste que te diera ese dinero, cosa que nunca debí hacer, y ahora vienes tú y tratas de esa manera a Rene, quien te debe una cantidad de dinero mucho más pequeña. ¡Llévenselo! —ordena a los guardias del edificio Y que no regrese hasta que me haya pagado el último centavo de su deuda.

Una historia semejante relató Jesús a sus discípulos. La conocida como: «Los Dos Deudores» y está plasmada en el Evangelio de Mateo 18:23-30: «Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo:

Puesto que no son conocidas para nosotros las monedas que eran utilizadas en la época del Nuevo Testamento, no entendemos por completo el mensaje de Jesús, pero si hacemos ¡a conversión de los diez mil talentos a su equivalente en denarios veremos que el siervo debía al rey cincuenta y cuatro millones de denarios (un talento pesaba veintiún mil seiscientos gramos de plata y un denario casi cuatro gramos de plata).

Podemos contextuaiizar aun más la historia a nuestro tiempo al saber que un denario representaba, por lo general, el salario diario de un jornalero, o en otras palabras, el salario mínimo diario. Es decir, el siervo debía al rey cincuenta y cuatro millones de días de trabajo o ciento cuarenta y ocho mil años de trabajo. ¡Era imposible que pudiera pagar esa deuda ni trabajando toda su vida! En mi país, Guatemala, el salario mínimo diario actual es de aproximadamente siete dólares y cuarenta centavos, lo cual haría que la deuda del siervo ascendiera a cerca de cuatrocientos millones de dólares y la del consiervo a apenas setecientos cuarenta.

Al igual que Pedro, o el siervo del rey, nosotros teníamos una enorme deuda con Dios que jamás hubiésemos podido pagar y que sólo podía ser pagada por el mismo Hijo de Dios con su propia sangre. Cualquier ofensa o daño que nos pudiera hacer alguna persona no se compara con la ofensa que nosotros hemos cometido contra Dios, el pecado, el cual nos hace merecedores de la muerte, o separación de Él por toda la eternidad, consumiéndonos en el infierno. Si Él perdonó nuestras ofensas, ¿cómo no vamos nosotros a perdonar a quienes nos ofenden?

Sin embargo, cuántas veces hemos entrado nosotros «al palacio del Rey» en oración con arrepentimiento, a pedirle misericordia y perdón de nuestros pecados, entonces el Rey extiende su báculo de misericordia, sólo para que al salir del «palacio» (o de la presencia de Dios) nos encontremos con nuestro prójimo, a quien le exigimos el «pago» por las ofensas que de él hemos recibido.

Lamentablemente, cuando tenemos esta actitud, el Rey se enoja con nosotros pues nuestra falta de perdón nos deja a merced de los verdugos hasta que paguemos todo lo que debemos (Mateo 18:34). Pero cuando extendemos el perdón, nos colocamos en la posición más conveniente para que el Rey nos defienda.

Nosotros, a quienes Dios ha perdonado todos nuestros pecados, tenemos la obligación de perdonar a quienes nos han ofendido. El perdón para el cristiano no es una opción, es una obligación.

Reflexione en esta historia y piense.

¿Habrá alguien que tenga una deuda conmigo? ¿He logrado perdonar las ofensas que me han hecho?

¿Estoy siendo atormentado por los verdugos a causa de la falta de perdón? Haga una lista de las ofensas que aún debe perdonar:

SEMANA 3

Día 16

Los beneficios del perdón: