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Artículos políticos y literários

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ARTÍCULOS POLÍTICOS Y LITERARIOS

(Recopilados por doña Marina viuda de Echeverri)

CAMILO ANTONIO ECHEVERRI

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VISITA A CAMILO ANTONIO ECHEVERRI

Por Juan de Dios Uribe Mayo de 1887

Un poeta, amigo nuestro, que acaba de llegar de Medellín, visitó a Camilo A. Echeverri cuatro días antes de su muerte. Vivía el ilustre escritor en las cercanías de la capital, en una granja pintoresca del Sur. Estos parajes son encantadores: la vega

“Que moja al pasar la onda revuelta del manso Aburrá”

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Camilo A. Echeverri tenía 60 años: lo había envejecido pero no doblegado la edad. Su cabeza no tenía pelo, y ya dijimos que su frente estaba pálida; en su rostro, enjuto y rasurado, solo rastreaba un pobre bigote duro y unas cuantas hebras en el extremo de la barba; dominábalo una nariz correcta, y de destacaba allí en el rostro, el ojo derecho brillante y el izquierdo blanco y dormido en profunda noche. Su voz, naturalmente áspera, tenía entonces inflexiones mas duras, que dado el aspecto de Camilo en sus momentos de cólera, se diría que su acento salía de una caverna.

-Bien venidos, señores, dijo a los recién llegados. Voy a presentarles a mis muchachos.

E hizo salir en el acto a sus queridos niños, que con Marina su esposa, constituyeron en los últimos años el refugio de sus tribulaciones.

Echeverri ya era un hombre reposado de hogar: no tenía mas mundo a sus ojos que su casa; lo que se pondrá en duda por los que lo conocieron turbulento, con las velas desplegadas a todas las ráfagas, con el ojo puesto a todos los amores, con el corazón listo para todas las pasiones.

“Alma fiera e insolente, irreligioso y valiente”.

Lo que no es recordar cosa que ofenda su gloria, pues casualmente las pasiones le dieron una actividad extraordinaria a su entendimiento, que no se quedó reposado bajo la copa del sombrero, como los de esos que o dan susto a una niña, pero que no llevan al concierto del mundo una nota vibrante. Amamos las pasiones fuertes como indispensables, tan indispensables al hombre para estímulos, como el vapor a las máquinas para el movimiento; y no las confundimos con el delito. Conviene decir que Echeverri no hizo nunca el mal.

Allí en esa casa campestre vivía con su familia, de modesta estirpe, entregado a los trabajos del campo, o a la meditación y al estudio en ese cuarto en que habían sido introducidos los viajeros al caer de la tarde. Solo al girar la vista por los estantes, por los bancos de madera, por el suelo, sobre las mesas, se descubría que era la estancia ésa de un espíritu inquieto, desordenado y febricitante: alturas de periódicos y de folletos, libros abiertos, rimeros de volúmenes, hojas de papel escritas y dispersas, manuscritos lehajados; reverberos, retortas, minerales, armas, instrumentos de labranza..., señalaba todo eso las múltiples ocupaciones, los distintos deseos, en fin, la fiebre del trabajo.

Nuestro amigo el poeta nos decía:

-Aquel cuarto se semejaba al del doctor Fausto.

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naturaleza, mirándola él, a su turno, con una especie de sagrado culto panteísta, como por ver si a esa maga que él tanto quería, se le añadían o se le quitaban atributos; a las obras de ciencia las dejaba decir, pero se encargaba, hasta donde era posible, de rectificar sus aseveraciones con experimentos hechos por él mismo. Lo propio para él eran las ciencias intelectuales y políticas; idéntica cosa la historia: las estudiaba, mas las sometía al ensayo, porque, cerebro sumamente investigador, se complacía orgulloso en no pasar dócilmente, con el sombrero en la mano, bajo los arcos consentidos del triunfo.

Y a pocas personas en esta país, y a muy pocas, les fue dado en la América Latina hacer cosa igual, porque para ello era preciso un entendimiento que pudiera adquirir los mayores y suficientes conocimientos para llenar esa gran capacidad. Echeverri tuvo el gaje natural del talento y la facilidad de adquirir, por la abundancia de recursos y de cuidados, una gran suma de sabiduría. No la empalagosa y estrecha que podemos llamar supuración del cerebro, por cuanto nace de la tortura, sino esa otra que al cerebro alivia porque lo alza a aires mas livianos, como al remolque de globos aerostáticos; la distancia que hay entre los conocimientos que se adhieren a uno por la fuerza, como la marca a la res, y los que se reciben libremente como un don de venturanza. Dogma y libre examen: lo hemos dicho.

Se educó en Colombia y en el extranjero, sin pensar en los claustros en otra cosa que en el estudio, lo cual le formó un hábito para siempre. Sus estudios fueron una creciente, una magna avenida que no lo anegó, porque su cabeza tenía suficiente cauce, y que no lo esterilizó, porque él filtraba las aguas para no quedar abrumado de sedimentos. Debiera ser imitado por mas de un académico de aquí, seguramente sabio, pero de sabiduría al revés.

En el cuarto de estudios de Echeverri estuvieron los recién llegados mas de dos horas, durante las cuales él les leyó páginas recientes y páginas de otros días. Era indudable que ya no conservaba el estro, la poderosa palabra de la edad viril; mas, como en la casa de los ricos en decadencia, siempre había allí una primorosa joya de oro, un viejo camafeo, una partitura de maestro, un eco perdido del violín de Paganini. Pedirle al cerebro que resista a los años y a la vida agitada, es querer que el tiempo retroceda y que la tempestad recoja sus rayos sueltos.

Enternecido el poeta y sus compañeros, estrecharon aquella mano llena de fiebre. -Adiós! Le dijeron ellos... para vivir

-Adiós! Les respondió Camilo... para morir bien pronto.

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puestos sobre las ruedas que balanceaban el féretro. Era viernes santo y una gran multitud seguía otras cosas... que morirían también.

Cuando se abrió la tapa del ataúd y el grosero proveedor de los gusanos acercó su caja con cal viva, el que por encima del hombro de sepulturero hubiera mirado al fondo de las tablas negras, habría visto allí a Camilo A. Echeverri tendido, rígido, mas en ademán bravo, como quien todavía resiste; la mano caída a lo largo, y el puño cerrado como cuando arengaba al pueblo. Y ese que lo hubiera visto así, lo habría visto por última vez.

Alguno con la mano agitada escribió en la cal blanda: Camilo Antonio Echeverri.

MI AUTOBIOGRAFÍA MORAL

Que puede servir de prólogo

Rara es la obra que sale a la luz en estos tiempos sin que el editor o el librero la encabece con una noticia titulada: VIDA Y ESCRITOS DE FULANO (aquí el nombre del autor).

Yo pienso hacer algo parecido, que no igual, pues (como a Ginés de Psamonte) me sucede que, no estando acabada mi vida, mal podría yo acabar la historia de ella. Es cierto que tengo escrita mi AUTONECROLOGÍA; pero esta aparente contradicción está en mi carácter y es una de las mil que el lector verá en mis acciones.

Por otra parte, en lo tocante a mis escritos, dejaré que hablen otros mas imparciales que yo mismo; y los dejaré hablar en pro o en contra, como hayan venido, porque quiero que el retrato sea completo.

Dicen los APUNTES SOBRE BIBLIOGRAFÍA COLOMBIANA, página 60: “Camilo Echeverri, el mas inspirado y sagaz de los actuales escritores antioqueños y abogado práctico y recursivo como pocos, nació en Medellín el 14 de Julio de 1828.

“Se ha dedicado especialmente a la carrera del foro y del periodismo, haciéndose notar siempre por su talento, conocimientos y levantado carácter.

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“Entre sus numerosos folletos publicados, son de notarse: El clero católico romano y los gobiernos políticos de Antioquia, Defensa de Manuel S. López, id. de Luis Umaña Jimeno, 3 cuadernos, y sus conferencias recitadas en Medellín y de sus muchos artículos sobre cuestiones políticas, la serie publicada en “El Polvorín”, papel de oposición al gobierno, y los relativos a la cuestión de DISTRITO FEDERAL.

“Es autor de una introducción en verso a la MEMORIA CIENTÍFICA SOBRE EL CULTIVO DEL MAIZ, por Gregorio Gutiérrez González, y tradujo, también en verso el drama LUCRECIA BORGIA, de Víctor Hugo”.

La prensa colombiana como la granadina, antes, me ha honrado casi generalmente, haciendo una muy favorable apreciación de mis escritos.

A mí nadie me ha tratado mal, es decir, grosera y bajamente, sino Federico de la Vega, aventurero español según creo; Jorge Isaacs, Jefe elevado por una chusma al rango de jefe de esa zambra hebreo-morisco beduína a la que él mismo dio el pomposo nombre de REVOLUCION RADICAL DE ANTIOQUIA; y además algunos anónimos a quienes desprecio tanto como a los citados; un tal Echavarría, negro anónimo también, y el General Marceliano Vélez.

Tocante a mi fisonomía moral, ella se refunde en el hecho de que en puntos de sensibilidad y de sentimientos he andado siempre a todo trapo, como dice Fray Gerundio:

“Jamás a medio partir, siempre a partir por entero”.

Soy hombre eminentemente eléctrico, nervioso e imperdonable. Eso hace que las ideas que llego a adoptar y las impresiones que llego a recibir me dominen despóticamente por lo general; y ha sido causa de varias contradicciones que han aparecido tanto en mis teorías religiosas, sociales y de partido, como en mis actos relativos al culto y en mi conducta política y social.

Vagaba por mi imaginación recalentada en la hornaza de mi cerebro la imagen de una arrastrada moza, cuando en la defensa de Manuel S. López, dije:

“A mí también, señores del Jurado, en mil horas de martirio que el recuerdo de las decepciones me ha hecho atravesar; a mí también me ha asaltado la idea de romper el hilo de mi vida y entregar a la mano helada de la muerte un corazón donde ya sentía extinguirse el calor vivificante de toda aspiración. Yo no tengo qué inventar, ni qué pedir en este momento pruebas a la fantasía para pintaros el corazón de este hombre. No, que volviendo unos años hacia atrás en mi existencia propia, tengo una historia que se confunde, hasta cierto punto, con la suya.

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“Yo no comprendía entonces lo que veía.

“Miraba a los hombres opulentos ligeros como sombras desde el seno de la riqueza hasta los harapos de la mas cruda miseria; sabía que llevaban en el corazón la herida siempre sangrienta de la desgracia y el recuerdo tormentoso del bienestar perdido. Los veía abatidos y contrariados en su orgullo, desprovistos de sus necesidades, abandonados de los que se llamaron sus amigos, y expuestos a los rigores de una carencia absoluta. Y sin embargo, esos hombres comprimían con su propia mano el volcán de sus quebrantos y se aferraban a la vida. Por qué? Yo lo ignoraba.

“Veía mujeres seducidas y burladas, amantes desdeñados o celosos, soldados vencidos o deshonrados, jugadores robados o perdidos, madres que sólo tenían para ofrecerles a sus hijos un pecho seco y descarnado, padres sin trabajo y sin pan para su familia. Y esas pobres criaturas sobrevivían resignadas a su deshonra o su desgracia. Por qué? Yo lo ignoraba.

“Yo vi desfilar ese ejército de víctimas, mas infelices que lo que yo mismo me creía. Pregunté a cada uno: Quieres morir? Y todos me dijeron: No”.

Rey destronado, decía yo al mendigo: eras rico y mueres de hambre; eras un dios y hoy no hombre te llaman. Tú sufres. Por qué no te matas?

“Espero, me contestaba.

“Artesano infeliz que no tienes pan para tus hijos. Por qué no te arrojas al río? “Espero, decía también.

“Amante desesperado a quien pagaron con una mentira el sacrificio que hiciste, el corazón que entregaste, y la fe que comprometiste. Mujer a quien, con falsías, robaron la honra y el placer y el cariño de tus padres. Niño infeliz que viste morir a tu madre y cuyo padre te maldice, y te niega, y te abandona; niño sin amor y sin creencias, sin vínculos y sin pan, vosotros todos hijos del crimen o de la desgracia. Por qué sufrís de la crueldad humana? Por qué no os anticiáis a vuestro destino entregándoos por vuestra propia mano a la muerte que la sociedad habrá de daros?

“Espero, me contestaron todos.

Y todos esperaron y el alivio nunca vino, sino cuando Dios quiso redimirlos del peso de la vida.

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“Entonces yo también esperé y tomé valerosamente mi camino. Era insensato, hoy soy un hombre. “Pero ay de aquel para quien el puerto no aparece! Ay de aquel que, flotando en el mar de la desgracia, sin mas piloto que su pena, queda expuesto al viento de la desesperación en la inmensidad de su dolor! Ay de aquel para quien no llega a brillar, o para quien se extingue la luz de la esperanza, porque la noche de su amargura ocultará a su vista el horizonte! Roto el último lazo, perdida la última esperanza, la cadena mágica cae a sus pies hecha pedazos, y toda relación, toda dependencia, toda comunidad se acaba. El cuerpo sigue moviéndose sobre la tierra; pero ya el hombre no existe para la sociedad. El no tiene, ni quiere ni puede tener nada en común con ella. El se ha colocado fuera de la escala ordinaria de los seres. La obra de la humanidad no puede ya contar con su colaboración. Su existencia se aísla del torbellino universal, y él mira con desdén y con desprecio ese afán que no comprende y que quisiera hacer cesar. Al fin el tedio comienza a destilar gota a gota su veneno, hasta que un día, cansado de arrastrar esa exigencia, espía con ojo vigilante un momento de extravío supremo y lo aprovecha.

“Quién ha muerto? “Un loco”.

Esos arrebatos, unidos a mi carácter, que es, aunque generalizador, práctico, sólido, concreto y enemigo de rodeos, me ha formado y arreglado un lenguaje NATURAL, que algunos llaman ESPECIAL, que otros creen que es INVENCIÓN mía, y que no pocos han tomado por imitaciones de Víctor Hugo y de Girardin y otros franceses. Lo cierto es que en materia de estilo tengo el que Dios me dio y no el que hurté a Selgas – a quien no puedo sufrir por hipócrita –o a Castelar, a quien admiro pero a quien conocí –leí –largo tiempo después de haber estado yo escribiendo como he escrito hace mas de treinta años y como escribo ahora.

El muy ilustre señor don Fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, dice:1

“Pregúntame V. mrd. qué estudio he tenido, y que reglas ha practicado para formar el estilo de que uso en mis libros, dándome a entender que le agrada, y desea ajustarse a mi método de estudio, para imitarle. Siendo este el motivo de la pregunta, muy mal satisfecho quedará V. mrd. de la respuesta, porque resueltamente le digo que ni he tenido ni seguido algunas reglas para formar el estilo. Mas digo: ni le he formado no pensado formarle. Tal cual es, bueno o malo, de esta especie o de aquella, no le busqué yo; él se me vino; y si es bueno como V. mrd. afirma, es preciso que haya sido todo así”.

A mi también, señor lector, el estilo que tengo se me vino bueno o malo.

Y siguiendo con el bosquejo que vengo trazando, diré que: vengativo, acaricio la dulce y firme esperanza de ver exterminados a los malhechores que me han puesto varias veces en el borde de la tumba,

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y que creo que gozaré en sus martirios con la alegría de un salvaje. Generoso, no quiero acordarme del nombre de los que me mantiene años há, vagando de desierto en desierto y de una amargura en otra.

En mis grandes dolores, no escandalizo irritado en mi Calvario, como Gestas; pero elevo mi pensamiento a Dios con la melancólica y suplicante humildad de Dimas.

SOBERBIO creo que merezco y deseo que me den la preferencia sobre mis émulos, a quienes miro con desdén.

HUMILDE, me creo siempre demasiado humilde.

Pero parece que de este defecto cardinal provienen millares de contradicciones.

En efecto, a pesar de ser tan soberbio, soy el hombre mas sinceramente humilde que pisa la haz de la tierra.

Y lo digo porque lo sé. Y lo sé porque yo vivo arrastrado por la pasión o la manía de estudiar en todo, yo mismo inclusive.

Yo, por regla general, y a pesar de ser muy desconfiado porque tengo muchos desengaños, creo cuanto se me afirma con tenacidad.

Mis mayores, mis maestros y casi todos los que tenían la misión y el deber de educarme, han sostenido, en mi cara, en mis barbas y de una manera itransigente y dogmática, que yo no sirvo para nada; y tanto han machacado e insistido en ello, que (nueva contradicción) acabé por creerlo yo mismo.

Me declararon menor de edad a perpetuidad; y aunque no me declararon párvulo, yo pasé en considerarme sucesivamente como un niño expósito, como un bobo de mas de diez y ocho años o como un viejo que hace muchachadas.

Pero sea dicho y valga la verdad. Todos sabían o sospechaban u saben o sospechan que yo no sé hacer ojos de soga (nudo corredizo para ensalzar); que no sé armar lo que los arrieros de Antioquia llaman la encomienda de una sobrecarga; que no sé cuántos granos tiene un costal de arroz; y que –pro sancta simplicitas –he cometido el delito de dos yemas, de casarme dos veces con muchachas intachables pero pobres.

Esto explica lo que hay de humilde en mi carácter.

Digo que la soberbia y la humildad son dos fases notables en mi conducta, que resaltan y luchan constantemente en mí.

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La soberbia me hizo gastar mas de mil pesos (chiquitos) en un baile que di en Bogotá; y lo di no porque pensara en alguna mujer o en negocio alguno, sino por mera vanidad.

La humildad me llevó contrito y moribundo a las, para mí, siempre bendecidad puertas del hospital de San Juan de Dios.

Soberbio, no quise aceptar de manos del general Mosquera la Presidencia del Estado soberano de Antioquia; humilde, pedí una cátedra en el Colegio de Medellín al gobierno del señor Villa.

Soberbio, me alcé y me lancé resuelto contra la administración Parra; humilde (ante las exigencias de la palabra empeñada), me resigné a ser Coronel in partibus, ingeniero sin funciones y cronista e historiador (sin datos e incomunicado) en la campaña que terminó el 5 de abril de 1877.

Soberbio, me ha mamado en cánones a la Curia Eclesiástica sacando a la plaza sus pretenciones ambiciosas; humilde me descubro ante todo cadáver, y me detengo con sincero respeto religioso ante los túmulos de piedra que marcan las sepulturas a la orilla del camino real.

Por soberbia, hice que enterraran en un local que compré para nosotros (los míos y yo) en el cementerio de los pobres a mi hijito que murió dos meses há.

Me ha sucedido tomar vino por humildad y beber agua por soberbia.

Tanto por soberbia como por humildad no he dicho al Alejandro que conquistó mi hogar: “quítate de mi sol”.

Humilde, estudio; soberbio, pregunto a los mozos de cordel cuántas son dos y dos.

Por soberbia no me he levantado la tapa de los sesos; por humildad he aconsejado a mi cuerpo desfalleciente, dándole cordiales y hecho que se levante y ande.

No lloro porque es muy duro para mí llorar. No río porque ya se me olvidó reír.

Con qué se podrá salar tal sal?

Es necesario resignarse; es necesario que cada cual (pobre o rico, heredipeta o mayorazgo, salteador o despojado, explotador o víctima, heredero con tercio y quinto o desheredado), ponga su marmita a la lumbre y busque en sus anaqueles un polvo de especia para su puchero o un cogollo de hortaliza para su caldo.

Pasemos a otra cosa.

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Desde el año 48 hasta 1863 (la Convención), jugué, a suerte y azar, sumas muy fuertes a veces. En todos esos quince años me mantuve creyendo no sólo que podía haber tahúres honrados, sino que, para ser jugador, era requisito, sin el cual no, el ser hombre de bien. Yo con esto –como me sucede en todo –juzgaba por lo que veía y sentía en mí propio.

Eso continué creyendo, y creí hasta hace poco tiempo respecto de castidad y la caridad y la virtud de la generalidad de los sacerdotes, de los ministros altos y bajos de justicia, de los empleados administrativos, ejecutivos y de hacienda, de los militares, etc. Recuerdo que estando yo en Bogotá se me ofreció una buena suma con tal de que sobornara a cierto empleado MUY FÁCIL Y VENAL. Monté mis baterías, fui a conferenciar con él, y al cabo de tres sesiones en que hablamos de todo menos del asunto, renuncié el encargo porque me daba vergüenza mi papel y no sabía por dónde podría comenzar.

Para mí todo empleado a sido –siempre que no hayan sucedido circunstancias excepcionales y escandalosos extremos –una persona inviolable, extraña a todos lo que no sea su obligación oficial. Yo creía –ya voy perdiendo esa fe –que un empleado público no tenía parientes, ni amigos, ni negocios reservados relativos a su cargo.

En todo he sido así.

“TENGO MUCHOS DESENGAÑOS”, y, a pesar de eso, he llegado a creer en la virtud de mujeres de mala fama, y de renta de oculto y DUDOSO origen, que no alcanzaban siquiera a estar entre merced y señoría.

Soy tan cándido y tengo tan buena opinión de los demás, que nunca he llevado cuentas, he examinado las de cobranza que me han pasado, ni he vacilado en pagar los saldos en mi contra; no sé qué se hicieron cuarenta y tantos mil pesos MIOS que han pasado por mis manos, ni cuento jamás dinero que me entreguen, ni sospecho que me metan el 5 por 100 o mas en moneda falsa.

Soy seco y sentado como un banquero inglés, meditabundo como un filósofo alemán y frívolo como una calavera de París.

Por eso soy en un mismo punto, austero y vano, grave y ligero, y creo cuanto me revelan, sobre todo su es un secreto y en mi favor.

Esa candidez mía se presenta a veces bajo otra forma: sin ser tan descuidado (si absent) como el Menalco de la Bruyere, incurro a veces en distracciones que no merecen perdón de Dios.

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diaria ocurrencia, el que yo moje el lápiz en el tintero, o tome el tintero por la salvadera, o exprima en el vado de cerveza la naranja agria destinada al caldo.

Pero (nueva contradicción) a pesar de ser muy distraído, me fijo naturalmente en los más insignificantes y en los mas ligeros detalles; esto no impide, con todo, el que, aunque tropiece con ella, deje de reconocer a la persona en busca de la cual ando y a quien tengo interés en encontrar, aunque me haya separado de ella cinco minutos antes.

He llegado a dar la mano y a tratar cordialmente, sin caer en la cuenta de que eran ellos, a algunos canallas a quienes quisiera moler a palos.

Me parezco un poco al cándido optimista del amigo Voltaire. No porque yo crea que este es el mejor de los mundos posibles y probables, sino porque, sin meditar ni pensar en ello, veo sin trabajo el lado ridículo de todo, y encuentro algo ridículo aún en lo mas serio. Así también me sucede que generalmente encuentro algo bueno, o justo, o bello, o grande, o misterioso, o respetable en todos los hechos por repugnantes, o indignos, o sensuales que sean o parezcan.

Todo lo bueno me atrae, y de todas las cosas buenas me dejo cautivar sin reparar muchas veces en las circunstancias vituperables que puedan hacerles compañía. De aquí han provenido varias inconsecuencias y contradicciones efímeras de algunas ideas y de algunos hechos míos.

Mi desprendimiento raya en prodigalidad; y al propio tiempo mi severidad, es decir, mi indignación contra los que me roban o me hacen perder por ineptitud o pereza o maldad un grano de maíz que sea, es también medio frenética, todo depende de que siendo como soy amigo de las soluciones matemáticas y breves, y de los argumentos en forma dogmática de axiomas, tengo una lógica rígida y abusos de confianza o de derechos, y de influencia, o de fuerza, o de autoridad.

Nunca, ni por un segundo, he intrigado ni trabajado secretamente en favor mío ni en contra de otro con miras pecuniarias ni en asuntos políticos o de partido. Y, a la verdad, aun cuando he vivido politiqueando y en medio de los partidos, he permanecido (cosa rara) extraño a todas la maniobras y a todas las intrigas.

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Ignoro absolutamente, tanto en globo como en sus detalles, la historia de todas las intrigas y de todas las revoluciones dirigidas por los Presidentes de la Unión contra los Estados soberanos, para el efecto de hacer mayorías en favor del candidato oficial o de los intereses del ciudadano Presidente; hoy, según creo adivinar, esas intrigas se llaman evoluciones; la palabra suena con mas dulzura por la feliz supresión de la r; prueba evidente de progreso y de buen gusto.

Dicen que soy valiente; pero fuera de los casos (1851, 1854, 1860, 1864, 1867, 1876) en que las circunstancias, las pasiones enemigas, la necesidad o el honor me han obligado a alistarme en algún ejército, jamás he sido miembro de la política militante, a no ser con mi pluma, en la tribuna y por mi propia cuenta. Esa sociedad industrial anónima que cada cual llama mi partido, me es completamente desconocida.

He sido, soy y, deo volente, seré liberal por convicción. Adolescente fui LIBERAL (Cordobista) porque el malhadado Coronel era cazador. Joven, hombre y viejo, soy liberal, porque los libros y la meditación me enseñaron y me repiten día por día que el imperio del mundo pertenece a los hombres (y no al clero; que el derecho público no se funda en el derecho divino, sino en la soberanía popular; que la Moral de Balmes es tan infeliz como su psicología; que no hay mas economía política que la de Smith, Say y Bastiet), y que la libertad es al hombre y al espíritu como las alas a las aves, una parte integrante y necesaria de su ser.

He diferido (1875 a 1876), he diferido a veces de lo que opinaban varios prohombres del partido liberal; pero estas diferencias y aparentes divisiones se refieren SIEMPRE a puntos accesorios, JAMÁS A LA DOCTRINA.

Fui nuñista porque (ya he explicado por qué) yo creía, como muchos que ese hombre era liberal: cuando me vi en peligro de quedar cogido en la infame ratonera que armó con los ultra-católicos, con los religionarios y con los conservadores, excusi pulverem de pedibus meis, porque facta fuit fames valida in regione illa et egonet capi egere. Et surrexi & ivi al PATREM MEUM et dexi ei: Peter, peccavi coram te.

Sabéis traducir latín, lector amigo? Perdóname este injerto, que el pudor no me permite clamar en castellano: Pequé, Señor.

Y no extrañe nadie el que yo mencione ahora muy a la ligera a los partidos políticos: no se tema que yo vaya a meter mi hoz en la ingrata mies de las rencillas y de los enojos.

Es que tratándose de hacer mi retrato moral, y habiendo vivido mas de treinta y tres años entregado a la polémica, yo tenía necesidad de citar el hecho de mi oposición al doctor Parra y de explicar el virar aparente de mi bordo.

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Además, como dejo dicho, soy amigo fiel de la verdad, sincero y sin mancilla; y por eso era forzoso que dijera como profesando y creyendo sostener la verdad única, he llegado a ser tenido por tránsfuga entre los mismos liberales a quienes yo calificaba de tales.

Quise trazar y acentuar una de mis facciones morales, pero no, en manera alguna, suscitar disputas ni evocar recuerdos envenenados.

Prosigo con el retrato.

En cuanto a Filosofía moral, Ética, Psicología, Teodisea y toda esa red invisible y metafísica de las llamadas Ciencias intelectuales, en cuanto a ese millón de hipótesis, y de adivinanzas, y de absurdos, y de paradojas, y de enigmas en cuyo estudio no se ha dado un paso visible desde siglos antes de Aristóteles hasta hoy, tengo el gusto de confesar que sé menos que Sócrates, y a fuerza de comparar y de estudiar (es decir, de meditar) he llegado a ser mas escéptico que Protágoras. Efectivamente, son muy pocas las proporciones en las cuales creo y que podré sostener. Y advierto de antemano que varias de esas proporciones parecen contrarias a otras, y lo son en realidad, si se las toma en un sentido general; pero ellas son particulares, incompletas, y deben ser tomadas como si cada una fuera un término de una razón de cálculo, un antecedente que solo sirve de término de comparación con su consecuente respectivo.

Fuera de lo muy poco que creo, o que casi creo, todas las demás tesis me parecen meros pretextos para disputar por no dejar de moler: son esfuerzos en el vacío como los de los sofistas griegos del tiempo de Giorgias, como los de Gil Blas, cuando el doctor Godinez lo enseñó a disputar en Oviedo, y como los de los que en nuestros días venden o alquilan imágenes milagrosas.

Como se verá en unos artículos que escribí en el campo, a principios de 1866, y que fueron publicados en esta ciudad, ellos no tuvieron, ni han tenido, ni tienen pretensiones ni aspiración a que se le tenga, ni de presentarse como cuerpo metódico de principios y de proposiciones concordantes tocantes a la ciencia de la moral ni a la Filosofía Moral. Lejos estuvo y está de mí la idea de tomar esos ensayos, verdaderos pasatiempos, como estudios serios capaces de conducir a conclusiones definitivas.

Basta, en efecto, tomar al estilo en que están escritos el sabor que tal vez tendrá, para convencerse de que esos escritos son (más bien que piezas concluyentes y definitivas sobre Filosofía Moral) unos simples apuntamientos a servir de pasto a mis estudios, a la manera que los abecedarios ilustrados, los cuentecillos, etc., sirven para estimular los esfuerzos de los escolares.

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Hay otra circunstancia, otro hecho grave qué tener en cuanta al leer mis artículos de ese tiempo (así como los publicados en El Oasis, poco después).

A primera vista se nota, en efecto, que yo estaba resollando por la herida de 1864, y que esos escritos son coleccionados de pullas y de indirectas contra los vencedores en Yarumal y Cascajo. Sin tratar de ocultarlo, ellos dicen bien a las claras que su objeto principal era zaherir, ridiculizar, provocar y amostazar a los tartufos rezanderos que comenzaron a ejercer el apostolado de la propaganda católico-causística sobre el cadáver de Pascual Bravo, y que entonaban la salmodia en torno del dosel de Berrío y bajo los altares del Seminario de la Diócesis.

Esos escritos contienen grandes verdades; pero, por o dicho, es prudente no tomarlos todos en su sentido literal. Otro tanto, o casi lo mismo, puedo y aún debo decir respecto de unas cartas que, con el título de “Algo sobre Legislación”, publiqué a fines del mismo año.

El lenguaje empleado en esas dos series es tan pronto amargo y jocoso-serio, como grave; y en casos no raros, es figurado y parabólico; por eso tiene el inconveniente de que muchos de los lectores no están a la altura de esos giros.

Sin embargo, no puede negarse que esa manera de argüír, que está en mi índole zumbona, es una de las mejores armas retóricas y un recuerdo de grande fuerza en las polémicas.

Sócrates sacó de la ironía, de la ignorancia afectada, del sarcasmo y de la crítica burlona la mayor parte de los ópimos frutos que su irresistible filosofía produjo; Juvenal, Marcial, Plauto y muchos mas deben a cierta dulce acritud mas bien que el punzante epigrama la inmortalidad de que gozan; la mitad del Ingenioso Hidalgo está escrita con el género de que vengo tratando; y, para cerrar la puerta a toda duda, agrego que el fecundo, el sin igual, el temido y terrible y serio Mariano José de Larra habló de serio rara vez.

Lejos de mi idea de compararme con esos hombres egregios; pero presenté a los citados como autoridades indiscutibles, para que sus nombres y su fama vinieran en abono del estilo ligero que, quizá con demasiada frecuencia, empleo.

En la controversia sucede que la forma es casi siempre mas importantes que el fondo; por eso la literatura mas genuina, el lidiador mas retórico y castizo, llega de diez y ocho –lo mejor del torneo –en esos juegos de cañas.

Pero como la lengua castiga, ha resultado que yo, que soy enemigo nato de los exordios, he rodeado largo tiempo y no he tocado siquiera el asunto principal.

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Digo que no creo que el principio de utilidad, ni su contrario (el principal del sentido íntimo, del instinto moral, de la voz de la conciencia, todo eso que Bentham llama principio dogmático de antipatía, son ni pueden ser el criterio de la moralidad de una acción).

La masa o suma de las utilidades comparada con la masa o suma de los prejuicios no son cantidades constantes, conocidas y homogéneas.

Nadie puede prever todas las consecuencias de un hecho. Un hecho insignificante hizo que cierto día se miraran uno a otro un hombre y una mujer. De esas miradas vino el tratarse, de aquí el casarse, de aquí el nacimiento de Cristóbal Colón, y de aquí los centenares de millones de crímenes cometidos por los españoles en América. Quien que no fuera como aquel Isaías de que habla la leyenda antigua, habría podido profetizar lo que iba a suceder, para poder deducir que ese casamiento era escandaloso, malhadado, inmoral!

Además, un mismo hecho produce variadísimos efectos provenientes de la época y de millones de circunstancias contemporáneas.

Lo que hoy es útil, puede ser indiferente mañana y perjudicial al día siguiente, y al contrario.

Esto es rigurosamente cierto; y a pesar de ellos, yo creo, porque es verdad, que la filosofía utilitaria está en el fondo de todos los problemas de moral.

“La teología, dijo el profundo Pedro J. Proudhon, está en el fondo de todos los problemas de economía social”.

Prosigo: Siguiendo el método y la clasificación de Bentham, digo también que en lo que atañe a la moralidad de una acción, no acepto el criterio, el consejo, el fallo del sentido íntimo, de la conciencia, de la recta razón, etc.

Y no lo acepto porque ese criterio, delicado como una balanza de laboratorio químico y celoso como un jámparo (pequeña canoa en las aguas de nuestro Cuca), no puede resistir el peso de un hecho complexo y complicado, y (brillante como la luz eléctrica, pero privado de radiación como ella) no tiene fuerza para iluminar las sombras dentro de la jurisdicción de los casos graves.

Cuando una dificultad complexa se presenta, el espíritu investigador va a priori que en el seno del misterio se cruzan, se entrelazan o chocan centenas de consecuencias y de respuestas contrarias; plausibles unas, lamentables otras; útiles éstas, perjudiciales aquéllas.

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Y digo esto, aun cuando siento en sí mismo, como han sentido, sienten y sentirán todos los hombres, ese sentimiento innato, esa videncia moral, ese conocimiento no aprendido de la moralidad o de la inmoralidad, de la justicia o de la injusticia, de lo lícito de la mayor parte de los hechos simples.

Así como del catolicismo se pasó al protestantismo, y como de la comparación del uno con el otro se llegará (llegará el género humano) al deismo, que es la religión natural, así también, del principio de utilidad (que es cierto pero peligroso) se pasa al principio de la moral natural, que es cierto pero impotente; y de la comparación del uno con el otro se llega forzosamente al escepticismo.

La lógica es inflexible:

Si el principio del instinto moral es verdadero, pero impotente;

Si el principio de utilidad, pero inaplicable; peligrosas como si fueran mentiras: Si esos dos principios ciertos valen tanto y tan poco como dos principios falsos. A qué carta nos quedamos?

Tratando de responder a esta pregunta, que encierra en sí toda la Filosofía ética o moral, digo que, según he alcanzado a comprender, cada una de esas teorías tiene su jurisdicción privativa, conforme a dos legislaciones distintas pero acordes en lo sustancial.

El instinto moral tiene en su apoyo a la ley cristiana.

El principio de utilidad se apoya también en el Nuevo Testamento y en los Santos Padres.

Ante la ley religiosa, como ante la ley humana, los campos respectivos de esas dos jurisdicciones parten límites; pero ante la una como ante la otra, esos dos campos distintos están deslindados por una línea que en muchos puntos no puede señalarse y que es, en otros, invisible como el agua de una fuente divisoria, o vaga como una penumbra.

Mis respuestas son las siguientes:

En los casos sencillos, los cuales podríamos comparar a las operaciones aritméticas ejecutadas con números dígitos; en esos casos elementales que pueden presentarse en la forma de adivinanzas de sí o de nó, basta casi siempre, para resolver el punto, borrar los puntos interrogativos: de modo es que la duda queda resuelta y el problema convertido en un axioma.

Ejemplo: Es acto inmoral el aborrecer a su madre? Es acto inmoral a su abuela?...

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solución sino ocurriendo al principio de utilidad. Y aun así, agrego, la solución no es ni puede ser irreprochable.

Ejemplo. Es acto inmoral el establecimiento de la pena de muerte en el Código Penal? Venga Dios y dígalo

Para muchos filósofos es inmoral.

Para casi todos los gobiernos de la tierra, para los ministros del Tribunal sumarísimo de Lynch y para otro, republicanos y absolutistas, suizos del cantón A. y suizos del cantón B; para colombianos liberales y para conservadores e independientes y para muchos mas, esa pena es no sólo defensable sino necesaria, no sólo buena sino óptima.

(El dogma filosófico que manda creer en la existencia del derecho natural, el cual es también dogma católico, y dogma protestante y casi dogma universal, aconsejó o absolvió la barbaridad de aquel Guzmán a quien llamaron el Bueno por su crimen de Tarifa, y ha expedido millones de decretos inicuos).

(De la moral evangélica que sostiene ese dogma, nacieron la santa Alianza y sus mil expoliaciones y crímenes y la codificación, la propaganda violenta y el predominio del derecho divino de los reyes; las sombrías y lastimosas doctrinas de ese loco llamado Conde de Maistre; la vocación sacerdotal y de los frailes (grandes consumidores improductivos); el anatema contra los derechos de los pueblos; la capitis diminutio máxima y la media y la mínima contra los súbditos y los ciudadanos; la deificación de los Papas; la inviolabilidad de los reyes ungidos del Señor y ... Esa moral religiosa y sagrada y santa amordaza a la prensa, impone silencio a la Tribuna, mutila el espíritu humano y bendijo y sostiene el contubernio de la Iglesia y el Estado.

(Todo eso es cierto; pero no es menos cierto también que del principio de utilidad nacieron el materialismo, el ateísmo, el socialismo, el comunismo, el mormonismo, el nihilismo, la internacional, la comuna de 1871, los petroleros, los asesinos del arzobispo Darboy y de los rehenes y de millares más, y el crimen de los Alisos, y el crimen de Aguacatal, y millones y millones más de hechos horribles).

(Como fundamentales y absolutos, esos dos criterios son igualmente falsos y peligrosos). (Como elementales, como relativos, son el uno y el otro verdaderos).

(Se ve, pues, que yo no reconozco principios absolutos en Moral, ni en Legislación. Dicho se está que en lo tocante a política, a la ciencia del Gobierno, y a la Legislación, me sucede exactamente lo mismo).

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comparable sino igual al de esos voluntarios llamados clérigos sueltos que en temporada de guerra civil figuran invariablemente en cada uno de los campos enemigos.

Yo, en la guerra tipográfica, he sido un verdadero clérigo suelto aunque voluntario entusiasta; nada de disciplina, ni de reconocer a hombre alguno como jefe. Y eso no tanto por vanidad, o presunción, cuanto por ignorancia de los hechos. Y he ignorado los hechos porque no he sabido cuál es la fuente pura en la cual se pueda adquirir noticias de ellos. Sin otro punto de referencia que los decires de la primera hora, me he lanzado a la lid, sin preocuparme quizá debidamente acerca de si mis movimientos eran o no concordantes y armónicos con el plan de los directores de la guerra.

Desde este punto de vista, soy no tanto presuntuoso, cuanto egoísta, irreflexivo, precipitado, impaciente y excusable.

Con ese sistema de combatir, he llegado a verme muchas veces en los aprietos y trances de un jefe cualquiera de operaciones bélicas. Tan pronto he tenido necesidad de crear, de hacer opinión, como he reducido mi papel a levantarla o sostenerla; ya he tomado a mi cargo la dirección de un movimiento secundario, ya me he visto revestido de carácter de jefe del movimiento principal en la campaña incruenta. Por eso, mi cuarto de estudio se ha convertido a veces en una verdadera Jefatura de Estado Mayor General, y yo he librado batallas fieras sin más armas que mi pluma, sin otro ejército que la buena voluntad del pueblo y la fe ciega que casi universalmente han tenido mis compatriotas en mi hidalguía y en la pureza de mi rectitud.

Muchas veces, como lo he hecho desde 1851 –cuando fui prisionero de los borreristas –hasta 1876 en que publiqué la descripción de la medrosa batalla de Garrapata, he ejecutado en la prensa movimientos estratégicos, o estratagemas que muchos inocentes, charlatanes o pedantes, no alcanzaron a comprender entonces, que no comprenden aún, y que no comprenderán jamás.

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táctica moral en las que la palabra, la pluma, y los levísimos tipos de imprenta lograron invadir las filas enemigas causando en sus campamentos estragos comparables a los que las balas de acero de los cañones, y las bombas, y los obuses destructores de los prusianos realizaron en los bombardeos de Metz y de Sedán, de Estraburgo y de París.

En la prensa de Campaña son necesarios a veces, según mis principios estratégicos, ataques simulados, falsas alarmas, retiradas aparentes, mentirosos partes de batalla.

La prensa política militante tiene su arte, pero también tiene su ciencia. Sus batallas se dan en el escritorio, que es el Estado Mayor General, aunque se ganan en la imprenta, que es el verdadero campo de batalla.

En lo de religión tengo ideas y prácticas un poco raras. Creo que son falsas todas las religiones que se llaman reveladas y que tienen crónica, historia y legislación escritas y, sinembargo, soy, y me envanezco en ser, autor sincero de las NOCHES EN EL HOSPITAL.

Este rasgo de mi carácter, que es incomprensible para los que no están en la altura de él, me ha confortado en muchas horas de abatimiento y me ha consolado en muchas noches de dolor.

Abandonado de todos, reducido al extremo de la pobreza, empeñando un libro, una brújula, un pantalón por una peseta (20 centavos) que ganaba un cuartillo (2 ½ centavos) de intereses por día; caído el corazón por falta de tripas que lo llevaron, enloquecido el espíritu que en la triste noche no veía oasis, puerto ni playa en qué buscar abrigo; elevado el pensamiento a Dios, en alas de la más íntima humildad; retorcidas y desgarradas las entrañas por las uñas de acero de un católico fulminante, -caí en tierra anonadado, derramé lágrimas de angustia y pedí auxilio a Dios.

A cuál Dios?

AL DIOS ÚNICO, al Dios Padres, al Dios sin cuerpo, al Dios sin nombre, al Dios de los Filósofos de Atenas, al Deo ignoto, al Dios desconocido.

Este es el Dios a quien yo adoro, va para muchos años. A este aprenderán a adorar mis hijos; y viéndolo en todas partes y en todos los templos, lo adorarán fervorosamente en San Pedro de Roma, y en Nuestra Señora de París; en San Pablo de Londres y en la mezquita mohometana; en un palacio o en una cabaña; bajo un toldo o bajo un árbol.

Hay un oído que está presente en todas partes, y que atiende al que clama ante él y le dice: PADRE NUESTRO!

No hay necesidad de mármol, ni de altares.

(21)

Yo, a la edad de ocho años, recitaba de memoria y de corrido el Catecismo grande del Padre Astete y el Catón Cristiano. En 1845, siendo tomista en Bogotá, me sabía al pie de la letra los fundamentos de la Fe de Aimé Martín, y a Jerusez y a Burlamaqui. En ese tiempo leí El Protestantismo comparado con el catolicismo, del Presbítero Balmes, y quedé más católico que un papa católico.

En 1853 presenté y estudié en Inglaterra los reñidos debates (lid a muerte de gladiadores) del Cardenal Wseman y otros católicos egregios, con protestantes eminentísimos como Greathall y varios casi tan grandes como él.

Estudié fríamente los fragmentos de la Religión reformada, y mi catolicismo comenzó a vacilar: era el catolicismo por costumbre de un papa incrédulo como los de los tiempos de cisma de Aviñón, o de un inculto clérigo de misa y olla. Tan débil era, que poco después quedó reducido a cero.

Profundizo el estudio de la Reforma Religiosa, ví casi con sorpresa que el protestantismo carece de base; esto abrió vastos horizontes a mi espíritu y le dio alas para volar y para adelantarse a su propia época.

Entonces comprendí, casi vi, que las puertas de los templos protestantes prevalecerán un día sobre la Iglesia de San Pedro; y me pareció ver, ya pasada la hoy expirante época católica, al credo luterano y sus afines levantar en cada pueblo, en cada ciudad, en cada calle, es decir, en toda la haz de la tierra, la bandera religiosa del cristianismo; y al protestantismo aparecer dividido en centenares de sectas rivales, contradictorias y enemigas, que aunque desorganizadas y anárquicas vivían venciendo, absorbiendo y asimilando a su sustancia, al fondo filosófico de su doctrina, a la Religión de Mahoma y a la de Buda y a la Judía y alas otras mil invenciones del Asia prehistórica.

En vista, o diré, en previsión de eso, entreví, y entreveo ahora mismo, la caída de la Religión cristiana y su resurrección, bajo la forma de una filosofía inmortal, lega, que nadie tendrá por revelada, aunque todos la llamarán sagrada. Esta filosofía es natural. Está inscrita en el corazón humano. Ellas se resumen en estas máximas cristianas pero anteriores no sólo a Jesucristo sino también a Moisés y a los fundadores del Budismo: “No hagas a otro lo que querrías que no te hicieran; ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Esta filosofía será el Deísmo, la Religión natural: religión sin ángeles reveladores, sin nuncios divinos, sin Diablo, sin revelación, sin papas, sin clero y sin charlatanes.

Faltan muchos siglos para que esto suceda; pero sucederá.

Y sin embargo (nueva contradicción!), a pesar de que creo firmemente lo que dejo escrito, me parece que es prudente el suponer que lo ignoro.

(22)

y que el término está a más de doble distancia hacia adelante, me parece que es conveniente y necesario sostener, con excepciones que son patentes, las ideas y las creencias religiosas del actual mundo cristiano.

No se ganó Zamora en una hora, ni se puede derribar en un día una civilización de diez y nueve siglos. Las civilizaciones, las revoluciones radicales universales y absolutas, no son caprichos instantáneos de la Naturaleza, sino la obra prudente, lenta y meditada de los siglos. Pretender sacarlas de su paso, es bregar inútilmente con la mula del Gil Blas.

El tratar de precipitar la marcha del tren, no producirá otro efecto que el de descarrilarse y hacer que se perdiera todo el tiempo que habría que emplear para reponerlo en los carriles.

Si se aflojara la rienda (única eficaz o un poco eficaz que existe) la multitud creería que eso era poco; rompería el freno y cubriría la tierra con diez mil millones de cadáveres de Faetones y de Ícaros.

Aguardemos a que el sol salga buenamente, cuando sea su gusto y llegue su hora; y no olvidemos que no por mucho madrugar amanece mas temprano.

Aguardemos y esperemos.

Téngase presente que yo no soy propagandista ni apóstol de determinada religión.

Yo hablo del sentimiento religioso en general, sin pararme a considerar lo que cada religión positiva alega para probar que ella es la única verdadera.

Como, a mi modo de ver, la religión (salvas rarísimas excepciones) no es fruto del entendimiento, del raciocinio, sino del ejemplo materno, de los recuerdos y de los hábitos, de los sentimientos de simpatía y amor, todas ellas son igualmente verdaderas e igualmente falsas.

Yo, como ya he dado a entender, reconozco la necesidad de que el sentimiento religioso exista, independientemente de loa atavíos y de las invenciones con que los intereses humanos lo envuelven y desfiguran.

En estas cosas tocantes a religión mis adversarios políticos y otros que me quieren mal, han querido crearme un nombre y darme fama de incrédulo y hasta de hipócrita: todo lo contrario es lo cierto.

La mística está en el fondo de todas mis meditaciones.

Y no podía ser otra manera, porque mi espíritu es natural y necesariamente generalizador, y amigo de calcular progresiones geométricas (por potencia) en lo moral y en lo abstracto.

(23)

En el lenguaje de mi filosofía, ese orden excelso se llama Dios.

Yo siempre he creído y he sostenido esta teorías: “De cualquier punto del cual parta la meditación humana, en cualquier dirección y en línea recta llega necesariamente al infinito, a Dios”.

Pero el Dios fetiche no es mi Dios, ni el Dios que destruye por capricho es mi Dios.

Mi Dios no es antropomorfo, ni militar, ni antropófago, ni venal; ni es capaz de cólera ni de venganza; ni tiene espada, ni esperanza, ni temor, ni dudas, ni pasado, ni futuro; ni nació, ni fue creado, ni morirá.

Todo ha comenzado menos Él y los atributos de Él. Y Él está todo, en todas partes y en todo instante dado.

Y es un misterio infinito que llena todo lo infinito del espacio y las combinaciones infinitas de los números, y todo lo infinito de la duración.

Pero, no vayáis a equivocaros: para mí, Dios no es el universo, porque (como es notorio) el universo no puede ser causa sino efecto.

El universo no es simple, ni puro, ni uno.

El universo no es inteligente, ni sensible, ni sabe que existe, ni tiene un yo, no un ser objetivo, ni hay para él un no yo.

El universo no tiene alma, no puede ser Dios, es decir, el alma universal.

Como se ve, yo soy casi panteísta; pero no lo soy en realidad. Porque el Dios de los panteístas no tiene personalidad consciente, ni sensibilidad consciente, ni espiritualidad consciente, ni actividad consciente.

(Mi semipanteísmo se parece al de San Pablo; salvo que San Pablo creía, según parece, que Jesucristo fue Dios, lo cual, a mi ver, es un error).

San Pablo dijo todo un tomo de estas palabras dirigidas al Areópago en Atenas: (Hechos 22 a 28). “22. Varones atenienses! Echo de ver que vosotros sois casi nimios en las cosas de religión.

“23. Porque al pasar mirando yo las estatuas de vuestros dioses, he encontrado también un altar con esta inscripción: ¡AL DIOS NO CONOCIDO!. Pues ese Dios que vosotros adoráis sin conocerlo, es el que yo vengo a anunciaros.

“24. El Dios que creó el mundo y todas las cosas contenidas en él, siendo, como es, el Señor del Cielo y Tierra, no está encerrado en templos fabricados por hombres.

(24)

“26. El es el que de uno solo ha hecho nacer todo el linaje de los hombres, para que habitase la vasta extensión de la tierra, fijando el orden de los tiempos o estaciones, y los límites de la habitación de cada pueblo.

“27. Queriendo con esto que buscasen a Dios por si rastreando, y como palpando, pudiesen por fortuna hallarse, comoquiera que no está lejos de cada uno de nosotros.

“28. Porque dentro de él vivimos, nos movemos y existimos; como algunos de nuestros poetas dijeron: SOMOS DEL LINAJE DEL MISMO DIOS”.

San Pablo es uno de los hombres mas grandes que ha tenido el mundo.

Si Juan el Precursor vino antes de Jesús, Pablo el Apóstol debió venir después de él. ...

Nada hay en el mundo tan grande, tan consolador, tan sencillo, tan profundo y tan sublime como la filosofía de la religión cristiana.

Desgraciadamente la religión cristiana y el cristianismo de los últimos diez y siete siglos, son -con rarísimos paréntesis –enemigos irreconciliables. Son lo que se llama aquí parientes ligados por vínculos morganáticos.

Jesús era en el siglo VII de Augusto, un ser necesario.

Al escribir esta proporción veo que se abre ante mi un abismo: abismo de creencias y de negaciones, y de sombras, y de luz, y de penumbras.

Ha habido seres necesarios?

Este misterioso enigma profundísimo, será asunto de un estudio especial –tal vez estéril –en la vida laboriosa de mi alma. Por ahora recojo mi pensamiento en cuatro palabras.

Hay Dios.

El Dios de los Judíos está vivo, pero vive destronado. El Dios de Abraham es el Mesías.

Cuando ese Dios destronado vuelva a ser Dios, será redimido el mundo. Esto es amenazantemente grave y casi infinitamente serio.

Hay hombres necesarios? Parece que sí.

(25)

Chateaubriand, hombre reconstructor, vino a tiempo porque cuando él apareció no había terminado el reinado de la fuerza.

Tal vez Wellington no es un grande hombre sino un ser necesario, una criatura de la dinámica moral. Qué sais-je?

Pero, en fin, qué fue Jesús? Artífice u obrero?

Empresario o peón? Estatuario o cincel? Ley o corchete? Albañil o cal? Qué fue Jesús?

Diez y nueve siglos pasados lo preguntan a los futuros; pero así como los presentes no responden, los siglos futuros no responderán.

Era, fue Jesús , viento o vela? Fue ingeniero, o caldera? Fue ley o fue vapor? Fue atracción o émbolo? Fue hipótesis o símbolo? Fue mendigo o rey? Fue Dios o filósofo? Fue loco o revelador?

Venga Nuñez, o venga Dios, o venga el Diablo y dígalo.

Las historias son mentiras, desde los Confucios de la China hasta Moisés, y desde Moisés hasta Cantú. Las mentiras son historias desde el sol de Josué hasta la vara de Moisés, y desde las mil prostitutas de Salomón hasta el tímido y púdico tirabeque de Putifar.

Todo es verdad y todo es mentira. Queréis saber por que?

Os lo diré: todo depende de que una cosa piensa el burro y otra el que está enjalmando. Qué he dicho? Qué acabo de decir, Dios mío?

(26)

El prójimo, la sociedad, el mundo me inspiran un desdén exagerado que raya en ser desprecio, y un sentimiento de amargura que es algo como cólera.

Yo no quiero compararme con los grandes hombres; pero encuentro tanta armonía entre los sentimientos de Núñez de Arce, que es mi poeta favorito, y lo que siento yo, que a veces creo entrever, allá muy lejos, el atrevido deseo de parecerme a él.

Cuando leo a Núñez El Vértigo de la Duda, Los Gritos del Combate.... todo y cualquiera línea, me da como envidia porque no lo escribí yo.

Núñez de Arce es el poeta de las grandes verdades, de las grandes amarguras, de las grandes luchas y de las grandes consolaciones.

Hombres de este temple hacen falta en el mundo. Y es lastimoso, cierto, que el que no sea materialista es en Colombia casi hazmerreír.

En un país en que todo es sometido al cálculo, el sentimiento carece de personería y no tiene voz ni voto.

Amor paternal, amor filial, pudor, nobleza, dignidad, conciencia, el más allá, lo sobrenatural, el espíritu, Dios ... todos eso es para nuestros filósofos un hacinamiento de sofismas de sacristía.

Ellos andan provistos de papel y lápiz. Si un poeta canta o llora; si Bolívar tiene un delirio sublime en el Monte Sacro; si el Zar incendia a Moscou;, si Cortés quema sus naves; si Jesucristo muere crucificado, todos esos filósofos lanzarán una carcajada y gritarán: ¡Qué bruto! o ¡pobre hombre!

Para un materialista, es decir, de hechos, de experimentos, de sumas, de restas. Nada de sentimiento; nada de poesía, y, por tanto, nada de religión, porque la religión es la más elevada de las poesías.

(Y nótese que al decir esto, no hablo de las religiones que se usan, sino del sentimiento religioso; las religiones reinantes son ateas, ridículas, supersticiosas o fetichistas.

No hay en ellas Dios Espíritu, no hay Dios Verdad: no hay sino pinturas, estatuas, Dioses de ancheta, Ídolos).

(27)

ALEGATO DE DEFENSA DEL DR. LUIS UMAÑA JIMENO

Señores del Jurado:

Comencemos por averiguar a qué venís, porque mientras no sentemos este punto, no podemos llegar a parte alguna.

Si preguntáis a las diversas opiniones que, más o menos faltas de razón, circulan entre las gentes, no sabréis a que ateneros.

Unos os dirán que vais a fallar en una causa de fe; y, para guiar vuestros pasos, os entregarán a López de Ayala y al Concilio Tridentino.

Otros os dirán: “Se trata de averiguar si el acusado es vuestro copartidario o no, para que según su acuerdo o desacuerdo con vosotros, lo absolváis os condenéis”.

Otros levantarán ante vosotros el espantajo de una supuesta amenazante crisis, y os harán ver, al través de este proceso, una revolución que puede conmoverlo todo.

Pero, no les creáis.

Cerrad, señores, los oídos y los ojos, y convenceos de que no sois un Sínodo, no los hombres llamados a detener un avalancha que pueda conmover y aun aplastar la sociedad.

No sois un Sínodo, no lo otro, sino un Jurado en que, como caballeros, como cristianos y como filósofos, debéis calificar un hecho al cual debe aplicar el derecho el juez a quien la ley confiere tal misión.

Os tengo lástima, señores, y se la tengo a ese juez: a vosotros, porque tenéis que ejercer funciones inquisitoriales, levantar el velo del alma y entrar a la conciencia del reo; a vosotros, que tenéis que andar con paso firme entre unas tinieblas donde sólo Dios puede ver claro; y al juez que con voluntad o sin ella, con conciencia o sin conciencia, tiene que aplicar el derecho penal al hecho que debéis calificar.

Venís a los siguiente y nada más (pero ya veréis que es mucho): venís a decir si un hombre (sea quien fuere y lo que fuere) que mató a otro hombre (haya sido quienquiera y lo que hubiere sido) es inocente o criminal.

Para ayudaros en ese estudio penosísimo, me permitiréis que siente y que demuestre (oídlo bien) y que demuestre una serie de proposiciones que, como iluminaron la mía, iluminen vuestras conciencias.

(28)

PRIMER PREPOSICIÓN. –Nada en el mundo (ni robar, ni matar, ni ser adúltero, nada, en fin) intrínsecamente es, en sí, bueno ni malo.

Este axioma trivialísimo debe ir inscrito en la portada de mi alegato, porque es el foco de donde saldrá la luz que ilumine esta materia. Y, aun cuando parezca presunción y pedantería, tengo que entrar en el desarrollo de esta tesis, no para vosotros que, como hombres desprevenidos, tenéis que estar de acuerdo con migo, sino para muchos de los que me oyen, y a quienes fácilmente puede turbar el juicio algún sofisma.

Señores; hay principios universales; hay principios generales, y hay casos de excepción.

El principio universal no falla nunca: lo repito, nunca. Siempre, por ejemplo, será el hierro más pesado que el hidrógeno; siempre será el padre mayor que el hijo; siempre será cinco igual a tres más dos.

Comprendéis, digo mal, veis muy bien y claramente que estos casos no admiten excepción alguna. Pero hay principios que, aun cuando se cumplan en el mayor número de casos, no se cumplen, necesariamente, siempre: estos principios no son ya universales, sino generales, simplemente, porque son principios que, aun cuando muchas veces se cumplen, aun cuando se cumplan casi siempre, pueden fallar alguna vez; y esta falla, esta excepción, lleva en sí dos caracteres indelebles: el de su existencia real y el de servir de confirmación a la misma regla a que se opone.

Yo he dicho, digo y diré siempre que los vicios pueden volverse virtudes, así como pueden volverse mariposas los gusanos: ni mas o menos.

Ningún vicio es absoluto.

Ninguna acción es, en sí, necesariamente, buena ni mala.

¿Convenís conmigo en que hay derecho para tomar lo ajeno contra la voluntad de su dueño, cuando así lo exige una necesidad pública, o la vida de un particular lo hace forzoso?

Sí o no.

¿Convenís conmigo en que los hijos de Adán tuvieron derecho de cometer incesto con su madre o sus hermanas?

Sí o no.

¿Convenís conmigo en que no comete delito el criado que roba a su patrón el vaso de veneno o el puñal que éste preparó para matar?

Sí o no.

¿Convenís conmigo en que Judit o Carlota y todos los TIRANICIDAS merecen aplauso (o por lo menos disculpa) ante la razón y ante la historia?

(29)

Yo respondo por vosotros: vosotros decís que sí, porque esos son hechos y derechos y obligaciones que nadie puede negar.

De lo dicho se deduce que el doctor Luis Umaña Jimeno aunque acusado de homicidio, con circunstancias de asesinato, y aun después de confesar que es homicida, no es, tiene que no ser, forzosamente criminal.

Y puesto que es tan posible y tan fácil el salvarlo, permitidme que os demuestre, en lo que sigue, la inocencia del acusado, es decir, la disculpa de su error, si así queréis llamarlo.

SEGUNDA PROPOSICIÓN. –La convicción, justa o injusta, pero firme, de que se nos ofende o ha ofendido, atenúa el hecho de la satisfacción violenta, y puede llegar hasta hacerla inocente, justa y necesaria.

Esta proposición es de grande importancia y de inmensa trascendencia en el asunto, porque a ella van ligadas varias difíciles cuestiones que tendréis que resolver, para poder llegar con paso firme al fondo.

Tenéis que ver si hubo alevosía, sangre fría u otras circunstancias parecidas, que pueden llevaros con derecho hasta el punto de calificar al doctor Umaña (artículo 440, Código penal) de asesino.

Debéis ver si circunstancias menos graves, y sin embargo, gravísimas, quitan al hecho el carácter de asesino y pueden dejarlo reducido al estado de homicidio con premeditación (artículo 436, Código penal).

Debéis ver si el homicidio fue simplemente voluntario y malicioso, por no haber sido acompañado de las circunstancias que detalla el artículo 436 del Código penal.

Debéis ver si el homicidio fue meramente voluntario, es decir, ejecutado con voluntad y sin malicia, en cuyo caso quedará reducido a un hecho simple que, si bien puede afectar la responsabilidad moral del acusado, queda fuera del campo legal, único en que podéis obrar.

Debéis ver si, no habiendo malicia, hubo también falta de voluntad, en cuyo caso el acusado es excusable, no solo ante la ley, conforme al artículo 101 del Código penal, sino también ante la ley no escrita de la moral.

Ya veis que corren a cargo vuestro, y deben resolverse bajo vuestra responsabilidad, las cuestiones más obscuras de psicología (tocantes a la libertad del alma); y en medicina legal, tocantes al estado patológico del doctor Umaña.

Habéis oído leer el expediente, y tenéis conocimiento de dos cosas:

1º. Del carácter, costumbres, temperamento e índole de cada uno de los actores de este drama; y 2º. De los hechos que cada actor ejecutó.

(30)

de lucro, declaro, con profunda pena, que, por inocentes que fueran esas relaciones, los hechos, a los ojos del marido, quitaron su ropa talar al sacerdote, para presentar al amante desnudo.

Esa es la cuestión y no otra.

Y puesto que los datos de que Umaña disponía eran mas que suficientes para inspirarles sospechas; y puesto que las sospechas se referían a un hecho incompatible con la vida del amante; y puesto que no encontró, para salvarse de esa tormenta, mas puerto que el de la violencia, debéis estudiar, como he estudiado yo, y tomando por guía el conocimiento cabal del acusado, cuál sería la influencia que los hechos que conoció, y los que sospechó, y los que adivinó, y los que creyó haber adivinado, debieron producir en su alma.

La ley, una vez que encuentra delito, recoge todas las circunstancias colaterales que pueden atenuar su gravedad, o aumentarla.

Pues yo os digo que lo mismo que sucede con la ley ofendida, sucede con el hombre a quien se ofende, y que éste tiene también obligación y derecho de estudiar y de pesar las circunstancias que acompañan a la falta cometida contra él.

Eso no tiene excepción: lo mismo que hace mas severa a la ley, debe necesariamente lastimar mas al ofendido.

Si un niño besa a vuestra esposa o a vuestras hijas, veréis con gusto que ese inocente beso queda bien puesto sobre sus blancas frentes;

Si un idiota también besa, no haréis caso de ello;

Pero si un joven de diez y ocho años, lascivo, fino, corrompido y ardiente, pone sus labios allí mismo, vosotros, que tenéis el derecho, cumpliréis con la obligación de enloqueceros de rabia.

¿Sí o no?

Y de esa rabia ¿quien responde? Vosotros, o él, o ellas?

(31)

vuestras casas y oprime a vuestras familias, es, además, hombre de tiple y buen humor, y de billar, y de parrandas; si es hombre es elegante, que saluda con apartadas cortesías a las MADRES, y da su mano a la HIJAS, con insinuantes apretones, entonces el ofendido, o el amenazado, si queréis, o, aunque no haya amenaza, el que tiene derecho de temer, lee en su propio corazón escrito, porque es de ley natural, el artículo 113 del Código penal:

“En todo delito se tendrán por circunstancias agravantes.... “1º. –El mayor perjuicio, alarma, riesgo, desorden o escándalo; ...

“2º. –La mayor necesidad que tenga la sociedad de escarmientos, por la myor frecuencia de los delitos; “3º. –La mayor malicia, premeditación... que haya en la acción; la mayor osadía, imprudencia; ...

“4º. –La mayor ilustración de dignidad del delincuente, y sus mayores obligaciones para con la sociedad ...

... ...

“7º. –La mayor publicidad o respetabilidad del sito del delito y la mayor solemnidad del acto en que se cometa;

“8º. –La mayor superioridad o influencia del reo con respecto a otro a quien dé órdenes, consejos o instrucciones para delinquir, o seduzca, instigue, solicite o provoque para ello; y

“9º. –En todos los delitos contra las persones serán circunstancias agravantes contre al reo... el sexo femenino, la dignidad... de la persona ofendida”.

(32)

Puede ser que nada haya; pero el marido o padre lo ve, porque cree verlo; y esta vista equivocada será una debilidad, pero no es ni puede ser un delito: la ley no nos obliga ni puede obligarnos a tener más criterio, más calma, ni más paciencia, que los que nuestras organizaciones pueden dar de sí.

Pero dicen las gentes y dice el señor Fiscal:

¿Por qué el acusado, en lugar de hacerse juez de su propia causa, no buscó amparo en la ley y ocurrió a los tribunales?

Por muchas razones, contesto yo.

Partiendo del principio irrecusable de que Umaña debía estar ciego de cólera y ardiendo en deseos de vengarse (porque de no ser así tenía que ser un verdadero loco furioso, digno de lástima y excusa), Umaña no pudo ni debió pensar en los tribunales.

1º. –Porque aquí hay mucha gente que habría creído ejercer una obra meritoria matando a Umaña, para castigar en él el delito de haber acusado de concupiscencia a un sacerdote, y para impedirle que prosiguiera su acusación: esto no me lo podéis negar ni puede negármelo nadie.

Imaginaos el escándalo, las cóleras, los gritos, las protestas y las amenazas, las hojas sueltas, los pasquines que se hubieran levantado como brotados por encanto, en el acto de poner en prisión al sacerdote, como habría habido necesidad de hacerlo, en fuerza de juramento de Umaña.

Pero supongamos que nada de eso hubo: no mataron a Umaña, ni lo amenazaron, ni hubo gritos ni motines sofocados a balazos: el sacerdote está preso: el Juez tiene valor para abrirle causa, y llega el día de la reunión del Jurado. Yo digo que Umaña no podría guardar cosa alguna de ese día, porque la barra habría sido ocupada por matasietes que impusieran al Jurado la obligación de absolver. Y el Jurado sería puesto en el penoso dilema de verles exterminado a puñaladas o de absolver al reo.

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mujer, y será desterrado del distrito parroquial a seis leguas por lo menos mientras viva el marido, a no ser que éste conscienta lo contrario”.

Esto decía la ley de 1837, es decir, que esa ley sacrificaba a la mujer, medio castigaba a su cómplice, y dejaba al marido expuesto a la risa popular; pero veintitrés años mas tarde, como somos tan ilustrados, y como aquí hacemos leyes como se hacen pantalones, tomando previamente la medida de los que deben ponérselos, dijeron nuestros legisladores:

“Art. 556 (Código penal). –La mujer casada que cometa adulterio, perderá todos los derechos de la sociedad marital, y sufrirá una reclusión por el tiempo que quiera el marido, con tal de que no pase de diez años. Si el marido muriere sin haber pedido la soltura, y faltare más de un año para cumplirse el término de la reclusión, permanecerá en ella la mujer un año después de la muerte del marido, y si faltare menos tiempo acabará de cumplirlo”. “Art. 557. El cómplice en el adulterio será desterrado a diez miriámetros por lo menos del lugar en que se cometió el delito o del de la residencia de la mujer, por el tiempo que viva el marido, a no ser que éste consienta lo contrario”.

¡Destierro y nada más!

Ya veis, pues, que si la ley anterior no castigaba (porque en realidad no castigaba) al cómplice, la ley nueva se limita a reírse del marido.

Otra razón en favor de Umaña:

30. –El doctor Vargas era sacerdote católico en servicio activo.

Un sacerdote católico en servicio activo (y aun con letras), está mas sometido a su jefe espiritual, que el recluta al cabo, que el cabo al comandante, que el comandante al general en jefe.

Ahora bien: un sacerdote convicto, o condenado por delito, recibe de la autoridad civil la orden de separarse por lo menos diez miriámetros de esta deliciosísima ciudad.

Una de dos: o va nombrado de cura a menos de diez miriámetros; o se le da un curato a mas de diez miriámetros.

Si lo primero, y si el Gobierno es el que manda aquí, habrá gritos, tumultos, motines, rebeliones, que darán por resultado un triunfo sangriento de la ley o la rechifla de los fieles, que acompañará en su fuga al Gobierno derrotado.

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Y yo pregunto, señores: ¿tiene el marido el derecho de pedir castigo¿ ¿Es este triunfo del criminal un castigo?

Sí es un castigo, señores, pero el marido es quien lo sufre.

Oíd lo que dice Alfonso Karr, el gran defensor de la mujer, el atleta valeroso y filósofo de todos los derechos; el médico poderoso de todas las enfermedades que minan al mundo culto y a nosotros: “Diariamente pasan en el mundo cosas que la razón trata en vano de explicar. Todo hombre a quien se hace traición, se hace, por ese solo hecho, acreedor a la simpatías de los demás; si a un hombre lo engaña su amigo, todo el mundo tiene lástima de él; si un padre es engañado por su hija, todos lo acompañan a llorar; pero si una mujer engaña a su marido, todo el mundo se ríe de él.

“Nada importa que esa falsía sea para el marido, más que la muerte misma; nada importa que sus ojos lloren y que su corazón hecho pedazos, vierta sangre; nada importa. Todos se ríen de él.

“Porque a ese infortunio lo llama el mundo deshonra”, y porque la falta de la mujer culpable cae como vergüenza sobre el marido inocente. Y ríen, y ríen, y es tal la violencia de esa fuerza social (que hace del marido un mono con que todo el mundo juega), que es necesario que el infeliz se haga matar o mate”.

No me acuerdo en dónde, pero lo he leído (y aunque no lo hubiera leído, siempre es verdad): que la sociedad mejor ordenada es aquella en que las penas guardan proporción con los delitos.

Y en efecto: sí el rechazar a un enemigo es un sentimiento natural, y si la ley escrita quiere que renunciemos a él y lo ahoguemos, es necesario que se ponga en lugar nuestro, y nos dé lo que pedimos o algo que se le parezca.

Pero el que me roba mil pesos lo condenen a cinco centavos de multa; que al que mata a mi hijo lo hagan trabajar veinticuatro horas, o que manden a mudar temperamento que en mi mujer y en mi lecho me deshonra... No; no puede aceptarse.

Digo del doctor Vargas, lo que del malogrado Manrique: vivimos son leyes; y la falta de ley es responsable de una y otra muertes.

Convengamos, señores, aunque sea penoso decirlo, y convengamos en ello, porque la reclamación de ese principio es la salvaguardia de todos: “Donde no hay leyes ni justicia, donde el derecho perece a los golpes de la fuerza bruta (y la seducción es la más peligrosa de todas), todos tenemos derecho de hacernos justicia por nuestras propias manos”.

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